CLEMENTE DE ALEJANDRÍA
Pedagogo

LIBRO I

A
Finalidad del Pedagogo

I
El Verbo pedagogo

1. Hemos establecido para ustedes, hijos míos, una base de verdad, fundamento inquebrantable de conocimiento del sagrado templo del gran Dios (cf. Dt 10,17; 1Cor 3,10-17; 6,19; 2Cor 6,16; Ef 2,20-21; 2Tm 2,19; Tt 2,13); una bella exhortación, una apetencia de vida eterna que se alcanza por una obediencia digna del Verbo (cf. Rm 5,19) y que ha sido fundamentada en el terreno de la inteligencia.

De las tres cosas que hay en el hombre: costumbres, acciones y pasiones (cf. Aristóteles, Poética, 1447a), el Verbo protréptico se ha encargado de las costumbres; guía de la religión, permanece como substrato al edificio de la fe, cual quilla de una nave. Gracias a él abjuramos gozosos de nuestras viejas creencias, y nos rejuvenecemos para alcanzar la salvación, cantando con el profeta: "Qué bueno es Dios para Israel, para los que tienen un corazón recto" (Sal 72,1).

2. Un Verbo preside también nuestras acciones: el Verbo Consejero; y un Verbo cura nuestras pasiones: el Verbo Consolador. Pero es siempre el mismo Verbo, el que arranca al hombre de sus costumbres naturales y mundanas, y el que, como pedagogo, lo conduce a la única salvación de la fe en Dios.

3. Pues bien, el guía celestial, el Verbo, recibía el nombre de protréptico puesto que nos exhortaba a la salvación (ésta es la denominación especial que recibe el Verbo en cargado de estimularnos, tomando el todo el nombre de la parte); toda religión es, en efecto, protréptica, ya que genera en la mente la apetencia de la vida presente y de la futura.

4. Pero ahora, actuando sucesivamente en calidad de terapeuta y de consejero, aconseja al que previamente ha convertido y, lo que es más importante, promete la curación de nuestras pasiones. Démosle, entonces, el único nombre que naturalmente le corresponde: el de Pedagogo. El Pedagogo es educador práctico, no teórico; su objetivo es la mejora del alma, no la instrucción; es guía de una vida virtuosa, no erudita.

II
El Verbo maestro y el Verbo pedagogo

1. El mismo Verbo es también maestro, pero no lo es todavía. El Verbo Maestro expone y revela las verdades doctrinales; el Pedagogo, en cambio, en tanto que práctico, nos ha exhortado primero a llevar una vida moral, y nos invita ya a poner en práctica nuestros deberes dictando los preceptos que deben guardarse intactos y mostrando a los hombres del mañana el ejemplo de quienes antes han errado su camino.

2. Ambos métodos son altamente eficaces: uno conduce a la obediencia; es el género parenético; el otro, que reviste la forma del ejemplo, se subdivide, a su vez paralelamente, en dos modos de proceder: consiste uno en que imitemos el bien y lo elijamos; el otro, en que nos apartemos de los malos ejemplos rechazándolos.

III
Los enfermos del alma necesitan un pedagogo

1. De esto se sigue la curación de las pasiones. El Pedagogo, con ejemplos consoladores, fortalece el alma; y, como si de dulces remedios se tratara, con sus preceptos, llenos de calor humano, cuida a los enfermos conduciéndoles hacia el perfecto conocimiento de la verdad. Salud y conocimiento no son lo mismo; aquélla se obtiene por la curación, éste, en cambio, por el estudio.

2. Un enfermo no podría asimilar nada de las enseñanzas hasta que no estuviera completamente restablecido; la prescripción que se dicta a los que aprenden no tiene el mismo carácter que la que se da a los que están enfermos: a los primeros, se les administra para su conocimiento; a los segundos, para su curación.

3. Así como los enfermos del cuerpo necesitan un médico, del mismo modo los enfermos del alma precisan de un Pedagogo, para que sane nuestras pasiones. Luego acudiremos al maestro, que nos guiará en la tarea de purificar nuestra alma para la adquisición del conocimiento y para que sea capaz de recibir la revelación del Verbo. De esta manera, el Verbo, que ama plenamente a los hombres, y está solícito a que alcancemos gradualmente la salvación, realiza en nosotros un hermoso y eficaz programa educativo: primero, nos exhorta; luego, nos educa como un pedagogo; finalmente, nos enseña.

B
Jesucristo es el único pedagogo necesario

IV
El Verbo es el Hijo de Dios

1. El Pedagogo, hijos míos, es semejante a Dios, su Padre, de quien es Hijo, sin pecado, irreprochable y sin pasiones en su alma; Dios sin mancha en forma de hombre (cf. Flp 2,7), servidor de la voluntad del Padre, Verbo-Dios (cf. Jn 1,1), que está en el Padre (cf. Jn 10,38), que está a la derecha del Padre (cf. Hch 7,55; Sal 109,1), Dios, también por su figura humana (cf. Flp 2,6).

2. Es para nosotros la imagen (eikon) sin defecto (cf. Gn 1,26); y debemos procurar con todo empeño que nuestra alma se le parezca. Él, totalmente libre de pasiones humanas, es el único juez, por ser el único impecable. Nosotros, en cambio, debemos esforzarnos, en la medida que podamos, por pecar lo menos posible, porque nada es tan apremiante como alejarnos, en primer lugar, de las pasiones y enfermedades, y evitar después la recaída en el hábito de pecar.

3. Lo mejor es, sin duda, no cometer de ningún modo la más leve falta: lo que afirmamos, ciertamente, ser exclusivo de Dios; en segundo lugar, no cometer ningún tipo de pecado deliberado, lo que es propio del sabio; en tercer lugar, no caer en demasiadas faltas involuntarias (cf. 1Jn 5,16-17), lo que es propio de los que reciben una noble educación. Finalmente, propongámonos permanecer en el pecado el menor tiempo posible, ya que es saludable que los que han sido llamados a la conversión renueven su lucha.

V
El pedagogo nos dirige a apartarnos del pecado

1. Me parece que el Pedagogo habló muy bien por boca de Moisés: "Si alguno muere repentinamente cerca de él, su cabeza consagrada quedará al punto mancillada y deberá rasurarse" (Nm 6,9). Al decir "muerte repentina", se refiere al pecado involuntario. Y su mancha, dice, ensucia el alma. Por eso sugiere el remedio de que se rasure rápidamente la cabeza; y exhorta a cortar los cabellos de la ignorancia que oscurecen la razón, para que, al quedar libre de la densa espesura que es el mal, la inteligencia, que tiene su sede en el cerebro, retorne al arrepentimiento.

2. Un poco más adelante añade: "Los días precedentes eran irracionales" (Nm 6,12); esto se refiere claramente a los pecados cometidos contra razón. A la falta involuntaria la llamó "una muerte repentina"; al pecado, "un acto irracional". Por eso el Verbo Pedagogo tiene la misión de dirigirnos, para apartarnos del pecado "irracional".

3. Considera ahora este pasaje de la Escritura: "Por eso, he aquí lo que dice el Señor" (Jr 7,20; cf. Ez 13,13. 20). En el pasaje que sigue se pone claramente de manifiesto lo que es el pecado anterior, ya que sigue el justo juicio; esto está muy claro por lo que dicen los profetas: Si no hubieses pecado, no habrías sido objeto de estas amenazas, y "por eso, he aquí lo que dice el Señor" (Is 30,12), o bien: "Puesto que no han escuchado estas palabras (1Sm 28,18; cf. Dt 8,20), he aquí lo que dice el Señor" (Jr 7,32; 16,14; 19,6). Éste es, sin duda, el motivo de la profecía: la obediencia y la desobediencia; la primera, para que nos salvemos, y la segunda, para ser educados.

VI
El Verbo es el único médico de las debilidades humanas

1. Así que el Verbo, nuestro Pedagogo, es, por sus exhortaciones, quien cura las pasiones antinaturales de nuestra alma. La curación de las enfermedades del cuerpo se llama propiamente medicina, y es un arte que enseña la sabiduría humana. Pero el Verbo del Padre es el único médico de las debilidades humanas; es médico y mago santo del alma enferma. Está escrito: "Salva, Dios mío, a tu siervo que en ti confía. Ten piedad de mí, Señor, porque a ti clamaré todo el día" (Sal 85,2-3).

2. La medicina, según Demócrito, "cura las enfermedades del cuerpo, pero la sabiduría libera al alma de sus afecciones" (Demócrito, Fragmentos, 31). El buen Pedagogo, que es la sabiduría, el Verbo del Padre, el que ha creado al hombre, cuida de la totalidad de su criatura, y cura su alma y su cuerpo como médico total de la humanidad.

3. El Salvador dice al paralítico: "Levántate, toma la camilla sobre la que estás tendido y vete a casa" (Mt 9,6; Mc 2,11; Lc 5,24); e inmediatamente, el que estaba sin fuerzas, recuperó su fuerza. Y al muerto le dijo: "Lázaro, sal afuera" (Jn 11,43); y el muerto salió de su tumba, tal como estaba antes de morir, preparándose así para la resurrección.

4. Cura, en verdad, igualmente al alma en sí misma con sus preceptos y sus gracias. Con los consejos tal vez la curación se demora, pero, generoso en gracias, nos dice a nosotros pecadores: "Tus pecados te son perdonados" (Lc 5,20.23; 7,47.48).

5. Nosotros, por un acto simultáneo a su pensamiento, nos convertimos en niños (cf. Mt 21,16), participando, merced a su poder ordenador, del rango más privilegiado y seguro. Dicho poder ordenador se ocupa, en primer lugar, del mundo y del cielo, de las órbitas del sol y del curso de los demás astros, y todo ello en función del hombre; luego se ocupa del hombre mismo, en torno al cual despliega toda su solicitud.

6. Considerando al hombre como su obra suprema, puso su alma bajo la dirección de la prudencia y de la templanza y dotó al cuerpo de belleza y armonía. Y en las acciones humanas inspiró (cf. Gn 2,7) la rectitud y buen orden propio de ellas.

VII
Dios ama al ser humano, por ser su criatura

1. El Señor, como hombre y como Dios, nos ayuda en todo. Como Dios, perdona nuestros pecados; como hombre, nos educa para no caer en ellos. Y es natural que el Dios ame al hombre, porque es su criatura. Las otras realidades de su creación las hizo Dios sólo con una orden; al hombre, en cambio, lo ha modelado con sus propias manos (cf. Gn 2,7) y le ha inspirado algo propio de él (cf. Gn 1,16).

2. Esta criatura que ha sido creada por Dios a imagen suya (cf. Gn 1,26), o bien la ha creado por ser en sí misma digna de ser elegida, o la ha modelado por ser digna de elección por algún otro motivo.

3. Si el hombre es por sí mismo un ser digno de elección, Dios, que es bueno, ha amado a este ser bueno; el especial atractivo está dentro del hombre, y precisamente por eso lo denomina "soplo de Dios". Pero si el hombre ha sido objeto de elección por razón de otras cosas, Dios no tenía otro motivo para crearlo que la consideración de que, sin el hombre, el Creador no hubiera podido manifestarse bueno, y sin las criaturas no era posible que el hombre alcanzase el conocimiento de Dios (cf. Sb 13,1-9; Rm 1,20).

En efecto, si el hombre no hubiese existido, Dios no habría creado las otras cosas, que fueron creadas en razón de la existencia del hombre; y Dios manifestó, porque la tenía oculta, su capacidad (el querer) mediante el poder de crear hacia fuera, encontrando en el hombre el motivo para crearlo; vio lo que tenía, e hizo lo que quiso. Porque no hay nada que Dios no pueda hacer.

VIII
El hombre, creado por Dios, es amable por sí mismo

1. El hombre que Dios ha creado es digno de elección por sí mismo; ahora bien, lo que por sí mismo es digno de elección es naturalmente apropiado precisamente para quien él es digno de elección por sí mismo, y, por tanto, es también aceptado y amado por éste. Pero ¿puede algo ser digno de amor para alguien sin que sea amado por él? El hombre, según hemos demostrado, es un ser digno de ser amado; por consiguiente, el hombre es amado por Dios.

2. ¿Cómo no va a ser amado aquel por quien el Unigénito, el Verbo de nuestra fe, ha descendido desde el seno del Padre? (cf. Jn 1,18). El Señor, que, sin lugar a dudas, es la razón de nuestra fe, lo afirma claramente al decir: "El mismo Padre los ama porque ustedes me han amado" (Jn 16,27); y de nuevo: "Y los has amado como me has amado a mí" (Jn 17,23).

3. ¿Qué desea, entonces, y qué nos promete el Pedagogo? Con sus obras y sus palabras nos prescribe lo que debemos hacer y nos prohíbe lo contrario; todo está muy claro. En cuanto al otro género de lenguaje, el didáctico, es, sin duda, escueto, espiritual, de notable precisión, contemplativo. Pero, de momento, vamos a dejarlo al margen.

IX
El Verbo conoce a fondo los corazones de sus criaturas

1. Debemos corresponder en el amor a quien amorosamente guía nuestros pasos hacia una vida mejor y a vivir según las disposiciones de su voluntad, no sólo limitándose a cumplir lo que prescribe y evitar lo que prohíbe, sino también apartándonos de ciertos ejemplos e imitando, como mejor podamos, otros, a fin de realizar por imitación las obras del Pedagogo, para que así se cumpla aquello de "a imagen y semejanza" (Gn 1,26).

2. Aprisionados en la vida como en una gran penumbra, necesitamos un guía infalible y certero. Y, como dice la Escritura, no es el mejor guía el ciego que lleva de la mano a otros ciegos hacia el precipicio (cf. Mt 15,14; Lc 6,39), sino el Verbo de mirada penetrante, que conoce a fondo los corazones (cf. Jr 17,10; Rm 8,27; Platón, Leyes, 809a).

3. Así como no existe luz que no alumbre, ni objeto en movimiento que no se mueva, ni amante que no ame, tampoco hay bien que no nos sea provechoso y que no nos conduzca a la salvación.

4. Amemos, por tanto, los preceptos del Señor con nuestras obras. El Verbo, al encarnarse (cf. Jn 1,14), ha dejado bien claro que la misma virtud es a la vez práctica y teórica. Si tomamos el Verbo como ley, comprobaremos que sus preceptos y enseñanzas son camino corto y rápido que nos llevará a la eternidad, porque sus mandatos rebosan persuasión, no temor.

X
Entreguemos a nuestras vidas al Señor

1. Abracemos, aún más, esta buena obediencia y entreguémonos al Señor, sujetándonos al sólido cable de la fe en él, sabiendo que la virtud es la misma para el hombre que para la mujer (cf. Gál 3,28).

2. Porque si existe un único Dios para los dos, también hay un único Pedagogo; para ambos una sola Iglesia, una única moral, un único pudor, alimento común y común vínculo matrimonial. La respiración, la vista, el oído, el conocimiento, la esperanza, la obediencia y el amor, todo es igual. Los que tienen en común la vida también tienen en común la gracia y la salvación; y, en común también, la virtud y la forma de vida.

3. En esta vida, se nos dice, "toman mujer y se casan" (Lc 20,34; Mt 22,30; Mc 12,25); sólo aquí en la tierra se distingue la mujer del varón, "pero no así en la otra vida" (Lc 20,35); en el otro mundo, los premios merecidos por esta vida común y santa del matrimonio no son exclusivos del varón o de la mujer, sino de la persona, una vez liberada del deseo que la divide en dos seres distintos.

XI
El Señor es nuestro pastor

1. El término persona es común al hombre y a la mujer. Según creo, los áticos usaban indistintamente el nombre de niñito, para referirse al sexo masculino y al femenino, a juzgar por el testimonio del autor cómico Menandro, en su obra la Azotada: "hijita mía, porque el niñito siente, por naturaleza un especial amor al hombre" (Menandro, Fragmentos, 361).

2. Cordero es el nombre común por simplicidad del macho y de la hembra; y él, el Señor "es nuestro pastor" (Sal 22,1; Ez 34,1; Jn 10,10-11), por todos los siglos, amén. "Sin el pastor no deben vivir ni las ovejas ni cualquier otro animal, ni los niños sin el pedagogo, ni los criados sin su amo" (Platón, Leyes, VII, 808d).

C
Sobre cómo aprender del Pedagogo

XII
Los cristianos deben imitar la sencillez de los niños

1. Resulta claro que la pedagogía es, según se desprende de su mismo nombre, la educación de los niños. Pero queda por examinar quiénes son estos niños a los que se refiere simbólicamente la Escritura, y luego asignarles el pedagogo. Los niños somos nosotros. La Escritura nos celebra de muchas maneras, y nos llama alegóricamente con diversos nombres para dar a entender la simplicidad de la fe (cf. Hb 11,1).

2. Por ejemplo, en el evangelio se dice: "El Señor, deteniéndose en la orilla del mar junto a sus discípulos (que a la sazón se hallaban pescando), les dijo: "Niños, ¿tienen algo de pescado?"" (Jn 21,4-5). Llama niños a hombres que ya son discípulos.

3. "Y le presentaban niños" (Mt 19,13), para que los bendijera con sus manos, y, ante la oposición de sus discípulos, Jesús dijo: "Dejad a los niños y no les impidáis que se acerquen a mí, porque de los que son como niños es el reino de los cielos" (Mt 19,14; Mc 10,13-14; Lc 18,15-16). El significado de estas palabras lo aclara el mismo Señor, cuando dice: "Si no os convertís y os hacéis como niños, no entrarán en el reino de los cielos" (Mt 18,3; cf. Mt 19,14). Aquí no se refiere a la regeneración (cf. Jn 3,3), sino que nos recomienda imitar la sencillez de los niños.

4. El significado de estas palabras lo aclara el mismo Señor, cuando dice: "Si no se convierten y se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos" (Mt 18,3; cf. Mt 19,14). Aquí no se refiere a la regeneración, sino que nos recomienda imitar la sencillez de los niños.

5. El Espíritu profético nos considera también niños: Dice: "Los niños, habiendo cortado ramas de olivo y de palmera, salieron al encuentro del Señor gritando (Jn 12,13): "Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor"" (Mt 21,9; cf. Mt 21,15; Mc 11,10; Lc 13,35; Jn 12,13; Jr 22,5; Sal 117,25.26). La Luz, gloria y alabanza con súplicas al Señor, he aquí lo que parece significar, en la lengua griega, el Hosanna.

XIII
Apresurémonos a recoger los frutos de la verdad

1. Me parece que la Escritura cita alegóricamente la profecía que acabo de mencionar, para reprochar a los negligentes: "¿No han leído nunca que de la boca de los niños y lactantes has hecho brotar la alabanza?" (Mt 21,16; cf. Sal 8,3).

2. También el Señor, en el evangelio, estimula a sus discípulos: los incita a que le presten atención, porque ya le urge ir hacia el Padre; intenta despertar en sus oyentes un deseo más intenso, revelándoles que dentro de poco va a partir, y les muestra la necesidad de recoger los frutos abundantes de la verdad, mientras el Verbo aún no haya subido al cielo.

3. De nuevo los llama niños diciéndoles: "Niños, yo estaré poco tiempo entre ustedes" (Jn 13,33); y, de nuevo, compara con el Reino de los Cielos "a los niños que están sentados en las plazas públicas y que dicen: "Para ustedes tocamos la flauta, pero no bailaron, nos lamentamos, pero no se golpearon el pecho" (Mt 11,16-17; cf. Lc 7,32), y prosiguió con otras palabras semejantes a éstas.

4. Pero no es el evangelio el único que siente así; los textos proféticos hablan de la misma manera. Por ejemplo, David dice: "Alaben, niños, al Señor, alaben el nombre del Señor" (Sal 112,1); dice también por medio de Isaías: "Heme aquí con los niños que me confió el Señor" (Is 8,18; cf. Hb 2,13).

XIV
Los cristianos son los pollitos de Cristo

1. ¿Te maravillas de oír que el Señor llama niños a quienes los paganos llaman hombres? Me parece que no comprendes bien la lengua ática, en la que se puede observar que aplica el nombre de niñas (paidískai) a hermosas y lozanas muchachas, de condición libre, y el de niñitas (paidiskária), a las esclavas, jóvenes también ellas. Gozan de estos diminutivos por estar en la flor de su juventud.

2. Y cuando el Señor dice: "Que mis corderos sean colocados a mi derecha" (Mt 25,33), alude simbólicamente a los sencillos, a los que son de la raza de los niños como los corderos, no a los adultos, como el ganado; y si muestra su predilección por los corderos, es porque prefiere en los hombres la delicadeza y la sencillez de espíritu (rectitud de intención), la inocencia. Así mismo, cuando dice: "Terneros lactantes" (Am 6,4), se refiere a nosotros alegóricamente; lo mismo que cuando afirma: "Como una paloma inocente y sin cólera" (Mt 10,16).

3. Cuando, por boca de Moisés, ordena ofrecer dos crías de palomas o una pareja de tórtolas para la expiación de los pecados (cf. Lv 5,11; 12,8; 14,22; 15,29; Lc 2,24), está diciendo que la inocencia de las criaturas tiernas, y la falta de malicia y resentimiento de los pequeños, son agradables a los ojos de Dios, y da a entender que lo semejante purifica a lo semejante; pero también que la timidez de las tórtolas simboliza el temor al pecado.

4. La Escritura atestigua que nos da el nombre de pollitos: "Como la gallina cobija bajo sus propias alas a sus pollitos" (Mt 23,37), esto mismo somos nosotros: los pollitos del Señor. De esta forma tan admirable y misteriosa el Verbo subraya la simplicidad del alma en la edad infantil.

5. Unas veces nos llama niños; otras, pollitos; otras, infantes; otras, hijos o hijitos; a menudo, criaturas y en ocasiones "un pueblo joven" o "un pueblo nuevo". Y dice: "A mis servidores les será dado un nombre nuevo" (Is 65,15; Ap 3,12); llama "nombre nuevo" a lo reciente y eterno, puro y simple, infantil y verdadero. "Y este nombre será bendito en la tierra" (Is 65,16).

XV
Cristo es nuestro divino domador

1. Otras veces, nos llama alegóricamente potrillos, porque desconocen el yugo del mal y no han sido domados por la maldad. Son simples y sólo dan brincos cuando se dirigen hacia su padre, no son "los caballos que relinchan ante las mujeres de los vecinos, como los animales bajo yugo y alocados" (Jr 5,8), sino los libres y nacidos de nuevo; los orgullosos de su fe, los corceles que corren veloces hacia la verdad, prestos a alcanzar la salvación y que pisotean y golpean contra el suelo las cosas mundanas.

2. "Alégrate mucho, hija de Sión; pregona tu alegría, hija de Jerusalén; he aquí que tu rey viene hacia ti, justo y portador de tu salvación, manso y montado en una bestia de carga, acompañada de su joven potrillo" (Zac 9,9; Mt 21,5). No bastaba con decir tan sólo "potrillo", sino que se ha añadido joven, para mostrar la juventud de la humanidad en Cristo, su eterna juventud junto con su sencillez.

3. Nuestro divino domador nos cría a nosotros, sus niños, tal como a jóvenes potrillos; y si en la Escritura el joven animal es un asno, se considera en todo caso como la cría de una bestia de carga. "Y a su pollino, dice la Escritura, lo ha atado a la vid" (Gn 49,11); a su pueblo sencillo y pequeño lo ha atado a su Verbo, alegóricamente designado por la vid: ésta da vino, como el Verbo da sangre (cf. Jn 15,1.4.5; 6,53-56), y ambas son bebidas saludables para el hombre: el vino para el cuerpo, la sangre para el espíritu.

4. El Espíritu nos da testimonio cierto, por boca de Isaías, de que nos llama también corderos: "Como pastor, apacentará su rebaño y, con su brazo, reunirá a sus corderos" (Is 40,11), queriendo decir mediante una alegoría que los corderos, en su sencillez, son la parte más delicada del rebaño.

XVI
La infancia espiritual del cristiano

1. También nosotros honramos con una evocación de la infancia los más bellos y perfectos bienes de esta vida llamándolos educación (paideían) y pedagogía. Consideramos que la pedagogía es la buena conducción de los niños hacia la virtud. El Señor nos ha indicado de manera bien clara qué hay que entender por niñito: "Habiéndose originado una disputa entre los apóstoles sobre quién de ellos era el más grande, Jesús colocó en medio de ellos a un niño y dijo: "El que se humille como este niño, ése será el más grande en el reino de los cielos" (Mt 18,1-4; Mc 9,33-37; Lc 9,46-48).

2. Ciertamente, no utiliza el término niño para referirse a la edad en la que aún no cabe la reflexión, como algunos han creído. Y cuando dice: "Si no llegan a ser como estos niños, no entrarán en el reino de los cielos" (Mt 18,3), no hay que interpretarlo de una manera simplista.

3. No, nosotros no rodamos por el suelo como niños, ni nos arrastramos por tierra como serpientes, enrollando todo nuestro cuerpo en los apetitos irracionales; al contrario, erguidos hacia lo alto, merced a nuestra inteligencia, desprendiéndonos del mundo y de los pecados, "apenas tocando tierra con la punta del pie" (Anónimo, Fragmentos, 107a) (por más que parezca que estamos en este mundo), perseguimos la santa sabiduría. Pero esto parece una locura (cf. 1Cor 1,18-22) para quienes tienen el alma dirigida hacia la maldad.

XVII
Tenemos un solo maestro, que está en los cielos

1. Son, por tanto, verdaderos niños los que sólo conocen a Dios como padre y son sencillos, ingenuos, puros, los creyentes en un solo Dios (lit. "los enamorados de los unicornios"; cf. Dt 33,17; Jb 39,9; Sal 21,22; 91,11). A los que han progresado en el conocimiento del Verbo, el Señor les habla con este lenguaje: les ordena despreciar las cosas de aquí abajo y les exhorta a fijar su atención solamente en el Padre, imitando a los niños.

2. Por esa razón les dice: "No se inquieten por el mañana, que ya basta a cada día su propia aflicción" (Mt 6,34). Así, manda que dejemos a un lado las preocupaciones de esta vida (cf. Sal 54,23) para unirnos solamente al Padre.

3. El que cumple este precepto es realmente un párvulo y un niño, a los ojos de Dios y del mundo; éste lo considera un necio; aquél, en cambio, lo ama. Y si, como dice la Escritura, "hay un solo maestro que está en los cielos" (Mt 23,8-9), es evidente que todos los que están en la tierra deberán ser llamados con razón discípulos. Y, en efecto, la verdad es así: la perfección es propia del Señor, que no cesa de enseñar; en cambio, lo propio de nuestra condición de niños y párvulos es que no cesemos de aprender.

XVIII
Ser santos para el Señor

1. La profecía ha honrado con el nombre de varón (andrós; cf. Ef 4,13; 2 Co 11,2) a quien es perfecto, y, por boca de David (refiriéndose al demonio) dice: "El Señor detesta al varón sanguinario" (Sal 5,7), y lo llama "varón" porque es perfecto en la malicia; pero el Señor es llamado varón (anér), porque es perfecto en la justicia.

2. Por eso, el apóstol dice en la Carta a los Corintios: "Los he desposado con un solo varón para presentarlos como casta virgen a Cristo" (2Cor 11,2), es decir, como párvulos y santos, sólo para el Señor.

3. En la Carta a los Efesios, con total claridad reveló el objeto de nuestra investigación, diciendo: "Hasta que lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento de Dios, al varón perfecto, a la medida de la plenitud de la edad de Cristo, para que no seamos ya niños que fluctúan, dejándonos llevar por todo viento de doctrinas, a merced del engaño de los hombres, que tratan de seducirnos con astucia para sujetarnos al error; sino que, viviendo según la verdad y el amor, en todo vayamos creciendo en él" (Ef 4,13-15).

4. Dijo esto "para la edificación del cuerpo de Cristo" (Ef 4,12), "que es la cabeza" (Ef 4,15), y el único varón perfecto en la justicia. Nosotros, niños pequeños, si nos guardamos de los vientos de las herejías que con su soplo arrastran hacia el orgullo y no confiamos en quienes pretenden imponernos otros padres, alcanzaremos la perfección, porque somos Iglesia, ya que hemos recibido a Cristo como cabeza.

XIX
La fe cristiana debe manifestarse en la conducta

1. Ahora debemos fijar nuestra atención en la palabra népios (infante o párvulo), que no se refiere a los que carecen de razón; éstos son los necios (nepútios). El párvulo es un neodulce (neépios), porque dulce (épios) es el de corazón tierno (apalófron), y ha adquirido nuevamente un carácter dulce y afable.

2. Esto ya lo manifestó claramente el bienaventurado Pablo: "Pudiendo hacer valer nuestra autoridad, por ser apóstoles de Cristo, nos hicimos dulces en medio de ustedes, como una madre que alimenta a sus hijos" (1Ts 2,7).

3. El párvulo es un ser dulce; de aquí que sea más ingenuo, tierno, sencillo, sin doblez, sincero, justo en sus juicios y recto. Esto es el fundamento de la sencillez y de la verdad. "Hacia quién, pues, voy a dirigir mis ojos (dice la Escritura) sino hacia el ser dulce y apacible?" (Is 66,2). Éste es el lenguaje de una doncella: tierno y sincero; por eso se acostumbra a llamar a la muchacha, "virgen cándida", y al muchacho, "candoroso" (cf. Homero, Ilíada, VI, 400).

4. Somos cándidos cuando somos dóciles, fácilmente moldeables en la bondad, sin cólera, sin el menor sentimiento de maldad ni de perversidad. La generación antigua era falsa (cf. Hch 2,40; Flp 2,15) y tenía el corazón duro (cf. Mt 19,8; Mc 10,5; 16,14); nosotros, en cambio, que formamos un coro de párvulos (cf. Mt 11,16-17) y un pueblo nuevo, somos delicados cual niños.

5. En su Carta a los Romanos el apóstol declara alegrarse "de los corazones sin malicia" (Rm 16,18) y, al mismo tiempo, ofrece el significado del término párvulos diciendo: "Quiero que sean sabios para el bien y puros para el mal" (Rm 16,19)

XX
Los cristianos poseen la abundancia de la verdad

1. No concebimos el nombre párvulo en un sentido negativo, de privación, aunque los hijos de los gramáticos concedan un sentido privativo a la sílaba . Si los detractores de la infancia dicen de nosotros que somos "necios", miren cómo blasfeman contra el Señor, porque consideran de necios a los que han encontrado refugio en Dios.

2. Si, por el contrario -y esto hay que entenderlo bien-, aplican el nombre de párvulos (népios) a los seres sencillos, regocijémonos de este título. Párvulos son, en efecto, los espíritus nuevos que han recobrado su razón en medio de la antigua locura, y se levantan en el horizonte de la nueva alianza. Recientemente Dios se ha dado a conocer por la venida de Cristo: "Porque nadie ha llegado a conocer a Dios sino el Hijo, y aquél a quien el Hijo se lo revela" (Mt 11,27; Lc 10,22).

3. Son los nuevos los que constituyen el pueblo nuevo en oposición al pueblo antiguo, y conocen los nuevos bienes. Nosotros poseemos la rica abundancia de la edad joven, la juventud que no envejece; en ella siempre estamos en la plenitud de nuestra fuerza, para adquirir el conocimiento, siempre jóvenes, siempre buenos, siempre nuevos, porque necesariamente son nuevos los que participan del nuevo Verbo.

4. Así como lo que participa de la eternidad suele asemejarse a lo incorruptible, así también nuestro título de niños expresa la primavera de toda nuestra vida (cf. Aristóteles, Retórica, I, VII, 1365; III, X, 1411), dado que la verdad en nosotros no envejece, y dicha verdad informa nuestra conducta.

XXI
El Padre recibe con agrado a los que le buscan

1. La sabiduría es siempre joven, idéntica a sí misma, no conoce mutación alguna (Platón, Fedón, 78c). "Los niños (dice la Escritura) serán transportados sobre los hombros y consolados sobre las rodillas; como la madre consuela a su hijo, así los consolaré yo" (Is 66,12-13). La madre lleva en brazos a sus pequeños, y nosotros buscamos a nuestra madre, la Iglesia.

2. Lo que de por sí es débil y tierno, y, por su misma fragilidad, necesitado de ayuda, es agradable, dulce y encantador; a un ser de esta condición Dios no deja de prestarle su auxilio. Así como los padres y las madres miran con más agrado a sus pequeños; los caballos, a sus potrillos; los toros, a sus teneros; el león, al cachorro; el ciervo, a su cervatillo, y el hombre, a su hijo: así también, el Padre de todos recibe con agrado a los que en Él buscan refugio y, habiéndolos regenerado con su Espíritu y adoptado como hijos, aprecia su dulzura, los ama singularmente, les presta ayuda, lucha por ellos y los llama hijitos.

3. Me referiré ahora a Isaac, el hijo. Isaac significa risa. El rey, curioso, lo vio jugar con Rebeca (cf. Gn 26,8), su esposa y colaboradora (cf. Gn 2,18). El rey, llamado Abimelek, representa, en mi opinión, cierta sabiduría supramundana, que contempla desde lo alto el misterio del juego infantil. El nombre de Rebeca significa constancia.

4. ¡Oh juego lleno de sabiduría! La risa es ayudada por la constancia, mientras el rey observa (cf. Filón de Alejandría, De Plantatione, 169). Se alegra el espíritu de los niños en Cristo, cuya vida transcurre en la constancia. Y ése es el juego divino.

XXII
La Iglesia es la ayuda de nuestra salvación

1. Es el mismo juego al que, según Heráclito, jugaba Zeus (cf. Heráclito, Fragmentos, 52). ¿Qué otra ocupación conviene a un ser sabio y perfecto que la de jugar y regocijarse con constancia en el bien, administrando rectamente los bienes y celebrando al mismo tiempo las fiestas santas con Dios?

2. El mensaje profético puede interpretarse también de otra manera: nosotros nos alegramos y reímos por nuestra salvación (cf. Lc 1,47) como Isaac; en efecto, él se reía porque había sido liberado de la muerte; se divertía y se alegraba con su mujer (cf. Jn 3,29; Ap 21,2. 9; 22,17), que es la ayuda de nuestra salvación, la Iglesia. Lleva el nombre de constancia, que viene a significar firmeza, sea porque ella, sola, permanece siempre airosa a través de los siglos, sea porque está constituida por la constancia de los creyentes (cf. Ap 13,10; 14,12), es decir, de nosotros, que somos miembros del cuerpo de Cristo (cf. 1Cor 6,15; Ef 5,30). El testimonio de los que perseveran hasta el final (cf. Mt 10,22; 24,13; Mc 13,13) y la acción de gracias que se le rinde por ellos son el juego místico y la salvación auxiliadora que acompaña a la noble alegría de corazón (o: la salvación auxiliadora mediante la completa aceptación de la providencia).

3. El rey es Cristo, que, desde arriba, observa nuestra risa y, "asomándose por la ventana" (Gn 26,8), como dice la Escritura, contempla la acción de gracias, la bendición, la alegría, el gozo, la constancia colaboradora y la trabazón de todo, su Iglesia; él muestra tan sólo su rostro, el que faltaba a su Iglesia, que, por lo demás, es perfecta gracias a la cabeza del rey (cf. Ef 1,22; 5,23; Col 1,18).

XXIII
El Señor nos colma de alegría

1. Pero ¿dónde estaba la ventana por la que se mostraba el Señor? Era la carne, por la que se ha hecho visible (cf. 1Tm 3,16). El mismo Isaac, ya que es posible interpretar el pasaje desde otro punto de vista, es tipo del Señor: niño en tanto que hijo (porque era hijo de Abraham, como Cristo lo es de Dios); víctima como el Señor. Pero no fue inmolado (cf. Lv 2,11) como el Señor; Isaac sólo llevó la leña para el sacrificio (cf. Gn 22,6), como el Señor el madero de la cruz (cf. Jn 19,17).

2. Su risa tenía cierto aire misterioso, y profetizaba que el Señor nos colmaría de alegría, porque hemos sido librados de la perdición por la sangre del Señor (cf. 1Pe 1,18-19). Pero Isaac no padeció. Así que, no solamente reservó la primacía del sufrimiento para el Verbo, como es natural, sino que, además, por el hecho de no haber sido inmolado, designa simbólicamente la divinidad del Señor. Porque Jesús, después de haber sido sepultado, resucitó sin haber sufrido la corrupción (cf. Hch 2,27), del mismo modo que Isaac fue liberado del sacrificio.

XXIV
Jesucristo fue también niño

1. Voy a citar, siguiendo con mi propósito, otro testimonio de suma importancia: el Espíritu Santo, cuando profetizó por boca de Isaías, dio al mismo Señor el nombre de niño: "He aquí que nos ha nacido un niño, nos ha sido dado un hijo, cuyo imperio reposa sobre su hombro y se le ha dado el nombre de ángel de Gran Consejo" (Is 9,5).

2. ¿Quién es este niño pequeño, a cuya imagen somos también nosotros niños? De su grandeza nos habla el mismo profeta: "Consejero admirable, Dios poderoso, Padre eterno, Príncipe de la paz, que dispensa con generosidad su educación, y cuya paz no conoce límites" (Is 9,5-6).

3. ¡Oh gran Dios! ¡Oh niño perfecto! El Hijo está en el Padre y el Padre en el Hijo (cf. Jn 10,38; 17,21). ¿Cómo no va a ser perfecta la pedagogía de este niño (o: la educación impartida por este niño), si se extiende a todos nosotros que somos niños, guiando a todos sus pequeños? Él ha extendido sus manos hacia nosotros (cf. Is 65,2; Rm 10,21), máxima garantía de nuestra fe.

4. Juan, que es "el profeta más grande entre los nacidos de mujer" (Lc 7,28), testifica acerca de este niño: "He aquí el cordero de Dios" (Jn 1,29. 36), dado que la Escritura llama corderos a los niños pequeños (cf. Is 40,11; 15,4), y ha denominado "cordero de Dios" al Verbo Dios, hecho hombre por nosotros (cf. Jn 1,14), deseoso de asemejarse en todo a nosotros (cf. Hb 2,17; 4,15), el Hijo de Dios, el pequeño del Padre.

D
El aprendizaje y la iniciación cristiana

XXV
En el bautismo hemos sido iluminados

1. Con razón podemos atacar a los que encuentran satisfacción en las continuas disputas. El nombre de niños y de párvulos no se nos da por el hecho de haber recibido una enseñanza pueril y despreciable, como alegan calumniosamente los henchidos de su saber (cf. 1 Co 8,1). Porque, al ser regenerados (cf. 1Pe 1,3. 23), hemos recibido lo que es perfecto, lo que constituía el objeto mismo de nuestra empeñosa búsqueda. Hemos sido iluminados (cf. Mt 23,8. 10); es decir, hemos conocido a Dios. Y no es imperfecto quien ha llegado a conocer la suprema perfección. No me recriminen si les confieso que he conocido a Dios; porque el Verbo ha tenido a bien decirlo, y él es libre (cf. Jn 8,35-36).

2. Así, después del bautismo del Señor, se oyó desde el Cielo una voz que daba testimonio del Amado: "Tú eres mi hijo amado, yo te he engendrado hoy" (Mt 3,17; Mc 1,11; Lc 3,22; Sal 2,7; Hb 1,5; 5,5). Preguntemos a los sabios: ¿El Cristo que hoy ha sido reengendrado es ya perfecto, o (lo que sería del todo absurdo) le falta alguna cosa? De darse esto último, forzoso es que aprenda; pero es imposible que aprenda alguna cosa, porque es Dios. Porque nadie podría ser más grande que el Verbo, ni ser maestro del único Maestro.

3. ¿Reconocerán, entonces, nuestros adversarios, bien a su pesar, que el Verbo, nacido perfecto del Padre perfecto, ha sido reengendrado perfecto según la prefiguración del plan divino? Y si ya era perfecto, ¿por qué, siendo perfecto, se bautizó? Porque convenía (dicen) cumplir la promesa hecha a la humanidad. De acuerdo, también yo lo admito. ¿Recibió, entonces, la perfección en el momento mismo de ser bautizado por Juan? Es evidente que sí. ¿Y no aprendió de él nada más? No. ¿Recibió la perfección por la sola recepción del bautismo y se santificó por la venida del Espíritu? Así es.

XXVI
El bautismo cambia la vida de quien lo recibe

1. Lo mismo ocurre con nosotros de quienes el Señor fue el modelo: una vez bautizados, hemos sido iluminados (cf. Hb 6,4; 10,32); iluminados, hemos sido adoptados como hijos; adoptados, hemos sido hechos perfectos; perfectos, hemos adquirido la inmortalidad. Está escrito: "Yo les dije: son dioses, e hijos del Altísimo todos" (Sal 81,6).

2. El bautismo recibe diversos nombres: gracia (cf. Rm 6,23), iluminación (cf. 2 Co 4,4), perfección (cf. St 1,17) y baño (cf. Tt 3,5). Baño, por el que somos purificados de nuestros pecados; gracia, por la que se nos perdona la pena por ellos merecida; iluminación, por la que contemplamos aquella santa y salvadora luz, es decir, aquella por la que podemos llegar a contemplar lo divino; y perfección, decimos, finalmente, porque nada nos falta.

3. Puesto, ¿qué puede faltarle a quien ha conocido a Dios? Sería realmente absurdo llamar gracia de Dios a lo que no es perfecto y completo: quien es perfecto concederá, sin duda, gracias perfectas (cf. St 1,17). Así como todas las cosas se producen en el instante mismo en que él lo ordena (cf. Sal 32,9; 148,5), así también, al solo hecho de querer él conceder una gracia, ésta se sigue en toda su plenitud; porque por el poder de su voluntad se anticipa el tiempo futuro. Además, principio de salvación es la liberación del mal.

XXVII
Seguir a Cristo es la salvación

1. Sólo quienes hayamos sido primeramente bautizados en el umbral de la vida, somos ya perfectos, puesto que ya vivimos quienes hemos sido separados de la muerte. Seguir a Cristo es la salvación: "Lo que fue hecho en él, es vida" (Jn 1,3-4). "En verdad, en verdad les digo (asegura), que el que escucha mi palabra y cree en quien me ha enviado, tiene la vida eterna, y no es sometido a juicio, sino que pasa de la muerte a la vida" (Jn 5,24).

2. De modo que el solo hecho de creer y ser regenerado es la perfección en la vida, porque Dios no es jamás deficiente. Así como su voluntad es su obra y se llama mundo, así también su decisión es la salvación de los hombres y se llama Iglesia. Él conoce a los que ha llamado, y a los que ha llamado los ha salvado; así, los ha llamado y salvado al mismo tiempo. "Porque ustedes, dice el apóstol, son instruidos por Dios" (1Ts 4,9).

3. No nos es lícito, entonces, considerar como imperfecto lo que Dios nos ha enseñado, y esta enseñanza es la salvación eterna que no da el Salvador eterno, al cual sea la gracia por los siglos de los siglos. Sólo que ha sido regenerado ha sido liberado también de las tinieblas, y, como el mismo nombre, iluminado, indica, por eso mismo, ha recibido la luz.

XXVIII
El Espíritu Santo se derrama en los creyentes

1. Como aquellos que, sacudidos del sueño, se despiertan en seguida y vuelven en sí; o mejor, como aquellos que intentan quitarse de los ojos las cataratas, que les impiden recibir la luz exterior, de la que se ven privados, pero, desembarazándose al fin de lo que obstruía sus ojos, dejan libre su pupila; así también nosotros, al recibir el bautismo, nos desembarazamos de los pecados que, cual sombrías nubes, obscurecían al Espíritu divino; dejamos libre, sin impedimento alguno y luminoso el ojo del espíritu, con el único que contemplamos lo divino, ya que el Espíritu Santo desciende desde el cielo y se derrama en nosotros.

2. Esta mixtura de resplandor eterno es capaz de ver la luz eterna, porque lo semejante es amigo de lo semejante; y lo santo es amigo de Aquél de quien procede la santidad, que recibe con propiedad el nombre de luz: "Porque ustedes eran en otro tiempo tinieblas, pero ahora son luz en el Señor" (Ef 5,8); de ahí que el hombre, entre los antiguos, fuera llamado, según creo, luz.

3. Sin embargo, dicen, aún no ha recibido el don perfecto; también yo lo admito; con todo, está en la luz, y no la retiene la oscuridad (cf. Jn 1,5). Ahora bien, entre la luz y la oscuridad no hay nada; la consumación está reservada para la resurrección de los creyentes, y no consiste en la consecución de otro bien, sino en tomar posesión del objeto anteriormente prometido.

4. No decimos que se den simultáneamente ambas cosas: la llegada a la meta y su previsión. No son, ciertamente, cosas idénticas la eternidad y el tiempo, ni el punto de partida y el fin. Pero ambas se refieren al mismo proceso y tienen por objeto un único ser.

5. Y así, puede decirse que el punto de partida, es la fe (generada en el tiempo) y el fin es la consecución (para toda la eternidad) del objeto prometido. El Señor mismo ha revelado claramente la universalidad de la salvación con estas palabras: "Ésta es la voluntad de mi Padre: que todo aquel que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo le resucitaré en el último día" (Jn 6,40).

XXIX
En el bautismo nuestros pecados son borrados

1. En la medida en que es posible en este mundo (que es designado simbólicamente como "el último día", porque es reservado hasta final; cf. 2Pe 3,7), nosotros tenemos la firme convicción de haber alcanzado la perfección. La fe, en efecto, es la perfección del aprendizaje; por eso se nos dice: "El que cree en el Hijo tiene vida eterna" (Jn 3,36).

2. Por tanto, si nosotros, que hemos creído, tenemos la vida, ¿qué otra cosa nos resta por recibir superior a la consecución de la vida eterna? Nada falta a la fe, que es perfecta en sí y acabada. Si algo le faltara, no seria perfecta; ni sería tal fe, si fuera deficiente en lo más mínimo. Después de la partida de este mundo, los que han creído no tienen ninguna otra cosa que esperar: han recibido las arras aquí abajo y para siempre (cf. 2Cor 1,22; 5,5; Ef 1,14).

3. Este futuro que ahora poseemos por la fe, lo poseeremos del todo realizado después de la resurrección; de modo que se cumpla la palabra: "Hágase conforme a tu fe" (Mt 9,29). Donde se halla la fe, allí está la promesa, y el cumplimiento de la promesa es el descanso final; de suerte que el conocimiento está en la iluminación, pero el término del conocimiento es el reposo, objetivo final de nuestro deseo.

4. Así como la inexperiencia desaparece con la experiencia y la indigencia con la abundancia, así también, necesariamente, con la luz se disipa la oscuridad. La oscuridad es la ignorancia, por la que caemos en el pecado y nos cegamos para alcanzar la verdad. El conocimiento, por tanto, es la luz que disipa la ignorancia y otorga la capacidad de ver con claridad.

5. Puede decirse también que el rechazo de las cosas peores pone de manifiesto las mejores. Porque lo que la ignorancia mantenía mal atado, lo desata felizmente el conocimiento. Dichas ataduras quedan rápidamente rotas por la fe del hombre y por la gracia de Dios. Nuestros pecados son borrados por el único remedio curativo: el bautismo en el Verbo (cf. Gél 3,27; Rm 6,3).

XXX
La fe es educada por el Espíritu Santo

1. Quedamos lavados de todos nuestros pecados y, de repente, ya no somos malos; es la gracia singular de la iluminación, por la que nuestra conducta ya no es la misma que la de antes del baño bautismal. Y como el conocimiento (que ilumina la inteligencia) surge al mismo tiempo que la iluminación, así, de súbito, sin haber aprendido nada, oímos llamarnos discípulos; la instrucción nos fue conferida anteriormente, pero no puede concretarse en qué momento.

2. La catequesis conduce a la fe (cf. Rm 10,17); y la fe, en el momento del santo bautismo, es educada por el Espíritu Santo. El apóstol ha explicado con gran precisión que la fe es la única y universal salvación de la humanidad; y que es un don que el Dios justo y bueno da a todos por igual:

3. "Antes de llegar la fe, estábamos bajo la custodia de la ley, a la espera de la fe que debía ser revelada. De modo que la ley fue nuestro pedagogo, que nos condujo a Cristo, para que fuéramos justificados por la fe. Pero, llegada ésta, ya no estamos bajo el pedagogo" (Gál 3,23-25).

XXXI
Todos los cristianos son hijas e hijos de Dios

1. ¿Es que no se dan cuenta de que ya no estamos bajo esta ley, bajo el yugo del temor, sino bajo el Verbo, el Pedagogo de la libertad? Más adelante, añade el apóstol unas palabras que excluyen toda acepción de personas: "Todos son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Porque todos los que han sido bautizados en Cristo se han revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, porque todos son uno en Cristo Jesús" (Gál 3,26-28).

2. Así, no son unos gnósticos y otros psíquicos en el mismo Verbo, sino que todos los que han rechazado la concupiscencia de la carne son iguales; son espirituales ante el Señor. Por otra parte, añade aún el apóstol: "Todos nosotros hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo, ya judíos, ya griegos, ya esclavos, ya libres; y todos hemos bebido una única bebida" (1Cor 12,13).

XXXII
Hemos pasado por el filtro del bautismo

1. Sin embargo, no está fuera de lugar utilizar el mismo lenguaje de esta gente, cuando sostienen que el recuerdo de las cosas mejores es un pasar por el filtro del espíritu. Entienden por filtración la purificación o separación del mal, operación que se consigue por el recuerdo de las cosas buenas. El que llega a recordar el bien se arrepiente necesariamente de sus malas obras; el mismo espíritu, alegan ellos, se arrepiente y se eleva presuroso hacia lo alto. Así también nosotros, cuando nos arrepentimos de nuestros pecados y renunciamos a sus malas consecuencias, pasamos por el filtro del bautismo y corremos hacia la luz eterna, como hijos hacia el Padre.

2. Jesús, exultando de gozo bajo la acción del Espíritu Santo, dice: "Yo te bendigo, Padre, Dios del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes, y las ha revelado a los pequeños" (Lc 10,21; cf. Mt 11,25). Pequeños y párvulos: así nos llama nuestro Pedagogo y Maestro, a nosotros que estamos mejor dispuestos para la salvación que los sabios de este mundo, quienes por creerse sabios han quedado ciegos (cf. Rm 1,22; 1Tm 6,4).

3. Rebosante de júbilo y de alegría, Jesús exclama, como con el balbuceo de los párvulos: "Sí, Padre, porque tal ha sido tu beneplácito" (Lc 10,21; cf. Mt 11,25). Por eso, lo que se estuvo oculto a los sabios y a los prudentes de este siglo, fue revelado a los más pequeños.

4. Y es que son pequeños, sin duda, los hijos de Dios, porque se han despojado del hombre viejo, se han quitado la túnica de la maldad (cf. Jds, 23) y se han revestido de la incorruptibilidad de Cristo (cf. Ef 4,22.24; 1Cor 15,53; 2Cor 5,17), a fin de que, renovados, pueblo santo (cf. 1Pe 2,9), regenerados, conservemos al hombre sin mancha, y en verdad, niño, recién nacido de Dios, limpio de la fornicación y de la maldad.

XXXIII
Los cristianos son dóciles al Verbo, y proceden libremente

1. Con gran claridad el bienaventurado Pablo ha expuesto el tema que nos ocupa en su Carta I a los Corintios: "Hermanos, no sean como niños en el juicio; sean niños sólo en la malicia; pero adultos en el juicio" (1Cor 14,20).

2. Por otra parte, aludiendo a su vida conforme a la ley, añade: "Cuando yo era niño razonaba como un niño, hablaba como un niño" (1Cor 13,11); no quiere decir con esto que ya entonces fuese sencillo; por el contrario, como insensato, perseguía al Verbo, porque pensaba como niño, y blasfemaba del Verbo, puesto que hablaba como un niño. En efecto, el término niño tiene un doble sentido.

3. Pablo dice de nuevo: "Cuando me hice hombre, acabé con las cosas de niño" (1Cor 13,11). No se refiere al escaso número de años, ni a una medida determinada de tiempo, ni a otras enseñanzas secretas de doctrinas propias de hombres adultos y bien formados, cuando afirma haber dejado y superado la niñez y las cosas infantiles. Él llama niños a los que viven bajo la ley y andan temerosos, como los niños por el cuco (mormolukeíos); llama, en cambio, hombres a los que son dóciles al Verbo y actúan libremente. Nosotros, que hemos creído, somos salvados por una libre elección, y tememos prudentemente, no irreflexivamente.

4. El mismo apóstol testifica acerca del particular, al afirmar que los judíos son los herederos según la antigua Alianza, y que nosotros lo somos según la promesa: "Mientras el heredero es un niño, aunque sea propietario de sus bienes, no se diferencia en nada del esclavo, ya que está bajo la tutela de los tutores y administradores, hasta la fecha señalada por el padre. Así, nosotros, en nuestra niñez, estábamos sometidos a los elementos del mundo. Pero cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para redimir a los que estaban bajo la ley, y para que recibiéramos la adopción filial" (Gál 4,1-5).

XXXIV
Los cristianos son niños en Cristo

1. Mira cómo reconoció que eran niños los que estaban bajo el temor y el pecado; en cambio, dio el nombre de hijos a los que están bajo la fe, asimilándolos a los adultos, para diferenciarlos de los pequeños que están bajo la ley. Dice: "Ya no eres esclavo, sino hijo; y por ser hijo, eres también heredero de Dios" (Gál 4,7). Y ¿qué le falta al hijo, después de la herencia?

2. Sería acertado interpretar así este pasaje: "Cuando era niño" (1Cor 13,11), es decir, cuando era judío, "razonaba como un niño" (1Cor 13,11), porque seguía la ley. "Pero desde que me hice hombre ya no razono como un niño" (1Cor 13,11), es decir, según la ley, sino que razono como un hombre, es decir, según Cristo, porque la Escritura (como apuntábamos más arriba; cf. 2Cor 11,2; Ef 4,13) llama solamente a Cristo hombre: "He dejado las cosas de niño" (1Cor 13,11). En efecto, la condición de niño en Cristo es la perfección en comparación con la ley.

3. Llegados a este punto, debemos abordar la defensa de nuestra condición de niño y tratar, además, de dar una explicación de las palabras del apóstol: "Les di de beber leche, como niños en Cristo; no alimento sólido, porque aún no podían tomarlo, como tampoco ahora" (1Cor 3,1-2). No creo que deba interpretarse este pasaje refiriéndolo a los judíos. En efecto, citaré otro texto paralelo de la Escritura: "Los conduciré a una tierra próspera, que mana leche y miel" (Ex 3,8. 17).

XXXV
El Verbo nos alimenta

1. La comparación de estos textos revela una seria dificultad de comprensión. Si la infancia con su régimen alimenticio de leche es principio de la fe en Cristo, y se la desprecia como infantil e imperfecta, ¿cómo el supremo reposo del hombre perfecto, que ha ingerido alimento sólido, de nuevo es honrado con leche infantil?

2. Quizás el como, al mostrar una comparación, revela una analogía; a buen seguro, el pasaje debe interpretarse así: "Les di de beber leche en Cristo" (1Cor 3,12), y, tras una breve pausa, añadir: "como a niños" (1Cor 3,1), de modo que esta pausa en la lectura permita esta interpretación:

3. Los he instruido en Cristo con "un alimento simple, verdadero, natural y espiritual" (cf. 1 Co 10,3). Tal es la naturaleza alimenticia de la leche, que brota de los pechos nutricios; de manera que en conjunto puede entenderse así: como las nodrizas alimentan con su leche a los recién nacidos, así también yo, con el Verbo, que es la leche de Cristo, los alimento con un alimento espiritual.

XXXVI
Recibiremos el alimento sólido en la vida futura

1. Así entonces, la leche perfecta es un alimento perfecto, que conduce a la meta sin fin. Por esta razón, para el eterno descanso se promete esta misma leche y miel. Con razón el Señor promete aún leche a los hombres justos, para mostrar que el Verbo es, a la vez, el "alfa y la omega" (Ap 1,8; 1,11; 21,6; 22,13), principio y fin. Algo de esto vaticina ya Homero, cuando, sin proponérselo, llama a los hombres justos "seres que se alimentan de leche" (galactófagos; Homero, Ilíada, XIII, 5-6).

2. Pero también puede interpretarse dicho pasaje de la Escritura desde otro punto de vista: "Yo, hermanos, no pude hablarles como a hombres espirituales, sino como a seres carnales, como a niños en Cristo" (1Cor 3,1). Por "carnales" puede entenderse los recientes catecúmenos, todavía niños en Cristo.

3. A quienes ya han creído por el Espíritu Santo, los llamó espirituales, y a los recién catequizados y que no han sido purificados, los llamó carnales; naturalmente, los llama carnales porque, al igual que los paganos, tienen aún pensamientos carnales.

4. "Puesto que mientras haya en ustedes envidia y discordia, ¿no son acaso carnales, y no se comportan humanamente? (1Cor 3,3). De ahí que el apóstol diga: "Les di de beber leche" (1Cor 3,2), que viene a significar: les he dispensado conocimiento, que, a través de la catequesis, los nutrirá para la vida eterna. Ahora bien, la expresión "les di de beber" (1Cor 3,2) es el símbolo de una participación perfecta: son los adultos los que beben, los niños, en cambio, maman.

5. "Mi sangre, dice el Señor, es verdadera bebida" (Jn 6,55). ¿Quizá cuando dice: "Les di de beber leche" (1Cor 3,2), alude a la perfecta alegría en el Verbo, que es leche, al conocimiento de la verdad? Y lo que a continuación dice: "No alimento sólido, porque aún no podían soportarlo" (1Cor 3,2), puede aludir a la clara revelación que, "alimento sólido", se hará cara a cara en la vida futura.

6. Porque ahora vemos, "como reflejado en un espejo (dice el apóstol), pero luego cara a cara" (1Cor 13,12). Y aún añade: "Pero ahora no pueden, porque son carnales" (1Cor 3,2), puesto que albergan pensamientos propios de la carne, deseos, amores, celos, cóleras, envidias (cf. Ga 5,19-21); no porque aún estemos en la carne (cf. Rm 8,9) (como algunos han creído-), porque con esta carne y con faz angélica (cf. Lc 20,36; Hb 6,15; 1Cor 13,12) podremos llegar a ver cara a cara (cf. 1Cor 13,12) la promesa.

XXXVII
El Verbo es siempre el mismo

1. Si la promesa se realiza tras nuestra partida de esta tierra, y se refiere a "aquello que jamás ojo alguno vio, ni pasó por mente de hombre" (1Cor 2,9), ¿cómo pretenden algunos conocer, sin la ayuda del Espíritu, sino mediante el estudio, "lo que jamás oído oyó" (1Cor 2,9), fuera de aquél "que fue arrebatado hasta el tercer cielo" (2Cor 12,4), e incluso éste ha recibido la orden de callarse?

2. Si, por el contrario (como también puede suponerse), el conocimiento del que se enorgullecen es una sabiduría humana, escucha la advertencia de la Escritura: "Que no se gloríe el sabio en su sabiduría, que el fuerte no se gloríe en su fuerza" (Jr 9,22); "el que se gloríe, gloríese en el Señor" (1Cor 1,31; 2Cor 10,17; cf. Jr 9,24) Pero nosotros, "que hemos sido instruidos por Dios" (1Ts 4,9), nos gloriamos en el nombre de Cristo (cf. Flp 3,3).

3. ¿Cómo, entonces, no suponer que el apóstol ha pensado en la "leche de los párvulos" en este sentido? Si los jefes de la Iglesia, a semejanza del buen pastor (cf. Jn 10,11-14) son los pastores y nosotros somos su rebaño, cuando el apóstol afirma que el Señor es la leche del rebaño (cf. 1Cor 9,7), ¿acaso no se expresa así para mantener la coherencia de la alegoría? En este sentido debemos interpretar el citado pasaje: "Les di de beber leche, no alimento sólido, porque aún no eran capaces" (1Cor 3,2): esto no significa que se trate de un tipo de alimento distinto de la leche, porque en esencia son lo mismo. Igualmente, el Verbo es siempre el mismo; suave y dulce como la leche; sólido y consistente como el alimento sólido.

XXXVIII
La esperanza es la sangre de la fe

1. Sin embargo, aunque interpretamos el texto así, podemos pensar que la predicación es leche derramada con largueza, y alimento sólido es la fe, que por la catequesis se ha constituido en firme fundamento; porque tiene más consistencia que lo que entra por el oído, y se la compara por eso al alimento sólido en cuanto ha adquirido consistencia en el alma.

2. El Señor nos da a conocer este alimento en el evangelio de san Juan, mediante símbolos: "Coman mis carnes y beban mi sangre" (Jn 6,53), dice, aludiendo alegóricamente con las palabras "comida y bebida" a la manifestación de la fe y de la promesa.

3. La Iglesia (que, como humana, se compone de múltiples miembros) se reaviva, se desarrolla, se cohesiona y adquiere consistencia por este doble alimento: la fe es su cuerpo; la esperanza, su alma. Como también el Señor está constituido de carne y sangre. La esperanza, en realidad, es la sangre de la fe; ella como alma, es la que mantienen la cohesión de la fe. Y si la esperanza se desvanece, como sangre que se derrama, la vitalidad de la fe se debilita.

XXXIX
Identidad de naturaleza entre la leche y la sangre

1. Si los que tienen deseos de disputas siguen sosteniendo que la leche significa las primeras enseñanzas. Es decir, los primeros alimentos, mientras que el alimento sólido simboliza los conocimientos espirituales, por más que pretendan situarse en la cima del conocimiento, deben saber que, si llaman comida al alimento sólido, a la carne y a la sangre de Jesús, se enfrentan, por su orgullosa sabiduría, a la simplicidad de la verdad.

2. La sangre es, sin duda, el primer elemento generado en el hombre; algunos, incluso, se han atrevido a sostener que constituye la sustancia del alma (cf. Galeno, De placitis Hippocratis et Platonis, II, 8). Ciertamente la sangre se transforma por una fermentación natural, cuando la madre va a dar a luz. Por una especie de simpatía de ternura pierde su color y se vuelve blanca, para que el niño no se asuste. La sangre es, además, lo más fluido de la carne (cf. Plutarco, Morales, 495e-496a); algo así como carne en estado de fluidez; a su vez, la leche es lo más nutritivo y sutil de la sangre (cf. Lv 17,11-14; Dt 18,23).

3. Ya sea que se trate de la sangre aportada al embrión y que le es enviada por el cordón umbilical de la matriz, ya de la sangre menstrual, que desviada de su curso natural recibe la orden avanzar hasta los pechos dilatados (cumpliendo órdenes de Dios que a todos crea y alimenta) y que alterada por un soplo caliente, ofrece al recién nacido un alimento agradable, no es otra cosa sino sangre que se transforma. Los pechos, más que otros miembros del cuerpo, están en estrecha relación con la matriz (cf. Galeno, De Usu Partium, IV,8).

4. En efecto, en el momento del parto queda cortado el conducto por el que circulaba la sangre hasta el embrión, se produce una interrupción del circuito y la sangre lleva hacia los pechos la dirección de su impulso y éstos se dilatan por hacerse el aflujo de sangre muy abundante; entonces la sangre se transforma en leche (cf. Galeno, In Hippocratis de Alimentis, III,15) de la misma manera que se transforma, en un proceso ulceroso, en pus.

5. También puede ser que por la dilatación de las venas que hay en los pechos, debido al esfuerzo del parto, la sangre fluya a las cavidades naturales de los pechos. Entonces el soplo impulsado desde las arterias vecinas se mezcla con la sangre, que, aun manteniendo íntegra su sustancia, al desbordarse, se vuelve blanca y se transforma en espuma por este choque. Experimenta la sangre algo parecido a lo que se da en el mar, del cual dicen los poetas, que bajo el embate de los vientos, "escupe espuma salada" (Homero, Ilíada, IV, 426). Con todo, la sangre mantiene su sustancia.

XL
La sangre del Verbo es como leche

1. De manera semejante, también los ríos, en su impetuoso curso, azotados por el viento, con el que se funden en toda su superficie, bullen de espuma (cf. Homero, Ilíada, V, 599; XVIII, 403; XXI, 325); también nuestra saliva se hace blanca cuando soplamos. Partiendo de estos hechos, ¿qué hay de absurdo en pensar que la sangre por efecto del soplo (arterial) se transforme en una materia muy brillante y muy blanca? Sufre, en efecto, un cambio cualitativo, no sustancial.

2. Con toda seguridad, sería muy difícil encontrar algo más nutritivo, más dulce y más blanco (cf. Is 1,18; Prov 9,8; Mc 9,3) que la leche. Y en todo el alimento espiritual (cf. 1Cor 10,3) se le asemeja; es, en efecto, dulce, por la gracia; nutritivo porque es vida; blanco como el día de Cristo. Así, entonces, ha quedado bien claro que la sangre del Verbo es como leche.

XLI
Dios es el padre nutricio de todos los seres

1. La leche así elaborada durante el parto, se le administra al bebé, y los pechos que hasta entonces se dirigían erguidos hacia el marido, se inclinan ahora hacia el niño, aprendiendo a ofrecerle el alimento fácil de digerir elaborado por la naturaleza para su saludable alimentación. Los pechos no están como las fuentes, repletos de leche ya preparada, sino que, transformando dentro de sí mismos el alimento, elaboran la leche y la hacen fluir.

2. Este es el alimento apropiado y conveniente para un niño recién constituido y recién nacido, alimento dispensado por Dios (padre nutricio de todos los seres generados y regenerados; Ex 16), como el maná que llovía del cielo para los antiguos hebreos (cf. Ex 16,1), el alimento celestial de los ángeles (cf. Sal 77,25; Sb 16,20).

3. Sin duda, las nodrizas también hoy llaman maná al primer manar de la leche, por homonimia con aquel alimento. Las mujeres embarazadas, al llegar a ser madres, manan leche; pero Cristo, el Señor, el fruto de la Virgen, no llamó dichosos a aquellos pechos (cf. Lc 11,27-28), ni los juzgó nutricios, sino que, cuando el Padre, amante y benigno, derramó el rocío (cf. Is 45,8) de su Verbo, se convirtió él mismo en alimento espiritual para los que practican la virtud.

XLII
El admirable misterio de la Trinidad y la Iglesia

1. ¡Admirable misterio! Uno es el Padre de todos, uno el Verbo de todos, y uno el Espíritu Santo, el mismo en todas partes; una única Virgen que se ha convertido en madre; me complace llamarla Iglesia. Esta madre única no tuvo leche, porque es la única que no fue mujer; es al mismo tiempo virgen y madre; íntegra como virgen, llena de amor, como madre. Ella llama por su nombre a sus hijos y los alimenta con la leche santa, con el Verbo nutricio.

2. No tuvo leche porque la leche era ese niño pequeño, hermoso y familiar, esto es, el cuerpo de Cristo. Con el Verbo alimenta al joven pueblo, que el mismo Señor trajo al mundo con dolores de parto y al que envolvió en pañales con su preciosa sangre.

3. ¡Santo parto! ¡Santos pañales! El Verbo lo es todo para esa criatura: padre y madre, pedagogo y nodriza. "Coman, dice, mi carne y beban mi sangre" (Jn 6,53). He aquí los excelentes alimentos que el Señor nos da generosamente: ofrece su carne y derrama su sangre. Nada les falta a los niños para su desarrollo.

XLIII
El Verbo derramó su sangre para salvar a la humanidad

1. ¡Extraordinario misterio! Se nos manda despojarnos de la vieja corrupción de la carne (como también del viejo alimento) y seguir un nuevo régimen de vida: el de Cristo; y, recibiéndolo, si nos es posible, hacerlo nuestro y meter al Salvador en nosotros para destruir así las pasiones de la carne.

2. Pero quizás no quieras entenderlo en este sentido, y prefieras una explicación más general; escucha, entonces, ésta: la carne, para nosotros, significa, simbólicamente al Espíritu Santo, ya que la carne ha sido creada por él. La sangre alude alegóricamente al Verbo, puesto que, como sangre generosa, el Verbo se derrama sobre nuestra vida; la mezcla de ambos es el Señor, alimento de las criaturas. El Señor es, en efecto, Espíritu y Verbo.

3. El alimento, es decir, el Señor Jesús, el Verbo de Dios, es espíritu hecho carne, carne celestial santificada. El alimento es la leche del Padre, por el que únicamente nosotros, las criaturas, somos amamantados. Y él, "el amado" (Mc 1,11; cf. Is 42,1), el Verbo, quien nos alimenta, ha derramado su sangre por nosotros, salvando así a la humanidad.

4. Nosotros, que por su mediación hemos creído en Dios, nos refugiamos en el regazo del Padre "que hace olvidarlos dolores" (Homero, Ilíada, XXII, 83), es decir, nos refugiamos en el Verbo. Solamente él, como es natural, ofrece a los pequeños, a nosotros, la leche del amor; y sólo son realmente felices (cf. Lc 11,27) quienes se alimentan de estos pechos.

XLIV
Los cristianos, como recién nacidos, necesitan la leche espiritual

1. Por eso dice Pedro: "Despójense de toda maldad y de todo engaño, de la hipocresía, la envidia y la maledicencia; como niños recién nacidos, deseen la leche espiritual, a fin de que, por ella, crezcan para la salvación, si es que han gustado cuán bueno es Cristo el Señor" (1Pe 2,1-3; cf. Sal 33,9). Pero si se les concediera a nuestros oponentes que el alimento sólido es de diferente naturaleza que la leche, ¿cómo no caerían finalmente en el error por no haber comprendido las leyes de la naturaleza?

2. En invierno, cuando el clima todo lo paraliza y no deja salir al exterior el calor que permanece enclaustrado en el cuerpo, el alimento consumido y digerido, se convierte en sangre que fluye por las venas. Puesto que el aire no circula por ellas, se tensan al máximo y laten con fuerza; y es precisamente entonces cuando las nodrizas están repletas de leche.

3. Hemos demostrado hace poco (cf. I, XXXIX, 2-5) que, al dar a luz, la sangre se transforma en leche sin tener lugar una mutación sustancial, como sucede con los cabellos rubios que se tornan blancos al ir envejeciendo. En cambio, en el verano, el cuerpo, al estar más flácido, deja pasar el alimento con más facilidad y la leche no abunda, porque tampoco abunda la sangre, porque no se asimila todo el alimento.

XLV
El Verbo es fuente de vida y alimento de la verdad

1. Por tanto, si la transformación del alimento produce la sangre, y ésta se convierte en leche, la sangre viene a ser la preparación de la leche, como el semen lo es del hombre y la semilla de uva de la vid. De modo que, al nacer, somos amamantados con leche, con este alimento que es del Señor; y, del mismo modo, desde el momento en que somos regenerados, recibimos en seguida la esperanza del reposo final en la Jerusalén de lo alto (cf. Gál 4,26), en donde, según está escrito, manan la leche y la miel (cf. Ex 3,8.17). Mediante este alimento material se nos promete también el alimento santo.

2. Los alimentos, como dice el apóstol (cf. 1Cor 6,13), se destruyen, pero el alimento que proporciona la leche conduce hasta los cielos, convirtiéndonos en ciudadanos del cielo e incorporándonos al coro de los ángeles. Y como el Verbo es "fuente de vida" (Ap 21,6) que brota, y recibe también el nombre de "río de aceite" (Ez 32,14; Dt 32,13; Ap 21,6), se comprende que Pablo lo llame alegóricamente "leche", cuando dice: "Les di de beber" (1Cor 3,2), porque el Verbo, alimento de la verdad, se bebe. Ciertamente, puede decirse que la bebida es un alimento líquido.

3. Un mismo alimento puede considerarse sólido o líquido, según, claro está, el aspecto que consideremos. Por ejemplo, el queso es coagulación de leche; no es más que leche solidificada. No me jacto de ser especialista en el empleo de estas palabras; sólo pretendo decir que una única sustancia suministra dos tipos de alimento. Así, la leche que nutre a los lactantes es, a la vez, para ellos, bebida y alimento sólido.

4. El Señor ha dicho: "Yo tengo un alimento que ustedes no conocen (Jn 4,32); mi alimento consiste en hacer la voluntad del que me ha enviado" (Jn 4,34). He aquí otro alimento (la voluntad de Dios), que de modo semejante a la leche, se llama, alegóricamente, alimento.

XLVI
El Verbo es el pan del cielo

1. Con lenguaje figurado, llama cáliz al cumplimiento de su pasión (cf. Mt 20,22-23; 26,39. 42; Mc 10,38. 39; 14,36; Lc 22,42; Jn 18,11), porque tenía que beberlo y apurarlo hasta el final él solo. Así, para Cristo, el alimento era el cumplimiento de la voluntad del Padre; mientras que para nosotros, pequeños, el alimento es el mismo Cristo: nosotros bebemos del Verbo de los cielos; de ahí que la palabra procurar sea sinónima de buscar, ya que los pequeños que buscan al Verbo se nutren de la leche que les proporcionan los amorosos pechos del Padre.

2. Además, el Verbo se llama a sí mismo "pan del cielo": "No les dio Moisés el pan del cielo, sino mi Padre, les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da vida al mundo. Y el pan que yo les daré, es mi carne para la vida del mundo" (Jn 6,32-33.51).

3. Adviértase el sentido místico del pan, al que llama su carne, y de la que se dice que resucitará; como germina el trigo tras la siembra y la descomposición, también su carne mediante el fuego se reconstituye, para gozo de la Iglesia, como pan que ha sido cocido.

XLVII
El Verbo debía padecer por nosotros

1. Pero mostraremos de nuevo con más detenimiento y claridad estas cuestiones en nuestro tratado Sobre la Resurrección. Porque dijo: "El pan que yo les daré es mi carne" (Jn 6,51), carne irrigada por la sangre, y el vino designa alegóricamente la sangre. Como es sabido, cuando echamos migas de pan a una mezcla de vino, éstas absorben el vino, aunque permanece el elemento acuoso; así también la carne del Señor, el Pan de los cielos, absorbe la sangre, elevando a los hombres celestiales hacia la incorruptibilidad, y deja en la corrupción solamente los deseos carnales, destinados a la corrupción.

2. De muchas maneras se llama alegóricamente al Verbo: comida, carne, alimento, pan, sangre, leche. El Señor es todo esto para beneficio nuestro porque hemos creído en él. Que nadie se extrañe si alegóricamente llamamos leche a la sangre del Señor. ¿No se le llama también alegóricamente a esa sangre, vino?

3. "El que lava (dice) en el vino su manto y en la sangre de la viña su vestido" (Gn 49,11). Afirma que en su propia sangre se embellecerá el cuerpo del Verbo y que con su espíritu alimentará a los que tengan hambre del Verbo. Que la sangre es el Verbo lo atestigua la sangre del justo Abel, que clama a Dios (cf. Gn 4,10; Mt 23,35; Hb 11,4).

4. En efecto, la sangre jamás puede emitir sonidos, a no ser que por sangre entendamos, alegóricamente, el Verbo. Aquel justo antiguo (Abel) era figura del Justo nuevo, y la sangre antigua hablaba en nombre de la sangre nueva. Quien clama a Dios es la sangre, que es el Verbo, y señala al Verbo destinado a sufrir.

XLVIII
Sobre la concepción humana

1. Por lo demás, la misma carne y la sangre que en ella hay, se reaniman y crecen con la leche, por una especie de amoroso reconocimiento. La formación del embrión se lleva a cabo cuando el esperma se une al residuo puro producido por el flujo menstrual. La potencia que está en el semen, al coagular la naturaleza de la sangre, como el cuajo coagula la leche, elabora la sustancia de lo que se conformará después. La mezcla germina, pero el exceso puede provocar la esterilidad.

2. La semilla de la tierra, inundada por una lluvia excesiva, se echa a perder y, si por la sequedad está falta de humedad, se seca; contrariamente, una humedad viscosa permite la cohesión de la semilla y la hace germinar.

3. Algunos suponen que la espuma de la sangre constituye la esencia del ser viviente (cf. Hipócrates, De Octimestri Parte, 1). La sangre, agitada violentamente por el calor natural del varón en el momento de la unión, forma espuma y se esparce por los conductos espermáticos. De ahí pretende Diógenes de Apolonia que han tomado nombre los afrodisia, de los placeres venéreos (cf. Diógenes de Apolonia, Fragmentos, 60).

XLIX
El Verbo nos alimenta con su leche

1. Es del todo evidente que la sangre constituye la sustancia del cuerpo humano. El seno de la mujer alberga en primer lugar una substancia líquida, semejante a la leche; luego, esta substancia se convierte en sangre y carne; adquiere espesor en la matriz por la acción de un hálito natural y cálido, que configura el embrión y lo vivifica.

2. Después del parto, el niño sigue alimentándose aún de esa misma sangre, puesto que el flujo de la leche es la substancia de la sangre; y la leche es fuente de nutrición; por ella se evidencia también que realmente la mujer ha dado a luz y es madre; de ahí toma también su encanto la ternura maternal. Por eso el Espíritu Santo pone misteriosamente en boca del apóstol las palabras boca del Señor: "Les di de beber leche" (1Cor 3,2).

3. Si, en efecto, hemos sido regenerados en Cristo, el que nos ha regenerado nos alimenta con su propia leche, es decir, el Verbo. Y lógico es que todo procreador procure alimento al ser que ha engendrado. Y así como ha sido espiritual para el hombre la regeneración, así también lo ha sido el alimento.

4. Hemos sido asimilados a Cristo plenamente: en parentesco, por su sangre, por la cual hemos sido lavados; en los mismos sentimientos, por la educación y simpatía que hemos recibido del Verbo; en incorruptibilidad, por la formación que él nos ha dado. "Entre los mortales, educar a los hijos proporciona a menudo más satisfacciones que engendrarlos" (Biotos, Fragmentos de Medea, 1). La sangre y la leche son, indistintamente, símbolo de la pasión y de las enseñanzas del Señor.

L
El bautismo se recibe para remisión de los pecados

1. Por tanto, como niños que somos, podemos gloriarnos en el Señor y exclamar: "Me enorgullezco de haber nacido de un padre tan bueno y de su sangre" (Homero, Ilíada, XXI, 109; XX, 241). Que la leche procede de la sangre por un proceso de transformación, está más que claro; no obstante, podemos aprender de lo que sucede con los pequeños rebaños de ovejas y de vacas.

2. Durante la estación que nosotros convenimos en llamar primavera, cuando el tiempo es húmedo, y la hierba y los pastos son abundantes y frescos, estos animales se hinchan primero de sangre, a juzgar por la distensión de las venas y la curvatura de sus arterias; esta sangre se convierte en leche abundante. En cambio, en verano, sucede todo lo contrario, la sangre se calienta y se seca por el calor, paralizando dicho proceso de transformación; por tanto se obtiene menor cantidad de leche.

3. La leche tiene una cierta afinidad natural con el agua, como la que existe entre el alimento espiritual y el baño espiritual (bautismo). Por ejemplo, si a la leche le añadimos un poco de agua fresca, la combinación reporta, al punto, notorios beneficios: la mezcla de la leche con el agua impide que aquélla se vuelva ácida, porque la leche se digiere, no bajo el efecto de antipatía, sino bajo el efecto de la simpatía con el agua.

4. El Verbo tiene con el bautismo la misma afinidad que la leche con el agua. La leche es el único líquido que posee esta propiedad: se mezcla con el agua para purificarnos, como también se recibe el bautismo para la remisión de los pecados (cf. Mt 3,6; Mc 1,4).

LI
El Verbo es el único que alimenta, fortifica e ilumina

1. La leche también se mezcla con la miel, porque un efecto purificador, al tiempo que produce un alimento agradable. El Verbo, al mezclarse íntimamente con el amor del hombre, sana las pasiones y purifica también los pecados. Aquello de que su "voz fluía más dulce que la miel" (Homero, Ilíada, I, 249), creo que fue dicho por el Verbo, que es la miel. En diversos lugares la profecía lo eleva "por encima de la miel y del jugo de los panales" (Sal 18,11; 118,103) La leche se mezcla también con el vino dulce, y dicha mezcla resulta saludable; es como si su naturaleza, al mezclarla con el vino, se volviera incorruptible: porque por el efecto del vino la leche se decanta en suero, se descompone, y lo sobrante se desecha.

2. Así la unión espiritual entre la fe y el hombre sujeto a las pasiones, la fe decanta las pasiones de la carne, confiere al hombre una mayor firmeza para la eternidad, haciéndole inmortal juntamente con los seres divinos.

3. Son muchos los que para alumbrarse utilizan la grasa de la leche, que recibe el nombre de manteca; con ello simbolizan claramente al Verbo, rico en aceite: el único, en verdad, que alimenta, fortifica e ilumina a los pequeños.

LII
La perfección cristiana consiste identificarse con Jesucristo

1. Por eso la Escritura dice del Señor: "Les dio a comer los frutos de los campos, les hizo gustar la miel salida de la roca, y el aceite sacado de la dura piedra, la mantequilla de las vacas, y la leche de las ovejas con la grasa de corderos" (Dt 32,13-14); éstos fueron los alimentos que, amén de otros, les proporcionó. Y el profeta, anunciando el nacimiento del niño, manifiesta que "se alimentará de manteca y miel" (Is 7,15).

2. A veces me sorprende el hecho de que algunos se atrevan a llamarse perfectos y gnósticos (cf. 1Cor 8,1), y, con orgullo y arrogancia, se consideren superiores al apóstol. Pablo dice de sí mismo: "No es que ya haya alcanzado el fin, o que ya sea perfecto; pero sigo adelante por si logro alcanzarlo, porque yo, a mi vez, fui alcanzado por Cristo. Hermanos, estoy convencido de no haber alcanzado aún la meta; una cosa sí hago: olvidando lo que dejo atrás, y lanzándome a lo que me queda por delante, puestos los ojos en la meta, sigo veloz hacia el premio de la soberana vocación en Cristo Jesús" (Flp 3,12-14).

3. Si se considera perfecto es por haber abandonado su vida a anterior y porque tiende a una vida mejor. Se considera perfecto, no en el conocimiento, sino porque desea la perfección. Por eso añade: "Los que somos perfectos, tenemos tales pensamientos" (Flp 3,15). Es evidente que llama perfección a la liberación del pecado, al resurgimiento de la fe en el Verbo, que es el único ser perfecto, olvidando de los pecados anteriores.

E
El pedagogo Jesús y su pedagogía

LIII
Jesucristo conduce a la salvación

1. Tras haber mostrado que la Escritura nos da a todos el nombre de niños, y que cuando seguimos a Cristo se nos llama alegóricamente pequeños (o: párvulos) y que sólo el Padre de todos es perfecto (porque en él está el Hijo, y en el Hijo está el Padre; cf. Jn 10,38; 17,21), siguiendo nuestro plan, debemos decir quién es nuestro Pedagogo.

2. Se llama Jesús. Algunas veces se llama a sí mismo pastor, y dice: "Yo soy el buen pastor" (Jn 10,11.14). Con una metáfora tomada de los pastores que guían sus ovejas se indica al Pedagogo, guía de los niños, solícito pastor de los pequeños; porque se les denomina alegóricamente ovejas a los pequeños por su sencillez.

3. "Y todos formarán (afirma) un solo rebaño y un solo pastor" (Jn 10,16). Con razón el Verbo es llamado pedagogo, puesto que a nosotros, los niños, nos conduce a la salvación. Con toda claridad, él dice de sí mismo por boca de Oseas: "Yo soy su educador" (Os 5,2). La religión es una pedagogía que comporta el aprendizaje del servicio de Dios, la educación para alcanzar el conocimiento de la verdad, y la recta formación que conduce al cielo.

LIV
La pedagogía de Dios es la que señala el camino recto

1. La palabra pedagogía engloba diversos significados: puede referirse al que es guiado y aprende; al que dirige y enseña; en tercer lugar, a la educación misma; finalmente, a las cosas enseñadas: por ejemplo, los preceptos. La pedagogía de Dios es la que indica el camino recto de la verdad, que lleva a la contemplación de Dios; es también el modelo de la conducta santa en una eterna perseverancia.

2. Como el general que dirige su falange, velando por la salvación de sus soldados, o como el piloto que gobierna su nave y procura poner a salvo a la tripulación, así también el Pedagogo guía a los niños hacia un género de vida saludable, por el solícito cuidado que tiene de nosotros. Si obedecemos al Pedagogo, obtendremos todo lo que razonablemente pidamos a Dios (cf. Jn 14,13).

3. Como el piloto no cede siempre ante el empuje embravecido de los vientos, sino que en ocasiones se coloca con la proa frente a las borrascas, así el Pedagogo no cede a los vientos que soplan en este mundo, ni expone al niño frente a ellos como si de un barco se tratara para que lo haga pedazos, sumergiéndose en una vida animal y desenfrenada; al contrario, llevado sólo por el Espíritu de la verdad, bien pertrechado, sujeta con firmeza el timón del niño (sus orejas, quiero decir) hasta que lo ancla sano y salvo en el puerto celestial. Lo que los hombres suelen llamar educación paterna no es duradera; la educación divina, en cambio, permanece para siempre.

LV
Jesucristo guía a toda la humanidad

1. Se dice que el Pedagogo de Aquiles era Fénix, y el de los hijos de Creso, Adrasto; el de Alejandro, Leónidas; el de Filipo, Nausito. Pero Fénix era un mujeriego, y Adrasto, un desterrado; Leónidas no abatió el orgullo del Macedonio, ni Nausito logró sanar la embriaguez del de Pela. El tracio Zopiro no logró contener la lujuria de Alcibíades; Zopiro era un esclavo comprado por dinero, y Siquino, el pedagogo de los hijos de Temístocles, era un esclavo negligente. Cuentan de él que bailaba, y que fue el inventor de la conocida danza sicinis.

2. No nos olvidamos de los pedagogos que, entre los persas, eran llamados reales. Eran elegidos de entre todos los persas, los cuatro mejores; y los reyes les confiaban la educación de sus hijos. Sin embargo, los niños aprendían sólo de ellos el manejo del arco, y, cuando llegaban a la pubertad, se unían a sus hermanas, a sus madres y a innumerables mujeres, legítimas o concubinas, y practicaban las relaciones sexuales como los jabalíes. Pero nuestro Pedagogo, en cambio, es el Santo Dios Jesús, el Verbo que guía a toda la humanidad; Dios mismo, que ama a los hombres, es nuestro pedagogo.

LVI
La Escritura nos presenta al Pedagogo y su pedagogía

1. En el Cántico, el Espíritu Santo habla de él así: "Proveyó de lo necesario, cuando estaba atormentado por la ardiente sed en los áridos parajes; lo protegió, lo educó y lo guardó como a la pupila de sus ojos; como el águila protege su nido y a sus polluelos, así él, extendiendo sus alas, los tomó y los llevó sobre sus plumas. Sólo el Señor los guiaba, y entre ellos no había ningún dios extranjero" (Dt 32,10-12). Me parece que la Escritura presenta al Pedagogo de forma muy clara, describiendo su pedagogía.

2. De nuevo, hablando en su propio nombre, Dios se considera a sí mismo el Pedagogo: "Yo soy el Señor tu Dios, que te ha sacado de la tierra de Egipto" (Ex 29,46). ¿Quién es el que tiene poder para conducir dentro o sacar fuera? ¿No es el Pedagogo? Él mismo que se apareció a Abraham y le dijo: "Yo soy tu Dios; sé tú agradable a mis ojos" (Gn 17,1).

3. Como excelente pedagogo lo prepara para ser niño fiel, y le dice: "Sé irreprochable; yo estableceré mi alianza contigo y con tu descendencia" (Gn 17,1.2.7). Hay aquí una comunicación amistosa por parte del maestro. Es evidente que fue también el pedagogo de Jacob.

4. Mira, le dijo, yo estaré contigo; y te guardaré dondequiera que vayas, te restituiré a esta tierra; no te abandonaré hasta haber cumplido mis promesas" (Gn 28,15). Y se añade que combatió con él: "Jacob se quedó solo, y un hombre (el Pedagogo) combatió con él hasta el alba" (Gn 32,25).

LVII
El Verbo es el pedagogo de la humanidad

1. Era él, el hombre que luchaba y combatía, el que acompañaba y entrenaba contra el Maligno al astuto Jacob. Y dado que el Verbo era el entrenador de Jacob y pedagogo de la humanidad, la Escritura dice: "Jacob le preguntó: "Revélame tu nombre"; a lo que el Señor respondió: "¿Por qué me preguntas mi nombre?" (Gn 32,30). En efecto, reservaba el nombre nuevo para el pueblo joven, para el párvulo.

2. El Señor Dios aún no tenía nombre, porque aún no se había hecho hombre. Pero: "Jacob dio a ese lugar el nombre de Visión de Dios, porque (dijo) he visto a Dios cara a cara, y mi vida ha quedado a salvo" (Gn 32,31). El rostro de Dios es el Verbo, por medio del cual Dios se hace visible y es conocido. Fue entonces cuando Jacob recibió el nombre de Israel (Gn 32,29), cuando vio al Señor Dios.

3. El mismo Dios, el Verbo, el Pedagogo, le dijo en otra ocasión: "No tengas miedo de ir a Egipto" (Gn 46,3). Mira cómo el Pedagogo sigue al hombre justo, y cómo entrena al atleta, enseñándole a derribar al adversario (cf. Gn 27,36).

4. Él mismo enseña a Moisés el oficio de la pedagogía; en efecto dice el Señor: "Si alguno ha pecado contra mí, yo lo borraré de mi libro. Y ahora, marcha y conduce a tu pueblo donde te he dicho" (Ex 32,33).

LVIII
El Señor quiere el arrepentimiento del pecador, no su muerte

1. Por esas palabras enseña la pedagogía. El Señor, por medio de Moisés, fue realmente el pedagogo del pueblo antiguo, mientras él mismo en persona fue, cara a cara, el guía del pueblo nuevo. Así dice a Moisés: "He aquí que mi ángel te precede" (Ex 32,34), poniendo ante él la potencia del Verbo como buen mensajero y guía.

2. Pero conserva su dignidad de Señor y afirma: "El día que los visite, los castigaré por su pecado" (Ex 32,34). Esto es: el día en que me erija juez, les haré pagar el precio de sus pecados, porque es, al mismo tiempo, pedagogo y juez que juzga a los que transgreden sus mandatos; y como amante que es de los hombres, el Verbo no silencia sus pecados; muy al contrario, se los reprocha para que se conviertan: "El Señor quiere el arrepentimiento del pecador y no su muerte" (Ez 18,23.32; 33,11).

3. Nosotros, cual niños, cuando oímos hablar de pecados cometidos por otros, tememos vernos amenazados con castigos semejantes, y nos abstenemos del mismo tipo de faltas. ¿En qué pecaron? "Porque en su furor degollaron hombres, y, por capricho, destrozaron toros; maldita sea su ira" (Gn 49,6-7).

LIX
La novedad del Verbo

1. ¿Quién podría educarnos con más cariño que él? En primer lugar, hubo una antigua alianza para el pueblo antiguo; la ley educaba al pueblo con temor (cf. Gál 3,24), y el Verbo era un ángel (cf. Ex 3,2). Pero para el pueblo nuevo y joven ha sido establecida una nueva y joven alianza; y el Verbo ha sido engendrado (cf. Jn 1,14), el miedo se ha trocado en amor, y aquel ángel místico, Jesús, ha nacido.

2. El mismo Pedagogo que en otro tiempo dijo: "Temerás al Señor tu Dios" (Dt 6,13; 10,20), nos exhorta ahora: "Amarás al Señor tu Dios" (Mt 22,37; Mc 12,30; Lc 10,27; Dt 6,5). Por esta misma razón nos ordena: "Quiten de ante mis ojos sus obras (los antiguos pecados) y aprendan a hacer el bien (Is 1,16); huye del mal y practica el bien (Sal 33,15; 36,27); tú has amado la justicia y has odiado la iniquidad" (Sal 44,8). Ésta es mi alianza, mi nueva alianza, grabada en la antigua letra. Así entonces, no se debe menospreciar a la novedad del Logos.

3. En el libro de Jeremías dice el Señor: "No digas: "Yo soy muy joven"; antes de formarte en el vientre de tu madre ya te conocía; y antes de que salieses del seno materno, te consagré" (Jr 1,7). Quizá esta palabra profética estaba dirigida simbólicamente a nosotros, que fuimos conocidos por Dios, con vistas a la fe, antes de la creación del mundo (cf. Ef 1,4; 1Pe 1,20); a nosotros, todavía niños, porque la voluntad de Dios acaba de cumplirse recientemente. De modo que somos recién nacidos, en cuanto a la vocación y a la salvación.

LX
Jesucristo es el Salvador

1. Y por eso añade: "Te he constituido profeta de las naciones" (Jr 1,5); con ello le dice que debía ser profeta y que el título de joven no debía considerarse como un reproche para los que son llamados niños. La ley fue una antigua gracia otorgada por el Verbo por mediación de Moisés. Por eso dice la Escritura: "La ley fue dada por medio de Moisés" (Jn 1,17); no por Moisés, sino por el Verbo. Moisés hizo de intermediario (cf. Ex 14,31), como siervo suyo; razón por la cual dicha ley sólo tuvo una vigencia pasajera. "Pero la gracia eterna y la verdad han venido por medio de Jesucristo" (Jn 1,17).

2. Consideren estas palabras de la Escritura: respecto a la ley, sólo afirma que "fue dada", pero "la verdad", que es una gracia del Padre, es la obra eterna del Verbo; asimismo, la Escritura no explícita que "fue dada", sino que fue hecha "por Jesús, sin el cual nada ha sido hecho" (Jn 1,3). Moisés, por tanto, cede proféticamente el lugar al Pedagogo perfecto, el Verbo; y anuncia su nombre y su pedagogía, al mismo tiempo que presenta el Pedagogo al pueblo, con la obligación de obedecerle.

3. "Yahveh nuestro Dios les suscitará un profeta como yo -dice- entre sus hermanos" (Dt 18,15). Es Jesús, hijo de Navé, que alegóricamente significa Jesús, el Hijo de Dios. Porque el nombre de Jesús anunciado en la Ley era una figura del Señor (cf. Col 2,17; Hb 8,5; 10,1). Moisés aconseja prudentemente al pueblo: "Escúchenle (dice), y el hombre que no escuche a este profet" (Dt 18,15. 19), y sigue amenazante. Así nos anuncia proféticamente el nombre del Salvador Pedagogo.

LXI
El Pedagogo es firme, consolador y salvador

1. La profecía le atribuye también un bastón (cf. Is 10,5; 14,15; Jr 48,17; Sal 22,4): el bastón del pedagogo, de mando, propio del que ejerce la autoridad. A quienes el Verbo persuasivo no sana, los sanará la amenaza; y si tampoco la amenaza los cura, el fuego los consumirá. "Saldrá (dice la Escritura) una vara del tronco de Jesé" (Is 11,1).

2. Considera la solicitud, la sabiduría y el poder del Pedagogo. "No juzgará según las apariencias, ni acusará según las habladurías, sino que hará justicia a los humildes, y acusará a los pecadores de la tierra" (Is 11,1.3-4). Y, por boca de David, exclama: "El Señor, que educa, me corrigió, pero no me entregó a la muerte" (Sal 118,18). Ser corregido por el Señor y tenerlo por pedagogo, equivale a ser liberado de la muerte.

3. Por boca del mismo profeta añade: "Los regirás con vara de hierro" (Sal 2,9). Así mismo, el apóstol, inspirado, escribe a los corintios: "¿Qué prefieren? ¿Que vaya a ustedes con la vara, o con caridad y espíritu de mansedumbre?" (1Cor 4,21). Y aún, por boca de otro profeta, añade: "El Señor hará surgir de Sión la vara de su poder" (Sal 109,2); "Tu vara y tu bastón (el del pedagogo) me han persuadido" (Sal 22,4), dice por boca de otro profeta. Tal es el poder del Pedagogo: firme, consolador y salvador.

F
Dios es bueno y busca nuestro bien

LXII
Dios ama los seres humanos, y se ha hecho hombre por su salvación

1. Hay quienes se obstinan en decir que el Señor no es bueno porque usa la vara, y se sirve de la amenaza y del temor. Según parece, no han entendido el pasaje de la Escritura que dice así: "Quien teme al Señor se convierte en su corazón" (Prov 21,6); olvidan, por otra parte, su más grande prueba de amor: hacerse hombre por nosotros (cf. Jn 1,14).

2. Por eso profeta, con la mayor confianza filial, le dirige esta súplica: "Acuérdate de nosotros, porque somos polvo" (Sal 102,14); es decir, compadécete de nosotros, porque habiendo sufrido tú mismo, has experimentado la debilidad de la carne (cf. Hb 4,15). Sin lugar a dudas el Señor, nuestro Pedagogo, es sumamente bueno e irreprochable, porque en su extremo amor hacia los hombres, ha compartido los sufrimientos de cada uno.

3. "Nada hay que el Señor odie" (Sb 11,24). No puede, en verdad, odiar una cosa y querer al mismo tiempo su existencia; ni puede querer que no exista algo, y hacer que exista aquello que no quiere que sea; ni es posible, en fin, que él no quiera la existencia de una cosa y que ésta exista (cf. Sb 11,24-26). Ciertamente, si el Verbo odia algo, quiere que ese algo no exista; y nada existe si Dios no le da existencia. Nada, entonces, es odiado por Dios; y, por tanto, nada es odiado por el Verbo.

4. Porque los dos son lo mismo, es decir, Dios; según está escrito: "En el principio el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios" (Jn 1,1). Y si el Verbo no odia a ninguno de los seres que ha creado, es evidente que los ama.

LXIII
Dios se preocupa y cuida de los seres humanos

1. Y, naturalmente, amará al hombre más que a los otros seres, porque es la más bella de todas sus criaturas, un ser viviente capaz de amar a Dios. Por tanto, Dios ama al hombre; luego, el Verbo ama al hombre. Quien ama desea ser útil al ser amado; y ser útil es superior a no serlo. Por otra parte, nada es superior al bien; así pues, el bien es útil. Dios es bueno (cf. Mt 19,17) (todos los reconocemos); por tanto, Dios es útil.

2. Lo bueno, en tanto que bueno, no hace otra cosa que ser útil; así, Dios es útil en todo. No puede decirse que es útil al hombre, pero que no se preocupa de él; ni tampoco que se preocupa, pero que no cuida de él. Porque ser útil deliberadamente es superior a serlo sin proponérselo, y nada es superior a Dios. Por otra parte, ser útil deliberadamente no es más que ocuparse del objeto de su solicitud: por tanto, Dios se preocupa y cuida del hombre.

3. Y lo demuestra efectivamente educándolo por medio del Verbo, que es el verdadero colaborador del amor de Dios hacia los hombres. El bien no es tal porque tenga la virtud de ser bueno, como a la justicia no se le da el nombre de bien por tener virtud, ya que ella misma, de por sí, es una virtud, sino por es buena en sí misma y por sí misma.

LXIV
La severidad de Dios

1. Con otras palabras se dice que lo útil es un bien, no porque agrade, sino porque es provechoso. Ésta es la naturaleza de la justicia: es un bien, porque es una virtud y amable por sí misma, no porque engendra placer; puesto que no juzga con miras a un favor, sino que da a cada uno lo que merece. Así que lo útil es lo que conviene.

2. Sean cuales fueren los elementos constitutivos del bien, también la justicia presenta esas características: de los mismos rasgos participan ambos; las cosas que se caracterizan por lo mismo son iguales entre sí y semejantes; por tanto, la justicia es un bien.

3. Entonces, dicen algunos, ¿por qué se irrita y castiga el Señor, si ama a los hombres y es bueno? Es del todo necesario tocar este punto, aunque sea de la manera más breve posible; porque este modo de proceder es de suma utilidad en orden a la recta educación de los niños, y debe inscribirse dentro de la categoría de los recursos indispensables.

4. La mayoría de las pasiones se curan por medio de castigos y preceptos muy rígidos, y por la enseñanza de algunos principios. La reprensión actúa como una operación quirúrgica en las pasiones del alma. Las pasiones son una úlcera de la verdad, y deben eliminarse extirpándolas por la amputación.

LXV
La reprensión del Señor nos libera del error

1. La reprensión se parece mucho a un remedio: disuelve los endurecimientos de las pasiones, limpia las manchas de la vida del libertinaje, y alisa las verrugas de la soberbia, y torna al hombre sano de espíritu y veraz.

2. La amonestación es como un régimen dietético para el alma enferma; aconseja lo que debe comer y prohíbe lo que no se debe tomar. Y todo esto tiende a la salvación y a la salud eterna. El general que impone a los culpables multas pecuniarias o castigos corporales, encarcelándolos y castigándolos con las peores deshonras, a veces incluso con la muerte, persigue un fin bueno; porque ejerce su autoridad para corregir a sus subordinados.

3. Así, este gran general nuestro, el Verbo, señor del universo, reprendiendo a los que desobedecen la ley, los libera de la esclavitud, del error y de la cautividad a que les tenía sometido el enemigo, reprime las pasiones de su alma y los conduce pacíficamente hacia la concordia de nuestra vida.

LXVI
El Verbo se adapta al modo de ser de cada uno

1. Así como la persuasión y la exhortación pertenecen al género deliberativo, así también la censura y la recriminación pertenecen al género laudatorio. Este género es una especie de arte de la reprensión; pero reprender es signo de benevolencia, no de odio. Las amonestaciones suelen hacerlas el amigo y el enemigo: éste, con espíritu de burla; aquél, con amor.

2. El Señor no reprende a los hombres por odio; podría destruirlos por sus pecados, y, sin embargo, él mismo sufrió por nosotros. Con admirable habilidad, como buen pedagogo que es, suaviza la recriminación con la amonestación, y empleando palabras duras como flagelo, despierta la mente entorpecida; luego, con nuevos métodos, intenta exhortarlos a quienes ha castigado.

3. Así, a los que la exhortación no convierte, los estimula la reprensión; y a los que como si fuesen cadáveres la reprensión no logra excitar a la salvación, el áspero lenguaje los resucita a la verdad. "Azotes y corrección son siempre sabiduría. Enseñar a un necio es como componer un cacharro roto" (Sab 22,6-7), suele decirse, como inducir la sensibilidad a la tierra y estimular hacia la sensatez al que ha perdido la esperanza. Por eso añade la Escritura: "Es como despertar de profundo sueño al que está dormido" (Sab 22,9); sueño que se parece notablemente a la muerte.

4. El mismo Señor revela claramente su manera de proceder, cuando describe alegóricamente sus múltiples y útiles desvelos: "Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el viñador", y añade: "Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo arrancará; y todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto" (Jn 15,1-2). Cuando la vid no es podada, se vuelve silvestre; lo mismo le ocurre al hombre.

5. El Verbo es el machete que poda (cf. Hb 4,12) y limpia las ramificaciones insolentes, y encauza las energías vitales para que den fruto y no se pierdan en simples deseos. La reprensión que se hace a los pecadores tiene por finalidad su salvación; el Verbo se adapta armónicamente, como un instrumento, al modo de ser de cada uno: unas veces tensa las cuerdas; otras, las afloja.

LXVII
El Verbo es juez cuando nos castiga

1. De forma bien clara se expresó Moisés: "No teman, Dios ha venido para probarlos, a fin de que siempre tengan ante sus ojos su temor, y no pequen" (Ex 20,20). Bien lo aprendió Platón, cuando dice: "Todos los que sufren un castigo reciben en realidad un gran bien, ya que se benefician en el sentido de que su alma, al ser justamente castigados, experimenta una notable mejora" (Platón, Gorgias, 477a).

2. Si quienes son corregidos por un justo obtienen un beneficio, como reconoce Platón, entonces se considera que el justo es bueno. Sí, el temor tiene en sí algo provechoso, y se reconoce como algo bueno para los hombres: "El espíritu que teme al Señor vivirá, puesto que su esperanza está depositada en aquél que los salva" (Sab 34,13).

3. Este mismo Verbo es juez cuando nos aplica un castigo. Isaías dice de él: "El Señor lo ha entregado por nuestros pecados" (Is 53,6); es decir, como reformador y corrector de nuestros pecados.

LXVIII
Dios es bueno

1. Así constituido por el Padre de todos, nuestro Pedagogo es el único que puede perdonar los pecados, el único que puede discernir la obediencia de la desobediencia. Cuando amenaza, es evidente que no persigue el mal, ni desea cumplir sus amenazas; ser sirve del temor para reprimir el impulso que lleva al pecado; muestra su amor a los hombres, es paciente con ellos y les hace ver los sufrimientos que les aguardan si permanecen en sus pecados. Pero no actúa como la serpiente que ataca y muerde súbitamente a su presa.

2. Dios es bueno. El Señor, la mayoría de las veces, prefiere advertir antes que actuar: "Mis flechas acabarán con ellos; serán consumidos por el hambre y presa de las aves; sufrirán convulsiones incurables; mandaré contra ellos los dientes de las fieras y el veneno de los reptiles que se arrastran por el suelo. Por fuera los asolará la espada, y, en sus graneros, reinará el pavor" (Dt 32,23-25).

3. Dios no se encoleriza, como algunos suponen. La mayoría de las veces amenaza, y siempre exhorta a la humanidad, mostrándole lo que debe hacer. Es éste un excelente método: suscitar el temor para que evitemos el pecado. "El temor del Señor evita los pecados; sin temor es imposible ser justificado" (Sab 1,21), dice la Escritura. El castigo lo impone Dios, movido, no por su cólera, sino por su justicia; porque no es bueno omitir la justicia por nuestra causa.

LXIX
El temor del Señor es la corona de la sabiduría

1. Cada uno escoge su propio castigo, cuando peca voluntariamente. "La culpa es de quien ha elegido; Dios no es culpable" (Platón, República, X, 617e). "Pero si nuestra injusticia pone de manifiesto la justicia de Dios, ¿qué diremos? ¿Que será, tal vez, injusto Dios al descargar su cólera? ¡De ningún modo! (Rm 3,5-6). Habla amenazando: "Cuando afile el rayo mi espada y mi mano empuñe el juicio, tomaré venganza de mis enemigos, y daré su merecido a quienes me odian. Embriagaré con sangre mis saetas, y mi espada devorará la carne: sangre de los heridos" (Dt 32,41-42).

2. Es evidente que quienes no son enemigos de la verdad y no odian al Verbo, tampoco odian su salvación, ni se hacen acreedores de los castigos merecidos por el odio. "El temor del Señor es la corona de la sabiduría" (Sab 1,18), dice la sabiduría.

3. Por boca del profeta Amós, el Verbo ha revelado de forma bien evidente su plan: "Los destruí como cuando Dios asoló Sodoma y Gomorra, y quedaron como un tizón sacado de un incendio; pero ni aun así se han convertido a mí, dice el Señor" (Am 4,11).

LXX
El Señor nos enseña a orar por quienes nos calumnian

1. Miren cómo Dios, por su bondad, busca nuestra conversión, y cómo, cuando recurre a la amenaza, muestra tácitamente su amor al hombre: "Les ocultaré mi rostro (dice) y les mostraré qué será de ellos" (Dt 32,20). Allí donde el Señor vuelve su rostro hay paz y alegría; pero allí donde lo aparta, se introduce furtivamente el mal.

2. Él no quiere mirar el mal, porque es bueno. Pero si voluntariamente aparta sus ojos por la infidelidad del hombre (cf. Sal 103,29), tiene origen el mal. Dice san Pablo: "Consideren la bondad de Dios y su severidad; ésta, con los que cayeron; aquélla, contigo, si es que perseveras en la bondad" (Rm 11,22), es decir, en la fe de Cristo. Es propio del que es bueno, precisamente porque lo es por naturaleza, odiar el mal.

3. Así, reconozco que castiga a los infieles (el castigo es bueno y provechoso para el que lo recibe; es corrección también para el que ofrece resistencia), pero no quiere la venganza. Ésta consiste en devolver mal por mal, y persigue la utilidad del vengador. Y no puede, en modo alguno, querer la venganza el que nos enseña a orar por los que nos calumnian (cf. Mt 5,44; Lc 6,28).

LXXI
Testimonios bíblicos sobre la bondad y justicia de Dios

1. Que Dios es bueno todos lo reconocen, si bien algunos muy a pesar suyo. En cambio, para demostrar que Dios es justo, no tendré necesidad de muchos razonamientos: bastará el testimonio de las palabras del Señor en un pasaje del evangelio; en él dice de sí mismo que es uno: "Para que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, a fin de que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he entregado la gloria que tú me has diste, para que ellos sean uno como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno" (Jn 17,21-23). Dios es uno, está más allá del uno y por encima de la mónada misma.

2. Por esa razón, el pronombre , en su sentido deíctico, designa al Dios único, que existe realmente, el que fue, el que es y el que será" (cf. Ap 11,17). Un solo nombre se emplea para los tres tiempos: "El que es" (Ex 3,14). Que este mismo ser, el Dios único, es justo, lo atestigua el Señor en el evangelio, cuando dice: "Padre, los que tú me has confiado, quiero que donde yo estoy también ellos estén conmigo, para que contemplen la gloria que tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te conoció, pero yo te conocí; y éstos conocieron que tú me enviaste. Les di a conocer tu nombre, y se lo daré a conocer" (Jn 17,24-26).

3. Él es el que "castiga los pecados de los padres en los hijos de los que le odian, y se compadece de los que le ama" (Ex 20,5.6). Él es el que coloca a unos a su derecha y otros a su izquierda (cf. Mt 25,33), considerado como padre, puesto que es bueno, recibe él solo el nombre por eso que es: "Bueno" (cf. Mt 19,17; Mc 10,18; Lc 18,19). En tanto que Hijo, y siendo su Verbo, que está en el Padre, recibe el nombre de justo, por la relación de recíproco amor, y esta denominación implica una igualdad de poder de dicho amor. Dice la Escritura: "Juzgará al hombre según sus obras" (Sab 16,11). Dios nos ha revelado en Jesús la faz de la balanza equilibrada de la justicia. Porque, por medio de él, hemos conocido a Dios Padre, puesto que son los platillos iguales de una balanza.

LXXII
El Dios y Padre de nuestro Señor Jesús es bueno

1. De él habla explícitamente la sabiduría: "Piedad y cólera están en él" (Sab 16,12). Él es, en efecto, el Señor de ambas, "tan poderoso en el perdón como pródigo en la cólera; tan grande como su misericordia es también su severidad" (Sab 16,11-12). Su misericordia y su severidad tienen como fin la salvación de quienes son objeto de reprensión.

2. Que "el Dios y Padre de nuestro Señor Jesús es bueno" (2Cor 1,3), lo atestigua de nuevo el mismo Verbo: "Porque es bueno con los ingratos y malvados" (Lc 6,35). Y sigue: "Sean misericordiosos como el Padre de ustedes lo es" (Lc 6,36). Y añade de forma más explícita: "Nadie es bueno sino mi Padre, que está en los cielos" (Mt 19,17; Mc 10,18; Lc 18,19); y en otro lugar dice a otros: "Mi padre hace brillar su sol sobre todos" (Mt 5,45).

3. Hay que resaltar aquí cómo reconoce que su Padre es bueno y que es el creador; y que el Creador es justo, no se discute. Y de nuevo: "Mi Padre hace llover sobre los justos y los injustos" (Mt 5,45). En tanto que hace llover, es el creador del agua y de las nubes; en cuanto que hace llover sobre todos, reparte sus dones justa y equitativamente; y por ser bueno, hace llover igualmente sobre justos e injustos.

LXXIII
Dios es justo, y justifica a quien cree en Jesús

1. Con toda evidencia podemos, por tanto, concluir que Dios es uno y el mismo (cf. Mt 19,17); el Espíritu Santo lo afirmó cantando: "Cuando veo los cielos, obra de tus manos" (Sal 8,4); y "el que ha creado los cielos habita en ellos" (Sal 2,4; Jdt 13,18); y "el cielo es su trono" (Sal 10,4; 102,19; Is 66,1). Por su parte, el Señor se ha expresado así en su oración: "Padre nuestro que estás en los Cielos" (Mt 6,9). Los cielos pertenecen a quien ha creado el mundo; de manera que, sin discusión, creemos que el Señor es también hijo del Creador. Y si todos reconocen que el Creador es justo, y que el Señor es hijo del Creador, se infiere que el Señor es hijo del Justo.

2. Por eso dice también Pablo: "Ahora, sin la ley, se ha manifestado la justicia de Dios" (Rm 3,21); y de nuevo, para que se entienda mejor que Dios es justo: "La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo, para todos los que creen, porque no hay distinción" (Rm 3,22); y todavía, para dar testimonio de la verdad, añade más adelante: "En el tiempo de la paciencia de Dios: para mostrar que él es justo y que justifica a todo el que cree en Jesús" (Rm 3,26).

3. Y como sabe que el justo es bueno, lo pone de manifiesto cuando dice: "De modo que la ley es santa, y el mandamiento es santo, justo y bueno" (Rm 7,12); emplea las dos palabras atribuyéndoles el mismo poder.

LXXIV
La reprensión del Verbo es medicina misericordiosa

1. Sin embargo, "nadie es bueno sino su Padre" (cf. Mt 19,17; Mc 10,18; Lc 18,19); y es que su mismo Padre, que es uno, se manifiesta con múltiples nombres. Esto es lo que significa: "Nadie ha conocido al Padre" (Mt 11,27); porque él mismo lo era todo antes de la llegada de su Hijo. Así que es evidente, en verdad, que el Dios del universo es uno solo, bueno, justo, creador, hijo en el Padre (cf. Jn 10,38), a quien sea la gloria por los siglos de los siglos, amén (cf. Gál 1,5; Flp 4,20; 1Tm 1,17; 2Tm 4,18; Hb 13,21).

2. No obstante, no es impropio del Verbo salvador el reprender con solicitud. Se trata, sin duda, de una medicina de la divina bondad, amor que hace nacer el rubor del pudor y la vergüenza ante el pecado. Si la exhortación es necesaria, no lo es menos la reprensión, a la hora de herir ligeramente el alma que se ha insensibilizado, no para buscar su muerte, sino su salvación; un pequeño dolor para evitar una muerte eterna.

3. Muy grande es la sabiduría de su pedagogía, y diversos los modos que adopta en orden a nuestra salvación. El Pedagogo da testimonio en favor de los que practican el bien, y exhorta a los elegidos a obrar mejor; rectifica el impulso de quienes corrían hacia el pecado (cf. 1Pe 1,18-19), y los anima a seguir una vida mejor.

4. La bondad y la justicia de Dios es dejada sin testimonio (cf. Hch 14,17), recibiendo ambas plena confirmación; y es un beneficio muy grande el que se deriva de estos testimonios. Incluso la apasionada cólera de Dios (si realmente es correcto llamar así a la reprensión que nos hace) es una prueba de su amor hacia el hombre, porque por el hombre, Dios ha condescendido en compartir los sentimientos del hombre y también, por el hombre, el Verbo de Dios se ha hecho hombre (cf. Jn 1,14).

G
El método pedagógico de Cristo

LXXV
El Señor nos trata como a hijas e hijos

1. Con todas sus fuerzas, el Pedagogo de la humanidad, nuestro Verbo divino, sirviéndose de los múltiples recursos de su sabiduría, empeñado en salvar a sus pequeños: corrige, reprende, castiga, acusa, amenaza, cura, promete, premia, "atando como por múltiples riendas" (Platón, Leyes, VII, 808e) los impulsos irracionales de la naturaleza humana.

2. En una palabra, el Señor hace con nosotros lo que nosotros hacemos con nuestros hijos. "¿Tienes hijos? Edúcalos (recomienda la sabiduría), doblega su cerviz desde su infancia. ¿Tienes hijas? Vela sobre sus cuerpos, y no les muestres un rostro complaciente" (Sab 7,23-24). Y, ciertamente, a nuestros hijos, niños y niñas, los queremos mucho, por encima de cualquier cosa.

3. Hay quienes con sus palabras sólo buscan un agradecimiento efímero y tratan de halagar; otros, en cambio, buscan lo que es provechoso; aunque al presente parezcan molestos, sin embargo, son de gran utilidad para el futuro. Así el Señor no persigue el agrado momentáneo, sino la felicidad futura. Pero volvamos a la bondadosa pedagogía del Verbo, según el testimonio de los profetas.

LXXVI
La amonestación

1. La amonestación es un reproche solícito que estimula la mente. El Pedagogo amonesta así, cuando por ejemplo dice en el evangelio: "¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo sus alas, y ustedes no quisieron" (Mt 23,37; Lc 13,34). De nuevo amonesta la Escritura: "Han cometido adulterio con la piedra y con el leño, y han incensado a Baal" (Jer 3,9; 7,9; 32,29).

2. La prueba más grande de su amor hacia el hombre es que, a pesar de conocer perfectamente la desvergüenza de este pueblo reacio y rebelde, lo exhorta al arrepentimiento, y exclama por boca de Ezequiel: "Hijo de hombre, estás entre escorpiones (Ez 2,6); pero les comunicarás mis palabras, si es que te escuchan" (Ez 2,7; 3,11).

3. Dice igualmente a Moisés: "Ve y di al faraón que deje marchar al pueblo; pero bien sé yo que no los dejará partir" (Ex 3,18 s.). Pone así de manifiesto a la vez su divinidad, puesto que conoce el futuro, y su amor hacia el hombre, porque concede el primer impulso para la conversión al libre albedrío del alma.

4. Amonesta también cuando con solicitud, por boca de Isaías, dice: "Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí" (Is 29,13; cf. Mt 15,8-9; Mc 7,6); lo cual es un reproche acusador: "En vano me rinden culto, puesto que enseñan doctrinas que son mandatos de hombres" (Is 29,13). Aquí, la solicitud, a la vez que delata el pecado, muestra, por contraste, la salvación.

LXXVII
La reprensión y el reproche

1. La reprensión es un reproche por los malos actos, que dispone para el bien. Un buen ejemplo nos lo ofrece por boca de Jeremías: "Son caballos fogosos; cada uno relincha tras la mujer de su prójimo. ¿Y no habré yo de reprenderles? ¿De semejante pueblo no se vengará mi alma?" (Jr 5,8-9). Por todas partes se entremezcla el temor, porque "el temor del Señor es el principio de la percepción" (Prov 1,7).

2. De nuevo, por boca de Oseas, dice: "¿No los reprenderé porque tienen tratos con prostitutas, ofrecen sacrificios con los iniciados, y el pueblo inteligente se une a la prostitución?" (Os 4,14). Muestra claramente su pecado afirmando que tienen plena conciencia de él, puesto que pecan deliberadamente. La inteligencia es el ojo del alma (cf. PLatón, República, VII, 533d; Banquete, 219a). Por eso, Israel es el que ve a Dios, es decir, el que comprende a Dios.

3. El reproche es una censura que se hace a los negligentes o despreocupados. El Pedagogo emplea este tipo de pedagogía cuando afirma por boca de Isaías: "Oigan cielos; escucha, que habla el Señor: "Engendré hijos y los eduqué, pero se han rebelado contra mí. El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño, pero Israel no me conoce"" (Is 1,2-3).

4. ¿No es, en verdad, asombroso que el que ha visto a Dios no reconozca al Señor? El buey y el asno, bestias necias e insensatas, conocen a quien los alimenta; en cambio, Israel se muestra más necio que dichas bestias. Y, por medio de Jeremías, acentúa el reproche a su pueblo: "Me han abandonado, dice el Señor" (Jr 1,16; 2,13).

LXXVIII
La reprimenda y la reprobación

1. La reprimenda es un reproche severo, una censura contundente. El Pedagogo usa este remedio cuando dice por Isaías: "¡Ay de ustedes, hijos rebeldes! He aquí lo que dice el Señor: "Hicieron planes que no son míos; y pactos que yo no les inspiré" (Is 30,1). En cada caso se sirve del temor como de un fuerte revulsivo; por medio del temor, al mismo tiempo que abre las llagas del pueblo, lo dirige hacia la salvación; de forma parecida a como suele hacerse con las hebras de lana que se van a teñir: se les aplican sustancias astringentes, para que quede bien preparada para recibir la tintura.

2. La reprobación consiste en exponer públicamente los pecados. El Pedagogo utiliza con frecuencia dicho procedimiento por considerarlo necesario, a causa de! relajamiento de la fe de muchos. Así habla por Isaías: "Han abandonado al Señor y han despreciado al Santo de Israel" (Is 1,4); y por Jeremías: "¡Asómbrate de esto, cielo, y erízate, tierra! Porque dos pecados cometió mi pueblo: me abandonaron a mí, fuente de agua viva, para excavarse cisternas agrietadas, que no pueden retener el agua" (Jr 2,12-13).

3. Y de nuevo, por boca del mismo profeta: "Ha pecado gravemente Jerusalén; por eso se ha vuelto impura. Todos cuantos la honraban la desprecian, porque han visto su vergüenza" (Lm 1,8).

4. El Pedagogo suaviza la severidad y dureza de esta reprobación, cuando exhorta por boca de Salomón, mostrando tácitamente la indulgencia de su pedagogía: "No desprecies, hijo mío, la instrucción del Señor, ni te fastidies por sus recriminaciones, porque el Señor reprueba al que ama, y castiga al hijo que le es querido" (Pr 3,11-12). Porque "el pecador huye de la reprobación" (Si 35,17; 32,21). Por eso, la Escritura añade: "Que el justo me reprenda y me corrija; pero que el aceite del pecador no adorne jamás mi cabeza" (Sal 140,5).

LXXIX
La admonición y la visita supervisora

1. La admonición es una amonestación que hace a uno más reflexivo. El Pedagogo no prescinde de este recurso pedagógico; al contrario, afirma por boca de Jeremías: "¿Hasta cuándo gritaré sin que me escuchen? He aquí que sus oídos son incircuncisos" (Jr 6,10; Hab 1,2). ¡Bendita paciencia! De nuevo dice por boca del mismo profeta: "Todas las naciones son incircuncisas, pero este pueblo tiene el corazón incircunciso" (Jr 9,25). "Porque es un pueblo rebelde: hijos (dice) que no tienen fe" (Is 3o,9).

2. La visita supervisora (lit.: inspección, visita) es una severa reprimenda. El Pedagogo se sirve de ella en el evangelio: "¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te han sido enviados!" (Mt 23,37; Lc 13,34). La repetición del nombre confiere a la reprimenda mayor dureza. En efecto, quien ha conocido a Dios, ¿cómo puede perseguir a los servidores de Dios?

3. Por eso añade: "Su casa quedará desierta; porque yo les digo: Ya me verán más hasta que digan: "Bendito el que viene en nombre del Señor" (Mt 23,38-39; Lc 13,35; cf. Sal 117,26; Jer 22,5). En efecto, si no reciben la bondad de Dios, conocerán su autoridad.

LXXX
La invectiva, la recriminación y la queja

1. La invectiva es una reprensión muy fuerte. El Pedagogo la emplea como medicina, cuando dice por boca de Isaías: "¡Ay, nación pecadora, hijos inicuos, pueblo cargado de pecados, raza malvada!" (Is 1,4); y cuando en el evangelio, dice por boca de Juan: "Serpientes, raza de víboras" (Mt 23,33; Mt 3,7, Lc 3,7).

2. La recriminación es un reproche dirigido a los pecadores. De ella se sirve el Pedagogo cuando habla por boca de David: "Un pueblo que yo desconocía me sirvió y me escuchó obediente. Los hijos extranjeros me engañaron, y se extraviaron" (Sal 17,44-46); y, por boca de Jeremías dice: "Le he dado el libelo de repudio, pero la pérfida Judá no temió" (Jer 3,8); y, de nuevo: "La casa de Israel me traicionó, y la casa de Judá renegó del Señor" (Jer 5,11-12).

3. La queja es un reproche simulado; con singular habilidad procura también nuestra salvación veladamente. El Pedagogo la utiliza cuando habla por boca de Jeremías: "¡Cómo ha quedado desierta la ciudad en otro tiempo populosa! Ha quedado como una viuda; la reina de las naciones ha quedado sometida a tributo. Llora copiosamente durante la noche" (Lm 1,1-2).

LXXXI
El vituperio y la censura

1. El vituperio es un reproche que ridiculiza. El divino Pedagogo utiliza este recurso cuando exclama por boca de Jeremías: "Has adquirido aspecto de ramera; te mostraste desvergonzada con todos. ¿No eras tú la que en mi casa me llamabas padre y guardián de tu virginidad?" (Jer 3,3-4). "¡La bella y graciosa prostituta, maestra de hechizos!" (Nah 3,4). Con gran habilidad ha ridiculizado a la muchacha llamándola prostituta; luego, cambiando de tono, la exhorta a recuperar su dignidad.

2. La censura es un reproche legítimo, una increpación a los hijos que se rebelan contra el deber. Así educaba el Pedagogo por medio de Moisés: "Hijos degenerados, generación perversa y tortuosa. ¿Así pagan al Señor? Este pueblo es insensato y necio, ¿no es éste el mismo Padre que te ha creado?" (Dt 32,5-6). Y, por boca de Isaías dice: "Tus príncipes son desobedientes y cómplices de ladrones; ávidos de regalos; persiguen recompensas; no hacen justicia a los huérfanos" (Is 1,23).

3. En resumen: su arte en el uso del temor es fuente de salvación; y salvar es propio de quien es bueno. "La misericordia del Señor se extiende a toda carne; acusa, corrige y enseña, como hace el pastor con su rebaño. Se apiada de quienes aceptan su corrección, y de los que se esfuerzan por unirse con él" (Sab 18,13-14). Así guió "a los seiscientos mil hombres de a pie, que se habían sublevado por la dureza de su corazón: castigándolos, compadeciéndose de ellos, golpeándolos, prodigándoles sus cuidados, los custodió con la compasión y la corrección" (Sab 16,10). "Porque su severidad es tan grande como su misericordia" (Sab 16,12). Si es hermoso abstenerse de pecar, también lo es que el pecador se arrepienta; así como es un bien excelente estar siempre sano, también lo es recobrar la salud tras la enfermedad.

LXXXII
Dios es bueno por naturaleza, y sólo temible si obramos mal

1. Esto es lo que nos advierte también el Pedagogo por boca de Salomón: "Azota a tu hijo con la vara, y librarás su alma de la muerte" (Prov 23,14), y, de nuevo: "No ahorres al muchacho correctivos; castígalo con la vara, y no morirá" (Prov 23,13).

2. La corrección y el castigo, como sus mismos nombres indican, son golpes que azotan al alma; reprimen los pecados y alejan la muerte, y reconducen a la moderación a quienes se han dejado llevar por la intemperancia.

3. El mismo Platón reconoce la gran fuerza de la corrección y la excelente purificación producida por el castigo y, coincidiendo en esto con el Verbo, afirma que el hombre que ha cometido las mayores impurezas se convierte en incorregible y vicioso por no haber sido corregido; ya que "es necesario que el hombre destinado a la felicidad sea purísimo y bellísimo" (Platón, Sofista, 230d).

4. En efecto, si "los magistrados no deben ser objeto de temor cuando se obra bien" (Rm 13,3), ¿cómo Dios, que es bueno por naturaleza, va a ser temido por quien no peca? "Pero si obras mal, teme" (Rm 13,4), dice el apóstol.

LXXXIII
Somos enfermos, que necesitamos de Jesucristo

1. Por eso que el mismo apóstol amonesta a cada una de las Iglesias siguiendo el ejemplo del Señor, y, consciente de su franqueza y de la debilidad de sus oyentes, dice a los gálatas: "¿Acaso me he convertido en su enemigo por decirles la verdad?" (Gál 4,16).

2. Los sanos no necesitan los cuidados del médico, porque están bien, pero sí necesitan de su arte los enfermos (cf. Lc 5,31; Mt 9,12; Mc 2,17). Nosotros, que en esta vida somos enfermos, aquejados por nuestros vergonzosos deseos, por nuestras intemperancias vituperables y por los demás desórdenes de nuestras pasiones, necesitamos del Salvador. Él nos aplica remedios no sólo dulces, sino también ásperos: porque las raíces amargas del temor detienen las úlceras de los pecados. He aquí por qué el temor, aunque amargo, es saludable.

3. Nosotros, por tanto, enfermos, necesitamos del Salvador; extraviados, necesitamos quien nos guíe; ciegos, necesitamos quien nos ilumine; sedientos, necesitamos de la fuente de la vida: esa de la que quienes beben, nunca más tendrán sed (cf. Jn 4,14); muertos, necesitamos de la vida; rebaño, necesitamos pastor; niños, necesitamos pedagogo; y toda la humanidad necesita a Jesús; no sea que, sin guía y pecadores, caigamos en la condenación final. Antes al contrario, es preciso que estemos separados de la paja y seamos amontonados en el granero del Padre. "La horquilla está en la mano" (Mt 3,12; Lc 3,17) del Señor, y con ella separa el trigo de la paja destinada al fuego (cf. Mt 3,12; Lc 3,17).

LXXXIV
El Señor quiere salvar nuestra carne, revistiéndola de incorruptibilidad

1. Si quieren, nos es posible comprender la profunda sabiduría del santo Pastor y Pedagogo, del Todopoderoso y Verbo del Padre, cuando se expresa alegóricamente y se llama a sí mismo pastor del rebaño (cf. Jn 10,2. 11. 14). Él es también pedagogo de los niños.

2. Es así como, por medio de Ezequiel, se dirige a los ancianos, ofreciéndoles el saludable ejemplo de una solicitud esmerada: "Curaré lo que está herido, cuidaré lo que está débil, convertiré lo extraviado, y los apacentaré yo mismo en mi monte santo" (Ez 34,16. 14). Ésta es la promesa propia de un buen pastor. ¡Apacienta a tus criaturas como a un rebaño!

3. ¡Sí, Señor, sácianos; danos abundante el pasto de tu justicia; sí, Pedagogo, condúcenos hasta tu monte santo, hasta tu Iglesia, la que está colocada en lo alto, por encima de las nubes, que toca los cielos! (cf. Sal 14,1; 47,2-3). "Y Yo seré (dice) su pastor, y estaré cerca de ellos" (Ez 34,23), como la túnica de su piel. Quiere salvar mi carne, revistiéndola con la túnica de la incorruptibilidad (cf. 1Cor 15,42), y ha ungido mi piel.

4. "Ellos me llamarán", dice, y "yo les diré: "Aquí estoy" (Is 58,9). Me has oído mucho antes de lo que yo esperaba, Señor. "Si cruzan las aguas, no resbalarán, dice el Señor" (Is 43,2). En efecto, no caeremos en la corrupción los que cruzamos hacia la incorruptibilidad (cf. 1Cor 15,42), porque él nos sostendrá: lo ha dicho y lo ha querido.

LXXXV
La bondad del Señor es inmutable e inconmovible

1. Así es nuestro Pedagogo: justamente bueno. "No vine (ha dicho) para ser servido, sino para servir" (Mt 20,28; Mc 10,45). Por eso el evangelio nos lo muestra fatigado (cf. Jn 4,6): se fatiga por nosotros y ha prometido "dar su alma su vida como rescate para muchos" (Mt 20,28; Mc 10,45).

2. Sólo el buen pastor (añade) se comporta así (cf. Jn 10,11). ¡Qué gran benefactor; entrega por nosotros lo mejor que tiene: su alma! ¡Qué gran bienhechor y amigo del hombre, el que, siendo Señor, ha querido ser su hermano! (cf. Hb 2,11). Y hasta tal extremo ha llegado su bondad, que ha muerto por nosotros.

3. Pero su justicia grita: "Si vienen a mí con rectitud, yo seré recto con ustedes, pero si emprenden caminos tortuosos, yo también seré tortuoso con ustedes, dice el Señor de los ejércitos" (Lv 26,23. 27). Llama alegóricamente "caminos tortuosos" a las reprensiones dirigidas a los pecadores.

4. El camino recto y natural (simbolizado con la letra iota del nombre de Jesús) es su bondad, que es inmutable e inconmovible para quienes han llegado a la obediencia de la fe (cf. Rm 1,5): "Porque los he llamado y no me han escuchado, (dice el Señor); han desechado mis consejos y no han hecho caso de mis amonestaciones" (Prov 1,24. 25). Y es que la reprensión del Señor es muy beneficiosa.

LXXXVI
El Señor sabe de nuestro desprecio hacia su gran amor

1. Sobre este particular dice por medio de David: "Una generación tortuosa y revoltosa, generación que no tiene rectitud de corazón y cuyo espíritu no ha sido fiel a Dios (Sal 77,8). No han guardado la alianza de Dios y no han querido caminar según su ley" (Sal 77,10). He aquí los motivos de su exasperación, por lo que el juez ejerce la justicia contra quienes han rehusado elegir una buena conducta.

2. Por eso los trata con extrema dureza, para ver si puede frenar el impulso que les conduce a la muerte. A través de David expone con suma claridad el motivo de su amenaza: "No creyeron en sus maravillas (Sal,32); cuando los mataba, ellos lo buscaban, y se convertían; andaban por algún tiempo junto a Dios, y se acordaban de que Dios era su defensor, y que el Dios Altísimo, era su redentor" (Sal 77,34-35).

3. Él sabe que el temor es lo que les mueve a convertirse, y que desprecian su amor por ellos. Por regla general suele estimarse en poco el bien que se tiene constantemente, mientras que se aprecia mucho el recuerdo que aviva el amoroso temor de la justicia.

LXXXVII
La justicia del Pedagogo se muestra en los castigos y misericordia

1. Hay dos tipos de temor: uno, que conlleva el respeto, y es el temor que experimentan los ciudadanos con respecto a los buenos gobernantes; éste es el que nosotros tenemos para con Dios, semejante al que los niños prudentes muestran para con sus padres. "Un caballo indómito -dice la Escritura- se hace ingobernable, y un hijo consentido sale libertino" (Si 30,8). El otro tipo de temor incluye el odio: es el temor de los esclavos ante los amos severos; es el que tenían los hebreos hacia Dios, a quien no consideraban como padre, sino como amo.

2. Creo que existe notable diferencia entre la piedad libre y voluntaria, y la piedad forzada. Dice la Escritura: "Él es compasivo; sanará sus pecados y a ellos no los destruirá; refrenará a menudo su cólera y no encenderá todo su furor" (Sal 77,38). Mira cómo se muestra la justicia del Pedagogo en los castigos, y la bondad de Dios en su misericordia.

3. Por eso, David (es decir, el Espíritu Santo que habla por su boca), aunando ambas funciones, dice del mismo Dios en el salmo: "Justicia y derecho son el fundamento de su trono; misericordia y verdad caminarán delante de su faz" (Sal 88,15). Reconoce que pertenecen al mismo poder juzgar y hacer beneficios; en ambas actividades se ejerce el poder del Justo que discierne las cosas contrarias.

LXXXVIII
Dios es bueno en sí mismo, y justo con nosotros

1. Siendo Dios, él es justo y bueno; él es todo y el mismo en todo, porque es Dios, el único Dios. Así como el espejo no es malo para un hombre feo, porque lo refleja tal cual es; ni lo es tampoco el médico para el enfermo porque le descubra que tiene fiebre, sino que le indica que la tiene; así tampoco es malo el que reprende severamente a quien está enfermo del alma, puesto que no pone en él las faltas, sino que le muestra que las tiene, con el fin de que se aleje de semejante forma de proceder.

2. Así, Dios es bueno en sí mismo y justo con nosotros, porque es bueno. Por mediación del Verbo nos muestra su justicia desde el principio, desde el momento en que ha llegado a ser Padre. Antes de llegar a ser Creador era, ciertamente, Dios. Era bueno, razón por la que ha querido ser Creador y Padre. Y esta disposición amorosa es el principio de su justicia, tanto cuando hace brillar su sol, como cuando envía a su Hijo (cf. Mt 5,45). Éste, en primer lugar, anunció la buena justicia venida del cielo: "Nadie (dijo) ha conocido al Hijo sino el Padre, y nadie ha conocido al Padre sino el Hijo" (Mt 11,27; Lc 10,22).

3. Este recíproco e igual conocimiento es un símbolo de la justicia original. Luego, ésta descendió hasta los hombres, en la letra y en la carne (es decir, por el Verbo y por la ley) para empujar a la humanidad a una conversión salvadora, porque esa justicia era buena. Sólo que tú no obedeces a Dios. Tú mismo eres la causa de la visita del Juez.

LXXXIX
El género encomiástico y el género deliberativo

1. Hemos demostrado que el método de reprender a la humanidad es bueno y saludable; y que el Verbo lo ha adoptado porque es un sistema idóneo para provocar el arrepentimiento y evitar el pecado; deberíamos ahora considerar la benignidad (épion) del Verbo; como hemos visto, él es justo. Y que sus advertencias conducen a la salvación, y por medio de ellas, quiere, por voluntad de su Padre, hacernos conocer lo bello y lo útil.

2. Fíjate ahora en esto: lo bello es propio del género laudatorio, y lo útil, del deliberativo. El género deliberativo tiene dos formas: una persuade y otra disuade; el género encomiástico también tiene dos formas: una encomiástica, y otra de censura. El razonamiento deliberativo procede, en parte, como exhortatorio y, en parte, como disuasorio.

3. Así mismo, el género encomiástico adopta, en ocasiones, la forma de censura y, a veces, la forma de alabanza. De todo esto se ocupa principalmente el Pedagogo justo, que busca nuestro bien.

4. Como ya hemos hablado antes del género de la censura y del de la disuasión, debemos considerar ahora el género exhortatorio y laudatorio, equilibrando así, como en una balanza, los dos platillos iguales del Justo.

XC
Las dos primeras formas de aconsejar

1. El Pedagogo se sirve de la exhortación en aras del bien cuando dice, por boca de Salomón: "A ustedes, hombres, los llamo: a los hijos de los hombres dirijo mi voz (Prov 8,4): Escuchen, porque voy a decirles cosas importantes" (Prov 8,6), y lo que sigue. Da consejos saludables; y el consejo se acepta o se rechaza. Así lo hace por medio de David: "Feliz el varón que no sigue el consejo de los impíos, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en el banco de los burlones, sino que se complace en la ley del Señor" (Sal 1,1-2).

2. Hay tres formas de aconsejar: la primera consiste en tomar los ejemplos del pasado, por ejemplo, en mostrar qué castigo sufrieron los hebreos por haber rendido culto idólatra al becerro de oro; o el qué sufrieron cuando fornicaron (cf. Ex 32,1 ss.), y otros semejantes. La segunda consiste en tomar ejemplo de cosas del presente, perceptibles a los sentidos, como de aquel consejo que les fue dado a los que preguntaban al Señor: "¿Eres tú el Cristo, o debemos esperar a otro?". "Vayan y digan a Juan: Los ciegos ven, los sordos oyen, los leprosos están limpios, los muertos resucitan, y bienaventurado aquel que no se escandalizare de mí" (Mt 11,3-6; Lc 7,19.22) Todo esto lo había profetizado David cuando dijo: "Como lo habíamos oído, así lo hemos visto" (Sal 47,9).

XCI
La tercera forma de aconsejar

1. La tercera forma de aconsejar se sirve de acontecimientos futuros, e invita a precaverse de las consecuencias. Así, se dice: los que hayan caído en pecados "serán arrojados a las tinieblas exteriores: allí será el llanto y el rechinar de dientes" (Mt 8,12; 22,13; 25,30), y otros semejantes. Todo esto pone de manifiesto que el Señor exhorta a la humanidad a la salvación, empleando todo tipo de recursos.

2. Mediante la exhortación aligera las faltas, hasta que disminuye el deseo y, al mismo tiempo, infunde la esperanza de la salvación. Dice por medio de Ezequiel: "Si se convierten de todo corazón (Jl 2,12) y dicen: "Padre; yo los escucharé como a un pueblo santo" (Ez 18,21-22; 33,11; Dt 30,2); y, de nuevo: "Vengan a mí todos cuantos andan fatigados y agobiados, y yo los aliviaré" (Mt 11,28), y otras palabras pronunciadas por el mismo Señor.

3. Por boca de Salomón, nos invita de manera muy clara al bien: "Dichoso el hombre que ha encontrado la sabiduría, y el mortal que ha encontrado la prudencia" (Pr 3,13). Porque el bien lo encuentra quien lo busca, y suele dejarse ver por quien lo ha hallado (cf. Mt 7,7; Lc 11,9). En cuanto a la prudencia, explica por boca de Jeremías: "Somos dichosos, Israel, porque conocemos lo que agrada a Dios" (Bar 4,4), y lo sabemos por medio del Verbo, y gracias a él somos dichosos y prudentes. El conocimiento es llamado prudencia por el mismo profeta: "Escucha, Israel, preceptos de vida; aplica tus oídos para aprender la prudencia" (Bar 3,9).

4. Por medio de Moisés promete también, por su gran amor hacia los hombres, una recompensa a quienes se esfuerzan por su salvación; dice: "Yo los conduciré a la buena tierra que el Señor prometió a sus padres" (Dt 31,7; Ex 3,8), y luego, a través de Isaías dice: "Yo los conduciré al monte santo y los alegraré" (Is 56,7).

XCII
El macarismo o bienaventuranza

1. Su pedagogía reviste aún otra forma: la bienaventuranza. "Bienaventurado (dice por David) el que no ha cometido pecado; será como el árbol plantado junto a las corrientes de las aguas, que dará fruto a su tiempo, y cuyas hojas no se marchitarán (con estas palabras se refiere a la resurrección) y todo cuanto emprenda tendrá éxito" (Sal 1,1. 3). Así quiere que lleguemos a ser nosotros, para que seamos felices. Pero, de nuevo, equilibra el platillo de la balanza de la justicia diciendo: "Pero no así los impíos, no así, sino que serán como el polvo que dispersa el viento por la faz de la tierra" (Sal 1,4).

2. El Pedagogo, mostrando el castigo de los pecadores y la facilidad con que puede deshacerse de ellos y reducirlos a polvo, los aparta de la falta por medio de la evocación del castigo; y exhibiendo la amenaza del castigo merecido, pone de manifiesto la bondad de su obra, porque, con gran habilidad, nos invita, por este medio, al disfrute y plena posesión de los bienes.

3. Sí, ciertamente, también nos invita al conocimiento, cuando, por dice por Jeremías: "Si hubieras marchado por el camino de Dios, vivirías en paz para siempre" (Bar 3,13). Cuando evoca el conocimiento prometido como recompensa, invita a los prudentes a desearlo; y al que se ha extraviado, perdonándolo, le anima: "Vuelve, vuelve como el vendimiador vuelve a su canasta" (Jer 6,9). ¿Ves cómo la bondad de su justicia exhorta a la conversión?

XCIII
El Señor nos guía hacia la conversión, para darnos la gracia

1. También por medio de Jeremías hace resplandecer la verdad ante los descarriados: "Así dice el Señor: "Deténganse en los caminos; miren y pregunten cuáles son las sendas eternas del Señor, cuál es el buen camino; marchen por él, y encontrarán la purificación para sus almas"" (Jer 6,16). Nos conduce a la conversión para darnos la gracia de la salvación; por eso dice: si te arrepientes, "el Señor purificará tu corazón y el de tu descendencia" (Dt 30,6).

2. En esta investigación hubiese podido apelar a los filósofos como garantes, porque afirman que sólo el hombre perfecto es digno de alabanza, y que el malvado es digno de vituperio (cf. Diógenes Laercio, Vidas, VII, 100). Pero como algunos denigran al Bienaventurado, diciendo que no tiene actividad alguna ni en sí mismo, ni respecto a ningún otro (cf. Cicerón, De Natura Deorum, I, XVII, 45), porque ignoran su amor a los hombres, en atención a éstos y también a causa de quienes no asocian al Justo con el Bueno, hemos descartado este razonamiento.

3. Sería inútil, por tanto, afirmar que la pedagogía del reproche y del castigo es adecuada para los hombres, porque (dicen ellos) todos los hombres son malvados; sólo Dios es sabio (cf. Diógenes Laercio, Vidas, I, 12), y de él procede la sabiduría; sólo él es perfecto y, por tanto, sólo él es digno de alabanza.

XCIV
La alabanza y el reproche son muy necesarios

1. Pero yo no comparto dicho razonamiento; antes al contrario, afirmo que la alabanza y el reproche, o cualquiera otra cosa semejante al reproche y a la alabanza, son los remedios más necesarios para los hombres. Los que son difíciles de sanar se curan por la amenaza, el reproche y el castigo, como se forja el hierro por el fuego, el martillo y el yunque; los otros, los que se entregan a la fe, como autodidactas y libres, crecen con la alabanza: "La virtud que es alabada crece como un árbol" (Baquílides, Fragmentos, 56). Me parece que Pitágoras de Samos lo había comprendido bien, cuando recomienda: "Si has obrado mal, repréndete; si has obrado bien, alégrate" (Pseudo Pitágoras, Versos Aureos, 44).

2. Reprender se dice también advertir, porque, etimológicamente, la advertencia es lo que se injerta en la mente; por eso el género reprobatorio forma la mente. Pero son miles los preceptos que se han ideado para estimular a buscar el bien y huir del mal: "Para los impíos, dice el Señor, no hay paz" (Is 48,22; 57,21).

3. De ahí que, por medio de Salomón, recomienda a los niños tener cuidado: "Hijo mío, cuida de que no te seduzcan los pecadores; no sigas su camino; no vayas con ellos si te llaman y dicen: "Ven con nosotros, compartamos la sangre inocente, borremos injustamente de la tierra al hombre justo, hagámosle desaparecer como hace el Hades con los vivientes" (Prov 1,10).

XCV
Un modelo de vida cristiana

1. Esta profecía se refiere a la pasión del señor. A través de Ezequiel, la vida da también preceptos: "El alma que peque, morirá; pero el hombre que será justo, es el que practica la justicia, el que no come en los montes, ni alza sus ojos a los ídolos de la casa de Israel, ni deshonra a la mujer de su prójimo, ni se acerca a su mujer durante su impureza; el que no oprime a nadie y devuelve lo que ha tomado en prenda;

2. el que no roba y comparte su pan con el hambriento, viste al desnudo, no presta con usura ni exige interés, aparta su mano de la maldad, administra con rectitud justicia entre el hombre y su vecino, devuelve la prenda al deudor, no comete robo, da su pan al hambriento, viste al desnudo, no presta con usura ni exige interés, aparta su mano de la violencia, administra equitativa justicia entre un hombre y su vecino, vive según mis mandamientos y observa mis preceptos para ponerlos en práctica, ese tal es justo y tendrá vida, dice el Señor" (Ez 18,4-9). En estas palabras se esboza un modelo de vida cristiana y una admirable exhortación a la vida bienaventurada, al premio de una vida feliz, a la vida eterna.

XCVI
Del Verbo proviene la verdadera salud del alma

1. En la medida de nuestras fuerzas, hemos mostrado cómo ama a los hombres y cómo es su pedagogía. Ha realizado una magnífica descripción de sí mismo, comparándose a "un grano de mostaza" (Mt 13,31; Mc 4,31; Lc 13,19); al hacerlo, expresa alegóricamente la naturaleza espiritual y fecunda del Verbo que ha sido sembrado, y su gran poder, susceptible aún de acrecentarse. Por otra parte, muestra que el carácter mordaz y purificador de su corrección es provechoso.

2. Por medio de esta pequeña y alegórica semilla, Dios dispensa copiosamente a toda la humanidad la salvación. La miel, que es muy dulce, puede producir bilis, como la bondad genera el desprecio, que es la causa del pecado. La mostaza, en cambio, puede disminuir la bilis, es decir, la cólera, y cortar la inflamación, esto es, la soberbia. Del Verbo, entonces, provienen la verdadera salud del alma y un duradero equilibrio.

3. Antiguamente el Verbo educaba por medio de Moisés; luego, lo hizo por mediación de los profetas. El mismo Moisés fue también un profeta, y para él la ley es la pedagogía de los niños difíciles: "Una vez saciados, se levantaron para divertirse" (Ex 32,6). Dice saciados, no alimentados, para indicar el irracional exceso de alimento.

XCVII
La benevolencia es querer el bien del prójimo

1. Y como después de saciarse irracionalmente se dedicaron a divertirse también irracionalmente, vino a continuación la ley y el temor para alejarlos de los pecados e impulsarlos a las buenas acciones, preparándolos así para obedecer dócilmente al verdadero Pedagogo: el mismo y único Verbo que se adapta según la necesidad. "La ley ha sido dada -dice San Pablo- para conducirnos a Cristo" (Gál 3,24).

2. Es, por tanto, evidente, que el Verbo de Dios, el hijo Jesús, es nuestro Pedagogo, el único verdadero, bueno, justo, "a imagen y semejanza del Padre" (Gn 1,26); a él nos ha confiado Dios, como un padre cariñoso confía sus hijos pequeños a un verdadero pedagogo; Él mismo nos lo ha manifestado con toda claridad: "Éste es mi hijo amado, escúchenle" (Mc 9,7; Mt 17,5; Lc 9,35).

3. El divino Pedagogo merece toda nuestra confianza, porque posee las más hermosas cualidades: la ciencia, la benevolencia y la franqueza. La ciencia, por que es la sabiduría del Padre: "Toda sabiduría procede del Señor, y permanece en él eternamente" (Sab 1,1); la franqueza, porque es Dios y Creador: "Todas las cosas fueron hechas por él, y, sin él, nada fue hecho" (Jn 1,3); la benevolencia, porque se ha entregado a sí mismo como víctima única por nosotros: "El buen pastor da su vida por sus ovejas" (Jn 10,11), y él, efectivamente, la dio. La benevolencia no es más que querer el bien del prójimo, por él mismo.

XCVIII
El Señor es un modelo radiante

1. En relación con lo anteriormente expuesto, podríamos concluir afirmando que Jesús, nuestro Pedagogo, ha grabado en nosotros la verdadera vida y ha educado al hombre en Cristo. Su carácter no es excesivamente severo, ni demasiado blando por su bondad. Da preceptos, pero lo hace de una forma que nosotros podamos cumplir sus.

2. Él mismo, me parece a mí, es quien formó al hombre con el polvo de la tierra, lo regeneró con el agua, lo hizo crecer por el Espíritu (cf. Gn 2,7; 1,26-27), lo educó con la palabra, dirigiéndolo con santos preceptos a la adopción filial y a la salvación, para transformar al hombre terrestre en un hombre santo y celestial, para que se cumpla plenamente la palabra de Dios: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" (Gn 1,26).

3. Cristo fue el único que realizó plenamente lo que Dios había dicho; los demás hombres, en cambio, se asemejan a Dios sólo según la imagen. Nosotros, hijos de un Padre bueno, alumnos de un buen Pedagogo, cumplamos la voluntad del Padre, escuchemos al Verbo e imprimamos en nosotros la vida realmente salvadora de nuestro Salvador. Viviendo ya desde ahora en la tierra la vida celestial que nos diviniza, unjámonos con el óleo de la alegría (cf. Sal 44,8; Is 61,3), siempre viva y con el perfume de la pureza, considerando la vida del Señor como un modelo radiante de incorruptibilidad, y siguiendo las huellas de Dios. A él sólo corresponde el cuidado -porque es atribución suya- de ver cómo y de qué manera puede mejorar la vida de los hombres.

4. Pero nos enseña también a bastarnos a nosotros mismos, a prescindir de lo superfluo y a llevar una vida sencilla y libre, que conviene al viajero que desea llegar a la vida eterna y feliz, y nos enseña que cada uno de nosotros debe ser para sí mismo el tesoro de sus provisiones: "No se preocupen (dice) por el día de mañana" (Mt 6,34); el que se ha comprometido a seguir a Cristo, debe elegir una vida sencilla, sin servidores, y vivir al día. Porque no somos educados para la guerra, sino para la paz.

XCIX
El Verbo tiene la misión de guiarnos y educarnos

1. Para la guerra hay que hacer muchos preparativos, y para el bienestar se necesitan abundantes provisiones; pero la paz y el amor, hermanas sencillas y tranquilas, no necesitan armas ni provisiones extraordinarias; su alimento es el Verbo; el Verbo que tiene la misión de guiarnos y educarnos; de Él aprendemos la simplicidad, la modestia, el amor pleno a la libertad, por los hombres y por el bien. Sólo por el Verbo y la práctica de la virtud nos hacemos semejantes a Dios (cf. Gn 1,26; Platón, Teeteto, 176a).

2. Pero, tú, trabaja sin desmayo, porque serás como no esperas, ni puedes llegar a imaginar. Así como hay un estilo de vida propio de los filósofos, otro de los rétores, otro de los luchadores, así también hay una noble disposición del alma, nacida de la pedagogía de Cristo, siempre proclive al bien. Hasta las acciones materiales, sometidas a tal educación se ennoblecen: marcha, reposo, alimento, sueño, descanso, el modo de vida, y toda la educación, puesto que la formación que nos imparte el Verbo no conduce al exceso sino a la moderación.

C
El Verbo nos guia por la verdad

1. Por esa razón, el Verbo es llamado Salvador; porque él ha dispensado a los hombres estos remedios racionales, para que puedan sentir rectamente y alcancen la salvación. Él sabe esperar el momento oportuno, reprender los vicios, hacer patente las causas de las pasiones, cortar la raíz de los apetitos irracionales, señalar aquello de lo que debemos abstenernos, y dispensar a los enfermos todos los antídotos para su salvación. Ésta es la más grande y regia obra de Dios: salvar a la humanidad.

2. Los enfermos muestran su disgusto con el médico que no prescribe ningún remedio para la curación; ¿cómo no vamos a estar nosotros sumamente agradecidos al divino Pedagogo, que no calla ni es negligente en denunciar las desobediencias que conducen a la perdición, sino que, por el contrario, las reprende, corta los impulsos que llevan a ellas, y enseña las normas adecuadas para una recta conducta? Tengamos, entonces, para con él el mayor reconocimiento.

3. El animal racional (me refiero al hombre), ¿qué otra cosa debe hacer sino contemplar lo divino? Pero es preciso también (digo yo) contemplar la naturaleza humana, y vivir guiados por la Verdad, amando sobremanera al Pedagogo mismo y sus preceptos, porque ambas cosas son convenientes y concordes. Conformándonos a este modelo, debemos sintonizar con el Pedagogo y vivir una vida auténtica, armonizando nuestros actos con el Verbo.

H
Sobre la conducta humana

CI
La virtud es sinfónica con el Verbo

1. Todo acto contrario a la recta razón (al Verbo) es un pecado. Así es como los filósofos estiman que deben definirse las pasiones más generales: la concupiscencia, un apetito que no obedece a la razón; el temor, una inclinación que no obedece a la razón; el placer es una exaltación del alma que no obedece a la razón; la tristeza, una contracción (sístole) del alma que no obedece a la razón. Si la desobediencia a la razón genera los pecados, ¿cómo no concluir necesariamente que la obediencia al Verbo, que llamamos fe, engendra lo que llamamos el deber?

2. La virtud, en efecto, es una disposición del alma que sintoniza con la razón, a lo largo de toda la vida. Y lo que es más importante, a la misma filosofía se la define como una búsqueda de la recta razón. De donde se sigue que toda falta cometida por un extravío, se llama también pecado.

3. Así, cuando el primer hombre pecó y desobedeció a Dios, al instante "se hizo semejante (dice la Escritura) a las bestias" (Sal 48,13. 21). El hombre que ha pecado contra el Verbo (la razón) ha sido considerado con toda justicia como irracional, y comparado con las bestias.

CII
El cristiano debe seguir la voluntad de Cristo

1. Por eso dice la Sabiduría: "El libidinoso y adúltero es un caballo en celo" (Sab 33,6), comparándolo a un animal irracional; y añade: "Relincha cuando se le quiere montar" (Sab 33,6). El hombre (dice) ya no habla; porque no es ya racional el que comete una falta contra la razón (el Verbo), sino un animal irracional, entregado a los apetitos desordenados, donde se asientan todos los placeres.

2. Los discípulos de los estoicos denominan a la acción recta, realizada por obediencia al Verbo, "lo conveniente" y "lo debido". Lo debido es lo conveniente, y la obediencia se funda en los preceptos; éstos, que se identifican con los mandamientos, tiene como objetivo la verdad y conducen hasta la última cosa apetecida, que es concebido como fin. Así, el fin de la religión es el reposo eterno en Dios, y nuestro fin es el principio de la eternidad.

3. El acto virtuoso, inspirado por la religión, cumple el deber por medio de las obras; por eso, lógicamente, los deberes consisten en obras y no en palabras. El comportamiento propio del cristianismo es la actividad del alma racional (conforme al Verbo), acorde con el buen juicio y con el deseo de la verdad, realizada por medio del cuerpo, a ella unido y compañero suyo en la lucha.

CIII
La pedagogía divina está ordenada a nuestra salvación

1. Este conjunto está formado por los preceptos del Señor, que, siendo instrucciones divinas, han sido consignadas por escrito como mandamientos espirituales, útiles para nosotros mismos y para nuestros prójimos. Estos preceptos vuelven de rebote hacia nosotros, como vuelve la pelota hacia el que la lanzó. Así entonces, según la pedagogía divina, los deberes son necesarios: han sido prescritos por Dios y están ordenados a nuestra salvación.

2. Por lo demás, entre las cosas necesarias, algunas lo son solamente para nuestra vida de aquí; otras nos dan alas para volar desde aquí a la vida feliz de allá arriba; de la misma manera, entre los deberes, unos se ordenan a esta vida y otros a la vida feliz. Los que están prescritos para la vida común, son bien conocidos por la mayoría; pero los que se ordenan a la vida feliz y de los que depende la vida eterna de allá arriba, podemos describirlos sumariamente, recogiéndolos de las mismas Escrituras.