TEÓFILO DE ANTIOQUÍA
Apología a Autólico

LIBRO III

I
Introducción

Teófilo a Autólico, salud. Puesto que los escritores gustan escribir multitud de libros por vanagloria, unos sobre dioses, guerras y cronologías, otros sobre mitos inútiles y demás esfuerzos vanos, en los que tú te has ejercitado hasta hoy sin vacilar en soportar dicha carga, y como, aunque conversas con nosotros, todavía sigues sosteniendo que es insensata la palabra de la verdad, pensando que nuestras escrituras son recientes y nuevas; por esto yo tampoco vacilaré, Dios mediante, en recapitular para ti la antigüedad de nuestros escritos, presentándote una breve memoria, de tal manera que no vaciles en leerla y reconozcas así la tontería de los demás autores.

II
Vanidad de los autores griegos

Los escritores deberían haber sido testigos oculares de los acontecimientos narrados o haber sido informados con exactitud por quienes los vieron. Porque los que escriben cosas infundadas de alguna manera golpean el aire.

¿Qué le aprovechó a Homero haber escrito sobre la guerra de Troya y haber engañado a muchos, o a Hesíodo el catálogo de la Teogonía de los que él llama dioses? ¿Y qué de los trescientos sesenta y cinco dioses de Orfeo, a los que al fin de su vida rechaza al decir en sus Testamentos que existe un solo dios? ¿Qué le aprovechó a Arato la esferografía del círculo cósmico, como a los que dijeron cosas semejantes a las suyas, que no sea haber alcanzado ante los hombres una gloria del todo injusta? ¿Qué cosa verdadera han dicho?

¿Qué le aprovecharon sus tragedias a Eurípides, a Sófocles y a los demás compositores de tragedias? ¿O las comedias a Menandro, a Aristófanes y a los demás cómicos? ¿Qué a Herodoto y Tucídides sus historias? ¿Qué a Pitágoras sus templos y las columnas de Hércules? ¿Qué a Diógenes la filosofía cínica? ¿Qué a Epicuro su doctrina de que no hay providencia? ¿Qué a Empédocles enseñar el ateísmo? ¿Qué a Sócrates jurar por el perro, por el ganso, por el plátano y por el fulminado Asclepio, y por los demonios que invocaba? ¿Para qué murió voluntariamente y qué premio esperaba recibir después de la muerte? ¿Qué le aprovechó a Platón la educación según su propuesta o a los demás filósofos sus doctrinas de cuyo enorme número no voy a presentar ahora un inventario? Esto decimos para demostrar lo inútil y ateo de su pensamiento.

III
Las inmoralidades de los dioses paganos

Todos éstos, amantes de una gloria vacía y vana, ni conocieron ellos mismos lo verdadero ni exhortaron a otros hacia la verdad. Las mismas cosas que dijeron los acusan, pues han hablado contradictoriamente y la mayoría de ellos disolvieron sus propias doctrinas. No sólo se refutaron entre ellos, sino que algunos a veces invalidaron las doctrinas propias, por lo que su fama terminó en el deshonor y la locura, pues son condenados por los inteligentes.

En efecto, si antes hablaron de dioses, después enseñaron el ateísmo; si sobre la génesis del mundo, al último dijeron que todo es por el azar, y si antes se referían a la providencia, después dogmatizaron que el mundo no tiene providencia. ¿Qué más? ¿Acaso cuando intentaron escribir sobre la santidad, no terminaron enseñando a practicar la impureza, la fornicación y el adulterio, y hasta introdujeron las impudicias más abominables?

Ellos proclaman que son sus dioses los primeros que practicaron las uniones inconfesables y las comidas sacrílegas. ¿Quién no canta a Cronos como devorador de sus hijos, a Zeus, hijo suyo, como el que se traga a Metis (cf. Hesíodo, Teogonía, 889-890 y 899-900) y el que prepara abominables comidas para los dioses, en las que dicen que les sirve un tal Hefesto, un herrero rengo? (cf. Homero, Ilíada, I, 570-600). ¿Y también a Hera, su propia hermana, que no solamente se casa con Zeus, sino que comete obscenidades con boca impura?

Supongo que tú conoces las demás gestas que de él cantan los poetas. ¿Para qué además enumerar lo referente a Poseidón, a Apolo, a Dionisio y a Heracles, o lo referente a Atenea, amante del seno, y a la desvergonzada Afrodita, habiendo tratado de ello más específicamente en otro libro?

IV
Las calumnias contra los cristianos

Tampoco habría necesidad de que nosotros refutáramos todas estas cosas si no te viera ahora dudando sobre la palabra de la verdad. Y es que siendo prudente, soportas con gusto a los tontos. Si así no fuera, no te hubieras dejado influenciar por los discursos vacíos de hombres ignorantes ni persuadir por rumores prejuiciosos cuando bocas ateas que falsamente nos calumnian, a nosotros que somos religiosos y que nos llamamos cristianos, dicen que tenemos a nuestras mujeres como propiedad común a todos, que nos unimos promiscuamente, más aún, que mantenemos uniones carnales con nuestras propias hermanas, y, lo más ateo y salvaje de todo, que nos alimentamos de carnes humanas.

Ellos dicen también que nuestra palabra ha sido anunciada recientemente, y que no tenemos nada para decir para demostración de nuestra verdad y enseñanza, dicen que nuestra palabra es locura. Yo me maravillo especialmente por ti, que eres tan diligente en otras cosas e investigas todos los asuntos, a nosotros nos escuchas con descuido. Tú, que cuando puedes, no vacilas en pasar la noche en bibliotecas.

V
Son los griegos quienes enseñan el canibalismo

Ahora bien, ya que has leído tanto, ¿qué te parecieron las cosas que contienen los libros de Zenón, de Diógenes y de Cleantes, que enseñan la antropofagia, que los padres sean cocinados por sus propios hijos y que se los coman, y que si alguno se niega a comer o rechaza alguna parte de la abominable comida, hay que comerse al que no come?

Más aun, se ha encontrado la expresión más atea, la de Diógenes, que enseña que los hijos deben llevar a sus propios padres para ser sacrificados y comérselos (cf. Diógenes Laercio, Vitae, VI, 73). ¿Y qué más? ¿No narra el historiador Herodoto cómo Cambises degolló a los hijos de Harpago y cocidos los sirvió a su padre para que los comiera (cf. Herodoto, Historia, I, 119)? Cuenta además que entre los hindúes los padres son comidos por sus hijos (cf. Herodoto, Historia, III, 99).

¡Qué enseñanzas ateas, de los que estas cosas transcriben o más bien las enseñan! ¡Qué impiedad y ateísmo! ¡Qué inteligencia la de aquellos que filosofan tan escrupulosamente y que profesan la filosofía! Porque los que han propalado estas doctrinas llenaron el mundo de impiedad.

VI
La pederastia y la promiscuidad es recomendada por los griegos

También respecto de acciones impúdicas hay acuerdo casi completo entre los que se extraviaron en el coro de la filosofía. En primer lugar Platón, que según parece es el que ha filosofado con mayor seriedad entre ellos, expresamente legisla, por así decir, en el primer libro de República (cf. Platón, República, 457c-d), que las mujeres han de ser comunes para todos, utilizando el modelo del hijo de Zeus (cf. Homero, Ilíada, XIII, 450; Odisea, XIX, 178), legislador de los cretenses, de modo que, con este pretexto, los nacimientos de ellos sean numerosos y los que estuvieren tristes fueren consolados con estos tratos (cf. Platón, República, 460b).

El mismo Epicuro, juntamente con su enseñanza de ateísmo, recomienda copular con madres y hermanas, sin considerar las leyes que lo prohíben. Porque Solón legisló sobre este asunto con claridad, que los hijos sean engendrados legalmente del esposo y que no nazcan de adulterio, no sea que se honre como padre al que no es padre y se deshonre al que es padre no sabiéndose que es padre. Tales prácticas así están prohibidas por otras leyes de romanos y griegos.

¿Por qué motivo, entonces, Epicuro y los estoicos proponen las ideas de las uniones de hermanos y de pederastia, enseñanzas de las que han llenado bibliotecas, para que desde niño se aprenda la unión ilegítima? ¿Por qué además he de detenerme tratando estos asuntos, cuando ellos mismos han atribuido cosas semejantes a los que llaman dioses?

VII
Las contradicciones de los escritores griegos

Después de decir que existen dioses, los mismos los reducen a nada. Porque algunos dijeron que se componen de átomos, o que vuelven a los átomos, o dicen que los dioses no tienen un poder superior al de los hombres. Platón, después de decir que los dioses existen, quiere que estén compuestos de materia (cf. Aecio, Placita, I, XVII, 31; Platón, Timeo, 41a). Pitágoras, que tanto sudó sobre la cuestión de los dioses llevándola para arriba y para abajo (cf. Sexto Empírico, Contra los Matemáticos, IX, 367), en última instancia define la naturaleza y afirma que todas las cosas existen por azar (cf. Aecio, Placita, I, XVII, 18).

Sobre que los dioses no cuidan para nada de los hombres, ¡cuántas cosas adujo Clitómaco, el académico, sobre el ateísmo! Y qué no dijeron Critias y Protágoras de Abdera, el cual sentencia: "No puedo decir nada sobre ellos, ni si los dioses existen ni explicar cómo son, pues hay muchas cosas que me lo impiden" (cf. Sexto Empírico, Contra los Matemáticos, IX, 51).

Sería excesivo para nosotros mentar las cosas de Evhémero, el más ateo (cf. Sexto Empírico, Contra los Matemáticos, IX, 17; Aecio, Placita, I, VII, 1). Porque, después de haberse atrevido a decir muchas cosas sobre los dioses, termina negando en absoluto que existan dioses, y más bien quiere que todas las cosas sean administradas por el azar.

Acaso Platón, que tantas cosas expresó sobre la monarquía de Dios y sobre el alma del hombre, diciendo que el alma es inmortal, ¿no se encuentra luego en contradicción consigo mismo al afirmar que las almas transmigran a otros hombres y que las de algunos hasta pasan a animales irracionales (cf. Platón, Fedón, 106b; Fedro, 82a-b, 248c, 249b)? ¿Cómo no ha de aparecer terrible y sacrílega esta doctrina a los que tienen inteligencia, que el que antes era hombre sea después lobo, perro, asno u otro animal irracional? Consta que Pitágoras dijo tonterías semejantes a éstas, además de rechazar la providencia.

Ahora bien, ¿a cuál de ellos vamos a creer? ¿Al cómico Filemón que dijo: "Los que honran al dios tienen bellas esperanzas de salvación" (cf. Filemón, Fragmentos, 181)? ¿O a los antes citados Epicuro, Pitágoras y a los demás que niegan que exista religión y que destruyen la providencia? Porque sobre Dios y la providencia dijo Aristón: "Ánimo, pues, que el ayudar a todos los justos es costumbre del dios, y a éstos especialmente. Porque si no hubiera una retribución preparada para los que viven como se debe, ¿para qué ser piadoso?

Así debiera ser; pero veo con claridad que los que eligen vivir piadosamente experimentan adversidades, y que los que no buscan sino su propio interés tienen un pasar más honorable que nosotros. En el presente. Pero hay que mirar más lejos y aguardar a la transmutación de todas las cosas. No es como aquella opinión maligna entre algunos enraizada, inútil para la vida, que si hay cambio es por azar o que domina lo fortuito. Así creen que tienen todas estas cosas a favor de su propia suerte los malvados. Pero hay un premio para los que viven santamente. Y para los malos un condigno castigo. Porque nada ocurre fuera de providencia" (Aristón, Fragmenta Comicorum Graecorum, I, 9-10).

Las cosas que dijeron los otros, de algún modo la mayoría, sobre dios y la providencia, puede verse cuan discorde entre ellos es lo que dijeron. Pues algunos rechazaron por completo a dios y a la providencia, otros en cambio pusieron a dios y reconocieron que todo lo ordena por providencia. El oyente y lector inteligente, pues, debe atender con cuidado a lo expresado conforme a Similo, cuando dice: "Es costumbre llamar poetas por igual a los exagerados por naturaleza y a los buenos, y es preciso diferenciar" (Aristón, Comicorum Graecorum Fragmenta, II, 444). De la misma manera también Filemón, en algún lugar: "Es malo un oyente necio sentado, pues por su ignorancia no se reprende a sí mismo" (Filemón, Fragmentos, 143). Es necesario, entonces, atender y comprender lo que se dice, examinando críticamente lo dicho por los filósofos y demás poetas.

VIII
Las aberraciones de los dioses paganos

Habiendo negando la existencia de los dioses, los mismos después la reconocen, son ellos mismos los que afirman que realizan abominables acciones. En primer lugar de Zeus, los poetas cantan con versos melodiosos sus acciones indecentes. ¿Y no indica Crisipo, el gran propalador de tonterías, que Hera se unió a Zeus por su impura boca? ¿Para qué he de enumerar las impudicias de la llamada madre de dioses, o de Zeus Lacial, sediento de sangre humana, o de Atis el Mutilado, o de Zeus llamado Trágico, que según dicen se quemó su propia mano y ahora es venerado como dios por los romanos?

Hago silencio sobre los templos de Antínoo y los de los otros así llamados dioses. Tales historias producen la risa de los inteligentes. Los que filosofan de esta manera son convictos de ateísmo por sus propias doctrinas, y también de promiscuidad y de uniones ilícitas. Es más, en sus escritos se encuentra antropofagia, y son los dioses que ellos veneran los primeros que realizaron tales acciones.

IX
El credo de los cristianos

Nosotros también confesamos a Dios, pero uno, el creador, hacedor y artífice de todo este mundo, sabemos que todo se gobierna por providencia, pero de la suya sólo, y hemos aprendido una ley santa, pero tenemos como legislador al Dios existente, que nos enseña la práctica de la justicia, la piedad y la obra del bien.

Sobre la piedad dice: "No habrá para ti otros dioses fuera de mí. No te fabricarás ídolo ni imagen alguna de cuanto hay arriba en el cielo ni abajo en la tierra, ni cuanto en las aguas debajo de la tierra. No los adorarás ni los servirás, porque yo soy el señor Dios tuyo" (Ex 20,3-5).

Sobre obrar el bien, dijo: "Honra a tu padre y a tu madre, para que te vaya bien y seas de larga vida sobre la tierra que te doy, yo el señor tu Dios" (Ex 20,12).

Y sobre la justicia: "No cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no levantarás falso testimonio contra tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni codiciarás su casa, ni su campo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni bestia alguna suya, ni cuanto sea de tu prójimo" (Ex 20,13-17). "No torcerás el juicio del pobre al juzgarle, te apartarás de toda palabra injusta, no matarás al inocente y justo, no justificarás al impío ni aceptarás dones, pues los dones ciegan los ojos de los que ven y destruyen las palabras justas" (Ex 23,6-8).

Ahora bien, Moisés, servidor de Dios, fue ministro de esta divina ley, para todo el mundo pero principalmente para los hebreos, que se llaman también judíos, a los que al principio había reducido a servidumbre el rey de Egipto, siendo ellos simiente justa de hombres piadosos y santos, Abrahán, Isaac y Jacob.

Acordándose Dios de ellos, por medio de Moisés obró maravillas y milagrosos prodigios; los libró y sacó de la tierra de Egipto, conduciéndolos a través del llamado desierto. A ellos estableció en tierra de Canaán, posteriormente llamada Judea, les dio la ley y les enseñó todo esto. Ahora bien, los diez capítulos de esta ley grande y admirable (cf. Dt 4,13), válida para toda justicia (cf. Mt 3,15), son éstos que arriba hemos mencionado.

X
Los judíos residentes en Egipto recibieron la ley

Los judíos se hicieron residentes en la tierra de Egipto, siendo por estirpe hebreos de la tierra de Caldea (pues por aquél tiempo se produjo un hambre que los obligó a emigrar a Egipto para comprar granos, donde con el tiempo se establecieron, cosa que les ocurrió según la predicción de Dios) habiendo entonces habitado en Egipto durante cuatrocientos treinta años, y cuando Moisés se aprestaba a sacarlos al desierto (cf. Gn 15,13), Dios les enseñó por medio de la ley, diciendo: "No atribularás al extranjero, porque ustedes conocen el alma del extranjero, porque extranjeros fueron en la tierra de Egipto" (Ex 23,9).

XI
Dios mandó profetas para exhortar a la conversión

Habiendo sido desobedecida por el pueblo la ley que Dios le había dado, y por ser Dios bueno y misericordioso, no queriendo que perecieran, además de darles la ley después les envió profetas de entre sus hermanos para que les enseñaran y recordaran las cosas de la ley, y para llevarlos al arrepentimiento y que no pecaran más. Pero si se obstinaban en su malas acciones, les predijeron que serían sometidos a todos los reinos de la tierra (cf. Ba 2,4), y que así les ha sucedido es ya evidente.

Sobre el arrepentimiento dice el profeta Isaías, a todos en general pero especialmente al pueblo: "Busquen al Señor y al encontrarle invóquenlo Y cuando se haya acercado a ustedes, el impío abandone sus caminos y el varón inicuo sus consejos, y regrese hacia el Señor su Dios, y tendrá misericordia porque largamente cancelará sus pecados" (Is 55,6-7). Otro profeta, Ezequiel, dice: "Si el inicuo se convierte de todas las iniquidades que hizo y guarda mis mandamientos y hace mis justificaciones, vivirá con vida, no morirá y no habrá memoria de cuantas iniquidades hizo, sino que por la justicia que hizo vivirá, porque no quiero la muerte del inicuo, dice el Señor, sino que regrese de su mal camino y que viva" (Ez 18,21-23). También Isaías: "Conviértanse los que deliberan consejo profundo e inicuo, para que sean salvados" (Is 31,6; 45,22). Y otro, Jeremías: "Retornen al Señor su Dios, como el vendimiador a su cesta, y recibirán misericordia" (Jr 6,9).

Muchas cosas, o mejor infinitas, se dicen sobre el arrepentimiento en las santas escrituras, pues siempre quiere Dios que el género de los hombres retorne de todos sus pecados.

XII
Virtud de la justicia

Además también sobre la justicia, de la que ha hablado la ley, se ve que tanto los profetas como los evangelios dicen cosas consecuentes, porque todos ellos inspirados por el espíritu han hablado con un único espíritu de Dios.

Isaías, pues, dice así: "Quiten las maldades de sus almas, aprendan a hacer el bien, busquen el juicio, liberen al ofendido, juzguen para el huérfano y hagan justicia a la viuda" (Is 1,16-17). Y el mismo todavía: "Desata, dice, toda atadura de injusticia, rompe los lazos de los contratos violentos, envía a los heridos con perdón, destruye toda escritura injusta, parte con el hambriento tu pan y deja entrar en tu casa a los pobres sin techo. Si ves a un desnudo, vístele, y no desprecies a los de tu propia sangre. Entonces se alzará tu luz matinal y tus curaciones se levantarán con premura y tu justicia caminará precediéndote" (Is 58,6-8). De la misma manera, Jeremías: "Deténganse, dice, en los caminos, miren y pregunten cuál es el camino bueno del Señor nuestro, y caminen por él, y encontrarán descanso para sus almas" (Jr 6,16); "juzguen justo juicio, porque en esto está la voluntad del Señor su Dios" (Zac 7,9 y Jr 9,24).

De modo semejante dice también Oseas: "Guarden el juicio y acérquense al Señor su Dios, el que afirmó el cielo y fundó la tierra" (Os 12,7; 13,4). Y otro, Joel, dijo acorde con ellos: "Reúnan al pueblo, santifiquen la congregación, reciban a los ancianos, junten a los niños que maman de los pechos. Salga el esposo de su cámara nupcial y la esposa de su lecho, rueguen con instancia al Señor su Dios, a fin de que se compadezca de ustedes, y él cancelará sus pecados" (Jl 2,16; 1,14; cf. Is 43,25). Y otro, Zacarías, de la misma manera: "Esto dice el Señor omnipotente: juzguen juicio de verdad y hagan cada uno misericordia y compasión con su prójimo, no opriman a la viuda, al huérfano y al extranjero, no guarden rencor en sus corazones contra su hermano, dice el Señor omnipotente" (Zac 7,9-10).

XIII
Virtud de la pureza

En cuanto a la pureza, no sólo nos enseña la palabra santa a no pecar de obra, sino tampoco de pensamiento, a no concebir en el corazón ningún mal para otro, ni desear la mujer de otro al mirarla con los ojos. En efecto, Salomón que fue rey y profeta, dice: "Que tus ojos miren recto y que tus párpados guiñen lo justo; haz sendas rectas para tus pies" (Pr 4,25-26).

Más estrictamente, la voz evangélica enseña sobre la castidad diciendo: "Todo el que mira a la mujer ajena para desearla ya adulteró con ella en su corazón" (Mt 5,28). "Y el que se casa", dice, "con la que fue repudiada por su esposo, comete adulterio, y el que repudia a la mujer, fuera del caso de fornicación, le hace cometer adulterio" (Mt 5,32). Salomón dice además: "¿Echará alguien fuego en su vestido y su vestido no arderá? ¿Caminará alguien sobre brasas encendidas y no se quemará los pies? Así, el que se acerque a una mujer casada no será inocente" (Pr 6,27-29).

XIV
Virtud del amor al prójimo

En cuanto a que nosotros seamos benevolentes, y no sólo, como algunos suponen, con los de nuestro propio pueblo, el profeta Isaías dijo: "Digan a los que los odian y los abominan: "Son nuestros hermanos". Así será glorificado el nombre del Señor, y sea visto en la alegría de ellos" (Is 66,5). Y el evangelio: "Amen", dice, "a sus enemigos y rueguen por los que los calumnian. Pues si aman a los que los aman, ¿qué recompensa tienen? Eso también lo hacen los bandidos y los cobradores de tributo" (Mt 5,44. 46).

A los que hacen el bien les enseña a no gloriarse, para no buscar el agrado de los hombres. "No sepa", dice, "tu mano izquierda lo que hace tu mano derecha" (Mt 6,3). También nos manda la divina palabra someternos a los magistrados y autoridades, y orar por ellos (cf. Rm 13,1), a fin de llevar una vida quieta y tranquila (cf. 1Tm 2,1-2). Y enseña a dar todo a todos: a quien honor, honor; a. quien temor, temor; a quien tributo, tributo; no deber nada a nadie, sino sólo amar a todos (cf. Rm 13,7-8).

XV
Resto de virtudes cristianas

Considera, pues, si quienes tales enseñanzas reciben pueden vivir promiscuamente y practicar uniones ilegítimas, o, lo más ateo de todo, comer carne humana, cuando tenemos prohibido hasta contemplar los combates de gladiadores para no ser partícipes ni cómplices de muertes. Tampoco hay que ver los demás espectáculos para no manchar nuestros ojos y nuestros oídos, si nos hacemos partícipes de los versos que allí se entonan. Pues si de antropofagia se trata, allí se comen los hijos de Tiestes y Teseo; si de adulterio, y no sólo de hombres sino también de dioses, allí se representan tragedias que lo pregonan con melodiosos versos, con honores y premios.

Muy lejos está de los cristianos el pensamiento de hacer cosas semejantes: entre ellos está presente la templanza, se ejercita la continencia, se respeta la monogamia, se guarda la castidad, se expulsa la injusticia, se erradica el pecado, se medita la justicia, tiene vigencia la ley, se practica la religión, se confiesa a Dios, la verdad domina, la gracia guarda, la paz protege, la palabra santa conduce, la sabiduría enseña, la vida domina, Dios reina.

Mucho más pudiéramos decir sobre nuestra institución, sobre las disposiciones del Dios y artífice de toda la creación, pero por ahora pensamos que es suficiente recordar lo dicho para que tú lo sepas, y más si lees lo establecido hasta ahora, a fin de que si has sido hasta el presente amante del saber, seas amante del saber en adelante.

XVI
No es Platón quien dice la verdad sobre el origen del mundo

Ahora quiero demostrarte con más precisión, Dios mediante, lo referente a los tiempos, para que reconozcas que nuestra palabra no es reciente ni mítica, sino más antigua y más verdadera que la de todos los poetas y escritores, que escribieron sobre lo incierto. Pues algunos diciendo que el mundo es ingénito terminaron en lo infinito, otros, diciendo que era producido, dijeron que tiene ya quince miríadas tres mil setenta y cinco años. Esto lo narra Apolonio el egipcio (cf. Apolonio Egipcio, Fragmentos de los Historiadores Griegos, DCLXVI, 3).

Platón, que se cree ha sido el más sabio de los griegos, ¡a cuántas tonterías fue a terminar! Porque en las "Repúblicas" escritas por él se encuentra que dice literalmente: Si las cosas han permanecido todo el tiempo como están dispuestas ahora, ¿acaso pudo inventarse absolutamente nada nuevo? Y es que durante una miríada de miríadas de años les pasó inadvertido el tiempo a las gentes de entonces y sólo hace mil o dos mil años que se pusieron de manifiesto los primeros descubrimientos, ya de Dédalo, ya de Orfeo, ya de Palamedes" (Platón, Leyes, 677c-d).

Al decir que así sucedió, establece que del diluvio a Dédalo pasaron una miríada de miríadas de años (cf. Platón, Leyes, 677a). Y después de hablar mucho sobre ciudades, colonias, poblaciones y naciones, admite que todo esto lo dijo por conjetura. Dice así: Si pues, extranjero, algún dios nos prometiera emprender otra vez nuestro examen sobre las leyes, de las palabras dichas ahora" (Platón, Leyes, 683a-c). Es evidente que habla por conjetura. Y sí por conjetura, no son entonces verdaderas las cosas que él dijo.

XVII
Los profetas recibieron su sabiduría del Espíritu de Dios

Más vale, pues, hacerse discípulo de la legislación divina, como el mismo reconoce: que no puede aprenderse de otra manera lo exacto, si no lo enseña Dios a través de la ley (cf. Platón, Menón, 99e-100a). ¿Pues qué? ¿Acaso los poetas Homero, Hesíodo y Orfeo no dijeron que ellos mismos habían sido enseñados por la providencia divina? Más aún, dicen que con los escritores hubo adivinos y videntes, y que de ellos aprendieron a escribir con exactitud. ¿Cuánto más no hemos de saber nosotros la verdad, que aprendimos de los santos profetas llenos del santo Espíritu de Dios?

Por ello todos los profetas dijeron cosas concordes y armónicas entre sí, y anunciaron de antemano lo que habría de suceder a todo el mundo. El mismo cumplimiento de las cosas previamente anunciadas y ya acontecidas puede enseñar a los amantes del estudio o, mejor dicho, a los amantes de la verdad, que es realmente verdadero lo que fue anunciado por ellos sobre los tiempos y épocas anteriores al diluvio, y cómo se cuentan los años desde la creación del mundo hasta hoy, para mostrar así la tontería de la falsedad de los escritores, y que no es verdadero lo dicho por ellos.

XVIII
La historia del diluvio

Platón, como ya hemos dicho, mostrando que hubo un diluvio, dijo que no alcanzó toda la tierra sino solamente las llanuras y que los que huyeron a los montes más altos se salvaron (cf. Platón, Timeo, 22d; Leyes, 677a-b). Otros dicen que existieron Deucalión y Pirra, y que éstos se salvaron en un arca, y que Deucalión, después de salir del arca, arrojaba piedras para atrás y que de las piedras nacían hombres. De allí dicen que a una multitud de hombres se le llama pueblo (cf. Píndaro, Olimpia, IX, 43-46; Homero, Ilíada, XXIII, 611). Otros a su vez dijeron que en el segundo diluvio existió Climeno.

Ahora bien, por lo que ya se ha dicho es evidente que quienes tales cosas escribieron y tan vanamente filosofaron resultan despreciables, del todo impíos y tontos. Moisés, nuestro profeta y siervo de Dios (cf. Ex 14,31; Nm 11,11; Hb 3,5), por otra parte, al historiar la creación del mundo explicó de qué manera sucedió el diluvio sobre la tierra, y no se puso a mitificar sobre cómo ocurrieron los acontecimientos relativos al diluvio, o sobre un Pirra o sobre un Deucalión o sobre un Climeno, ni que solamente se inundaron las llanuras salvándose sólo los que se refugiaron en los montes.

XIX
Moisés reveló la verdadera historia de Noé

Tampoco declara que hubo un segundo diluvio, sino por el contrario dijo que no habrá ningún diluvio de agua en el mundo, como en efecto ni lo ha habido ni lo habrá. Cuenta que fueron ocho el total de almas de hombre que se salvaron en el arca (cf. Gn 9,11), que fue construida por orden de Dios, no por Deucalión sino por el que en hebreo se llama Noé, que en lengua griega quiere decir descanso, según lo que en otro libro hemos mostrado, cómo Noé anunciando a los hombres de su tiempo que habría de venir un diluvio, les profetizó diciendo: "Vengan, Dios los llama al arrepentimiento". Por eso apropiadamente se lo llama Deucalión.

Este Noé tenía tres hijos, como lo hemos mostrado en el segundo libro. Cuyos nombres son Sem, Cam y Jafet, cada uno de los cuales tenía su mujer, más aquél y la mujer suya. A este hombre algunos lo han llamado Eunuco. Entonces, ocho era el total de almas humanas que se salvaron, las que se hallaban en el arca.

Moisés indicó que el diluvio tuvo lugar "durante cuarenta días y cuarenta noches, al fluir las cataratas del cielo y brotar todas las fuentes del abismo, al punto que el agua se levantó quince codos por encima de los montes más altos" (Gn 7,11-12; 7,20). Así pereció todo el género de los hombres de entonces, y sólo se salvaron los ocho que antes hemos dicho, que estaban guardados en el arca. Los restos de esta arca se muestran hasta hoy en los montes de Arabia (cf. Flavio Josefo, Antigüedades Judías, I, 90). En resumen, esta es la historia de lo que ocurrió en el diluvio.

XX
Antigüedad del pueblo hebreo

Moisés, pues, fue el conductor de los judíos, como ya hemos dicho, cuando fueron expulsados de la tierra de Egipto por el rey Faraón, cuyo nombre es Tetmosis. Se dice que después de la expulsión del pueblo este rey reinó durante veinticinco años y cuatro meses, según el cómputo de Manetón (cf. Flavio Josefo, Contra Apión, I, 93-98). Después de él Cebrón trece años, después de él Amenofis veinte años y siete meses, después de él su hermana Amesa veintiún años y un mes, después de ella Mefres doce años y nueve meses, después de él Meframutosis veinticinco años y diez meses, después de él Titmoses nueve años y ocho meses, después de él Amenofis, treinta años y diez meses, después de él Oros treinta y seis años y cinco meses, después de él su hija Aquenjeres doce años y un mes, después de ella Ratotis nueve años. Después de él Aquenjeres doce años y cinco meses, después de él Aquenjeres doce años y tres meses, su hijo Armáis cuatro años y un mes, después de él Ramsés un año y cuatro meses, después de él Armeses Miamou sesenta y seis años y dos meses, después de el Amenofis diecinueve años y seis meses. Sus hijos Setos y Ramsés diez años; de ellos se dice que poseían en su época una gran fuerza de caballería y armada naval.

Los hebreos, que en aquella ocasión demoraban en la tierra de Egipto y estaban sometidos a servidumbre por el mencionado rey Tetmosis, edificaron para él las ciudades fortificadas de Peito, Ramesés y On, que es la ciudad del Sol (Ex 1,11). Por tanto se muestra que los hebreos son anteriores a las ciudades que entonces eran famosas entre los egipcios; de aquellos, que son nuestros antepasados, tenemos los libros sagrados que son, como hemos dicho, más antiguos que todos los escritores.

El país de Egipto se llamó así del rey Seto, pues se dice que Seto es llamado Egipto (cf. Flavio Josefo, Contra Apión, I, 102). Seto tenía un hermano por nombre Armáis; éste era llamado Dánao y fue el que vino de Egipto a Argos y éste es el que mencionan los demás escritores como muy antiguo (cf. Flavio Josefo, Contra Apión, I, 103 y 231).

XXI
Falsas noticias sobre los judíos

Manetón, que dijo muchas tonterías al estilo de los egipcios y hasta injurias contra Moisés y contra los hebreos que lo acompañaban, como si éstos hubieran sido expulsados de Egipto por causa de la lepra, no supo decir los tiempos con exactitud. Al llamarlos pastores y enemigos de los egipcios, dijo involuntariamente lo de pastores, forzado por la verdad. Pues en efecto nuestros antepasados que demoraron en Egipto fueron realmente pastores, pero no leprosos. Habiendo llegado a la tierra que se llama Jerusalén y en la que posteriormente habitaron, es patente de qué modo sus sacerdotes, que perseveraban en el templo por ordenación de Dios, por entonces curaban toda enfermedad así como sanaban a los leprosos de toda mancha. Salomón rey de Judea edificó el templo.

Por sus propias expresiones es evidente que Manetón se equivoca en lo relativo a los tiempos y también respecto del rey que los expulsó, de nombre Faraón. Éste no reinó ya sobre ellos, pues saliendo en persecución de los hebreos se hundió con su ejército en el mar Rojo (cf. Ex 14,27). Dice falsamente también que los que él llama pastores habrían hecho la guerra a los egipcios. Ellos salieron de Egipto y habitaron la región que hasta hoy se llama Judea trescientos trece años antes de la llegada de Dánao a Argos.

Está claro que éste es considerado el más antiguo por la mayor parte de los escritores griegos. Por tanto, involuntariamente Manetón en sus escritos nos recuerda la verdad en dos puntos, primero, por haber caracterizado a ellos como pastores, segundo, por haber dicho que ellos salieron de la tierra de Egipto. Por lo tanto de todos estos datos anagráficos se demuestra que Moisés y los suyos son novecientos o mil años anteriores a la guerra de Troya (cf. Taciano, Oratio, XXXIX, 1-2).

XXII
Fecha de construcción del templo de Jerusalén

Pero en cuanto a la edificación del templo en Judea, que edificó el rey Salomón quinientos sesenta y seis años después de la salida de Egipto de los judíos, está registrado entre los tirios cómo fue edificado el templo, y en sus archivos se guardan escritos en los que se registra que el templo fue construido ciento cuarenta y tres años y ocho meses antes de la fundación de Cartago por los tirios (cf. Flavio Josefo, Contra Apión, I, 108).

Está registrado por un rey de los tirios de nombre Hieromo, hijo de Abibal, porque por tradición paterna Hieromo se hizo amigo de Salomón, también por la extraordinaria sabiduría que poseía Salomón. Entre ambos se ejercitaban continuamente en la resolución de problemas, de lo que dan testimonio las cartas que se dice se conservan hasta hoy entre los tirios, pues se escribían entre ellos (cf. Flavio Josefo, Contra Apión, I, 109 y 111).

Como también recuerda Menandro de Éfeso en su historia de los reyes de los tirios, que dice así: "Muerto Abibal, rey de los tirios, lo sucedió en el reinado su hijo Hieromo, que vivió cincuenta y tres años (y reinó treinta y cuatro años). A este le sucedió Baleazoro, que vivió cuarenta y tres años y reinó diecisiete.

Después de él Abdastrato vivió veintinueve años y reinó nueve, después de él Metuastarto vivió cincuenta y cuatro y reinó doce años, después de él su hermano Atarimos vivió treinta y ocho años y reinó nueve, que fue muerto por un hermano de nombre Heles, que vivió cincuenta años y reinó ocho meses, éste fue muerto por Jutóbalo, sacerdote de Astarté, que vivió cuarenta años y reinó treinta y dos, a éste sucedió su hijo Balezoros, que vivió cuarenta y cinco años y reinó seis, su hijo Meteno, que vivió treinta y dos años, reinó veintinueve, a éste sucedió Pigmalión, que vivió cincuenta y seis años y remó cuarenta y siete. En el séptimo año de su reinado, su hermana, habiéndose fugado a Libia, fundó la ciudad que hasta hoy se llama Cartago.

Entonces, el total del tiempo desde el reinado de Hieromo hasta la fundación de Cartago comprende ciento cincuenta y cinco años y ocho meses. El templo de Jerusalén fue edificado el año doce del reinado de Hieromo, de modo que el total de tiempo que va desde la edificación del templo hasta la fundación de Cartago es de ciento cuarenta y tres años y ocho meses" (Flavio Josefo, Contra Apión, I, 116-117 y 121-126).

XXIII
Zacarías, el último de los profetas

Es suficiente para nosotros, pues, con lo dicho sobre el testimonio de fenicios y egipcios tal como resulta de las historias sobre nuestra cronología hechas por los escritores Manetón el Egipcio y Menandro el Efesio, y también por Josefo que registró la guerra judaica que les hicieron los romanos (cf. Flavio Josefo, Contra Apión, I, 127). Pues por estos antiguos se demuestra que los escritos de los demás son posteriores a los escritos que nos fueron dados por medio de Moisés, y también de los profetas que le siguieron. Pues el último de los profetas, por nombre Zacarías, floreció durante el reinado de Darío.

También todos los legisladores se ve que dieron sus leyes con posterioridad. Porque si alguien cita a Solón el Ateniense, éste vivió en los tiempos de los reyes Ciro y Darío, en el tiempo del citado profeta Zacarías, que es muchos años posterior. Y si es el caso de los legisladores Licurgo, Dracón o Minos, nuestros libros sagrados les ganan en antigüedad, como quiera que se demuestre que los escritos de la ley divina que nos fue dada por medio de Moisés preceden no solamente al Zeus de los cretenses sino también a la guerra de Troya.

Para hacer una demostración más exacta de las épocas y de los tiempos, con la ayuda de Dios, vamos a tratar la historia no solamente posterior al diluvio sino también la anterior al diluvio, para establecer en lo posible el total de los números, y ahora lo haremos remontándonos al remoto principio de la creación del mundo, como lo registró por el espíritu santo Moisés, el siervo de Dios. Pues al hablar de la creación y génesis del mundo, del primer hombre plasmado y de los acontecimientos que siguieron, indico también los años transcurridos antes del diluvio.

Por mi parte, pido gracia al Dios único para decir toda la verdad exactamente según su voluntad, de manera que tú y todo el que leyere estas cosas sea guiado por la verdad y su gracia. Comenzaré pues por el inicio de las genealogías registradas, es decir, por el principio de la creación del hombre plasmado en primer lugar.

XXIV
Cronología universal

Adán, antes de tener hijos vivió doscientos treinta años, su hijo Sed doscientos cinco años, su hijo Enós ciento noventa años, su hijo Cainán ciento setenta años, su hijo Maleleel ciento sesenta y cinco años, su hijo Jareta ciento sesenta y dos años, su hijo Enoc ciento sesenta y cinco años, su hijo Matusala ciento sesenta y siete, su hijo Lamec ciento ochenta y ocho. De éste es hijo el mencionado Noé, que engendró a Sem siendo de quinientos años. En su tiempo ocurrió el diluvio, siendo de seiscientos años (cf. Gn 7,6). El total de años hasta el diluvio, entonces, es de dos mil doscientos cuarenta y dos.

Inmediatamente después del diluvio, Sem de cien años engendró a Arfaxad, Arfaxad de ciento treinta y cinco engendró a Sala, Sala engendró a los ciento treinta años; su hijo Heber, de quien la descendencia suya toma el nombre de hebreos, engendró a los ciento treinta y cuatro años, su hijo Faleg a los ciento treinta, su hijo Ragau a los ciento treinta y dos, su hijo Seruj a los ciento treinta, su hijo Nacor a los setenta y cinco, su hijo Tarra a los setenta, su hijo Abrahán patriarca nuestro engendró a Isaac a los cien años (cf. Gn 21,5). Hasta Abrahán, entonces, pasaron tres mil doscientos setenta y ocho años.

El mencionado Isaac vivió sesenta años antes de engendrar y tuvo a Jacob (cf. Gn 25,26), Jacob vivió ciento treinta años antes de la migración a Egipto, que antes hemos mencionado; la estadía de los hebreos en Egipto duró cuatrocientos treinta años, y después de salir ellos de la tierra de Egipto pasaron en el así llamado desierto cuarenta años. El total de los años, entonces, fue de tres mil novecientos treinta y ocho, cuando con ocasión de la muerte de Moisés le sucedió en el gobierno Josué, hijo de Nave, que estuvo al frente de ellos veintisiete años.

Después de Josué, apartándose el pueblo de los mandamientos de Dios, sirvieron a un rey de Mesopotamia de nombre Jusarathón por ocho años. Luego, habiéndose convertido el pueblo, surgieron sus propios jueces: Godoneel por cuarenta años, Eclón por dieciocho años, Aoth por ocho años. Después, habiendo ellos pecado, los dominaron extranjeros durante veinte años. Después, los juzgó Débora cuarenta años. Después, los madianitas los dominaron siete años. Luego, Gedeón los juzgó cuarenta años, Abimelec tres años, Tola veintitrés años, Yair veintidós años. Después los dominaron filisteos y amonitas dieciocho años. Luego los juzgó Jefté seis años, Esbón siete años, Ailón diez anos, Abdón ocho años. Luego los dominaron extranjeros cuarenta años. Luego los juzgó Sansón veinte años. Después hubo paz durante cuarenta años. Luego los juzgó Samera un año, Elí veinte años, Samuel doce años.

XXV
El período de los reyes. El exilio

Después de los jueces hubo entre ellos reyes, el primero de nombre Saúl, que reinó veinte años, después David, nuestro antepasado, cuarenta. El total de los años hasta David, entonces, es de cuatrocientos noventa y ocho.

Después de éstos Salomón, el que por primero edificó el templo de Jerusalén según el designio de Dios, reinó durante cuarenta años, y después de él Roboam, diecisiete años, y después de él Abías, siete, y después de él Asa, cuarenta, y después de él Josafat, veinticinco, y después de él Jorán, ocho, y después de él Ococías, uno, y después de él Godoniel, seis, y después de él, Joás, cuarenta, y después de él, Amasías, treinta y nueve, y después de él Ozías, cincuenta y dos, y después de él Joabán, dieciséis, y después de él Acaz, diecisiete, y después de él Ezequías, veintinueve, y después de él Manasés, cincuenta y cinco, y después de él, Amós, dos, y después de él Josías, treinta y uno, y después de él Ocás, tres meses, y después de él Joaquín, once años, y después de él otro Joaquín, tres meses y diez días, y después de él Sedecías, once años.

Después de estos reyes, como el pueblo permaneciera en sus pecados y no se convirtiera, según profecía de Jeremías, subió hasta Judea un rey de Babilonia, de nombre Nabucodonosor, e hizo migrar al pueblo de los judíos hasta Babilonia, y destruyó el templo que había edificado Salomón. En la migración de Babilonia el pueblo permaneció setenta años. El total de años hasta la estadía en Babilonia, entonces, es de cuatro mil novecientos cincuenta y cuatro, seis meses y diez días.

De la misma manera en que Dios predijo por el profeta Jeremías que el pueblo viviría cautivo en Babilonia, así también señaló de antemano que ellos volverían nuevamente a su tierra después de setenta años. Pasados entonces setenta años, Ciro llegó a ser rey de los persas, y según la profecía de Jeremías, en el segundo año de su reinado promulga un edicto por escrito para que todos los judíos que estaban en su reino regresaran a su país y reedificaran para Dios el templo que había destruido el ya mencionado rey de Babilonia. Además de esto, de acuerdo al mandato de Dios, Ciro ordenó a Sabesaro y a Mitridates, sus propios guardaespaldas, devolver los vasos del templo de Judea tomados por Nabucodonosor y colocarlos en el templo. En el segundo año de Ciro, entonces, se cumplieron los setenta años predichos por Jeremías.

XXVI
Trascendencia de la historia sagrada

En esto se ve cuánto más antiguos y más verdaderos se muestran nuestros escritos sagrados frente a los de los griegos y de los egipcios o ante cualquiera de los demás historiadores. Pues la mayoría, como Herodoto, Tucídides o Jenofonte, o de igual modo los demás historiadores, comienzan sus registros hacia la época de los reyes Ciro y Darío, no estando en condiciones de decir algo exacto sobre los tiempos antiguos precedentes (cf. Flavio Josefo, Contra Apión, I, 66-68). ¿Qué dijeron de grande si hablaron de Darío y de Ciro que reinaron sobre los bárbaros, o de Sopiro e Hipias, que reinaron sobre los griegos, o de las guerras de atenienses y lacedemonios, o de las gestas de Jerjes o de Pausanias, que casi se muere de hambre en el templo de Atenea, o de Temístocles y la guerra del Peloponeso, o de Alcibíades y Trasíbulo?

Porque a nosotros no nos interesa una exposición llena de palabras, sino el mostrar la cantidad de tiempos desde la constitución del mundo y refutar la vanidad y tontería de los escritores, pues no son, como dijo Platón, dos miríadas de miríadas de años desde el diluvio a su tiempo, enseñando que habían pasado tantos años (cf. Platón, Leyes, 677d), ni tampoco quince miríadas y tres mil setenta y cinco años, como hemos dicho que narra Apolonio el Egipcio.

Tampoco es el mundo ingénito, ni todo es por azar, como desatinaron Pitágoras y demás, sino que es creado y gobernado por providencia del Dios que creó todas las cosas. El total del tiempo y de los años es puesto en evidencia para los que quieren ser convencidos por la verdad. Y para que no se crea que llegamos hasta Ciro y que omitimos los tiempos que siguen por carecer de capacidad demostrativa, con la ayuda de Dios trataré en lo posible de establecer el orden de los tiempos siguientes.

XXVII
Cronología romana desde Ciro hasta Marco Aurelio

Después de reinar Ciro durante treinta y ocho años y de ser muerto por Tómiris en Masagecia, se da la Olimpíada sesenta y dos. Desde entonces los romanos se hicieron grandes, dándoles Dios la fuerza. Roma había sido fundada por Rómulo, hijo de Marte y de Ilia según dicen las historias, en la Olimpíada siete, diecisiete días antes de las calendas de mayo contándose entonces el año de diez meses. Muerto Ciro, como hemos dicho, en la Olimpíada sesenta y dos, el tiempo desde la fundación de Roma es de doscientos veinte años.

Entonces mandó sobre los romanos Tarquinio, apodado el soberbio, el primero que desterró a algunos romanos, corrompió jóvenes, convirtió en eunucos a lugareños, y también, después de desflorar vírgenes las daba en matrimonio. Por lo que con propiedad se le llamó "superbus" en lengua de los romanos, que quiere decir arrogante. Él fue el primero que estableció que si alguien lo saludaba fuera otro el que respondiera el saludo. Reinó veinticinco años

Después de Tarquinio gobernaron cónsules anuales, tribunos y ediles durante cuatrocientos cincuenta y tres años, cuyos nombres sería largo y superfluo consignar. Si alguien quiere aprenderlos, los encontrará en los anágrafes que escribió Crisero el Nomenclador, liberto que fuera de Aurelio Vero, y que consignó todo puntualmente, los nombres y los tiempos, desde la fundación de Roma hasta la muerte de su patrono el emperador Vero.

Gobernaron entonces a los romanos magistrados anuales, como hemos dicho, durante cuatrocientos cincuenta y tres años. Después gobernaron los llamados emperadores. El primero Cayo Julio, que reinó tres años, cuatro meses y seis días. Después Augusto, cincuenta y seis años, cuatro meses y un día. Tiberio, veintidós años, seis meses, veintiséis días. Después otro Cayo, tres años, diez meses y siete días. Claudio, trece años, ocho meses y veinte días. Nerón, trece años, siete meses y veintisiete días. Galba, siete meses y seis días. Otón, tres meses y cinco días. Vitelio, ocho meses y dos días. Vespaciano, nueve años, once meses y veintidós días. Tito, dos años, dos meses y veinte días. Domiciano, quince años y cinco días. Nerva, un año, cuatro meses y diez días. Trajano, diecinueve años, seis meses y catorce días. Adriano, veinte años, diez meses y veintiocho días. Antonino, veintidós años, siete meses y veintiséis días, Vero, diecinueve años y diez días.

El tiempo de los césares, entonces, hasta la muerte del emperador Vero es de doscientos veinticinco años. Entonces, desde la muerte de Ciro y el gobierno romano de Tarquinio el Soberbio hasta la muerte del emperador Vero, como hemos dicho, el tiempo total es de setecientos cuarenta y un años.

XXVIII
Resumen sobre la constitución del mundo

A modo de recapitulación, el tiempo total desde la constitución del mundo resulta como sigue. Desde la creación del mundo hasta el diluvio, pasaron dos mil doscientos cuarenta y dos años. Desde el diluvio hasta el primer hijo de Abrahán, abuelo nuestro, mil treinta y seis años. Desde Isaac, hijo de Abrahán, hasta que el pueblo estuvo en el desierto con Moisés, seiscientos sesenta años. Desde la muerte de Moisés y el mando de Josué, hijo de Nave, hasta la muerte de David, cuatrocientos noventa y ocho años. Desde la muerte de David y reino de Salomón hasta el establecimiento del pueblo en tierra de Babilonia quinientos dieciocho años, seis meses y diez días. Desde el gobierno de Ciro hasta la muerte del emperador Aurelio Vero, setecientos cuarenta y un años. El total de años desde la creación del mundo es de cinco mil seiscientos noventa y cinco años, con los meses y días intermedios.

XXIX
La religión de los cristianos no es nueva

Del conjunto pues de la cronología y de todo lo que hemos dicho, resulta evidente la antigüedad de los escritos proféticos, y la divinidad de nuestra palabra; que esta palabra no es reciente, que nuestras cosas no son míticas ni falsas, como piensan algunos, sino las más antiguas y las más verdaderas. En efecto, Talo recuerda a Belo, rey de los asirios, y al Titán Crono, afirmando que Belo luchó con los Titanes contra Zeus y contra los llamados dioses, y allí dice que Ogigo huyó vencido hacia Tarteso, región que entonces se llamaba Acté y ahora se denomina Ática, de la que Ogigo era entonces rey (cf. Talo, Fragmentos de Historiadores Griegos, 256).

No creo necesario pasar a enumerar de quiénes recibieron sus nombres las demás regiones y ciudades, en especial a ti que eres conocedor de las historias. Pero es evidente que Moisés, y no solamente él sino la mayor parte de los profetas que vinieron después de él, prueba ser más antiguo que todos los escritores, más que Crono y Belo y que la guerra de Troya.

Porque según la historia de Talo, Belo es anterior a la guerra de Troya en trescientos veintidós años, y arriba hemos expuesto que Moisés antecede a la toma de Troya en novecientos o mil años. Como Crono y Belo han sido contemporáneos, la mayor parte no sabe quién es Crono y quién es Belo. Algunos veneran a Crono y al mismo le llaman Bel o Bal, especialmente los que habitan las regiones orientales, desconociendo quién es Crono y quién es Belo. Entre los romanos se le llama Saturno, y nadie sabe cuál de los dos es, si es Crono o es Belo.

En cuanto al comienzo de las Olimpíadas, dicen algunos que se dieron actos de culto a partir de Efito, según otros, desde Limo, que se llamó también Ilio. Más arriba hemos expuesto el número de años y el orden de las Olimpíadas.

Pues bien, yo creo que se ha explicado con exactitud, en la medida de lo posible, la antigüedad de nuestras cosas y el número completo de los tiempos. Si algún tiempo se nos ha escapado, digamos de cincuenta, de cien o hasta de doscientos años, no se trata de diez mil o de miles de años, como han anunciado Platón, Apolonio y los demás que escribieron falsamente. Probablemente ignoremos nosotros el número exacto de todos los años, porque en los libros sagrados no se consignan los días y meses intermedios.

Por lo demás, con lo dicho por nosotros sobre estos tiempos concuerda también Beroso, que cultivó la filosofía entre los caldeos e informó a los griegos sobre la literatura caldea y que dijo algunas cosas consecuentes con Moisés, ya sobre el diluvio ya sobre muchos otros acontecimientos (cf. Flavio Josefo, Contra Apión, I, 129-130). Además hizo afirmaciones en parte concordantes con los profetas Jeremías y Daniel, como aquellas que acontecieron a los judíos bajo el rey de los babilonios, que él llama Nabopalasar y que es llamado Nabucodonosor por los hebreos. También hace mención de la destrucción del templo de Jerusalén por el rey de los caldeos y de cómo en el ano segundo del reino de Ciro se pusieron los fundamentos del nuevo templo, que se terminó el año segundo de Darío.

XXX
Conclusión y exhortación final

Los griegos no recuerdan las historias de la verdad, en primer lugar, porque adquirieron la práctica de la escritura en tiempos recientes, como ellos mismos admiten al decir que el alfabeto fue descubierto por caldeos, según algunos, por egipcios, según otros, o por fenicios, según otros (cf. Flavio Josefo, Contra Apión, I, 12).

En segundo lugar, porque erraron y siguen errando al no hacer memoria de Dios sino más bien de asuntos vanos e inútiles. Así recuerdan con predilección a Homero, a Hesíodo y a los demás poetas, pero no sólo olvidan sino que blasfeman la gloria del Dios único incorruptible (cf. Rm 1,23); más aun, han perseguido a sus adoradores y hasta hoy los persiguen.

Todavía más, establecen premios y honores para quienes ofendan melodiosamente a Dios, mientras a los que se esfuerzan por la virtud y llevan vida sana, a unos apedrean y a otros dan muerte, y hasta hoy los atormentan cruelmente. Por eso, ellos perdieron necesariamente la sabiduría de Dios y no encontraron la verdad. Entonces, si lo quieres, lee estas cosas con detenimiento, así tendrás una guía y una garantía de la verdad.