CLEMENTE DE ALEJANDRÍA
Pedagogo

LIBRO III

A
Sobre la verdadera belleza

I
El hombre interior

1. Según parece, la más grande de todas las ciencias sería conocerse a sí mismo; porque quien se conoce a sí mismo conocerá a Dios, y conociendo a Dios, se hará semejante a él (cf. 1Jn 3,2), no portando oro o una larga capa, sino realizando buenas acciones y teniendo necesidad de muy pocas cosas. Sólo Dios no tiene necesidad de nada, y se alegra sobremanera al vernos puros en el entendimiento, y revestido el cuerpo con la blanca estola de la moderación.

2. Ahora bien, el alma se compone de tres partes: la intelectual, que se llama racional (el hombre interior), que guía a este hombre visible, y que a su vez, es guiada por Dios; la irascible, que es salvaje, cercana a la locura; y la concupiscible, que es multiforme y mas cambiante que Proteo, la divinidad marina, quien, revistiendo ahora una forma, y luego otra, y más tarde otra, incitaba al adulterio, a la lascivia y a la corrupción:

3. "En verdad, al principio era un león con gran melena"; admito tal adorno; el pelo de la barba evidencia al varón. "Más tarde, se convirtió en dragón, en pantera o en un gran cerdo". El amor por el adorno degeneró en desenfreno, esto ya no es admisible: que el hombre parezca una bestia. "Luego se convirtió en corriente de agua y en árbol de alta copa" (Homero, Odisea, IV, 456-458).

4. Se desbordan las pasiones, brotan los placeres, se marchita la belleza y cae a tierra más rápida que el pétalo, cuando chocan contra ella los huracanes de la pasión amorosa; y antes de que llegue el otoño, se marchita y muere; porque la concupiscencia adopta y simula todas las formas, y quiere seducir para esconder al hombre.

5. En cambio, el hombre en quien el Verbo habita no cambia ni se transforma; tiene la forma del Verbo, es semejante a Dios; es bello, no necesita embellecerse; bello es lo verdadero, porque así es también Dios. Y ese hombre llega a ser Dios, porque hace aquello que Dios quiere.

II
El Verbo ha liberado al hombre de la muerte

1. Con razón dijo Heráclito: "Los hombres son dioses; los dioses, hombres. Es, en efecto, el mismo logos" (Heráclito, Fragmentos, 639). Este misterio es manifiesto: Dios está en el hombre y el hombre es Dios, y el mediador cumplió la voluntad del Padre (cf. Jn 4,34; 5,30); el mediador, común a ambos, es el Verbo; a la vez hijo de Dios y salvador de los hombres, siervo suyo y pedagogo nuestro (cf. Jn 4,34).

2. Siendo esclava la carne, como testimonia Pablo, ¿cómo querría uno razonablemente adornar a la esclava como a una seductora? Porque la carne tiene la forma de esclavo, lo afirma el apóstol respecto del Señor: "Se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo" (Flp 2,7); llamando siervo al hombre exterior, tal como era antes que el Señor se convirtiera en siervo y se encarnara.

3. Dios mismo, compasivo, liberó la carne de la corrupción y de la esclavitud que conduce a la muerte, y la revistió de la incorruptibilidad (cf. 1Cor 15,53), vistiéndola con este santo e imperecedero adorno de eternidad, la inmortalidad.

III
La caridad

1. Pero aún hay otra belleza en el hombre: la caridad (agápe). "La caridad, según el apóstol, es paciente, es servicial, no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe" (1Cor 13,4). El adorno totalmente superfluo e innecesario es, efectivamente, vanagloria.

2. Por eso añade: "No obra indecorosamente" (1Cor 13,5), porque lo indecoroso es una forma extraña y antinatural. Lo extraño es falso como claramente lo explica el apóstol cuando dice: "No busca lo que no es suyo" (1Cor 13,5). La verdad, en cambio, llama natural a aquello que le es propio; mientras que la coquetería (philokosmía) anda detrás de lo que no le pertenece, alejada de Dios, del Verbo, y de la caridad.

3. Que el aspecto del Señor carecía de belleza lo testimonia el Espíritu por boca de Isaías: "Lo hemos visto, y no había en él ni apariencia ni belleza, sino un aspecto despreciable y vil ante los hombres" (Is 53,2-3). ¿Quién es mejor que el Señor? No es la belleza de la carne, belleza ilusoria, la que él nos ha mostrado, sino la verdadera belleza del alma y del cuerpo: la bondad del alma y la inmortalidad de la carne.

IV
La vanidad de la idolatría

1. Por consiguiente, no debemos embellecer el aspecto externo del hombre, sino su alma, con el adorno de la bondad. Lo mismo podría decirse de la carne: debe adornarse con la templanza. Pero las mujeres, preocupándose sólo de la belleza externa y descuidando lo interior, ignoran que se adornan como los templos de los egipcios.

2. Estas gentes pusieron muchos cuidado en los propileos, los atrios, los jardines y recintos sagrados; rodearon los patios con innumerables columnas. Los muros brillan de piedras importadas del extranjero, y en ningún rincón faltan pinturas artísticas. Los templos adornados con oro, plata y ámbar (aleación de oro y plata) amarillo artísticamente cincelados, resplandecen con el destello de las piedras preciosas de la India y de Etiopía; y los santuarios de los templos cubiertos con peplos bordados de oro, quedan en la penumbra.

3. Pero si desciendes a lo más recóndito del recinto con deseo de contemplar la divinidad y buscas la estatua que tiene su sede en el templo, te encontrarás con alguno de los sacerdotes encargado de llevarla (pastophóros), o a algún otro sacerdote celebrante que, después de haber recorrido el recinto sagrado con una mirada solemne, entona un himno en lengua egipcia, levantando levemente el velo para mostrar al dios, lo que provoca en nosotros una carcajada ante ese ob jeto de culto.

4. Porque el dios que buscamos, objeto de nuestros anhelantes pasos, no es el que descubrimos en su interior, sino un gato, un cocodrilo, una serpiente del país, o cualquier otro animal de este género, indigno de un templo, y sí, en cambio, propio de una guarida, de una madriguera o de un lodazal. El dios de los egipcios se revela como una fiera que se revuelca en un lecho de púrpura.

V
No dejarse arrastrar por los cuidados del cuerpo

1. Así son, en mi opinión, las mujeres cargadas de oro, que se ejercitan en los rizados de sus cabellos, en los perfumes de las mejillas, en las líneas de los ojos, en los tintes de los cabellos, y en otras vanidades como el adornar el vestido de su carne, costumbre ciertamente, de las verdaderas egipcias, para atraerse a los supersticiosos amantes.

2. Pero si alguien retira el velo del templo (me refiero a la redecilla de la cabeza), es decir, su tintura, su vestido, el oro, su carmín, sus ungüentos, en una palabra, el entramado de todo esto, para encontrar en el interior la verdadera belleza, se quedaría horrorizado, estoy seguro.

3. Porque no encontrará dentro como habitante la preciosa imagen de Dios (cf. Gn 1,26), sino que, en su lugar, hallará una prostituta, una adúltera que se ha adueñado del santuario de su alma, y el verdadero animal se mostrará con toda evidencia: "Un mono pintarrajeado de blanco" (Anónimo, Fragmentos, 517); y la astuta serpiente devorando el ser espiritual de la mujer por la vanidad, ha hecho de su alma una madriguera.

4. Llenándolas de mortíferos venenos y vomitando el virus de su engaño, este dragón corruptor (cf. Ap 12-13) convierte a las mujeres en prostitutas, porque el amor al adorno es propio de la cortesana, no de la esposa. Dichas mujeres se preocupan muy poco de cuidar del hogar junto con su marido; y, minando la bolsa de éste, desvían sus recursos hacia sus deseos, para tener a muchos como testigos de su aparente hermosura; preocupadas todo el día por su cosmética, pierden su tiempo en compañía de esclavos comprados a un alto precio.

VI
El absurdo de una belleza antinatural

1. Condimentan su carne como un alimento insípido; todo el día embelleciéndose en su habitación, para que sus rubios cabellos no parezcan teñidos; y por la tarde, como de una madriguera, sale a relucir a la vista de todos su falsa belleza. La embriaguez y la escasa luz favorecen su impostura.

2. El cómico Menandro expulsa de su casa a las que se han teñido de rubio sus trenzas: "Y ahora, sal de esta casa; puesto que a la mujer honesta no le va que se tiña de rubio sus cabellos" (Menandro, Fragmentos, 610), ni siquiera colorearse las mejillas, ni pintarse la línea de los ojos.

3. No se dan cuenta las desgraciadas que con el añadido de elementos extraños destruyen su belleza natural. Al amanecer, desgarrándose, frotándose y poniéndose cataplasmas, se frotan con una especie de pasta; ablandan la piel con los fármacos y marchitan su tez natural con el excesivo uso de detergentes.

4. Están pálidas por causa de los emplastos, y son presa fácil de las enfermedades por tener su cuerpo ya consumido por los ungüentos que lo recubren; ofenden así al Creador de los hombres, como si no se les hubiera otorgado una digna belleza. Es natural que sean perezosas para las faenas domésticas: como si hubieran nacido para ser, como las pinturas, objeto de contemplación, y no para ocuparse del trabajo del hogar.

VII
Mujeres que viven sólo para cuidar su apariencia

1. De ahí que el cómico ponga en boca de una mujer prudente: "¿Qué cosa sabia o brillante podríamos hacer, nosotras las mujeres que estamos todo el día ocupadas con el teñido de los cabellos?" (Aristófanes, Lysistrata, 42-43). Destruyen su condición de mujeres libres, causando la ruina de sus hogares, la disolución del matrimonio y la sospecha de ilegitimidad de sus hijos.

2. Precisamente este comportamiento desordenado de la mujeres es el que lleva al cómico Antífanes, en su Afeminada, a aplicarles todas las expresiones que ponen de manifiesto lo que ellas mismas han inventado para pasar el tiempo: "Va, luego vuelve, ya se acerca, se aleja, llega, ya está aquí, se lava, se va, se limpia, se peina, entra, se frota, se lava, se mira, se viste, se perfuma, se adorna, se embadurna. Y si algo le ocurre, se ahorca" (Antífanes, Fragmentos, 148).

3. Tres veces, no una sola, merecen morir estas mujeres que utilizan excrementos de cocodrilos, que se embadurnan con espuma de cuerpos putrefactos, que se limpian restregando el negro de sus cejas y que se untan las mejillas con blanco de cerumen.

VIII
Engaños femeninos para mejorar la apariencia

1. Si éstas mujeres son despreciables, incluso para los poetas paganos, por su manera de comportarse, ¿cómo no van a ser rechazadas por la Verdad? Otro cómico, Alexis, les echa en cara su proceder; citaré un pasaje cuya detallada descripción hace enrojecer a la más atrevida desvergüenza, aunque él habitualmente no es tan detallista. Yo, por mi parte, me avergüenzo al ver así caricaturizado en la comedia, el aposento de la mujer: la cual, creada como ayuda del hombre (cf. Gn 2,18), lo lleva después a la perdición.

2. "En primer lugar, mira sólo su provecho: saquear a sus vecinos. Todas sus acciones restantes son subsidiarias de éstas. ¿Por casualidad es baja? Corcho en sus suelas se cose. ¿Es alta? Lleva unas suelas finísimas, y al andar echa su cabeza sobre el hombro. Así disminuye su altura. ¿No tiene caderas? Se las cose debajo de su vestido, de suerte que ellos al verla silban de admiración como su tuviera una buena grupa. ¿Tiene el vientre prominente? Se pone unos senos como los que llevan los actores cómicos: enderezándolos con un bastidor, ellas vuelven a pasar su vestido por delante de su vientre con la ayuda de una especie de varillas.

3. ¿Tiene las cejas pelirrojas? Se las pinta de negro. ¿Se han puesto morenas? Se untan de cera blanca. ¿Tiene la piel demasiado blanca? Se aplica ungüentos rojos. ¿Tiene alguna parte del cuerpo hermosa? La muestra desnuda. ¿Tiene hermosa dentadura? Se ve forzada a reír continuamente, para que los mirones presentes puedan apreciar la hermosura de su boca. Y si su sonrisa no agrada, pasa el día con una delgada rama de mirto en sus labios, para contraer su boca con sonrisas, quiera o no quiera" (Alexis, Fragmentos, 98; Ateneo, Deipnosophistae, XIII, 568a).

IX
El Verbo se hizo hombre para salvarnos

1. Les presento estos argumentos de la sabiduría mundana, para lograr que se aparten de las odiosas maquinaciones de la frivolidad, puesto que el Verbo quiere salvarnos por todos los medios. Un poco más adelante, los reprenderé de nuevo con las Sagradas Escrituras. Porque generalmente, al que no puede pasar inadvertido, la vergüenza de la represión le aparta de los pecados.

2. Y así como la mano enyesada y el ojo recubierto de pomada son, a simple vista, indicio de una enfermedad, así también, los ungüentos y las tinturas denuncian un alma profundamente enferma.

3. El divino Pedagogo nos exhorta a no detenernos en "río extraño" (Prov 9,18), refiriéndose a la mujer de otro, a la impúdica, a la que designa con la alegoría del "río extraño": sus aguas que a todos inundan, y el desbordamiento de su intemperancia y de su liviandad los empuja a una vida licenciosa.

4. "Abstente del agua ajena, y no bebas de fuente extraña" (Prov 9,18), dice la Escritura, exhortándonos a abstenernos de la corriente del placer, "para que vivamos mucho tiempo y se añadan años a nuestra vida" (Prov 9,18), ya sea no yendo a la caza de placeres ajenos, ya evitando incluso los gustos particulares.

X
El peligro de gloriarse en la hermosura exterior

1. En verdad, el amor a la comida y a la bebida, aunque sean pasiones grandes, no lo son tanto como la afición a los adornos. Una mesa bien provista y las abundantes copas bastan para saciar la glotonería. Pero a los amantes del oro, de la púrpura y de las piedras preciosas, no les basta el oro que hay sobre la tierra o bajo ella, ni las mercancías procedentes del mar de Tiro, de la India o de Etiopía, ni siquiera las del río Pactolo, el río de la riqueza.

2. Ni aunque alguno de éstos se convirtiera en Midas quedaría satisfecho, sino que se consideraría aún pobre y desearía más riquezas, dispuesto a morir por al oro. Y si Plutón es realmente ciego, como lo es en realidad, quienes lo admiran y simpatizan con él, ¿cómo no van a ser ciegos?

3. En verdad, lejos de poner un límite a sus deseos van a la deriva hacia la desvergüenza. Dichas mujeres necesitan el teatro, los desfiles y de una corte de admiradores; necesitan dar vueltas por los templos, entretenerse por las calles, para hacerse notar por todos.

4. Se arreglan para gustar a los demás (cf. 1Cor 7,35), gloriándose de su cara y no de su corazón (cf. 2Cor 5,12). Así como las marcas del hierro candente delatan al esclavo fugitivo, así también los adornos floridos denuncian a la mujer adúltera: "Aunque vistieras de púrpura, aunque te adornaras con joyas de oro, aunque te pintaras con negro antimonio los ojos, tu belleza es vana", dice el Verbo por boca de Jeremías (Jr 4,30).

XI
Poner la mirada en las realidades que no se ven

1. ¿No es extraño que los caballos, las aves y otros animales se levanten del césped y de los prados y vuelen satisfechos de su natural adorno: la crin, el color natural, el variopinto plumaje, y que, en cambio, la mujer, como si fuera inferior a la naturaleza animal, se considere tan privada de hermosura que necesite una belleza extraña, comprada y artificiosa?

2. Las redecillas, de variadas formas, los artificiosos bucles, los mil y un estilos de peinados, el costoso equipo de espejos, con los que se transforman para cazar a los que, cual niños insensatos, se dejan seducir por la belleza externa, son las alturas a las que llegan estas mujeres impúdicas, a las que ninguno erraría llamándolas cortesanas (hetairas), porque convierten su rostro en una máscara.

3. Pero a nosotros el Verbo nos recomienda: "No mirar las cosas visibles, sino las invisibles. Puesto que aquéllas son efímeras, pero las que no se ven son eternas" (2Cor 4,18). Ahora bien, lo que ha llegado al colmo de lo absurdo es que algunos hayan inventado espejos que reflejen su falsa belleza, como si ello fuera una acción noble y virtuosa, cuando, en realidad, sería mejor que cubriesen ese engaño con un velo. Porque, como dice la fábula griega, ni al bello Narciso le sirvió el contemplar su propia imagen.

XII
El Señor mira el corazón, no la apariencia

1. Y si Moisés ordenó a los hombres no construir ninguna imagen que rivalizara con Dios (cf. Ex 20,4), ¿cómo van a obrar cuerdamente esas mujeres que reflejan su imagen en el espejo, con el objeto de falsificar su rostro?

2. A Samuel, el profeta, cuando fue llamado a ungir rey a uno de los hijos de Jesé, viendo al mayor de ellos hermoso y de gran estatura, cuando Samuel complacido se disponía a ungirle, le dijo el Señor: "No te fijes en su aspecto, ni en lo elevado de su estatura, porque lo he descartado, ya que el hombre mira la apariencia externa, pero el Señor mira el corazón" (1Sm 16,7). Y no ungió al hermoso de cuerpo, sino al hermoso de alma.

3. Si el Señor estima menos la belleza natural del cuerpo que la del alma, ¿qué pensará de la corrompida belleza, él que rechaza totalmente toda falsedad? "Caminamos, por tanto, en la fe, no en visión" (2Cor 5,7).

4. El Señor, por medio de Abraham, enseña con toda claridad que quien sigue a Dios, debe despreciar la patria, los familiares, los bienes y toda la riqueza (cf. Gn 12,1); lo hizo extranjero (a Abraham) y por esa razón lo llamó amigo (Gn 12,13), porque había despreciado la riqueza de su casa. En efecto, tenía una hermosa patria y muchas riquezas.

5. Así que, con trescientos dieciocho esclavos, sometió a cuatro reyes que habían hecho prisionero a Lot (cf. Gn 14,14-16). Sólo a Ester la hallamos legítimamente adornada. Ester se embellecía místicamente para su rey (cf. Est 15,4-7); pero su hermosura se la considera como rescate de un pueblo condenado a morir.

XIII
La belleza adúltera y sus tristes consecuencias

1. Que el hecho de embellecerse convierte en cortesanas (hetairas) a las mujeres, y en afeminados y adúlteros a los hombres, lo atestigua el trágico, cuando dice: "Tras llegar de Frigia aquel célebre juez de las diosas (según cuenta la leyenda argiva) a Lacedemonia, con refulgente vestido y reluciente de oro, con bárbara suntuosidad, loco de amor, partió a los establos del Ida, después que hubo raptado a Helena, aprovechando la ausencia de Menelao" (Eurípides, Ifigenia en Aulide, 71-77).

2. ¡Oh belleza adúltera! La frivolidad de un bárbaro y el placer de un afeminado provocaron la ruina de Grecia. El vestido, el lujo, la hermosura efímera corrompieron la austeridad espartana. Los adornos bárbaros denunciaron como cortesana a la hija de Zeus.

3. Carecían de un pedagogo que reprimiera su concupiscencia y les dijera: "No fornicarás y no desearás" (Ex 20,13), que les impidiese dejarse arrastrar por la pasión hacia el adulterio, e inflamar sus apetitos por el amor de sus adornos.

4. ¡Cuál fue su fin y cuántos males no sufrieron quienes no quisieron refrenar su egoísmo! Dos continentes se han conmovido por los desenfrenados placeres, y todo quedó trastornado por un joven bárbaro. Grecia toda se hace a la mar, y el mar se siente angosto para llevar los continentes.

5. Una larga guerra se desencadena, estallan crueles combates, y los campos de lucha se llenan de cadáveres. El bárbaro ultraja a la flota en el puerto. Impera la injusticia, y la mirada de Zeus cantada por el poeta se vuelve hacia los tracios. Las llanuras bárbaras se sacian de noble sangre, y las corrientes de los ríos se ven detenidas por los cadáveres. Los pechos son golpeados al son de los trenos, y el dolor se extiende por todo el orbe. Todos tiemblan: "Los pies y las cimas del Ida, abundante en manantiales; la ciudad de los troyanos y las naves de los aqueos" (Homero, Ilíada, XX, 59-60).

XIV
Los seres humanos se pierden si no siguen al Verbo

1. ¿Adonde huir, Homero, y dónde detenerse? No tomes las riendas, pequeño, que eres inexperto; no subas al carro, si desconoces el arte de guiar caballos. El cielo se contenta con dos aurigas, a quienes sólo guía e impulsa el fuego. La inteligencia se extravía por el placer, y la integridad de la razón se degrada, si no recibe la educación del Verbo, y se desliza hacia el libertinaje: y éste es el pago de su error.

2. Como ejemplo tienes a los ángeles del cielo, que cambiaron la belleza de Dios por una belleza caduca (cf. Gn 6,2), cayendo así desde el cielo hasta la tierra. También los descendientes de Siquem sufrieron el castigo por rebajarse hasta ultrajar a una santa virgen. El sepulcro fue su castigo, y el recuerdo de su desgracia nos guía a nosotros a la salvación (cf. Gn 34,1.26-28).

XV
Acciones vergonzosas de hombres afeminados

1. Hasta tal extremo ha llegado la depravación que no sólo el sexo femenino enferma ante esa afanosa búsqueda de futilidades, sino que también los hombres emulan esta enfermedad. En efecto, contagiados por el deseo de embellecerse, pierden de salud; es más, por su inclinación a la molicie, se comportan cual mujeres: se cortan el cabello cual degenerados y prostitutas: "Visten sutiles mantos brillantes, y mascan goma y huelen a perfume" (Anónimo, Frgamentos, 338).

2. ¿Qué diría uno al verlos? Sencillamente, como buen fisonomista, uno adivina por su aspecto que son adúlteros, afeminados, que van a la caza de los placeres amorosos de los dos sexos, que tienen fobia de los cabellos, que van rapados, que sienten repugnancia por la belleza viril y que adornan sus cabelleras como las mujeres: "Inconstantes hombres, con audacia no santa, mientras vivan, cometerán actos de soberbia, acciones orgullosas y malas", dice la sibila (Oráculos Sibilinos, IV, 154-155).

3. Por su causa, las ciudades están repletas de empecinadores (los que depilaban con un emplasto de pez), de barberos, de depiladores, al servicio de esos afeminados. Sus locales están dispuestos y abiertos a todas horas, y los artistas de esa fornicación de prostitutas hacen abiertamente grandes fortunas.

4. Se presentan de cualquier modo ante quienes les untan de pez y los depilan, y no sienten vergüenza ante quienes les miran y pasan a su lado, ni se avergüenzan de sí mismos, siendo hombres. Porque quienes aman estos tratamientos envilecedores llegan hasta depilarse todo el cuerpo con emplastos de pez que ser arrancan violentamente.

XVI
Los cristianos creen en un Dios eterno

1. No hay, en verdad, quien los supere en semejante desvergüenza. Si nada dejan de hacer ellos como impracticable, yo no tengo por qué callarme. Diógenes, mientras era vendido como esclavo, queriendo reprender, como maestro, a uno de esos degenerados, dijo virilmente: "Ven aquí, jovenzuelo, cómprate un hombre" (Diógenes Laercio, Vidas, VI, 74), corrigiendo con expresión ambigua la deshonesta conducta de aquél.

2. Rasurarse y depilarse tratándose de hombres, ¿cómo no va a ser propio de degenerados? ¡Que dejen las tinturas capilares, los ungüentos para los cabellos canosos, los teñidos amarillentos de los peinados afeminados, ocupaciones estas propias de andróginos perdidos!

3. Creen poder quitar la piel vieja de su cabeza, al igual que las serpientes, maquillándose y haciéndose jóvenes. Pero, aunque traten de cambiar hábilmente sus cabellos, no pueden disimular las arrugas, ni podrán escapar a la muerte falseando el tiempo. No, no hay que tener miedo de parecer viejo y no poder ocultarlo.

4. Porque en verdad un hombre es tanto más respetable cuanto más se acerca al final, teniendo sólo a Dios como más viejo que él. Porque también Dios es un eterno anciano, el más anciano de todos los seres. La profecía le llamó "el anciano de días", y "los cabellos de su cabeza son pura lana" (Dn 7,9), dice el profeta. "Y ningún otro (dice el Señor) puede hacer un cabello blanco o negro" (Mt 5,36).

XVII
Los cristianos deben despojarse del hombre viejo

1. ¿Por qué trabajan contra Dios y se esfuerzan en oponerse a él esos impíos que cambian de color el cabello que él mismo ha hecho encanecer? "La mucha experiencia es la corona de los ancianos", dice la Escritura (Sb 25,8), y las canas de su cabeza son las flores de esa experiencia. Aquéllos, en cambio, deshonran el privilegio de su edad, que son sus canas. No, no puede traslucir un alma verdadera quien tiene una cabeza engañosa.

2. "Pero vosotros (dice el apóstol) no es éste el Cristo que han aprendido, si es que lo han oído y en él han sido instruidos, según la verdad de Jesús, a despojarse del hombre viejo, ese de la anterior vida de ustedes" (Ef 4,20-22), no del hombre canoso, sino del "que se corrompe siguiendo la concupiscencia del error"; y a renovarse, no con tintes y adornos, "sino en el espíritu de su mente, y a revestirse del hombre nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad" (Ef 4,22-24).

3. Cuando un hombre, por presumir, se peina los cabellos y se los rasura con navaja ante el espejo, se afeita y se depila, y se pule las mejillas, ¿no es un afeminado? Si no se les viese desnudos, se les tomaría por mujeres.

4. Aunque no les está permitido llevar objetos de oro, no obstante, por su inclinación femenina, adornan con hojas de oro las correas y las franjas de sus vestidos, o haciéndose una especie de bolitas con la misma materia, se las atan en sus tobillos y se las cuelgan al cuello.

XVIII
La sabiduría de los ancianos

1. Semejantes artificios son propios de hombres afeminados que merecen ser llevados al gineceo, y de bestias anfibias y lascivas. Este modo de engaño es lujurioso e impío. En efecto, Dios quiso que la mujer fuese imberbe y que se enorgulleciera sólo de su cabellera natural, como el caballo de su crin; en cambio, adornó al hombre con una barba, como los leones, y le ha hecho crecer vello en el pecho, como signo de fuerza y de poder.

2. Así también adornó a los gallos que combaten en defensa de las gallinas con crestas como yelmos. Tan alto es el aprecio que tiene Dios por la barba, que en los hombres la hace nacer junto con la prudencia y, complaciéndose en su majestuosidad, honró la gravedad del aspecto con las seniles canas.

3. La prudencia y los razonamientos agudos, encanecidos por la reflexión, alcanzan su madurez con el tiempo, y refuerzan la vejez con el enriquecimiento de la experiencia, presentando las canas como la amable flor de una venerable sabiduría, y confiriéndole el derecho a una confianza plenamente justificada.

XIX
Dios los creó varón y mujer

1. El signo distintivo del varón es la barba, por el que se muestra varón, es más antiguo que Eva y es también el símbolo de una naturaleza más fuerte. Dios juzgó oportuno que conviniese al hombre el vello y sembró todo su cuerpo de pelos, y quitó de sus costados cuanto de liso y delicado había (cf. Gn 2,21-25), formando (bien adaptada para recibir el semen) a la delicada Eva, una mujer colaboradora suya en la procreación y en las cosas del hogar.

2. Y él (puesto que había perdido la parte lampiña de su cuerpo) permaneció varón y se muestra como tal. A él le corresponde el papel activo, como a ella, el pasivo. Y es que, por naturaleza, lo velloso es más seco y cálido que lo que carece de pelo; de ahí que los varones sean más pilosos y calientes que las mujeres. Los viriles más que los castrados; y los adultos más que los que no han llegado a su madurez.

3. Así, entonces, eliminar la vellosidad, símbolo de una naturaleza viril, es sacrílego; y embellecerse con la depilación (me irrita la palabra) cuando se trata de los hombres, es propio de afeminados. Y si se trata de las mujeres, es señal de adulterio. Ambas acciones deben ser apartadas lo más posible de nuestra comunidad.

4. Dice el Señor: "Hasta los pelos de su cabeza están contados" (Mt 10,30; Lc 12,7). También lo están los pelos de la barba y de todo el cuerpo.

XX
Cristo está en nosotros

1. De ningún modo debe arrancarse contra la voluntad de Dios lo que está numerado por su voluntad, "a no ser que no se den cuenta (dice el apóstol) de que Cristo está en ustedes" (2Cor 13,5), a quien no sé cómo nos habríamos atrevido a ofender, si nos diésemos cuenta de que habita en nosotros.

2. Untarse de pez (me repugna referirme a la torpeza de dicho acto), girarse y encorvarse, dejando al descubierto las partes del cuerpo que deben permanecer ocultas; bailar y contorsionarse sin ruborizarse por adoptar actitudes vergonzosas; obrar con torpeza entre los mismo jóvenes y en medio del gimnasio, donde se pone a prueba la fuerza de los hombres, y hacer estas cosas contra la naturaleza, ¿no es esto el colmo del libertinaje? Quienes los que hacen estas cosas en público, menos se avergonzarán de practicarlas en privado.

3. Su falta de pudor en público los acusa de su evidente libertinaje en privado. Porque el que a la luz del día niega su condición de hombre, es evidente que de noche se comporta mujer.

4. "No habrá (dice el Verbo por Moisés) prostituta entre las hijas de Israel, ni existirá fornicador entre los hijos de Israel" (Dt 23,18). No obstante, la pez es útil, dirá alguien; pero conlleva mala fama, respondo yo. Nadie que estuviera en su sano juicio querría asemejarse a un fornicador, a no ser que padeciese dicha enfermedad, ni nadie desearía espontáneamente desacreditar su bella imagen (cf. Gn 1,26).

5. Porque "si Dios a los llamados según su designio, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, y los ha escogido, según el bienaventurado apóstol, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos" (Rm 8,28-29), ¿cómo no van a ser ateos quienes ultrajan su cuerpo que conforme al del Señor?

6. El varón que quiera ser hermoso debe adornarse con lo que es más bello en el hombre: la inteligencia (dianoia), que, día a día, debe mostrarse como lo más noble. No debe arrancarse el vello, sino la concupiscencia.

XXI
Las funestas consecuencias del libertinaje

1. Yo compadezco a los muchachos de los mercaderes de esclavos adornados para la deshonra; pero estos infelices no se deshonran a sí mismos, sino que están obligados a embellecerse por una sórdida ganancia. Sin embargo, ¿cómo no despreciar a quienes voluntariamente eligen aquello que, en caso de mandárselo, si fueran hombres, preferirían la muerte?

2. Hoy hasta tal punto de desenfreno ha llegado la vida que se complace en la maldad, y la lujuria en todas sus formas ha invadido las ciudades, convirtiéndose en ley. En los burdeles hay mujeres que rodean a los hombres dispuestas a venderles su propio carne por un innoble del placer, y también muchachos que, amaestrados para renegar de su naturaleza, se hacen pasar por mujeres.

3. Todo lo ha trastornado la lujuria. La afeminada afectación ha deshonrado al hombre. Todo lo busca, todo lo intenta, todo lo violenta, trastoca la naturaleza; los hombres desempeñan el papel pasivo de mujeres y las mujeres actúan como hombres, entregándose de forma contraria a la naturaleza o uniéndose con mujeres.

4. No hay camino inaccesible a la intemperancia. El placer del amor se proclama común a todos, que se puede ser familiar de la lujuria. ¡Oh lamentable espectáculo! ¡Oh costumbres indecibles! Éstos son los trofeos que ofrece su incontinencia ciudadana: las prostitutas son la prueba de sus obras. ¡Oh que gran anarquía!

5. Pero estos infelices no comprenden que las relaciones sexuales ocultas son causa de muchas tragedias. A menudo, sin saberlo, los padres se unen con su hijo fornicador y con sus hijas lascivas, pues no se acuerdan de los hijos expósitos; y el libertinaje convierte a los padres de sus hijas en sus maridos.

XXII
Leyes humanas absurdas

1. He aquí lo que permite la sabiduría de las leyes. Los hombres pueden pecar legalmente y llamar felicidad a la abominación del placer. Los que adulteran la naturaleza creen estar exentos del adulterio; pero la justicia, vengadora de su atrevimiento, los persigue. Atrayéndose sobre sí una inevitable desgracia compran la muerte por poco dinero. Los infelices comerciantes de dichas mercancías navegan llevando por cargamento la prostitución, como pan y vino.

2. Otros, mucho más infelices, compran placeres, como pan y comida, sin tomar en cuenta el mensaje de Moisés: "No deshonrarás a tu hija prostituyéndola, y la tierra no se prostituirá ni se llenará de iniquidad" (Lv 19,29); todo esto está profetizado desde antiguo; y la consecuencia está a la vista: la tierra toda está llena de prostitución y de injusticia.

XXIII
Los varones afeminados

1. Admiro a los antiguos legisladores romanos: odiaron el afeminamiento y sancionaron con la muerte en la fosa, según ley de justicia, a quien realizaba la unión de su cuerpo contra la naturaleza.

2. No es lícito rasurarse la barba, que es belleza natural, belleza noble, "quien originariamente es barbudo y cuya pubertad está llena de encanto" (Homero, Ilíada, XXIV, 348; Odisea, X, 279). Y ya avanzando en edad, se unge orgulloso la barba, sobre la que descendió el perfume profético de Aarón (cf. Sal 132,2). Conviene que quien haya recibido una correcta educación y sobre quien ha reposado la paz, permanezca también en paz con su propia barba.

3. ¿A qué extremo podrán llegar las mujeres proclives a la lujuria, cuando, viendo que los hombres se entregan abiertamente a esos vicios, ven esos vicios como en un espejo? A ésos no hay que llamarlos hombres, sino libertinos y afeminados, porque tienen la voz delicada y el vestido afeminado tanto por su tacto como por el tinte.

4. Hombres de esa calaña dejan entrever de forma palmaria su manera de ser, por el vestido, por el calzado, por el porte, por la forma de andar, de cortarse los cabellos, y por su forma de mirar. "El varón se conocerá por su aspecto, dice la Escritura, y en el trato con el hombre, se conocerá al hombre: el vestido, el paso de sus pies, la risa de sus dientes revelarán lo que es" (Sb 19,26-27).

5. En efecto, esos que entablado un gran combate con sus cabellos, sólo centran su atención en su cabeza y sólo falta que se pongan unas redecillas en el pelo como las mujeres.

XXIV
La sencillez de los pueblos bárbaros

1. Los leones seguramente están orgullosos de su melena hirsuta, pero cuando luchan se defienden merced a ella. Así mismo, los jabalíes se vanaglorian de sus largas cerdas, pero los cazadores las temen cuando las erizan; y "las ovejas lanudas se sienten oprimidas bajo el peso de su manto" (Hesíodo, Trabajos y Días, 234); así también, el Padre, que ama al hombre, multiplicó el número de pelos de esos animales para bien tuyo, hombre, enseñándote a esquilar los vellones de lana.

2. Entre los pueblos, los celtas y los escitas llevan largas melenas, pero no las adornan. La hermosa cabellera del bárbaro tiene un aire temible, y el rubio de su pelo es como una amenaza de guerra, por ser dicho color afín a la sangre.

3. Ambos pueblos bárbaros odian la molicie: en el carromato de los germanos y en el carro de los escitas, tenemos un claro testimonio. A veces, el escita desdeña incluso el carro (tener uno grande le parece a este bárbaro un excesivo lujo), así es que, menospreciando de lado el lujo, vive sencillamente.

4. El escita tiene una casa suficiente y más práctica que el carro: el caballo; montándolo se desplaza adonde quiere. Luego, cuando tiene de hambre, reclama de su caballo el alimento, y aquél le ofrece sus venas; lo único que posee, su sangre, lo pone a disposición de su amo, de forma que el caballo es para este nómada alimento y medio de transporte.

XXV
La sangre humana participa del Verbo

1. Entre los árabes (otros nómadas), los que se hallan en edad de guerrear montan en camello. Montan en las camellas cuando están preñadas; éstas pastan y corren al mismo tiempo llevando a sus dueños y, con ellos, a toda su casa. Estos bárbaros, si les hace falta bebida, ordeñan su leche, y, si necesitan comida, no ahorran su sangre, como, según dicen, hacen los lobos rabiosos. Y estas bestias, más mansas que los bárbaros, no guardan rencor cuando las maltratan, sino que recorren plácidamente el desierto, llevando a sus dueños y alimentándolos al mismo tiempo.

2. ¡Ojalá perezcan estas fieras (sus guardianes) que se alimentan de su sangre! No es lícito para el hombre, cuyo cuerpo no es más que carne fertilizada con sangre, transgredir la ley de la sangre (cf. Gn 9,4; Lv 3,17; Hch 15,29). La sangre humana participa del Verbo y tiene parte en la gracia por medio del Espíritu; y si alguien la ultraja, no pasará inadvertido. Ella puede, incluso sin forma visible, clamar al Señor (cf. Gn 4,10).

3. Yo, por mi parte, apruebo la sencillez de los bárbaros que por amor a una vida buena, abandonaron el lujo. El Señor nos exhorta a que seamos como ellos: despojados de falsa belleza, desnudos de vanagloria, desarraigados del pecado, llevando únicamente sobre nosotros el árbol de la vida (cf. Gn 2,9; Ap 2,7; 22,2; Mt 10,38), dirigiendo nuestros pasos sólo hacia la salvación.

B
Sobre cómo emplear el tiempo

XXVI
No se debe huir del trabajo personal

1. He aquí que, sin darme cuenta, llevado por la inspiración del espíritu, me he apartado del desarrollo de mi discurso, al cual debo retornar, para reprobar la abundancia de sirvientes. En efecto, huyendo del trabajo personal y del autoservicio, se recurre a los criados, adquiriendo una multitud de cocineros, de camareros y de hábiles trinchadores.

2. Muchas son las clases de servidores. Unos trabajan para satisfacer la glotonería de sus amos, como los trinchadores y los expertos en preparar guisos, salsas, pasteles de miel y cremas; otros, en cambio, se ocupan de los vestidos de lujo; otros guardan el oro como grifos; otros custodian la plata, lavan las copas, disponen lo necesario para los banquetes; otros aparejan los animales de tiro; y en torno a ellos ejercen su oficio un gentío de escanciadores y una banda de bellos muchachos, cual cachorros de los que chupan la belleza.

3. Peluqueros y camareras andan ocupados en torno a las mujeres; unas con los espejos; otras con las redecillas; otras con los peines. Hay también muchos eunucos y otros rufianes que, por su garantía de no poder disfrutar del placer, sirven sin sospechas a quienes desean arrojarse en brazos del placer. Ahora bien, el verdadero eunuco no es el que no puede sentir placer, sino el que no quiere gustarlo (cf. Mt 19,12).

XXVII
La sabiduría se muestra en unos pocos

1. El Verbo, por boca del profeta Samuel, al reprender a los extraviados judíos, y al pueblo que pedía un rey, le promete no un señor benigno, sino que lo amenaza con un tirano duro y libertino, "el cual (dice) tomará a sus hijas como perfumistas, cocineras y panaderas" (1Sm 8,13), dominando bajo la ley de la guerra, y no gobernando pacíficamente.

2. Son muchos los celtas que levantan las literas de sus mujeres y las transportan a hombros; nadie hay aquí que se ocupe en trabajar la lana, hilar y tejer; ni para actividades del gineceo, ni para custodia de la casa; pero los seductores de las mujeres pasan el día con ellas contándoles cuentos eróticos, corrompiendo sus cuerpos y sus almas con acciones y palabras llenas de falsedad.

3. "No estés entre la muchedumbre para hacer el mal (dice la Escritura), ni te sumes a la multitud" (Ex 23,2), porque la sabiduría se muestra en pocos; en cambio, el desorden, en la multitud. No es por la modestia de querer pasar inadvertidas por lo que estas mujeres contratan a portadores de litera (porque, en efecto, estaría bien que con esta disposición pasaran ocultas), sino que lo hacen por vanidad, deseando vivamente que las transporten los servidores con el objeto de dar el gran espectáculo.

XXVIII
El cristiano no puede ser servidor del desorden

1. Y con la cortina levantada miran con descaro a quienes las observan, dando prueba de su condición; a menudo, se asoman hacia el exterior, deshonrando su aparente pudor con una peligrosa curiosidad.

2. "No andes mirando alrededor (dice la Escritura), por las calles de la ciudad, ni deambules por sus plazas solitarias" (Sb 9,7), porque es realmente un lugar desierto, aunque exista una multitud de libertinos, allí donde no encontremos a un hombre prudente.

3. Estas mujeres son llevadas de acá para allá por los templos, hacen sacrificios, consultan los oráculos; alternan todo el día con adivinos ambulantes, sacerdotes mendicantes de Cibeles y viejas charlatanas corruptoras de los hogares; soportan a las viejas chismosas en medio de las copas, y aprenden de las ellas ciertas fórmulas de filtros y ensalmos para la disolución de los matrimonios.

4. Porque ellas tienen unos maridos, pero desean otros y los adivinos les prometen aún otros. No saben que las engañan, y que se entregan a sí mismas como objeto de placer de los lujuriosos, y, cambiando su castidad por la más vergonzosa deshonra, valoran como acción de elevado precio su ignominiosa corrupción.

5. Los servidores del desorden de la prostitución son muchos, y van de una parte a otra. Los lascivos son proclives a la intemperancia, como los cerdos que son transportados al fondo del comedero.

XXIX
El cristiano está llamado a tener parte en el reino de Dios

1. Por esa razón la Escritura advierte con insistencia: "No admitas a cualquiera en tu casa, puesto que son muchas las asechanzas del engañador" (Sb 11,29); y dice también: "Los justos sean tus comensales, y no te gloríes sino en el temor de Dios" (Sb 9,22). ¡A los cuervos la prostitución!, porque dice el Apóstol: "Han de saber que ningún fornicario, o impuro o avaro, que es como un idólatra, tendrá parte en la herencia del reino de Cristo y de Dios" (Ef ,5).

2. Pero estas mujeres se deleitan en compañía de afeminados; y una turba de depravados, de lengua desenfrenada, invade sus casas; impuros de cuerpo y de lengua; viriles sólo como instrumentos de la lujuria; servidores del adulterio, que ríen a carcajadas y cuchichean; que hacen ruidos significativos con la nariz, intentan deleitar con palabras y gestos impúdicos, y provocan la risa que precede a la fornicación.

3. A veces, les sucede que, inflamados por una ira momentánea -ya sea porque son en sí mismos depravados, o porque imitan para su propia ruina a los que lo son-, profieren un sonido con su nariz, semejante al de las ranas, como si tuviesen la bilis (lit. ira) en sus narices.

XXX
Buscar la sabiduría, y compartir los dones que Dios regala

1. Pero las más refinadas de ellas crían pájaros de la India y pavos de Media; y se recuestan jugando con los animales de cabeza picuda (animales enanos), deleitándose con los sátiros que bailan la sikinnos (seres monstruosos que bailaban dicha danza). Y se ríen cuando oyen la historia de Tersites; pero comprando a otros Tersites por un elevado precio, se enorgullecen no ya de sus cónyuges, sino de estos monstruos que son "fardos de la tierra" en contraposición a los otros Tersites, monstruos horribles de la mitología griega (cf. Homero, Ilíada, XVIII, 104; Odisea, XX, 379).

2. Desdeñan a la viuda casta, que supera en mucho al perrito maltés, y desprecian al anciano virtuoso, más noble, en mi opinión, que un monstruo comprado con dinero. Tampoco aceptan al niño huérfano, ellas que crían loros y chorlitos; abandonan a los hijos que conciben, pero acogen, en cambio, a las crías de los pájaros.

3. Prefieren las criaturas irracionales a las racionales, cuando deberían cuidar a los ancianos que enseñan la sabiduría, y que son (en mi opinión) más hermosos que los monos, y más elocuentes que los ruiseñores. "Cuanto hicieron a uno de estos más pequeños (dice la Escritura), a mí me lo hicieron" (Mt 25,40).

4. Contrariamente, éstas prefieren la ignorancia a la sabiduría, fosilizando su fortuna en perlas y en esmeraldas de la India. Despilfarran y dilapidan su dinero en tintes fugaces y en la compra de sus esclavos; como las aves de corral saciadas, excarvan en los estercoleros de la vida. "La pobreza (dice la Escritura) envilece al hombre" (Prov 10,4), y eso se refiere a la pobreza tacaña, por la que los ricos no comparten nada con los otros, como si nada poseyeran.

C
Sobre el uso de los placeres y riquezas

XXXI
El lujo ostentoso de los ricos

1. Pero, ¿cómo son sus baños? Cámaras artificiales, fijas y portátiles, cubiertas con tejidos de lino fino transparente; asientos de oro, tachonados de plata; e innumerables objetos de oro y plata: unos, para beber; otros, para comer, otros que llevan para el baño. Sí, también hay braseros de carbón.

2. En efecto, llegan a tal extremo de incontinencia que comen y se embriagan mientras se bañan. Los objetos de plata con los que, majestuosas, avanzan, los exhiben ostentosamente en los cuartos de baño, en un alarde de vanidad de su riqueza; y, en especial, de su dominante grosería, por la que ponen en evidencia a esos varones que no lo son, dominados por las mujeres; al tiempo que ellas mismas se acusan de una u otra forma, de no ser capaces ni de sudar sin el concurso de muchos utensilios, porque también las pobres, que no participan de tanta fastuosidad, comparten los mismos baños.

3. Así, la suciedad de la abundancia tiene una gran entorno digno de censura. Con esta clase de carnada pescan a los infelices que se quedan con la boca abierta ante los destellos del oro. En efecto, con tal estratagema, dejan embobados a los inexpertos y se las apañan para que sus amantes las admiren, los cuales, poco después, las deshonran desnudas.

XXXII
Los baños públicos y sus peligros

1. No se atreverían a desnudarse ante sus maridos, esforzándose por parecer ficticiamente recatadas; permiten en cambio que quienes lo desean pueden contemplarlas desnudas en los baños, porque aquí no tienen vergüenza para desnudarse ante los mirones, como se hace frente a los comerciantes de cuerpos.

2. Hesíodo amonesta así: "No laves tu piel en un baño de mujeres" (Hesiodo, Trabajos y Días, 753). Los baños están abiertos por igual, tanto para los hombres como para las mujeres, y allí se desnudan con intención lasciva (porque "por la vista se engendra la pasión en los hombres"; Agatón, Fragmentos, 29), como si en los baños se lavara el pudor.

3. Y las que no lo han perdido hasta este punto, excluyen a los extraños, pero se bañan con sus propios sirvientes, se desnudan ante sus esclavos y se hacen dar fricciones por ellos, permitiendo así la concupiscencia, naturalmente inhibida por el temor, al tocarlas con total impunidad. Así, quienes son introducidos en los baños junto a sus dueñas desnudas, se apresuran a desnudarse también llevados por su ardiente concupiscencia, "borrando el temor con una depravada costumbre".

XXXIII
Dios está siempre a nuestro lado

1. Los atletas antiguos, sintiendo vergüenza de mostrar al hombre desnudo, luchaban provistos de un ceñidor, y guardaban así la modestia. Las mujeres, en cambio, arrojan el pudor con la túnica y, queriendo parecer hermosas, sin proponérselo, ponen en evidencia su maldad. Ya que, a través de su cuerpo, se evidencia su lujuriosa lascivia, como en el caso de los hidrópicos con el líquido contenido bajo la piel: la enfermedad de ambos se descubre a simple vista.

2. Es necesario, por tanto, que los hombres, dando un noble ejemplo verdad, se avergüencen de desnudarse ellas, y eviten así las miradas libidinosas; porque "quien mira con deseos ya pecó" (Mt 5,28).

3. En casa debe respetarse a los padres y a los criados; en la calle, a los transeúntes; en los baños, a las mujeres; y en la soledad, a nosotros mismos; y siempre, al Verbo, que está en todas partes, y "sin él nada ha sido hecho" (Jn 1,3). Esta es la única forma de mantenernos sin caer, teniendo bien presente que Dios está siempre a nuestro lado.

XXXIV
El cristiano atesora riquezas en el cielo

1. Debemos adquirir las riquezas de una manera razonable, y hacer partícipes de ellas a los demás con generosidad, no por interés, ni por ostentación, y no cambiar el amor a lo bello por el amor a sí mismo y por lo grosero, no sea que alguien nos diga: "Su caballo está valorado en quince talentos, o su campo, o su esclavo o su oro, pero él vale tres piezas de bronce".

2. Es decir, quita el maquillaje a las mujeres, y los esclavos a sus amos, y verás que los amos no se diferencian en nada de los esclavos que ha comprado; ni por su aspecto, ni en su mirada, ni en su voz; por tanto, se asemejan a sus criados. Es más, se diferencian de sus esclavos por el hecho de ser más débiles y más propensos a las enfermedades.

3. Conviene, entonces, tener siempre presente esta magnífica sentencia: "El hombre bueno, si es prudente y justo, atesora riquezas en el cielo" (Platón, Leyes, II, 660e). Éste, vendiendo los bienes terrenales y dando su importe a los necesitados, encuentra un tesoro imperecedero, donde no existe polilla ni ladrón (cf. Mt 19,21; Mc 10,21; Lc 18,22).

4. Este hombre realmente bienaventurado, por más insignificante, enfermo y despreciable que parezca, posee, en verdad, el mayor de los tesoros. Ahora bien, aunque aventajare en riquezas a Cínyras y a Midas, si es injusto y soberbio, como aquel que se vestía voluptuosamente de púrpura y de lino y despreciaba a Lázaro (cf. Lc 16,19), ése es desgraciado, anda afligido y no vivirá.

XXXV
La verdadera riqueza

1. La riqueza se asemeja, según creo, a una serpiente, que, si uno no la sabe capturar sin sufrir ningún percance, alzando el reptil por la punta de la cola, se enroscará en su mano y lo morderá. Así, la riqueza, enroscándose en torno a su poseedor, experto o inexperto, ataca y muerde; salvo que se sirva de ella con gran prudencia, y con destreza tome a la fiera, sometiéndola con el encantamiento del Verbo, y permaneciendo él mismo impasible.

2. Según parece, olvidamos que es rico sólo quien posee las cosas de más elevado precio: y las de más alto precio no son las piedras preciosas, ni la plata, ni los vestidos, ni la belleza corporal, sino la virtud, que es la palabra transmitida por el Pedagogo para que lo pongamos en práctica.

3. Esta palabra es la que repudia la molicie, la que exhorta al trabajo personal al servicio de los demás, la que celebra la frugalidad, hija de la templanza. Dice la Escritura: "Recibid la enseñanza y no la plata, y el saber, que es mejor que el oro fino; porque la sabiduría vale más que las piedras preciosas, y ninguna de las cosas se le puede comparar" (Prov 8,10-11). Y de nuevo: "Mejor es mi fruto que el oro, las piedras preciosas y la plata; los bienes que de mi proceden son mejores que la plata escogida" (Prov 8,19).

4. Y si aún hay que hacer más distinciones, es rico el que mucho posee, el que está cargado de oro, como una maleta sucia; mientras que el justo es honorable, porque la honradez es mantener el buen orden en la administración y en la generosidad.

5. "Los que siembran son quienes recogen los mejores frutos" (Prov 11,24); de ellos está escrito: "Fue generoso y distribuyó a los pobres; su justicia permanece para siempre" (Sal 111,9; 2Cor 9,9). De modo que no es rico el que tiene y conserva, sino el que comparte. Y es la participación, y no la posesión, la que hace a uno feliz (cf. Hch 20,35).

XXXVI
El Verbo es el más estimable de todos los tesoros

1. La generosidad es fruto del alma; de ahí que la riqueza tiene su sede en el alma. Pero los bienes verdaderos sólo pueden ser adquiridos por los buenos, y los buenos son los cristianos. El hombre insensato o intemperante no puede tener sentido de lo bueno, ni tampoco obtener su posesión. Únicamente los cristianos pueden poseer los verdaderos bienes. Además, nada hay más preciado que estos bienes; en consecuencia, sólo ellos son ricos.

2. En efecto, la verdadera riqueza es la justicia, y el Verbo el más estimado de todos los tesoros; una riqueza que no se aumenta con los animales y las fincas, sino que es dada por Dios; una riqueza inapreciable -sólo el alma es su tesoro-, excelente posesión para quien la posea, y la única capaz de hacer al hombre verdaderamente feliz.

3. Quien no desea nada de lo que no está a su alcance, y desea todo aquello que posee, incluso lo que santamente desea puede obtenerlo con solo pedirlo a Dios, ¿cómo no va a ser rico y no va a poseerlo todo, si tiene a Dios, el tesoro eterno? "A todo el que pide (dice la Escritura) se le dará, y al que llama se le abrirá" (Mt 7,7; Lc 11,9). Si Dios no niega nada, el que es piadoso lo posee todo.

XXXVII
El ser humano fue creado para la felicidad, y no el placer

1. Una vida de lujo, entregada a los placeres, termina para los hombres en un terrible naufragio. En efecto, esta vida placentera y mezquina que muchos llevan es ajena al verdadero amor a la belleza y a los nobles placeres. Porque el hombre es, por naturaleza, un animal excelso y de elevados sentimientos que busca lo bueno (kalós), como criatura que es del Único Bueno; pero, una vida dedicada al vientre es para él deshonrosa, ignominiosa, torpe y ridícula.

2. El polo más opuesto a la divina naturaleza es el amor al placer, es decir, comer como los gorriones y copular como los cerdos y los machos cabríos. Considerar el placer como un bien es propio de una completa ignorancia; y el amor a las riquezas desvía al hombre de una vida recta, persuadiéndole a no avergonzarse de las acciones deshonrosas; "como si sólo tuviera capacidad de comer cualquier cosa, como las fieras, de beber de la misma manera y de saciar, sea como sea, sus ansias de placer" (Platón, Leyes, VIII, 831d-e).

3. Por esa razón, difícilmente heredará el reino de Dios (cf. Mt 19,23; Mc 10,24; Lc 18,24; 1Cor 15,10). ¿A qué se debe tanta preparación de alimentos, sino para llenarse el vientre? La inmundicia de la glotonería queda manifiesta en las cloacas, en donde nuestros vientres expulsan los residuos de los alimentos (cf. Mt 15,17).

4. ¿Por qué reúnen a tantos coperos, pudiendo satisfacer la sed con una sola copa? ¿Para qué los guardarropas? ¿Para qué los objetos de oro? ¿Para qué los adornos? Esto está preparado para los ladrones de vestidos, para los malhechores y para los ojos ávidos (cf. Mt 6,20). "Que la limosna y la fidelidad no te abandonen", dice la Escritura (Prov 3,3).

XXXVIII
Importancia del trabajo y la sencillez de vida

1. Y he aquí que tenemos un buen ejemplo de frugalidad en el tesbita Elías, cuando "se sentó debajo de una retama", y el ángel le trajo comida: "un pan cocido bajo cenizas y un jarro de agua" (1Re 19,4). Ése es el alimento que el Señor le envió.

2. Así entonces, nosotros que caminamos hacia la verdad (cf. Jn 14,6), debemos estar preparados (cf. Ex 12,11): "No lleven bolsa, ni saco, ni calzado" (Lc 10,4), dice el Señor; es decir, no posean aquella riqueza que se guarda sólo en una bolsa, ni llenen sus graneros, como si colocaran en el saco la semilla, sino compártanla con los necesitados. No se provean de yuntas, ni de servidores, como lo son (alegóricamente) los calzados de viaje de los ricos, porque son demasiado pesados.

3. Debemos dejar de lado los excesivos bagajes: los vasos de plata y de oro y la ingente multitud de criados, y llevar con nosotros los buenos y venerables compañeros de viaje recomendados por el Pedagogo: el trabajo personal y la sencillez. Debemos también caminar en armonía con el Verbo. Y si uno tiene mujer e hijos; la casa no debe ser para él ningún obstáculo, si realmente ha aprendido a seguir a un guía tan sabio.

XXXIX
Quien posee al Verbo, nunca carece de lo necesario

1. Hay que equiparse también para el camino con una mujer que ame a su marido. Y de forma semejante, un marido que lleve como hermoso equipaje para el viaje hacia el cielo, la simplicidad junto a una prudente gravedad. Como el pie es la medida del zapato, así también el cuerpo es la medida de las posesiones de cada uno. Lo superfluo, es decir, las joyas y el ajuar de los ricos son una carga, no un adorno para el cuerpo.

2. Es necesario que el que se esfuerza por alcanzar el cielo lleve consigo la beneficencia como un hermoso bastón (cf. Mt 11,12; Lc 16,16), y que comparta lo que tiene con los necesitados, para poder tener parte en el verdadero reposo. En efecto, la Escritura afirma que "la propia riqueza es el rescate del alma del hombre" (Prov 13,8), es decir, que si es rico, se salvará por las riquezas que haya compartido.

3. Porque, así como el agua que mana naturalmente de los pozos, aunque se saque, mantiene siempre el mismo nivel, así, la generosidad, que es fuente de benevolencia, al dar de beber a los sedientos, crece de nuevo y se llena; al igual que suele afluir la leche a los pechos ordeñados y exprimidos.

4. Quien posee al Verbo Dios omnipotente, nunca carece de lo necesario, porque el Verbo es una riqueza inagotable, y es causa de toda abundancia.

XL
El Verbo actúa con nosotros como un pedagogo

1. Y si alguien afirma haber visto con frecuencia al justo necesitado de pan, esto es francamente raro (cf. Sal 36,25), y sólo se da allí donde no hay otro justo. No obstante, que lea aquello de: "No sólo de pan vivirá el justo, sino de la palabra del Señor" (Mt 4,4; Lc 4,4; cf. Dt 8,3), que es el pan verdadero, el pan del cielo (cf. Sal 77,24; 104,40; Jn 6,31-32).

2. El hombre bueno no necesita nada mientras mantenga a salvo su adhesión a Dios. Puede pedirle todo lo que necesite (cf. Mt 7,7; Mc 11,24; Lc 11,9; Jn 14,13; 16,23) y recibirlo del Padre de todas las cosas y gozar de los bienes propios, si se es fiel al Hijo. También es posible esto: no sentir ninguna necesidad.

3. Este Verbo que obra con nosotros como Pedagogo, nos da la riqueza; y esta riqueza no suscita la envidia de quienes tienen de él lo necesario. Quien posee dicha riqueza, heredará el reino de Dios (cf. Mt 19,23-24).

XLI
La virtud de la sencillez

1. Si alguno de ustedes abandona definitivamente el lujo, alimentado en la simplicidad, se ejercitará con facilidad en soportar las dificultades involuntarias, imponiéndose continuamente las pruebas voluntarias con el fin de entrenarse para las persecuciones, de forma que, cuando se enfrente con los trabajos necesarios, los temores y las penalidades, no se encuentre desentrenado para afrontarlos. Por eso no tenemos patria en la tierra, de modo que podamos despreciar los bienes terrenales.

2. La sencillez (eyteleia) es la mayor riqueza, y permite siempre hacer frente a los gastos necesarios mientras sean necesarios. En efecto, los gastos son meras contribuciones.

3. Acerca de cómo debe la mujer convivir con su marido, y de lo relativo a su trabajo personal, al cuidado de la casa, al trato de los sirvientes, así como también a la época para casarse, y, en fin, todo lo que conviene a las mujeres, lo tratamos al referirnos al matrimonio. Ahora, debemos exponer lo que compete a la buena educación, esbozando una descripción de la vida de los cristianos.

4. La mayor parte de ello ya se han dicho y expuesto, de modo que nos limitaremos a añadir lo que resta por decir. Los ejemplos no son de escasa importancia en orden a la salvación. "Mira (dice la tragedia griega), a la mujer de Ulises no la mató Telémaco, porque no añadió boda sobre boda; sino que en su palacio el lecho nupcial permanece inviolado" (Eurípides, Orestes, 588-590). Alguien, reprochando el desenfrenado adulterio, mostraba, como un hermoso ejemplo de continencia, el amor al marido.

5. Los espartanos obligaban a los hilotas (así se llamaba a los esclavos) a embriagarse, permaneciendo ellos sobrios, para que la misma imagen de la embriaguez, les sirviera de remedio y advertencia.

XLII
Los discípulos obedecieron al Verbo

1. Observando, así, la torpeza de aquellos, aprendían a no caer en el mismo vicio que reprochaban, y la imagen reprensible de los ebrios, les ayudaba a no cometer ellos mismos idéntica falta. Sin duda, algunos hombres fueron salvados gracias a este tipo de enseñanzas; otros, en cambio, enseñándose a sí mismos, practicaron o buscaron la virtud.

2. "Superior en todo es aquel que todo lo sabe por sí mismo" (Hesíodo, Trabajos y Días, 293). Éste es el caso de Abraham, el que buscó a Dios. "Sensato, por otra parte, es aquel que obedece a quien le aconseja rectamente" (Hesíodo, Trabajos y Días, 295).

3. Éste es el caso de los discípulos que obedecieron al Verbo. Por esa razón, Abraham fue llamado amigo, y éstos, el de apóstoles; aquél, por buscar diligentemente al mismo Dios; y éstos, por anunciarlo. Dos pueblos les escucharon: uno se benefició por la búsqueda; y el otro alcanzó la salvación por haberlo encontrado.

XLIII
El Pedagogo ama a la humanidad

1. "El que no entiende por sí mismo, ni escuchando a otro entra cosa alguna en su cabeza: es un hombre inútil" (Hesíodo, Trabajos y Días, 293). Hay otro pueblo, el pagano. Es el pueblo que no sigue a Cristo, es inepto.

2. No obstante, el Pedagogo, que ama al pueblo de los gentiles, le ayuda de muchas maneras (cf. Hb 1,1): a veces le exhorta, otras le reprende; y, cuando otros pecan nos muestra su infamia y, por ende, el castigo merecido; a la vez que dirigiendo y amonestando nuestra alma, se las ingenia, con amor, para apartarnos del mal, mostrándonos a quienes antes que nosotros, han sufrido el castigo.

3. Con ayuda de estas imágenes, evidentemente, hizo desistir a los que estaban dispuestos al mal y detuvo a quienes se atrevían a semejantes acciones; a unos los afirmó en la paciencia; apartó a otros del mal, y a otros los sanó, los que, por la contemplación de estos ejemplos, se han convertido a una mejor conducta.

4. Porque, ¿quién no se pondría en guardia para no caer en el mismo peligro, si sigue por el camino a una persona y ésta cae en una zanja (cf. Mt 15,14), procurando no seguirle en la caída? ¿Qué atleta, que haya aprendido el camino de la gloria y haya visto el premio que ha conseguido el luchador que le precede, no se lanza también él en pos de la corona (cf. 1Cor 9,24-25), tratando de emularlo?

5. Muchas son las imágenes semejantes de la divina sabiduría; no obstante, no recordaré más que una, y la expondré brevemente: la desgracia que cayó sobre los habitantes de Sodoma (cf. Gn 19,1-25) fue, para ellos, un castigo por sus pecados y una enseñanza para los que de ella tuvieron noticia (cf. Jds 7; 2Pe 2,6).

XLIV
El castigo de Sodoma

1. Los sodomitas, dejándose llevar hacia la lujuria por multitud de placeres, cometieron impunemente actos de adulterio y practicaron apasionadamente la pederastia, fueron vistos por el Verbo que todo lo ve (cf. Est 5,1), al que no le pasan inadvertidos quienes cometen actos impíos: este atento centinela de la humanidad no descansó en la desvergüenza de aquellos habitantes (cf. Sal 120,4).

2. Apartándonos de la imitación de aquéllos, guiándonos, como un verdadero pedagogo, hacia su propia continencia, infligió un castigo a esos pecadores para evitar que se creciesen con la impunidad de su desorden, decretó que Sodoma fuera pasto de las llamas (cf. Gn 19,1-25), vertiendo un poco de aquel prudente fuego sobre el desenfreno, para evitar que su libertinaje impune abriese sus puertas de para en par a los que se dejan llevar por la voluptuosidad.

3. De modo que el justo castigo de los habitantes de Sodoma no es más que una imagen aleccionadora de salvación para los hombres. Porque los que no cometen pecados semejantes a los que fueron castigados, jamás sufrirán el mismo castigo que ellos, al verse preservados de pecar en virtud de aquel castigo.

4. Dice Judas: "Quiero que sepan que Dios, tras salvar, la primera vez, a su pueblo de manos de Egipto, destruyó la segunda vez a los que no creyeron, y que a los ángeles que no conservaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los tiene reservados, como con cadenas eternas, para el juicio del gran día, bajo el tenebroso poder de los ángeles feroces" (Jds 5-6).

XLV
El Verbo nos ayuda a ayuda a no pecar

1. Y poco después muestra, de forma didácticamente eficaz, las imágenes de los que son juzgados: "Ay de ellos, porque anduvieron por el camino de Caín, se extraviaron en el error de Balaam y perecieron en la rebelión de Coré" (Jds 11). En efecto, el temor preserva a quienes no pueden mantener la dignidad de la adopción filial, para que no procedan arrogantemente. De ahí, los castigos y las amenazas: para que, temiendo tales castigos, nos apartemos del pecado.

2. Puedo describirte castigos motivados por amor a los adornos, sanciones engendradas por la vanagloria, no sólo por la lujuria, y además, las maldiciones contra el afán de riquezas, con las maldiciones que el Verbo, mediante el temor, impide el pecado (cf. Mt 19,23; Lc 6,24). No obstante, a causa de la extensión de mi disertación, te expondré otros preceptos del Pedagogo para que te guardes de sus amenazas.

XLVI
Condiciones que deben regir el uso de los baños

1. Cuatro son los motivos para tomar el baño: higiene, calor, salud o placer. En verdad, no debe uno bañarse por placer, porque debe excluirse totalmente el placer vergonzoso. Las mujeres pueden tomarlo por razones de limpieza y de salud; los hombres, en cambio, sólo por motivos de salud.

2. Resulta superfluo el baño para calentarse, cuando son posibles otros procedimientos para reanimar el organismo agarrotado por el frío. El uso frecuente del baño debilita el vigor, relaja la tensión física y, la mayoría de las veces, lleva a la debilidad y al desmayo.

3. Porque, en cierto modo, los cuerpos, al igual que los árboles, no beben sólo por la boca, sino que, durante el baño, beben por todo el cuerpo, según se dice, por la apertura de los poros. He aquí una prueba de ello: los sedientos sienten, a menudo, calmada su sed después de sumergirse en el agua.

4. Ahora bien, si el baño comporta alguna utilidad, no debemos permitir que nos esclavice. Los antiguos llamaban a los baños talleres de lavandería de los hombres, ya que, más rápidamente de lo que conviene, arrugan el cuerpo y lo envejecen por cocción, como sucede con el hierro, puesto que la carne se reblandece por el calor. De ahí que necesitemos, como el hierro, ser sumergidos y templados en el agua fría.

XLVII
El Verbo debe lavar nuestras almas

1. Ciertamente, no debe uno bañarse en todo momento, sino que debemos rehusar el baño cuando se tiene el estómago vacío, o excesivamente lleno; además, hay que tener en cuenta la edad del cuerpo y la estación del año, porque no siempre, ni a todos aprovecha el baño, según afirman los sabios que entienden de eso.

2. Para nosotros basta la justa proporción, a la que, en todas las circunstancias de nuestra vida, apelamos como auxiliadora. En efecto, no debemos pasar tanto tiempo en el baño que necesitemos de un guía; ni tampoco debemos bañarnos tan continua y frecuentemente a lo largo del día, como frecuentamos el ágora (lit. la plaza).

3. Consentir en hacerse verter agua por muchos esclavos es signo de orgullo frente al prójimo, y es propio de quienes pretenden ser superiores por el lujo, y no quieren comprender que el baño debe ser común e igual para todos los que se bañan.

4. Es necesario, de manera muy especial, lavar el alma con el Verbo purificador y, a veces, el cuerpo, ya sea de la suciedad que se le adhiere, ya sea para relajarlo de las fatigas. Dice el Señor: "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! Porque sois semejantes a sepulcros blanqueados; por fuera parece un sepulcro hermoso, pero por dentro está repleto de huesos de cadáveres y de toda inmundicia" (Mt 23,27).

XLVIII
El baño que lava las impurezas del alma

1. De nuevo, a los fariseos les dice Jesús: "¡Ay de vosotros, que purificáis el exterior del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de suciedad! Limpia primero el interior del vaso, para que lo de fuera también esté limpio" (Mt 23,25-26).

2. El mejor baño, en definitiva, limpia las impurezas del alma: es un baño espiritual, del cual, precisamente, la profecía dice: "El Señor lavará la suciedad de los hijos y de las hijas de Israel, y los purificará de la sangre que hay en medio de ellos" (Is 4,4), la sangre de la iniquidad (cf. 1Pe 1,18-19) y la de matanza de los profetas (cf. Mt 23,37; Lc 13,34).

3. El Verbo añade la forma en que se va a realizar dicha purificación diciendo: "Con espíritu de juicio y con espíritu de fuego" (Is 4,4). En cambio, el baño del cuerpo, el que lava la carne, se realiza sólo con agua, como ocurre las más de las veces en el campo, donde no hay establecimientos de baños.

XLIX
También pueden permitirse los ejercicios gimnásticos

1. A los adolescentes les basta el gimnasio, aunque haya en el lugar un baño; y en efecto, no hay inconveniente en que estos ejercicios gimnásticos sean permitidos a los varones y que los consideren del todo preferibles a los baños, porque en los jóvenes contribuyen a la salud y estimulan su celo y su emulación para cuidar, no solamente del vigor físico, sino también del valor del alma. Y esto es agradable y no es nocivo, si se hace sin distraernos de las realidades superiores.

2. Las mujeres no deben ser excluidas de los ejercicios corporales fatigosos, pero no se las debe incitar a la lucha y a la carrera, sino a que se ejerciten en los trabajos de hilar y tejer, y en ayudar a la cocinera si fuese necesario.

3. Las mujeres deben sacar de la despensa, con sus propias manos lo que necesitamos, y no es deshonroso para ellas dedicarse a la molienda. Y ocuparse de la comida, para complacer al marido, tampoco desdice de una esposa que es su colaboradora y señora de la casa (cf. Gn 2,18).

4. Si sacude con brío el colchón por sí misma, ofrece bebida a su esposo sediento y le sirve la comida, hará sin duda el ejercicio más honorable y provechoso para una buena salud.

5. El Pedagogo se complace en una mujer así, que "extiende sus brazos hacia cosas útiles, aplica sus manos al huso; abre sus manos al desvalido y tiende sus brazos al pobre" (Prov 31,19-20); ésta mujer, emulando a Sara, no se avergüenza del más hermoso de los servicios: socorrer a los viajeros. A Sara le dijo Abraham: "Apresúrate y amasa tres medidas de flor de harina y cuece en el rescoldo unos panes" (Gn 18,6).

6. "Raquel, hija de Labán (dice la Escritura), venía con el ganado de su padre. Y esto no es todo: para enseñarnos la modestia, agrega: "Porque apacentaba ella misma el ganado de su padre" (Gn 29,9).

D
La importancia del trabajo

L
La necesidad de trabajar

1. Son innumerables los ejemplos de frugalidad y de trabajo personal que ofrecen las Escrituras (cf. Gn 1,28; Hch 18,3; 1Ts 2,8), y también ejemplos de ejercicios gimnásticos. En cuanto a los hombres, que algunos se ejerciten desnudos en la lucha; que otros jueguen con una pequeña pelota a la phaininda (juego de pelota), preferentemente al sol; otros que se conformen con un paseo, caminando por el campo o yendo a la ciudad.

2. Y si quieren, que echen mano a la azada: esta no es una ocupación vil que procure una ganancia accesoria por un ejercicio propio de campesinos. Pero por poco me olvido de aquel célebre Pitaco, rey de Mitilene, que practicaba un vigoroso ejercicio aplicándose al molino. Es bueno sacar el agua por sí mismo, y cortar la leña que se va a necesitar.

3. "Jacob apacentaba el resto del ganado de Labán" (Gn 30,36), y tenía como símbolo regio un "bastón de estoraque" (Gn 30,37), porque intentaba perfeccionar la naturaleza por medio del leño. Para muchos, la lectura en voz alta es también un buen ejercicio.

LI
La mesura en todas las actividades

1. En cuanto a la lucha atlética (que hemos admitido) no se practique por una vana emulación, sino para la secreción de los sudores viriles. No debe buscarse lo que mira al artificio y a la exhibición, sino al ejercicio de la lucha a pie, con movimiento de cuello, manos y caderas. Porque tal ejercicio, realizado con decoroso esfuerzo, es más elegante y viril, ya que se ordena a la adquisición de un vigor útil y conveniente; pero aquellos otros ejercicios gimnásticos denuncian una actitud impropia de hombres libres.

2. Hay que actuar en todo con mesura. Porque, así como es excelente hacer ejercicio físico antes de la comida, realizar un esfuerzo excesivo es muy malo, extenuante y dañino para la salud. En conclusión, no conviene estar completamente inactivo ni excesivamente ocupado.

3. Así como dijimos antes, a propósito de la comida (cf. III, XXVII, 1), es necesario que en todo y por doquiera no vivamos para el placer, ni llevemos una forma de vida intemperante; ni tampoco la contraria, es decir, de excesivo rigorismo; sino la de en medio: la que sea moderada y templada, alejada por igual de ambos extremos viciosos, de la intemperancia y del rigor.

LII
La mejor pesca

1. Así, entonces, como antes hemos dicho (cf. III, XLIX, 3-6), hacer cosas por sí mismo es un ejercicio gimnástico sencillo: por ejemplo, calzarse, lavarse los pies, incluso friccionarse después de haberse untado con aceite; corresponder con el mismo servicio a quien nos ha dado masajes es un ejercicio de justicia conmutativa, como lo es también pasar la noche con un amigo enfermo, prestar ayuda al inválido y asistir al necesitado de comida.

2. "Abraham (dice la Escritura) ofreció a los tres comida bajo el árbol, y estuvo con ellos mientras comían" (Gn 18,8). También la pesca es un ejercicio útil, como lo fue para Pedro (cf. Jn 21,3), si las ocupaciones necesarias, es decir el estudio que debemos practicar con la ayuda del Verbo, nos dejan tiempo para ella. Pero la mejor pesca es aquella con la que el Señor gratificó al discípulo, cuando le enseñó a pescar hombres (cf. Mt 4,19; Mc 1,17; Lc 5,10), como se pescan peces en el agua.

E
El buen decoro en la vida

LIII
Practicar una conducta ejemplar

1. Así, por tanto, no debe prohibirse por completo llevar adornos de oro, y usar vestidos muy delicados, pero sí deben moderarse los deseos irracionales, no sea que, arrastrados por un gran relajamiento, y haciéndonos perder el equilibrio, nos arrojemos a la voluptuosidad.

2. Porque cuando la sensualidad llega hasta la saciedad, es capaz de brincar, de encabritarse y descabalgar al jinete, incluso al Pedagogo, que, desde hace tiempo, tirando de las riendas, guía y lleva a la salvación al caballo humano, es decir, la parte irracional del alma, que se transforma en bestia salvaje ante los placeres, ante los deseos censurables, ante las piedras preciosas, ante el oro, ante los coloreados vestidos y ante los demás objetos de lujo.

3. Tengamos sobre todo en la mente lo que se nos dice santamente: "Observen entre los gentiles una conducta ejemplar, a fin de que en aquello mismo en que los calumnian como malhechores, considerando sus buenas obras, glorifiquen a Dios" (1Pe 2,12).

4. El Pedagogo nos permite que usemos un vestido sencillo, de color blanco, como antes hemos dicho (cf. II, CVIII, 1-3), para que, familiarizándonos, no con artificiosos productos, sino con la naturaleza que nos ha engendrado, rechacemos todo lo que es engañoso y contradice la verdad, y adoptemos el estilo sencillo e inequívoco de la verdad.

5. Sófocles, censurando a un jovenzuelo licencioso, dice: "Te distingues por tu atuendo mujeril" (Sófocles, Fragmentos, 769). Es propio del sabio, como del soldado, del marino y del magistrado, un vestido sencillo, decoroso y limpio.

LIV
Un vestido sencillo y de un color único

1. En el mismo sentido, la ley de Moisés, en las prescripciones relativas a la lepra, rechaza por impuro lo que es abigarrado y policromo, semejante a las moteadas escamas de la serpiente (cf. Lv 13,12-17). En efecto, considera que es puro aquel que no va vestido con profusión de colores, sino que ha llegado a ser todo blanco, de pies a cabeza, a fin de que, en la transformación corporal a la espiritual, despojada la doblez y malas pasiones del corazón (dianoia), amemos el color único, sencillo e inequívoco de la verdad.

2. El gran Platón, imitador también en esto de Moisés, aprueba aquel tipo de tejido que es fruto del trabajo de una mujer prudente. Dice: "El color blanco va bien como signo de veneración, sobre todo en el vestido; las tinturas, en cambio, no convienen sino a los adornos destinados a la guerra" (Platón, Leyes, XII, 956a). El blanco es, por tanto, apropiado para los hombres pacíficos e iluminados (cf. Mc 9,3; Lc 9,29).

LV
La moderación rechaza lo superfluo

1. Así como los signos, que están en conexión con sus causas, revelan por su presencia, o mejor, demuestran la existencia de lo que produce el efecto (por ejemplo, el humo manifiesta la existencia del fuego, el buen color y el pulso regular, la salud), así también entre nosotros la vestidura blanca pone de manifiesto la índole de nuestras costumbres.

2. La castidad es pura y sencilla, porque la pureza es una virtud que dispone para un género de vida limpia, sin mezcla de torpeza; y la sencillez es una virtud que suprime lo superfluo.

3. Un vestido tosco, y sobre todo el de lana no cardada, protege el calor del cuerpo, un porque el vestido tenga el calor en sí mismo, sino porque bloquea el calor que tiende a salir del cuerpo, y le impide la salida; y si le llega algo de calor lo retiene, guardándolo dentro, y caldeado él, calienta a su vez al cuerpo; de ahí que sea muy conveniente usar este tipo de vestido, que es moderado, en invierno.

4. La moderación es un hábito que no gusta de lo superfluo; admite aquello que basta para llevar una vida conforme a la razón, sana y feliz.

LVI
El cristiano debe revestirse de Cristo Jesús

1. Que la mujer use también un vestido sencillo y digno, más delicado del que conviene al hombre, pero sin que le haga avergonzarse, ni esparza voluptuosidad por todas partes. Que los vestidos sean adecuados a la edad, a la profesión, a los lugares, a la manera de ser y a las ocupaciones.

2. El divino apóstol nos exhorta, con hermosas palabras: "Revestíos de Cristo Jesús, y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias" (Rm 13,14).

3. El Verbo nos prohíbe hacer violencia a la naturaleza horadando los lóbulos de las orejas. ¿Y por qué no también la nariz? Para que se cumpla así aquel dicho de la Escritura: "Como anillo de oro en hocico de un cerdo, así es la belleza de la mujer malvada" (Prov 11,22).

4. En resumen, si alguien cree realzarse adornándose con oro, vale menos que el oro; y quien es menos que el oro no es señor de él. ¿No es absurdo reconocerse a sí mismo menos bello y valioso que el polvo de oro de Lidia?

5. Así como el oro se ensucia por la inmundicia del cerdo, que con su hocico revuelve el barro, así las mujeres desvergonzadas, excitadas por lo superfluo a llevar una conducta licenciosa, envilecen la verdadera belleza en el fango de los placeres amorosos.

LVII
El valor de un casto amor conyugal

1. Permite nuestro Pedagogo, sin embargo, que las mujeres lleven un anillo de oro, no como adorno, sino para sellar los enseres domésticos que deben ser especialmente guardados (es decir, para el gobierno y custodia de la casa). Si todos nos dejásemos educar no habría necesidad de sellos, porque entonces esclavos y señores serían igualmente justos. Pero, como la falta de educación genera una gran inclinación hacia la injusticia, tenemos necesidad de sellos.

2. Pero hay circunstancias en las que es oportuno bajar el tono, porque a veces hay que ser comprensivos con las mujeres que no han sido favorecidas con un esposo moderado y se adornan para coquetear con su marido. Pero que se limiten al amor de su propio marido.

3. Yo, desde luego, no desearía que cultivasen la belleza corporal, sino que se ganasen a sus maridos por medio de un casto amor conyugal, que es un remedio eficaz y justo. Por lo demás, cuando ellos quieran ser malvados en el alma, hay que sugerirles a ellas, si desean ser castas, que calmen poco a poco las pasiones irracionales y los deseos animales de sus maridos.

4. Que les vayan conduciendo tranquilamente a la honestidad, acostumbrándoles poco a poco a la moderación. Porque la condición de honestidad no se adquiere por la sobrecarga de cosas, sino desprendiéndose de lo superfluo.

LVIII
La nobleza se encuentra en el alma

1. Como se cortan los extremos de las alas a los pájaros, hay que recortar a las mujeres las riquezas fastuosas, porque engendran en ellas inconstante vanidad y frívolos placeres, que las estimulan y a menudo les dan alas para volar lejos del matrimonio. Por eso es necesario retenerlas dentro de un orden y constreñirlas por una casta moderación, no sea que por su vanidad se desvíen de la verdad. Pero es conveniente que los maridos que confían en sus esposas, les confieran el gobierno del hogar, como a colaboradoras que han recibido para este oficio (cf. Gn 2,18).

2. Ahora bien, si por razones de seguridad hemos de sellar alguna cosa, sea por negocios en la ciudad o por otros trabajos en el campo, porque entonces estamos a menudo separados de nuestras mujeres, se nos permite el anillo también a nosotros, pero sólo para esto, como sello; los otros anillos están de más; porque, según la Escritura, "la educación es un adorno de oro para el hombre prudente" (Sb 21,21).

3. Me parece que las mujeres adornadas con oro temen que, si se les quitan los objetos de oro, alguien las tome por esclavas, por ir sin esos adornos. Pero la nobleza de la verdad, que se encuentra en la belleza del alma, discierne al esclavo, no por la compra o por la venta, sino por su carácter servil; y nosotros, que hemos sido hechos y educados por Dios, no debemos parecer libres, sino serlo.

LIX
Los anillos con figuras grabadas

1. Así, entonces, el permanecer quietos, el moverse, el caminar, el vestir; en una palabra, nuestra vida toda, debe ser en el más alto grado la que es propia de hombres libres. Los hombres no deben llevar su anillo en la articulación misma (esto es propio de la mujer), sino en el fondo del dedo meñique; de ese modo la mano estará lista para la acción, cuando la necesitemos; y así, el anillo no se caerá fácilmente, al quedar retenido por el nudo de la articulación mayor.

2. Que las figuras grabadas nuestros anillos sean la paloma (cf. Gn 8,8; Mt 3,16), el pez, la nave llevada por el viento, o la lira musical, como en el sello de Polícrates, o el ancla de un barco (cf. Hch 6,18-20; 1Pe 3,1-4), que llevaba grabada Seleuco; y si alguno es pescador recordará al apóstol (cf. Mt 4,19) y a los niños sacados del agua. Pero no debemos grabar imágenes de ídolos, a los que hemos renunciado a vincularnos; ni una espada o un arco, porque nosotros andamos en busca de la paz (cf. Sal 33,15; Hb 12,14; 1Pe 3,14); ni una copa, porque queremos ser sobrios.

LX
La barba

1. Muchos licenciosos han grabado a sus amantes o a sus prostitutas (hetairas), de suerte que no pueden olvidar, por más que quieran, las pasiones eróticas, por tener, por este continuo recuerdo de su desenfreno (cf. Prov 61,1-2).

2. Y he aquí mi opinión respecto al cabello: la cabeza de los hombres debe estar rapada, salvo si se tienen cabellos rizados; pero la barba debe ser espesa. Que los cabellos rizados no lleguen por debajo de la cabeza, asemejándose a los rizos femeninos, porque a varón los hombres les basta con ser barbudos (Homero, Odisea, IV, 456).

3. Aunque uno se rasure la barba, no está bien afeitársela del todo, porque es un espectáculo vergonzoso; y también es reprobable afeitarse la barba a ras de piel, por ser una acción semejante a la depilación y a hacerse imberbe.

4. Así, el salmista, deleitándose por la barba de su cara, exclama: "Como el aceite perfumado que desciende por la barba, la barba de Aarón" (Sal 132,2). Con la repetición de la palabra, exalta la excelencia de la barba, y llena de luz su rostro con el ungüento del Señor.

LXI
El aspecto externo

1. El corte de pelo debe hacerse no en aras de la belleza, sino por causa de las circunstancias; que se corten para que, cuando crezca, no descienda hasta impedir la vista. Así mismo, también conviene cortar los pelos sobre el labio superior, puesto que se ensucian al comer; y hay que hacerlo, no con navaja de afeitar (que es algo vulgar), sino con las tijeras de barbero; deben dejarse en paz los pelos de la barba del mentón, ya que, lejos de causar alguna molestia, contribuyen a dar al rostro un aire de gravedad y noble prestancia.

2. Para muchos, su aspecto externo, fácilmente reconocible, los aleja del pecado; en cambio, a quienes desean pecar abiertamente, les resulta muy agradable tener un aspecto que no llame la atención, ocultos en el cual, les es posible obrar mal sin ser conocidos, por ser semejantes a la mayoría, pueden pecar sin temor.

LXII
El cuidado de los cabellos

1. La cabeza rapada no sólo muestra al hombre austero, sino que hace al cráneo insensible, acostumbrándolo al frío y al calor; y evita las molestias de uno y otro, que afectan en cambio a una cabellera abundante, que los atrae cual esponja, introduciendo en la cabeza el constante efecto nocivo de la humedad.

2. A las mujeres les basta con suavizar sus cabellos y recogerlos sencillamente con un broche sin adorno junto al cuello, y así dejan crecer con un cuidado sencillo sus castos cabellos, hasta alcanzar una belleza natural.

3. Al contrario, trenzar los cabellos como hacen las hetairas y atarlos con sus trenzas, además de mostrar la corrupción de esas mujeres, los cortan, porque se los arrancan con complicadas trenzas; razón por la que no se atreven a poner las manos en sus cabezas por miedo a despeinar su tocado. Además, duermen sobresaltadas por temor a deshacer, en un momento de descuido, la forma de sus trenzas.

LXIII
Pelucas y tintes

1. Debe desecharse totalmente el uso de cabellos postizos y pelucas, porque es francamente impío colocar en la cabeza cabellos de otro, revistiendo así el cráneo con trenzas de muertos. En efecto, ¿a quién impondrá su mano el presbítero? ¿A quién bendecirá? No, desde luego, a la mujer así adornada, sino a los cabellos ajenos y, a través de ellos, a la cabeza de otra.

2. Y si "el varón es cabeza de la mujer, y Cristo es cabeza del varón" (1Cor 11,3), ¿cómo no será una acción impía que éstas cometan un doble pecado? Puesto que engañan a los otros, a sus maridos, con su falsa cabellera, y afrentan al Señor, en cuanto está de su mano, al acicalarse como hetairas simulando la verdad y ultrajando la cabeza, que es realmente hermosa.

3. Tampoco deben teñirse los cabellos, ni cambiar el color de las canas, de la misma manera que tampoco está permitido teñir el vestido. Y sobre todo, no debe ocultarse la edad senil, que inspira veneración y confianza, sino que debe mostrarse a plena luz este don valioso de Dios, para que sea venerado por los jóvenes.

4. Además, en ocasiones, la aparición de un hombre canoso que se presenta como pedagogo convierte al instante a los desvergonzados a la templanza, y con el fulgor de su mirada paraliza el ardor juvenil de las pasiones.

LXIV
El ser humano es imagen del Verbo

1. Las mujeres no deben maquillar su rostro con las sutilezas de un artificio malvado. Propongámosles una cosmética basada en la moderación. Como hemos venido diciendo a menudo (cf. II, CXXI, 2; III, IV, 1; XX, 6), la mejor belleza es la del alma, cuando está adornada del Espíritu Santo que le infunde sus luminosos dones: justicia, prudencia, fortaleza, templanza, amor al bien y pudor; jamás se ha visto una flor con tan bellos colores.

2. También recomendamos el cuidado de la belleza corporal, basada en "la simetría de los miembros, la proporción y el color" (Filón de Alejandría, Cuestiones del Génesis, IV, XCIX, 323; Vida de Moisés, VI, 54). El cuidado de la salud tiene aquí su sitio; por el cual se produce el paso de la imagen falsa a la verdadera, según la forma que nos ha sido dada por Dios. La sobriedad en la bebida y el equilibrio de los alimentos contribuyen en gran medida a la belleza natural, ya que no sólo proporcionan la salud al cuerpo, sino que hacen que su belleza resplandezca.

3. En efecto, el calor da al cuerpo una tez viva y brillante; la humedad, clara y graciosa; la sequedad, vigor y robustez; y el aire le da buena respiración y el equilibrio. De todas estas cosas se adorna esta armoniosa y bella imagen del Verbo. La belleza es la noble flor de la salud; ésta opera dentro del cuerpo, y aquélla, brotando como una flor fuera de él, la muestra abiertamente en una hermosa tez.

LXV
Utilidad de las actividades corporales

1. Los ejercicios corporales moderados constituyen el modo más bello e higiénico de producir la auténtica y duradera belleza, ya que el calor atrae hacia sí a toda la humedad y la respiración atrae hacia sí el frío. El calor, efectivamente, producido por el movimiento atrae hacia sí, una vez recalentado, el excedente de la alimentación, y lo hace vapor poco a poco a través de la carne misma, gracias a cierta cantidad de humedad, pero con mucho más calor.

2. Por esa razón, es evacuado el primer alimento que se toma.; y si el cuerpo está inmóvil, los alimentos ingeridos no son asimilados, sino eliminados, como cuando se saca el pan de un horno frío, sale o todo entero o queda sólo lo del fondo.

3. Es natural que los que ingieren mucho alimento sin asimilarlo tengan en sus evacuaciones un exceso de orina y excrementos, como asimismo de otros residuos, y, además, sudor; porque el alimento no es asimilado por el cuerpo, sino que es expulsado como las cosas superfluas.

LXVI
Se debe preferir el arte del Creador

1. A partir de aquí se desencadenan los impulsos lascivos, cuando el excedente de los humores fluye hacia los órganos genitales. Por esto, con movimientos moderados deben disolverse estos excedentes y canalizarlos hacia la digestión, merced a la cual la belleza física adquiere el color sonrosado.

2. Resulta absurdo, ciertamente, que las que han sido creadas "a imagen y semejanza de Dios" (Gn 1,26), utilicen, como si quisieran ultrajar a su arquetipo, un arte de embellecerse extraño, y prefieran el mal arte humano al arte creador divino.

3. El Pedagogo las exhorta a que avancen "con un vestido decente, y que se adornen con el pudor y la modestia" (1Tm 2,9); "sometiéndose a sus propios maridos, a fin de que, si algunos de ellos no obedece al Verbo, sin palabras sean aventajados por el comportamiento de sus mujeres, al ver (prosigue) su santa forma de vivir en el Verbo. Su adorno ha de ser, no el exterior, con trenzas de cabellos y aderezos de oro o gala de vestidos, sino el hombre escondido en el corazón, ataviado con la incorruptibilidad de un espíritu apacible y sosegado, que es precioso a los ojos de Dios" (1Pe 3,1-4).

LXVII
El trabajo de la mujer

1. Por otra parte, el trabajo personal reporta a la mujer, de forma especial, la belleza auténtica; ejercitando su propio cuerpo y adornándolo por sí misma, sin añadir adorno alguno fruto del esfuerzo ajeno, que no adorna, vulgar y propio de una hetaira, sino el que es propio de una mujer prudente, elaborado y tejido con sus propias manos (cf. Prov 31,13), sobre todo cuando está necesitada. Es preciso que las mujeres que viven según Dios, se muestren adornadas no con objetos adquiridos en el mercado, sino confeccionados en su propio hogar.

2. El mejor trabajo es que la mujer hogareña se vista a sí misma y a su marido con adornos confeccionados por ella misma (cf. Prov 31,21-22), motivo de gozo para todos: los hijos, de su madre; el esposo, de su mujer; ésta, de todos ellos; y todos, en definitiva, de Dios (cf Prov 31,28).

3. En una palabra, "tesoro de virtud es la mujer fuerte" (Alejandro el Cómico, Fragmentos, 5), que "no come ociosa el pan" (Prov 31,27), y en su boca están los preceptos sobre la limosna; la que "abre su boca con sabiduría y discreción" (Prov 31,25), "y cuyos hijos la proclamaron dichosa, como dice el santo Verbo por boca de Salomón, y su marido la colmó de alabanzas" (Prov 31,28); "porque la mujer piadosa es bendecida, y ella misma alaba el temor de Dios" (Prov 31,30). Y de nuevo: "Una mujer fuerte es la corona de su marido" (Prov 12,4).

LXVIII
Las ataduras de la castidad

1. Deben cuidarse, lo mejor posible, los gestos, las miradas, la forma de caminar y la voz. No como algunas que, imitando a los comediantes y conservando los ademanes afeminados de los bailarines, para hacerse notar en las reuniones adoptando un cierto aire afeminado, con pasos voluptuosos, con voz afectada, con mirada lánguida, preparadas para ser cebo del placer.

2. "De los labios de una mujer disoluta destila miel, que, con su grácil hablar, unge tu garganta; pero, a la postre, la encontrarás más amarga que la hiel y más hiriente que una espada de doble filo. En efecto, los pies de la insensata conducen, tras la muerte, al Hades a quienes la frecuentan" (Prov 5,3-5).

3. Por ejemplo, la prostituta venció al noble Sansón (cf. Jc 14,15. 17); y otra mujer acabó con su fuerza (cf. Jc 16,17-19). En cambio, ninguna mujer logró engañar a José, sino que la prostituta egipcia fue vencida (cf. Gn 39,7-30); y así las ataduras de la castidad se manifiestan superiores al poder sin trabas.

LXIX
Cuidar las miradas

1. Esto está muy bien expresado en aquel pasaje: "Yo no sé en absoluto murmurar ni, girando el cuello, hasta casi romperlo, andar un paso, como muchos otros invertidos que veo por aquí, en la ciudad, untados de pez para ser depilados" (Anónimo, Fragmentos, 339).

2. Los ademanes afeminados, delicados y voluptuosos deben eliminarse del todo. La languidez del movimiento en el andar, y el "lento caminar", como dice Anacreonte (Anacreonte, Fragmentos, 168), es, sin duda, propio de las hetairas; al menos ésta es mi opinión. Un comediógrafo dice: "Ya es hora de rechazar los pasos de las prostitutas y la vida fácil" (Anónimo, Fragmentos, 168).

3. "Los pasos de las prostitutas no se apoyan en la verdad, porque no se dirigen por los caminos de la vida; sus senderos son resbaladizos, difíciles de reconocer" (Prov 5,5-6). De manera muy especial hay que guardar la vista, porque es mejor resbalar con los pies que con la mirada.

LXX
La buena y la mala mirada

1. En efecto, el Señor, en un abrir y cerrar de ojos, cura esta enfermedad cuando dice: "Si tu ojo te escandaliza, arráncalo" (Mt 5,29; 18,9; Mc 9,47), extirpando la concupiscencia desde sus raíces. Las miradas lascivas y el guiñar el ojo, es decir, el parpadeo, no es sino fornicar con los ojos (cf. Mt 5,28), porque el deseo lanza desde lejos, a través de ellos, sus ataques. Porque, antes que cualquier parte del cuerpo, se corrompen los ojos.

2. "El ojo que contempla cosas hermosas alegra el corazón" (Prov 15,30), es decir, que alegra el corazón del que ha aprendido a mirar honestamente, pero "el que hace guiños maliciosamente con los ojos acumula desgracias para los hombres" (Prov 10,10).

3. Así representan al afeminado Sardanápalo, rey de los asirios, que, sentado con los pies en alto sobre su lecho, cardaba la púrpura y ponía sus ojos en blanco.

4. Las mujeres que así se comportan se prostituyen con sus propios ojos. Porque, como dice la Escritura, "el ojo es la lámpara del cuerpo" (Mt 6,22; cf. Lc 11,34), y por él se muestra lo interior, iluminado por la luz visible. "La deshonestidad (porneia) de la mujer se pone de manifiesto en la altivez de sus ojos" (Sb 26,9).

LXXI
La mujer insensata

1. "Mortificad, por tanto, sus miembros terrenales: la fornicación, la impureza, la pasión, el mal deseo y la codicia, que es una idolatría, acciones por las cuales se desata la ira de Dios" Col 3,5-6), exclama el apóstol; pero nosotros atizamos nuestras pasiones y no sentimos vergüenza.

2. Algunas de estas mujeres "mascando goma" (Anónimo, Fragmentos, 338), yendo de un lado para otro, haciendo muecas a los que se cruzan con ellas; otras, como si no tuviesen dedos, se rascan vanidosamente la cabeza con las horquillas que llevan consigo, y se las procuran de caparazón de tortuga o de marfil, o de algún otro animal muerto.

3. Otras, como si tuviesen eczemas, para complacer a los mirones, embadurnan su cara con ungüentos de vivos colores.

4. Por boca de Salomón, la Escritura denomina a este tipo de mujer "insensata, descarada, sin vergüenza, que se sienta a la puerta de su casa en una silla, llamando descaradamente a los viandantes, a los que siguen recto su camino", diciéndoles claramente con su actitud y con su vida toda: "¿Quién es el más necio de ustedes? Que venga a mí" (Prov 9,16-17). Y a los insensatos los exhorta diciendo: "Tomen con placer el pan escondido, y el agua dulce robada" (Prov 9,13-15); "el agua robada se refiere a Afrodita" (Píndaro, Fragmentos, 217).

LXXII
Dios humillará a las hijas de Sión

1. Apoyándose en este texto, el beocio Píndaro habla de lo "dulce que es la furtiva solicitud por Afrodita" (Píndaro, Fragmentos, 217). "Pero el infeliz no sabe que los hijos de la tierra perecerán por Afrodita, y que él la encontrará en lo profundo del Hades. Pero, ¡huye! (dice el Pedagogo), no detengas en ella tu mirada, así podrás atravesar el agua ajena y vadear el Aqueronte" (Prov 9,18).

2. Por eso el Señor, por boca de Isaías, dice: "Por cuanto las hijas de Sión caminan con la cabeza erguida, guiñando los ojos, arrastrando sus mantos al caminar y jugando con sus pies, Dios humillará a las hijas de Sión y denunciará su condición" (Is 3,16-17), su vergonzosa condición.

LXXIII
Conducta que deben tener las señoras

1. A mi parecer las sirvientas, que van a la izquierda de sus señoras o que las siguen, no deben hablar desvergonzadamente ni hacer obscenidades, sino que deben ser corregidas por sus señoras. El cómico Filemón dice en tono de fuerte reproche:

2. "Al salir veo detrás de una mujer libre, a una hermosa esclava que la acompaña, y que uno la sigue desde el Plateico, guiñándole el ojo" (Filemón, Fragmentos, 124).

3. La desvergüenza de la esclava se vuelve, efectivamente, contra su señora, porque da pie a quien se atreve a lo menos a no tener miedo de mayores empresas, poniendo en evidencia la señora, ya que, al consentir las cosas torpes, pone de manifiesto que no las desaprueba. Ciertamente, no irritarse con los licenciosos es indicio inequívoco de una mente que tiende a una conducta semejante. Como dice el proverbio, "tal la señora, tales sus perros" (Epicarmo, Fragmentos, 168).

4. También debemos desterrar el andar trepidante, y preferir la dignidad y la serenidad, no el paso lento en exceso; ni el contonearse por las calles, ni el mirar para atrás buscando con la mirada a ver si nos miran, como si entrásemos en escena solemnemente y fuésemos señalados con el dedo.

5. Tampoco debe uno dejarse llevar por sus criados cuesta arriba, como vemos hacer a los más sensuales, a pesar de que parecen fuertes, si bien, en realidad, están dominados por la debilidad de su alma. El hombre noble no debe mostrar en su rostro ningún signo evidente de molicie, ni tampoco en ninguna otra parte de su cuerpo.

LXXIV
Cómo deben comportarse los jóvenes

1. Así por tanto, que ni en los movimientos, ni en la forma de comportarse se encuentre jamás la vergüenza del afeminamiento. Ni tampoco el hombre con salud debe servirse de los esclavos como si fuesen bestias de carga.

2. Porque, así como a ellos se les manda "que se sometan respetuosamente a sus amos, no sólo a los buenos y afables, sino también a los de carácter áspero", dice Pedro (1Pe 2,18); así, la equidad, la magnanimidad y la benignidad convienen a los amos. "En definitiva (dice), tengan todos un mismo sentir, sean compasivos, amantes de sus hermanos, misericordiosos, humildes, para que hereden la bendición" (1Pe 3,8-9).

3. Me parece hermosa y amable la imagen que Zenón de Citio esboza del joven; lo describe así: "Que su rostro, dice, esté limpio, que sus cejas no estén caídas, que su mirada no sea descarada ni lánguida, que no eche su cuello hacia detrás, ni estén flojos los miembros de su cuerpo, sino erguidos y tensos, que sea agudo para el discurso recto, que retenga lo que se ha dicho correctamente, y que sus gestos y movimientos no den esperanza alguna a los libidinosos".

4. "Resplandezcan en él el pudor y la virilidad; como dando rodeos que se aleje de las perfumerías, de los talleres de los orfebres, de los vendedores de lana y de los demás talleres, en donde algunos, acicalados cual cortesanas, pasan el día, como las mujeres que esperan sentadas en el burdel" (Zeón, Fragmentos, 246),

LXXV
Peligros de la ociosidad

1. Así, entonces, que los hombres no pierdan el tiempo charlando frívolamente en las barberías y tabernas y que acaben, de una vez, de ir a la caza de las mujeres que pasan; además, no cesan de hablar mal de todo el mundo con el fin de provocar la risa.

2. También debe prohibirse el juego de dados y el afán de ganar con dinero con el juego de las tabas (astragalos), que les gusta practicar. Tales son las cosas que una vida disipada inventa para quienes están ociosos. Porque el ocio es su principal causa. Y es que hay quien se enamora de vanidades ajenas a la verdad, por no ser capaz de recrearse sin daño para él; la forma de vida es fiel reflejo del pensamiento de cada hombre.

3. Pero, como es natural, sólo el trato con hombres buenos es provechoso. Por el contrario, el trato con los hombres malvados es una acción grosera; por eso el sapientísimo Pedagogo, por boca de Moisés, prohibió al antiguo pueblo comer carne de cerdo (cf. Lv 11,7; Dt 14,8), mostrando con ello que los que invocan a Dios no deben tener tratos con los hombres impuros que, cual cerdos, se regocijan con los placeres del cuerpo, con alimentos fangosos y con el ardiente deseo de gozar de los funestos placeres de Afrodita.

4. Pero dice también que no puede comerse "el milano, ni el buitre de veloces alas, ni el águila" (Lv 11,14; Dt 14,12-13), dando a entender que no nos acerquemos a quienes se ganan la vida por medio de la rapiña. Y también las otras cosas a las que se refiere alegóricamente en el mismo sentido.

LXXVI
La rumia espiritual

1. Por tanto, ¿con quiénes debemos convivir? Con los justos, insiste de nuevo alegóricamente. Porque todo animal "que tiene la pezuña partida en dos y que rumia" (Lv 11,3; Dt 14,6) es puro. Puesto que la pezuña partida simboliza el equilibrio de la justicia, que rumia el alimento propio de la justicia, es decir, el Verbo, que entra en nosotros desde fuera, por medio de la catequesis, y que es rumiado en una meditación racional como el alimento del estómago.

2. El justo, con el Verbo en su boca, rumia el alimento espiritual, y la justicia tiene, con razón, pezuña partida porque nos santifica aquí, en esta vida, y nos lleva a la futura.

3. El Pedagogo, ciertamente, no nos llevará a los espectáculos. No sin razón alguien podría llamar a los estadios y a los teatros "cátedra de pestilencia" (Sal 1,1). En efecto, hay un concilio (llit. asamblea) que trama el mal contra el Justo, razón por la cual es maldita esta asamblea que lo condena (cf. Hch 3,14).

4. Ese tipo de reuniones rebosan mucho desorden e iniquidad, y los pretextos de las reuniones son la causa del desorden, por reunirse, indistintamente, hombres y mujeres, con el único objeto de mirarse mutuamente.

LXXVII
Peligros del teatro y del juego

1. Así esa reunión está llena de frivolidad. En efecto, los apetitos se inflaman con el deseo de la mirada, y los ojos, habituados a mirar con descaro al prójimo por estar ocioso, encienden los deseos eróticos.

2. Por lo tanto, deben suprimirse los espectáculos y las audiciones, por estar repletos de bufonería y de charlatanería. ¿Qué acción torpe no se muestra en los teatros? ¿Qué desvergonzadas palabras no pronuncian los bufones? Quienes disfrutan con los vicios de aquellos, es evidente que, cuando están en sus casas, los imitan abiertamente; y, al contrario, quienes no se dejan seducir y son insensibles a ellos, no podrán deslizarse jamás hacia los fáciles placeres.

3. Pero, si alegan que toman los espectáculos como un juego, a modo de pasatiempo, yo afirmo que no son sabias aquellas ciudades que centran su preocupación en el juego.

4. No, ya no es un juego el despiadado afán de vanagloria, que llega al extremo de la muerte, ni tampoco las cosas fútiles, las ostentaciones sin sentido y cuantiosos dispendios; ni las discordias que con este motivo se originan; no, no son un juego.

LXXVIII
La fe y el amor

1. La indolencia jamás debe comprarse con futilidades, porque el que sea razonable no preferirá jamás lo placentero antes que el bien. Pero, se dice, no todos filosofamos. Ahora bien, ¿no vamos todos hacia la vida? ¿Qué dices tú? ¿Cómo es que has llegado a creer? ¿Cómo es que amas a Dios y a tu prójimo si no filosofas? ¿Cómo te amas a ti mismo, si no amas la vida? (cf. Mt 22,37-39).

2. No aprendí las letras, dice. Pero, si no aprendiste a leer, no puedes excusarte de escuchar, alegando que no se te ha enseñado (cf. Rm 1,20). La fe, sin duda, no es propiedad de los sabios según el mundo, sino de los que son sabios según Dios (cf. 1Cor 1,26-27). (La fe) se aprende incluso sin letras; su libro, popular al mismo tiempo que divino, recibe el nombre de caridad: es una obra espiritual.

3. Podemos escuchar la divina sabiduría y practicarla, pero también podemos vivir como ciudadanos; y no se nos prohíbe dirigir los asuntos del mundo ordenadamente, según Dios.

4. Que el vendedor o el comprador no ponga nunca dos precios, según venda o compre, sino que ponga sencillamente uno solo, y se esfuerce en decir la verdad; porque, aunque no consiga obtener su precio, conseguirá al menos la verdad, y se enriquecerá por su recta conducta.

LXXIX
Participar en la asamblea cristiana con sinceridad

1. ¡Quede suprimido el elogio y el juramento acerca de los artículos que se venden, quede también suprimido el juramento para lo demás! Así deben negociar sabiamente los comerciantes del ágora y los mercaderes al por menor: "No tomarás en vano el nombre del Señor, porque el Señor no juzgará inocente a quien tome en vano su nombre" (Ex 20,7).

2. Y a los que obran contra este precepto: a los avaros, a los mentirosos, a los hipócritas, a los que comercian con la verdad, el Señor los expulsó de la casa de su Padre, porque no quería que la santa mansión de Dios fuese casa de comercio fraudulento, de discusiones o de posesiones materiales (cf. Mt 21,12-13; Mc 11,15-17; Lc 19,45-46; Jn 2,14-16).

3. La mujer y el varón deben ir decentemente vestidos a la iglesia (ekklesía), con paso sencillo, con recogimiento, llenos de "sincera caridad" (Rm 12,9; 2Cor 6,6), puros de cuerpo, puros de corazón, dispuestos a orar a Dios (cf. Mt 5,8).

4. Que la mujer, además, observe esto: vaya siempre cubierta, excepto cuando está en casa; así, cubierta su figura se torna respetable e inaccesible a las miradas ajenas. Con el pudor y el velo ante sus ojos no se extraviará jamás, ni incitará a otro a caer en el pecado, por descubrir su rostro. Esto es, en efecto, lo que quiere el Verbo, porque conviene a la mujer orar cubierta (cf. 1Cor 11,5-6).

5. Se dice que la mujer de Eneas, por su gran modestia, no se descubrió, ni siquiera cuando fue presa del miedo en la toma de Troya, sino que, mientras huía del incendio, permaneció cubierta (cf. Virgilio, Eneida, II, 736).

LXXX
El cristiano debe llevar una vida coherente

1. Sería necesario que los iniciados en Cristo se mostrasen y se comportasen, a lo largo de toda su vida, con la gravedad con que se comportan en las asambleas, y que fueran (no sólo parecieran) así de modestos, piadosos y amables.

2. Pero el caso es que, no sé cómo, cambian sus actitudes y su conducta según los lugares, como los pulpos que, según dicen, asimilándose a las rocas en las que están, cambian también el color de su piel.

3. Así, al salir de la reunión, abandonando la religiosidad que allí tenían, se asemejan a la multitud con la que conviven. Es más, desprendiéndose de la falsa e hipócrita modestia, quedan al descubierto tal como son en realidad.

4. Y después de haber escuchado con veneración hablar de Dios, abandonan la palabra allí mismo donde la oyeron y, una vez fuera, andan de acá para allá con los ateos, y se deleitan con los sonidos de los instrumentos de cuerda y los acordes de música erótica; con los aires de la flauta, con los golpes rítmicos de la danza, con la embriaguez y con cualquier agitación popular. Esto cantan y responden quienes primero celebraban la inmortalidad, y ahora acaban, los desgraciados, cantando malamente aquella depravada palinodia: "Comamos y bebamos que mañana moriremos" (1Cor 15,32; cf. Is 22,13).

LXXXI
El ósculo santo

1. Pero éstos morirán, no mañana, ciertamente, sino que ya han muerto para Dios (cf. 1Cor 11,30); ellos sepultan a sus muertos (cf. Mt 8,22; Lc 9,60); es decir, se sepultan a sí mismos en la muerte. El apóstol los combate con singular dureza: "No se engañen; ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los calumniadores", y todos los otros que añade a éstos, "heredarán el reino de Dios" (1Cor 6,9-10).

2. Si hemos sido llamados al reino de Dios, debemos comportarnos como exige este reino (cf. Flp 1,27; 1Ts 2,12): amando a Dios y al prójimo (cf. Mt 22,37-39 y paralelos). El amor no consiste en el beso, sino por la benevolencia. En efecto, hay quienes hacen resonar las iglesias con sus besos, sin tener el amor dentro de sí mismos.

3. Hacer un uso desmedido del beso, que debería ser místico (el apóstol lo llamó santo; Rm 16,16; 1Cor 16,20; 2Cor 13,12; 1Ts 5,26), ha desencadenado vergonzosas sospechas y calumnias. La benevolencia del alma se manifiesta a través de la boca casta y cerrada, por la que se muestra ante todo la fineza de los sentimientos.

4. Existe también otro beso impuro, lleno de veneno, que finge santidad. ¿No saben que las tarántulas con sólo el contacto de su boca provocan terribles dolores a los hombres, y que los besos, las más de las veces, inyectan el veneno de la impureza?

LXXXII
El amor al prójimo

1. Así, entonces, está bien claro para nosotros que el beso en sí no es amor, porque "el amor procede de Dios" (1Jn 4,7), y "en esto consiste el amor de Dios: que observemos sus mandamientos", dice Juan (1Jn 5,3); no en que nos acariciemos los unos a los otros con la boca; y "sus mandamientos no son pesados" (1Jn 5,3).

2. Ahora bien, los afectuosos abrazos de los amantes en plena calle, llenos de una estúpida franqueza, propios de los que quieren dejarse ver por los extraños (cf. Mt 23,7; Mc 12,38; Lc 11,43), carecen del más mínimo mérito.

3. Si conviene orar a Dios "en el aposento", en secreto (Mt 6,6), de ello se sigue que también al prójimo, al que estamos obligados a amar en segundo lugar, le mostremos nuestro afecto en casa, en secreto, igual que a Dios, eligiendo el momento oportuno (cf. Ef 5,16; Col 4,5).

4. Porque "somos la sal de la tierra" (Mt 5,13), y como dice la Escritura, quien "bendice a su amigo a grandes voces por la mañana, no parecerá diferenciarse del que lo maldice" (Prov 27,14).

5. Mi opinión es que debemos apartar, sobre todo, la vista de las mujeres, porque no sólo tocándolas, sino también mirándolas, se puede pecar (cf. Mt 5,28), acción que debe evitar necesariamente quien haya recibido una recta educación.

LXXXIII
La educación de la vista

1. "Que tus ojos miren de frente, y tus párpados den su aquiescencia a lo que es justo" (Prov 4,15). ¿Acaso es imposible que quien mira no caiga? Pero hay que prevenir la caída. Porque quien mira puede caer, mientras que quien no mira difícilmente puede llegar a desear.

2. Los prudentes no sólo deben mantenerse puros, sino que deben esforzarse por mantenerse al margen de todo reproche, evitando toda causa de sospecha, para que la castidad sea completa, con el fin, no sólo de ser fieles, sino de parecer también dignos de fe.

3. Y en efecto, hay que procurar todo esto, "para que (como dice el apóstol) nadie nos desacredite; porque buscamos portarnos bien no sólo delante del Señor, sino también delante de los hombres" (2Cor 8,20-21). "Aparta tu ojo de la mujer agraciada, y no observes la belleza ajena" (Sb 9,8), dice la Escritura.

4. Y si no sabes el porqué, ella te lo explicará: "Muchos se extraviaron por la belleza de una mujer, y, junto a ella, el amor se inflama como el fuego" (Sb 9,8). Ese amor que tiene su origen en el fuego y que recibe el nombre de deseo apasionado, conduce mediante el pecado a un fuego inextinguible (cf. Mt 3,12; Mc 9,43; Lc 3,17).

F
El género cristiano de vida

LXXXIV
La unión matrimonial debe estar presidida por la templanza

1. Yo aconsejaría también a los maridos no besar nunca a sus mujeres en casa en presencia de los esclavos. Ya Aristóteles no permitía que se sonriera a los esclavos (cf. Aristóteles, Fragmentos, 183); mucho menos aún conviene besar a la mujer ante sus ojos. La mejor es que, en casa, ya desde los primeros días de matrimonio, se dé muestras de gravedad. Porque es una gran cosa una unión presidida por la templanza, que exhala el perfume de un placer puro.

2. Así, la tragedia lo expresa maravillosamente: "¡Ay! ¡Ay!, mujeres, que entre todas las realidades humanas, ni el oro, ni el poder, ni el lujo de la riqueza producen tan variados gozos, como la justa y prudente sensatez de un varón bueno y de una mujer piadosa" (Apolónidas, Fragmentos, 1). No deben rechazarse estas recomendaciones de la justicia, expresadas también por quienes siguen la sabiduría mundana.

LXXXV
La cruz del Señor

1. Por tanto, conscientes "del propio deber, vivan en temor durante el tiempo de su peregrinación, sabiendo que no con cosas corruptibles, plata u oro, fuimos rescatados de la vana manera de vivir, recibida por tradición de nuestros padres, sino con la preciosa sangre de Cristo, como cordero puro y sin mancha" (1Pe 1,17-19).

2. Basta ya de hacer, como en tiempo pasado (dice Pedro) la voluntad de los gentiles, cuando andábamos en lascivias, concupiscencias, borracheras, orgías, festines y abominables idolatrías" (1Pe 4,3).

3. Tengamos como límite la cruz del Señor, que como empalizada y trinchera nos defiende de nuestros anteriores pecados. Regenerados, clavémonos en la verdad, seamos sobrios y santifiquémonos, "porque los ojos del Señor miran a los justos, y sus oídos están atentos a su plegaria; pero el rostro del Señor está contra los que obran el mal. Y ¿quién será el que nos hará mal, si somos celosos de hacer el bien?" (1Pe 3,12-13; Sal 33,16-17).

4. Sin duda, la mejor conducta es el buen orden, es decir, una dignidad perfecta y una fuerza ordenada, que cumple exactamente, una tras otras, todas las acciones.

LXXXVI
El Señor quiere el arrepentimiento del pecador

1. Aunque me haya expresado con excesiva severidad, os he dicho estas cosas para procurar, por la enmienda, vuestra salvación, dice el Pedagogo, ya que "el que censura con franqueza obra la paz" (Prov 10,10). Vosotros, si me escucháis, os salvaréis; pero si no escucháis a mis palabras, no me importa. No obstante, aun así, me preocupa, porque él prefiere "el arrepentimiento del pecador a su muerte" (Ez 18,25).

2. "Si me escuchan, comerán los bienes de la tierra" (Is 1,19), dice de nuevo el Pedagogo. Y llama bienes de la tierra a los bienes humanos: la belleza, la riqueza, la salud, la fuerza y el alimento. Puesto que los verdaderos bienes "aquellos que jamás oído oyó ni jamás pasaron por el corazón" (1Cor 2,9), bienes relativos al que realmente es rey, que realmente son bienes, que existen y que nos aguardan. Él es, en efecto, el dador y el guardián de los bienes. Por participar en ellos, los bienes de aquí abajo reciben el mismo nombre, porque el Verbo educa de manera divina la debilidad humana, pasando de las cosas sensibles al conocimiento.

LXXXVII
Los tesoros de la sabiduría divina

1. Cómo debemos comportarnos en casa y cómo corregir nuestra vida, el Pedagogo nos lo ha repetido hasta la saciedad. Pero ahora añade y expone sumariamente, con palabras de la misma Escritura, los preceptos que prefiere dar a los niños aunque sea largo el camino, mientras los lleva al Maestro. Nos los expone con sencillez, los adapta a la duración del camino y deja para el Maestro las explicaciones pertinentes. Realmente, su ley desea quitar gradualmente el temor (cf. Rm 8,15), liberando a la voluntad para que acepte la fe (cf. Rm 8,21).

2. Dice: Escucha, niño, que has recibido una hermosa instrucción, los puntos principales de la salvación. Te descubriré mis normas de vida y te daré estos bellos mandamientos, por los cuales llegarás a la salvación. Te llevo por el camino de la salvación. Aléjate de los caminos del error, "porque el Señor conoce el camino de los justos, y el camino de los impíos acabará mal" (Sal 1,6).

3. En consecuencia, sigue, niño, el buen camino que yo te mostraré; mantén atentos tus oídos, "y yo te daré tesoros ocultos, secretos, invisibles" (Is 45,3) para los gentiles, y visibles para nosotros. "Los tesoros de la sabiduría son inagotables" (Lc 12,33; cf. Sb 30,22); admirando estos tesoros exclama el Apóstol: "¡Oh profundidad de la riqueza y de la sabiduría!" (Rm 11,35).

4. Muchos tesoros nos son suministrados por el único Dios: unos, por medio de la ley; otros nos son revelados por los profetas; otros, por la boca divina; y otros que acompañan a los siete dones del Espíritu (cf. Is 11,2; Ap 1,4). Pero el Señor, que es uno, es también, por la dispensación de estos dones, el mismo Pedagogo.

LXXXVIII
El precepto más importante

1. He aquí un precepto capital y un consejo práctico que lo abarca todo: "Haced con los hombres lo que deseáis que ellos hagan con vosotros" (Mt 7,12; Lc 6,31). Es posible resumir en dos los preceptos, como dice el Señor: "Amarás a tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza, y al prójimo como a ti mismo" (Mt 22,37-39; Mc 12,30-31; Lc 10,27; Dt 6,5). Luego añade: "De estos dos mandamientos penden toda la ley y los profetas" (Mt 22,40).

2. Así, al que le preguntaba: "¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?", le respondió: "¿Conoces los mandamientos?" (Mt 19,16-17). Y contestado que sí, le dijo: "Haz eso, y serás salvo" (Lc 10,28).

3. No obstante, conviene exponer con más detalle las manifestaciones de amor del Pedagogo a los hombres, por medio de abundantes y saludables preceptos; a fin de que, merced a los abundantes textos de las Escrituras, podamos encontrar más fácilmente la salvación.

LXXXIX
La oración agradable al Señor

1. Tenemos el Decálogo por mediación de Moisés, representado por una simple y única letra iota (primera letra del nombre de Jesús en griego), que indica el nombre del que nos salva de los pecados: "No cometerás adulterio, no adorarás a los ídolos", no serás pederasta, "no robarás, no darás falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre" (Ex 20,13-16; cf. Dt 5,16-20), etc. Esto es lo que debemos cumplir, como también todo lo demás que se halla prescrito en las lecturas de los libros sagrados.

2. Nos ordena asimismo por medio de Isaías: "Lávense, purifíquense, aparten la maldad de sus almas lejos de mi vista. Aprendan a obrar bien, busquen la justicia; protejan al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan a la viuda. Entonces vengan, y discutamos, dice el Señor" (Is 1,16-18).

3. Muchos más preceptos podríamos encontrar en los otros libros sagrados. Por ejemplo, los relativos a la oración: "Las buenas acciones son una plegaria grata al Señor" (Pr 12,22).

4. Y se sugiere el modo de orar: "Cuando veas al desnudo, vístele; y no desprecies al que es de tu misma raza. Entonces, aparecerá tu luz como la aurora, tu curación llegará pronto, y ante ti caminará la justicia, y la gloria de Dios te circundará" (Is 58,7-8).

5. Ahora bien, ¿cuál es el fruto de esa plegaria? "Entonces clamarás y Dios te escuchará. Y aún estarás hablando, y te dirá: Aquí estoy" (Is 58,9).

XC
Los ayunos y los sacrificios agradables al Señor

1. Por lo que al ayuno se refiere, dice: "¿Por qué ayunan para mí? No escogí yo este ayuno, ni el día en que el hombre debe humillar su alma. Aunque inclines tu cuello como un junco, y cubras el lecho con saco y ceniza; no llames a eso un ayuno aceptable" (Is 58,3-5). Pero entonces, ¿qué ayuno es el que sugiere?

2. Dice: "He aquí el ayuno que yo prefiero, dice el Señor: desata todo lazo de injusticia; suelta las ataduras de los contratos forzados; deja libres a los oprimidos y rompe toda escritura injusta; comparte tu pan con el hambriento y recibe en tu casa a los pobres que carecen de techo; al que veas desnudo, vístelo" (Is 58,6-7).

3. Y respecto de los sacrificios: "¿Qué me importan sus numerosos sacrificios?, dice el Señor; estoy harto de holocaustos de carneros; no quiero más grasa de corderos, ni sangre de toros, ni de cabritos, y menos si vienen para que yo los vea. ¿Quién les ha pedido que hagan estas ofrendas con sus manos? No vuelvan a pisar mi atrio. Si traen flor de harina, es inútil. El incienso lo aborrezco. Ya no soporto sus novilunios y sábados" (Is 1,11-13).

4. ¿Cómo ofreceré entonces un sacrificio al nombre del Señor? Dice: "Sacrificio para el Señor es un espíritu contrito" (Sal 50,19; cf. Ex 29,18; 30,7; Ef 5,2). ¿Cómo ofreceré una corona o ungiré de perfume? ¿Qué incienso quemaré para el Señor? "Es perfume agradable a Dios un corazón que glorifica a quien lo ha modelado" (Pseudo Bernabé, Epístolas, II, 10; Ireneo, Contra Herejes, IV, XVII, 2). Ésta es la corona, los sacrificios, los perfumes y las flores de Dios.

XCI
La caridad fraterna

1. Sobre el perdón, dice: "Si peca tu hermano, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo. Y si siete veces al día peca contra ti y siete veces se vuelve a ti diciendo: "Me arrepiento", perdónalo" (Lc 17,3-4).

2. A los soldados, por boca de Juan, el Verbo les ordena que se contenten con su paga (cf. Lc 3,14); y a los recaudadores de impuestos que no exijan más de lo estrictamente fijado (cf. Lc 3,13). Y dice al juez: "No hagas en el juicio acepción de personas, no aceptes regalos, porque los regalos ciegan los ojos de los que ven y corrompen las sentencias justas" (Dt 16,19). "Proteged al oprimido" (Is 1,17).

3. Así mismo, a los administradores: "Un bien adquirido injustamente se desprecia" (Prov 13,11). Y con respecto a la caridad dice: "La caridad cubre la multitud de los pecados" (1Pe 4,8). Y por lo que a la conducta cívica se refiere, o deberes del ciudadano): "Dad al césar lo que es del césar, y a Dios lo que es de Dios" (Mt 22,21; Mc 12,17; Lc 20,25).

4. Y con referencia al juramento y al rencor: "Yo no ordené a vuestros padres, cuando salieron de la tierra de Egipto, que me ofrecieran holocaustos y sacrificios; sino que les ordené esto" (Jer 7,22-23). Es decir, "que ninguno de ustedes guarde rencor en su corazón contra su prójimo" (Zac 7,10), y "que no ame el falso juramento (Zac 8,17)".

XCII
El amor a los enemigos

1. A los mentirosos y soberbios, los amenaza con estos términos: "¡Ay de los que a lo dulce llaman amargo, y amargo a lo dulce!"; y a los otros les dice: "¡Ay de los que se creen prudentes y sabios ante sus propios ojos!" (Is 5,20-21). "El que se humilla será ensalzado, y el que se ensalza será humillado" (Mt 23,12; Lc 18,14).

2. A los misericordiosos los llama bienaventurados "porque obtendrán misericordia" (Mt 5,7); y la sabiduría llama desgraciada a la ira, "porque destruirá incluso a los prudentes" (Prov 15,1).

3. El Verbo ordena amar a los enemigos y bendecir a los que nos maldicen, y rogar por los que nos calumnian: "Al que te pega en la mejilla, dice, preséntale la otra; y si alguien te quita la túnica, no le impidas tomar también la capa" (Lc 6,27-29).

4. Refiriéndose a la fe afirma: "Todo cuanto pidieren en la oración con fe, lo conseguirán" (Mt 21,22). "Nada es seguro para los que no creen", según Píndaro (Píndaro, Fragmentos, 233). Debemos servirnos de los esclavos como de nosotros mismos, porque son hombres como nosotros. En efecto, "Dios (si te fijas bien) es el mismo para todos, para los libres y para los esclavos" (Menandro, Fragmentos, 681).

XCIII
La generosidad cristiana

1. Es más, incluso a los criados que incurren en falta no debemos castigarlos, sino amonestarlos, porque "el que se abstiene del bastón odia a su hijo" (Prov 13,24).

2. El Pedagogo reprueba también la vanagloria, al decir: "¡Ay de vosotros, fariseos, que amáis los primeros asientos en las sinagogas y los saludos en las plazas!" (Lc 11,43).

3. En cambio, recibe con afecto la conversión del pecador, porque ama el arrepentimiento que sigue al pecado (cf. Ez 18,23; 33,11). Puesto que sólo el Verbo carece de pecado: "Errar es connatural y común a todos; ahora bien, corregirse, no es propio de cualquiera, sino de un varón excelente" (Menandro, Fragmentos, 680).

4. Acerca de la generosidad exclama: "Venid a mí todos los benditos, y tomad posesión del reino que está preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me dísteis de comer, tuve sed y me dísteis de beber, era peregrino y me recibísteis, estaba desnudo y me vestísteis, enfermo y me visitásteis, preso y vinísteis a verme" (cf. Mt 25,34-36).

5. Y ¿cuándo hicimos nosotros algo de todo eso con el Señor? El mismo Pedagogo responderá, tomando como manifestación de amor a él las buenas acciones realizadas con los hermanos, y dirá: "Cuanto hicísteis con estos pequeños, conmigo lo hicísteis. Y éstos irán a la vida eterna" (Mt 25,46).

XCIV
La pedagogía de los apóstoles

1. Estas son las leyes del Verbo, las exhortaciones no están escritas en tablas de piedra por el dedo del Señor (cf. Ex 31,18), sino inscritas en el corazón de los hombres (cf. 2Cor 3,3), las únicas que no son afectadas por destrucción. Razón por la cual fueron rotas las tablas de los que eran duros de corazón, a fin de que la fe de los niños fuese impresa en las mentes dóciles. Pero, ambas leyes servían al Verbo para la educación de la humanidad: una, por mediación de Moisés; y la otra, por medio de los apóstoles.

2. Tal es también la pedagogía de los apóstoles. Considero necesario explicarme sobre este último aspecto; pero, recordando lo que ya dije (habla el mismo Pedagogo), expondré de nuevo, de modo elemental, sus preceptos:

3. "Desechando toda mentira, hable cada uno la verdad con su prójimo, porque somos los unos miembros de otros (Ef 4,25). No se ponga el sol sobre su ira, ni den ocasión al diablo. El que robaba, no robe ya, sino que trabaje con sus manos en algo provechoso para poder compartir con el indigente" (Ef 4,26-28).

4. "Toda amargura, ira, indignación, griterío y maledicencia, con todo género de malicia, destiérrese lejos de vosotros. Sed, por el contrario, bondadosos unos con otros, misericordiosos, perdonándose recíprocamente, como Dios en Cristo os perdonó a vosotros" (Ef 4,31-32). "Sed, por tanto, sensatos (cf. Mt 10,16) e imitadores de Dios, como hijos muy queridos, y caminad en el amor, como también Cristo nos amó" (Ef 5,1-2).

5. "Las mujeres sométanse a sus maridos como al Señor (Ef 5,22); y los maridos amen a sus esposas, como Cristo amó a la Iglesia" (Ef 5,25).

XCV
La vida cristiana según el Espíritu

1. Que los que están unidos en matrimonio se amen el uno al otro, "como a sus propios cuerpos" (Ef 5,28). "Hijos, obedeced a vuestros padres (Ef 6,1). Y vosotros, padres, no exasperéis a sus hijos, sino educadlos en la disciplina y en la corrección del Señor. Siervos, obedeced a vuestros señores con temor y temblor, en la sencillez de su corazón, como a Cristo, sirviéndoles de corazón con benevolencia (Ef 6,4-5). Y vosotros, señores, tratad bien a vuestros esclavos, sin recurrir a la amenaza y conscientes de que el Señor está en los cielos y no hace acepción de personas" (Ef 6,7).

2. "Si vivimos por el Espíritu, procedamos también según el Espíritu. No nos hagamos vanidosos, provocándonos unos a otros ni envidiándonos mutuamente (Gál 5,25-26). Llevad unos las cargas de los otros, y así cumpliréis la ley de Cristo (Gál 6,2). No os engañéis, porque de Dios nadie se burla (Gál 6,7). No nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos, si no desfallecemos" (Gál 6,9).

3. "Vivid en paz entre vosotros. Os exhortamos, así mismo, hermanos, que corrijáis a los inquietos, que alentéis a los pusilánimes, que recibáis a los débiles, que seais pacientes con todos. Procurad que nadie devuelva a otro mal por mal (1Ts 5,13-15). No apaguéis el Espíritu; no desprecieis las profecías. Probadlo todo y quedaos con lo bueno. Absteneos de toda clase de mal" (1Ts 5,19-22).

4. "Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias (Col 4,2). Proceded prudentemente con los de fuera, aguardando el momento oportuno (Col 4,5). Sea vuestra conversación siempre amena, salpicada de sal, de modo que sepáis responder convenientemente a cada uno" (Col 4,6).

XCVI
Las enseñanzas de los escritos paulinos

1. "Alimentaos con las palabras de la fe. Ejercitaos en la piedad; porque el ejercicio corporal es poco provechoso, pero la piedad es útil para todo y lleva consigo la promesa de la vida presente y de la futura" (1Tm 4,6-8).

2. "Los que tienen amos fieles, no los menosprecien, puesto que son hermanos; antes bien, sírvanles mejor, puesto que son fieles" (1Tm 6,2).

3. "El que comparte lo suyo, que lo haga con sencillez; el que preside, con solicitud, y el que practica la misericordia, con gozo. El amor sea sin fingimiento; odiando el mal, adhiriéndonos al bien.

4. Amándose entrañablemente los unos a los otros con amor fraterno; en la estima, anticipándose los unos a los otros; no seais negligentes en cumplir vuestro deber; sed fervorosos de espíritu; sirviendo al Señor; alegrándoos en la esperanza; siendo pacientes en la tribulación, perseverantes en la oración, practicando la hospitalidad, participando en las necesidades de los santos" (Rm 12,8-13).

XCVII
El Pedagogo deja paso al Maestro

1. Éstos son algunos de los muchos ejemplos que el Pedagogo pone a sus niños, entresacándolos de las divinas Escrituras, ejemplos con los que se erradica (por así decirlo) el mal y se suprime la injusticia.

2. Otros innumerables consejos destinados a personas determinadas están escritos en los libros santos: unos para presbíteros, otros para obispos y diáconos, otros para las viudas, sobre los que en otra ocasión podríamos hablar.

3. Muchos, mediante enigmas, y otros, valiéndose de parábolas (cf. Sal 48,5; 77,2), pueden ser de gran utilidad para quienes los leen. Pero no es de mi incumbencia, dice el Pedagogo, enseñar estas cosas. Para la explicación de estas santas palabras necesitamos del Maestro, al cual hemos de dirigirnos. Así que ha llegado el momento, para mí, de poner fin a mi pedagogía y, para ustedes, de escuchar al Maestro.

XCVIII
El verdadero conocimiento

1. El Maestro, que los recibe con una buena formación, les enseñará a fondo las palabras del Señor. La Iglesia es su escuela, y su esposo (cf. Mt 9,15; 25,1-13) es el único maestro (cf. Mt 19,16), voluntad buena de un Padre bueno, sabiduría genuina, santuario de la gnosis.

2. "Él mismo es propiciación por nuestros pecados" (1Jn 2,2), como dice Juan; es él, Jesús, el médico de nuestro cuerpo y de nuestra alma, del hombre entero; "y no sólo por nuestros propios pecados, sino también por los de todo el mundo. Y en esto sabemos que le hemos conocido, si guardamos sus mandamientos.

3. Quien dice conocerlo, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero el que guarda su palabra, en ése la caridad de Dios es verdaderamente perfecta. En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él, debe también vivir como él vivió" (1Jn 2,2-6).

XCIX
El Señor gobierna el universo

1. ¡Oh alumnos de la bienaventurada pedagogía! Perfeccionemos la hermosa faz de la Iglesia (cf. Ef 4,13) y, cual niños, corramos hacia esta buena madre; y si nos convertimos en alumnos del Verbo, glorifiquemos la dichosa dispensación por la que el hombre es educado y santificado como hijo de Dios; y, por ser formado por el Pedagogo en la tierra, se convierte en ciudadano del cielo (cf. Flp 3,20), donde encuentra al Padre a quien ha aprendido a conocer en la tierra. Todo lo hace, lo enseña y lo dirige el Verbo.

2. El caballo es guiado por el freno; et toro, por el yugo; la fiera salvaje es apresada con un lazo; y el hombre es transformado por el Verbo, por el cual se domestican las fieras, se pescan los peces con el anzuelo y se abaten las aves. Él es, realmente, quien prepara el freno para el caballo, el yugo para el toro, el lazo para la fiera, la caña para el pez y la trampa para el pájaro.

3. Él gobierna la ciudad y cultiva la tierra; el que rige, sostiene y crea todas las cosas. "Él hizo la tierra, el cielo, el mar, y todos los astros que coronan el cielo" (Homero, Ilíada, XVIII, 483).

C
El Verbo creador del mundo

1. ¡Oh divinas obras! ¡Oh divinos mandatos! Aquí, el agua, que se mantenga en sus límites; aquí, el fuego, que contenga su cólera; aquí, el aire, que planee por el éter; que la tierra se mantenga firme y se mueva cuando yo lo disponga. Quiero, además, modelar al hombre. Dispongo de los elementos como materia; habito con mi criatura (cf. Pr 8,28-31). Si llegas a conocerme, el fuego te servirá.

2. Tal es este Verbo, el Pedagogo, el creador del mundo y del hombre; y, por medio de él, es también ahora Pedagogo del mundo. Por disposición suya, ambos fuimos formados y esperamos el juicio. Porque "no es callada, sino sonora, la palabra que la sabiduría transmite a los mortales, como dice Baquílides (cf. Baquílides, Fragmentos, 26).

3. Según Pablo, "vosotros apareceis irreprochables, puros, hijos de Dios sin mancha, en medio de una generación perversa y depravada, como estrellas en el mundo" (Flp 2,15; cf. Dt 32,5).

CI
Conclusión y alabanza al Señor

1. Lo que falta en este panegírico del Verbo, es que dirijamos nuestra oración al Verbo. Sé propicio a tus pequeños, Pedagogo, Padre, guía de Israel (cf. 2Re 2,12), Hijo y Padre, ambos uno solo, Señor. Concede a quienes seguimos tus preceptos llevar a su perfección la semejanza de la imagen (cf. Gn 1,26), y sentir en lo posible la bondad de Dios, como juez y su rigor; y concédenos tú mismo todo eso: que vivamos en tu paz sobre la tierra, que seamos trasladados a tu ciudad; que atravesemos sin naufragar las olas del pecado, y que, en plena calma, seamos transportados junto al Espíritu Santo, la inefable sabiduría.

2. Que de noche y de día, hasta el día final, alabemos y demos gracias al único Padre e Hijo, Hijo y Padre, al Hijo Pedagogo y Maestro, junto con el Espíritu Santo. Todo está en el Uno, puesto que en él son todas las cosas (cf. Jn 1,3; 1Cor 8,6; Col 1,16-17), por quien todo es uno, por quien la eternidad es, de quien todos somos miembros (cf. Rm 12,5); de él es la gloria y los siglos; todo sea para el bueno; todo, para el Bello; todo, para el Sabio; todo, para el Justo. A él la gloria, ahora y por los siglos de los siglos (cf. Rm 11,36).

3. Y puesto que el mismo Pedagogo, tras establecernos en la Iglesia, se nos ha entregado a sí mismo, al Verbo que enseña y que todo lo ve, sería hermoso que nosotros, reunidos allí, eleváramos al Señor una alabanza digna de su excelente pedagogía, como expresión de justo agradecimiento.