DIONISIO DE ALEJANDRÍA
Exégesis del Eclesiastés
(fragmentos)

I
Sobre Eclesiastés 1

Palabras del hijo de David, rey de Israel en Jerusalén. De la misma manera también Mateo llama al Señor hijo de David (Mt 1,1).

¿Qué provecho obtiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol? ¿Quién, aunque se haya enriquecido trabajando en las cosas de esta tierra, ha podido llegar a medir tres codos, si por naturaleza sólo mide dos? ¿O quién, siendo ciego, ha recobrado la vista por estos medios? Por eso debemos dirigir nuestros esfuerzos hacia una meta que esté más allá del sol, pues allí también llegan los esfuerzos de las virtudes.

Generación va, y generación viene, pero la tierra permanece eternamente. Sí, hasta el siglo, pero no para los siglos.

Conocí las parábolas y la ciencia. Ésta es también, en verdad, la elección del espíritu.

En la multitud de la sabiduría hay multitud de conocimientos, y quien añade conocimiento añade dolor. Es decir, que en vano me envanecí y aumenté mi sabiduría, no la sabiduría que Dios ha dado, sino aquella sabiduría de la que Pablo dice: "La sabiduría de este mundo es necedad para con Dios" (1Cor 3,19). Porque en esto también Salomón tuvo una experiencia que sobrepasó a la prudencia y sobre la medida de todos los antiguos. Por consiguiente, muestra la vanidad de ello, como lo demuestra lo que sigue de la misma manera: "Y mi corazón pronunció muchas cosas: Conocí sabiduría, ciencia, parábolas y ciencias". Pero esta no era la sabiduría o el conocimiento genuinos, sino lo que, como dice Pablo, envanece.

Salomón habló, además, como está escrito (cf. 1Re 4,32), tres mil parábolas. Pero estas no eran parábolas de tipo espiritual, sino solo las que se ajustan a la política común de los hombres; como, por ejemplo, declaraciones sobre animales o medicinas. Por lo cual ha añadido en tono de burla: "Sabía que esto también es la elección del espíritu". Habla también de la multitud de conocimientos, no del conocimiento del Espíritu Santo, sino del que obra el príncipe de este mundo y que comunica a los hombres para engañarles con preguntas oficiosas sobre las medidas del cielo, la posición de la tierra, los límites del mar. Pero dice también: "Quien aumenta el conocimiento, aumenta el dolor". Porque buscan cosas aún más profundas que éstas, preguntando, por ejemplo, por qué es necesario que el fuego suba y el agua baje; y cuando han aprendido que es porque uno es ligero y el otro pesado, no hacen más que aumentar el dolor; porque sigue en pie la pregunta: ¿por qué no podría ser al revés?

II
Sobre Eclesiastés 2

Dije en mi corazón: Andad ahora, probad como en un juego, y ved el bien. Y también esto es vanidad. Porque fue por causa de la prueba y conforme a lo que viene de la vida más alta y más severa, que entró en el placer. Y menciona la alegría, que los hombres llaman así. Y dice, en el bien, refiriéndose a lo que los hombres llaman cosas buenas, que no son capaces de dar vida a su poseedor, y que hacen al hombre que se dedica a ellas vano como ellos.

Dije de la risa: Es una locura; y de la alegría: ¿Qué estás haciendo? La risa tiene una doble locura, porque la locura engendra risa y no permite el dolor por los pecados, y también porque un hombre de esa clase está poseído por la locura, en la confusión de estaciones, lugares y personas. Porque la risa huye de los que están tristes. Respecto a la "alegría, ¿qué estás haciendo?", ¿por qué recurres a los que no tienen libertad para estar alegres? ¿Por qué a los borrachos, a los avaros y a los rapaces? ¿Y por qué esta frase, como el vino? Porque el vino alegra el corazón y actúa sobre los pobres de espíritu. Sin embargo, la carne también alegra el corazón, cuando actúa de manera regular y moderada.

La sabiduría me dirigió mi corazón en gozo, hasta saber qué bien harán los hijos de los hombres debajo del sol durante el número de los días de su vida. Dirigido, dice, por la sabiduría, superé los placeres de la alegría. Además, para mí el fin del conocimiento era no ocuparme de nada vano, sino encontrar el bien; porque si uno encuentra esto, no pierde el discernimiento de lo útil. Lo suficiente es también lo oportuno y es proporcional a la duración de la vida.

No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, Ni privé a mi corazón de ningún placer. Veis cómo enumera multitud de casas y campos, y las demás cosas que menciona, y luego no encuentra en ellas nada provechoso. Porque ni mejoró su alma por causa de estas cosas, ni por medio de ellas ganó amistad con Dios. Necesariamente se ve llevado a hablar también de las verdaderas riquezas y de las propiedades permanentes. Por tanto, dispuesto a mostrar qué clases de posesiones permanecen con el poseedor, y continúan estables y se mantienen para él, añade: "También mi sabiduría permaneció conmigo". Porque sólo esto permanece, y todas estas otras cosas, que ya ha enumerado, huyen y se van. La sabiduría, por tanto, permaneció conmigo, y yo permanecí en virtud de ella. Porque esas otras cosas caen, y también causan la caída de las mismas personas que corren tras ellas. Pero, con la intención de establecer una comparación entre la sabiduría y las cosas que se consideran buenas entre los hombres, añade estas palabras: "Y todo lo que mis ojos deseaban, no lo negué".

En este sentido, David llama malos no sólo los trabajos que soportan los que se afanan en satisfacerse con placeres, sino también los que, por necesidad y necesidad, los hombres tienen que soportar para su sustento día tras día, trabajando en sus diversas ocupaciones con el sudor de su frente. Porque el trabajo, dice, es grande, pero el arte por el trabajo es temporal, y no añade nada útil a las cosas que agradan. Por lo tanto, no hay provecho. Porque donde no hay excelencia, no hay provecho. Por lo tanto, con razón, los objetos de tal solicitud son la vanidad y la elección del espíritu. Ahora bien, este nombre de espíritu le da al alma. Porque la elección es una cualidad, no un movimiento, como dice David: "En tus manos encomiendo mi espíritu. Y en verdad mi sabiduría permaneció conmigo, porque me hizo saber y entender, de modo que me permitió hablar de todo lo que no es provechoso bajo el sol". Si, pues, queremos lo que es justamente provechoso, si buscamos lo verdaderamente ventajoso, si nuestro objetivo es ser incorruptibles, emprendamos aquellas labores que van más allá del sol, pues en ellas no hay vanidad ni elección de un espíritu a la vez vano y apresurado de aquí para allá sin ningún propósito.

Me volví para ver la sabiduría, y la locura , y la necedad; porque ¿quién será el hombre que vendrá tras el consejo en todas estas cosas que él ha hecho? Se refiere a la sabiduría que viene de Dios y que también permaneció con él. Y por locura y necedad designa todos los trabajos de los hombres y el vano y tonto placer que tienen en ellos. Por lo tanto, distinguiendo estos y su medida, y bendiciendo la verdadera sabiduría, ha añadido: "Porque ¿quién es el hombre que vendrá tras el consejo?". Porque este consejo nos instruye en la sabiduría que es realmente tal, y nos otorga la liberación de la locura y la necedad.

Entonces vi que la sabiduría supera a la necedad, así como la luz supera a las tinieblas. No dice esto a modo de comparación, pues las cosas que son contrarias entre sí y mutuamente destructivas no pueden compararse, sino que su decisión fue que se debe elegir una y evitar la otra. En el mismo sentido está el dicho: "Los hombres amaron más las tinieblas que la luz" (Jn 3,19). El propósito de este pasaje expresa, por tanto, la elección de la persona que ama, y no la comparación de los objetos en sí.

Los ojos del sabio están en su cabeza, pero el necio anda en tinieblas. Que el hombre siempre se inclina hacia la tierra, quiere decir, y tiene oscurecida la facultad gobernante. Es cierto , en efecto, que todos los hombres tenemos los ojos en la cabeza, si hablamos de la mera disposición del cuerpo. Pero aquí habla de los ojos de la mente. Porque así como los ojos de los cerdos no se vuelven naturalmente hacia el cielo, sólo porque está hecho por naturaleza que tengan una inclinación hacia el vientre, así también la mente del hombre que una vez ha sido enervada por los placeres no se desvía fácilmente de la tendencia así asumida, porque no tiene respeto a todos los mandamientos del Señor. Y además: "Cristo es la cabeza de la Iglesia" (Ef 5,23). Los sabios son, pues, los que andan en su camino; porque él mismo ha dicho: "Yo soy el camino" (Jn 14,6). Por lo cual conviene al hombre sabio tener siempre los ojos de su mente dirigidos hacia Cristo mismo, para que no haga nada fuera de medida, ni se enaltezca de corazón en el tiempo de prosperidad, ni se vuelva negligente en el día de adversidad; porque sus juicios son un gran abismo, como aprenderás más exactamente en lo que sigue.

Entonces dije en mi corazón: Como le sucederá al necio, así me sucederá también a mí. ¿Para qué, pues, trabajaré para ser más sabio? El discurso que sigue se dirige a los que tienen un espíritu mezquino en relación con esta vida presente y que, a su juicio, consideran la muerte y todos los dolores anormales del cuerpo como un mal temido, y que por ello sostienen que no hay provecho en una vida virtuosa, porque no hay diferencia entre estos males entre el sabio y el necio. Habla, pues, de estas palabras como de una locura que inclina a la absoluta insensatez, por lo que añade también esta frase: "El necio habla demasiado", y por necio se refiere aquí a sí mismo y a todo aquel que razona de ese modo.

Por consiguiente, Salomón condena esta manera absurda de pensar. Y por la misma razón ha dado expresión a tales sentimientos en los temores de su corazón. Y temiendo la justa condena de los que han de ser escuchados, resuelve la dificultad en su presión con sus propias reflexiones. Por esta palabra: "¿Por qué fui entonces sabio?". Fue la palabra de un hombre que dudaba y se preguntaba si lo que se gasta en sabiduría se hace bien o en vano; y si no hay diferencia entre el sabio y el necio en cuanto a la utilidad, ya que el primero está igualmente involucrado con el segundo en los mismos sufrimientos que suceden en este mundo presente. Y por eso dice: "Hablé demasiado en mi corazón", al pensar que no hay diferencia entre el sabio y el necio.

No hay memoria del sabio ni del necio para siempre. En efecto, los acontecimientos que ocurren en esta vida son todos transitorios, incluso los incidentes dolorosos, de los que dice: "Como todas las cosas ahora están relegadas al olvido". Pues después de un breve espacio de tiempo, todas las cosas que les suceden a los hombres en esta vida perecen en el olvido. Sí, las mismas personas a las que les han sucedido estas cosas no son recordadas de la misma manera, aunque hayan pasado por situaciones similares en la vida. Porque no son recordadas por esto, sino solo por lo que hayan podido demostrar de sabiduría o locura, virtud o vicio. Los recuerdos de tales personas no se extinguen igualmente entre los hombres como consecuencia de los cambios de suerte que les suceden. Por eso ha añadido esto: "¿Y cómo morirá el sabio junto con el necio? La muerte de los pecadores, en verdad, es mala. Sin embargo, la memoria de los justos es bendita, pero el nombre de los malvados se extingue" (Prov 10,7).

Esto es lo que le corresponde al hombre en todo su trabajo. En verdad, para aquellos que ocupan su mente en las distracciones de la vida, la vida se convierte en algo doloroso, que, por así decirlo, hiere el corazón con sus aguijones (es decir, con los deseos lujuriosos de aumentar). Y también es triste la solicitud relacionada con la avaricia, que no tanto gratifica a los que tienen éxito en ella, sino que duele a los que no lo logran; mientras que el día se pasa en ansiedades laboriosas, y la noche aleja el sueño de los ojos, con los cuidados de obtener ganancias. Vano, por lo tanto, es el celo del hombre que mira a estas cosas.

Nada hay bueno para el hombre, sino lo que come y bebe, y lo que le da fruto a su alma en su trabajo. También he visto que esto es de la mano de Dios.

¿Quién come y bebe de sus propios recursos? Que el discurso no trata ahora de alimentos materiales, lo mostrará con lo que sigue. Es decir, "es mejor ir a la casa del duelo que a la casa del banquete" (Ecl 7,2). Y así en el presente pasaje procede a agregar: "Y qué mostrará a su alma el bien en su trabajo". Y ciertamente los alimentos y bebidas materiales no son el bien del alma. Porque la carne, cuando se alimenta lujosamente, lucha contra el alma y se levanta en rebelión contra el espíritu. ¿Y cómo no habrían de ser también contrarios a Dios las comidas y bebidas intemperantes? Habla, por tanto, de cosas místicas. Porque nadie participará de la mesa espiritual, sino aquel que es llamado por él, y que ha escuchado la sabiduría que dice: "Tomad y comed" (Prov 9,5).

III
Sobre Eclesiastés 3

Hay un tiempo para matar, y un tiempo para sanar. Para matar, en el caso de aquel que perpetra una trasgresión imperdonable. Y para curar, en el caso de aquel que puede mostrar una herida que tenga remedio.

Tiempo de llorar, y tiempo de reír. Tiempo de llorar, cuando es tiempo de sufrimiento; como cuando el Señor también dice: "De cierto os digo que lloraréis y lamentaréis" (Lc 6,25; Jn 16,20). Y tiempo de reír, en cuanto a la resurrección, porque "vuestra tristeza se convertirá en gozo" (Jn 16,20).

Tiempo de llorar, y tiempo de bailar. Cuando pensamos en la muerte que nos trajo la trasgresión de Adán, es tiempo de llorar. Pero es tiempo de celebrar reuniones festivas cuando recordamos la resurrección de entre los muertos que esperamos a través del nuevo Adán.

Tiempo de guardar, y tiempo de desechar. Un tiempo para guardar la Escritura contra los indignos, y un tiempo para ponerla en práctica a favor de los dignos. O de nuevo: Antes de la encarnación era un tiempo para guardar la letra de la ley; pero era un tiempo para desecharla cuando la verdad llegó en su florecimiento.

Tiempo de callar, y tiempo de hablar. Tiempo de hablar, cuando haya oidores que reciban la palabra. Pero tiempo de callar, cuando los oyentes perviertan la palabra, como dice Pablo: "Al hombre hereje, después de una y otra amonestación, deséchalo" (Tt 3,10).

Todo lo que Dios ha hecho es hermoso en su tiempo, y ha puesto el mundo entero en el corazón de ellos, para que el hombre no descubra la obra que Dios hace desde el principio hasta el fin. Y esto es verdad, porque nadie es capaz de comprender las obras de Dios en su totalidad. Además, el mundo es obra de Dios. Nadie, por tanto, puede averiguar cuál es su espacio desde el principio hasta el fin, es decir, el período señalado para él y los límites que le fueron determinados de antemano, puesto que Dios ha puesto el mundo entero como un reino de ignorancia en nuestros corazones. Y así se dice: Declaradme la brevedad de mis días. De esta manera, y para nuestro beneficio, el fin de este mundo (es decir, esta vida presente) es algo que ignoramos.