CLEMENTE DE ALEJANDRÍA
Pedagogo

LIBRO II

A
El modo de comportarse con los alimentos

I
El gobierno del propio cuerpo

1. Siguiendo nuestro propósito, y eligiendo los textos de la Escritura que se refieren a la parte práctica de nuestra pedagogía, debemos describir brevemente el comportamiento que debe seguir, a lo largo de toda su vida, uno que se dice cristiano. Comencemos, entonces, por nosotros mismos y es necesario comportarse.

2. Así, para dar a nuestra exposición sus justas proporciones, debemos empezar por hablar del comportamiento de cada uno de nosotros con respecto a su propio cuerpo. O mejor, cómo es necesario dirigirlo. En efecto, cuando uno, a partir de las cosas exteriores y del cuidado de su propio cuerpo, con la ayuda que le brinda el Verbo para reflexionar, adquiere un conocimiento de lo que sucede en el hombre, según las leyes de la naturaleza, sabrá no preocuparse por las cosas externas y purificar lo que es propio del hombre: el ojo del alma, y a purificar también la misma carne.

3. El que ha sido purificado, por haberse liberado de aquellas cosas que le convierten en polvo, ¿qué medio más ventajoso que sí mismo podría hallar para llegar directamente a comprensión de Dios?

4. Algunos hombres viven para comer, como los animales privados de razón, su vida no es más que el vientre (cf. Rm 16,18; Flp 3,19). A nosotros, el Pedagogo nos prescribe comer para vivir; ni el comer debe ser nuestra obsesión, ni nuestro fin el placer, sino que el alimento nos es permitido para facilitarnos nuestra permanencia aquí en la tierra, estadía que el Verbo educa para la inmortalidad.

II
Se debe elegir una alimentación simple y sencilla

1. Que nuestro alimento sea sencillo y sin refinamiento, conforme a la verdad; que se ajuste a la conveniencia de los niños simples y sencillos; que sirva para la vida, no para la sensualidad. Esta vida consta de dos elementos: la salud y el vigor, relacionados con un tipo de alimentación fácil de digerir, provechosa para la digestión y la agilidad del cuerpo. Es este alimento el que produce el crecimiento, y mantiene la salud y la fuerza de forma equilibrada; y no ese vigor exagerado, peligroso y digno de lástima, propio de los atletas que siguen un régimen de alimentación forzada.

2. Conviene rechazar la variedad de manjares que producen diferentes perjuicios: indisposiciones del cuerpo, náuseas de estómago. El gusto se deteriora por los funestos artificios de los cocineros y su vana habilidad para preparar pasteles. Así, en efecto, hay quienes se atreven a denominar alimento a la búsqueda de la glotonería, que conduce a los placeres dañinos.

3. Antífanes, médico de Delos, afirmó que la causa de las enfermedades era esta gran variedad de alimentos; característica de aquellos que, hastiados de la sencillez por su multiforme ostentosidad, desprecian la moderación del régimen alimenticio, y se preocupan por importar alimentos de ultramar.

III
El vicio de la gula

1. Yo siento piedad por esta enfermedad, pero ellos no se avergüenzan de celebrar su glotonería. Su preocupación se centra en las murenas del estrecho de Sicilia, en las anguilas del Meandro, en los cabritos de Melos, en los mújoles de Esciato, en los crustáceos del cabo Peloro, en las ostras de Abidos; no descuidan tampoco las anchoas de Lípara ni la naba de Mantinea, ni tampoco las acelgas de Ascra. Buscan los mariscos de Metimna y los rodaballos del Ática, los zorzales de Dafne, los higos secos negros como golondrinas, por los que el infortunado persa (Jerjes) llegó a Grecia con cinco millones de hombres.

2. Por lo que atañe a las aves, las adquieren de Fasis, las perdices de Egipto y los pavos de Media. Y tras aderezarlo con las salsas, los glotones abren su boca, de par en par, ante los platos. Y todo cuanto produce la tierra, las profundidades marinas y el espacio inconmensurable del aire, se lo procuran para su glotonería. Parece realmente como si estos infatigables comilones quisieran pescar en sus redes al mundo entero para satisfacer su gula, deseosos de oír "silbar las sartenes" (Apseudeo de Théleclides, Fragmentos, 10) para su fruición; pasando toda su vida entre morteros y almireces (pisones de morteros), comiendo todo se apiñan como leña para el fuego. Incluso un alimento tan común como el pan lo adulteran, privando al trigo de su elemento nutritivo, de suerte que un alimento tan necesario lo convierten en objeto de un vergonzoso placer.

IV
El agape no es una mera cena humana

1. La glotonería humana no tiene límite; ella los empuja hacia los pasteles, las tortas de miel, también hacia las golosinas, ideando una gran variedad de postres y descubriendo toda clase de recetas. Me da la impresión de que un hombre glotón no es más que boca.

2. Dice la Escritura: "No desees los manjares de los ricos, porque van unidos a una vida es falsa y vergonzosa" (Prov 23,3). Los ricos son esclavos de los manjares que, al poco rato, terminan en la letrina (cf. Mt 15,17; Mc 7,19; Jn 6,27); nosotros, en cambio, que perseguimos el alimento celestial, debemos dominar el vientre que se encuentra bajo el cielo, y, más aún, todo aquello que le es agradable, cosas que "Dios destruirá" (1Cor 6,13), dice el apóstol, ya que repudia (y es natural) los deseos de la gula.

3. "Porque los alimentos son para el vientre" (1Cor 6,13) y de ellos depende esta vida realmente carnal y perniciosa. Y si algunos osan llamar, con un lenguaje desvergonzado, agape a ciertos platos que exhalan el olor característico de los asados y las salsas, injuriando con sus pequeños platos y salsas la obra bella y saludable del Verbo: el agape santo, blasfemando este nombre con la bebida, molicie y humo, se equivocan si creen poder comparar las promesas divinas con sus comilonas.

4. Si quisiéramos clasificar en la misma categoría las reuniones cuya finalidad consiste en alegrarse conjuntamente, denominaríamos con razón a este tipo de reuniones con el nombre de almuerzo, desayuno o banquete; pero el Señor a tales festines jamás los ha denominado agape.

5. Lo que dijo en una ocasión fue esto: "Cuando seas invitado a una boda, no te recuestes en el primer lugar (Lc 14,7-8); sino que, cuando te inviten, recuéstate en el último lugar" (Lc 14,10); y en otro pasaje: "Cuando des una comida o una cena", y otra vez: "Cuando des un banquete llama a los pobres" (Lc 14,12-13); con esta intención y no otra debe celebrarse una comida; y, de nuevo, insiste: "Un hombre organizó una gran comida e invitó a muchos" (Lc 14,16).

V
El banquete espiritual

1. Creo saber de dónde procede la artificiosa denominación de comidas, a juzgar por las palabras del cómico: "De la garganta y de la manía desenfrenada de banquetes" (Anónimo, Fragmentos, 782). En verdad, "la mayor parte de las cosas, para la mayoría de la gente, existen sólo con vistas a la comida" (Anónimo, Fragmentos, 432). Sin duda, no se han percatado de que Dios ha preparado alimento y bebida para el sustento de su criatura (me refiero al hombre), no para su placer.

2. Tampoco es natural que el cuerpo saque un gran provecho de una alimentación suntuosa, más bien todo lo contrario; quienes toman alimentos más frugales son los más fuertes, los más sanos, los más vigorosos, como ocurre con los siervos respecto a sus amos, y con los labradores respecto a sus señores. Y no sólo son los más robustos, sino también los más sensatos, como en el caso de los filósofos respecto a los ricos, "porque que no han cegado su inteligencia con los alimentos, ni han pervertido su corazón con los placeres" (Anónimo, Fragmentos, 184).

3. Un agape es, realmente, un alimento celestial, un banquete espiritual (o: banquete del Verbo): "Todo lo sufre, todo lo soporta, todo lo espera; la caridad jamás decae" (1Cor 13,7-8). "Dichoso el que coma el pan en el reino de Dios" (Lc 14,15).

4. La peor que puede suceder es que la caridad (agape), que no debe decaer, caiga inútilmente desde el cielo hasta sobre las salsas. ¿Crees tú que yo considero un banquete lo que carece de valor? (cf. 1Cor 6,13; 2Cor 3,11) Dice la Escritura: "Si repartiere todos mis bienes, pero no tuviera caridad, no soy nada" (1Cor 13,3. 2).

VI
El Señor nos tiene preparado un banquete celestial

1. Sobre esta caridad se fundamentan toda la ley y el Verbo. Y si tú amas al Señor tu Dios y a tu prójimo (cf. Mt 22,40), te está preparado en el cielo este banquete celestial; en tanto que al banquete terrestre se le llama comida (deipnon), como lo muestra la Escritura, puesto que tiene como móvil la caridad, pero la comida no es caridad; es sólo una demostración de una benevolencia que une y es generosa.

2. "Que no sea difamado nuestro bien. Porque no consiste el Reino de Dios en la comida y en la bebida", dice el apóstol, para que lo efímero no sea tenido por lo mejor, "sino en la justicia, la paz y el gozo en el Espíritu Santo" (Rm 14,16-17). Quien coma de este alimento adquirirá el mejor de los bienes existentes, el Reino de Dios, preparándose desde aquí para la santa unión de la caridad, la Iglesia celestial.

VII
El hombre está destinado a la vida eterna

1. La caridad es, por tanto, algo puro y digno de Dios, y su obra es repartirla. "La preocupación por la educación es amor, dice la Sabiduría, y el amor consiste en la observancia de sus leyes" (Sb 6,17-18). Los goces terrenos tienen una cierta chispa de caridad, que nos habitúa a pasar del alimento vulgar al alimento eterno. La caridad no es, por consiguiente, una cena, pero ésta debe depender de la caridad.

2. "Que tus hijos a quienes amaste, dice, aprendan, Señor, que no alimentan al hombre las diversas especies de frutos, sino tu palabra, que mantiene a aquellos que en ti creen" (Sb 16,26); "porque el hombre justo no sólo vivirá del pan" (Dt 8,3; Mt 4,4; Lc 4,4; cf. Hab 2,4).

3. Que nuestro alimento sea frugal y ligero, que nos permita estar despiertos, sin mezcla de salsas variadas, lo que no significa una falta de educación. Porque tenemos una excelente nodriza: la caridad, que, poseyendo abundantes bienes para todos, introduce la moderación, que preside una alimentación equilibrada, imponiendo al cuerpo para su salud la mesura de las cantidades, y reparte con el prójimo parte de sus propios bienes. En cambio, ese otro régimen de vida, que sobrepasa la moderación, es altamente nocivo para el hombre, entorpece su alma y hace enfermizo su cuerpo.

4. Sí, ciertamente, los placeres de la gula reciben nombres malsonantes: golosinería, glotonería, sibaritismo, deseo insaciable, voracidad. Semejante a éstos son los nombres de moscas, comadrejas, cortesanos, luchadores, y "enjambres de salvajes de parásitos" (Homero, Ilíada, XIX, 30), es decir, aquellos que al placer del vientre sacrifican la razón, otros la amistad, o la vida misma, gente que arrastra el vientre, bestias parecidas al hombre, a imagen de su padre, la bestia golosa (cf. Gn 3,14; Jn 8,44).

5. Creo que los antiguos, al llamarles asótoi (lit. perdidos), expresaron bien su fin, considerándolos asóstoi (que no pueden ser salvados) por la supresión de la letra sigma. ¿No son éstos, en verdad, los que centran su atención en los platos y en la fatigosa elaboración de los condimentos; seres infelices, nacidos de la tierra, perseguidores de una vida efímera, como si no estuvieran destinados a la vida eterna?

VIII
La carne sacrificada a los ídolos

1. A éstos el Espíritu Santo, por boca de Isaías, les llama miserables, rehusándoles tácitamente el nombre de agape para sus banquetes, porque no eran conforme a la razón: "Ellos estaban alegres, sacrificando bueyes y degollando ovejas, y exclamando: comamos y bebamos, que mañana moriremos" (Is 22,13; 1Cor 15,32).

2. Y, como considera un pecado esta vida desenfrenada, añade: "Ciertamente no les será perdonado el pecado hasta que mueran" (Is 22,14); decreta, no la absolución de la falta por una muerte física, sino que la satisfacción del pecado está en una muerte salvadora. "No te dejes entusiasmar por un pequeño placer" (Sb 18,32), dice la Sabiduría.

3. Aquí debo recordar la llamada carne sacrificada a los ídolos y de cómo debemos abstenernos de ella (cf. Hch 15,29). Según creo, son francamente sucias y abominables estas carnes rociadas de sangre, "almas de cadáveres, que salen del fondo del Erebo" (Homero, Odisea, XI, 37).

4. Dice el apóstol: "No quiero que tengan nada que ver con los demonios" (1Cor 10,20), ya que está preparado un alimento diferente para los que se salvan y otro para los que perecen. Es preciso que nos abstengamos de tales alimentos, no por temor, ya que los demonios carecen de poder, sino por repugnancia, tanto por nuestra conciencia pura (cf. 1Cor 10,25), como por la desvergüenza de los demonios, a quienes estos alimentos están consagrados; y aún por la debilidad de quienes dudan de todo, "gente cuya conciencia queda contaminada, porque es débil. Además, la comida no nos acercará a Dios" (1Cor 8,7-8). "No es lo que entra por la boca lo que ensucia al hombre, se dice, sino lo que sale" (Mt 15,11).

IX
Cristo nos ofrece el verdadero manjar

1. Por tanto, el uso natural del alimento es algo indiferente: "No somos más si comemos, se afirma, ni menos si no comemos" (1Cor 8,8); pero no es razonable compartir "la mesa de los demonios" (1Cor 9,4-5), cuando se nos ha admitido a participar del alimento divino y espiritual. Dice el apóstol: "¿Acaso no tenemos derecho a comer y a beber, y a traer con nosotros una mujer?" (1Cor 9,4-5). Con la abstinencia de los placeres frenamos los deseos; "pero, miren que esta libertad que tienen no sea un tropiezo para los débiles" (1Cor 8,9).

2. No debemos, menospreciar los dones del Padre, como el hijo rico del evangelio (cf. Lc 15,11), llevando una vida disipada; antes bien, usar de ellos, como dueños, pero sin inclinarnos ante ellos. Fuimos, en efecto, constituidos reyes y señores (cf. Gn 1,28), no esclavos de los alimentos.

3. Es de admirar que, examinando con atención la verdad, podamos participar del alimento divino, y también saciarnos en la contemplación inextinguible de Aquél que es verdaderamente el Ser, gustando de ese placer único, estable y puro. Éste es el agape que debemos esperar, como lo demuestra el manjar que Cristo nos ofrece (cf. Jn 6,51).

4. Es totalmente irracional, insensato e inhumano alimentarse para la muerte, como el ganado que engorda mirando sólo a la tierra (de ella hemos sido formados) y estar siempre recostados sobre las mesas, a la caza de una vida intemperante, enterrando en ella el bien para ocuparse de una vida sin porvenir, y con la mirada puesta en los placeres de la gula, que proporcionan mayor estima a los cocineros que a los mismos agricultores. Lejos está de nosotros rechazar las relaciones sociales; pero desconfiamos de los peligros de la sociedad, como si de una desgracia se tratara.

X
El cristiano debe ser discreto en su alimentación

1. Por eso debemos alejarnos del vicio de la gula tomando pocos alimentos, sólo los más indispensables. Y si algún infiel nos invita, y decidimos ir a su casa (realmente no es cosa buena tener tratos con los que viven desordenadamente; cf. 2Ts 3,6), el apóstol nos ordena comer todo cuanto se nos ofrezca, "sin escrúpulos de conciencia" (1Cor 10,27); y también nos ha ordenado comprar sin más todo lo que se vende en el mercado (cf. 1Cor 10,25).

2. No es necesario abstenerse de la variedad de los manjares, sino evitar la preocupación por la variedad. Debemos tomar el alimento que se nos da como conviene a un cristiano, honrando así al que nos ha invitado, participando de la reunión sin descortesía y sin refinamiento, sin conceder importancia (lit.: indiferente) a la suntuosidad del servicio, y despreciando los alimentos, que dentro de muy poco ya no existirán.

3. "El que come, al que no coma no le menosprecie; y el que no come, al que coma no le juzgue" (Rm 14,3). Y en unas líneas más adelante explicará el por qué de su consejo: "El que come, dice, por el Señor come, y da gracias a Dios; y el que no come, no come por el Señor y da gracias a Dios" (Rm 14,6); de modo que el alimento justo es una acción de gracias; y el que sin cesar está dando gracias, no se ocupa de los placeres.

4. Si quisiéramos encaminar hacia la virtud a alguno de nuestros comensales, tendríamos que abstenernos aún más de los alimentos refinados, dando así un claro ejemplo de virtud, como Jesucristo nos lo ha dado a nosotros. "Si, en efecto, alguno de estos alimentos es motivo de escándalo para mi hermano, no lo comeré jamás (dice el apóstol), para no escandalizar a mi hermano" (1Cor 8,13), pues con un poco de temperancia habré ganado un hombre.

5. "¿No tenemos acaso derecho a comer y a beber?" (1Cor 9,4). De nuevo insiste: "Hemos conocido la verdad" (1Tm 4,3), es decir, "que un ídolo no es nada en este mundo, y que tenemos realmente un solo y único Dios (1 Co 8,4), de quien todo procede, y un solo Señor, Jesús" (1Cor 8,6). Pero "se pierde el débil, dice, por tu ciencia, el hermano débil por quien Cristo murió. Los que hieren la conciencia de los hermanos débiles, pecan contra Cristo" (1Cor 8,11-12).

6. De este modo el apóstol, para prevenirnos, establece una distinción entre los banquetes, afirmando: "No se mezclen con quien, llamándose hermano, fuese libertino, adúltero o idólatra; con ese, ni comer" (1Cor 5,11); ni conversación ni compartir la mesa con él; por temor a la corrupción que ello pueda acarrear, como si fuera "la mesa de los demonios" (1Cor 10,21).

XI
Los peligros de la falta de temperancia

1. "Bueno es no comer carne ni beber vino" (Rm 14,21); en este mismo sentido se pronuncian los pitagóricos. Pero se refieren a la carne de caza mayor, cuyos olores más espesos ensombrecen el alma. Pero si alguno la prueba, no peca (cf. 1Cor 7,36); sea moderado al tomarla, no sea ávido en exceso, ni esclavo de ella; ni alargue su lengua hacia el plato, porque oirá este reproche: "No arruines por causa de un manjar la obra de Dios" (Rm 14,20).

2. Es de persona necia contemplar demasiado y quedarse boquiabierto ante lo que se sirve en un festín común, después de haber gustado del Verbo; pero es mucho más insensato que nuestras miradas queden esclavizadas ante los platos, y que la intemperancia sea, por así decirlo, paseada por los servidores.

3. ¿Cómo no va a ser inconveniente incorporarse sobre el triclinio para lanzar la mirada sobre los platos, inclinando el rostro hacia adelante, como en el borde de un nido, como comúnmente se dice, para aspirar las ondas olorosas? ¿Cómo no va a ser estúpido mojar las manos en la salsa, o tenderlas a cada instante hacia el plato, pero no con ánimo de probarla, sino más bien para echar mano a los alimentos, sin moderación ni decoro?

4. Puede afirmarse que los que así obran se asemejan, por su voracidad, a los cerdos y a los perros más que a las personas; porque tan grande es su apuro por atiborrarse que hinchan a un mismo tiempo los dos carrillos, como si tuvieran unos recipientes en la cara. Además, el sudor les empapa, porque los oprime su deseo insaciable, y jadean de intemperancia. Desordenada y confusamente, engullen los alimentos y llenan el vientre, como si fueran a aprovisionarse, pero no a digerirlos. La falta de moderación constituye realmente un mal, pero de manera especial, en lo relativo a la alimentación.

XII
La intemperancia es causa de vergüenza propia y ajena

1. La gula (opsofagia) es la absoluta carencia de moderación en el uso de alimentos; la golosinería (laimargia) es un delirio de la garganta, y la glotonería (gastrimargia) es la intemperancia en la alimentación, o como su mismo nombre indica, una locura del estómago, ya que márgos (lit. loco) es sinónimo de ansioso.

2. El apóstol, retomado este tema, a propósito de los que celebran banquetes comunes, afirma que no obran rectamente: "Porque cada cual, al comer, se adelanta a tomar su propia cena, y mientras uno pasa hambre, otro se embriaga. ¿Es que no tienen casas para comer y beber? ¿O acaso menosprecian la casa de Dios, y avergüenzan a los que no tienen?" (1Cor 11,21-22). Pero en casa de los ricos, los glotones, los intemperantes, gentes insaciables, se avergüenzan a sí mismos. Unos y otros actúan mal: unos, porque afrentando a los que nada tienen, y los otros, porque desnudan su incontinencia a costa de los que tienen.

3. Convenía que el apóstol, después de haber hablado largamente contra aquellos que han perdido la vergüenza, y que abusan de las comidas con menos recato que los demás, en una palabra, contra los insaciables que nunca tienen suficiente, elevara por segunda vez la voz con enojo: "Así que, hermanos míos, cuando se junten para comer, espérense unos a otros. Si alguno tiene hambre, coma en su casa, a fin de que no se junten para su condenación" (1Cor 11,33-34).

XIII
Las buenas maneras en la mesa

1. Nuestro deber es abstenernos de toda grosería e intemperancia, tomar con moderación lo que se nos ofrezca, sin ensuciarse las manos, ni el lecho, ni la barba; antes bien, conservando un aspecto digno, que no conozca deformación alguna, no hacer muecas ni en el momento de la deglución, sino procurar tender la mano con orden y a intervalos. También debe procurarse no hablar mientras se come, ya que la voz se torna desagradable y confusa ante la presión de las mandíbulas llenas, y por el agobio de los alimentos sobre la lengua, pierde ella su natural capacidad y soltura, emitiendo una pronunciación apagada.

2. Tampoco conviene comer y beber al mismo tiempo; en efecto, es indicio de intemperancia manifiesta mezclar los tiempos destinados a cosas incompatibles. Y como dice el apóstol: "Sea que coman, o que beban, háganlo todo para gloria de Dios" (1Cor 10,31), tendiendo a la verdadera simplicidad, la que, según creo, sugirió el Señor cuando bendijo los panes y los peces asados, y los repartió entre sus discípulos (cf. Mt 14,19; 15,36; Jn 6,11; 21,9), dándoles un bello ejemplo de sencillez en la comida.

XIV
La providencia de Dios

1. Aquel pez que Pedro pescó, a instancias del Señor (cf. Mt 17,27), representa un alimento simple, moderado, recibido de Dios. El Señor, en verdad sugiere borrar, de entre los que salen de las aguas del bautismo, tomados por el cebo de la justicia, el desenfreno y el amor a las riquezas, como se quita la moneda del pez, para rechazar la vanagloria y con el fin de que, después de dar el estáter a los recaudadores, se dé al césar lo que es del césar y se reserve para Dios lo que es de Dios (cf. Mt 22,21; Mc 12,17; Lc 20,25).

2. El estáter es susceptible de otras explicaciones que no se me ocultan; sin embargo, no es el momento oportuno de un comentario exhaustivo. Sólo basta con recordarlo, ya que lo anteriormente expuesto no desentona de un brillante razonamiento y, como hemos hecho en otras ocasiones, es muy útil regar aquellas cosas peor tratadas con la fuente del razonamiento que apremia la investigación.

3. En efecto, "aunque todo me es lícito, sin embargo no todo me conviene" (1Cor 10,23); rápidamente caen en lo ilícito quienes quieren hacer todo lo lícito. Y así como a través de la avaricia no se alcanza la justicia, ni la intemperancia es el verdadero camino de la moderación, así tampoco el régimen de vida de un cristiano se adquiere con una vida placentera; porque la mesa de la verdad está lejos de "las comidas lascivas" (Anónimo, Fragmentos, 887).

4. Aunque todo ha sido creado exclusivamente para el hombre, no está bien usarlo todo, y muchísimo menos a cada instante. La ocasión, el tiempo, el modo, y el por qué ejercen una influencia no pequeña para el que se educa en determinar lo verdaderamente útil. Y lo conveniente tiene fuerza suficiente como para abolir una vida entregada al vientre, a la que se adhiere la riqueza, no porque se mire con ansiedad, sino porque la abundancia de riqueza le vuelve ciego por el vicio de la gula.

5. Nadie es pobre en lo que concierne a lo estrictamente necesario; ni nadie ha sido jamás abandonado: porque un ser que es único, Dios, alimenta a los pájaros y a los peces; y, en una palabra, a los animales irracionales. Nada les falta, aunque no se preocupen de su alimento. Ahora bien, nosotros los valemos más que ellos, en tanto que somos sus dueños; y estamos más cerca de Dios, porque somos más prudentes y sabios (cf. Mt 6,26).

6. Nosotros no hemos sido creados para comer y beber, sino para que lleguemos a conocer a Dios. "El justo (dice la Escritura) come y sacia su alma, pero el vientre de los impíos no se saciará" (Prov 13,25), porque centran su deseo en las golosinas. No debe emplearse la riqueza para satisfacer nuestros exclusivos placeres, sino para compartirla con los demás.

XV
La felicidad reside en la práctica de la virtud

1. Por eso debemos abstenernos de aquellos alimentos que, sin tener hambre, nos inducen a comer, porque estimulan nuestro apetito. Pero ¿acaso no puede darse una sana variedad de alimentos, en medio de una sana frugalidad? Cebollas, aceitunas, algunas legumbres, leche, queso, frutos y diversos alimentos cocidos y sin condimento. Y si conviene carne asada o cocida, debe ofrecerse.

2. "¿Tienen algo que comer?", dijo el Señor a sus discípulos, después de su resurrección. Y, como los había instruido en la práctica de la simplicidad, "éstos le ofrecieron un poco de pescado asado, y, mientras comía en presencia de ellos, les dijo". Y Lucas refiere lo que les dijo (Lc 24,41-44).

3. Además, no hay que privar de postres ni de miel a quienes toman su alimento con moderación. De entre los alimentos, los más convenientes son aquellos que pueden tomarse al momento, sin necesidad de calentarlos, pues ya están preparados; luego existen los más simples, como antes hemos dicho.

4. En cuanto a los que se inclinan sobre las mesas humeantes, alimentando así sus propias pasiones, tienen por guía un demonio muy glotón, al que yo no me avergonzaría de llamar "un demonio del vientre" (Eupolis, Fragmentos, 172); éste es, sin duda, el peor y el más funesto de los demonios. Ese tal se asemeja a un ventrílocuo. Es, sin lugar a dudas, mucho mejor llegar a ser feliz que cohabitar con un demonio. Pero la felicidad está en el ejercicio de la virtud.

XVI
El justo medio

1. El apóstol Mateo se alimentaba de semillas, de frutos secos, de legumbres, no de carne; Juan, por su parte, extremando su temperancia, "comía saltamontes y miel silvestre" (Mt 3,4; Mc 1,6).

2. Así mismo, Pedro se abstenía de la carne de cerdo. Pero "le sobrevino un éxtasis -como está escrito en los Hechos de los Apóstoles- y vio el cielo abierto y una especie de mantel grande, suspendido por sus cuatro extremos, que descendía sobre la tierra; en el cual había toda clase de cuadrúpedos, reptiles de la tierra y volátiles del cielo. Y se oyó una voz que decía: "Levántate; sacrifica y come". Pero Pedro repuso: "De ninguna manera, Señor, puesto que jamás comí cosa profana e impura". Y la voz desde el cielo habló por segunda vez: "Lo que Dios purificó, no lo llames tú profano" (Hch 10,10-15).

3. Por consiguiente nos es indiferente el uso de los alimentos, porque "no lo que entra por la boca mancha al hombre" (Mt 15,11), sino una vana opinión sobre la intemperancia. Dios, en verdad, después de modelar al hombre dijo: "Todo les servirá de alimento" (Gn 1,29; 9,3). "Vale más comer legumbres con amor, que toro cebado con odio" (cf. Prov 15,17).

4. Esto nos recuerda lo que se ha dicho más arriba (II, IV, 3): que las legumbres no son el agape (la caridad), pero es con caridad que deben tomarse los alimentos. La ponderación es buena en todas las cosas, pero sobre todo en la preparación de las comidas; porque los extremos son peligrosos y la vía media es la mejor. El justo medio consiste en que no falte lo necesario, puesto que los deseos naturales quedan satisfechos cuando tienen lo suficiente.

XVII
El testimonio del AT

1. A los judíos la ley les recomienda la frugalidad, de acuerdo con el plan divino; el Pedagogo, por boca de Moisés, ordenó abstenerse de muchos alimentos, señalando los motivos: de forma implícita, los de carácter espiritual; expresamente, los carnales, a los que también dieron crédito. Se abstenían los judíos de los animales que no tienen las pezuñas partidas (Lv 11,4-5; Dt 14,7), de los que no rumian su alimento (Lv 11,6-7; Dt 14,8); y de los animales acuáticos, sólo los que no tienen escamas (Lv 11,10; Dt 14,10). Así, no les quedaba más que un reducido número de animales de los que podían comer.

2. Y todavía, de entre los permitidos, la ley excluyó los que hubiesen muerto por enfermedad (Lv 11,39; Dt 14,21), los ofrecidos a los ídolos (cf. Ex 20,3) y los que hubiesen sido sofocados (Lv 17,10; Dt 12,16): no era lícito comer de ninguno de estos (cf. Lv 11,1; Dt 14,1). Porque es imposible utilizar cosas placenteras sin complacerse en ellas, la ley reaccionó prescribiendo una conducta contraria, hasta que se suprima esta búsqueda de los placeres que engendran los malos hábitos.

3. La mayoría de las veces, el placer produce en los hombres daño y sufrimiento; y el exceso de alimento engendra en el alma dolor, olvido y demencia. Se dice también que el cuerpo de los niños crece mejor si la alimentación es restringida, porque así nada detiene el impulso vital que concurre al crecimiento; mientras que una alimentación abundante, obstaculiza su desarrollo.

XVIII
El ejemplo de Platón

1. Por eso Platón, el que entre los filósofos buscó con ardor la verdad, denuncia la vida voluptuosa, reavivando el fuego de la filosofía hebrea, cuando dice: "Una vez que llegué, no encontré satisfacción alguna en la llamada "vida feliz", que consiste en pasar el tiempo alrededor de las mesas al estilo de los italianos y siracusanos; en hartarse dos veces al día, en no acostarse nunca solo, y en ocuparse de todo lo que implica semejante forma de vida. En efecto, ningún hombre, bajo el cielo, podrá hacerse sensato si, desde su juventud, se comporta así, ni conseguirá alcanzar el maravilloso equilibrio de la naturaleza" (Platón, Epístolas, VII, 326b-c).

2. Platón, en efecto, no desconocía que David, el día, que en su ciudad, instaló el arca santa en medio de la carpa, ofreció un banquete a todo su pueblo: "Delante del Señor, distribuyó a todo el pueblo de Israel, hombres y mujeres, una torta de pan, un pastelito y una torta frita" (2Sm 6,19; 1Cro 16,1-3). Este alimento es más que suficiente, y es el de los israelitas, mientras que el de los paganos es superfluo.

3. Y quien sigue este alimento (el de los paganos), "jamás podrá llegará a ser prudente" (Platón, Epístolas, VII, 326c), porque entierra su espíritu en el vientre, semejante al pez llamado ónos (lit. merluza), del cual afirma Aristóteles que es el único animal que tiene el corazón en el vientre (Aristóteles, Constitución de los Atenienses, 315e). Epicarmo el cómico lo llama ektrapelógastros (lit. ventrimonstruoso).

4. Éstos son los que han confiado en su vientre: "Su dios es el vientre; ponen su gloria en su vergüenza, y sólo tienen pensamientos terrenos" (Flp 3,19). A este tipo de seres el apóstol no les predijo la felicidad: "Su fin, dice, es la perdición" (Flp 3,19).

XIX
Simbolismo del agua y del vino

1. A Timoteo, que bebía agua, le dice el apóstol: "Toma un poco de vino por causa de tu estómago" (1Tm 5,23); así le prescribe el remedio astringente adecuado a un cuerpo enfermo y con exceso de líquido; no obstante, aconseja una pequeña cantidad, no fuera que el remedio, tomado en abundancia, necesitara otra medicación.

2. Realmente el agua es una bebida natural, que favorece la sobriedad, y es indispensable cuando se tiene sed. El Señor la hacía brotar para los antiguos hebreos de la dura roca, y se la daba como bebida simple y sana, porque era especialmente necesario que los que aún andaban errantes (cf. Ex 17,6; Nm 20,11; Dt 8,15; 1Cor 10,4).

3. Más tarde, la viña santa produjo el racimo profético (cf. Is 5,1). Es la señal para quienes que, tras una vida errante, han sido conducidos al reposo (cf. Nm 10,33; Is 25,10). Es el gran racimo, el Verbo que ha sido prensado para nosotros, la sangre de la uva madura, la sangre del racimo que el Verbo ha querido mezclar con agua (cf. Jn 2,7-9; 7,38-39), como su sangre se mezcla con la salvación (cf. Jn 15,1).

4. La sangre del Señor es doble: en primer lugar, es su carne, con la que nos ha rescatado de la perdición (cf. 1Pe 1,18-19); y, en segundo lugar, su Espíritu, con el que hemos sido ungidos. Y beber la sangre de Jesús es participar de la incorruptibilidad del Señor. El Espíritu es la fuerza del Verbo, como la sangre lo es la de la carne.

XX
Conviene que los jóvenes se abstengan del vino

1. Además, de forma análoga, como el vino se mezcla con el agua, se mezcla el Espíritu (naturaleza divina del Verbo) con el hombre. La mezcla del agua con el vino alimenta para la fe; mientras la otra, que conduce a la incorruptibilidad, es el Espíritu. A su vez, la mezcla de los dos (es decir, de la bebida y del Verbo) recibe el nombre de eucaristía, gracia laudable y hermosa, que santifica el cuerpo y el alma de quienes la reciben con fe (cf. 1Ts 5,23), mezcla divina que es el hombre, en quien la voluntad del Padre hace mezclarse misteriosamente el Espíritu y el Verbo. Porque verdaderamente el Espíritu inhabita en el alma, que sostiene, y la carne se une al Verbo, por la que "el Verbo se hizo carne" (Jn 1,14).

2. Me admiro de quienes han elegido una vida austera, y que anhelan el agua, fármaco de templanza, y que huyen lo más lejos posible del vino como de una amenaza de fuego.

3. Me agrada, en verdad, que los muchachos y las muchachas se abstengan lo más posible de esta droga, ya que no es conveniente derramar el líquido más caliente, es decir, el vino, sobre una edad hirviente, como si se echara fuego sobre fuego, por lo que se inflaman los instintos salvajes, los deseos ardientes y el ardor temperamental (cf. Platón, Leyes, II, 664e). Los jóvenes, enardecidos interiormente, se dejan arrastrar por sus deseos, hasta tal punto que su mal se manifiesta claramente ante los ojos de todos en sus cuerpos, cuando los órganos de la sensualidad alcanzan una madurez precoz.

4. Bajo la ardiente influencia del vino, los senos y los órganos sexuales se llenan de sangre y de vigor, expresión impúdica que preludia la fornicación; el trauma del alma inflama el cuerpo y las palpitaciones obscenas suscitan una curiosidad prematura, que invitan al hombre de costumbres ordenadas a infringir la ley.

XXI
La moderación en la edad adulta

1. De ahí que el dulce vino de la juventud desborde los límites del pudor. Y es necesario, en la medida de lo posible, intentar apagar las pasiones de los jóvenes, ya sea eliminando la materia combustible, la del terrible Baco, ya sea vertiendo un antifármaco al efervescente espíritu juvenil, a fin de enfriar el alma enardecida, detener la inflamación de los órganos y adormecer la excitación de la pasión ya desencadenada.

2. Los que están en la flor de la edad (18-30 años; cf. Platón, Leyes, II, 666a), al tomar cada día su desayuno (en el caso de que este desayuno sea oportuno para ellos) conviene que coman sólo pan y se abstengan totalmente de beber, para que el exceso de humedad sea absorbido por un alimento seco.

3. Escupir a cada momento, sonarse y correr al retrete es señal de intemperancia, pues denota un exceso de líquido en el cuerpo. Ahora bien, si se tiene sed, que se cure este mal con un poco de agua, puesto que no conviene tomarla en exceso, con el fin de que la comida no se diluya, sino que se triture para facilitar la buena digestión; de esta manera, los alimentos son asimilados por el cuerpo, y sólo una pequeñísima cantidad es evacuada.

XXII
La temperancia en la ancianidad

1. Por otra parte, no conviene cargarse de vino cuando se estando ocupado en la meditación de las cosas divinas, porque como dice el poeta cómico, "el vino puro a pensar poco induce" (Menandro, Fragmentos, 779), y a no tener ningún pensamiento sabio. Pero, por la tarde, a la hora de cenar, debe tomarse vino, ya que no nos dedicamos a la lectura de ciertos pasajes que requieren una especial sobriedad (cf. Platón, Leyes, II, 666b).

2. En ese momento, la temperatura es más fresca que durante el día, de suerte que es preciso suplir el calor natural que disminuye con calor artificial; es decir, tomando vino en escasa cantidad; pues no conviene ir "hasta la copa del exceso" (Eubolo, Fragmentos, 95).

3. Quienes ya han sobrepasado la madurez pueden tomar la bebida más generosamente: calentando, sin daño alguno, con el fármaco de la viña, la frialdad de la edad, que va extinguiéndose por el paso del tiempo. Porque, la mayoría de las veces, los deseos de los ancianos no se inflaman hasta llegar al naufragio de la embriaguez.

4. Firmes, por así decirlo, por las anclas de la razón y del tiempo, soportan con mayor facilidad la tempestad de las pasiones desencadenadas por la embriaguez, y les está permitida aún cierta clase de bromas en los banquetes. Ahora bien, deben ponerse como límite, cuando beban, conservar lúcidamente la razón, la memoria activa, y proteger el cuerpo de toda agitación y temblor provocados por el vino. Los expertos llaman a este tipo ligeramente ebrio (Plutarco, Morales, 656c-657a).

XXIII
Los peligros del vino

1. Pero mejor será detenerse aquí, porque la pendiente es resbaladiza. Un tal Artorio, en su tratado Sobre la Longevidad (si mal no recuerdo) sostiene que sólo debe tomarse vino para humedecer los alimentos, a fin de que podamos tener una vida más larga. En su opinión, conviene que algunos tomen vino sólo como medicina, por motivos de salud; y otros para acompañar el recreo y la diversión.

2. En efecto, el vino vuelve al bebedor más alegre, en mayor grado que antes (Platón, Leyes, I, 649a), y lo hace más agradable para los comensales, más suave con los criados y más dulce con los amigos; ahora bien, la extralimitación desencadena la violencia. El vino, si es dulce y está caliente, si se le mezcla proporcionadamente, no sólo disuelve con su calor las materias viscosas de los excrementos, sino también templa con sus aromas los humores acres y groseros.

3. Con razón ha llegado a decirse: "El vino fue creado desde el principio para regocijo del alma y del corazón, con la condición de tomarlo con moderación" (Sb 31,28). Lo mejor es mezclar el vino con la mayor cantidad de agua posible, para impedir que provoque la embriaguez, y no debe servirse como agua; ambos son obras de Dios, y su mezcla contribuye a la salud, dado que la vida consta de lo necesario y de lo útil.

XXIV
El vino tomando en exceso obnubila los sentidos

1. El elemento necesario, el agua, debe mezclarse, en la mayor cantidad posible, con el elemento útil. El vino, tomado incontroladamente, traba la lengua, y hace que se entorpezcan los labios. Los ojos se alteran, como si la vista flotase sobre una superficie líquida; y forzándoles a mentir, creen los ebrios que todo gira en torno a ellos, y son incapaces de enumerar uno por uno los objetos que tienen delante: "Me parece, en verdad, que veo dos soles" (Eurípides, Bacantes, 91), decía el viejo tebano ebrio (el rey Penteo).

2. Porque la vista, agitada por el calor del vino, cree ver varias veces la realidad de un solo objeto; porque no hay diferencia entre que se mueva la vista y el objeto visto. En ambos casos la vista sufre lo mismo con respecto a la percepción física de un objeto: no puede captarlo con exactitud a causa de la agitación. Las piernas vacilan, como sacudidas por una corriente; los hipos, los vómitos, los delirios, hacen su aparición.

3. "Todo hombre poseído por el vino, según la tragedia, es dominado por la cólera, queda con la mente vacía, y suele, al terminar de charlar neciamente, escuchar con poco agrado lo que, de grado, ha criticado" (Sófocles, Fragmentos, 929). Pero, antes que el poeta trágico, la sabiduría había clamado: "El vino tomado en demasía llena de pasiones y de toda clase de vicios" (Sb 31,40).

XXV
La vida feliz

1. Ésta es la razón por la que muchos sostienen la necesidad de distenderse, y diferir los asuntos importantes, mientras se bebe, para la mañana siguiente. Yo, en cambio, me inclino a pensar que es sobre todo la razón la que debe ser invitada e introducida en los festines, para contener los efluvios del vino y evitar que el banquete insensiblemente derive hacia la embriaguez.

2. De la misma manera que una persona cuerda no querría cerrar sus ojos antes de irse a dormir, así tampoco estimaría oportuna la ausencia de la razón en el banquete, y haría mal si la enviara a dormir antes de dedicarse a sus ocupaciones. Más bien, todo lo contrario, la razón no deberá jamás abandonar la casa, ni siquiera mientras dormimos. En efecto, incluso para ir a dormir hay que convocarla.

3. Porque la sabiduría, que es la ciencia perfecta de las cosas divinas y humanas, lo abraza todo, en la medida en que extrema su vigilancia sobre el rebaño humano, y se convierte en un arte de regir la vida; así, nos asiste en todo momento, mientras dura nuestra vida, cumpliendo siempre su propio cometido: procurarnos una vida feliz.

4. Los desgraciados, en cambio, los que expulsan la temperancia de los banquetes, consideran vida feliz la total anarquía en la bebida; según ellos, la vida no es más que bacanales, embriaguez, baños, libaciones, vasos de noche, ociosidad y bebida.

XXVI
Los daños que se derivan de la embriaguez

1. Así, puede verse a algunos de ellos medio borrachos, tambaleándose, llevando coronas en el cuello, como las urnas funerarias, escupiéndose mutuamente vino, bajo pretexto de brindar a su salud. A otros, puede vérseles completamente ebrios, sucios, pálidos, con la mirada lívida, y añadiendo por la mañana una nueva embriaguez sobre la del día anterior.

2. Es bueno, amigos, bueno de verdad, que tras presenciar (a poder ser, lo más lejos posible) estas imágenes ridículas y a la vez lamentables, adoptemos una actitud y una conducta mejor, por el temor de dar un día nosotros también un espectáculo parecido y ser ocasión de burla.

3. Se ha dicho, y no sin razón, que "como el fuego prueba el temple del acero, así el vino prueba el corazón de los soberbios en la embriaguez" (Sb 31,31). Ésta es un uso excesivo de vino, mientras que la crápula es el estado al que se llega por los desórdenes de ese abuso; la borrachera (crápula) es ese estado repugnante y desagradable que se deriva de la embriaguez, y que recibe tal nombre por el bamboleo de la cabeza.

XXVII
El hombre ebrio es un cadáver

1. Éste es el tipo de vida (si así puede llamársele) llena de molicie, solícita a los placeres, apasionada por la embriaguez, que la divina Sabiduría teme para sus hijos y por eso les hace esta recomendación: "No seas bebedor de vino, no te dejes arrastrar para pagar la cuenta y los gastos de las comilonas, ya que todo hombre que se emborracha y es libertino se empobrecerá, y la somnolencia le vestirá de andrajos" (Prov 23,20-21).

2. El somnoliento es aquel que no ha despertado a la sabiduría, sino que está sumergido en el sueño de la embriaguez. Y como dice el texto, quien se emborracha se vestirá de harapos (cf. Prov 23,21), y su embriaguez hará que se avergüence ante los que lo observan.

3. Porque las ventanas del pecador son los desgarrones de sus vestidos carnales producidos por los placeres; a través de ellas puede verse en su interior el estado vergonzoso de su alma, el pecado, por el cual no podrá obtener fácilmente salvación la tela, destrozada por todas partes y podrida a causa de los innumerables placeres y, alejada, por razón misma del desgarrón, de la salvación.

4. La Escritura insiste con esta advertencia: "¿Para quién las maldiciones? ¿Contra quién las maledicencias? ¿Contra quién los juicios? ¿Contra quién las peleas, las heridas sin motivo?" (Prov 23,29). Miren al ebrio totalmente cubierto de harapos, que desdeña la razón misma y se hace esclavo de la embriaguez. ¡Cuántas amenazas le dirige la Escritura! Y de nuevo, insiste en la amenaza: "¿Quiénes tiene los ojos lívidos? ¿No son los que pasan el tiempo entre los vinos? ¿No son de los que frecuentan los lugares donde se bebe?" (Prov 23,29-30).

5. Así, la Escritura muestra que el bebedor es ya un cadáver en cuanto a la razón; ya se lo había predicho al hablar de los ojos lívidos, lo cual es un claro signo que aparece en los cadáveres; es la señal que está muerto para el Señor; porque el olvido de aquello que conduce a la verdadera vida es una pendiente que se desliza hacia la perdición.

XXVIII
Textos sobre los peligros de la embriaguez

1. Así, es natural que el Pedagogo, que vela por nuestra salvación, pronuncie esta fuerte prohibición: "No bebas vino hasta la embriaguez" (Tb 4,15; Prov 23,31; Jl 1,5). ¿Cuál es el motivo? preguntarás: "Porque, dice, tu boca proferirá entonces palabras perversas, y serás como aquel que está dormido en alta mar, o como un piloto durante una gran tempestad" (Prov 23,33-34).

2. Aquí viene en ayuda el poeta, cuando dice: "El vino, cuya fuerza iguala al fuego, cuando penetra en el hombre, lo agita con violencia, como lo hace el Boreas (viento del norte) o el Noto (viento del sur) en el mar de Libia; descubre todos sus secretos, y le obliga a hablar torpemente. El vino constituye un gran peligro para quienes se emborrachan; el vino es engañoso para el alma" (Eratóstenes, Fragmentos, 34).

3. ¿Ven los peligros de un naufragio? El corazón queda sumergido por el exceso de bebida; y el exceso de vino es comparado al mar amenazante, en el cual se hunde el cuerpo, como la nave se sumerge en el abismo del desorden, y es sepultado bajo las olas del vino, mientras el timonel, el espíritu del hombre, se bambolea de un lado para otro por la olas tumultuosas de la embriaguez que le domina, y, en medio del océano, sufre vértigo ante las tinieblas de la tormenta, extraviado del puerto de la verdad, hasta que, viniendo a parar junto a los arrecifes, se embarranca en medio de los placeres y perece.

XXIX
El vino místico

1. Es natural, entonces, que el apóstol nos exhorte con estas palabras: "No os embriaguéis de vino, al que se debe la perdición" (Ef 5,18), significando con la palabra perdición el obstáculo que la embriaguez representa para la salvación. Porque si en las bodas de Caná convirtió el agua en vino (cf. Jn 2,1-11), no lo hizo para provocar la embriaguez, sino para comunicar la vida a lo que estaba aguado en el hombre que, desde Adán, cumplía la ley (cf. Rm 8,2). Llenando el mundo entero con la sangre de la viña (cf. Jn 15,1), aseguró la piedad la bebida de la vid verdadera, por la mezcla de la antigua ley y del nuevo Verbo, para realizar la plenitud de los tiempos anunciada desde antiguo (cf. Gál 4,4). Por consiguiente, la Escritura llamó al vino místico símbolo de la santa sangre, pero rechaza los residuos del vino, cuando exclama: "Intemperante es el vino y violenta la embriaguez" (Prov 20,1).

2. La recta razón aprueba el vino en invierno por causa del frío, a quien es sensible a él, para no quedar embotado; y para el resto del tiempo, como remedio para los intestinos. De la misma manera que deben tomarse los alimentos para no pasar hambre, así también hay que beber para apaciguar nuestra sed, pero procurando no deslizarse por la pendiente, ya que la pendiente del vino es muy inclinada.

3. Así nuestra alma permanecerá pura, seca y luminosa; ahora bien, "el alma seca es un rayo de luz, sapientísima y óptima" (Heráclito, Fragmentos, 118). Sobre todo disfruta de la visión de los iniciados, y no se llena, como una nube, de las exhalaciones del vino, ni deviene un cuerpo material.

XXX
El único vino que debe interesarnos es el de Dios

1. No debe inquietarnos ni el vino de Quíos, si carecemos de él, ni el de Ariusio, cuando falte. Porque la sed es la expresión por una necesidad, y busca incesantemente el remedio oportuno para satisfacerla, pero no ha de ser necesariamente con una bebida espiritosa. Las importaciones de vino de ultramar son señal de un gusto depravado por la intemperancia: signo de un alma abrumada por los deseos, aún antes de sumergirse en la embriaguez.

2. Existe el vino de Tasos, perfumado; el de Lesbos, aromático; existe también un vino cretense, dulce; y un siracusano, suave; un Mendes, de Egipto, y un Naxos, insular. Hay otro de excelente aroma, que procede de Italia: hay muchas denominaciones; pero para un bebedor templado sólo existe una clase de vino: el de la cosecha de Dios.

3. Pero, ¿por qué el vino del país no basta para satisfacer el deseo? Salvo que se quiera también importar agua, como hacían los reyes insensatos con el agua de Coaspes -nombre de un río de la India, de agua muy preciada para beber-, y que transportaban el agua, al igual que a sus amigos.

4. Desgraciados los ricos que extreman tanto su refinamiento; a propósito de ellos, el Espíritu Santo pone en boca de Amos: "Los que beben un vino filtrado y los que duermen sobre lechos de marfil" (Am 6,6), y todos los detalles que añade como reproche.

XXXI
La manera correcta de beber

1. Deben extremarse los cuidados en el decoro; cuenta la leyenda que incluso Atenea, a pesar de su conducta, abandonó la afición por la flauta, porque le deformaba el aspecto (cf. Apolodoro, Bibliotheca, I, IV, 2; Ateneo, Deipnosophistae, XIV, 616e). Así, cuando se bebe, no deben hacerse muecas, ni sorber hasta la saciedad, ni forzar la vista antes de beber, ni verse arrastrado a la incontinencia bebiendo a sorbos, ni mojar la barba o el vestido, derramando el líquido y lavando, por así decirlo, el rostro en las copas.

2. Hace mal efecto el ruido de la bebida cuando se la toma con precipitación, junto con la inspiración de mucho aire, como si se derramara agua en un jarro; la garganta resuena entonces como un torrente que engulle. Es indecente el espectáculo de dicha intemperancia; además, la avidez en la bebida es dañina para quien la practica.

3. No te apresures a lanzarte a esta falta, amigo mío. No se te arrebata la bebida; te ha sido dada y te espera. No te apures en estallar, tragando con avidez. Tu sed se calma aunque bebas con lentitud, comportándote como debes, y tomando la bebida poco a poco, porque el tiempo no te priva de aquello que la intemperancia quiere tomar con anticipación. Dice la Escritura: "Con el vino no te hagas el valiente, porque ha llevado a la perdición a muchos" (Sb 31,30).

XXXII
El ejemplo del Señor

1. "La embriaguez es frecuente entre los escitas, los celtas, los íberos y los tracios, razas todas guerreras, que consideran honroso entregarse a la bebida" (Platón, Leyes, I, 637d). Nosotros, en cambio, raza pacífica, invitamos a nuestras mesas a gente sobria, para disfrutar mutuamente y no para ofendernos, y bebemos, haciendo brindis, para que nuestros sentimientos de amistad se muestren realmente con su verdadero nombre.

2. ¿Cómo creen que bebía el Señor, cuando se hizo hombre por nosotros? ¿Indignamente, como nosotros? ¿Sin urbanidad? ¿Sin moderación? ¿Irracionalmente? Porque, bien lo saben: él también tomó vino, porque también era hombre; incluso bendijo el vino, diciendo: "Tomad y bebed, ésta es mi sangre" (Mt 26,26-28). Bajo el nombre de sangre de la viña designa alegóricamente al Verbo, fuente sagrada de alegría, "que ha sido derramada por muchos, en remisión de los pecados" (Mt 26,28).

3. Que el bebedor debe ser moderado, lo ha indicado claramente, ya que lo enseñaba en los banquetes; en efecto, no impartía sus enseñanzas en estado de embriaguez. Por otra parte, que era realmente vino lo que bendijo, lo ha mostrado palpablemente a sus discípulos diciendo: "No beberé del fruto de la vid hasta que lo beba con ustedes en el reino de mi Padre" (Mt 26,29; Mc 14,25).

4. Y que realmente era vino lo que bebía el Señor, lo manifiesta cuando, hablando de sí mismo, censura la dureza de corazón de los judíos: "Vino el Hijo del hombre y dijeron: "He aquí a un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de los publícanos"" (Mt 11,19; Lc 7,34).

XXXIII
El comportamiento de las mujeres respecto a la bebida

1. Esto es claro y evidente para nosotros, en contra de lo que dicen los encratitas. Las mujeres, por elegancia, evitan escanciar bebidas en copas anchas, para no separar excesivamente sus labios al abrir la boca; de hecho mantienen sus labios cuidadosamente cerrados sobre la abertura de pequeños vasos de alabastro, bebiendo sin elegancia, inclinando su cabeza hacia atrás, dejando el cuello al descubierto, en mi opinión sin recato alguno. Estiran el cuello para engullir la bebida, como dejando al desnudo a los convidados todo lo que pueden, lanzan eructos como los hombres o, mejor, como los esclavos y se dejan arrastrar por la intemperancia.

2. Nada indecoroso conviene en el beber al hombre educado, ni mucho menos a la mujer, para quien el hecho de saber quién es debe bastar para inspirarle pudor. Dice la Escritura: "Es motivo de gran ira una mujer ebria" (Sb 26,8); es como un signo de la cólera de Dios el hecho de que una mujer se entregue a la embriaguez. ¿Por qué? "Porque no trata siquiera de ocultar su indecencia" (Sb 26,8). La mujer se ve arrastrada rápidamente al desorden, si se deja llevar con facilidad hacia los placeres.

3. No hemos prohibido beber en vasos de alabastro; sino que desaconsejamos como signo de vanidad la preocupación de beber sólo en ellos, exhortando a utilizar indistintamente cualquier recipiente, con el propósito de erradicar desde el principio los deseos que las encadenan peligrosamente.

4. El aire que quiere salir al exterior en un eructo, debe dársele salida en silencio. Bajo ningún concepto debe permitirse a las mujeres descubrir o mostrar parte alguna de su cuerpo, a fin de que ni unos ni otras caigan: los hombres por verse excitados a mirar, y las mujeres por atraerse sobre ellas las miradas de los hombres.

5. Nuestra conducta debe estar presidida en todo momento por el pensamiento de que el Señor está presente, para evitar que el apóstol se enfade con nosotros como con los corintios y nos diga: "¡Cuando se reúnen, ya no es para comer la cena del Señor!" (1Cor 11,20).

XXXIV
Condena de la embriaguez

1. Me parece que la estrella conocida con el nombre de Acéfalo por los matemáticos, clasificada antes de la estrella errante, con su cabeza hundida sobre el pecho, representa a los glotones, a los voluptuosos y a los que están dispuestos a emborracharse. En efecto, en este tipo de gente el elemento racional no se ubica en la cabeza, sino en el vientre, convirtiéndose en esclavo de las pasiones, de la concupiscencia y de la ira.

2. Así como Elpénor "tenía las vértebras fracturadas" (Homero, Odisea, X, 560 y XI, 65) a causa de una caída, consecuencia de la embriaguez, así también en éstos la embriaguez produce vértigo en la mente y la precipita a la región del hígado y del corazón, es decir, al amor a los placeres y a la cólera, y su caída es aún mayor que la que los discípulos de los poetas atribuyen a Hefesto, cuando Zeus lo precipitó del cielo a la tierra (cf. Homero, Ilíada, I, 590-593).

3. Dice la Escritura: "El insomnio, los vómitos, los cólicos aquejan al hombre intemperante" (Sb 31,23). Por eso se nos describe la embriaguez de Noé (cf. Gn 9,21-27), para que nos guardemos lo más posible de ella. Tenemos allí, en efecto, escrita con claridad, la imagen de esta falta, de la que el Señor ha aprovechado para alabar a quienes cubren con un velo la indecencia de la embriaguez (cf. Gn 9,26-27).

4. La Escritura, resumiéndolo brevemente, lo dice todo en una expresión: "El hombre educado se contenta con un poco de vino, y en su lecho encontrará reposo" (Sb 31,19).

B
No hay que buscar el lujo en el mobiliario

XXXV
El tiempo es breve

1. Las copas de plata y de oro, u otros utensilios con de incrustaciones de piedras preciosas carecen de toda utilidad práctica; no son más que un engaño para la vista. En efecto, si uno vierte en ellos líquido caliente, resulta doloroso tomarlos, puesto que están ardiendo; por el contrario, si se vierte líquido frío, el material de la copa se altera y estropea el líquido: una bebida tan costosa resulta dañina.

2. ¡Váyanse al diablo las copas de Tericles o de Antígono, los cántaros, las copas grandes y anchas, los copones, y demás innumerables objetos de este tipo; los porrones y las jarras para servir vino! "En una palabra, el oro y la plata, tanto para usos privados como públicos, constituyen una riqueza que excita a la envidia" (Platón, Leyes, XII, 955e). Y por ser superfluos, son de adquisición cara, de difícil conservación y de nula utilidad práctica.

3. En verdad, el refinamiento de los cinceladores sobre vidrio, que el arte torna aún más frágil, es una vanidad (kenodoxía; cf. Flp 2,3; Gál 5,26) que hace temblar siempre que uno bebe, y debemos proscribirla de nuestra conducta. Los objetos de plata, los lechos, las fuentes, las salseras, las fuentes, los platos y demás enseres de oro y de plata, que sirven tanto para comer, como para otros usos que me avergüenza decir; los trípodes artísticamente labrados en cedro, del que se parte fácilmente, y en madera olorosa (cf. Homero, Odisea, V, 60), en ébano y marfil; los lechos con pies de plata y con incrustaciones de marfil; los respaldos de las camas tachonados con clavos de oro y adornados con caparazones de tortuga; las colchas teñidas de púrpura y de otros colores difíciles de conseguir, son todas cosas que denotan un lujo de mal gusto; ventajas que conllevan envidias y molicie. Todo eso hay que desecharlo, porque no merece la más mínima atención.

4. Como dice el apóstol: "El tiempo es breve" (1Cor 7,29). No debemos adoptar actitudes ridículas, como algunas mujeres que pueden verse en las procesiones, cuyo maquillaje exterior denota una sorprendente fastuosidad, pero interiormente llenas de miseria.

XXXVI
Nadie puede quitarle al cristiano la fe en Dios

1. Para explicar mejor su pensamiento (el apóstol) añade: "Por lo demás, los que tengan mujer, que se comporten como si no la tuvieran; y los que compran, como si no poseyeran" (1Cor 7,29-30). Y si habló así del matrimonio, respecto del cual dice Dios: "Multiplicaos" (Gn 1,28; 8,17; 9,1), ¿no creen que deba dejarse de lado el mal gusto, si lo ordena el Señor?

2. Por esa razón insiste el Señor: "Vende lo que tienes, entrégalo a los pobres, y sígueme" (Mt 19,21; cf. Mc 10,21; Lc 18,22). Sigue a Dios, despojándote de toda vanidad, despojándote de toda pompa efímera, sin poseer más que lo tuyo propio, el único bien que nadie podrá arrebatarte, la fe en Dios, la adhesión a Aquél que ha sufrido, la bondad para con los hombres, la posesión más preciada.

3. Yo, por mi parte, acepto la doctrina de Platón cuando establece esta ley categórica: que no se debe tener "riqueza alguna, ni plata ni oro" (Platón, Leyes, VII, 801b; V, 742a y 746e); y además ningún objeto inútil, que no sea imprescindible; incluso los ordinarios, pero no esenciales, de suerte que el mismo objeto cumpla diversas funciones, y que se elimine la multiplicidad de posesiones.

4. Es normal que la divina Escritura, a propósito de los que están llenos de amor por sí mismos y de los jactanciosos, les hable así: "¿Dónde están los príncipes de las naciones y los que dominan las fieras de la tierra? ¿Y los que se entretienen con las aves del cielo y atesoran la plata y el oro, en los que confiaron los hombres y a cuya adquisición no ponen término? ¿Los que labran la plata y el oro, haciéndolos objeto de sus preocupaciones? No hay rastro de sus obras. Desaparecieron y bajaron al Hades" (Ba 3,16-19). Éste fue el pago de su mal gusto.

XXXVII
El valor de la simplicidad en la vida humana

1. Si cuando cultivamos la tierra necesitamos una azada y un arado, y nadie forjaría una azada de plata o una pala de oro, sino que para labrar la tierra atendemos a la eficacia del instrumento y no a su alto valor, ¿qué impide que tengamos la misma consideración respecto a los enseres domésticos, vista su semejanza? Que sigamos el criterio de la utilidad, no el de la riqueza.

2. Porqué dime, ¿acaso no corta el cuchillo de mesa, si la empuñadura no está tachonada de clavos de plata o si no es de marfil? ¿O bien para cortar la carne en porciones debe forjarse un metal de la India, como si se llamase a un aliado para la guerra? ¿Y qué? Una vasija de tierra cocida, ¿no retendrá acaso el agua para lavarse las manos? Y una palangana, ¿no retendrá tampoco el agua para lavar los pies?

3. ¿Acaso la mesa de pies de marfil se sentirá indignada de sostener un pan de un óbolo, y un candil no podrá irradiar luz por ser obra de un alfarero, y no de un orfebre? Yo afirmo que no es más incómodo un simple diván que una cama de marfil, y que una piel gruesa puede servir muy bien como colchón, de manera que no veo yo la necesidad de pieles de púrpura o escarlatas. Y, sin embargo, se condena la simplicidad por un estúpido lujo que acarrea no pocos males.

XXXVIII
El magnífico ejemplo de sencillez del Señor

1. ¡Qué gran error! ¡Qué vana concepción de la belleza! El Señor comía en un simple plato (cf. Mt 26,23; Mc 14,20), y hacía sentarse a sus discípulos en el suelo (cf. Mt 14,19; Mc 6,39; Jn 6,10), sobre la hierba; y les lavaba los pies, ciñéndose con una toalla (cf. Jn 13,4-5); él, el Dios humilde, Señor del universo, no se trajo del cielo un recipiente de plata.

2. Y pidió de beber a la samaritana en un vaso de arcilla que utilizaba para sacar agua del pozo (cf. Jn 4,7); lejos estaba de él buscar el oro de los reyes, sino que enseñaba a apagar la sed frugalmente. Ponía como finalidad la utilidad, no la ostentación. Comía y bebía en los banquetes, sin desenterrar metales preciosos, sin servirse de instrumentos que despiden olor a plata o a oro; es decir, a herrumbre, como huele a herrumbre una materia refinadamente trabajada.

3. Resumiendo: los alimentos, los vestidos, los utensilios, en una palabra, todo lo de la casa debe acomodarse a la situación del cristiano, en orden a la persona, a la edad, a la ocupación y al momento. Y puesto que nosotros somos servidores del Dios único, es preciso que nuestros bienes y el mobiliario muestren los signos de una vida hermosa, y que cada uno de nosotros dé testimonio entre los hombres de una fe firme e inequívoca, mostrando lo que sucesivamente se acomoda y armoniza con el único orden.

4. Lo que adquirimos sin esfuerzo y lo que alabamos por servirnos de ello sin preocupación, lo que conservamos fácilmente y lo que repartimos con suma facilidad, he aquí bienes mejores. Sin duda lo mejor es lo útil, y, por supuesto, son preferibles los artículos baratos a los caros.

5. En una palabra, la riqueza, si no está bien administrada, es una ciudadela del mal. Y la mayoría de los hombres se pelean por ella, y no podrán entrar en el Reino de los cielos (cf. Mt 19,23; Mc 10,23; Lc 18,24), enfermos como están por las cosas mundanas y por vivir arrogantemente a causa del lujo.

XXXIX
El lujo es irracional

1. Quienes buscan la salvación deben comprender que todas las cosas creadas son para nuestro uso, y su posesión tiene por finalidad asegurar a cada uno lo necesario, lo que se puede lograr con pocos medios. Son realmente necios quienes, por su deseo insaciable, se regocijan en sus riquezas. Dice la Escritura: "El que recogió su salario, lo guardó en un saco roto" (Ag 1,6). Es el que recoge su grano y lo guarda, no lo comparte con nadie, y ve cómo su hacienda va decreciendo (cf. Prov 11,24).

2. Es irrisorio y ridículo que los hombres lleven siempre consigo bacines de plata, u orinales de alabastro, como si fueran sus consejeros personales, y que las mujeres ricas pero sin inteligencia se hagan hacer de oro los recipientes para los excrementos, como si a los ricos no les fuera posible evacuar sin ostentación. Desearía que dichas personas, durante toda su vida, estimasen el oro como estiércol.

3. Pero el amor al dinero se revela como la ciudadela de la maldad, y que el apóstol considera como la raíz de todo mal, se revela como la ciudadela del mal: "Algunos que deseaban el dinero se descarriaron de la fe, y se atormentaron con muchos dolores" (1Tm 6,10).

4. La mejor riqueza es la pobreza de los deseos, y el verdadero orgullo no consiste en vanagloriarse de las riquezas, sino en despreciarlas; es totalmente vergonzoso jactarse por los enseres. En efecto, no es razonable buscar con ardor aquello que fácilmente puede uno adquirir en el mercado, mientras que la sabiduría no puede comprarse con una moneda terrena, ni en el mercado, sino que ella se negocia en el cielo, se negocia con la moneda de la justicia: el Verbo incorruptible, el oro real.

C
El modo de comportarse en los banquetes

XL
Conducirnos con decoro

1. Que la orgía esté lejos del banquete del Verbo, y también las vanas fiestas nocturnas, en las que se fanfarronea con el exceso de vino. Porque la orgía provoca la embriaguez, forma externa de la pasión erótica. Que el erotismo y la embriaguez, las pasiones más irracionales, estén muy lejos de nuestra comunidad. La fiesta nocturna con vino es compañera del desorden, porque es una invitación a la embriaguez, un estímulo de la concupiscencia, y se atreve a toda clase de acciones vergonzosas.

2. Quienes se estremecen al son de las flautas, de las arpas, de las castañuelas de los egipcios, o al son de las diversiones de este estilo, aturdidos al ritmo de címbalos y tambores, y ensordecidos por los instrumentos del error, se volverán totalmente insensatos, desordenados e ineptos. En efecto, una reunión de esta índole me parece, sin más, un teatro de embriaguez.

3. El apóstol nos exige "abandonar las obras de las tinieblas para ceñirnos con las armas de la luz. Conducirnos con decoro, como en pleno día, no pasando nuestro tiempo en comilonas y borracheras, ni en fornicaciones y desenfrenos" (Rm 13,12-13).

XLI
La liturgia agradable a Dios

1. Que la siringa (flauta campestre) se reserve para los pastores, y la flauta para los hombres supersticiosos que se ocupan en el culto de los ídolos. En verdad, debe rechazarse de los banquetes sobrios este tipo de instrumentos, más apropiados para las fieras que para los hombres y, de entre éstos, para los privados de razón.

2. Según tenemos entendido, los ciervos quedan hechizados con las flautas campestres y los cazadores que los persiguen los llevan con sus melodías hacia las trampas. También tenemos entendido que para los caballos, durante su apareamiento, se interpreta una especie de himeneo, al son de la flauta, que los músicos denominan hippóthoros (lit.: apareamiento de caballos).

3. Es absolutamente necesario eliminar toda visión o audición vergonzosa y, en una palabra, todo aquello que produzca una sensación desordenada, que tiene en realidad efectos anestésicos. Así mismo, debemos guardarnos de los placeres que, por la vista y el oído, banalizan y afeminan. Las melodías suaves y los ritmos plañideros de la música de Caria producen un encanto artificial que corrompe las costumbres, arrastrando a la pasión con una música licenciosa y malsana.

4. El Espíritu Santo en el salmo opone a este tipo de fiestas la liturgia digna de Dios: "Alábenlo al son de !a trompeta" (Sal 150,3), ya que al son de la trompeta resucitará a los muertos (cf. 1Cor 15,52); "alábenlo con el arpa" (Sal 150,3), porque la lengua es el arpa del Señor; "alábenlo con la cítara" (Sal 150,3), entendiendo por ello la boca, movida por el espíritu, como por un plectro; "alábenlo con el tambor y con el coro" (Sal 150,4), refiriéndose con ello a la Iglesia, la cual celebra la resurrección de la carne, cuando oye resonar la piel del tambor.

5. "Alábenlo con instrumentos de cuerda y con el órgano" (Sal 150,4), por órgano musical quiere decir nuestro cuerpo, y por cuerdas los nervios de dicho cuerpo, gracias a los cuales ha recibido una tensión armónica, y al ser tocado por el espíritu emite las voces humanas; "alábenlo con címbalos resonantes" (Sal 150,5), entendiendo por címbalo la lengua de la boca, que resuena al golpearse con los labios.

XLII
El cristiano tiene un solo instrumento: el Verbo pacífico

1. Así ha hablado a la humanidad: "Que todo lo que respira, alabe al Señor" (Sal 150,6), porque el Señor ha extendido su protección sobre cada aliento que ha creado. En verdad, el hombre es un instrumento pacífico, pero los que tienen otras preocupaciones, y no la paz, inventan instrumentos bélicos, que inflaman el deseo, encienden la pasión y excitan la ira.

2. Así, en sus guerras los tirrenos utilizan la trompeta; los arcadios, la zampoña; los sicilianos, el arpa; los cretenses, la lira; los lacedemonios o espartanos, la flauta normal; los tracios, el cuerno; los egipcios, el tambor; los árabes, los címbalos.

3. Nosotros, en cambio, no utilizamos más que un instrumento, el Verbo pacífico, con el que honramos a Dios. No nos servimos del antiguo instrumento de cuerdas, ni de una trompeta, ni de un tambor o de una flauta (cf. Sal 150), que tenían por costumbre usar durante sus reuniones los que se ejercitaban en la guerra, despreciando el temor de Dios en sus reuniones, intentando levantar su ánimo abatido con tales ritmos.

XLIII
La música de los cristianos debe ser eucarística

1. Que nuestra benevolencia, cuando se trate de beber, se muestre de dos formas, según la ley: si se dice "Amarás al Señor tu Dios", y luego "a tu prójimo" (Mt 22,37. 39; Mc 12,30-31; Lc 10,27); en primer lugar, la benevolencia debe mostrarse hacia Dios por medio de la acción de gracias y el canto de salmos; la segunda, la benevolencia con respecto al prójimo, por medio de un trato respetuoso: "Que la palabra del Señor habite en ustedes abundantemente" (Col 3,16), dice el apóstol.

2. Esta Palabra (Lógos) se adapta y se conforma a las circunstancias, a las personas, a los lugares, y ahora también a los banquetes. Y de nuevo, añade el apóstol: "Enseñándonos en toda sabiduría y amonestándoos unos a otros con salmos, himnos, cánticos espirituales, cantando así a Dios con acciones de gracias en sus corazones. Y todo cuanto hicieren, de palabra o de obra, háganlo todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias al Dios y Padre suyo" (Col 3,16-17).

3. Que ésta sea nuestra música de acción de gracias, y si tú quieres cantar, toca la cítara o la lira, no es ello motivo de reproche para ti. Imita al hebreo, al rey justo, que daba gracias a Dios: "Regocíjense, justos, en el Señor; a los hombres rectos conviene la alabanza (así dice la profecía), alaben al Señor con la cítara, ensálcenlo con el arpa de diez cuerdas, cántenle un cántico nuevo" (Sal 32,1-3). Quizás el salterio de diez cuerdas, que se designa con la letra de la decena (la iota), anuncie al Verbo Jesús.

XLIV
La alabanza de Dios está en la asamblea de los santos

1. De la misma manera que antes de tomar nuestro alimento, es conveniente bendecir al Creador por todo, así también, cuando bebamos, debemos entonarle salmos, porque gustamos de sus criaturas. Sin lugar a dudas, el salmo es una armoniosa y sana alabanza; el apóstol le da el nombre de "canto espiritual" (Ef 5,19; Col 3,16).

2. Es, en especial, cosa santa, antes de acostarse, dar gracias a Dios, por haber gozado de su gracia y benevolencia, a fin de que nos entreguemos al sueño bajo la mirada de Dios. Dice la Escritura: "Alabad a Dios con cantos de sus labios, porque por orden suya se cumple todo cuanto quiere, y no queda disminuida su salvación" (Sb 39,20. 23).

3. Entre los antiguos griegos, durante los banquetes en los que se bebía, y en que las copas se desbordaban, se entonaba, a imagen de los salmos hebreos, un canto llamado scolión; todos lo cantaban a viva voz y al unísono, si bien algunas veces alternativamente, a medida que cada uno brindaba a la salud de los demás. Y los más aficionados a la música se acompañaban en sus cantos con la lira.

4. Pero alejemos de nosotros las canciones eróticas y procuremos que nuestros cantos sean himnos de Dios. Dice la Escritura: "¡Que alaben su nombre en los coros, que lo celebren con el tambor y la cítara!" (Sal 149,3). Pero, cuál sea este coro que canta a Dios, el Espíritu Santo mismo te lo indicará: "La alabanza de Dios está en la asamblea de los Santos. ¡Que se alegren con su rey!" (Sal 149,1-2). Y agrega: "Porque el Señor se complace en su pueblo" (Sal 149,4).

5. Debemos elegir sólo las melodías sanas, rechazando lo más lejos posible de nuestra mente las que son realmente voluptuosas, que por artificios en su modulación corrompen y desvían hacia a la molicie y a la bufonería. En cambio, las melodías austeras y moderadas son rechazadas por la arrogancia de la embriaguez. Dejemos, entonces, las armonías cromáticas para los excesos impúdicos de los bebedores de vino, y para la música de las prostitutas coronadas de flores.

D
Sobre la risa

XLV
La palabra es el fruto del pensamiento

1. A los hombres que saben imitar cosas ridículas y, sobre todo, las pasiones que hacen reír, debemos desterrarlos de nuestra convivencia (politeía). Porque, si todas las palabras fluyen del pensamiento y responden a la manera de ser de uno, no es posible que algunos hablen ridículamente, si no dejan entrever una manera de ser despreciable. Porque aquí debe aplicarse el texto: "No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol podrido que dé fruto bueno" (Lc 6,43; Mt 7,18); la palabra es fruto del pensamiento.

2. Por con siguiente, si debemos expulsar de nuestra convivencia a los bufones, con mayor razón debemos abstenernos de hacer nosotros mismos de bufones. Sería absurdo que nos encontrasen imitando aquello que nos está vedado escuchar; pero aún lo sería más si nos esforzásemos por ser personalmente objeto de risa, es decir, despreciables y ridículos.

3. Si no soportamos hacer el ridículo, como puede verse a algunos hacerlo en los desfiles, ¿cómo lógicamente consentiríamos que nuestro hombre interior (cf. Rm 7,22) cayese en una actitud todavía más ridícula?

4. Y si no cambiamos de buen grado nuestro rostro por uno más ridículo, ¿cómo podríamos pretender, con nuestras palabras, ser objeto de risa, y exponer al ridículo el más preciado de todos los bienes que el hombre atesora: la palabra? Resulta estúpido hacer reír, ya que la palabra de los bufones no merece atención, porque incitan a realizar acciones vergonzosas. Debemos ser graciosos, sí, pero no bufones.

XLVI
La moderación en el reír

1. Incluso la risa debemos frenarla. Porque la risa emitida debidamente da impresión de equilibrio, mientras que lo contrario denota desenfreno. En una palabra: cuanto es dado a la naturaleza humana no debe suprimirse, sino más bien darle la justa medida y el tiempo oportuno.

2. No por el hecho de que el hombre sea un animal que ríe, debe uno reírse de todo; ni porque el caballo relinche, relincha siempre. Como animales racionales que somos, debemos gobernarnos con mesura, y distendernos en las ocupaciones serias y en las tensiones del espíritu con moderación, sin relajarnos hasta la disonancia.

3. La armonía del rostro, como las cuerdas de un instrumento, recibe el nombre de sonrisa, y es la risa propia del hombre prudente; en cambio, el excesivo relajamiento del rostro, si se da en las mujeres, recibe el nombre de kichlismós (lit. risotada): es risa de las prostitutas; y, si se da en los hombres, se denomina kanchasmós (lit. carcajada): es la risa de los proxenetas (lit.: pretendientes; cf. Homero, Odisea, XVIII, 100).

4. "El tonto, cuando ríe, eleva su tono de voz (dice la Escritura), pero el prudente apenas sonreirá en silencio" (Sb 21,20). Se refiere por "hombre prudente" al sensato, por oposición al necio.

XLVII
La educación de la risa

1. Pero, por otra parte, no se debe ser taciturno, sino reflexivo; apruebo totalmente al que se mostraba "sonriendo con un rostro terrible" (Homero, Ilíada, VII, 212), puesto que "su sonrisa será menos ridícula" (Platón, República, VII, 518b).

2. Incluso conviene educar la risa: si se trata de algo vergonzoso, es preferible enrojecer a sonreír, para no dar la impresión de regocijo y de consentimiento por simpatía; y si se trata de situaciones dolorosas, conviene más que se nos vea tristes que alegres. La primera actitud denota sentimiento humano, y la segunda deja entrever crueldad.

3. Ni debe reírse uno a cada momento (porque sería excesivo), ni en presencia de personas ancianas o respetables, a menos que nos diviertan con alguna broma; tampoco se debe reír ante el primero que uno encuentra, ni en todos los lugares, ni con todos, ni de todo. En especial para los adolescentes y las mujeres, el reír es una ocasión para las calumnias.

XLVIII
Saber refrenar la lengua

1. Algunas veces, el hecho de mostrarse distante provoca la huida de los tentadores; asimismo, la gravedad, sólo del rostro, puede rechazar los asaltos del libertinaje. Pero a todos los insensatos, por así decirlo, el vino "les incita a la amable risa y al baile" (Homero, Odisea, XIV, 465); e induce a la molicie a los de carácter afeminado.

2. Además debemos percatarnos de que la excesiva franqueza en el hablar aumentará el desorden, hasta derivar en obscenidad: "Y profirió cierta expresión que mejor sería no haberla dicho" (Homero, Odisea, XIV, 466).

3. Así, el vino da ocasión para observar la conducta moral, despojada de hipocresía y de apariencias, gracias a esta grosera franqueza de lenguaje, propia del estado de embriaguez; aquí puede observarse cómo la razón duerme en el alma, oprimida por la embriaguez, y se despiertan las pasiones monstruosas para imponer su tiranía sobre la debilidad de la reflexión.

E
Sobre las conversaciones

XLIX
Ceñirnos con sabias palabras

1. Debemos evitar completamente las conversaciones obscenas, y tapar la boca de quienes las emplean, ya sea con una mirada dura, ya volviendo la cabeza, o, como se dice vulgarmente, sonándonos la nariz, y utilizando también a menudo ásperas palabras. Dice la Escritura: "Las cosas que salen de la boca, son las que manchan al hombre" (Mt 15,18; cf. Mc 7,15. 20), quiere decir lo vulgar, lo pagano, lo mal educado, y lo lascivo, lo que no es distinguido, bien educado ni casto.

2. Para evitar oír conversaciones groseras y presenciar actitudes del mismo estilo, el divino Pedagogo nos aconseja hacer como los muchachos que practicaban la lucha para no lastimarse las orejas: ceñirnos de sabias palabras, a modo de orejeras, a fin de que los golpes del libertinaje no puedan llegar a herir el alma; en cuanto a los ojos, los dirige hacia el espectáculo del bien, afirmando que es mejor resbalar con los pies que con la vista.

L
Evitar las palabras inútiles

1. Para rechazar el lenguaje grosero, el apóstol afirma: "No salga de sus bocas palabra alguna corrompida, sino la que sea buena" (Ef 4,29); y de nuevo: "Como conviene a los santos, que las cosas torpes, las conversaciones tontas y las chocarrerías, si siquiera se nombren entre vosotros, porque no estaría bien, sino más bien acciones de gracias" (Ef 5,3-4).

2. Si quien llama estúpido a su hermano es reo de juicio (cf. Mt 5,22), ¿qué decir del que profiere tonterías? A propósito de éste, está escrito: "El que haya proferido una palabra inútil, dará razón de ello al Señor en el día del juicio" (Mt 12,36). Y luego: "Porque por tu palabra serás juzgado y por tu palabra serás condenado" (Mt 12,37).

3. ¿Cuáles son las orejeras de la salvación? ¿Y cuáles las instrucciones del Pedagogo respecto a los ojos resbaladizos? Frecuentar a los justos, y cerrar los oídos ante quienes quieren apartarse de la verdad.

4. "Las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres", dice el poeta (Menandro, Fragmentos, 218). Pero el apóstol aún se expresa mejor: "Abominando lo malo, apéguense a lo bueno" (Rm 12,9). Ya que quien frecuenta los santos será santificado (cf. Sal 15,3).

LI
Importancia de la castidad

1. Debemos abstenernos totalmente de oír, decir y ver lo obsceno, y, más aún, de realizar actos obscenos, consistentes en mostrar y desnudar ciertas partes del cuerpo, lo cual no es necesario, o en mirar las partes más íntimas. En efecto, el hijo casto de Noé no se atrevía a mirar la desnudez del justo (cf. Gn 9,21-23), ya que es obscena; sino que, al ver la caída de ignorancia, su castidad cubrió con un velo lo que la embriaguez había desnudado (cf. Gn 9,23).

2. Pero no es menos necesario guardarse puro al proferir palabras, a las que no deben tener acceso los oídos de quienes tienen la fe en Cristo. De esta manera, me parece que el Pedagogo no nos permite emitir palabra alguna cargada de indecencia, para infundir previsoramente el odio contra la incontinencia. Es, sin lugar a dudas, hábil para cortar la raíz de los pecados: el "no cometerás adulterio", por el "no desearás" (Mt 5,28; cf. Ex 20,14. 17). El fruto del deseo, la raíz del mal, es el adulterio.

LII
La mesura en el hablar

1. Así también, y en el mismo lugar, el Pedagogo ha condenado las palabras obscenas, cortando de raíz las relaciones indecentes de la incontinencia. El mero hecho de ser indisciplinado en las palabras conduce al desorden en las acciones, y el ejercitarse en la castidad en la palabra, es resistir al libertinaje.

2. Hemos expuesto ya de una manera más profunda que la denominación de lo que es realmente obsceno no reside en los nombres, ni en los órganos de las relaciones sexuales, ni en la unión conyugal, para los que hay nombres que no son de uso corriente en la vida social. Miembros, como la rodilla y la pierna, así como sus nombres y sus funciones propias, no son vergonzosos. Las partes sexuales del cuerpo humano son asimismo miembros dignos de respeto y no de vergüenza. Más bien, lo obsceno estriba en su ilegítimo uso, y que, por tanto, es despreciable, censurable y digno de castigo; en realidad, sólo es obsceno el vicio y las acciones que le son propias.

3. En consecuencia, sólo analógicamente el lenguaje obsceno pueden, con razón, definirse como un discurso relativo a acciones viciosas: conversar, por ejemplo, sobre el adulterio, la pederastia, o acciones por el estilo. Sí, debemos enmudecer toda charlatanería vana.

4. Porque, dice la Escritura: "En el mucho hablar no escaparás al pecado" (Prov 10,19); la locuacidad será castigada; "quien se calla será tenido por sabio; quien se extralimita hablando será odiado" (Sb 20,5). Más aún, el charlatán se hace odioso a sí mismo: "El que habla mucho daña su alma" (Sb 20,8).

F
Sobre cómo convivir convenientemente

LIII
Es necesario evitar las bromas insolentes

1. Lejos, lejos de nosotros las bromas, principal causante de la insolencia (ybris), y de donde toman cuerpo las querellas, las luchas y los odios. Además, ya hemos dicho (II, XXII, 2), que la insolencia está al servicio de la embriaguez. No sólo a partir de sus obras, sino también de sus palabras el hombre será juzgado (cf. Mt 12,37). Dice la Escritura: "Durante un banquete no acuses a tu vecino, ni le lances expresión alguna de reproche" (Sb 31,41).

2. Si, en efecto, se nos ha recomendado especialmente frecuentar a los santos (cf. Sal 15,3), resulta pecaminoso reírse de uno que sea santo; "de la boca de los insensatos sale el bastón de la insolencia" (Prov 14,3), entendiendo por bastón de la insolencia el fundamento en que se apoya y reposa al insolencia.

3. Por eso aplaudo al apóstol cuando nos exhorta a no dejar escapar expresiones burlonas o impertinentes (cf. Ef 5,4). Ya que si es la caridad (agápe) la que nos reúne para comer, y la meta que se persigue en el banquete es la disposición amistosa entre los comensales, y la comida y la bebida son meros acompañantes de la caridad, ¿cómo no nos vamos a comportar racionalmente?, ¿cómo no evitar las dificultades por el amor fraterno?

4. Si, en efecto, el objeto de nuestra reunión es el mutuo afecto, ¿cómo vamos a suscitar odios por culpa de nuestras burlas? Mejor sería cerrar la boca que contradecir, añadiendo un pecado a una estupidez. "Bienaventurado (en verdad) el hombre que no se equivoca en sus palabras y tuvo que arrepentirse por haber cometido un pecado" (Sb 14,1), es decir que se arrepiente de las faltas cometidas mientras hablaba, o que no ha causado tristeza a nadie con sus palabras.

5. Resumiendo: que los jóvenes y las muchachas se abstengan, en general, de tomar parte en este tipo de banquetes, para evitar que se precipiten en lo que no les conviene. Y es que las conversaciones impropias y los espectáculos inconvenientes, cuando su fe aún se tambalea, inflaman su pensamiento y colaboran, con la inestabilidad de su edad, a precipitarlos hacia la concupiscencia. A veces sucede que son causantes de caídas de otros, por hacer gala de su tentadora belleza.

LIV
La presencia de jóvenes, mujeres y varones, en los banquetes

1. Es una buena recomendación la de la sabiduría: "No tomes asiento junto a una mujer casada, ni te recuestes junto a ella" (Sb 9,9) Es decir, no cenes ni comas con ella a menudo. Por esa razón añade: "No la cites para beber vino, para evitar que tu corazón se incline hacia ella y que por tu pasión resbales hacia la perdición" (Sb 9,9); ya que la libertad que acompaña a la bebida es cosa peligrosa y puede hacerte perder la cabeza. Se refirió a la mujer casada, por ser mayor el peligro para el que intenta romper los vínculos de la vida conyugal.

2. Pero si una necesidad obliga a estar presente en tales ocasiones, que las mujeres cubran totalmente su cuerpo con un vestido, y su alma con el pudor. Y las que no estén casadas, para ellas está reservada la mayor ocasión de ser calumniadas por asistir a una reunión de hombres bebedores, o que ya están bebidos.

3. En cuanto a los jóvenes, que fijen su mirada en el triclinio, inmóviles, apoyados en los codos, y sólo presentes con sus oídos. Al sentarse, no crucen los pies, no pongan las piernas una sobre otra y no coloquen su mano en el mentón, ya que es realmente vulgar no mantenerse quieto, y tal incapacidad es un mal signo en un joven.

LV
El modo de comportarse en la mesa

1. Así mismo, cambiar de postura a cada instante es signo de ligereza. Denota templanza el hecho de tomar poca cantidad de comida y de bebida, y también actuar reposadamente, sin precipitarse, ya sea en el inicio de los banquetes o en su intervalo; como también ser el primero en acabar y mantener el dominio de sí.

2. Dice la Escritura: "Come como hombre educado lo que te ofrezcan, sé el primero en terminar por educación, y, si estás sentado en medio de muchos comensales, no seas el primero en alargar la mano" (Sb 31,16-18).

3. No conviene comenzar antes que los demás, dejándose llevar por la glotonería, ni por avidez quedarse tendidos y comiendo largo tiempo, haciendo gala de intemperancia por la insistencia. Tampoco conviene, mientras se come, que nos lancemos como fieras sobre el alimento, ni servirse excesiva comida. El hombre por naturaleza no come carne, sino pan.

LVI
Los excesos son siempre peligrosos

1. Levantarse de la mesa antes que los demás comensales y retirarse discretamente del banquete, es señal de ser hombre temperante. "Cuando llega el momento de levantarse, dice (la Escritura), no te atrases, sino vete corriendo a casa" (Sb 32,15). Habiendo convocado los Doce a la multitud de discípulos, dijeron: "No está bien que nosotros abandonemos la palabra de Dios para servir las mesas" (Hch 6,2). Si aquéllos se guardaron de ese abandono, con mucha más razón huyeron de la glotonería.

2. Los mismos apóstoles, tras enviar un mensaje "a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia" (Hch 15,23), dijeron: "Pareció al Espíritu Santo y a nosotros no imponerles otra carga a excepción de esto que es indispensable: que se abstengan de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la fornicación. Harán bien en guardarse de estas cosas" (Hch 15,28. 29).

3. Debemos evitar los excesos de vino, como de la cicuta, porque ambas bebidas llevan a la muerte. "También debemos prohibirnos reír a carcajadas y llorar desmesuradamente" (Platón, Leyes, V, 732c); porque, la mayoría de las veces, los que están bebidos se ríen a carcajadas, y luego -yo no sé por qué-, impulsados por la embriaguez, caen en el llanto. Ambas actitudes están en desacuerdo con la razón: tanto el afeminamiento como la violencia.

LVII
Las bromas

1. Los ancianos, si miran a los jóvenes como si fuesen sus hijos, pueden, aunque en contadas ocasiones, bromear con ellos, pero bromeando de manera que sea una buena pedagogía para su comportamiento. Así, a uno que sea muy tímido y taciturno, puede muy bien hacérsele esta clase de broma: "Mi hijo (me refiero al que no abre la boca) no para de hablar" (cf. Plutarco, Morales, 632d-633a).

2. Así, un chiste de esta índole tonifica la vergüenza del joven, manifestándole graciosamente sus cualidades innatas, mediante la crítica de unos defectos que no tiene. Se trata de un artificio didáctico mediante el cual, por medio de aquello que no es, se confirme algo que en realidad es. Es algo parecido como decir a un bebedor de agua, sobrio, que está ofuscado por el vino y está borracho.

3. Si hay hombres amantes de las bromas, nuestra mejor medida será el silencio, dejando de lado los discursos superfluos, como dejamos de lado las copas llenas; porque este tipo de bromas revisten gran peligrosidad: "La boca del insensato anuncia la ruina" (Prov 10,14). "No levantes falso testimonio, ni juntes tu mano con el malvado para atestiguar en falso" (Ex 23,1), ni para una acusación, ni para una difamación o una maldad.

LVIII
La tranquilidad de espíritu

1. Yo opino que incluso debe imponerse un límite en las conversaciones de los sabios, a quienes se les permite conversar. Me refiero al que tiene derecho a la réplica. El silencio es una virtud de las mujeres (Sófocles, Ajax, 293), un privilegio sin peligro en los jóvenes; en cambio, la palabra es fruto de una edad experimentada.

2. "Habla, anciano, en el banquete; como conviene; pero habla sin trabarte la lengua y con la exactitud de quien conoce el tema" (Sb 32,3. 4). "Y tú, joven (también a ti dirige la palabra la sabiduría), habla, si es necesario, pero sólo cuando por dos veces te hayan preguntado, y resumiendo tu respuesta en pocas palabras" (Sb 32,7).

3. Ahora bien, si dos hablan a la vez, deben controlarse mutuamente el volumen de voz, ya que es de locos hablar a gritos, y de persona insensible hablar al prójimo con un hilo de voz, puesto que no se oirán. Lo primero es signo de vulgaridad, y lo segundo de suficiencia. Lejos de nosotros, en consecuencia, esta emulación por alcanzar una vana victoria en la palabra, ya que nuestra meta es la tranquilidad de espíritu; este es el sentido de la expresión: "La paz sea contigo (3Jn 15; Lc 24,36; Jn 20,19); no respondas sin haber escuchado antes" (Sb 11,7).

LXIX
Evitar la vana palabrería

1. Por otra parte, el amaneramiento de la voz es propio de un afeminado; en cambio, es propio del sabio la mesura de la voz, e impedir la ampulosidad, la prolijidad, la rapidez y la profusión. Tampoco debe uno extenderse en exceso en la conversación, ni decir muchas cosas, ni decir tonterías; ni entretenerse charlando con otros apresurada y atolondradamente.

2. Se debe, por así decirlo, dejar participar de la justicia a la voz misma, y cerrar la boca a los que hablan a gritos e inoportunamente. Así, de este modo, el prudente Ulises molió a palos a Tersites, porque él solo "sin poner freno a la lengua, alborotaba. Su corazón estaba lleno de palabras groseras en su corazón, y sabía muchas cosas, pero confusas y no de una forma ordenada" (Homero, Ilíada, II, 212-214).

3. "Un hombre parlanchín es un peligro en su ciudad" (Sb 9,18). En los charlatanes, como en los viejos zapatos, todo lo consume el vicio, y sólo la lengua sobrevive para desgracia de los demás (cf. Mt 6,7).

4. También la sabiduría nos amonesta provechosamente a "no andar charlando delante de un grupo de ancianos"; y, cortando de raíz nuestra charlatanería, nos prescribe velar por nuestra moderación, empezando por nuestra relación con Dios: "No repitas palabras en tu plegaria" (Sb 7,14).

LX
Normas de urbanidad

1. Emitir chasquidos con la lengua, silbar y hacer ruido con dedos para llamar a los criados, deben evitarlo los hombres educados, por tratarse de señales irracionales. Debe evitarse escupir a cada instante y rascarse violentamente la garganta; tampoco debemos sonarnos la nariz mientras bebemos; debe procurarse tener cierta consideración con los convidados: que no sientan náuseas por semejante falta de delicadeza, claro signo de intemperancia. No hay que comportarse como los bueyes y los asnos, que comen y evacúan en el mismo establo. Muchos se suenan y escupen a la vez, y en el mismo sitio que también comen.

2. Pero si a alguien le sobreviene un estornudo, sin duda como también un eructo, deberá procurar que las personas que le rodean no perciban tal estruendo y no tengan que dar fe de su falta de educación, sino, lo mejor que puede hacer es dejar escapar el eructo con extrema suavidad, con el aire expirado, evitando, eso sí, las muecas de la boca, sin emular las máscaras trágicas, estirándola o abriéndola de par en par.

3. Del estornudo debe evitarse el ruido estrepitoso, reteniendo con suavidad la respiración. Siguiendo esta norma, con gran elegancia podrá dominarse la estridencia del estornudo interiormente comprimido, procurándosele una salida que hará pasar inadvertidas, con sólo un poco de esfuerzo, las mucosidades que pudieran ser expulsadas con la fuerza del aire. Resulta realmente impertinente y signo de mala educación querer exagerar el ruido en vez de acallarlo.

4. Quienes escarban sus dientes llenando de sangre sus encías, resultan para sí mismos repugnantes, y para los demás, repulsivos. Hacerse cosquillas en las orejas y provocar con ello los estornudos, son gustos propios de los cerdos, que predisponen a una desenfrenada vida licenciosa.

5. Deben evitarse las indecencias a la vista de los demás, así como las palabras obscenas que las acompañan. Que en una conversación la mirada sea limpia, la torsión y el movimiento de cuello tranquilo, como también los gestos de las manos. En una palabra, la quietud, la serenidad y la paz son connaturales al cristiano.

G
Sobre el uso de perfumes y coronas

LXI
Ejemplos de la Escritura

1. No necesitamos utilizar coronas y perfumes, ya que esto conduce al placer y de la molicie, especialmente cuando se avecina la noche. Ya sé que la mujer llevó "un frasco de perfume" (Lc 7,37; Mt 26,7; Mc 14,3; Jn 12,3) en la santa Cena para ungir los pies del Señor, y que éste se regocijó.

2. Sé también que los antiguos reyes de los hebreos llevaban coronas de oro y piedras preciosas (cf. 2Sm 12,30; 1Cro 20,2). Pero esa mujer no había participado aún del Verbo (porque todavía era pecadora), y ella honró al Maestro con el perfume que consideró como lo más hermoso que tenía; además, con el adorno de su cuerpo, con sus propios cabellos, enjugó la abundancia del perfume, derramando sobre el Señor lágrimas de arrepentimiento (cf. Lc 7,38). De ahí que diga Jesús: "Tus pecados te son perdonados" (Lc 7,48). 

3. Esta escena puede muy bien ser el símbolo de la enseñanza del Señor y de su pasión: sus pies, ungidos de oloroso perfume, significan alegóricamente la divina enseñanza que camina con gloria hacia los confines de la tierra. "Su voz se difunde hasta los confines de la tierra" (Sal 18,5; Rm 10,18). Y si no les parezco muy insistente, diré que los pies perfumados del Señor son los apóstoles que, como lo anunciaba la fragancia de la unción, recibieron el Espíritu Santo.

LXII
La nueva fe hace desaparecer la antigua vanidad

1. Los apóstoles que recorrieron toda la tierra y predicaron el evangelio son llamados alegóricamente pies del Señor. De éstos profetiza el Espíritu Santo por boca del salmista: "Adoremos en el lugar en donde se posaron sus pies" (Sal 131,7), es decir, donde han llegado sus pies, los apóstoles, gracias a quienes él ha sido anunciado hasta los confines de la tierra.

2. Las lágrimas son el arrepentimiento, y la cabellera suelta proclama la renuncia a los vanos adornos, y las aflicciones pacientemente soportadas a causa del Señor durante la predicación (cf. 2Cor 6,4; Rm 5,3), cuando la antigua vanidad ha desaparecido por la nueva fe.

3. Sin embargo, también significa la pasión del Maestro para quienes lo entienden místicamente así: el aceite es el Señor mismo, de quien nos viene la misericordia. El perfume, un aceite adulterado, es Judas, el traidor; con él fueron ungidos los pies del Señor, al abandonar este mundo, puesto que los cadáveres son perfumados. Las lágrimas somos nosotros, los pecadores arrepentidos, que hemos creído en él, y a quienes ha perdonado los pecados. La cabellera suelta es Jerusalén, sumida en el dolor, desamparada, por la cual se alzan las lamentaciones de los profetas (cf. Lm 1,1-2).

4. El Señor nos enseñará que Judas es traidor, diciendo: "El que mete conmigo la mano en el plato, me entregará" (Mt 26,23; Mc 14,20). ¿Ves tú este fraudulento comensal? Pues bien, fue Judas quien traicionó a su Maestro con un beso (cf. Lc 22,48).

5. Este individuo se cubrió de hipocresía, al dar un beso engañoso, imitando a otro antiguo hipócrita (Joab; cf. 2Sm 20,9-10), denunciando a aquel pueblo: "Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está muy lejos de mí" (Is 29,13; cf. Mt 15,8-9; Mc 7,6).

LXIII
La pasión de Cristo es fuente de buen olor

1. No es inverosímil que el aceite, por una parte, designe al discípulo (Judas) que ha sido objeto de la misericordia de Dios; y que, por otra, el aceite adulterado signifique su condición de traidor. Esto era lo que profetizaban los pies ungidos: la traición de Judas, mientras el Señor caminaba hacía su pasión.

2. Y él mismo, el Salvador, cuando lavaba los pies a sus discípulos (cf. Jn 13,5) y los enviaba a realizar buenas obras, quería simbolizar los viajes que habían de realizar para el bien de los gentiles (cf. Is 52,7), y que serían coronados con una gloria sin mancilla, que había preparado con su propio poder. En honor de los gentiles se exhaló el perfume, y de todos es conocido lo que hicieron para derramar ese buen olor sobre todos los hombres (cf. Ct 1,3). La Pasión del Señor ha sido para nosotros una fuente de buen olor, pero para los hebreos, de pecado.

3. El apóstol ya lo ha mostrado claramente diciendo: "Gracias sean dadas a Dios, que continuamente nos hace triunfar en Cristo y difunde por todas partes la fragancia de su conocimiento por medio de nosotros; porque somos para Dios el buen olor del Señor entre los que se salvan y entre los que se pierden; para los unos, olor de muerte para muerte; para los otros, olor de vida para vida" (2Cor 2,14-16).

4. Los reyes judíos, cuando usaban coronas cinceladas de oro y piedras preciosas (cf. 2Sm 12,30; 1Cro 20,2), llevaban simbólicamente al Ungido (Cristo) sobre sus cabezas, ellos, los ungidos, no tenían la menor idea de que se estaban adornando la cabeza precisamente con el Señor.

5. Piedra preciosa, perla (cf. Mt 13,45), esmeralda, todo eso representa el Verbo; y el mismo oro es también el Verbo incorruptible, que no sufre la herrumbre de la corrupción. Al nacer, los magos le ofrecieron oro, símbolo de la realeza (cf. Mt 2,11). Y esta corona permanece inmortal a imagen del Señor, puesto que no se marchita cual flor (cf. Is 40,7).

LXIV
La razón caracteriza al ser humano, no la sensación

1. Sé también lo que dijo Aristipo de Cirene. Llevaba éste una vida de molicie, y le hizo a uno el siguiente razonamiento sofístico: "Un caballo ungido con perfume no pierde su condición de caballo, ni tampoco un perro ungido pierde su condición de perro cualidades innatas; en consecuencia, concluía, el hombre tampoco pierde su condición de hombre" (cf. Aristipo, Fragmentos, 67; Platón, Menexeno, 238; Diógenes Laercio, Vidas, II, 76).

2. Pero el caballo y el perro nada saben del perfume, pero los que tienen el conocimiento racional son censurables por su sensualidad, si usan los perfumes de las jóvenes muchachas. Hay varias clases de perfumes: el brentío, el metalio, el perfume real, el plangonio y el psagdas de Egipto.

3. Simónides no enrojece de vergüenza cuando en sus yambos exclama: "Yo me ungía con perfumes y aromas y con aceite de nardo; porque pasaba por allí un comerciante" (Simónides de Amorgos, Fragmentos, 14).

4. Usan también la esencia de lirio y de alheña; el nardo goza de renombrada fama entre ellos, como también el ungüento de rosas y otras especies, que aún emplean las mujeres: perfumes secos y húmedos, en polvo y para quemar.

5. Porque cada día se inventan, para colmar sus deseos insaciables, perfumes inagotables, razón por la cual hacen gala de una total falta de gusto. Las mujeres fumigan y rocían sus prendas, su cama y su casa. ¡Casi puede decirse que el refinamiento del perfume fuerza también a los orinales a despedir buena fragancia!

LXV
Los cristianos deben exhalar el buen olor de Cristo

1. Yo estoy plenamente de acuerdo con aquellos espartanos que, exasperados por esta manía, llegan a tener tal horror a los perfumes porque afeminan la virilidad, que hacen expulsar de las ciudades bien gobernadas a los fabricantes de ungüentos y perfumistas; incluso, a quienes se dedican a teñir tejidos de lana bordados. Y es que no es lícito que las prendas adulteradas y los aceites olorosos se introduzcan en la ciudad de la verdad.

2. Es absolutamente necesario que los hombres no exhalen el olor de los perfumes, sino el de la virtud, y que las mujeres exhalen el olor de Cristo, ungüento de reyes, y no olor de polvos y de perfumes, y que se unjan del perfume inmortal de la moderación y se regocijen con el ungüento santo del Espíritu.

3. Es el tipo de ungüento que Cristo prepara para los hombres que son sus discípulos, bálsamo de excelente aroma, ungüento que él ha preparado con los aromas celestiales. El Señor mismo ha sido ungido con este perfume, como dice David: "Por eso, Dios, tu Dios, te ha ungido con el óleo de la alegría más que a tus compañeros. Mirra, óleo y casia exhalan tus vestidos" (Sal 44,8-9).

LXVI
Los peligros de los perfumes

1. No obstante, no sintamos repugnancia por los perfumes como los buitres o los escarabajos (porque éstos, según se dice, mueren si se les fumiga con perfume de rosa), sino tratemos, mejor, de elegir para las mujeres algunos perfumes que no atonten al hombre, puesto que el abuso de aceites perfumados huele más a funeral que a vida en común.

2. En efecto, el aceite mismo es enemigo de las abejas y de los insectos; pero, mientras que presta un gran servicio a unos hombres, a otros, en cambio, los incita a la lucha. Así mismo, a los que antes eran amigos, una vez untados, los convierte en adversarios en el estadio, prestos a batirse en las competiciones atléticas. ¿No creen que el perfume, que no es más que un aceite suavizado, puede muy bien afeminar un carácter noble? Sin duda.

3. Así como hemos repudiado el refinamiento del gusto, así también rechazamos los placeres de la vista y del olfato, no sea que a esta intemperancia que hemos desterrado le facilitemos el acceso al alma, por medio de los sentidos, como puertas desprovistas de guarnición.

LXVII
El abuso en el uso de perfumes

1. Cuando se dice que el sumo sacerdote, el Señor, ofrece a Dios el incienso de suave olor (cf. Ex 29,18; 30,7; Ef 5,2; Flp 4,18), no debe entenderse que se trata de una ofrenda, de un buen olor de incienso, sino como que el Señor ofrece sobre el altar el don agradable de la caridad, la fragancia espiritual.

2. El simple aceite sirve para suavizar la piel, relajar los nervios y eliminar del cuerpo el olor desagradable, para todo esto puede ser conveniente su uso. Pero la búsqueda de perfumes es un cebo para la molicie, que acaba por arrastrarnos hacia la concupiscencia.

3. El intemperante se deja arrastrar por todo: por la comida, por el lecho, por las conversaciones, por los ojos, por los oídos, por las mejillas, e incluso por las narices. Así como los bueyes son arrastrados de un lugar a otro por la anilla y las sogas, así también el intemperante es arrastrado por los inciensos, los perfumes y por la fragancia de las coronas.

LXVIII
El buen uso de los perfumes

1. Y ya que no damos rienda suelta al placer, si no está verdaderamente unido a una necesidad, definamos aquí con precisión lo que hay que elegir como útil. Existen algunos buenos olores que no adormecen la mente ni excitan la pasión (erotikaí), y que no tienen nada que ver con los abrazos ni con la amistad licenciosa, y que, usados con moderación, son saludables y reaniman el cerebro cuando está indispuesto; incluso fortalecen el estómago.

2. Y no es preciso refrigerarlo con flores, cuando el sistema nervioso quiere calentarse. No se trata de maldecir o de prohibir a toda costa su uso, sino que sólo debemos usar el perfume como remedio medicinal o ayuda para revitalizar una facultad que languidece, o para tratar los catarros, los resfriados y el malestar, siguiendo los consejos del poeta cómico: "Con perfumes se unta las narices; lo más impórtame para la salud es procurar al cerebro buenos olores" (Alexis, Fragmentos, 190).

3. El ungüento de perfumes se usa igualmente por su gran utilidad como masaje para calentar o refrigerar los pies, para que se dé un desplazamiento (de la sangre) que congestiona la cabeza hacia otras partes secundarias del cuerpo.

4. Por el contrario, el placer, cuando no va unido a ninguna utilidad, es signo acusador de costumbres desenfrenadas y una droga para las excitaciones sensuales. Hay una gran diferencia entre perfumarse y ungirse con perfumes: lo primero es propio de los afeminados; en cambio, ungirse con perfumes resulta, a veces, provechoso.

LXIX
Los perfumes deben prestarnos un servicio, no placeres

1. Aristipo, el filósofo, repetía, cuando se untaba con perfumes, que los libertinos deberían perecer vergonzosamente por haber desacreditado algo tan saludable, haciéndolo pasar por infamante (cf. Platón, Menexeno, 238a; Diógenes Laercio, Vidas, II, 76).

2. Dice la Escritura: "Honra al médico, porque es útil; puesto que lo ha creado el Altísimo, y la curación proviene del Señor" (Sb 38,1-2). Y añade: "El perfumista preparará la mezcla" (Sb 38,7), lo que quiere decir que los perfumes han sido dados para prestarnos un servicio, no para procurarnos placeres.

3. No debemos esforzarnos en buscar, bajo ningún concepto, un excitante de la sensualidad en los perfumes, sino aprovechar su utilidad, ya que Dios permitió a los hombres la elaboración del aceite para alivio de sus penas.

4. Las mujeres insensatas tiñen sus cabellos grises y los perfuman, con lo que aún se vuelven más grises, debido a los perfumes que los resecan. Razón por la que quienes se perfuman muestran su piel más seca. La sequedad motiva que los cabellos se vuelvan más grises (porque el cabello cano es consecuencia de una sequedad o falta de calor); la sequedad absorbe el alimento húmedo del cabello y lo vuelve más grisáceo.

5. ¿Cómo va a ser razonable que amemos los perfumes, que provocan las canas que tratamos de evitar? Cual perros que, husmeando el olor, siguen la huella de las fieras, así también los castos, por medio del olor excesivo de sus perfumes, detectan a los lujuriosos.

LXX
Las coronas de la vida

1. Sucede lo mismo con el uso de las coronas: forman parte del placer y de los excesos de vino: "¡Fuera! ¡No pongas sobre mi cabeza una corona!" (Anónimo, Fragmentos, 1258). En la primavera es bueno vivir en las suaves praderas, húmedas de rocío, en medio de flores variadas, alimentándose, como las abejas, de una fragancia natural y pura.

2. Pero no es propio de personas prudentes llevar a casa "una corona trenzada con flores de una pradera virgen" (Eurípides, Hipólito, 73-74). Es un desorden cubrir una cabellera lujuriosa con cálices de rosas, de violetas, de lirios o de cualquier otra variedad de flores, desflorando la naciente vegetación. Por otra parte, la corona, al ceñir la cabellera, la enfría debido a su humedad y a su frescor.

3. Por eso los médicos, que enseñan que el cerebro es frío por naturaleza, ordenan ungirse el pecho con perfume, como también las partes superiores de los orificios nasales, de suerte que la emanación caliente, mediante un tranquilo recorrido, aporte calor fuertemente al frío cerebro. Pero debemos abstenernos de refrescarle con flores, ya que el sistema nervioso reclama ser calentado. Realmente, los que se ciñen con coronas destrozan el encanto de las flores.

4. Porque quienes lucen su corona por encima de los ojos no pueden regocijarse de su contemplación, ni disfrutar de su fragancia, puesto que les quedan las flores por encima del olfato. Las emanaciones del perfume que por naturaleza van hacia arriba, por encima de la cabeza, dejan privada al olfato de este goce, porque esta buena fragancia queda fuera de su alcance.

5. Así como la belleza física produce goce en el que la mira, así también la flor; pero conviene que, cuando a través de la vista disfrutemos de lo bello, se alabe al Creador. No obstante, si nos servimos de ellas como de un instrumento, su uso es dañino y fugaz; y su precio es el arrepentimiento, dado que enseguida se desvela su caducidad: ambas se marchitan, la flor y la belleza.

LXXI
La corona de toda la Iglesia es Cristo

1. Y si alguno las toca, aquella flor enfría, y ésta belleza inflama. En una palabra, gozar de ellas por otro medio que no sea el disfrute de la vista es un abuso, no una delicia. Nosotros debemos gozar de las delicias con moderación, como en el Paraíso (cf. Gn 2,15), siendo dóciles a la Escritura. Al hombre debe considerársele como la corona de la mujer; al matrimonio, la corona del hombre, y sus hijos, las flores de la unión matrimonial, que el divino Agricultor recoge en las praderas carnales.

2. "Corona de los ancianos son los hijos de los hijos, y la gloria de los hijos son los padres" (Prov 17,6), así habla la Escritura. Para nosotros la corona es el Padre de todos; y la corona de toda la Iglesia es Cristo.

3. Como las raíces y las plantas, así las flores poseen sus propias cualidades; útiles unas, nocivas otras y algunas, peligrosas. Así, la hiedra refresca (cf. Plutarco, Morales, 647a-648a), el nogal despide un hálito que produce una pesada somnolencia, como bien indica su etimología. El narciso es una flor de olor pesado, narcotizante para los nervios, como indica su etimología.

4. La fresca fragancia del perfume de las rosas y de las violetas evita o alivia la pesadez de cabeza. Pero nosotros no sólo no debemos embriagarnos sin medida, sino que no debemos dejarnos dominar por el vino. El azafrán y la flor de heno producen un dulce sopor.

5. Muchas flores templan con sus perfumes el cerebro que, por naturaleza, es frío, disminuyendo el exceso de secreciones de la cabeza. Y de ahí el nombre de rosa (dicen), por el hecho de emitir una abundante fragancia. Por esta razón se marchita tan pronto.

LXXII
Las cristianos no deben usar coronas

1. Entre los griegos antiguos no existía el uso de coronas. Ni los novios, ni los feacios afeminados las usaban. No obstante, en los certámenes atléticos hubo, al comienzo, una distribución de premios; luego, aplausos; después, se procedió a lanzar hojas sobre los vencedores, y, finalmente, se les otorgó la corona. Grecia dio este nuevo paso hacia la corrupción después de las Guerras Médicas.

2. Las coronas están prohibidas a los discípulos del Verbo, no porque ellos crean que atan su razón, que tiene su sede en el cerebro, ni porque la corona sea indicio de insolente petulancia, sino porque está dedicada a los ídolos.

3. Así, Sófocles llamó al narciso "antigua corona de los grandes dioses" (Sófocles, Edipo en Colono, 683-684), refiriéndose a las divinidades infernales. Safo corona de rosas a las musas: "De las primicias de rosas procedentes de Pieria" (Safo, Fragmentos, 42). De Hera se dice que ama el lirio, y Artemis el mirto.

4. Si, en efecto, las flores existen ante todo para los hombres, pero los insensatos abusan de ellas tomándolas no para su uso particular, con acción de gracias al Creador, sino para el servicio ingrato de los demonios, nosotros debemos abstenernos "por motivos de conciencia" (1Cor 10,20).

LXXIII
La corona del Señor Jesús

1. La corona es símbolo de la ausencia de preocupaciones. De ahí que se corone a los muertos y, por la misma razón, a los ídolos, confirmando de hecho que también están muertos. Los bacantes no celebraban sus orgías sin coronas, sino que, apenas se ceñían en sus sienes las flores, se sentían encendidos para la iniciación religiosa.

2. En consecuencia, no hay que tener relación alguna con los demonios (cf. 1Cor 10,20), ni tampoco coronar la imagen viva de Dios (el hombre), a la manera de los ídolos muertos. Porque la hermosa corona de amaranto está reservada para quien se comporte con corrección (cf. 1Pe 5,4). Y es una flor que no puede producir la tierra, sino que sólo en el cielo puede germinar.

3. Además, no es razonable que nosotros, después de haber oído cómo el Señor fue coronado de espinas (cf. Mt 27,29; Mc 15,17; Jn 19,2), nos burlemos de su venerable Pasión y ciñamos nuestras frentes con flores. En efecto, la corona del Señor nos designaba proféticamente a nosotros, otrora estériles (cf. Mt 13,7. 22), que hemos sido reunidos en torno a él por la Iglesia, de la cual él es cabeza (cf. Ef 1,22-23; 5,23; Col 1,18). Pero es también figura de la fe, símbolo de la vida por la sustancia del leño, de la alegría por su mismo nombre de corona, del peligro por las espinas. Porque no es posible llegar hasta el Verbo sin derramar sangre.

4. La corona trenzada se marchita, y la trenza de la perversidad se disuelve; la flor se seca, puesto que se marchita la gloria de los que no han creído en el Señor.

5. Coronaron a Jesús (cf. Mt 27,29; Mc 15,17; Jn 19,2), cuando fue levantado en alto, dando una prueba palmaria de su necedad; porque su dureza de corazón no llegó a comprender el sabio alcance de esta profecía, que ellos llaman humillación suprema del Señor.

6. El pueblo extraviado no reconoció a su Señor (cf. Is 1,3), no fue circuncidado en su razón (cf. Dt 10,16), no fue iluminado en sus tinieblas (cf. Sal 17,29), no vio a Dios, renegó del Señor, dejó de ser Israel (cf. I,57,2), persiguió a Dios; quiso humillar al Verbo, y coronó como rey al que crucificó como malhechor.

LXXIV
Cristo cargó con nuestros pecados

1. Por eso, Aquel en quien no han creído cuando era un hombre, el Dios, que ama al hombre, lo reconocerán como Señor y Justo. Y el testimonio que le han negado al Señor, se lo rindieron cuando estaba en lo alto de la cruz, coronándolo con la diadema de la justicia (cf. Mt 27,29; Mc 15,17; Jn 19,2), con espinas siempre verdes, a Aquel que es ensalzado por encima de todo nombre (cf. Flp 2,9).

2. Esta diadema es enemiga de los que conspiran contra el Señor y lo rechaza, y es amiga de quienes entran en la asamblea de la Iglesia y los protege. Dicha corona es la flor de quienes han tenido fe en quien ha sido glorificado (cf. Mt 13,7), pero hiere y castiga a los que no han creído.

3. Es también el símbolo de la buena obra del Maestro, que llevó en su cabeza, la parte principal de su cuerpo, nuestras maldades (cf. Is 53,4; Mt 8,17), por las que éramos traspasados, como con una aguja. Él, por su propia Pasión, nos ha librado de las trampas (cf. Is 53,12; 1 P 1,18-19), de pecados y de espinas de este género, e, inutilizando las tentativas del diablo, exclamaba con gozo: "¿Dónde, oh muerte, tu aguijón?" (1Cor 15,55; cf. Is 53,1; 1Pe 2,24; 1Jn 3,5).

4. Y nosotros recogemos la uva de las espinas y los higos de las zarzamoras (cf. Mt 7,16; Lc 6,44); en cambio, ellos son desterrados con crueles heridas; aquellos hacia quienes Él había extendido sus manos, es decir, sobre un pueblo rebelde y estéril (cf. Is 65,2; Rm 10,21).

LXXV
La manifestación del Verbo

1. Aún podría exponerte aquí otro sentido del misterio. Porque el todopoderoso Señor del universo, cuando empezaba a legislar por medio del Verbo y quiso, por mediación de Moisés, manifestar su propio poder, se le manifestó en una visión divina bajo la forma de luz, en el zarzal ardiente (cf. Ex 3,2-5), y el zarzal es una planta espinosa.

2. Pero, después que el Verbo cesó en su labor legisladora y terminó su estancia entre los humanos, luego, el Señor es coronado de espinas místicamente; y volviendo el lugar de donde había descendido, repite el comienzo de su primera venida, a fin de que el Verbo, que había sido visto primero a través de la zarza, y después elevado a lo alto con las espinas (cf. Mt 27,29; Mc 15,17; Jn 19,2), pudiese mostrar que todo era obra de una sola potencia, por ser él uno solo, de un único Padre, principio y fin del tiempo.

LXVI
La correcta utilización de los perfumes

1. Pero he traspasado los límites del accionar del Pedagogo para entrar en el terreno del Maestro. Vuelvo entonces a mi tema. Ya hemos demostrado (cf. II, LXVI) que no debemos rechazar el placer que las flores puedan reportarnos, ni la utilidad de los ungüentos y de los perfumes, porque sirven como fármacos para curar, e, incluso a veces, como objeto de placer moderado.

2. Y si alguno pregunta qué ventajas reportan las flores para quienes no las usan, que sepan que de las flores se obtienen los perfumes, y que son muy útiles: de los lirios y las azucenas se extrae el aceite de lirio, que es caliente, seca y arrastra los humores, humedece, limpia; es muy fino, activa la bilis y es emoliente. El aceite de narciso, a base de narcisos, tiene las mismas propiedades que el aceite de lirio. El perfume de mirto, hecho de bayas y hojas de mirto, es astringente y retiene las emanaciones del cuerpo. El perfume de rosas es refrescante.

3. En suma: todo ha sido creado para nuestra utilidad. "Escuchadme (dice la Escritura), y creced como el rosal plantado junto al arroyo; sed olorosos como el incienso, y bendecid al Señor por sus obras" (Sb 39,13-14).

4. Mi discurso sobre este tema podría ser más prolijo, si explicásemos que las flores y los aromas fueron creados para satisfacer nuestras necesidades, no para la ostentación licenciosa.

5. Ahora bien, si debe hacerse alguna concesión, que se contente uno con disfrutar la fragancia de las flores, pero que no se corone con ellas. Porque el Padre se preocupa del hombre y a él solo ha hecho las obras de sus manos. Así, dice la Escritura: "El agua, el fuego, el hierro, la leche, la flor de harina, la miel, la sangre del racimo, el aceite y el vestido, todo esto es para el bien de aquellos que honran a Dios" (Sb 39,26-27).

H
Sobre el uso del sueño

LXXVII
Un lecho sencillo ayuda a un buen descanso

1. Ahora debemos decir algo de cómo, sin olvidar las reglas de la templanza, debemos comportarnos respecto del sueño. Después de un buena cena, y tras bendecir a Dios por habernos hecho partícipes de los bienes, y por la jornada transcurrida, debe invocarse al Verbo sobre nuestro sueño, dejando de lado las mantas suntuosas, las alfombras bordadas de oro y los tapices persas festoneados de hilos de oro, las largas túnicas teñidas de púrpura, las capas preciosas, los tejidos de gran valor de que habla el poeta (cf. Homero, Ilíada, XXIV, 644-646; Odisea, IV, 297-299; VII, 336-338), las espesas lanas que cuelgan del techo y los lechos más suaves que el sueño (Teócrito, Poemas, V, 51; XV, 125).

2. Además de merecer el reproche por tanta sensualidad, es nocivo acostarse sobre almohadas de finas plumas, porque, al ser tan blando el colchón, el cuerpo queda hundido como en un abismo. Y nada favorece para que, quienes están acostados, puedan darse la vuelta, ya que por cada lado de su cuerpo el colchón se levanta como un dique; lo cual no facilita que se digieran los alimentos, y más bien arden, con lo que se corrompe el alimento.

3. Poder dar vueltas en un lecho plano, como en un gimnasio natural del sueño, facilita la buena distribución de los alimentos. Y quienes pueden dar vueltas sobre un lecho de superficie plana, teniendo éste como un gimnasio natural del sueño, digieren más fácilmente los alimentos y están mejor preparados para afrontar las vicisitudes de la vida. Más aún, los lechos con pies de plata delatan una gran ostentación; y para las camas, "el marfil de un cuerpo separado de su alma no es propicio" (Platón, Leyes, XII, 956a) para hombres santos; es un medio de reposo vicioso.

LXXVIII
El sueño es un descanso del trabajo

1. No debemos, por tanto, buscar estos objetos. No es que su uso esté prohibido para quienes los poseen, sino que la prohibición está en buscarlos con solicitud, dado que la felicidad no se encuentra en ellos. Por otra parte, es pura vanagloria cínica pretender dormir como Diomedes que: "se acostó bajo una piel de buey salvaje" (Homero, Ilíada, X, 155), salvo que las circunstancias nos obliguen a ello.

2. Odiseo enderezaba con una piedra el pie torcido de su lecho nupcial (cf. Homero, Odisea, XXIII, 195-200). Tan notable era la simplicidad y el trabajo personal que se practicaban no sólo entre los particulares, sino también entre los jefes de los antiguos griegos.

3. Pero, ¿por qué hablar de éstos? Jacob dormía en el suelo y se apoyaba la cabeza en una piedra; y fue entonces que fue juzgado digno de tener aquella visión sobrehumana (cf. Gn 28,11-19). Debemos utilizar, conforme a la razón, un lecho simple y sencillo, que tenga lo indispensable: si hace calor, que nos proteja, y, si hace frío, que nos caliente.

4. Que el lecho no esté recargado y que tenga las patas lisas, porque los torneados artificiosos son a veces un refugio para los animales que se arrastran; éstos se meten por entre las hendiduras hechos por el artesano sin resbalarse.

5. Sobre todo es preciso limitar la blandura del lecho, para que resulte viril. Porque el sueño no debe significar un relajamiento total del cuerpo, sino un reposo. Por eso digo que conviene entregarse a él como descanso del trabajo, y no como concesión al ocio.

LXXIX
La vida consiste en la identificación con Cristo

1. En conclusión: el sueño debe ser ligero, prestos a levantarse en cualquier momento. Dice la Escritura: "Tengan ceñidos sus lomos y encendidas sus lámparas, y sean semejantes a hombres que aguardan a su señor cuando vuelve de las bodas, a fin de que, en cuanto llegue y llame, le abran al punto. Bienaventurados aquellos siervos a quienes cuando el Señor llegue les encuentre velando" (Lc 12,35-37). Porque el hombre que duerme no sirve para nada, como tampoco el que está muerto.

2. Razón por la cual debemos levantarnos de noche frecuentemente y bendecir a Dios; bienaventurados los que se levantan para él, cual ángeles, que llamamos "los centinelas".

3. "Todo hombre que duerme no vale nada, no vale más que un hombre sin vida" (Platón, Leyes, VII, 808b). El que tiene la luz permanece despierto, y la oscuridad no lo domina (cf. Jn 1,15; 1Ts 5,4-6); y el sueño menos aún que las tinieblas. El que ha sido iluminado está despierto para Dios; y así, vive: "Porque lo que nació en él, era vida" (Jn 1,3. 4).

4. "Bienaventurado el hombre que me escucha (dice la Sabiduría); el hombre que sea fiel a mis caminos, velando a mis puertas día tras día, guardando las escalinatas de mi entrada" (Prov 8,34).

LXXX
Los cristianos deben estar siempre alertas

1. "Así, entonces, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios (dice la Escritura), porque los que duermen, de noche duermen, y los que se embriagan, de noche se embriagan" (es decir, en la tinieblas de la ignorancia), "pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios. Porque todos ustedes son hijos de la luz y e hijos del día. Nosotros no somos de la noche, ni de las tinieblas" (1Ts 5,6-8. 5).

2. "Entre nosotros quien tenga el mayor anhelo de la vida verdadera y del pensamiento auténtico, ése permanece despierto el mayor tiempo posible, sin más limitación que lo que resulte útil para su salud en su caso; esto no es mucho, una vez que se ha habituado bien" (Platón, Leyes, VII, 808b-c). Un ejercicio asiduo, unido al esfuerzo, permite un estado de vela continuo.

3. Que no nos sean un lastre los alimentos, sino que nos aligeren, para que el sueño no limite nuestras facultades, cual nadadores con los pies atados. En consecuencia, es preciso, al igual que si remontásemos desde las profundidades, que nos aligere la sobriedad y nos lleve hasta la superficie del estado de vigilia. En efecto, la caída en el sopor del sueño se asemeja a la muerte: por la ausencia de pensamiento nos hace descender a la inconsciencia, el cierre de los parpados nos hace insensibles a la luz.

4. Nosotros, hijos de la verdadera luz (cf. Lc 16,8; Jn 12,36; 1Ts 5,5), no arrojemos fuera de nosotros a esta luz, sino que, dirigiéndola a nuestro interior, tras iluminar la visión del hombre interior (cf. 1Pe 3,4), contemplando la verdad misma y participando de sus esplendores, desvelemos con claridad y prudencia los sueños verdaderos.

LXXXI
Importancia de las vigilias nocturnas

1. Los eructos de los borrachos, los ronquidos de los que han comido opíparamente, los silbidos de los que están envueltos entre las mantas, los rumores de los vientres demasiados llenos acaban por embotar la capacidad de visión del alma (cf. Platón, República, VII, 533d), mientras que la mente se llena de una multitud de imágenes ilusorias.

2. De eso es responsable una comida excesiva, que sumerge a la razón en la inconsciencia. "Un prolongado sueño, por natural que sea, no favorece en nada ni a nuestros cuerpos ni a nuestras almas, ni se adapta a las acciones que tienen por meta la verdad" (Platón, Leyes, VII, 808b).

3. El justo Lot (paso por alto ahora la exégesis relativa al plan de la redención) no hubiese sido arrastrado a la unión ilegítima, de no estar embriagado por sus hijas y entorpecido por el sueño (cf. Gn 19,32-35).

4. Por consiguiente, si cortamos de raíz las causas que nos inducen a un profundo sueño, dormiremos más sobriamente. Porque "no se debe dormir toda la noche" (Homero, Ilíada, II, 24.61), cuando se tiene como huésped dentro de sí al Verbo vigilante; es preciso despertarse durante la noche y, en especial, cuando los días se acortan.

5. Uno debe aplicarse al estudio, otro ocuparse de su trabajo profesional, las mujeres trabajar la lana; y todos, por así decirlo, tenemos que luchar contra el sueño, habituándonos poco a poco a gozar, mediante la vigilia, de la mayor parte del tiempo de la vida (porque el sueño, como un recaudador, nos quita la mitad del tiempo de nuestra vida); y si se les debe acortar el tiempo de la noche para estar vigilantes, con mayor razón no se les permitirá dormir durante el día. La vagancia, la modorra, el estar tumbado y los bostezos son síntomas de un alma poco firme.

LXXXII
Los frutos de la vigilia

1. Además, es importante saber que no es el alma la que reclama el sueño, puesto que siempre está en movimiento (cf. Platón, Fedro, 245c), sino el cuerpo, que, dejándose llevar por el relajamiento, paraliza toda actividad, en tanto que el alma no obra por medio del cuerpo, sino que piensa por sí misma.

2. De ahí que los verdaderos sueños, si se mira bien, son los pensamientos del alma sobria, no atraída por las pasiones corporales, sino sugiriéndose a sí misma lo mejor. La ruina del alma es la inactividad.

3. Por tanto, el alma pensando siempre en Dios, gracias a un continuo y atento diálogo con él, puede, en el momento oportuno, insertar en el cuerpo el estado de vigilia; así iguala al hombre a los ángeles, y obtendrá la vida eterna, merced a su constancia en la vigilia.

I
Sobre las formas de procrear

LXXXIII
La finalidad del matrimonio

1. Queda por examinar cuál es el momento idóneo de las relaciones para las relaciones conyugales exclusivas para los que han contraído matrimonio: su objetivo es la procreación, y su finalidad, tener hijos virtuosos; de la misma manera que el objeto que mueve al labrador a sembrar es la provisión de su propio alimento, y la finalidad de su cultivo es la recolección de frutos.

2. Pero mucho más importante es el labrador que siembra un campo dotado de alma. En efecto, aquél intenta con su cultivo obtener un alimento temporal; éste, en cambio, se preocupa de hacer perdurar el universo; uno siembra por sí mismo, el otro, para Dios, porque él ha dicho: "Multiplicaos" (Gn 1,22. 28; 8,17; 9,1), y hay que obedecerle. Y por eso el hombre llega a ser imagen de Dios (cf. Gn 1,27), porque el hombre colabora en el nacimiento del hombre (cf. 2Cor 6,1).

3. No toda tierra es apta para recibir semillas; y, aunque lo fuera, no lo sería para el mismo campesino. No se debe sembrar en las piedras (cf. Mt 13,5; Mc 4,5; Lc 8,6), ni maltratar la semilla, que es la causa primera de la generación, y que posee, agrupadas, las razones de la naturaleza. Y es, en verdad, una impiedad deshonrar las cosas conformes a la naturaleza siguiendo caminos contrarios a ella.

4. Así, entonces, miren cómo el muy sabio Moisés rechaza simbólicamente la inseminación estéril: "No comerás (dice) la liebre ni hiena" (Lv 11,5. 6). No quiere hacer partícipe al hombre de su cualidad, ni que sienta el mismo grado de impudencia de dichos animales, porque esos están poseídos por un insaciable ardor para unirse entre sí.

5. Se dice que la liebre aumenta cada año su ano, y que tiene tantos orificios como años de vida; de modo que la prohibición de ingerir liebre significaría que debemos evitar la pederastia. Y de la hiena se dice que cambia cada año de sexo: un año es macho, y al otro, hembra; lo que viene a significar que, quien se abstiene de comer hiena, no debe darse a la fornicación.

LXXXIV
No forzar la naturaleza

1. Ahora bien, en interpretar que no debemos asemejarnos a este tipo de animales, por la prohibición establecida, también yo estoy plenamente de acuerdo con el muy sabio Moisés. No obstante, no comparto las exégesis de las expresiones simbólicas. Puesto que no puede forzarse a la naturaleza a un cambio: no se puede imponer por vía de la pasión una forma contraria a lo ya plasmado en ella; además, pasión no es igual a naturaleza, sino que falsifica y destruye la anterior, pero no la reemplaza por una nueva.

2. Se dice que muchos pájaros suelen cambiar de colores y de cantos según las estaciones: así, el mirlo cambia de color, de negro al verdoso y sólo pronuncia un murmullo cuando antes sabía cantar bien; asimismo, el ruiseñor, con las estaciones, muda el colorido y el canto; pero, en cambio, no experimentan cambio alguno profundo en su naturaleza, como lo seria volverse, por metamorfosis, hembras en lugar de machos.

3. Sin embargo, un nuevo abanico de alas, cual vestido nuevo, se abre en varios colores, pero, después, cuando amenaza la estación invernal, se marchita como el color de una flor.

4. También su canto se marchita, agobiado por el frío. En efecto, si la piel se contrae por acción del medio ambiente, las cuerdas vocales, contraídas y encogidas, comprimen aún más el soplo que, sofoca do, emite un sonido ahogado.

LXXXV
Las peculiaridades de la hiena

1. De nuevo, ciertamente, al acomodarse al medio atmosférico y, con la llegada de la primavera, al distenderse la piel, el soplo se libera de su estrechez, para circular por los hasta entonces canales contraídos, pero ampliamente dilatados, a partir de ahora. No emite ya un canto lánguido, sino que florece una voz nítida y esparce sus sonoridades; y es cuando la voz de las aves, con la primavera, se hace canto.

2. No debemos creer que la hiena cambia de naturaleza. Porque el mismo animal no posee al mismo tiempo ambos sexos, el de macho y el de hembra, como algunos han su puesto, llenando su imaginación de monstruos hermafroditos, e inventan una tercera naturaleza andrógina, intermedia entre la masculina y la femenina.

3. Sin duda están en un gran error, porque no comprenden el amoroso arte de la naturaleza, madre universal y artífice de toda generación. En efecto, ya que la hiena es el animal más lascivo, la naturaleza la ha dotado con una excrecencia, de forma parecida al órgano sexual femenino, situado debajo de la cola, por encima del meato.

4. Pero esta constitución corporal carece de salida. Me refiero a un pasaje que desemboque en algún órgano útil: una matriz o un intestino. Posee sólo una gran cavidad por donde recibe el semen inútil, cuando los conductos de la gestación se repliegan para alojar al feto concebido.

LXXXVI
Las consecuencias de las relaciones antinaturales

1. Esta disposición natural se da tanto en la hiena macho como en la hembra, a causa de su ardor lascivo. En efecto, el macho también se deja cubrir, razón por la que es difícil apresar una hiena hembra. Los embarazos de este animal no son periódicos, dada la frecuencia y facilidad de sus coitos contra naturaleza.

2. Por esa razón, según creo, Platón, en el Fedro (cf. 254e), rechaza la pederastia, tildándola de bestial, porque los lascivos que se entregan a los placeres "roen los bocados del freno; se comportan como cuadrúpedos, y sólo buscan procrear" (Platón, Fedro, 250e).

3. A los impíos, como dice el apóstol: "Dios los entregó a pasiones vergonzosas; puesto que sus mujeres, por una parte, trocaron el uso natural por otro contra naturaleza. Así mismo, los varones, abandonando el uso natural de la mujer, se abrasaron en el deseo mutuo, perpetrando infamias varones con varones la infamia, y recibiendo en sí mismos el pago de su extravío" (Rm 1,26-27).

LXXXVII
El ser humano es la morada del Dios viviente

1. De manera que ni a los animales más lascivos ha permitido la naturaleza fecundar a través del conducto de la evacuación. Porque la orina tiene su alojamiento propio en la vejiga; el alimento fermentado, en los intestinos; las lágrimas, en los ojos; la sangre, en las venas; el cerumen, en los oídos, y las mucosidades, en la nariz; y el ano, por donde se expulsan los excrementos, no está separado del extremo del recto.

2. No obstante, la hábil naturaleza ha concebido sólo para las hienas este pequeño órgano suplementario para las cópulas suplementarias. De ahí que dicho órgano sea lo suficientemente cóncavo como para que pueda penetrar el órgano excitado; sin embargo, por el otro extremo está obstruido, porque no ha sido creado para procrear.

3. Por consiguiente, es evidente que nosotros, de común acuerdo, debemos rehusar las relaciones contra la naturaleza: las cópulas estériles, la pederastia y las uniones entre afeminados, y seguir a la naturaleza misma en lo que prohíbe, debido a la disposición que ha dado a los órganos, puesto que ha otorgado al hombre su virilidad, no para la recepción del semen, sino para que lo emita.

4. Cuando Jeremías exclama (es decir, el Espíritu Santo, por boca de él) "mi casa se ha convertido en una cueva de hiena" (Jr 12,9; 7,11), dejando traslucir con ello su pavor ante los que se alimentan de cadáveres, expresa con una sabia alegoría su aversión por la idolatría. Es necesario que la morada de Dios viviente esté realmente limpia de todo ídolo.

LXXXVIII
La prohibición de comer liebre

1. Moisés prohíbe también, como lo hemos visto (cf. Lv 11,5), comer liebre; la liebre copula en todas las estaciones, y cuando la hembra se agazapa cerca del macho, la cubre viniendo por detrás. La hembra concibe y pare cada mes; y, antes del parto, vuelve a quedarse preñada. Una vez cubierta queda embarazada; y luego, tan pronto como ha parido, se deja cubrir por cualquier macho, ya que no tiene bastante con una sola cópula. Y de nuevo, concibe, mientras está amamantando con la matriz bifurcada.

2. No es tan sólo que la parte vacía de la matriz la estimule a la cópula (porque todo lo vacío desea ser rellenado), sino que, cuando está preñada, uno de las das partes de la matriz está dominada por el deseo y fuertemente excitada. De ahí que quede doblemente embarazada.

3. Así, entonces, esta enigmática prohibición nos aconseja de abstenernos de deseos fogosos, de coitos continuos, de cópulas con mujeres encintas, de la homosexualidad, de la pederastia, de la fornicación y de la lascivia.

LXXXIX
Moisés y Platón condenan el libertinaje

1. Abiertamente, no de forma velada, Moisés ha establecido estas prohibiciones: "No fornicarás, no cometerás adulterio, ni practicarás la pederastia" (cf. Ex 20,14; Dt 5,18). Esta disposición del Verbo debemos observarla con todas nuestras fuerzas, y no podemos infringir la ley bajo ningún concepto, ni atemperar mandamientos.

2. Los malos deseos reciben el nombre de arrebato (hybris); y al caballo de la concupiscencia Platón lo ha denominado arrebatado (cf. Platón, Fedro, 238a), porque había leído (en la Escritura): "Se han convertido, a mis ojos, en potros en celo" (Jr 5,8). Y en cuanto al castigo reservado al arrebato, ya se lo darán a conocer los ángeles que fueron a Sodoma (cf. Gn 19,1 ss.).

3. Junto con la ciudad, han abrasado a quienes intentaban entre ellos actos deshonrosos, sirviendo ello de ejemplo palmario de que el fuego es el fruto cosechado por el libertinaje (cf. Gn 19,1-25). Porque las desgracias sufridas por los antiguos, como ya hemos indicado (I, II, 1; I, LVIII, 3), han sido descritas para advertencia nuestra, con el fin de no vernos implicados en las mismas faltas, y para que evitemos caer en semejantes peligros.

XC
Los excesos chocan contra la naturaleza

1. A los niños se les debe considerar como hijos, y a las mujeres de otros como hijas propias. Hay que dominar los placeres y ser dueño del alto y bajo vientre: es lo más importante.

2. Porque si, como dicen los estoicos (cf. Crisipo, Fragmenta Moralia, 730; Epícteto, Fragmentos, 15), la razón recomienda al sabio no mover el dedo al azar, ¿cómo no van a estar obligados a dominar el órgano de las relaciones sexuales los que persiguen la sabiduría? Me parece que si este órgano recibe el nombre de "parte pudenda" (aidoion), es sobre todo porque debe hacerse uso de esta parte del cuerpo, más que otra, con pudor.

3. La naturaleza, como para los alimentos, nos recomienda un comportamiento oportuno, útil y decente aún en las uniones legítimas, y nos recomienda desear la procreación.

4. Pero quienes persiguen los excesos chocan contra lo prescrito por la naturaleza, perjudicándose a sí mismos con uniones ilegítimas. No es razonable tener relaciones carnales con adolescentes como si fueran mujeres. Por esa razón, el filósofo, siguiendo en esto a Moisés, exclama: "No se eche las simiente entre las piedras y las rocas, porque jamás enraizará, ni encontrará la fecundidad para concebir un ser de su misma naturaleza" (Platón, Leyes, VIII, 838e).

XCI
Los cristianos participan en la obra creadora de Dios

1. En todo caso, son clarísimas las prescripciones que el Verbo, por medio de Moisés, nos da a conocer: "No yacerás con varón como se cohabita con mujer; es cosa execrable" (Lv 18,22). Y añade que "hay que abstenerse de sembrar en campo femenino, sea el que fuere" (Platón, Leyes, VIII, 839a), a excepción del que nos pertenece; el gran Platón, recogiéndolo de las divinas Escrituras, nos lo aconseja, haciendo de este texto una ley: "No cohabitarás con la mujer de tu prójimo; te contaminarías con ella" (Lv 18,20).

2. "Las simientes recibidas por las concubinas dan frutos ilegítimos y bastardos" (Platón, Leyes, VIII, 841d); no siembres donde "no querrías ver crecer lo sembrado" (Platón, Leyes, 839a); y "no toques a ninguna mujer que no sea la tuya" (Platón, Leyes, 841d); sólo de ella es justo cosechar los placeres carnales con vistas a una legítima descendencia. Porque sólo esto es lícito a los ojos del Verbo. Nosotros, que somos partícipes de de la obra creadora de Dios, no arrojemos la simiente en cualquier parte, ni la envilezcamos, ni sembremos legumbres difíciles de cocer (cf. Platón, Leyes, VIII, 853d).

XCII
Las prescripciones dadas por Moisés

1. El mismo Moisés prohíbe incluso a los maridos acercarse a sus mujeres, si ellas se hallan en la menstruación (cf. Lv 18,19). Porque no es razonable manchar con la impureza del cuerpo la parte más fecunda de la simiente, que en poco tiempo puede convertirse en un ser humano; ni tampoco, con el impuro flujo de la materia, el germen de un feliz nacimiento, porque quedaría privado de los surcos de la matriz.

2. No nos ha dejado ningún ejemplo de algún antiguo hebreo que se uniese a su propia mujer encinta; porque el mero placer, aún experimentado en matrimonio, es contrario a la ley, a la justicia y a la razón.

3. Por el contrario, Moisés prohibió que los hombres se uniesen a sus mujeres encintas, hasta que hubiesen dado a luz. De hecho, la matriz, ubicada debajo de la vejiga y por encima del intestino llamado recto, extiende su cuello por la cavidad situada entre ambos; y el orificio del cuello, por donde penetra el semen, se cierra, cuando está lleno, y de nuevo se vacía, liberada ya por el parto; y es cuando ha dado el fruto que de nuevo recibe el semen. No debemos avergonzarnos, cuando se persigue la utilidad del auditorio, por nombrar los órganos de la gestación, de cuya creación no se ha avergonzado Dios.

XCIII
Llenar nuestra vida con buenas obras

1. Así, entonces, la matriz, deseosa de procrear hijos, recibe el semen, acto que niega cualquier objeción censurable acerca del coito. Luego, después de la fecundación, al cerrarse el orificio, excluye ya todo movimiento lascivo. Sus deseos que hasta este momento se orientaban hacia los abrazos amorosos, cambian de sentido, y al ocuparse de procrear hijos, colaboran con el Creador.

2. No es lícito causar molestias a la naturaleza en acción con superfluas intervenciones, que desembocan en un exceso (hybris). En efecto, éste tiene varios nombres y se presenta bajo diversas formas: se denomina libertinaje cuando se ejerce en forma de desorden sexual, nombre que indica un mal mundano, vulgar, impuro, relacionado con los coitos; y, cuando dichos desórdenes aumentan, se origina un considerable número de enfermedades: la intemperancia, la pasión por el vino, la pasión por las mujeres; y, especialmente, el gusto por el libertinaje y toda clase de placeres, y sobre esto domina un tirano: el deseo.

3. Estas pasiones tienen hermanas que se multiplican hasta el infinito y constituyen ese conjunto que se llama conducta licenciosa. Dice la Escritura: "Están preparadas para los licenciosos los látigos, y los castigos para las espaldas de los necios" (Prov 19,29); con la expresión "las espaldas de los necios" se refiere a la impetuosidad de la vida licenciosa y a su fuerte persistencia. De ahí que añada: "Aparta de tus esclavos las vanas esperanzas, y retira de mí los deseos indecorosos; para que no se apoderen de mí los deseos del vientre y del sexo" (Sb 23,5-6).

4. Es necesario, por tanto, rechazar lejos la multiforme maldad de los insidiosos; porque ni en el saco de Crates (la secta de los cínicos), ni en nuestra ciudad "entra el loco parásito, ni el licencioso glotón, que se deleita con su bajo vientre, ni la falaz prostituta" (Crates, Fragmentos, 4), ni ninguna otra bestia de placer semejante. Nuestro saber es colmar toda nuestra vida de buenas acciones.

XCIV
¿Hay que contraer matrimonio?

1. En conclusión: el problema suscitado en torno a la cuestión de si hay que contraer matrimonio, o hay que abstenerse totalmente de él (una cuestión digna de atención, sin duda) ya lo hemos visto en nuestro escrito Sobre la Continencia. Ahora bien, si nos hemos visto en la necesidad de estudiar la cuestión de si hay que casarse, ¿cómo se nos puede recomendar usar, como lo hacemos en la comida, siempre de las relaciones sexuales, como algo necesario?

2. Es fácil ver cómo, después de esas relaciones, los nervios como las urdimbres, se desgarran y se rompen por la tensión que comporta; además, la unión sexual esparce una tiniebla sobre los sentidos y abate también la energía.

3. Fenómeno este que se evidencia en los animales irracionales y en los cuerpos de los que practican deporte; entre éstos, los que se abstienen son los que aventajan a sus adversarios en las competiciones atléticas (cf. 1Cor 9,25); y a los animales irracionales no se les puede hacer caminar después del coito, como no sea tirando de ellos con todas las fuerzas; arrastrándolos, por así decirlo, porque se han quedado privados de fuerza y vigor. El sofista de Abdera llamaba a la unión sexual "una pequeña epilepsia" (Demócrito, Fragmentos, 863), considerándola un mal incurable.

4. ¿No conlleva un debilitamiento proporcional a la importancia de la pérdida seminal? "Porque el hombre, del hombre nace y es arrancado" (Demócrito, Fragmentos, 863). Considera el alcance del perjuicio: un hombre entero es arrancado en el transcurso de la pérdida seminal producida por la unión sexual. Y la Escritura dice: "He aquí que esto es hueso de mis huesos, y carne de mi carne" (Gn 3,23). El hombre, cuando vacía el semen pierde tanta sustancia cuanta se ve en el cuerpo (de un hombre), porque lo que ha expulsado es el comienzo de la generación. Por lo demás, esta efervescencia de la materia perturba y trastorna la armonía del cuerpo.

XCV
El matrimonio tiende a la procreación de los hijos

1. Realmente fue muy educado aquel que, a la pregunta de cuáles eran las sensaciones que experimentaba en los placeres venéreos, respondió: "Calla, por favor, hombre. En verdad me liberé de ellos con la mayor alegría, como quien se libera de un amo furioso y cruel" (Platón, República, I, 329c).

2. No obstante, el matrimonio debe aceptarse y ser colocado en su justo lugar; es deseo del Señor que la humanidad se multiplique (cf. Gn 1,28), pero no dice: "Sed impúdicos", ni tampoco quiere que nos entreguemos a los placeres, como si hubiésemos nacido para la unión sexual. Que nos llenen de confusión las palabras que el Pedagogo pone en boca de Ezequiel: "¡Circuncidaos de vuestra fornicación!" (cf. Ez 16,41; Jr 4,4). Incluso los animales irracionales tienen un período de tiempo establecido para la fecundación.

3. Pero, unirse sin buscar la procreación de hijos es un verdadero ultraje a la naturaleza, a la cual debemos designar como maestra, y observar los sabios preceptos de su pedagogía para el tiempo oportuno de la unión; quiero decir el tiempo establecido para la vejez y para la juventud (a ésta no se le permite aún el matrimonio; a aquélla no se lo permite ya) que no siempre pueden contraer nupcias. El matrimonio tiende a la procreación de hijos, no a evacuar el semen desordenadamente, acto contrario a la ley y a la razón.

XCVI
Normas para la vida conyugal

1. Nuestra vida toda puede seguir su curso según los dictámenes de la naturaleza, si dominamos nuestros deseos desde un principio y si no damos muerte, mediante malas artes, a la progenie humana, nacida según los planes de la divina providencia. Porque esas mujeres que, en su afán de ocultar su fornicación, usan fármacos abortivos, que expulsan una materia totalmente muerta, abortan con el feto sus sentimientos humanos.

2. Con todo, a quienes les está permitido el matrimonio, les es necesario un Pedagogo: para que no realicen los ritos misteriosos de la naturaleza durante el día; tampoco deben unirse sexualmente, por ejemplo, a la salida de la iglesia o del ágora; ni desde la aurora, como los gallos; ni a la hora misma del rezo, ni de la lectura, ni a la hora de realizar cualquier tipo de actividad útil durante el día. Por la tarde es conveniente reposar después de la comida y de la acción de gracias por todos los bienes recibidos.

XCVII
La castidad matrimonial

1. La naturaleza no da siempre ocasión para realizar la unión conyugal; por otra parte, la unión es tanto más deseada cuanto más diferida. Tampoco las sombras de la noche deben servirnos de excusa para cometer acciones desenfrenadas, sino que debemos encerrar en nuestra alma el sentimiento del pudor, cual luz de la razón.

2. En nada nos diferenciamos de Penélope, si durante el día tejemos unos principios de moderación, y de noche los deshacemos, cuando nos acostamos. Porque si se debe practicar la dignidad, como en realidad debe ser, mucho más debemos mostrarla con nuestra esposa, evitando las uniones inconvenientes; y la mejor prueba de que se vive la castidad con los vecinos, es vivirla en la propia casa.

3. Porque no, no es posible ser considerado casto por la esposa, a la que no se le da el testimonio de castidad con ocasión de esos ardientes placeres. Un afecto que confiesa cimentarse en el terreno resbaladizo de la unión sexual florece poco tiempo y envejece con el cuerpo; a veces, incluso llega a envejecer antes, cuando el deseo carnal se ha marchitado, y cuando los placeres de las prostitutas han ultrajado la castidad matrimonial. En efecto, los corazones de los amantes son volubles, el encanto se disipa con las penas; y, a menudo, el amor se cambia en odio, cuando el hartazgo es objeto de censura.

XCVIII
Las relaciones sexuales

1. No debemos hacer mención siquiera de expresiones licenciosas, ni tampoco actitudes inconvenientes, ni los besos de las prostitutas y demás actos libertinos por el estilo; obedezcamos, mejor, al bienaventurado apóstol, que nos dice expresamente: "La fornicación y toda impureza o avaricia ni se nombren entre ustedes, como conviene a los santos" (Ef 5,3).

2. Alguien dijo, al parecer rectamente: "La relación sexual no reporta a nadie ventaja alguna; ¡dichosa, si no perjudicial!" (Epicuro, Fragmentos, 62). Porque incluso la que es permitida por la ley es peligrosa, si no tiende a la procreación. De la que es ilegítima afirma la Escritura: "La mujer meretriz es un desecho; una mujer casada será una torre de perdición para quienes usen de ella" (Sb 26,22).

3. Con un jabalí o un cerdo comparó el autor la pasión lasciva, y ha manifestado que el adulterio con una prostituta protegida significa la muerte. Una casa, una ciudad, sede de actos desenfrenados, uno de los poetas de ustedes la condena, cuando escribe:

XCIX
Los desórdenes anti-naturales

1. "En ti se dan los adulterios y la unión ilícita con los jóvenes, ciudad afeminada, injusta, maldita, desdichada entre todas" (Oráculos Sibilinos, V, 166-167).

2. Por el contrario, admira a los castos: "Que no tienen naturalmente deseo vergonzoso por lecho ajeno, ni impetuosidad odiosa y lamentable hacia un varón" (Oráculos Sibilinos, IV, 33-34), porque es contra la naturaleza. Muchos consideran vida regalada sus propios pecados; otros, más sensatos, reconocen que son pecados, pero son dominados por los placeres.

3. Las tinieblas les sirven de velo para sus pasiones; porque comete adulterio con su propia esposa quien la trata como una meretriz (cf. Sexto, Sentencias, 231), y no oye los clamores del Pedagogo: "El hombre que sube al su lecho y dice a su alma: "¿Quién me ve? A mi alrededor hay tinieblas; las paredes me ocultan, y nadie ve mis faltas; ¿por qué preocuparme?". El Altísimo, ciertamente, no lo tendrá en cuenta" (Sb 23,18).

4. Muy digno de lástima es ese hombre, que sólo teme los ojos humanos y se imagina que pasará inadvertido a Dios. "No comprende (dice la Escritura) que los ojos del Señor Altísimo son diez mil veces más luminosos que el sol, porque escrutan todos los caminos de los hombres, y penetran hasta lo más oculto" (Sb 23,19).

5. Razón por la cual el Pedagogo aún nos amenaza por boca de Isaías: "¡Ay de quienes traman sus planes en la oscuridad, y preguntan: "¿Quién nos ve?" (Is 29,15). Porque quizá pasen inadvertidos a la luz sensible, pero es imposible que pasen inadvertidos a la luz espiritual o, como afirma Heráclito: "¿Cómo puede pasar uno inadvertido ante lo que no tiene ocaso?" (Heráclito, Fragmentos, 727).

6. Bajo ningún concepto tratemos de ocultarnos en las tinieblas, ya que la luz habita en nosotros; dice la Escritura: "Y las tinieblas no lo recibieron" (Jn 1,5); al contrario, la noche ilumina los pensamientos castos. Y la Escritura ha denominado lámparas que jamás se extinguen a los pensamientos de los hombres buenos (cf. Mt 25,1-12; Sb 7,10).

C
La dignidad y el pudor

1. Verdaderamente, querer que pase inadvertido lo que uno hace, implica una conciencia de culpabilidad, y todo el que comete un pecado es también injusto, no sólo con el prójimo, si comete adulterio, sino también consigo mismo, porque tiene conciencia de adúltero. Sea como sea, se hace peor y más miserable. El que comete una falta, en cuanto que la ha cometido, es peor en sí mismo y más digno de desprecio que antes; de todas maneras, algo se añade a él, además de su esclavitud al placer vergonzoso: el desorden moral. Por esa razón, el que fornica ha muerto para Dios; y como cadáver es abandonado por el Verbo y también por el Espíritu. Porque a lo que es santo, como es natural, le repugna ser manchado.

2. Siempre se ha permitido al puro el contacto con lo puro (cf. Platón, Fedón, 67b). No debemos, junto con nuestro vestido, despojarnos de nuestro pudor, puesto que jamás se le ha permitido al justo desnudarse de su castidad. Y he aquí que este cuerpo corruptible se revestirá de incorruptibilidad (cf. 1Cor 15,23; 2Cor 5,2), cuando el insaciable deseo, que desemboca en la molicie, educado por el Pedagogo en la continencia, llegue a odiar la corrupción y conduzca al hombre hacia una eterna castidad.

3. "En este siglo toman mujer o marido" (Lc 20,34); y después de haber abandonado las obras de la carne (cf. 1Cor 6,13; Gál 5,19) y de haber revestido de incorruptibilidad nuestra carne purificada, podremos aspirar a lo que es propio de los ángeles (cf. Lc 20,34-36; Mt 22,30; Mc 12,25).

4. De ahí que, en su República (cf. VIII, 549b) Platón, discípulo de la filosofía bárbara, tilde, un tanto misteriosamente, de ateos a los que corrompen y mancillan al Dios que habita en ellos, el Verbo, en tanto que pueden y por su familiaridad con las pasiones.

J
Sobre la vida decorosa

CI
El hombre, templo de Dios

1. No deben vivir como mortales los que son santificados por Dios, ni tampoco, como afirma Pablo, hacer de los miembros de Cristo miembros de una prostituta, ni del templo de Dios, el templo de las pasiones vergonzosas (1Cor 6,15 y 19).

2. Acuérdense de los veinticuatro mil hombres que fueron rechazados por su fornicación (cf. Nm 25,9); el tratamiento infligido a los que fornicaron son, como ya antes dije (I, II, 1; II, LXXXIX, 3), tipos o figuras (1Cor 10,6), que sirven de lección a nuestros deseos sensuales. Y el Pedagogo nos lo advierte muy claramente: "No vayas detrás de tus deseos carnales, y refrena tus impulsos" (Sb 18,30).

3. "El vino y las mujeres ofuscan a los hombres sensatos, y quien se una con las prostitutas se volverá más desvergonzado; los gusanos y la putrefacción lo recibirán en herencia, y será aniquilado, para dar un ejemplo impresionante" (Sb 19,2-3). Y la Escritura añade aún (porque no se cansa de ayudarnos): "Quien resiste el placer, corona su propia vida" (Sb 19,5).

CII
Sobre el lujo en la vestimenta

1. No tenemos derecho a abandonarnos a la los placeres amorosos, ni a permanecer estúpidamente a la espera de los deseos sensuales, ni dejarse afectar desmesuradamente por los apetitos irracionales, ni, en fin, desear la impureza. Sólo le está permitido al hombre casado verter la simiente, como a un labrador, en el tiempo y lugar oportunos, para que pueda ser recibida convenientemente.

2. Para la otra forma de incontinencia hay un excelente medicamento: la razón; también presta una eficaz ayuda el evitar la saciedad, que inflama los deseos sensuales y los hace saltar alrededor de los placeres. No debemos pretender vestidos suntuosos, ni alimentos refinados.

3. El Señor divide sus consejos en tres categorías: los relativos al alma, los relativos al cuerpo y, en tercer lugar, los que se refieren a los bienes exteriores; y nos aconseja procurarnos los bienes exteriores por causa del cuerpo, y que gobernemos el cuerpo por el alma, y da al alma esta lección de su pedagogía: "No se preocupen por su vida, pensando qué comerán, ni por el cuerpo, con qué se vestirán. Porque el alma es más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido" (Mt 6,25; Lc 12,22-23).

4. Y a su enseñanza añade este luminoso ejemplo: "Consideren los cuervos, que ni siembran ni siegan, que no tienen despensa ni granero, y Dios los sustenta. ¿No valen ustedes más que las aves!" (Lc 12,24).

5. Esto por lo que atañe a la comida; pero también de forma análoga, a propósito del vestido, que se clasifica en la tercera categoría, la de los bienes exteriores, hace esta recomendación: "Consideren los lirios, cómo no tejen ni hilan; y yo les digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos" (Lc 12,27; cf. Mt 6,28-29). Porque el rey Salomón se vanagloriaba mucho de sus riquezas.

CIII
El cristiano debe confiar en providencia divina

1. ¿Qué hay más gracioso y hermoso que las flores? ¿Qué hay más agradable que los lirios o las rosas? "Y si la hierba que hoy está en el campo y mañana se echa al fuego, Dios la viste así, ¡cuánto más a vosotros, hombres de poca fe! No anden, entonces, preocupados por qué comerán o qué beberán" (Lc 12,28-29; cf. Mt 6,30-31).

2. Ha suprimido todo lujo en la comida, mediante la partícula qué, porque eso es lo que viene a significar este pasaje de la Escritura: "No os preocupen por qué comerán o qué beberán". Preocuparse por estas menudencias denota avidez y sensualidad; en cambio, comer, a secas, responde a una necesidad o, como hemos dicho, a la satisfacción de una necesidad. Contrariamente, el qué denuncia lo superfluo, y la Escritura declara abiertamente que lo superfluo proviene del diablo (cf. Mt 5,37).

3. Y la expresión que añade a esto aclara la comprensión: "No busquen qué comerán o qué beberán"; y prosigue: "No estén inquietos" (Lc 12,29). Lo que inquieta y aleja de la verdad es la ostentación y sensualidad, dado que el placer sensible, preocupado por lo superfluo, nos separa de la verdad.

4. Por eso muy bien ha dicho el Señor: "Porque todas estas cosas los gentiles las buscan con afán" (Lc 12,30; Mt 6,32-33). Los paganos son los indisciplinados e insensatos. Pero, ¿qué quiere decir con "todas estas cosas"? La sensualidad, el placer, los condimentos exquisitos, la glotonería y la gula. He aquí el "qué comerán".

5. Respecto a la necesidad de la comida simple, sólida y líquida, dice: "El Padre de ustedes sabe la que necesitan" (Lc 12,30). Si, en una palabra, el deseo de buscar es algo connatural en nosotros, no malgastemos ese espíritu de búsqueda en la sensualidad; orientémoslo hacia la búsqueda de la verdad. "Busque, dice él, el reino de Dios, y el alimento se les dará por añadidura" (Lc 12,31).

CIV
Vanidad de los adornos y maquillajes

1. Si suprime toda preocupación por el vestir, por la comida y por lo puramente superfluo, por no considerarlo necesario, ¿cuál creemos que será su opinión acerca de la coquetería, del tinte de las lanas, del lujo en los colores, del refinamiento de las piedras preciosas y del oro trabajado; de las pelucas y de los cabellos rizados? ¿Y del maquillaje de los ojos, de las depilaciones y de los cosméticos, del blanco de albayalde, del tinte del cabello y de todos esos artilugios que sirven para engañar?

2. ¿No es para sospechar que lo que antes ha manifestado a propósito de la hierba, se refería también a estos amantes de los adornos, que tan lejos están del verdadero ornamento?

3. "Porque el mundo es un campo de cultivo" (Mt 13,38), y nosotros somos el césped, nosotros que recibimos ese rocío que es la gracia de Dios, y cortados, brotamos de nuevo (cf. Ex 1,7), como se verá más detalladamente en el tratado Sobre la Resurrección. La hierba representa alegóricamente el vulgo, familiarizado con el placer efímero cuya flor brota por poco tiempo (cf. Sal 89,5-6), amante de los adornos, de la vanagloria y de todo lo que no sea ser amigo de la verdad, y que no sirve más que para ser lanzada a la hoguera (cf. Mt 13,24-30).

CV
Peligros de los refinamientos exagerados

1. Tenemos del Señor el siguiente relato: "Había un hombre muy rico, que vestía púrpura y lino fino, y que banqueteaba cada día espléndidamente" (Lc 16,19). Ésta era la hierba. "Por el contrario, un pobre, Lázaro de nombre, estaba tendido junto a la puerta del rico, cubierto de úlceras y deseando hartarse de lo que caía de la mesa del rico" (Lc 16,20). Éste era el césped. Ahora bien, el primero, el rico, fue castigado en el infierno, a compartir el fuego, mientras que el segundo florecía junto al regazo del Padre.

2. Admiro la ciudad antigua de los espartanos, que sólo permitía a las cortesanas (hetairas) llevar vestidos bordados y un adorno de oro, y prohibió a las mujeres honestas desear tales adornos, por el hecho de que sólo se permitía adornarse a las que se prostituían.

3. Por el contrario, en Atenas, los aristócratas perseguían una vida ciudadana distinguida, olvidando las costumbres viriles, llevaban adornos de oro y lucían largas túnicas; sobre su cabeza colocaban un penacho (una especie de trenza), y se sujetaban los cabellos con cigarras de oro, mostrando por su mal gusto de afeminados, que eran hijos de la tierra.

4. La afectación de estos magistrados se difundió entre los demás jonios, a los que Homero, tildándolos de afeminados, llama "los de rozagantes peplos" (Homero, Ilíada, VI, 442; VII, 297; XXII, 105).

CVI
Función específica de la vestimenta

1. Quienes dirigen sus miradas hacia los adornos, como imagen de la Belleza, pero no la Belleza en sí, los que son idólatras bajo la cubierta de nombre brillante, debemos echarlos de la ciudad de la verdad, porque sueñan con la realidad de la Belleza, siguiendo su opinión personal, y no por el camino de la ciencia.

2. Para éstos, la vida es un sueño profundo de ignorancia, del que debemos despertar, y esforzarnos en lo que realmente es bello y que responde a un orden, y desear ardientemente obtenerlo, abandonando lo mundano, antes de entrar definitivamente en el sueño (cf. Platón, República, VII, 534c).

3. Así, por tanto, sostengo que el hombre no necesita tejidos, como no sea para proteger su cuerpo y defenderse del rigor del frío y de la intensidad del calor, para que no nos perjudique el desequilibrio de la temperatura ambiental que nos circunda.

4. Si ésa es la finalidad del vestido, ya puedes ver que no hay por qué asignar un vestido para el hombre y otro para la mujer, puesto que es común para ambos la necesidad de proteger su cuerpo, así como la de comer y beber.

CVII
La vestimenta de las mujeres

1. De manera que, si la necesidad natural es común a ambos, creemos razonable usar un mismo tipo de ropaje. Dado que lo que deben cubrirse es lo mismo, así también convendrá que lo que los cubre sea semejante. Pero si es necesario (introducir una diferencia), que sea un tipo de vestido que oculte lo que no deben ver los ojos de las mujeres.

2. Si resulta que el sexo femenino tiene más exigencias, a causa de su debilidad, es censurable el género de mala vida, por la que buen número de varones, por una mala educación, han llegado a ser más femeninos que las mujeres. Y no hay por qué bajar de tono en este asunto.

3. Ahora bien, si es necesario hacer alguna concesión, debe permitírseles a las mujeres que utilicen tejidos más suaves, siempre que prescindan de los pequeños adornos sin sentido, las superfluas trenzas en los tejidos, y dejen a un lado el hilo de oro, las sedas de la India y los sofisticados vestidos de seda.

4. En primer lugar nace un gusano; luego, de él se origina una oruga velluda, tras la que, por tercera metamorfosis, nace una larva, a la que le dan el nombre de crisálida, que produce una urdimbre, como el hilo de la araña.

5. Este raro tejido transparente delata un temperamento sin vigor; prostituyendo bajo una tenue capa la vergüenza del cuerpo. Además, no es un propiamente un vestido, porque no es capaz de cubrir la silueta de la desnudez. En efecto, un vestido de este tipo, al caer sobre el cuerpo con ondulante suavidad, se modela adaptándose a la figura del cuerpo, y se amolda a la silueta de la mujer hasta tal punto que, sin mostrarla directamente, hace evidente la estructura de su cuerpo.

CVIII
Vanidad de los vestidos teñidos

1. Debemos rechazar también las tinturas de los vestidos, por estar alejados de la utilidad y la verdad; además, hacen nacer sospechas sobre la conducta. Sin lugar a dudas, no es útil su empleo, pues no está acondicionado para el frío. Y por lo que se refiere a la protección, carece de toda ventaja sobre los demás vestidos, como no sea la del escándalo. La seducción de los colores fatiga los ojos curiosos, originándoles una oftalmía irracional. Es necesario que los que son puros, y no están interiormente pervertidos, usen vestidos blancos sin adorno alguno.

2. Es bien claro y límpido el mensaje del profeta Daniel: "Se pusieron unos tronos, dice, y un anciano se sentó; su vestidura era blanca como la nieve" (Dn 7,9).

3. Con un vestido parecido al del Señor cuando lo contempla en una visión (cf. Mt 17,2). Dice el Apocalipsis: "Vi al pie del altar las almas de los que habían dado testimonio, y se le dio a cada uno una vestidura blanca" (Ap 6,9. 11).

4. Si fuera necesario buscar otro color, basta con el tinte natural, el de la verdad. En cambio, los vestidos que se asemejan a las flores hay que reservarlos para los que pierden su tiempo en bacanales e iniciaciones. Y, además, nos dice el poeta cómico: "La púrpura y la vajilla de plata son útiles para los trágicos, pero no para la vida ordinaria" (Filemón, Fragmentos, CV, 2); es necesario que nuestra vida sea mucho más que un baile de comparsas.

5. El color de Sardes (color púrpura), así como el verde intenso, el verde pálido, el rosa y el rojo escarlata, así como mil y una variedades más del tinte han sido inventados para la depravada vida del placer.

CIX
Los cristianos no deben gloriarse por sus vestimentas

1. Estas vestimentas han sido inventadas para recreo de la vista, no para la protección del cuerpo. Los tejidos bordados en oro, los tintes de púrpura, los adornos con motivos animales (expuestos al viento son de gracia exquisita); el tejido de color de azafrán perfumado; los mantos ricos y abigarrados, ornados de pieles preciosas, con relieves de animales vivos, tejidos de púrpura; todo esto tenemos que mandarlo a paseo, junto con su afiligranado arte.

2. "¿Qué podremos hacer de bueno o de provechoso las mujeres, que estamos sentadas, dice la comedia, ataviadas como flores, con mantos azafranados vestidas, y embellecidas?" (Filemón, Lysístrata, 42-44).

3. Con términos precisos nos exhorta el Pedagogo: "No te gloríes del manto que te envuelve, ni te engrías en una gloria que es transitoria" (Sb 11,4). Burlándose de los que visten ropas delicadas, dice en el evangelio: "Miren, los que visten espléndidamente y viven en el lujo, están en los palacios reales" (Lc 7,25). Se refiere a los palacios terrestres y perecederos, donde se encuentran la presunción, la ambición de gloria, la adulación y el engaño. Por el contrario, los que sirven en la corte celestial, junto al Rey del universo, conservan en la santidad el vestido incorruptible del alma (la carne) y por eso se revisten de la incorruptibilidad (cf. 1Cor 15,53-54; 2Cor 5,2).

4. Así como, sin duda, la mujer soltera dedica su tiempo sólo a Dios, sin que su preocupación se diversifique; la mujer casada, al menos la casta, reparte su vida entre Dios y su esposo (cf. 1Cor 7,34); y de no ser así, llega a ser toda ella del marido, es decir, de la pasión; así también, creo yo, la casta esposa, consagrando su tiempo al marido, honra sinceramente a Dios; en cambio, si ama las joyas, se separa de Dios y del casto matrimonio, trocando a su esposo por las joyas, como la hetaira argiva. Me refiero a Erifile, "que aceptó el precio de su amado esposo en oro" (Homero, Odisea, XI, 327).

CX
El seguimiento de Cristo exige un compromiso total

1. Por esa razón yo apruebo al sofista de Keos (Pródico), cuando describe las figuras, semejantes y paralelas, de la virtud y del vicio. A una, la virtud, la representa en una actitud modesta, con un vestido blanco y limpio; con el pudor como único adorno (así debe ser la fidelidad, virtuosa por su pudor); a la otra, el vicio, por el contrario, la presenta envuelta con ropaje sobrecargado, reluciente de un color que no le es propio. Sus movimientos y ademanes tienden únicamente a la seducción, y se exhibe como modelo para las mujeres lujuriosas.

2. El que sigue al Verbo no se vinculará con ningún placer vergonzoso. Y es que en materia de vestidos, debe prevalecer la utilidad. Cuando el Verbo, en el Salmo cantado por David, dice del Señor: "Hijas de reyes se regocijan en tu honor; a tu diestra está la reina ataviada con un vestido con incrustaciones y franjas de oro" (Sal 44,9-10. 14), no es para patentizar el delicado lujo en el vestido, sino para mostrar el adorno de la Iglesia: el incorrupto tejido de la fe de quienes han obtenido misericordia; porque en la Iglesia está Jesús, en quien no hay engaño (cf. 1Pe 2,22; Is 53,9), y que "brilla como el oro" (Píndaro, Olympia, I, 1), y los elegidos son las franjas de oro.

CXI
El cristiano debe dejarse conducir por el Verbo

1. Si debemos atemperar un tanto nuestro rigor, por lo que se refiere a las mujeres, permitiéndoles usar un vestido liso y suave al tacto, pero sin adornos de flores, como se hace en los cuadros, para regocijo de la vista. Además, con el tiempo, el dibujo desaparece, porque los lavados y los líquidos corrosivos de las tinturas, estropean las lanas de los vestidos y los deterioran; lo cual no conviene a una buena economía.

2. El mayor signo de falta total de gusto está en ocuparse apasionadamente de las mantos, de las túnicas de lana, de los abrigos y de las túnicas pequeñas, y, como dice Homero, "de todo lo que recubre el sexo" (Homero, Ilíada, II, 262). Enrojezco de vergüenza ciertamente al ver tantas riquezas gastadas para cubrir las partes pudendas.

3. El primer hombre, en el paraíso, cubría sus vergüenzas con ramas y hojas (cf. Gn 3,7); pero ahora, puesto que las ovejas han sido creadas para nosotros, no nos comportemos neciamente como ellas; conducidos por el Verbo, rehusemos el lujo en los vestidos, afirmando: No son sino pelos de ovejas (cf. Luciano, Demonax, 41). Y, aunque se vanagloríe Mileto, aunque Italia se ufane, o aunque la vellosidad se conserve bajo las pieles, por las que muchos enloquecen, nosotros, al menos, debemos hacer caso omiso de todo esto.

CXII
El ejemplo de Juan Bautista y los profetas

1. El bienaventurado Juan, despreciando la piel de las ovejas, puesto que olían a lujo, prefirió la piel de camello, y se revistió de ella, como ejemplo de vida simple y auténtica. Y comía miel y langostas (Mt 3,4; Mc 1,6), manjar dulce y espiritual, preparando sin orgullo y en la castidad los caminos del Señor.

2. ¿Cómo podría lucir un fino manto de púrpura, quien había desechado la ostentación de la ciudad y había abrazado por Dios la vida apacible de la soledad en el desierto, lejos de toda vana búsqueda, de la indiferencia moral, de la mezquindad?

3. Elías usaba por vestido una piel de oveja y se la ceñía con un cinturón de pelos (cf. 1Re 19,13; 2Re 1,8). Isaías, ese otro profeta, estaba "desnudo y sin calzado" (Is 20,2), y a menudo se envolvía en cilicio, vestimenta de la humildad.

CXIII
La belleza de una buena conducta

1. Y si llamas a Jeremías, éste llevaba sólo un ceñidor de lino (cf. Jer 13,1). Y, así como los cuerpos bien alimentados, cuando están desnudos, muestran mejor su fuerza y su vigor, así también la belleza de una buena conducta mejor la grandeza del alma, si no la envuelve la grosera charlatanería.

2. Arrastrar los vestidos dejándolos caer hasta el extremo de los pies, es pura ostentación, puesto que se dificulta así el caminar, y el vestido va arrastrando, cual una escoba, las esparcidas por tierra. Incluso ni esos bailarines degenerados, que pasean a lo largo y a lo ancho del escenario su silenciosa condición de afeminados, permiten que sus vestidos lleguen a tal extremo de arrogancia. Sin embargo, su ajuar bien cuidado, las colgaduras de las franjas, el refinado ritmo de sus gestos, muestran su inclinación hacia elegancia refinada.

3. Y si alguno trae a colación el manto del Señor (cf. Jn 19,23; Ap 1,13), debo decir que esta túnica estampada muestra las flores de la sabiduría, las variadas e inmarcesibles Escrituras, las palabras del Señor, que brillan con los resplandores de la verdad.

4. Con un vestido de esta naturaleza le revistió el Espíritu al Señor, cuando dijo por boca de David en el salmo: "Vestido estás de alabanza y de gloria, envolviéndote la luz, cual manto" (Sal 103,1-2).

CXIV
La modestia femenina

1. En la confección de vestidos debemos, por ende, rehusar toda lo que sea indecoroso y evitar también toda desmesura en su uso. En efecto, no está bien que las muchachas jóvenes de Esparta lleven, según dicen, su vestido por encima de las rodillas, porque no es decoroso que la mujer descubra ciertas partes de su cuerpo.

2. Ciertamente, puede responderse honestamente a aquél que dice: "¡Qué brazo tan hermoso!", con esta frase cortés: "¡Pero no es un bien público!". Y a aquél otros que dice: "¡Qué piernas tan bonitas!", con estas palabras: "¡Pero pertenecen sólo a mi marido!"; y a aquél que dice: "¡Qué cara tan linda! ¡Pero es sólo de quien se ha casado conmigo!" (Plutarco, Morales, 142d).

3. Yo quiero que las mujeres castas no den pie a este tipo de piropos a quienes, usando de ellos, persiguen fines censurables; además de estar prohibido descubrir el tobillo, está prescrito que se cubran la cabeza y se velen el rostro (cf. 1Cor 11,5). Porque no es honesto que la hermosura corporal sea una trampa para capturar a los hombres.

4. No es razonable que una mujer lleve un gran velo de púrpura deseando atraer todas las miradas. ¡Ojalá se pudiera arrancar la púrpura de los vestidos, evitando con ello que los mirones se giraran para observar a las que la usan! Sin embargo, algunas suprimen la tela del vestido y lo tejen todo de púrpura, para inflamar los deseos descarados; y para ellas, que se agitan por esta púrpura licenciosa y estúpida, son sin duda las palabras del poeta: "La purpúrea muerte se apoderó de ellas" (Homero, Ilíada, V, 83; XVI, 334; XX, 477).

CXV
La locura de vivir preocupados por las apariencias

1. Precisamente a causa de esa púrpura, Tiro, Sidón y la región limítrofe al mar de Laconia son muy envidiadas. Sus tintes son muy famosos, como lo son sus tintoreros, y sus conchas, cuya sangre produce la púrpura.

2. No sólo en los tejidos raros mezclan sus engañosos tintes estas mujeres falaces y estos hombres afeminados; como arrebatados por su excentricidad, no sólo se procuran finas telas de Egipto, sino también ciertos tejidos de la tierra de los hebreos o de los cilicios. Y no digo nada de los tejidos de Amorgos, y de los linos finos. El lujo ha sobrepasado al léxico.

3. Mi opinión es que la cobertura debe permitir apreciar que lo velado tiene más valor, como la estatua respecto al templo, el alma respecto al cuerpo, y el vestido respecto al cuerpo.

4. Pero es todo lo contrario: si el cuerpo de estas mujeres se pusiese a la venta, no se pagarían por él mil dracmas áticas; mientras que por un solo vestido que compran llegar a pagar diez mil talentos; lo cual evidencia que ellas son de inferior utilidad y que valen menos que sus trajes.

5. ¿Por qué, entonces, persiguen lo raro y lo costoso, en lugar de lo corriente y barato? Porque desconocen lo que es realmente hermoso y realmente bueno. Como los insensatos, buscan con mayor empeño las apariencias que la realidad, que es lo que también le sucede a los locos, que confunden lo blanco con lo negro.

CXVI
La función del calzado

1. En lo relativo al calzado, las mujeres vanidosas se comportan de manera semejante, mostrando una gran frivolidad. Son verdaderamente una vergüenza "las sandalias con flores bordadas en oro" (Cefisodoro, Fragmentos, 4); pero también les gusta llevar en la suela unos clavos en espiral; son muchas las que aplican sellos con motivos eróticos, para que, al andar, quede impreso sobre la tierra el signo de su condición de hetaira.

2. Hay que desterrar, por tanto, las sandalias con frívolos adornos de oro y de piedras preciosas, los zapatos de Ática o de Sición y los coturnos persas o etruscos; y proponiéndonos, como lo hace habitualmente nuestra doctrina de la verdad, una justa meta, debemos elegir lo que es conforme a la naturaleza. En consecuencia, la utilización de calzado debe justificarse para cubrir los pies o para protegerlos de los golpes y de la escabrosidad de los montes, preservando así la planta del pie.

CXVII
Los cristianos deben optar por un calzado sencillo

1. Puede permitirse que las mujeres utilicen zapatos blancos, salvo en los viajes, en que deberán usar un modelo de calzado engrasado. Las que parten de viaje deben utilizar unos zapatos con clavos. Conviene que la mayor parte del tiempo calcen zapatos, porque no es conveniente mostrar desnudo el pie, habida cuenta que la mujer se desliza fácilmente hacia mal.

2. En cambio, conviene que el hombre vaya descalzo, salvo cuando se incorpora a una expedición militar. En efecto, el hecho de ir calzado linda mucho con el estar encadenado. Es, realmente, un excelente ejercicio marchar con los pies descalzos, tanto para la salud como para la agilidad, a excepción de cuando alguna necesidad lo impida.

3. Si no emprendemos ningún viaje, pero no soportamos andar con los pies descalzos, podemos usar unas sandalias o pantuflas. Los atenienses llaman a este tipo de calzado konípodas (lit. de pies polvorientos), porque, según creo, los pies están en contacto con el polvo.

4. Como testimonio de sencillez en el calzado vemos a Juan, el cual no se consideraba digno de desatar (él mismo lo confiesa) la correa de las sandalias del Señor (cf. Mc 1,7; Lc 3,16; Jn 1,27). No calzaba nada superfluo quien mostraba a los hebreos el modelo de la verdadera filosofía. Ahora bien, si esto encierra algún otro significado, ya se explicará en otro apartado (Stromata, V, LV, 1-2).

CXVIII
La necedad de usar perlas preciosas

1. Es propio de chiquillos quedarse absorto ante las piedras preciosas, ya sean negras o verdes, ante los desechos del mar, que de despoja de sus miserias, y las raeduras de la tierra. Lanzarse precipitadamente sobre el resplandor de las piedras, sobre sus raros colores, y sobre las variadas irisaciones de los vidrios, es propio de hombres insensatos que se dejan arrastrar por cualquier cosa que les impresiona.

2. Es como cuando los niños, después de observar el fuego, se lanzan sobre él, inducidos por su fulgor, sin darse cuenta (por su ignorancia) del riesgo que representa tocarlo.

3. Lo mismo les ocurre a las mujeres necias con las piedras preciosas de las cadenas que rodean el cuello: las amatistas engarzadas en los collares, las ceraunias, el jaspe y el topacio, y "la esmeralda de Mileto, objeto del más elevado precio" (Anónimo, Fragmentos, 1226).

4. La preciada perla ha entrado de forma sensacional en la habitación de la mujer. Nace en cierta ostra, de gran parecido con las pinnas (molusco), y de dimensiones semejantes al ojo de un pez grande.

5. Estas desgraciadas mujeres no se avergüenzan de dedicar toda su atención a esta pequeña ostra, cuando podrían acicalarse con una piedra santa, el Verbo de Dios, al que la Escritura ha llamado perla (cf. Mt 13,45-46). A Jesús, brillante y puro, el ojo, que encarnado todo lo ve (cf. Est 5,1; 2Mac 3,39), el Verbo límpido, gracias al cual la carne ha sido regenerada y ennoblecida en el agua. Sin duda, aquella ostra que nace en el agua protege su carne, en la que se concibe la perla.

CXIX
Simbolismo de las piedras preciosas

1. Sabemos que la Jerusalén de lo alto fue construida con piedras santas, y conocemos por la tradición que las doce puertas de la ciudad celestial, parecidas a piedras preciosas (cf. Ap 21,18-21), significan alegóricamente la manifestación visible de la gracia anunciada por los apóstoles. Porque sobre dichas piedras preciosas están plasmados los colores (preciosos, en verdad), mientras que el resto ha sido dejado de lado por tratarse de materia terrestre.

2. La ciudad de los santos, edificada espiritualmente, ha sido construida (es natural) simbólicamente con estas piedras. Por el inimitable esplendor de las piedras se ha entendido el resplandor del Espíritu, puro y santo por esencia. Pero esas mujeres que no comprenden el simbolismo de las Escrituras están todas boquiabiertas ante tales piedras, haciéndose este asombroso razonamiento: ¿Por qué no servirnos de lo que Dios ha puesto ante nuestros ojos? ¿Por qué no gozar de lo que está a mi disposición? ¿Para quiénes ha creado todo esto, sino para nosotros?

3. Así hablan quienes ignoran absolutamente la voluntad de Dios. En primer lugar, nos provee de lo necesario, como el agua y el aire, lo pone Dios abiertamente al alcance de todos; ahora bien, lo que no es necesario, lo ha escondido en la tierra y en el agua.

CXX
El correcto uso de los bienes

1. Son las hormigas las que excavan el oro, y los grifos los que custodian el oro, y el mar se ha encargado de ocultar la perla, esa piedra preciosa. Pero ustedes son indiscretos buscadores de lo que no deben. He aquí que el cielo entero se ha extendido ante ustedes y no buscan a Dios. Ahora bien, entre nosotros son los condenados a muerte quienes excavan la tierra para conseguir el oro oculto y las piedras preciosas.

2. Sin embargo, ustedes se enfrentan a la Escritura que clama con toda claridad: "Buscad primero el reino de Dios, y todo lo demás se os dará por añadidura" (Mt 6,33; Lc 12,31). Porque por más que todo se les haya otorgado como regalo, y por más que se les haya concedido todo, por más que "todo nos esté permitido", como dice el apóstol, "no obstante, no todo es conveniente" (1Cor 10,23).

3. Dios mismo hizo al género humano para que participara de sus propios bienes, no sin antes repartir y poner a disposición de todos los hombres, como bien común, su propio Verbo (cf. 1Cor 12,6; 15,28), haciéndolo todo para todos. Todos estos bienes son comunes, y los ricos no tienen por qué llevar la mejor parte.

4. Decir: "Está a mi disposición y me sobra, ¿por qué no disfrutar?", no es humano ni equitativo (koinonikón). Pero es más conforme a la caridad decir: "Está a mi disposición, ¿por qué no repartirlo entre los necesitados?". En efecto, es perfecto quien cumple el mandamiento: "Amarás al prójimo como a ti mismo" (Mt 19,19; 22,39; Mc 12,31; Lc 10,27; Rm 13,9; Gál 5,14; St 2,8).

5. Esta es la verdadera alegría, los tesoros de la riqueza, mientras que gastar en vanos deseos se ha de contabilizar como perdida, y no como gasto. Dios (bien lo sé yo) nos ha permitido hacer uso de las cosas, pero dentro de los límites de la necesidad; y ha querido que este uso fuese común a todos.

6. Es absurdo que uno disfrute cuando los demás pasan necesidad. ¿No es más digno de alabanza hacer el bien a muchos que vivir en la opulencia? ¡Cuánto más razonable es gastar en favor de los hombres que en piedras preciosas y oro! ¡Cuánto más útil poseer amigos que ornan nuestra vida que adornos inanimados! ¿Y a quién sus tierras podrían beneficiar más que al que prodiga favores?

CXXI
La auténtica belleza

1. Sólo nos falta aclarar esta objeción: ¿Para quiénes, pues, serán las riquezas, si todos eligen la simplicidad? Para los hombres, respondería yo, si las usamos sin apasionamiento y sin discriminaciones. Pero si es imposible que todos practiquen esta sabiduría, al menos es necesario que sea el uso de las cosas indispensables lo que regule la búsqueda de aquello que es de fácil consecución, no sin antes haber mandado bien lejos a paseo todo lo superfluo.

2. En resumen, las mujeres que renuncian a todo lo mundano deben prescindir de los adornos, cual si fueran juguetes de niños. Deben, eso sí, adornarse interiormente y mostrar la belleza interior de la mujer (cf. Sal 44,14; Rm 7,22), porque sólo en el alma se manifiestan la belleza y la fealdad.

3. De ahí que tan sólo el virtuoso es realmente bello y bueno, y que sólo de lo bello se dice que es un bien: "Sólo la virtud puede manifestarse en la belleza del cuerpo" (Anónimo, Fragmentos, 412), y florecer en la carne, mostrando el amable encanto de la templanza, cuando el ser moral resplandece externamente como un fulgor.

4. Porque sucede que la belleza de cada ser, planta o ser viviente, reside en su propia virtud. Ahora bien, la virtud del hombre es la justicia, la templanza, la fortaleza y la piedad. El hombre bello es justo y temperante; en suma, el bueno, no el rico.

5. Pero incluso ahora los soldados quieren adornarse con objetos de oro. A buen seguro no han leído el pasaje del poeta: "Cubierto de oro, iba al combate, como una muchacha" (Homero, Ilíada, II, 872-873).

CXXII
Los adornos oscurecen la verdadera belleza

1. Debe rechazarse del todo esa pasión por los adornos que no se preocupa de la virtud, sino sólo del cuerpo: el deseo de la belleza se ha desviado hacia el amor de la vanagloria. Esta solicitud que aplica al cuerpo, como naturales, adornos que no lo son, origina la tendencia a la mentira y el hábito del engaño, mostrando con ello la arrogancia, lo afeminado y la lujuria, en lugar de lo que es respetable, natural e inocente.

2. Esas mujeres oscurecen la genuina belleza, cubriéndola de oro, y no se dan cuenta qué estupidez están cometiendo rodeándose con innumerables y valiosas cadenas, como también "entre los bárbaros, se dice, que ataban a los malhechores con cadenas de oro" (Anónimo, Fragmentos, 413).

3. Con esos ricos prisioneros quieren rivalizar, en mi opinión, las mujeres. ¿No son como argollas los collares de oro y los brazaletes? Estos adornos, llamados catéteres, que tienen la forma de cadenas, también reciben entre los habitantes del Ática este mismo nombre de cadenas.

4. Sobre los adornos en los tobillos, Filemón, en su Sinefebo, ha dicho que eran de una falta total de gusto atados a los pies de las mujeres: "Vestidos transparentes y áurea cadena a los pies" (Filemón, Fragmentos, 81).

CXXIII
Peligros que entraña el uso de adornos femeninos

1. ¿Qué significa este rebuscado adorno, sino que ustedes, mujeres, quieren mostrarse encadenadas? Porque aunque la materia atenúa la vergüenza, la impresión no deja de ser la misma. Pero, como sea, esas que se ponen voluntariamente estas cadenas, me da la impresión de que pretenden gloriarse de su rica desventura.

2. Tal vez el mito poético, según el cual a Afrodita, al cometer adulterio, se le pusieron semejantes cadenas, quiera significar que los adornos no son más que el símbolo de adulterio. Porque el mismo Homero afirmaba que tales cadenas eran de oro (cf. Homero, Odisea, VIII, 266-366). Ahora, en cambio, las mujeres ya no se ruborizan de lucir los símbolos más evidentes del mal.

3. Así como la serpiente engañó a Eva (cf. Gn 3,1-5), así también los adornos de oro, tomando la forma de serpiente, cual anzuelo, hacen perder el juicio a las demás mujeres, y las empuja a la arrogancia, cuando quieren emular a las morenas y a las serpientes para embellecerse. Dice el poeta cómico Nicóstrato: "Cadenas, collares, anillos, brazaletes, serpentinas, anillos para las piernas, diadema de oro" (Nicóstrato, Fragmentos, 33).

CXXIV
La grosera ignorancia del bien

1. Aristófanes, en sus Tesmoforias, con ánimo de criticar, enumera y presenta todos los adornos de las mujeres. Citaré las palabras mismas del cómico, que evidencian claramente su grosera ignorancia del bien:

2. "Turbantes, cintas, nitro, piedra pómez, sostén, gorro de dormir, velo, carmín, collares, negro para los ojos, vestidos elegantes, diadema de oro, red para los cabellos, cinturón, abrigo, aderezo, ropa bordada en púrpura, largas túnicas, camisas, vestidos, falda corta, túnica corta, zarcillos, piedras preciosas, aros, collares, racimos, brazaletes, corchetes, broches, guirnaldas, argollas para los pies, sellos, cadenas, anillos, hebillas, ampollas, vendas, trozos de cuero, cornalina, cintas para el cuello, pendientes de orejas" (Aristófanes, Fragmentos, 321).

3. Estoy cansado y molesto de haber enumerado tanta cantidad de adornos, pero me maravillo de cómo estas mujeres no se agotan por llevar tanto peso.

CXXV
La vana hermosura procurada por los adornos

1. ¡Oh vana solicitud! ¡Oh vana ambición de gloria! Como hetairas, disipan la riqueza para su vergüenza y adulteran los dones de Dios por su falta de gusto, rivalizando con el arte del maligno.

2. Con toda claridad, el Señor, en el evangelio, al rico que atesoraba en sus graneros y que se decía a sí mismo: "Tienes muchos bienes guardados para muchos años; come, bebe, disfruta", le llamó claramente insensato, porque "esta misma noche te quitarán el alma; y lo que habías atesorado, ¿de quién será?" (Lc 12,19-20).

3. Habiendo visto el pintor Apeles a uno de sus discípulos pintar una Helena cargada de oro, exclamó: "¡Muchacho, la has representado rica porque no eres capaz de pintarla bella!". Las mujeres de hoy día son este tipo de Helena, no auténticamente hermosas, sino ricamente adornadas.

CXXVI
Es necesario renunciar a los adornos

1. He aquí lo que el Espíritu profetiza por boca de Sofonías: "Ni su plata ni su oro podrán salvarlos en el día de la ira del Señor" (Sof 1,18). Las que siguen las enseñanzas de Cristo no deben adornarse con oro, sino con el Verbo, gracias al cual sólo el oro brilla.

2. Dichosos hubiesen sido los antiguos hebreos, si, después de arrebatar los adornos a sus mujeres, los hubiesen arrojado o tan sólo fundido; sin embargo, como los fundieron para hacer un ternero de oro y le rindieron culto (cf. Ex 32,1-6), no sacaron provecho alguno ni de su arte ni de su esfuerzo. No obstante, enseñaron a nuestras mujeres de manera muy expresiva que debían renunciar a los adornos.

3. Por consiguiente, el prostituirse por desear un ídolo de oro es castigado con la tortura del fuego, al que sólo está destinado el lujo, en tanto que es ídolo, no la verdad. Por esa razón, el Verbo reprocha a los hebreos por boca del profeta: "Han fabricado para Baal objetos de plata y de oro" (Os 2,10); es decir, adornos.

4. Y los amenaza bien claramente: "Haré justicia sobre ella por los días consagrados a los baales, cuando les ofreció sacrificio y se adornó con sus pendientes y collares"; y el motivo de tales adornos lo expresa en estos términos: "Andaba tras sus amantes, y me olvidaba a mí, dice el Señor" (Os 2,15).

CXXVII
El adorno agradable al Señor son las buenas obras

1. Así, entonces, que las mujeres dejen estas frivolidades al malvado demonio (cf. Jn 8,44), y no usen tales adornos de hetairas ni practiquen la idolatría bajo el pretexto de la elegancia.

2. Es admirable lo que dice el bienaventurado Pablo: "Que las mujeres se adornen igualmente, no con trenzas ni con oro o perlas o vestidos suntuosos, sino con buenas obras, como conviene a mujeres que profesan la piedad" (1Tm 2,9-10).

3. Y con razón quiere alejar de ellas los adornos. Porque si son hermosas, basta la naturaleza. Que el arte no intente rivalizar con la naturaleza; es decir, que el engaño no se enfrente con la verdad. Y si son feas, con sus añadidos resaltan lo que no tienen.

CXXVIII
La sencillez y la simplicidad

1. Conviene, por tanto, que las que sirven a Cristo abracen la simplicidad. Porque realmente la simplicidad conduce a la santidad allanando la desigualdad de bienes, y distingue cuidadosamente el uso de lo necesario y de lo superfluo. Así, la simplicidad, como su nombre indica, no se engríe, ni se infla de orgullo, sino que en todo es llana, lisa, no superflua y, por eso, suficiente.

2. Ahora bien, la suficiencia es un hábito que se dirige hacia su fin particular, sin defecto ni demasía. La madre de ambas es la justicia, y su nodriza la autarquía. Consiste ésta en contentarse con lo necesario y en procurarse lo que contribuye a una vida feliz.

CXXIX
La auténtica belleza es la que proporciona el Verbo

1. Que su santo adorno consista en los frutos de sus manos: una generosa liberalidad y en los trabajos del hogar. "Porque el que da al pobre, presta a Dios" (Prov 19,17), y "las manos de los fuertes enriquecen" (Prov 10,4). Llama fuertes a los que desprecian las riquezas y están dispuestos a compartirlas con los demás. Que nuestros pies evidencien una pronta diligencia a la beneficencia y en querer encaminarse hacia la justicia. El pudor y la templaza son cadenas de oro y collares. Dios es el orfebre de tales joyas.

2. "Feliz el hombre que encontró la sabiduría, y el mortal que vio la prudencia, dice el Espíritu por boca de Salomón, porque es mejor procurarse ésta que los tesoros de plata y de oro, y es más apreciable que las piedras preciosas" (Prov 3,13-15). Éste es el auténtico adorno.

3. No deben perforarse, contra la naturaleza, las orejas de las mujeres, para colgar aros y pendientes. Porque no es lícito forzar a la naturaleza a lo que ella no quiere, ni puede existir otro adorno mejor para las orejas, que entra por los conductos naturales del oído, que la catequesis de la verdad.

4. Los ojos que han recibido la unción del Verbo y las orejas perforadas para la percepción espiritual se disponen a oír las verdades divinas y a descubrir las realidades santas, porque el Verbo muestra verdaderamente la auténtica belleza, "que ni el ojo vio ni el oído oyó" (1Cor 2,9).