GREGORIO TAUMATURGO
Dogmas de Fe

I

Si alguno dice que el cuerpo de Cristo es increado, y rehúsa reconocer que él, siendo el Verbo increado de Dios, tomó la carne de la humanidad creada y apareció encarnado, tal como está escrito, sea anatema.

Pero ¿cómo puede decirse que el cuerpo es increado? Pues lo increado es insensible, invulnerable e intangible.

En primer lugar, porque Cristo, al resucitar de entre los muertos, mostró a sus discípulos la huella de los clavos y la herida de la lanza, y un cuerpo que podía ser tocado. Y en segundo lugar, porque él entró entre ellos cuando las puertas estaban cerradas, con el fin de mostrarles a la vez la energía de la divinidad y la realidad del cuerpo. Sin embargo, siendo Dios, fue reconocido como hombre de manera natural. Y aunque subsistiendo verdaderamente como hombre, también fue manifestado como Dios por sus obras.

II

Si alguno afirma que la carne de Cristo es consustancial a la divinidad, y rehúsa reconocer que él, subsistiendo en forma de Dios, como Dios antes de todos los siglos, se despojó a sí mismo y tomó forma de siervo, como está escrito, sea anatema.

Pero ¿cómo puede decirse que la carne, que está condicionada por el tiempo, es consustancial con la divinidad intemporal?

Porque se denomina consustancial a lo que es lo mismo en naturaleza, y en duración eterna sin variabilidad.

III

Si alguno afirma que Cristo, como uno de los profetas, asumió al hombre perfecto, y se niega a reconocer que, siendo engendrado en la carne de la Virgen, se hizo hombre y nació en Belén, y fue criado en Nazaret, y al cumplir el número determinado de años apareció en público y fue bautizado en el Jordán, y recibió el testimonio del Padre ("éste es mi Hijo amado"; Mt 3,17), como está escrito, sea anatema.

Pero ¿cómo se puede decir que Cristo asumió al hombre perfecto como uno de los profetas, cuando él, siendo el Señor mismo, se hizo hombre por la encarnación efectuada a través de la Virgen? Pues está escrito que "el primer hombre era de la tierra y terrenal" (1Cor 15,47).

En primer lugar, porque el que fue formado de la tierra volvió a la tierra, mientras que el que se convirtió en el segundo hombre volvió al cielo, como leemos acerca del primer Adán y el último Adán (1Cor 15,45). Y en segundo lugar, porque el segundo vino por el primero según la carne (por lo cual también Cristo es llamado hombre e Hijo del hombre), testificando de que el segundo es el Salvador del primero, por cuya causa descendió del cielo. Y como el Verbo descendió del cielo, y se hizo hombre, y ascendió de nuevo al cielo, por eso se dice que es el segundo Adán, o Adán del cielo.

IV

Si alguno afirma que Cristo nació de la estirpe del hombre por medio de la Virgen, a la manera que nacen todos los hombres, y rehúsa reconocer que fue hecho carne por obra del Espíritu Santo y de la santa Virgen María, y se hizo hombre de la estirpe de David, como está escrito, sea anatema.

Pero ¿cómo puede decirse que Cristo nació de la simiente del hombre por medio de la Virgen? Pues el evangelio y el ángel, al proclamar la buena nueva, dan testimonio de María la Virgen, que dijo: "¿Cómo será esto, pues no conozco varón?" (Lc 1,34).

En primer lugar, por lo que a continuación se dice: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra, por lo cual el Santo que nacerá será llamado Hijo del Altísimo" (Lc 1,35). Y en segundo lugar, por lo que también se dice a José: "No temas recibir a María, porque lo que en ella es engendrado viene del Espíritu Santo" (Mt 1,20-21).

V

Si alguno afirma que el Hijo de Dios, el anterior a los siglos, es uno, y el que ha aparecido en estos últimos tiempos es otro, y se niega a reconocer que el que es antes de los siglos es el mismo que el que apareció en estos últimos tiempos, como está escrito, sea anatema.

¿Y cómo puede decirse que el Hijo de Dios, que es antes de los siglos, y el que ha aparecido en estos últimos tiempos, son el mismo?

En primer lugar, por lo que el mismo Señor dice en el evangelio: "Antes que Abraham fuese, yo soy" (Jn 8,58). Y en segundo lugar, por lo que él sigue diciendo de sí mismo: "Yo salí de Dios, y vengo de Dios, y otra vez voy al Padre" (Jn 8,59).

VI

Si alguno afirma que el que sufrió es uno y el que no sufrió es otro, y se niega a reconocer que el Verbo, que es Dios impasible e inmutable, sufrió en la carne que había asumido realmente, pero sin mutación, como está escrito, sea anatema.

Pero ¿cómo puede decirse que el que sufrió y el que no sufrió es el mismo?

En primer lugar, porque el mismo Señor dijo: "Es necesario que el Hijo del hombre padezca, y sea muerto, y resucite al tercer día de entre los muertos" (Mt 16,21). Y en segundo lugar, por lo que dice en otro momento: "Cuando veáis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Padre" (Mt 26,64), y en otro: "Cuando el Hijo del hombre venga en la gloria de su Padre" (Mt 16,27).

VII

Si alguno afirma que Cristo es salvador, pero rehúsa reconocer que él es el Salvador del mundo, como está escrito, sea anatema.

Pero ¿cómo puede decirse que Cristo es salvador del mundo?

En primer lugar, porque él dice: "Yo soy la vida, y yo he venido para que tengan vida" (Jn 10,10). Y en segundo lugar, porque él sigue diciendo: "El que cree en mí no verá la muerte, sino que tendrá la vida eterna" (Jn 8,51).

VIII

Si alguno afirma que Cristo es hombre perfecto, y también Dios Verbo separado, pero rehúsa reconocer al único Señor Jesucristo, como está escrito, sea anatema.

Pero ¿cómo puede decirse que Cristo es hombre perfecto, si ha salido de Dios?

En primer, porque el propio Jesús dice: "Yo os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios" (Jn 8,40). Y en segundo lugar, porque no sólo nos dio esa palabra de Dios, sino que se dio a sí mismo por nosotros, entregando su propio cuerpo por nosotros. De ahí que dijera "destruiré este templo, y en tres días lo levantaré", pues hablaba del templo de su cuerpo.

IX

Si alguno dice que Cristo sufre cambio o alteración, y rehúsa reconocer que él es inmutable en el Espíritu, aunque corruptible en la carne (Jn 2,20-21), sea anatema.

Pero ¿cómo puede decirse que Cristo sufre cambio y es inmutable?

En primer lugar, por lo que de él dijo la Escritura: "Yo soy y no cambio" (Mal 3,6), y: "Su alma no será dejada en el hades, ni su carne verá corrupción". Y en segundo lugar por lo que él dijo de su propio cuerpo: "Destruiré este templo, y en tres días lo reconstruiré" (Jn 2,20), refiriéndose "al templo de su cuerpo" (Jn 2,21).

X

Si alguno afirma que Cristo asumió al hombre sólo en parte, y rehúsa reconocer que fue hecho en todo semejante a nosotros, aparte del pecado, sea anatema.

Pero ¿cómo puede decirse que Cristo asumió al hombre en todo, y no sólo en parte?

En primer lugar, por lo que él dice: "Yo entrego mi vida, para volver a recuperarla" (Jn 10,17). Y en segundo lugar, por lo que él sigue diciendo: "Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida, y el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna" (Jn 6,55-56).

XI

Si alguno afirma que el cuerpo de Cristo está vacío de alma y de entendimiento, y se niega a reconocer que él es uno y el mismo en todo como nosotros, sea anatema.

Pero ¿cómo puede decirse que el cuerpo del Cristo es igual que el nuestro, en alma y entendimiento?

En primer lugar, porque la perturbación, el dolor y la angustia no son propiedades ni de una carne vacía de alma ni de un alma vacía de entendimiento, ni el signo de la divinidad inmutable, ni el índice de un mero fantasma, ni marcan el defecto de la debilidad humana. En segundo lugar, porque el Hijo de Dios exhibió en sí mismo el ejercicio de los afectos y susceptibilidades propios de nosotros, dotándose de nuestra pasibilidad, enfermedades y dolencias (Is 53,4). Y en tercer lugar, porque la perturbación, el dolor y la angustia son trastornos del alma, así como el trabajo, el sueño y la propensión del cuerpo a las heridas son enfermedades de la carne.

XII

Si alguno dice que Cristo se manifestó en el mundo sólo en apariencia, y rehúsa reconocer que vino realmente en carne, sea anatema.

Pero ¿cómo puede decirse que Cristo se manifestó realmente en carne, y no sólo en apariencia?

Es bien sencillo: Porque nació en Belén, y fue sometido a la circuncisión de la carne, y fue levantado por Simeón, y fue criado hasta los doce años en Nazaret, y quedó sujeto a sus padres, y fue bautizado en el Jordán, y fue clavado en una cruz, y resucitó de entre los muertos?

Por eso, cuando se dice que estaba turbado en el espíritu, que estaba triste en el alma (Mt 26,38), que estaba herido en el cuerpo (Is 53,5), se describen susceptibilidades propias de nuestra constitución, para mostrar que se hizo hombre en el mundo y tuvo su conversación con los hombres (Bar 3,38), pero sin pecado.

Nació en Belén según la carne, de una manera digna de la deidad, y los ángeles del cielo lo reconocieron como su Señor y alabaron como su Dios a Aquel que entonces estaba envuelto en pañales en un pesebre y exclamaba: "Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad entre los hombres" (Lc 2,14).

Fue criado en Nazaret, pero cuando se sentó entre los doctores lo hizo a la manera divina, y los asombró con una sabiduría más allá de sus años, con respecto a las capacidades de su vida corporal, como se registra en la narración del evangelio.

Fue bautizado en el Jordán, pero no para recibir para sí mismo ninguna santificación, sino para dar a otros la participación en la santificación.

Fue tentado en el desierto, pero no para ceder a la tentación, sino para poner nuestras tentaciones delante del tentador, a fin de mostrar la impotencia del tentador. Por eso dice Jesús: "Confiad en mí, que he vencido al mundo" (Jn 16,33). Y esto dijo, no como presentando ante nosotros una contienda propia sólo de un Dios, sino como mostrando nuestra propia carne en su capacidad de vencer el sufrimiento, la muerte y la corrupción, para que, como el pecado entró en el mundo por la carne, y la muerte vino a reinar por el pecado sobre todos los hombres, el pecado en la carne también fuera condenado por la misma carne en su semejanza; y para que ese supervisor del pecado, el tentador, fuera vencido, y la muerte fuera arrojada de su soberanía, y la corrupción en la sepultura del cuerpo fuera eliminada, y las primicias de la resurrección fueran mostradas, y el principio de justicia comenzara su curso en el mundo por medio de la fe, y el reino de los cielos fuera predicado a los hombres, y la comunión fuera establecida entre Dios y los hombres.

Por esta gracia, glorifiquemos al Padre, que nos ha dado a su Hijo unigénito para la vida del mundo. Glorifiquemos al Espíritu Santo, que obra en nosotros, nos vivifica y nos proporciona los dones adecuados para la comunión con Dios. No nos entrometamos en la palabra del evangelio con disputas inertes, dispersando por todas partes cuestiones y logomaquias interminables, y haciendo dura la palabra dulce y sencilla de la fe; más bien, trabajemos la obra de la fe, amemos la paz, mostremos concordia, conservemos la unidad, cultivemos el amor, en el que Dios se complace.

Así como no nos corresponde a nosotros saber los tiempos ni las sazones que el Padre puso en su sola potestad (Hch 1,7), sino solamente creer que vendrá el fin del tiempo, y que habrá una manifestación de un mundo futuro (y una revelación del juicio, y el advenimiento del Hijo de Dios, y la recompensa de las obras, y una herencia en el reino de los cielos), así tampoco nos corresponde saber cómo el Hijo de Dios se hizo hombre.

Grande es, pues, este misterio, como está escrito: "Su generación, ¿quién la contará? Porque su vida es quitada de la tierra" (Is 53,8).

Por eso, lo que a nosotros nos corresponde es creer que el Hijo de Dios se hizo hombre, conforme a las Escrituras. Y que fue visto en la tierra, y que convivió con los hombres, a la semejanza de ellos pero sin pecado. Y que murió por nosotros, y que resucitó de los muertos. Y que fue llevado al cielo, y que se sentó a la diestra del Padre, de donde ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, como está escrito.

Si luchamos unos contra otros con palabras, alguno será inducido a blasfemar las palabras de fe, y sucederá lo que está escrito: "Por vuestra causa es blasfemado mi nombre entre las naciones" (Is 52,5).