TERTULIANO DE CARTAGO
Tratado sobre el Alma

I
No acudimos a los filósofos en busca de información sobre el alma, sino a Dios

Habiendo discutido con Hermógenes sobre el origen del alma, en la medida en que me llevó su suposición de que el alma consistía más en una adaptación de la materia que en la inspiración de Dios, paso ahora a considerar las cuestiones incidentales del tema. Por supuesto, en mi tratamiento de estas cuestiones tendré que luchar, principalmente, con los filósofos.

Estando en prisión, el propio Sócrates discutía sobre el estado del alma, y por eso surgen ya en mí las primeras dudas sobre si ese momento era el oportuno para tratar el tema por el gran maestro, no tanto por no el lugar en que lo hizo (que tal vez no importe mucho), sino por el momento de hacerlo (sabiendo que iba a morir). ¿Qué podría, en ese estado, contemplar Sócrates sobre el alma, con claridad y serenidad?

El barco sagrado había regresado de Delos, Sócrates se había bebido la cicuta a la que había sido condenado, y la muerte estaba ya presente ante él. Su mente estaba (como se puede suponer) naturalmente excitada ante cada emoción, y si la naturaleza había perdido su influencia, lo más normal es que también huiera sido privada de todo poder de pensamiento.

Incluso en el caso de que Sócrates se mantuviera plácido y tranquilo, e incluso inflexible a pesar de las exigencias del deber natural, las lágrimas estarían presentes ante él, a la vista de su futura viuda y ante la vista de sus hijos huérfanos en adelante. De ahí que su alma tuviera que estar forzosamente conmovida, aunque fuesen muchos sus esfuerzos por reprimir la emoción, y que su constancia se viese sacudida mientras luchaba contra la perturbación y excitación que lo rodeaba. Además, ¿qué otros pensamientos podría tener cualquier hombre que hubiera sido injustamente condenado a morir, que no fueran los que pudieran consolarlo por el daño que le habían hecho? 

Este sería especialmente el caso de esa gloriosa criatura, el filósofo, para quien un trato perjudicial no sugeriría un anhelo de consuelo, sino más bien un sentimiento de resentimiento e indignación. Por eso, después de su sentencia, y cuando su esposa se le acercó con su afeminado grito ("¡oh Sócrates, estás injustamente condenado!), Sócrates parecía encontrar ya alegría al responder: "¿Querrías entonces que me condenaran con justicia?".

No es de extrañar, por tanto, que incluso en su prisión, por el deseo de romper las sucias manos de Anitio y Melito, y frente a la muerte misma, afirme Sócrates la inmortalidad del alma, mediante una fuerte suposición y a forma de frustrar el mal que le habían infligido. De modo que toda la sabiduría de Sócrates, en ese momento, procedía de la afectación de una compostura asumida, más que de la firme convicción de una verdad comprobada.

¿Quién ha descubierto la verdad sin Dios? ¿Quién ha encontrado a Dios sin Cristo? ¿Quién ha explorado a Cristo sin el Espíritu Santo? ¿Quién ha alcanzado alguna vez el Espíritu Santo sin el misterioso don de la fe? Sócrates, como nadie puede dudarlo, estaba movido por un espíritu diferente a éste, e incluso dicen que un demonio se adhirió a él desde su niñez (su peor maestro, ciertamente), a pesar del alto lugar que le asignan los poetas y filósofos, al situarlo no ya al lado de los propios dioses, sino junto con ellos.

Las enseñanzas del poder de Cristo aún no habían sido dadas por aquel tiempo, ni ese poder que es el único que puede refutar esa perniciosa influencia del mal que no tiene nada de bueno, sino que es más bien el agente de todo error y el seductor de toda verdad. Ahora bien, si Sócrates fue declarado el más sabio de los hombres por el oráculo del demonio Pítico (que, como podéis estar seguros, dirigió hábilmente los negocios de su amigo), ¡cuánta mayor dignidad y constancia es la afirmación de la sabiduría cristiana, ante la cual se dispersa toda la hueste de demonios!

La sabiduría del cielo niega francamente y sin reservas al Dios de este mundo, y muestra su inconsistencia cuando ordena "que se sacrifique un gallo a Esculapio". No introduce nuevos dioses ni demonios, sino que expulsa a los antiguos. No corrompe a la juventud, sino que la instruye con toda bondad y moderación. Y por eso soporta la condena injusta no sólo de una ciudad, sino de todo el mundo, motivado por esa verdad que incurre en mayor odio en proporción a su plenitud, de modo que saborea la muerte no en una copa envenenada (como si estuviera alegre) sino en toda clase de amargas crueldades, en patíbulos y holocaustos.

Mientras tanto, en la prisión aún más sombría de este mundo, más allá del mundo de los Cebeses y Fedos, en cada investigación relativa al alma del hombre sí que es posible dirigir una investigación de acuerdo con las reglas de Dios. De hecho, no es posible encontrar ningún expositor del alma más poderoso que su Autor. De Dios podemos aprender acerca de lo que tenemos de Dios, y de nadie más obtendremos este conocimiento, si no lo obtenemos de Dios. Porque ¿quién revelará lo que Dios ha escondido?

A ese sector debemos recurrir en nuestras investigaciones acerca del ama, de forma que avancemos seguros incluso a la hora de derivar nuestra ignorancia. Porque realmente es mejor para nosotros no saber algo, porque Dios no nos lo ha revelado, que saberlo según la sabiduría del hombre, que es tan osada como para atreverse a asumir cosas sin saberlas.

II
El cristiano tiene conocimiento seguro y sencillo del
alma

Por supuesto, no negamos que los filósofos hayan pensado, a veces, lo mismo que nosotros, porque el testimonio de la verdad es resultado de sí misma. A veces sucede, incluso durante una tormenta, cuando los límites del cielo y el mar se pierden en la confusión, que algún puerto es topado por el barco laborioso por alguna feliz casualidad; y a veces en las mismas sombras de la noche, sólo por pura suerte, uno encuentra el acceso a un lugar o la salida de él. En la naturaleza, por tanto, la mayoría de las conclusiones son sugeridas, por esa inteligencia común con la que Dios se ha complacido en dotar al alma del hombre.

Esta inteligencia ha sido atrapada por la filosofía y, con el fin de glorificar su propio arte, ha sido inflada con el esfuerzo de esa facilidad del lenguaje que se practica en la construcción. que todo lo levanta y lo derriba, y que tiene mayor capacidad para persuadir a los hombres hablando que enseñando. Ella asigna a las cosas sus formas y condiciones; a veces los hace comunes y públicos, a veces los apropia para uso privado; sobre las certezas imprime caprichosamente el carácter de incertidumbre; apela a precedentes, como si todas las cosas pudieran compararse entre sí; describe todas las cosas por reglas y definiciones, asignando propiedades diversas incluso a objetos similares; no atribuye nada al permiso divino, sino que asume como principios las leyes de la naturaleza.

Podría soportar sus pretensiones, si tan solo ella fuera fiel a la naturaleza y me demostrara que tiene dominio sobre la naturaleza como asociada con su creación. Sin duda, pensaba que derivaba sus misterios de fuentes sagradas, tal como las consideran los hombres, porque en la antigüedad se suponía que la mayoría de los autores eran no ya divinos, sino realmente dioses. Fue el caso, por ejemplo, del egipcio Mercurio, a quien Platón le tenía gran deferencia; y el frigio Sileno, a quien Midas prestó sus largas orejas, cuando los pastores se lo trajeron; y Hermotimo, a quien la buena gente de Clazomenae construyó un templo después de su muerte; y Orfeo y Museo; y Ferécides, el maestro de Pitágoras.

Pero ¿por qué debemos preocuparnos, si estos filósofos también han atacado aquellos escritos que condenamos bajo el título de apócrifos, seguros como estamos de que no se debe recibir nada que no esté de acuerdo con el verdadero sistema de profecía que ha surgido en esta era presente? ¿Porque no olvidamos que hubo falsos profetas, y mucho antes que ellos espíritus caídos, que han instruido todo el tono y aspecto del mundo con astuto conocimiento de este elenco filosófico?

De hecho, no es increíble que cualquier hombre que esté en busca de sabiduría haya llegado tan lejos, por curiosidad, como para consultar a los mismos profetas. Sea como sea, si se toma a los filósofos, se encontrará en ellos más diversidad que acuerdo, ya que incluso en su acuerdo se puede descubrir su diversidad. Cualesquiera cosas que sean verdaderas en sus sistemas y conformes a la sabiduría profética, o recomiendan que emanan de alguna otra fuente, o aplican perversamente en algún otro sentido.

Este proceso va en gran detrimento de la verdad, por tanto, cuando se pretenden que o bien la mentira ayude, o bien la falsedad se apoye en ella.

La siguiente circunstancia debe habernos llamado la atención a nosotros y a los filósofos, especialmente en este asunto, que a veces revisten sentimientos que son comunes a ambas partes, en argumentos que son peculiares de ellos mismos, pero contrarios en algunos puntos a nuestra regla y estándar de fe; y en otras ocasiones defienden opiniones que son especialmente suyas, con argumentos que ambas partes reconocen como válidos y, en ocasiones, conformes a su sistema de creencias.

A este ritmo, la verdad ha sido casi excluida por los filósofos, a través de los venenos con los que la han infectado. Así, si consideramos los dos modos de coalición que hemos mencionado ahora, y que son igualmente hostiles a la verdad, sentimos la urgente necesidad de liberar, por un lado, los sentimientos que tenemos en común con ellos de la argumentos de los filósofos, y de separar, por otra parte, los argumentos que ambas partes emplean de las opiniones de los mismos filósofos.

Esto podemos hacerlo recordando todas las preguntas a la norma inspirada de Dios, con la excepción obvia de casos tan simples como estar libres del enredo de cualquier concepto preconcebido, que uno puede admitir con justicia basándose en el mero testimonio humano; porque a veces debemos tomar prestadas pruebas claras de este tipo de nuestros oponentes, cuando nuestros oponentes no tienen nada que ganar con ellas.

Ahora bien, no ignoro qué gran masa de literatura han acumulado los filósofos sobre el tema que nos ocupa, en sus propios comentarios al respecto. ¡Qué diversas escuelas de principios, qué conflictos de opinión, qué prolíficas fuentes de preguntas, qué desconcertantes métodos de análisis y solución! Además, también he investigado la ciencia médica, hermana (como dicen) de la filosofía, que pretende tener como función curar el cuerpo y, por tanto, tener un conocimiento especial del alma. De esta circunstancia tiene grandes diferencias con su hermana, pretendiendo como ésta saber más del alma, a través del trato más evidente, por así decirlo, de ella en su domicilio del cuerpo.. ¡Pero no importa toda esta disputa entre ellos por la preeminencia!

Al ampliar sus diversas investigaciones sobre el alma, la filosofía, por una parte, ha gozado de todo el alcance de su genio; mientras que la medicina, por otra parte, ha poseído las estrictas exigencias de su arte y práctica. Amplias son las investigaciones de los hombres sobre las incertidumbres; aún más amplias son sus disputas sobre conjeturas. Por grande que sea la dificultad de presentar pruebas, el trabajo de producir convicción no es ni un ápice menor. De hecho, tenía toda la razón el sombrío Heráclito cuando, observando la espesa oscuridad que oscurecía las investigaciones de los investigadores sobre el alma, y cansado de sus interminables preguntas, declaró que ciertamente no había explorado los límites del alma, aunque sí había explorado los límites del alma. Atravesó todos los caminos de sus dominios.

Para el cristiano, sin embargo, son necesarias pocas palabras para comprender claramente todo el tema, pues en las pocas palabras siempre surge la certeza. Y por eso no se permite el cristiano dar a sus investigaciones un alcance más amplio que el que sea compatible con su solución, ni elaborar "un sinfín de preguntas" (como aconseja no hacer el apóstol). Sin embargo, hay que añadir que ningún hombre puede encontrar ninguna solución que no sea la que se aprende de Dios; y lo que se aprende de Dios es la suma y sustancia de todo.

III
El origen del alma, definido con las simples palabras de la Escritura

¡Ojalá Dios no hubiera sido necesaria ninguna herejía para que las que son aprobadas se manifiesten! Entonces, nunca se nos debería exigir que probemos nuestras fuerzas en disputas sobre el alma con los filósofos, esos patriarcas de los herejes, como con justicia se les puede llamar. El apóstol, ya en su época, previó, en efecto, que la filosofía dañaría violentamente la verdad.

Esta advertencia sobre la falsa filosofía se vio inducido a ofrecer después de haber estado en Atenas, haber conocido esa locuaz ciudad, y haber probado allí sus charlatanes, charlatanes y charlatanes. De la misma manera es el tratamiento del alma según las doctrinas sofísticas de los hombres que "mezclan el vino con agua". Algunos de ellos niegan la inmortalidad del alma; otros afirman que es inmortal, y algo más. Algunos plantean disputas sobre su sustancia; otros sobre su forma; otros, nuevamente, respetando cada una de sus diversas facultades. Una escuela de filósofos deriva su estado de diversas fuentes, mientras que otra atribuye su partida a diferentes destinos. Las diversas escuelas reflejan el carácter de sus maestros, según hayan recibido sus impresiones de la dignidad de Platón, o del vigor de Zenón, o de la ecuanimidad de Aristóteles, o de la estupidez de Epicuro, o de la tristeza de Heráclito, o la locura de Empédocles.

El defecto de la doctrina divina, supongo, reside en que proviene de Judea y no de Grecia. Cristo también cometió un error al enviar pescadores a predicar, en lugar de sofistas. Por consiguiente, cualesquiera vapores nocivos exhalados por la filosofía que oscurezcan la atmósfera clara y saludable de la verdad, corresponderá a los cristianos eliminarlos, ya sea haciendo añicos los argumentos que se derivan de los principios de las cosas (me refiero a los de los filósofos), ya sea oponiéndoles las máximas de la sabiduría celestial (es decir, las reveladas por el Señor), para que se puedan eliminar tanto las trampas con las que la filosofía cautiva a los paganos como los medios empleados por la herejía para sacudir la fe de los cristianos.

Ya hemos decidido un punto en nuestra controversia con Hermógenes, como dijimos al principio de este tratado, cuando sosteníamos que el alma estaba formada por el soplo de Dios, y no de la materia. Incluso allí nos basamos en la clara dirección de la declaración inspirada que nos informa cómo "el Señor Dios sopló en el rostro del hombre aliento de vida, de modo que "el hombre se convirtió en alma viviente" (por esa inspiración de Dios, claro). Por lo tanto, sobre este punto no es necesario que investiguemos ni avancemos más. Tiene su propio tratado, y su propio hereje. Lo consideraré como mi introducción a las otras ramas del tema.

IV
A diferencia de Platón, el alma fue creada y originada al nacer

Después de establecer el origen del alma, viene a continuación su condición o estado. Pues cuando reconocemos que el alma se origina en el soplo de Dios, se sigue que le atribuimos un comienzo. Esto, de hecho, Platón se niega a asignárselo, porque tendrá el alma para no nacer y no hacerse. Nosotros, sin embargo, por el hecho mismo de haber tenido un principio, así como por su naturaleza, enseñamos que tuvo nacimiento y creación. Y cuando le atribuimos el nacimiento y la creación, no nos equivocamos: pues una cosa es nacer y otra ser hecho , siendo el primero el término más adecuado para los seres vivientes.

Sin embargo, cuando las distinciones tienen lugares y tiempos propios, ocasionalmente poseen también reciprocidad de aplicación entre sí. Así, el ser hecho admite ser tomado en el sentido de ser producido; en la medida en que todo lo que recibe el ser o la existencia, de cualquier manera, es de hecho generado. Porque en realidad se puede llamar al hacedor el padre de lo que se hace: en este sentido Platón también usa la fraseología. Por tanto, en lo que respecta a nuestra creencia en que las almas son creadas o nacidas, la opinión del filósofo es derribada incluso por la autoridad de la profecía.

V
Consideración estoica de que el alma tiene naturaleza corpórea

Supongamos que uno convoca en su ayuda a un Eubulo, a un Critolao, a un Zenócrates y, en esta ocasión, a Aristóteles, el amigo de Platón. Es muy posible que estén dispuestos a despojar al alma de su corporeidad, a menos que vean a otros filósofos opuestos a ellos en su propósito, y esto también en mayor número, afirmando para el alma una naturaleza corpórea.

Ahora bien, no me refiero simplemente a aquellos que moldean el alma con sustancias corporales manifiestas, como hacen Hiparco y Heráclito con el fuego, o Hipón y Tales fuera con el agua, o Empédocles y Critias con la sangre, o Epicuro a partir de los átomos (ya que también los átomos forman masas corpóreas por su coherencia), o Critólao y sus peripatéticos a partir de cierta quintaesencia indescriptible (si a esto se le puede llamar un cuerpo que más bien incluye y abarca sustancias corporales). Pero pido también que me ayuden los estoicos, quienes, aunque declaran casi en nuestro nuestros propios términos de que el alma es una esencia espiritual (ya que el aliento y el espíritu son por naturaleza muy parecidos entre sí), no tendrán dificultad en persuadirnos de que el alma es una sustancia corpórea. De hecho, Zenón, al definir el alma como un espíritu generado con el cuerpo, construye su argumento de esta manera: Aquella sustancia que por su partida hace que el ser vivo muera es corpórea.

Ahora bien, es por la partida del espíritu, que se genera con el cuerpo, que el ser viviente muere; luego el espíritu que se genera con el cuerpo es una sustancia corpórea. Pero este espíritu que se genera con el cuerpo es el alma:. Se sigue, pues, que el alma es una sustancia corpórea. También Cleantes pretende que la semejanza familiar pasa de padres a hijos no sólo en los rasgos corporales, sino también en las características del alma; como si fuera en un espejo de los modales, facultades y afectos de un hombre, que las semejanzas y diferencias corporales son captadas y reflejadas por el alma también. Por lo tanto, en cuanto corpóreo es susceptible de semejanza y desemejanza.

Además, las cosas corpóreas y las incorpóreas no tienen nada en común en cuanto a su susceptibilidad. Pero el alma ciertamente se compadece del cuerpo y comparte su dolor cuando éste sufre contusiones, heridas y llagas; también el cuerpo sufre con el alma y se une a ella (siempre que sufre ansiedad, angustia o amor) en la pérdida de vigor que sufre su compañero, cuya vergüenza y miedo atestigua por su propio sonrojo y palidez.

El alma, por tanto, es corpórea por esta intercomunión de susceptibilidad. Crisipo también se une a Cleantes cuando afirma que no es posible en absoluto que las cosas que están dotadas de cuerpo estén separadas de las que no tienen cuerpo; porque no tienen ninguna relación de contacto mutuo o coherencia. En consecuencia Lucrecio dice: "Tangere enim et tangi nisi corpus nulla potest res" (lit. "nada más que el cuerpo es capaz de tocar o ser tocado").

Esta separación, sin embargo, es bastante natural entre el alma y el cuerpo; porque cuando el cuerpo es abandonado por el alma, ésta es vencida por la muerte. Por tanto, el alma está dotada de un cuerpo; porque si no fuera corpóreo, no podría abandonar el cuerpo.

VI
Los argumentos platónicos a favor de la incorporeidad del alma

Los platónicos perturban estas conclusiones más por sutileza que por la verdad. Todo cuerpo, dicen, tiene necesariamente una naturaleza animada 40 o una naturaleza inanimada. Si tiene naturaleza inanimada, recibe movimiento exteriormente a sí mismo; si el animado, internamente. Ahora bien, el alma no recibe movimiento ni exterior ni interiormente: no exteriormente, ya que no tiene naturaleza inanimada; ni internamente, porque es él mismo más bien el que da movimiento al cuerpo. Es evidente, pues, que no es sustancia corporal, ya que no recibe movimiento en ningún sentido, según la naturaleza y ley de las sustancias corporales.

Ahora bien, lo que primero nos sorprende aquí es lo inadecuado de una definición que apele a objetos que no tienen afinidad con el alma. Porque es imposible que el alma se llame cuerpo animado o inanimado, ya que es el alma misma la que hace que el cuerpo sea animado, si está presente en él, o inanimado, si está ausente de él. Por lo tanto, lo que produce un resultado no puede ser en sí mismo el resultado, como para poder llamarse cosa animada o inanimada.

El alma se llama así por su propia sustancia. Entonces, si lo que es el alma no admite ser llamado cuerpo animado o inanimado, ¿cómo puede desafiar la comparación con la naturaleza y ley de los cuerpos animados e inanimados? Además, como es propio del cuerpo ser movido exteriormente por otra cosa, y como ya hemos demostrado que el alma recibe movimiento de otra cosa cuando es influenciada (desde fuera, por supuesto, por otra cosa) por una acción profética. Por influencia o por locura, por tanto debo tener razón al considerar como sustancia corporal aquella que, según los ejemplos que hemos citado, es movida por algún otro objeto externo.

Ahora bien, si es propio del cuerpo recibir movimiento de otra cosa, ¡cuánto más lo es impartir movimiento a otra cosa! Pero el alma mueve el cuerpo, cuyos esfuerzos se manifiestan exteriormente y desde fuera. Es el alma la que da movimiento a los pies para caminar, a las manos para tocar, a los ojos para ver y a la lengua para hablar: una especie de imagen interna que mueve y anima la superficie. ¿De dónde podría acrecentarse tal poder al alma, si fuera incorpórea? ¿Cómo podría una cosa insustancial impulsar objetos sólidos? Pero ¿de qué manera los sentidos del hombre parecen divisibles en clases corporales e intelectuales?

Dicen que las cualidades de las cosas corpóreas, como la tierra y el fuego, están indicadas por los sentidos corporales: el tacto y la vista; mientras que las cualidades de las cosas incorpóreas, por ejemplo, la benevolencia y la malignidad, son descubiertas por las facultades intelectuales. Y de esto deducen lo que para ellos es la conclusión manifiesta: que el alma es incorpórea, siendo comprendidas sus propiedades por la percepción no de los órganos corporales, sino de las facultades intelectuales.

Me sorprendería mucho si no elimino de inmediato el fundamento mismo en el que se basa su argumento. Pues les muestro cómo las cosas incorpóreas se someten comúnmente a los sentidos corporales: el sonido, por ejemplo, al órgano de audiencia; el color, al órgano de la vista; olfato, al órgano olfativo. En estos casos, el alma tiene su contacto con el cuerpo, por no decir que los objetos incorpóreos nos son comunicados a través de los órganos del cuerpo, por la expresa razón de que entran en contacto con dichos órganos. Así, pues, siendo evidente que incluso los objetos incorpóreos son abrazados y comprendidos por los corporales, ¿por qué el alma, que es corpórea, no debería ser igualmente comprendida y comprendida por las facultades incorpóreas?

Por tanto, es seguro que su argumento fracasa. Entre sus argumentos más conspicuos se encuentra el de que, a su juicio, toda sustancia corporal se nutre de sustancias corporales; mientras que el alma, como esencia incorpórea, se alimenta de alimentos incorporales, por ejemplo, de los estudios de la sabiduría. Pero ni siquiera este fundamento tiene estabilidad, ya que Sorano, que es una autoridad muy consumada en la ciencia médica, nos da la respuesta cuando afirma que el alma se alimenta incluso de los alimentos corporales; que de hecho, cuando está débil y débil, a menudo se refresca con la comida.

En efecto, cuando se la priva de todo alimento, ¿no se separa el alma enteramente del cuerpo? Sorano, pues, después de haber disertado ampliamente sobre el alma, llenando cuatro volúmenes con sus disertaciones, y después de sopesar bien todas las opiniones de los filósofos, defiende la corporeidad del alma, aunque en el proceso le ha despojado de su inmortalidad. Porque no a todos los hombres les está permitido creer la verdad que los cristianos tienen el privilegio de sostener. Por tanto, como Sorano nos ha demostrado con hechos que el alma se alimenta de alimentos corporales, dejemos que el filósofo adopte un modo similar de prueba y demuestre que se sustenta con un alimento incorpóreo.

Lo cierto es que nadie ha podido ni siquiera saciar las dudas y dificultades de este hombre sobre el estado del alma con el agua de miel de la sutil elocuencia de Platón, ni hartarlas con las migajas de las diminutas panaceas de Aristóteles. Pero ¿qué será de las almas de todos esos robustos bárbaros, que no se han nutrido de la ciencia filosófica y, sin embargo, son fuertes en sabiduría práctica no enseñada, y que, aunque están muy hambrientos de filosofía, sin vuestras academias y pórticos atenienses, e incluso la prisión de Sócrates, ¿aún consigues vivir? Porque no es la sustancia misma del alma la que se beneficia del alimento del estudio erudito, sino sólo su conducta y disciplina. Tal dolencia no contribuye en nada a aumentar su volumen, sino sólo a realzar su gracia. Es, además, una feliz circunstancia que los estoicos afirmen que incluso las artes tienen corporalidad, pues a este ritmo también el alma debe ser corpórea, ya que comúnmente se supone que se alimenta de las artes.

Sin embargo, la enorme preocupación de la mente filosófica es tal que generalmente es incapaz de ver claramente lo que hay ante ella. De ahí la historia de Tales cayendo al pozo. También es muy frecuente que, al no comprender ni siquiera sus propias opiniones, sospeche un fallo de su propia salud. De ahí la historia de Crisipo y el eléboro. Supongo que alguna alucinación parecida debió haberle ocurrido cuando afirmó que dos cuerpos no podían estar contenidos en uno solo; debió haber mantenido fuera de su mente y de su vista el caso de aquellas mujeres embarazadas que, día tras día, dan a luz. no un cuerpo, sino incluso dos y tres a la vez, dentro del abrazo de un solo útero. Se encuentra igualmente, en los registros del derecho civil, el caso de cierta mujer griega que dio a luz a cinco hijos, la madre de todos ellos en un solo parto, el padre múltiple de una sola prole, el producto prolífico de ¡Un útero único, que, custodiado por tantos cuerpos (casi había dicho, un pueblo), era ella misma nada menos que la sexta persona!

Toda la creación atestigua cómo los cuerpos que están naturalmente destinados a surgir de los cuerpos, ya están incluidos en aquello de lo que proceden. Ahora bien, es necesario que lo que procede de otra cosa esté en segundo lugar. Pero nada procede de otra cosa sino por proceso de generación; pero entonces son dos cosas.

VII
La corporeidad del alma, demostrada a partir de los evangelios

En lo que respecta a los filósofos, ya hemos dicho suficiente. En cuanto a nuestros propios maestros, de hecho, nuestra referencia a ellos es abundante, en un exceso de autoridad. En el evangelio mismo se encontrará que tienen la evidencia más clara de la naturaleza corporal del alma. En el infierno el alma de cierto hombre está atormentada, castigada en las llamas, sufriendo una sed insoportable e implorando del dedo de un alma más feliz, para su lengua, el consuelo de una gota de agua.

¿Pensáis que este fin del pobre bienaventurado y del rico miserable es sólo imaginario? Entonces, ¿por qué el nombre de Lázaro en esta narración, si la circunstancia no está en la categoría de un suceso real? Pero incluso si se considera imaginario, seguirá siendo un testimonio de la verdad y la realidad. Porque si el alma no tuviese corporeidad, la imagen del alma no podría contener un dedo de sustancia corporal; ni la Escritura fingiría una declaración sobre los miembros de un cuerpo, si éstos no existieran. Pero ¿qué es eso que es trasladado al hades, después de la separación del cuerpo? ¿Adonde también Cristo, al morir, descendió? Me imagino que son las almas de los patriarcas, pero ¿para qué todo esto, si el alma no es nada en su morada subterránea?

Por nada lo es, si no es una sustancia corporal. Porque lo incorpóreo no puede ser guardado ni guardado de ningún modo; también está exento de castigo o refrigerio. Éste debe ser un cuerpo mediante el cual se puedan experimentar el castigo y el refrigerio. De esto me ocuparé más ampliamente en un lugar más apropiado. Por tanto, cualquiera que sea la cantidad de castigo o refrigerio que el alma pruebe en el hades, en su prisión o albergue, en el fuego o en el seno de Abraham, con ello da prueba de su propia corporalidad. Porque una cosa incorpórea no sufre nada si no tiene aquello que la hace capaz de sufrir; de lo contrario, si tiene tal capacidad, debe ser una sustancia corporal. Porque en la medida en que todo ser corpóreo es capaz de sufrir, en la medida en que todo lo corpóreo es capaz de sufrir, también es corpóreo lo que es capaz de sufrir.

VIII
Otros argumentos platónicos considerados

Además, sería un procedimiento duro y absurdo excluir algo de la clase de los seres corpóreos, basándose en que no es exactamente igual a los demás constituyentes de esa clase. Y cuando las criaturas individuales poseen diversas propiedades, ¿no indica esta variedad en obras de la misma clase la grandeza del Creador, al hacerlas al mismo tiempo diferentes y al mismo tiempo similares, amigables pero rivales? De hecho, los propios filósofos coinciden en decir que el universo se compone de oposiciones armoniosas, según la teoría de la amistad y la enemistad de Empédocles.

Así, pues, aunque las esencias corpóreas se oponen a las incorpóreas, se diferencian entre sí de tal manera que amplifican su especie por su variedad, sin cambiar de género y siendo todas igualmente corpóreas. Así contribuyen a la gloria de Dios, en su múltiple existencia y en razón de su variedad; tan diversas que algunas poseen un tipo de percepción, y otras otro; tan diversas que algunas poseen visibilidad, mientras que otras son invisibles; tan diversas que algunas son pesadas, y otras livianas.

Suelen decir que el alma debe ser declarada incorpórea por esto, porque los cuerpos de los muertos, después de su partida, se vuelven más pesados, cuando deberían ser más livianos al verse privados del peso de un cuerpo (ya que el alma es una sustancia corporal). Pero ¿qué sucedería, dice Sorano en respuesta a este argumento, si los hombres negaran que el mar es una sustancia corporal, porque un barco fuera del agua se convierte en una masa pesada e inmóvil? ¡Cuánto más verdadera y más fuerte es, pues, la esencia corpórea del alma, que transporta al cuerpo, que con el más ágil movimiento acaba por asumir un peso tan grande!

Además, incluso si el alma es invisible, sólo lo hace en estricta conformidad con la condición de su propia corporeidad y adecuadamente con la propiedad de su propia esencia, así como con la naturaleza incluso de aquellos seres a los que su destino la ha obligado. sé invisible. Los ojos del búho no pueden soportar el sol, mientras que el águila es tan capaz de afrontar su gloria, que el carácter noble de sus crías está determinado por la fuerza de su mirada sin parpadear; ¡mientras que el aguilucho, que aparta su vista del rayo del sol, es expulsado del nido como una criatura degenerada!

Por lo tanto, es tan cierto que para un ojo es invisible un objeto que puede ser visto claramente por otro, sin que ello implique incorporeidad alguna en aquello que no está dotado de un poder de visión igualmente fuerte. El sol es en verdad una sustancia corporal, porque está compuesto de fuego; el objeto, sin embargo, cuya existencia el aguilucho admite inmediatamente, el búho lo niega. ningún perjuicio, sin embargo, al testimonio del águila. La misma diferencia existe respecto de la corporalidad del alma, que es quizás invisible para la carne, pero perfectamente visible para el espíritu. Así Juan, estando "en el Espíritu" de Dios, contempló claramente las almas de los mártires.

IX
Datos de la supuesta comunicación a una hermana montanista

Cuando afirmamos que el alma tiene un cuerpo de una cualidad y especie que le es propia, en esta condición especial de ella estaremos ya provistos de una decisión respecto de todos los demás accidentes de su corporeidad; que pertenecen a él, porque hemos demostrado que es un cuerpo, pero que incluso ellos tienen una cualidad peculiar de ellos mismos, proporcionada a la naturaleza especial del cuerpo al que pertenecen. O bien, si algunos accidentes de un cuerpo destacan en este caso por su ausencia, entonces esto también resulta de la peculiaridad del estado de la corporeidad del alma, de la cual están ausentes diversas cualidades que están presentes en todos los demás cuerpos.

Sin embargo, a pesar de esto, no seremos en absoluto inconsecuentes si afirmamos que las características más habituales del cuerpo, como las que invariablemente corresponden a la condición corpórea, pertenecen también al alma, como la forma y la limitación; y esa tríada de dimensiones (longitud, anchura y altura) con la que los filósofos miden todos los cuerpos.

¿Qué nos queda ahora, pues, sino darle una figura al alma?

Platón se niega a hacer esto, como si pusiera en peligro la inmortalidad del alma. Porque todo lo que tiene figura es, según él, compuesto y compuesto de partes; mientras que el alma es inmortal; y siendo inmortal, es por tanto indisoluble; y siendo indisoluble, no tiene figura: porque si, por el contrario, tuviera figura, sería de formación compuesta y estructural. Él, sin embargo, de alguna otra manera enmarca para el alma una efigie de formas intelectuales, hermosa por su justa simetría y enseñanzas de filosofía, pero deforme por algunas cualidades contrarias.

En cuanto a nosotros, en efecto, inscribimos en el alma los rasgos de la corporeidad, no simplemente por la seguridad que la razón nos ha enseñado de su naturaleza corpórea, sino también por la firme convicción que la gracia divina nos imprime por revelación. Porque, dado que reconocemos carismas o dones espirituales, también nosotros hemos merecido la consecución del don profético, aunque viniendo después de Juan el Bautista. Ahora tenemos entre nosotros una hermana cuya suerte ha sido ser favorecida con diversos dones de revelación, que experimenta en el Espíritu mediante visión extática en medio de los ritos sagrados del día del Señor en la iglesia: conversa con los ángeles, y a veces incluso con el Señor; ella ve y escucha comunicaciones misteriosas.

Ella comprende el corazón de algunos hombres y distribuye remedios a los necesitados. Ya sea en la lectura de las Escrituras, en el canto de salmos, en la predicación de sermones o en el ofrecimiento de oraciones, en todos estos servicios religiosos se le brinda materia y oportunidad de ver visiones. Posiblemente a nosotros, mientras esta hermana nuestra estaba arrebatada en el Espíritu, habíamos hablado de alguna manera inefable sobre el alma. Después de que el pueblo es despedido al concluir los servicios sagrados, ella tiene la costumbre de informarnos de cualquier cosa que haya visto en visión (porque todas sus comunicaciones son examinadas con el más escrupuloso cuidado, para que su verdad pueda ser investigada).

"Entre otras cosas", dice ella, "se me ha mostrado un alma en forma corporal, y un espíritu tiene la costumbre de aparecerse ante mí. Sin embargo, no es una ilusión vacía y vacía, sino una que pueda ofrecerme incluso para ser agarrado por la mano, suave y transparente y de un color etéreo, y en forma parecida a la de un ser humano en todos los aspectos". Esta fue su visión, y por su testimonio estaba Dios; y el apóstol seguramente predijo que habría "dones espirituales" en la Iglesia.

Ahora bien, ¿puede uno negarse a creer esto, incluso si en cada punto se presentan pruebas indudables para su convicción? Por tanto, siendo el alma una sustancia corporal, sin duda posee cualidades como las que acabamos de mencionar, entre ellas la propiedad del color, que es inherente a toda sustancia corporal. Ahora bien, ¿qué color le atribuirías al alma sino uno etéreo transparente? No es que su sustancia sea realmente el éter o el aire (aunque así lo opinaron Enesídemo y Anaxímenes, y supongo que también Heráclito, como algunos dicen de él), ni la luz transparente (aunque Heráclides del Ponto así lo sostuvo).

Las "piedras del trueno", en verdad, no son de sustancia ígnea, porque brillan con un rojo rojizo. Tampoco los berilos están compuestos de materia acuosa, porque son de una blancura pura y ondulada. ¡Cuántas cosas hay además de éstas que su color asociaría en la misma clase, pero que la naturaleza mantiene muy separadas! Pero como todo lo muy atenuado y transparente tiene una gran semejanza con el aire, así sucedería con el alma, ya que en su naturaleza material es viento y aliento (o espíritu); de donde la creencia en su cualidad corpórea está en peligro, a consecuencia de la extrema tenuidad y sutileza de su esencia.

Así mismo, en cuanto a la figura del alma humana desde vuestra propia concepción, bien podéis imaginar que no es otra que la forma humana. De hecho, nada menos que la forma de ese cuerpo que cada alma individual anima y mueve. En esto podemos vernos inmediatamente inducidos a admitir al contemplar la formación original del hombre. Porque sólo con considerar cuidadosamente, después de que Dios ha soplado sobre el rostro del hombre el aliento de vida, y el hombre en consecuencia se ha convertido en un alma viviente, seguramente ese aliento debe haber pasado a través del rostro de inmediato hacia la estructura interior, y haberse extendido por todos los espacios del cuerpo. Y tan pronto como por la inspiración divina se hubo condensado, debió imprimirse en cada rasgo interno que la condensación había llenado, y así haber sido, por así decirlo, congelado en forma o estereotipado. De ahí que por este proceso densificador surgiera una fijación de la corporeidad del alma; y por la impresión se formó y moldeó su figura.

Éste es el hombre interior, diferente del exterior, pero sin embargo uno en doble condición. También tiene ojos y oídos propios, por medio de los cuales Pablo debe haber oído y visto al Señor; tiene, además, todos los demás miembros del cuerpo, con cuya ayuda efectúa todos los procesos del pensamiento y toda actividad en el sueño. Así sucede que el rico en el infierno tiene lengua y el pobre Lázaro un dedo y Abraham un seno. Por estos rasgos también se distinguen y conocen las almas de los mártires bajo el altar. De hecho, el alma que en el principio estaba asociada con el cuerpo de Adán, que creció con su crecimiento y fue moldeada según su forma, resultó ser el germen tanto de toda la sustancia del alma humana como de esa parte de la creación.

X
La naturaleza simple del alma. La identidad de espíritu y alma

Es esencial para una fe firme declarar con Platón que el alma es simple; en otras palabras, uniforme y no compuesto; es decir, simplemente con respecto a su sustancia. ¡No importan las opiniones y teorías artificiales de los hombres, y lejos las invenciones de la herejía! Algunos sostienen que hay dentro del alma una sustancia natural, el espíritu, que es diferente de él: como si tener vida, función del alma, fuera una cosa; y emitir aliento (la supuesta función del espíritu) era otra cosa.

Ahora bien, no en todos los animales se encuentran estas dos funciones; porque hay muchos que sólo viven pero no respiran, porque no poseen los órganos respiratorios: pulmones y tráquea. Pero, ¿de qué sirve, en un examen del alma del hombre, tomar prestadas pruebas de un mosquito o de una hormiga, cuando el gran Creador en Sus disposiciones divinas ha asignado a cada animal órganos de vitalidad adecuados a su propia disposición y naturaleza, de modo que no deberíamos quedar atrapados en ninguna conjetura a partir de comparaciones de este tipo?

De hecho, el hombre, aunque orgánicamente dotado de pulmones y tráqueas, no se demostrará por ello que respire mediante un proceso y viva mediante otro; ni se puede decir que la hormiga, aunque defectuosa en estos órganos, esté sin respiración, como si viviera y eso fuera todo. Porque ¿quién ha alcanzado realmente una visión tan clara de las obras de Dios que le permita suponer que estos recursos orgánicos faltan a cualquier ser vivo? Está ese Herófilo, el conocido cirujano que cortó un sinfín de personas, para investigar los secretos de la naturaleza, que manejó sin piedad criaturas humanas para descubrir su forma y hacer.

Tengo mis dudas sobre si logró explorar claramente todas las partes internas de su estructura, ya que la muerte misma cambia y perturba las funciones naturales de la vida, especialmente cuando la muerte no es natural, sino que debe causar irregularidad y error en medio de los propios procesos de disección.

Los filósofos han afirmado que es un hecho cierto que los mosquitos, las hormigas y las polillas no tienen órganos pulmonares ni arteriales. Bueno, entonces dime, curioso y elaborado investigador de estos misterios, ¿tienen también ojos para ver? Sin embargo, proceden a donde quieren y evitan y apuntan a diversos objetos mediante procesos de la vista: me señalan sus ojos, me muestran sus pupilas. También las polillas roen y comen: muéstrame sus mandíbulas, muéstrame sus dientes. Por otra parte, los mosquitos zumban y zumban, y ni siquiera en la oscuridad son incapaces de llegar a nuestros oídos. Señaladme, pues, no sólo el tubo ruidoso, sino también la lanza punzante de esa boca suya.

Tome cualquier ser vivo, sea el más pequeño que pueda encontrar, necesita ser alimentado y sostenido por algún alimento u otro: muéstreme, entonces, sus órganos para recibir en su sistema, digerir y expulsar alimentos. ¿Qué debemos decir entonces? Si es mediante tales instrumentos como se mantiene la vida, estos medios instrumentales deben existir, por supuesto, en todas las cosas que han de vivir, aunque no sean evidentes a la vista ni a la aprehensión debido a su minuciosidad. Puedes creer esto más fácilmente si recuerdas que Dios manifiesta su grandeza creativa tanto en los objetos pequeños como en los más grandes.

Sin embargo, si supones que la sabiduría de Dios no tiene capacidad para formar corpúsculos tan infinitesimales, aún puedes reconocer su grandeza en el sentido de que ha proporcionado incluso a los animales más pequeños las funciones de la vida, aunque en ausencia de los órganos adecuados. asegurándoles el poder de la vista, incluso sin ojos; de comer, incluso sin dientes; y de la digestión, incluso sin estómagos.

Algunos animales también tienen la capacidad de avanzar sin pies, como las serpientes, mediante un movimiento de deslizamiento; o como gusanos, por esfuerzos verticales; o como caracoles y babosas, por su arrastramiento viscoso. ¿Por qué no creer entonces que la respiración también puede realizarse sin el fuelle de los pulmones y sin los canales arteriales? De este modo te proporcionarías una prueba contundente de que el espíritu o aliento es un complemento del alma humana, precisamente por la razón de que algunas criaturas carecen de aliento, y que carecen de él porque no están provistas de órganos respiratorios.

Crees que es posible que una cosa viva sin aliento, pero ¿por qué no suponer, entonces, que una cosa pueda respirar sin pulmones? Por favor, dime, ¿qué es respirar? Supongo que significa emitir aliento de ti mismo. ¿Qué es no vivir? Supongo que significa no emitir aliento. Ésta es la respuesta que debería dar, si respirar no es lo mismo que vivir. Sin embargo, debe ser propio de un hombre muerto no respirar: respirar, por tanto, es propio de un hombre vivo. Pero también respirar es propio del hombre que respira; por tanto, también respirar es propio del hombre que vive. Ahora bien, si tanto lo uno como lo otro se hubieran podido realizar sin el alma, respirar podría no ser una función del alma, sino simplemente vivir. Pero, efectivamente, vivir es respirar, y respirar es vivir.

Por lo tanto, todo este proceso, tanto el de respirar como el de vivir, pertenece a aquello a lo que pertenece el vivir, es decir, al alma. Pues bien, ya que separas el espíritu y el alma, separa también sus operaciones. Que ambos realicen algún acto separados el uno del otro: el alma aparte, el espíritu aparte. Viva el alma sin el espíritu; deja que el espíritu respire sin el alma. Que uno de ellos abandone los cuerpos de los hombres, deja que el otro permanezca; deja que la muerte y la vida se encuentren y se pongan de acuerdo.

Si en verdad el alma y el espíritu son dos, pueden dividirse; y así, por la separación del que parte del que queda, se produciría la unión y el encuentro de la vida y de la muerte. Pero tal unión nunca se producirá: por lo tanto, no son dos y no se pueden dividir; pero divididos podrían haber estado si hubieran sido dos. Aún así, seguramente dos cosas pueden unirse en el crecimiento. Pero los dos en cuestión nunca se unirán, ya que vivir es una cosa y respirar es otra.

Las sustancias se distinguen por sus operaciones. ¿Cuánto más firme tienes para creer que el alma y el espíritu son uno solo, puesto que no les asignas diferencia alguna? ¡De modo que el alma es ella misma el espíritu, siendo la respiración función de aquello de lo que también es la vida! Pero ¿qué pasa si insistes en suponer que el día es una cosa y la luz, que es incidental al día, es otra cosa, mientras que el día es sólo la luz misma? Por supuesto, también debe haber diferentes tipos de luz, como se desprende del ministerio de los incendios.

Así pues, también habrá diferentes clases de espíritus, según procedan de Dios o del diablo. En efecto, siempre que se trate de alma y espíritu, el alma será entendida como ella misma el espíritu, así como el día es la luz misma. Porque una cosa es ella misma idéntica a aquello por lo que ella misma existe.

XI
El término espíritu, expresivo de una operación del alma, no de su naturaleza

La naturaleza de mi presente investigación me obliga a llamar al alma espíritu o aliento, porque respirar se atribuye a otra sustancia. Pero nosotros reivindicamos esta operación para el alma, a la que reconocemos como sustancia simple e indivisible, y por eso debemos llamarla espíritu en sentido definitivo, no por su condición, sino por su acción; no respecto de su naturaleza, sino de su funcionamiento; porque respira, y no porque sea espíritu en ningún sentido especial. De modo que nos vemos impulsados a describir, por el término que indica esta respiración (es decir, espíritu), el alma que consideramos, por la propiedad de su acción, aliento.

Además, insistimos apropiado llamarla espíritu, en oposición a Hermógenes, quien deriva el alma de la materia en lugar del afflatus o aliento de Dios. Él, sin duda, va rotundamente en contra del testimonio de las Escrituras, y con este punto de vista convierte el aliento en espíritu, porque no puede creer que la criatura sobre la que se sopló el Espíritu de Dios haya caído en pecado, y luego en condenación; y por lo tanto concluiría que el alma proviene de la materia y no del Espíritu o soplo de Dios. Por eso nosotros de nuestra parte incluso desde ese pasaje, sostenemos que el alma es aliento y no espíritu, en el sentido escriturario y distintivo del espíritu; y aquí lamentamos aplicar el término espíritu en el sentido inferior, como consecuencia de la acción idéntica de respirar y respirar. En ese pasaje, la única pregunta es sobre la sustancia natural; Respirar es un acto de la naturaleza.

No me detendría ni un momento más en este punto, si no fuera por esos herejes que introducen en el alma algún germen espiritual que sobrepasa mi comprensión. En efecto, los herejes dicen que esto ha sido conferido al alma por la secreta liberalidad de su madre Sabiduría, sin el conocimiento del Creador. Pero la Sagrada Escritura, que conoce mejor al Hacedor del alma (o más bien a Dios) no nos ha dicho nada más que que Dios sopló en el rostro del hombre aliento de vida, y que el hombre se convirtió en alma viviente, por medio de la cual debía vivir y respirar; al mismo tiempo haciendo una distinción suficientemente clara entre el espíritu y el alma, en pasajes como el siguiente, donde Dios mismo declara: "Mi espíritu salió de mí, e hice el aliento de cada uno. Y el aliento de mi Espíritu se convirtió en alma". Y nuevamente: "Él da aliento a los pueblos que están sobre la tierra, y su espíritu a los que caminan sobre ella".

Primeramente viene el alma natural (es decir, el aliento divino) a las personas que están en la tierra, o sea, a los que actúan carnalmente en la carne; luego viene el Espíritu a los que caminan sobre él (es decir, a los que someten las obras de la carne); porque también dice el apóstol, que "no es primero lo espiritual, sino lo natural, y después lo espiritual". Porque, por cuanto Adán predijo inmediatamente aquel "gran misterio de Cristo y de la Iglesia", cuando dijo: "Esto ahora es hueso de mis huesos y carne de mi carne; por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne", experimentó la influencia del Espíritu. Porque cayó sobre él ese éxtasis, que es la virtud operativa de profecía del Espíritu Santo.

También el espíritu maligno es una influencia que cae sobre el hombre. En efecto, el Espíritu de Dios no más realmente "convirtió a Saúl en otro hombre" (es decir, en profeta) cuando "la gente decía unos a otros: ¿Qué es esto que le ha sucedido al hijo de Cis? ¿Está también Saúl entre los profetas? Porque el espíritu maligno lo convirtió en apóstata. Judas también fue contado durante mucho tiempo entre los apóstoles, e incluso fue designado para el cargo de tesorero de ellos; todavía no era el traidor, aunque se había vuelto fraudulento; pero después el diablo entró en él.

En consecuencia, como ni el espíritu de Dios ni el del diablo están naturalmente plantados en el alma del hombre en el momento de su nacimiento, esta alma evidentemente debe existir separada y sola, antes de que cualquiera de los dos espíritus acceda a ella. Si es así, separada y sola, debe existir. también ser simple y no compuesto en cuanto a su sustancia; y por tanto no puede respirar por ninguna otra causa que no sea el estado actual de su propia sustancia.

XII
Diferencia entre la mente y el alma, y la relación entre ambas

De la misma manera, la mente, o animus, que los griegos denominan nous, no es considerada por nosotros en otro sentido que el de indicar esa facultad o aparato que es inherente e implantado en el alma, y naturalmente propio de ella, por el cual actúa, por el cual adquiere conocimiento, y por cuya posesión es capaz de moverse espontáneamente dentro de sí mismo, y así parecer impulsado por la mente, como si fuera otra sustancia, como sostienen quienes determinan el alma. ser el principio motor del universo (el dios de Sócrates, el unigénito de Valentin, el de su padre Bitho, y de su madre Sige).

¡Y cuán confusa es la opinión de Anaxágoras! Porque, habiendo imaginado la mente como el principio iniciador de todas las cosas, y suspendiendo sobre su eje el equilibrio del universo; afirmando, además, que la mente es un principio simple, puro e incapaz de mezclarse, principalmente por esta misma consideración la separa de toda amalgama con el alma; y aún en otro pasaje lo incorpora con el alma.

Esta inconsistencia también la ha observado Aristóteles, pero difícilmente puedo decidir si éste pretendía que su crítica fuera constructiva y completara un sistema propio, en lugar de destructiva de los principios de otros. En cuanto a él mismo, aunque pospone su definición de la mente, comienza mencionando, como uno de los dos constituyentes naturales de la mente, ese principio divino que él conjetura es impasible o incapaz de emoción, y por lo tanto elimina de toda asociación con el alma. Porque si bien es evidente que el alma es susceptible de aquellas emociones que naturalmente le corresponde sufrir, es necesario que padezca con la mente o con la mente.

Ahora bien, si el alma está asociada por naturaleza a la mente, es imposible sacar la conclusión de que la mente sea impasible. O también, si el alma no sufre ni por la mente ni con la mente, no puede tener una asociación natural con la mente, con la cual no sufre nada y que ella misma no sufre nada. Además, si el alma no sufre nada por la mente y con la mente, no experimentará sensación alguna, ni adquirirá conocimiento alguno, ni experimentará emoción alguna por medio de la mente, como dicen que sucederá. Pues Aristóteles convierte incluso los sentidos en pasiones o estados de emoción. Y con razón. Porque ejercitar los sentidos es sufrir emoción, porque sufrir es sentir.

De la misma manera, adquirir conocimiento es ejercitar los sentidos; y experimentar emoción es ejercitar los sentidos; y todo esto es un estado de sufrimiento. Pero vemos que de estas cosas nada siente el alma, de modo que también el alma queda afectada por la emoción, con la cual sí y con la cual todo se hace. Se sigue, pues, que el espíritu es capaz de mezclarse, a diferencia de Anaxágoras; y pasible o susceptible de emoción, contrariamente a la opinión de Aristóteles.

Además, si se admite una condición separada entre el alma y la mente, de modo que sean dos cosas en sustancia, entonces de una de ellas, la emoción y la sensación, y toda clase de gusto, y toda acción y movimiento, serán la esencia, mientras que en el otro la condición natural será la calma, el reposo y el estupor. Por tanto, no hay alternativa: o la mente debe ser inútil y vacía, o el alma.

Pero si todas estas afecciones pueden atribuirse ciertamente a ambos, entonces en ese caso los dos serán uno y el mismo, y Demócrito defenderá su argumento al suprimir toda distinción entre los dos. Surgirá la pregunta de cómo dos pueden ser uno, ya sea por la confusión de dos sustancias o por la disposición de una. Nosotros, sin embargo, afirmamos que la mente se fusiona con el alma, no en verdad como distinta de ella en sustancia, sino como su función y agente natural.

XIII
La supremacía del alma

Ahora queda examinar dónde reside la supremacía. En otras palabras, cuál de los dos es superior al otro, de modo que aquello en lo que claramente recaiga la supremacía será la sustancia esencialmente superior; mientras que aquello sobre lo cual esta sustancia esencialmente superior tendrá autoridad será considerado como el funcionario natural de la sustancia superior.

Ahora bien, ¿quién dudará en atribuir toda esta autoridad al alma, de cuyo nombre todo el hombre ha recibido su propia designación en fraseología común? ¿Cuántas almas, dice el rico, mantengo? Pero no dice cuántas mentes. El deseo del piloto, también, es rescatar del naufragio tantas almas, no tantas mentes. También el trabajador en su trabajo y el soldado en el campo de batalla afirman que entrega su alma (o su vida), no su mente. ¿Cuál de los dos tiene sus peligros o sus votos y deseos con más frecuencia en los labios de los hombres: la mente o el alma? ¿Cuál de los dos son personas moribundas, y se dice que tienen que ver con la mente o el alma?

En resumen, los propios filósofos y médicos, incluso cuando su propósito es disertar sobre la mente, en todos los casos inscriben en su portada y en su índice el título De Anima. Y para que también tengas el comprobante de Dios sobre el tema, es al alma a la que él se dirige; es al alma a quien él exhorta y aconseja que vuelva la mente y el intelecto hacia él.

Ésta es el alma que Cristo vino a salvar; es el alma que amenaza con destruir en el infierno; es el alma (o vida) de la que él prohíbe que se haga demasiado; es también su alma (o vida), la que el mismo buen pastor entrega por Sus ovejas. Por lo tanto, es al alma a quien le atribuyes la supremacía; en él también posees esa unión de sustancia, de la cual percibes que la mente es el instrumento, no el poder gobernante.

XIV
La división del alma, no una mera disección material

Siendo así único, simple y completo en sí mismo, es tan incapaz de componerse y unirse a partir de constituyentes externos, como de dividirse en sí mismo y por sí mismo, en cuanto que es indisoluble. Porque si hubiera sido posible construirlo y destruirlo, ya no sería inmortal. Pero como no es mortal, tampoco puede disolverse ni dividirse. Ahora bien, estar dividido significa disolverse, y disolverse significa morir.

Sin embargo, los filósofos, han dividido el alma en partes. Platón, por ejemplo, en dos; Zenón en tres; Panecio, en cinco o seis; Sorano, en siete; Crisipo, hasta ocho; y Apolofanes, hasta nueve; mientras que algunos estoicos han encontrado hasta doce partes en el alma. Posidonio hace incluso dos más: comienza con dos facultades principales del alma, la facultad directora, que ellos denominan hegemonikon; y la facultad racional, a la que llaman logikon, y finalmente las subdividieron en diecisiete partes. Así, las diferentes escuelas analizan el alma de diversas maneras.

Sin embargo, tales divisiones no deben considerarse tanto como partes del alma, como potencias, facultades u operaciones de las mismas, como el mismo Aristóteles ha considerado algunas de ellas. Porque no son porciones ni partes orgánicas de la sustancia del alma, sino funciones del alma, como las del movimiento, de la acción, del pensamiento y cuantas otras dividen de esta manera; tales, igualmente, como los cinco sentidos mismos, tan bien conocidos por el que todo lo ve, el oído, el gusto, el tacto y el olfato. Ahora bien, aunque hayan asignado al conjunto de estos respectivamente determinadas partes del cuerpo como domicilios especiales, no se sigue de ello que una distribución similar sea adecuada a las partes del alma; porque ni siquiera el cuerpo mismo admitiría la partición que se le haría al alma.

Pero del número total de miembros se constituye un solo cuerpo, de modo que la disposición es más una concreción que una división. Mire esa maravillosa pieza de mecanismo orgánico de Arquímedes, me refiero a su órgano hidráulico, con sus múltiples miembros, partes, bandas, pasajes para las notas, salidas para sus sonidos, combinaciones para su armonía y la disposición de sus tubos. Sin embargo, el conjunto de estos detalles constituye sólo un instrumento. De la misma manera el viento, que sopla por todo este órgano al impulso del motor hidráulico, no se divide en porciones separadas por el hecho de su dispersión por el instrumento para hacerlo tocar, sino que es entero y íntegro en su sustancia (aunque dividido) y en su funcionamiento.

Este ejemplo no está lejos de la ilustración de Estrato, Enesidemo y Heráclito, porque estos filósofos mantienen la unidad del alma, como difundida por todo el cuerpo, y sin embargo igual en todas partes. Precisamente como el viento que sopla en los tubos de todo el órgano, así el alma manifiesta sus energías de diversas maneras por medio de los sentidos, no estando ciertamente divididas, sino más bien distribuidas en el orden natural.

Ahora bien, los médicos y los filósofos deben considerar y decidir bajo qué denominaciones deben conocerse estas energías, según qué divisiones de sí mismas deben clasificarse y a qué oficios y funciones especiales en el cuerpo deben confinarse individualmente. En cuanto a nosotros, sólo serán adecuadas algunas observaciones.

XV
La vitalidad e inteligencia del alma. Su carácter y sede en el hombre

En primer lugar, debemos determinar si existe en el alma algún principio supremo de vitalidad e inteligencia que ellos llaman "el poder gobernante del alma" (to hegemonikon), porque si esto no se admite toda la condición del alma está en peligro. De hecho, aquellos hombres que dicen que no existe tal facultad directora, han comenzado por suponer que el alma misma es simplemente una nada.

Dicearco el Mesenio, y los médicos Andreas y Asclepiades, han destruido así el poder director del alma, al colocar en la mente los sentidos, para los cuales afirman tener la facultad gobernante. Asclepíades nos pisotea incluso con el argumento de que muchos animales, después de perder aquellas partes de su cuerpo en las que se cree que existe principalmente el principio de vitalidad y sensación del alma, aún conservan vida en un grado considerable, así como sensación: como en el caso de las moscas, las avispas y las langostas, cuando les cortas la cabeza; y de las cabras, de las tortugas y de las anguilas, cuando les hayas arrancado el corazón. Concluye, por tanto, que no existe ningún principio o poder especial del alma; porque si lo hubiera, el vigor y la fuerza del alma no podrían continuar cuando fuera removida de sus domicilios (u órganos corpóreos).

Sin embargo, Dicearco tiene a varias autoridades en su contra, y también a los filósofos Platón, Estrato, Epicuro, Demócrito, Empédocles, Sócrates, Aristóteles; mientras que en oposición a Andrés y Asclepíades se puede colocar a su hermano los médicos Herófilo, Erasístrato, Diocles, Hipócrates y el propio Sorano. No obstante, mejores que todos éstos están nuestras autoridades cristianas.

Dios nos enseña sobre estas preguntas que hay un poder gobernante en el alma, que está consagrado en un rincón particular del cuerpo. Porque, cuando uno lee de Dios como "el escudriñador y testigo del corazón", cuando su profeta es reprendido al descubrirle los secretos del corazón, o cuando Dios mismo anticipa en su pueblo los pensamientos de su corazón: "¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?", o cuando David ora: "Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio", o cuando Pablo declara: "Con el corazón el hombre cree para justicia", o cuando Juan dice: "Por su propio corazón cada uno es condenado", o cuando Jesucristo dice: "El que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón".

De esta manera, estos puntos quedan completamente aclarados, y queda claro que hay una facultad directora del alma, con la cual el propósito de Dios puede concordar. Es decir, que hay un principio supremo de inteligencia y vitalidad (pues donde hay inteligencia, debe haber vitalidad), que reside en esa parte preciosísima de nuestro cuerpo en la que Dios mira especialmente.

De modo que no debéis suponer, con Heráclito, que esta facultad soberana de la que estamos tratando es movida por alguna fuerza externa; ni con Moschion, que flota por todo el cuerpo; ni con Platón, que está encerrado en la cabeza; ni con Zenófanes, que culmina en la coronilla; ni que repose en el cerebro, según la opinión de Hipócrates; ni alrededor de la base del cerebro, como pensaba Herófilo; ni en sus membranas, como dijeron Estrato y Erasístrato; ni en el entrecejo, como sostenía el médico Estratón; ni dentro del recinto del pecho, según Epicuro; sino más bien, como siempre han enseñado los egipcios, especialmente aquellos que eran considerados expositores de verdades sagradas; de acuerdo, también, con aquel verso de Orfeo o Empédocles: "Namque homini sanguis circumcordialis est sensus" (lit. "el hombre tiene su sensación suprema en la sangre que rodea su corazón").

También Protágoras, Apolodoro y Crisipo opinan lo mismo, para que nuestro amigo Asclepíades vaya en busca de sus cabras que balan sin corazón y cace sus moscas sin cabeza; y que también todos aquellos que han predeterminado el carácter del alma humana a partir de la condición de los animales brutos, sean ellos mismos los que están vivos en un estado sin corazón y sin cerebro.

XVI
Las partes del alma. Elementos del alma racional

Esa posición de Platón también está muy de acuerdo con la fe, en la que divide el alma en dos partes: la racional y la irracional. No hacemos ninguna excepción a esta definición, excepto que no atribuiríamos esta doble distinción a la naturaleza del alma. Es el elemento racional que debemos creer que es su condición natural, impreso en él desde su primera creación por su Autor, que es él mismo esencialmente racional. Porque, ¿cómo podría ser algo más que racional lo que Dios produjo por su propia iniciativa? es más, ¿que él envió expresamente mediante su propio soplo o aliento?

Sin embargo, debemos entender que el elemento irracional surgió más tarde, como procedente de la instigación de la serpiente (el logro mismo de la primera trasgresión) que desde entonces se volvió inherente al alma y creció con su crecimiento, asumiendo la manera en este momento de un desarrollo natural, sucediendo como sucedió inmediatamente al comienzo de la naturaleza. Pero, como el mismo Platón habla del elemento racional sólo como si existiera en el alma de Dios mismo, si atribuyéramos igualmente el elemento irracional a la naturaleza que nuestra alma ha recibido de Dios, entonces el elemento irracional se derivaría igualmente de Dios, como producción natural, porque Dios es el autor de la naturaleza.

Ahora bien, el incentivo para pecar procede del diablo. Pero todo pecado es irracional: por tanto, lo irracional procede del diablo, de quien procede el pecado; y es extraño a Dios, para quien también lo irracional es un principio extraño. La diversidad, entonces, entre estos dos elementos surge de la diferencia de sus autores.

Cuando, por tanto, Platón reserva el elemento racional del alma sólo a Dios y lo subdivide en dos departamentos, el irascible (qumikon) y el concupiscible (epiqumikon), el primero común para nosotros y los leones, y el segundo compartido entre nosotros y las moscas, se olvida que el elemento racional está confinado a nosotros y a Dios. No obstante, este punto tendremos que tratarlo nosotros, debido a la hechos que encontramos operando también en Cristo.

Puedes contemplar esta tríada de cualidades en el Señor. Estaba el elemento racional, mediante el cual enseñó, mediante el cual disertó, mediante el cual preparó el camino de la salvación; Había además en él indignación, con la cual arremetía contra los escribas y fariseos; y estaba el principio del deseo, por el cual él deseaba tan fervientemente comer el pase con sus discípulos. Por lo tanto, en nuestro caso, los elementos irascible y concupiscible de nuestra alma no deben siempre ser atribuidos al elemento irracional, ya que estamos seguros de que en nuestro Señor estos elementos actuaron en entera conformidad con la razón. Dios se enojará, con perfecta razón, con todos los que merecen su ira; y también con razón deseará Dios cualquier objeto y reclamo que sea digno de sí mismo. Porque contra el malo se indignará, y para el bueno deseará la salvación. Incluso a nosotros mismos el apóstol nos permite la cualidad concupiscible. "Si alguno", dice, "desear el oficio de obispo, una buena obra desea".

Ahora, al decir "una buena obra", nos muestra que el deseo es razonable. Nos permite también sentir indignación. ¿Cómo no debería hacerlo, cuando él mismo experimenta lo mismo? "Me gustaría", dice, "que incluso se eliminaran los que os molestan". En perfecto acuerdo con la razón estaba aquella indignación que resultaba de su deseo de mantener la disciplina y el orden. Sin embargo, cuando dice "antes éramos hijos de la ira", censura una irascibilidad irracional, que no procede de la naturaleza que es producción de Dios, sino de la que introdujo el diablo, del que él mismo dijo que "no podéis servir a dos señores ", pues "vosotros sois de vuestro padre el diablo". De modo que no temáis atribuirle el dominio y el dominio sobre esa segunda naturaleza, posterior y deteriorada de la que venimos hablando, cuando leéis de él como "la cloaca de la cizaña, y el destructor nocturno".

XVII
La fidelidad de los sentidos, impugnada por Platón y reivindicada por Cristo

Nuevamente, cuando nos encontramos con la pregunta en cuanto a la veracidad de esos cinco sentidos que aprendemos con nuestro alfabeto (ya que de esta fuente incluso surge algún apoyo para nuestros herejes), vemos que las facultades de ver, oír y oler, y el gusto y el tacto, y la fidelidad de estos sentidos, es impugnada con demasiada severidad por los platónicos, y según algunos también por Heráclito, y Diocles, y Empédocles. En todo caso, Platón, en el Timeo, declara las operaciones de los sentidos como irracionales, y viciadas por nuestras opiniones o creencias.

Se le imputa ser engañosa a la vista porque, según afirman ellos, los remos, cuando se sumergen en el agua, están inclinados o doblados, a pesar de la certeza de que están rectos; de nuevo, es bastante seguro que la torre lejana con su contorno realmente cuadrangular es redonda porque también desacreditará el hecho de la estructura verdaderamente paralela de aquel pórtico o arcada, al suponerla cada vez más estrecha hacia su extremo; unirá con el mar el cielo que cuelga a gran altura sobre él.

De la misma manera, nuestro oído está cargado de falacia. Pensamos, por ejemplo, que es un ruido en el cielo que no es otra cosa que el ruido de un carruaje; o, si se prefiere al revés, cuando el trueno resonó a lo lejos, estábamos seguros de que era un carruaje el que hacía el ruido. Así también nuestras facultades del olfato y del gusto están en falta, porque los mismos perfumes y vinos pierden su valor después de haberlos usado por un tiempo. Según el mismo principio, nuestro tacto es censurado cuando el mismo pavimento que parecía áspero a las manos es percibido por los pies como bastante liso; y en los baños se dice que un chorro de agua tibia es bastante caliente al principio y hermosamente templada después.

Así, según ellos, nuestros sentidos nos engañan, cuando al mismo tiempo somos nosotros la causa de las discrepancias, al cambiar de opinión. Los estoicos son más moderados en sus puntos de vista; porque no cargan con la deshonra del engaño cada uno de los sentidos, y en todo momento. Los epicúreos, una vez más, muestran una coherencia aún mayor al sostener que todos los sentidos son igualmente verdaderos en su testimonio, y siempre lo son, sólo que de manera diferente. No son nuestros órganos sensoriales los que tienen la culpa, sino nuestra opinión. Los sentidos sólo experimentan sensación, no ejercen opinión; es el alma la que opina. Separaron la opinión de los sentidos y la sensación del alma.

Entonces, ¿de dónde viene la opinión sino de los sentidos? De hecho, a menos que el ojo hubiera divisado una forma redonda en esa torre, no podría haber tenido idea de que poseía redondez. Además, ¿de dónde surge la sensación sino del alma? Porque si el alma no tuviera cuerpo, no tendría sensación. Por consiguiente, la sensación proviene del alma y la opinión, de la sensación; y todo el proceso es el alma. Pero además, bien se puede insistir en que hay algo que causa la discrepancia entre el informe de los sentidos y la realidad de los hechos.

Ahora bien, si es posible (como hemos visto) que se informen de fenómenos que no existen en los objetos, ¿por qué no debería ser igualmente posible que se informen de fenómenos que no son causados por los sentidos, sino por razones y condiciones que intervienen, según la naturaleza misma del caso? De ser así, será justo que sean debidamente reconocidos.

La verdad es que era el agua la que hacía que el remo pareciera inclinado o doblado, y fuera del agua era perfectamente recta en apariencia la realidad. La delicadeza de la sustancia o medio que forma un espejo por medio de su luminosidad, según sea golpeado o sacudido por la vibración, en realidad destruye la apariencia de rectitud de una línea recta.

De la misma manera, la condición del espacio abierto que llena el intervalo entre él y nosotros, necesariamente hace que la verdadera forma de la torre escape a nuestra atención; porque la densidad uniforme del aire circundante, que cubre sus ángulos con una luz similar, borra sus contornos. Así, de nuevo, la misma anchura de la arcada se agudiza o se estrecha hacia su terminación, hasta que su aspecto, volviéndose cada vez más contraído bajo su prolongado techo, llega a un punto de fuga en la dirección de su distancia más lejana. Así, el cielo se mezcla con el mar, agotándose por fin la visión que había mantenido debidamente los límites de los dos elementos, mientras duró su mirada vigorosa.

En cuanto a la audición (presuntos casos de engaño), ¿qué otra cosa podría producir la ilusión sino la similitud de los sonidos? Y si después el perfume era menos fuerte al olfato, y el vino más suave al gusto, y el agua no tan caliente al tacto, al fin y al cabo su fuerza original se encontraba en todos ellos bastante intacta. Sin embargo, en lo que respecta a la rugosidad y suavidad del pavimento, era natural y correcto que miembros como las manos y los pies, tan diferentes en ternura e insensibilidad, tuvieran impresiones diferentes.

De esta manera, entonces, no puede ocurrir una ilusión en nuestros sentidos sin una causa adecuada.

Ahora bien, si causas especiales (como las que hemos indicado) engañan a nuestros sentidos, añaden (a través de nuestros sentidos) también nuestras opiniones. Entonces ya no debemos atribuir el engaño a los sentidos, que siguen las causas específicas de la ilusión, ni a las opiniones que nos formamos; porque estos son ocasionados y controlados por nuestros sentidos, que sólo siguen las causas. Las personas que padecen locura o locura confunden un objeto con otro. Orestes ve en su hermana a su madre; Áyax ve a Ulises en el rebaño masacrado; Atamas y Agave ven bestias salvajes en sus hijos. Ahora bien, ¿es a sus ojos o a su frenesí a quienes hay que culpar de tan vasta falacia? Todas las cosas tienen un sabor amargo, en la redundancia de su bilis, para quienes tienen ictericia. ¿Es su gusto lo que acusarás de prevaricación física o su mal estado de salud?

Por lo tanto, todos los sentidos son ocasionalmente desordenados o impuestos, pero sólo de tal manera que estén completamente libres de cualquier defecto en sus propias funciones naturales. Pero más aún, ni siquiera contra las causas y condiciones específicas en sí mismas debemos presentar una acusación de engaño. Porque, dado que estas aberraciones físicas ocurren por razones declaradas, las razones no merecen ser consideradas engaños. Cualquier cosa que deba ocurrir de cierta manera no es un engaño. Si, pues, incluso estas causas circunstanciales deben ser absueltas de toda censura y culpa, ¡cuánto más debemos liberar de reproche a los sentidos, sobre los cuales dichas causas ejercen un dominio liberal!

Por lo tanto, estamos obligados con toda seguridad a reclamar para los sentidos verdad, fidelidad e integridad, ya que nunca dan otra explicación de sus impresiones que la que les imponen las causas o condiciones específicas que en todos los casos producen esa discrepancia que aparece. entre el informe de los sentidos y la realidad de los objetos. ¿Qué quieres decir entonces, oh insolente Academia? Derribas toda la condición de la vida humana; perturbas todo el orden de la naturaleza; oscureces la buena providencia de Dios mismo por los sentidos del hombre que Dios ha designado sobre todas sus obras (para que podamos entenderlas, habitarlas, dispensarlas y disfrutarlas), y reprochas todo como tiranos falaz traidora. ¿Pero no es de ellos que toda la creación recibe nuestros servicios? ¿No es por medio de ellos que una segunda forma se imprime incluso en el mundo?

¡Tantas artes, tantos recursos laboriosos, tantas ocupaciones, tantos negocios, tantos oficios, tanto comercio, tantos remedios, consejos, consuelos, modos, civilizaciones y logros de la vida! Todas estas cosas han producido el gusto y el sabor mismo de la existencia humana; mientras que por estos sentidos del hombre, él es el único de toda la naturaleza animada que tiene la distinción de ser un animal racional, con capacidad de inteligencia y conocimiento; más aún, ¡la capacidad de formar la Academia misma!

Platón, para menospreciar el testimonio de los sentidos, en el Fedro niega (en la persona de Sócrates) su propia capacidad de conocerse incluso a sí mismo, según el mandato del oráculo de Delfos; y en el Teeteto se priva de las facultades de conocimiento y sensación; y nuevamente, en Fedro pospone hasta después de la muerte el conocimiento póstumo, como él lo llama, de la verdad; y, sin embargo, siguió jugando al filósofo incluso antes de morir.

No podemos, digo, cuestionar la verdad de los pobres vilipendiados sentidos, no sea que, incluso en Cristo mismo, pongamos en duda la verdad de sus sensaciones; no sea que se diga que él realmente no "contempló a Satanás como un rayo cayendo del cielo"; que realmente no escuchó la voz del Padre testificando de sí mismo; o que fue engañado al tocar a la madre de la esposa de Pedro; o que la fragancia del ungüento que después olió fue diferente de la que aceptó para su sepultura; y que el sabor del vino era diferente del que él consagró en memoria de su sangre. Sobre este falso principio fue que Marción realmente eligió creer que él era un fantasma, negándole la realidad de un cuerpo perfecto.

Incluso ni siquiera para sus apóstoles su naturaleza fue jamás una cuestión de engaño. Realmente fue visto y oído en el monte; verdadero y real fue el trago de ese vino en las bodas de Caná de Galilea; verdadero y real también fue el toque del entonces creyente Tomás. Lea el testimonio de Juan: "Lo que hemos visto, lo que hemos oído, lo que hemos mirado con nuestros ojos, y lo que palparon nuestras manos, del Verbo de vida". Falso, por supuesto, y engañoso debe haber sido ese testimonio, si el testimonio de nuestros ojos, oídos y manos es por naturaleza una mentira.

XVIII
Platón sugirió ciertos errores a los gnósticos. Las funciones del alma

Paso ahora al apartado de nuestras facultades intelectuales, tal como Platón las entregó a los herejes, distintas de nuestras funciones corporales, habiendo obtenido su conocimiento antes de la muerte. Pregunta en el Fedón: "¿Qué piensas acerca de la posesión real del conocimiento? ¿Será el cuerpo un obstáculo para ella, o no? ¿Y si se le admite como asociado en la búsqueda del conocimiento?". Pues bien, yo tengo otra pregunta similar que hacer: ¿Tienen las facultades de la vista y del oído alguna verdad y realidad para los seres humanos, o no? ¿No es cierto que incluso los poetas están siempre murmurando contra nosotros y que nunca podemos oír ni ver nada con certeza?

Recordaba, sin duda, lo que había dicho Epicarmo, el poeta cómico: "Es la mente la que ve, la mente la que oye; todo lo demás es ciego y sordo". Con el mismo propósito vuelve a decir que el hombre es el más sabio cuyo poder mental es el más claro; que nunca aplica el sentido de la vista, ni añade a su mente la ayuda de ninguna facultad similar, sino que emplea el intelecto mismo con pura serenidad cuando se entrega a la contemplación con el propósito de adquirir una visión pura de la naturaleza de las cosas; divorciándose con todas sus fuerzas de sus ojos y oídos y de todo su cuerpo, por cuanto perturba el alma, y no permitiéndole poseer ni la verdad ni la sabiduría, cuandoquiera que se le presente. en comunicación con él.

Vemos, entonces, que en oposición a los sentidos corporales se proporciona otra facultad de carácter mucho más útil, incluso los poderes del alma, que producen una comprensión de esa verdad cuyas realidades no son palpables ni están abiertas a los sentidos corporales, pero están muy alejados del conocimiento cotidiano de los hombres, yacen en secreto, en las alturas y en la presencia de Dios mismo. Porque Platón sostiene que existen ciertas sustancias invisibles, incorpóreas, celestes, divinas y eternas, a las que llama ideas. Es decir, formas arquetípicas que vienen a ser los patrones y causas de aquellos objetos de la naturaleza que se nos manifiestan y se encuentran bajo nuestros sentidos corporales. Las primeras (según Platón) son las verdades reales, y estos últimos las imágenes y semejanzas de ellos.

Ahora bien, ¿no hay aquí destellos de los principios heréticos de los gnósticos y los valentinianos? Es a partir de esta filosofía que adoptan con entusiasmo la diferencia entre los sentidos corporales y las facultades intelectuales, distinción que en realidad aplican a la parábola de las diez vírgenes: haciendo que las cinco vírgenes insensatas simbolicen los cinco sentidos corporales, ya que estos son tan tontos y tan fáciles de engañar; y la virgen sabia para expresar el significado de las facultades intelectuales, que son tan sabias como para alcanzar esa verdad misteriosa y suprema, que se encuentra en el pleroma.

Aquí, pues, tenemos el origen místico de las ideas de estos herejes. Porque en esta filosofía residen tanto sus eones como sus genealogías. Así también dividen la sensación en potencias intelectuales provenientes de su semilla espiritual y en facultades sensoriales provenientes del animal, que de ningún modo puede comprender las cosas espirituales. Del germen anterior surgen cosas invisibles; de este último, cosas visibles que son humillantes y temporales, y que son obvias para los sentidos, colocadas como están en formas palpables.

Es por estas opiniones que en un pasaje anterior hemos declarado como hecho preliminar, que la mente no es más que un aparato o instrumento del alma, y que el espíritu no es otra facultad separada del alma, pero ¿se ejercita el alma misma en la respiración? aunque la influencia que Dios (por un lado), o el diablo (por otro lado), ha infundido sobre él, debe considerarse a la luz de un elemento adicional.

Y ahora, en cuanto a la diferencia entre las potencias intelectuales y las facultades sensoriales, sólo la admitimos en la medida en que la diversidad natural entre ellas nos exige. Existe, por supuesto, una diferencia entre las cosas corporales y las espirituales, entre los seres visibles y los invisibles, entre los objetos que son manifiestos a la vista y los que están ocultos a ella; porque una clase se atribuye a la sensación y la otra al intelecto. Sin embargo, tanto lo uno como lo otro deben considerarse inherentes al alma y obedientes a ella, ya que ésta abraza los objetos corporales por medio del cuerpo, exactamente del mismo modo que concibe los objetos incorpóreos con la ayuda de la mente. , excepto que incluso ejercita la sensación cuando emplea el intelecto.

¿No es cierto que utilizar los sentidos es utilizar el intelecto? ¿Y emplear el intelecto equivale a utilizar los sentidos? ¿Qué puede ser realmente la sensación sino la comprensión de lo que es objeto de la sensación? ¿Y qué puede ser el entendimiento o el entendimiento sino la visión de lo que es el objeto entendido? ¿Por qué adoptar medios tan atroces para torturar el conocimiento simple y crucificar la verdad? ¿Quién puede mostrarme el sentido que no comprende el objeto de su sensación, o el intelecto que no percibe el objeto que comprende, de manera tan clara que me demuestre que uno puede prescindir del otro?

Si las cosas corpóreas son objetos de los sentidos, y las incorpóreas, objetos del intelecto, son diferentes las clases de los objetos, no el domicilio o morada del sentido y del intelecto; en otras palabras, no el alma (anima) y la mente (animus). ¿Por qué, en definitiva, se perciben las cosas corpóreas? Si es por el alma, entonces la mente es una facultad sensorial, y no meramente un poder intelectual; porque mientras comprende, también percibe, porque sin percepción no hay comprensión.

Pero si las cosas corporales son percibidas por el alma, se sigue que la potencia del alma es intelectual y no meramente sensible; porque mientras percibe, también comprende, porque sin comprender no hay percepción. Y además, ¿por qué se entienden las cosas incorpóreas? Si es por la mente, ¿dónde estará el alma? Si es por el alma, ¿dónde estará la mente? Porque las cosas que difieren deben estar mutuamente ausentes una de otra, cuando están ocupadas en sus respectivas funciones y deberes.

Debe ser vuestra opinión, en verdad, que la mente está ausente del alma en ciertas ocasiones, suponiendo (como vosotros suponéis) que estamos hechos y constituidos de tal manera que no sabemos que hemos visto u oído algo, con la hipótesis de que la mente estaba ausente en ese momento. Por lo tanto, debo sostener que el alma misma no vio ni oyó, ya que en ese momento estaba ausente con su poder activo, es decir, la mente. La verdad es que siempre que un hombre está loco, es su alma la que está demente, no porque la mente esté ausente, sino porque es compañera de sufrimiento (con el alma) en ese momento. De hecho, es el alma la que se ve principalmente afectada por tales accidentes.

¿De dónde se confirma este hecho? Se confirma por la siguiente consideración: que después de la partida del alma, la mente ya no se encuentra en el hombre: siempre sigue al alma; ni tampoco se queda finalmente solo detrás de él, después de la muerte. Ahora bien, como sigue al alma, también está indisolublemente unida a ella; así como el entendimiento está unido al alma, a la que sigue la mente, con la cual el entendimiento está indisolublemente unido. Admitiendo ahora que el entendimiento es superior a los sentidos y mejor descubridor de los misterios, ¿qué importa, si no es más que una facultad peculiar del alma, como lo son los sentidos mismos? No afecta en absoluto mi argumento, a menos que se considere que el entendimiento es superior a los sentidos, con el fin de deducir de la alegación de tal superioridad su condición separada también.

Después de combatir así su supuesta diferencia, debo también refutar esta cuestión de superioridad, antes de acercarme a la creencia (que propone la herejía) en un Dios superior. Sin embargo, en este punto de un Dios superior, tendremos que medir espadas con los herejes en su propio terreno.

Nuestro tema actual concierne al alma, y el punto es evitar la atribución insidiosa de una superioridad al intelecto o al entendimiento. Ahora bien, aunque los objetos que son tocados por el intelecto sean de naturaleza superior, por ser espirituales, que los que son abarcados por los sentidos, por ser éstos corporales, seguirá siendo sólo una superioridad en los objetos, y no en las facultades del intelecto contra los sentidos.

¿Cómo puede el intelecto ser superior a los sentidos, cuando son éstos los que lo educan para el descubrimiento de diversas verdades? Es un hecho que estas verdades se aprenden mediante formas palpables. Es decir, las cosas invisibles se descubren con la ayuda de las visibles, así como nos dice el apóstol en su epístola: "Porque las cosas invisibles de él se ven claramente desde la creación del mundo, entendiéndose por las cosas hechas". Y como también Platón podría informar a nuestros herejes: "Las cosas que aparecen son la imagen de las cosas que están ocultas a la vista", de donde es necesario seguir que este mundo es por supuesto una imagen de algún otro (de modo que el intelecto evidentemente usa los sentidos para su propia guía, autoridad y sostén; y sin los sentidos no se podría alcanzar la verdad).

¿Cómo, entonces, puede una cosa ser superior a aquello que es instrumental para su existencia, que también le es indispensable y a cuya ayuda debe todo lo que adquiere? Por lo tanto, de lo que hemos dicho se siguen dos conclusiones: 1º que el intelecto no debe preferirse a los sentidos, por el supuesto de que el agente a través del cual existe una cosa es inferior a la cosa misma; y 2º que el intelecto no debe separarse de los sentidos, ya que el instrumento mediante el cual se sustenta la existencia de una cosa está asociado con la cosa misma.

XIX
El intelecto del alma. Un ejemplo de Aristóteles al respecto

Tampoco debemos dejar de notar a aquellos escritores que privan al alma del intelecto, aunque sea por un corto período de tiempo. Lo hacen para preparar el modo de introducir el intelecto (y también la mente) en una etapa posterior de la vida, incluso en el momento en que la inteligencia aparece en un hombre. Sostienen que la etapa de la infancia se sustenta únicamente en el alma, simplemente para promover la vitalidad, sin intención alguna de adquirir conocimientos también, porque no todas las cosas tienen conocimientos que poseen vida.

Los árboles, por ejemplo, para citar el ejemplo de Aristóteles, tienen vitalidad, pero no tienen conocimiento; y con él está de acuerdo todo aquel que da una parte a todos los seres animados de la sustancia animal, que, según nuestro punto de vista, existe sólo en el hombre como su propiedad especial, no porque sea obra de Dios (como lo son todas las demás criaturas) sino porque es aliento de Dios, de quien el alma humana nace con el pleno equipamiento de sus propias facultades.

Pues bien, que nos presenten el ejemplo de los árboles, que aceptaremos su desafío y no encontraremos en él ningún perjuicio a nuestro propio argumento. Porque es un hecho indudable que, si bien los árboles todavía no son más que ramitas y brotes, y antes incluso de alcanzar la etapa de retoño, tienen en ellos su propia facultad de vida, tan pronto como brotan de sus lechos nativos. Pero luego, a medida que pasa el tiempo, el vigor del árbol avanza lentamente, a medida que crece y se endurece en su tronco leñoso, hasta que su edad madura completa la condición que la naturaleza le destina. De lo contrario, ¿qué recursos poseerían los árboles a su debido tiempo para la inoculación de injertos, la formación de hojas, el hinchamiento de sus capullos, la elegante caída de sus flores y el ablandamiento de su savia, si no existiera en ellos la tranquilidad? ¿Crecimiento de la provisión plena de su naturaleza y la distribución de esta vida sobre todas sus ramas para el logro de su madurez?

Los árboles, por tanto, tienen capacidad o conocimiento, que obtienen de donde también obtienen la vitalidad (es decir, de la única fuente de vitalidad y conocimiento que es peculiar de su naturaleza, y la de la infancia con la que ellos también comienzan). Porque observo que incluso la vid, aunque todavía tierna e inmadura, comprende todavía su tarea natural y se esfuerza por aferrarse a algún soporte para, apoyándose en él y entrelazándose, alcanzar así su crecimiento. De hecho, sin esperar el entrenamiento del labrador, sin espaldera, sin puntal, a cualquier cosa que atrapen sus zarcillos, se aferrará con cariño, y abrazar con realmente mayor tenacidad y fuerza por su propia inclinación que por su voluntad. Anhela y se apresura a estar seguro.

Tomemos también las plantas de hiedra, porque por muy jóvenes que sean, yo observo sus intentos desde el primer momento de agarrar los objetos que están encima de ellas, superando a todo lo demás, aferrándose a lo más alto, y prefiriendo extender sus frondosas paredes sobre las paredes en lugar de arrastrarse por el suelo y ser pisoteadas por todo pie que quiera aplastarlos. Por otro lado, en el caso de árboles que se dañan por el contacto con un edificio, ¿cómo pueden colgarse a medida que crecen y evitar lo que los daña? Se puede ver que sus ramas estaban naturalmente destinadas a tomar la dirección opuesta, y se pueden comprender muy bien los instintos vitales de un árbol así al evitar la pared. Se contenta (aunque sea sólo un pequeño arbusto) con su insignificante destino, del que en su instinto de previsión ha sido plenamente consciente desde su infancia, sólo que todavía teme incluso a un edificio en ruinas.

Por mi parte, entonces, ¿por qué no debería luchar por estas naturalezas sabias y sagaces de los árboles? Que tengan vitalidad, como lo permiten los filósofos; pero que también ellos tengan conocimiento, aunque los filósofos lo renieguen. Y si la infancia de un tronco puede tener un intelecto adecuado a él, ¡cuánto más puede tenerlo el de un ser humano!, cuya alma (que puede compararse con el naciente brote de un árbol) ha sido derivada de Adán como su raíz, y ha sido propagado entre su posteridad por medio de la mujer, a quien ha sido confiado para su transmisión, y así ha brotado en la vida con todo su aparato natural, tanto de intelecto como de sentido.

Me equivoco mucho si la persona humana, ya desde su infancia, cuando saludaba a la vida con sus gritos infantiles, no da testimonio de su posesión efectiva de las facultades sensoriales y intelectuales con el hecho de su nacimiento, reivindicando al mismo tiempo tiempo el uso de todos sus sentidos: el de ver por la luz, el de oír por los sonidos, el del gusto por los líquidos, el del olfato por el aire, el del tacto por el suelo. Esta primera voz de la infancia es, pues, el primer esfuerzo de los sentidos y el impulso inicial de las percepciones mentales.

Existe también el hecho adicional de que algunas personas entienden este llanto lastimero del niño como un augurio de aflicción en la perspectiva de nuestra vida llorosa, por lo que desde el mismo momento del nacimiento el alma debe ser considerada como dotada de presciencia, mucho más con inteligencia. En consecuencia, por esta intuición el niño conoce a su madre, discierne a la nodriza e incluso reconoce a la doncella; rechazando el pecho de otra mujer, y la cuna que no es la suya, y añorando sólo los brazos a los que está acostumbrado.

Ahora bien, ¿de qué fuente adquiere este discernimiento de la novedad y de la costumbre, sino del conocimiento instintivo? ¿Santo sucede que se irrita y se calma, si no es con la ayuda de su intelecto inicial? Sería realmente muy extraño que la infancia fuera naturalmente tan vivaz, si no tuviera poder mental; y naturalmente tan capaz de impresión y afecto, si no tuviera intelecto. Pero (sostenemos lo contrario). Porque Cristo, al "recibir la alabanza de la boca de los niños y de los que maman", ha declarado que ni la niñez ni la infancia carecen de sensibilidad, y demostró su capacidad.

XX
El alma, uniforme en su naturaleza, pero con facultades diversamente desarrolladas

Aquí, por tanto, llegamos a la conclusión de que todas las propiedades naturales del alma le son inherentes como partes de su sustancia; y que crecen y se desarrollan junto con él, desde el mismo momento de su propio origen al nacer. Como dice Séneca, a quien tantas veces encontramos de nuestro lado: "Están implantados en nosotros los gérmenes de todas las artes y épocas de la vida. Y Dios, nuestro Maestro, produce secretamente nuestras disposiciones mentales, como gérmenes que se implantan y ocultan en nosotros durante la infancia, y luego producen el intelecto, y de ellos se desarrollan nuestras disposiciones naturales.

Ahora bien, también las semillas de las plantas tienen una forma en cada especie, pero su desarrollo varía: unas se abren y se expanden en estado sano y perfecto, mientras que otras mejoran o degeneran, debido a las condiciones del tiempo y del suelo, y de la aplicación de trabajo y cuidado; también del curso de las estaciones y de la ocurrencia de circunstancias casuales. De la misma manera, el alma bien puede ser uniforme en su origen seminal, aunque multiforme por el proceso de la natividad.

También deben tenerse en cuenta las influencias locales. Se ha dicho que en Tebas nacen personas tontas y brutales, y que el más consumado en sabiduría y palabra lo hace en Atenas, donde en el distrito de Colito los niños hablan (tal es la precocidad de su lengua) antes de cumplir un mes. De hecho, el propio Platón nos dice en el Timeo que Minerva, cuando se disponía a fundar su gran ciudad, sólo consideró la naturaleza del país que prometía disposiciones mentales de este tipo, así como en las Leyes instruye a Megilo y Clinias a tener cuidado en la elección del lugar para construir una ciudad. Empédocles, sin embargo, sitúa la causa del intelecto sutil o obtuso en la calidad de la sangre, de la que deriva progreso y perfección en el saber y la ciencia. El tema de las peculiaridades nacionales ha adquirido en esta época una notoriedad proverbial.

Los poetas cómicos se burlan de los frigios por su cobardía. Salustio reprocha a los moros su ligereza y a los dálmatas su crueldad; Incluso el apóstol tilda a los cretenses de mentirosos. También es muy probable que haya que atribuir algo a la condición corporal y al estado de salud. La corpulencia obstaculiza el conocimiento, pero una forma sobria lo estimula; la parálisis postra la mente, la decadencia la preserva. ¡Cuánto más habrá que advertir aquellas circunstancias accidentales que, además del estado del cuerpo o de la salud, tienden a agudizar o embotar el intelecto! Se agudiza con las actividades aprendidas, las ciencias, las artes, el conocimiento experimental, los hábitos comerciales y los estudios; se ve embotado por la ignorancia, los hábitos ociosos, la inactividad, la lujuria, la inexperiencia, la apatía y las actividades viciosas. Entonces, a estas influencias habría que añadir quizá los poderes supremos.

Los poderes supremos, según nuestras nociones cristianas, son el Señor Dios, y su adversario es el diablo. Pero según la opinión general de los hombres sobre la providencia (en cuanto destino y necesidad) y el libre albedrío del hombre (en cuanto a la fortuna). Los filósofos permiten estas distinciones, mientras que por nuestra parte ya nos hemos comprometido a tratarlos, sobre los principios de la fe cristiana, en una obra separada. Es evidente cuán grandes deben ser las influencias que afectan tan diversamente la única naturaleza del alma, ya que comúnmente se las considera como naturalezas separadas.

Aún así, no son especies diferentes, sino incidentes casuales de una naturaleza y sustancia, incluso de aquello que Dios confirió a Adán e hizo el molde de todos los posteriores. Los incidentes casuales siempre permanecerán, pero nunca se convertirán en diferencias específicas. Por muy grande que sea también en la actualidad la variedad de las divagaciones de los hombres, no fue así en Adán, el fundador de su raza. Pero todas estas discordancias deberían haber existido en él como fuente, y de allí haber descendido hasta nosotros en una variedad intacta, si la variedad hubiera sido debida a la naturaleza.

XXI
Así como el libre albedrío actúa en el individuo, así puede cambiar su carácter

Ahora bien, si el alma poseyó esta naturaleza uniforme y simple desde el principio en Adán, antes de tantas disposiciones mentales (desarrolladas a partir de ella), no se vuelve multiforme por los diversos desarrollos, ni por la forma triple que se predica de ella en la "trinidad valentiniana" (para que todavía podamos tener presente la condena de esa herejía), porque ni siquiera esta naturaleza es descubrible en Adán. ¿Qué tenía él que fuera espiritual? ¿Será porque declaró proféticamente "el gran misterio de Cristo y de la Iglesia", que "ésta es hueso de mis huesos y carne de mi carne", que "ella será llamada mujer", y que "por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne"?

Pero este don de profecía sólo le llegó después, cuando Dios le infundió el éxtasis, o cualidad espiritual, en que consiste la profecía. Si, además, el mal del pecado se desarrolló en él, esto no debe considerarse como una disposición natural. Más bien fue producido por la instigación de la antigua serpiente, lejos de ser incidental a su naturaleza como material . en él, porque ya hemos excluido la creencia en la materia.

Ahora bien, si ni el elemento espiritual ni lo que los herejes llaman material le eran propiamente inherentes (pues si hubiera sido creado de la materia, el germen del mal debía ser parte integrante de su constitución), lo que queda es que el único elemento original de su naturaleza era lo que se llama alma (o principio de vitalidad), que sostenemos que es simple y uniforme en su condición. Respecto a esto, nos queda por preguntar si, por ser llamado natural, este elemento (el alma) debe considerarse sujeto a cambio.

Los herejes a quienes nos hemos referido niegan que la naturaleza sea susceptible de cambio alguno, para poder establecer y establecer su triple teoría (o trinidad) en todas sus características en cuanto a las diversas naturalezas, porque "no puede un buen árbol dar malos frutos, ni un árbol corrupto buenos frutos, y nadie recoge higos de los espinos, ni uvas de las zarzas". Si esto es así, entonces "Dios ya no podrá levantar de las piedras hijos a Abraham, ni hacer que una generación de víboras produzca frutos de arrepentimiento". Y si esto es así, el apóstol también se equivocó cuando dijo "vosotros erais en un tiempo tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor" y "también nosotros éramos por naturaleza hijos de ira; " y "éstos eran algunos de vosotros, pero ya estáis lavados".

Sin embargo, las declaraciones de la Sagrada Escritura nunca estarán en desacuerdo con la verdad. Un árbol corrupto nunca dará buenos frutos, a menos que se injerte en él la mejor naturaleza; ni un buen árbol producirá malos frutos, excepto mediante el mismo proceso de cultivo. Las piedras también llegarán a ser hijos de Abraham, si son educadas en la fe de Abraham; y una generación de víboras producirá frutos de penitencia, si rechazan el veneno de su naturaleza maligna. Este será el poder de la gracia de Dios, más potente en verdad que la naturaleza, ejerciendo su dominio sobre la facultad que subyace dentro de nosotros, incluso la libertad de nuestra voluntad, que se describe como autoridad independiente. Y como esta facultad es también natural y mutable, en cualquier dirección que se dirija, se inclina por su propia naturaleza.

Ahora bien, que existe naturalmente en nosotros esta autoridad independiente, ya lo hemos demostrado en oposición tanto a Marción como a Hermógenes. Si, pues, la condición natural ha de ser sometida a una definición, debe determinarse que es doble: existiendo la categoría de lo nacido y lo no nacido, lo hecho y lo no hecho.

Ahora bien, lo que ha recibido su constitución al ser hecho o al nacer, es por naturaleza susceptible de ser transformado, pues puede nacer de nuevo y rehacerse; mientras que lo que no está hecho y no ha nacido permanecerá para siempre inamovible. Sin embargo, dado que este estado sólo conviene a Dios, como único Ser no nacido y no hecho (y por tanto, inmortal e inmutable) hace absolutamente cierto que la naturaleza de todas las demás existencias que nacen y se crean están sujetas a modificación y cambio, de modo que, si se debe atribuir al alma el triple estado, se debe suponer que surge de la mutación de sus circunstancias accidentales, y no de la designación de la naturaleza.

XXII
Recapitulación y definición de alma

Ya Hermógenes ha oído de nosotros cuáles son las demás facultades naturales del alma, así como su reivindicación y prueba (de donde se ve que el alma es más bien hija de Dios que de la materia). Los nombres de estas facultades se repetirán aquí simplemente, para que no parezca que se han olvidado y se han perdido de vista. Hemos asignado, entonces, al alma tanto esa libertad de voluntad que acabamos de mencionar, como su dominio sobre las obras de la naturaleza, y su don ocasional de adivinación, independientemente de esa dotación de profecía que le corresponde expresamente del gracia de Dios. Por tanto, abandonaremos ahora este tema de la disposición del alma, para exponer plenamente en orden sus diversas cualidades.

El alma, entonces, la definimos como nacida del soplo de Dios, inmortal, poseedora de cuerpo, que tiene forma, simple en su sustancia, inteligente en su propia naturaleza, que desarrolla su potencia de diversas maneras, libre en sus determinaciones, sujeta a ser cambios de accidente, en sus facultades mutables, racionales, supremas, dotadas de un instinto de presentimiento, evolucionadas a partir de uno (alma arquetípica). Ahora nos queda considerar cómo se desarrolla a partir de esta única fuente original; en otras palabras, dónde, cuándo y cómo se produce.

XXIII
Opiniones de diversos herejes, que tienen su origen en Platón

Algunos suponen que descendieron del cielo, con una creencia tan firme como la que suelen tener, cuando se entregan a la perspectiva de un indudable regreso allí. Saturnino, discípulo de Menandro, que pertenecía a la secta de Simón el Mago, introdujo esta opinión: afirmó que el hombre fue hecho por ángeles. Creación inútil e imperfecta al principio, débil e incapaz de mantenerse en pie, se arrastraba por el suelo como un gusano, porque necesitaba fuerzas para mantener una postura erguida; pero después de haber obtenido, por la compasión del Poder Supremo (a cuya imagen, que no había sido plenamente comprendida, fue torpemente formado), una delgada chispa de vida, ésta despertó y enderezó su forma imperfecta, y la animó con un nivel superior (vitalidad), y preveía su regreso, al renunciar a la vida, a su principio original. Carpócrates, de hecho, reclama para sí una cantidad tan extrema de cualidades supremas, que sus discípulos pusieron sus propias almas inmediatamente en igualdad con Cristo (sin mencionar a los apóstoles); y a veces, cuando les conviene, incluso darles la superioridad, considerándolos, en verdad, haber participado de esa virtud sublime que menosprecia a los principados que gobiernan este mundo.

Apeles nos dice que nuestras almas fueron atraídas por cebos terrenales desde sus moradas supercelestes por un ángel ardiente, el Dios de Israel; y la nuestra, que luego los encerró firmemente dentro de nuestra carne pecaminosa. La colmena de Valentin fortalece el alma con el germen de sofía o sabiduría (cuyo germen reconocen, en las imágenes de los objetos visibles, las historias y fábulas milesias de sus propios eones).

Lamento de corazón que Platón haya sido el abastecedor de todos estos herejes. Porque en el Fedón imagina que las almas vagan de este mundo a aquel, y de allí regresan acá; mientras que en el Timeo supone que los hijos de Dios, a quienes se les había asignado la producción de criaturas mortales, habiendo tomado por alma el germen de la inmortalidad, congelaron alrededor de él un cuerpo mortal, indicando así que este mundo es la figura de algún otro.

Para lograr la creencia en todo esto (que el alma había vivido anteriormente con Dios en los cielos, compartiendo sus ideas con él, y luego descendió a vivir con nosotros en la tierra, y mientras aquí recuerda los patrones eternos de las cosas que había aprendido antes), Platón elaboró su nueva fórmula ("aprender es reminiscencia"), lo que implica que las almas que vienen a nosotros desde allí olvidan las cosas entre las que vivieron anteriormente, pero que luego recuerdan ellos, instruidos por los objetos que ven a su alrededor.

Por tanto, dado que las doctrinas que los herejes toman de Platón se defienden astutamente con este tipo de argumentos, refutaré suficientemente a los herejes si derribo el argumento de Platón.

XXIV
Platón supone que el alma existe por sí misma, pero obvia su estado anterior

En primer lugar, no puedo permitir que el alma sea capaz de fallar la memoria; porque le ha concedido una cantidad tan grande de calidad divina que la pone a la par de Dios. Lo hace innato (atributo único que podría aplicar como testimonio suficiente de su perfecta divinidad), y luego añade que el alma es inmortal, incorruptible, incorpórea (ya que creía que Dios es el mismo), invisible, incapaz de delinear, uniforme, suprema, racional e intelectual. ¿Qué más podría atribuirle al alma, si quisiera llamarla Dios?

Nosotros, sin embargo, que no permitimos ningún apéndice de Dios (en el sentido de igualdad), y por este mismo hecho consideramos que el alma está muy por debajo de Dios. Suponemos que el alma nace de Dios y que, por ello, posee algo de una divinidad diluida y una felicidad atenuada, como el aliento de Dios (aunque no su espíritu). Aunque inmortal, como atributo de la divinidad, el alma es sin embargo es pasible, ya que es un incidente de una condición innata, y en consecuencia desde el principio es capaz de desviarse de la perfección y del derecho, y por consecuencia es susceptible de una falla en memoria.

Este punto lo he discutido suficientemente con Hermógenes. Pero puede observarse además que si el alma ha de merecer ser considerada un dios, en razón de que todas sus cualidades son iguales a los atributos de Dios, entonces no debe estar sujeta a ninguna pasión y a ninguna pérdida de la memoria. ¿Y por qué? Porque este defecto del olvido es un daño tan grande a aquello de lo que lo predicas, como la memoria es su gloria, que el mismo Platón considera la salvaguarda misma de los sentidos y las facultades intelectuales, y que Cicerón ha designado el tesoro de todas las ciencias.

Ahora bien, no es necesario dudar de si una facultad tan divina como el alma era capaz de perder la memoria. La cuestión es más bien si es capaz de recuperar de nuevo lo que ha perdido. No podría decidir si aquello que debería haber perdido la memoria, si alguna vez la hubiera perdido, sería lo suficientemente poderoso como para recordarse a sí mismo. Ambas alternativas, en verdad, concordarán muy bien con mi alma, pero no con la de Platón.

En segundo lugar, mi objeción contra él será la siguiente: Platón, ¿dotas al alma una competencia natural para comprender esas ideas tuyas tan conocidas? Por supuesto que sí, será tu respuesta. Bueno, ahora nadie te concederá que el conocimiento, que dices que es don de la naturaleza, de las ciencias naturales, pueda fallar. Pero el conocimiento de las ciencias falla; fracasa el conocimiento de los diversos campos del saber y de las artes de la vida; y así tal vez falle el conocimiento de las facultades y afecciones de nuestra mente, aunque parezcan inherentes a nuestra naturaleza, pero en realidad no lo son: porque, como ya hemos dicho, se ven afectados por accidentes de lugar, de usos y costumbres, de condición corporal, del estado de salud del hombre, por las influencias de los poderes supremos y los cambios del libre albedrío del hombre.

Ahora bien, el conocimiento instintivo de los objetos naturales nunca falla, ni siquiera en la creación bruta. El león, sin duda, olvidará su ferocidad si está rodeado por la influencia suavizante del entrenamiento; puede convertirse, con su hermosa melena, en el juguete de alguna reina Berenice y lamerle las mejillas con la lengua. Una bestia salvaje puede dejar de lado sus hábitos, pero sus instintos naturales no serán olvidados. No olvidará su alimento adecuado, ni sus recursos naturales, ni sus alarmas naturales; y si la reina le ofrece pescado o pasteles, pedirá carne; y si, cuando esté enfermo, se le prepare algún antídoto, seguirá necesitando al simio; y aunque no se le presente ninguna lanza de caza, todavía temerá el canto del gallo.

De la misma manera, en el hombre, que es quizás el más olvidadizo de todos los seres, el conocimiento de todo lo que le es natural permanecerá indeleblemente fijado en él, pero sólo esto, como si fuera el único instinto natural. Nunca se olvidará de comer cuando tenga hambre; o beber cuando tenga sed; o usar sus ojos cuando quiere ver; o sus oídos, para oír; o su nariz, para oler; o su boca, al gusto; o su mano, para tocar. Estos son, sin duda, los sentidos que la filosofía desprecia por su preferencia por las facultades intelectuales.

Pero si el conocimiento natural de las facultades sensibles es permanente, ¿cómo es posible que falle el conocimiento de las facultades intelectuales, a las que se atribuye la superioridad? ¿De dónde surge ahora ese poder del olvido mismo que precede al recuerdo? Por un largo lapso de tiempo, dice Platón. Pero ésta es una respuesta miope. La duración del tiempo no puede ser incidental a lo que, según él, no ha nacido y que, por lo tanto, debe considerarse ciertamente eterno. Porque lo que es eterno, por ser innacido, al no admitir ni principio ni fin de tiempo, no está sujeto a ningún criterio temporal . Y lo que el tiempo no mide, no sufre ningún cambio a consecuencia del tiempo; ni el largo lapso de tiempo influye en absoluto en ello.

Pero si el tiempo es causa del olvido, ¿por qué desde que el alma entra en el cuerpo falla la memoria, como si a partir de entonces el alma fuera afectada por el tiempo? porque el alma, siendo indudablemente anterior al cuerpo, no era independiente del tiempo. ¿Es, en efecto, inmediatamente después de la entrada del alma en el cuerpo cuando se produce el olvido, o algún tiempo después? Si es inmediatamente, ¿dónde quedará el largo lapso de tiempo que todavía es inadmisible en la hipótesis?

Tomemos, por ejemplo, el caso del bebé. Si algún tiempo después, ¿no seguirá el alma, durante el intervalo anterior al momento del olvido, ejerciendo sus facultades de memoria? ¿Y cómo es que el alma después olvida y después vuelve a recordar? ¿Cuánto tiempo debe considerarse también el lapso de tiempo durante el cual el olvido oprimía el alma? Supongo que todo el curso de la vida será insuficiente para borrar el recuerdo de una época que duró tanto tiempo antes de que el alma asumiera el cuerpo.

De nuevo, Platón echa la culpa al cuerpo, como si fuera del todo creíble que una sustancia nacida pudiera extinguir el poder de otra que no ha nacido. Sin embargo, existen entre los cuerpos muchas diferencias en razón de su racionalidad, su volumen, su condición, su edad y su salud. ¿Se supone entonces que existen diferencias similares en el olvido? El olvido, sin embargo, es uniforme e idéntico. Por lo tanto, la peculiaridad corporal, con sus múltiples variedades, no llegará a ser causa de un efecto que es invariable.

Hay también, según el propio testimonio de Platón, muchas pruebas de que el alma tiene facultad de adivinar, como ya hemos afirmado contra Hermógenes. Pero no hay hombre vivo que no sienta su alma poseída por el presagio y augurio de algún presagio, peligro o alegría. Ahora bien, si el cuerpo no es perjudicial para la adivinación, supongo que tampoco lo será para la memoria.

Una cosa es segura: las almas en un mismo cuerpo olvidan y recuerdan. Si cualquier condición corporal engendra el olvido, ¿cómo admitirá el estado opuesto de recogimiento? Porque el recuerdo, después del olvido, es en realidad la resurrección de la memoria. Ahora bien, ¿cómo no iba a ser perjudicial para la memoria lo que en un principio es hostil a ella en segunda instancia?

Por último, ¿quién tiene mejor memoria que los niños pequeños, con el alma fresca y no gastada, aún no inmersos en los cuidados domésticos y públicos, sino dedicados sólo a aquellos estudios cuya adquisición es en sí misma una reminiscencia? ¿Por qué, en efecto, no todos recordamos en igual grado, siendo iguales en nuestro olvido? ¡Pero esto sólo es cierto para los filósofos! Pero ni siquiera del conjunto de ellos.

Entre tantas naciones, entre tanta multitud de sabios, Platón es, sin duda, el único hombre que ha combinado el olvido y el recuerdo de las ideas. Ahora bien, dado que este argumento principal suyo no se sostiene en modo alguno, se sigue que toda su superestructura debe caer con él. Es decir, que se supone que las almas no han nacido, viven en las regiones celestiales y deben ser instruidas en las regiones celestiales. misterios, que descienden a esta tierra, y aquí recuerdan su pasado; existencia, con el propósito de suministrar a nuestros herejes los materiales adecuados para sus sistemas.

XXV
El alma no es introducida después del nacimiento

Volveré ahora a la causa de esta digresión, para explicar cómo todas las almas se derivan de una, cuándo, dónde y de qué manera se producen. Ahora bien, en cuanto a este tema, no importa si la cuestión la inicia el filósofo, el hereje o la multitud. A los que profesan la verdad nada les importan sus oponentes, especialmente aquellos que comienzan por sostener que el alma no se concibe en el útero, ni se forma y produce en el momento en que se moldea la carne, sino que se imprime desde fuera sobre el cuerpo. infante antes de su completa vitalidad, pero después del proceso del parto. Dicen, además, que la semilla humana, debidamente depositada ex concubierto en el útero, y vivificada por impulso natural, se condensa en la mera sustancia de la carne, que a su debido tiempo nace, caliente del horno de el útero, y luego liberado de su calor.

Esta carne se parece al caso del hierro candente, que en ese estado se sumerge en agua fría; porque, al ser golpeado por el aire frío en el que nace, inmediatamente recibe el poder de animación y emite un sonido vocal. Esta opinión la sostienen los estoicos, junto con Enesidemo y, ocasionalmente, el propio Platón, cuando nos dice que el alma, siendo una formación bastante separada, originada en otra parte y fuera del útero, es inhalada cuando el recién nacido nace por primera vez. respira y poco a poco exhala con el último aliento del hombre. Veremos si esta visión suya es meramente ficticia. Incluso a la profesión médica no le ha faltado su Hicesio, que resultó ser un traidor tanto a la naturaleza como a su propia vocación.

Estos caballeros, supongo, eran demasiado modestos para llegar a un acuerdo con las mujeres sobre los misterios del parto, tan bien conocidos por estas últimas. Pero ¿cuánto más tienen de qué avergonzarse, cuando al final tienen a las mujeres para refutarlos, en lugar de elogiarlos?

Ahora bien, en una cuestión como ésta, nadie puede ser un maestro, juez o testigo tan útil como el sexo mismo, que está tan íntimamente relacionado. Dadnos, pues, vuestro testimonio, madres, ya sea que estéis aún embarazadas o después del parto (que las mujeres y los hombres estériles guarden silencio), la verdad de vuestra propia naturaleza está en duda, la realidad de vuestro propio sufrimiento es el punto a decidir.

Dinos, Platón, entonces: ¿Sientes en el embrión que hay dentro de ti alguna fuerza vital distinta a la tuya, con la que te tiemblan las entrañas, se estremecen tus costados, palpita todo tu útero y el peso que te oprime cambia constantemente de posición? ¿Son estos movimientos una alegría para ti y una eliminación positiva de la ansiedad, que le hacen confiar en que su bebé posee vitalidad y la disfruta? O si tu inquietud cesara, tu primer temor sería por él; y él sería consciente de ello dentro de ti, ya que está perturbado por el nuevo sonido. Y desearías una dieta nociva, o incluso detestaría tu comida, todo por su cuenta; y entonces tú y él (en la cercanía de tu simpatía) compartíais juntos sus dolencias comunes, hasta el punto de que con sus contusiones y moretones él realmente quedaría marcado, mientras esté dentro de ti, e incluso en las mismas partes del cuerpo, asumiendo así perentoriamente las injurias de su madre.

Ahora bien, siempre que un tono lívido y enrojecimiento sean incidentes de la sangre, la sangre no estará sin el principio vital, o alma. Y cuando la enfermedad ataca el alma o la vitalidad, se convierte en prueba de su existencia real, ya que no hay enfermedad donde no hay alma o principio de vida. Además, puesto que el sustento de los alimentos y la falta de ellos, el crecimiento y la decadencia, el miedo y el movimiento, son condiciones del alma o de la vida, quien los experimenta debe estar vivo. Y así, finalmente deja de vivir quien deja de experimentarlos. Así, poco a poco, los niños nacen muertos; pero ¿cómo es eso, a menos que tuvieran vida? ¿Cómo podría morir alguien que no haya vivido antes?

Pero a veces, por una cruel necesidad, mientras aún está en el útero, se da muerte al niño, que al estar torcido en el orificio del útero impide el parto y mata a su madre, si no quiere morir él mismo. Por consiguiente, entre las herramientas de los cirujanos hay un instrumento determinado, que está formado por un marco flexible bien ajustado para, en primer lugar, abrir el útero y mantenerlo abierto. Está además provisto de una hoja anular, por medio de la cual se disecan los miembros dentro del útero con cuidado ansioso pero inquebrantable; siendo su último apéndice un gancho romo o cubierto, con el cual se extrae todo el feto mediante un parto violento.

Hay también otro instrumento en forma de aguja o púa de cobre, mediante la cual se gestiona la muerte misma en este robo furtivo de la vida. Le dan, por su función infanticida, el matador de el niño, que por supuesto estaba vivo. Tales aparatos los poseían Hipócrates, Asclepíades, Erasístrato, Herófilo, aquel disector incluso de los adultos, y el mismo Sorano, más suave, quienes sabían muy bien que se había concebido un ser viviente y se compadecían de este desdichado estado infantil, que tuvo que ser ejecutado para evitar ser torturado vivo.

De la necesidad de un trato tan duro, no tengo ninguna duda de que incluso Hicesio estaba convencido, aunque importaba su alma a los niños después del nacimiento mediante el golpe del aire helado, ¡porque el mismo término para alma, en verdad, en griego respondía a tal refrigeración! Pues bien, ¿las naciones bárbaras y romanas han recibido las almas por algún otro proceso, por el que han llamado al alma con otro nombre? ¿Cuántas naciones hay que comienzan la vida? ¿Bajo el sol abrasador de la zona tórrida, quemando su piel hasta adquirir su tono moreno? ¿De dónde obtienen sus almas, sin aire helado que los ayude?

No hablo ni una palabra de esos dormitorios bien calentados y de todos esos aparatos de calefacción que tanto necesitan las parturientas, cuando un soplo de aire frío podría poner en peligro su vida. Pero en el mismo baño casi un niño cobra vida, ¡y en seguida se oye su llanto! Sin embargo, si un buen aire helado es un tesoro tan indispensable para el alma, entonces, más allá de las tribus germánicas y escitas, y de las alturas alpinas y argeas, ¡nadie debería nacer jamás!

Pero el hecho real es que la población es mayor en las regiones templadas del Este y del Oeste, y las mentes de los hombres son más agudas; mientras que no hay un solo sármata cuyo ingenio no sea aburrido y monótono. También el espíritu de los hombres se agudizaría a causa del frío, si sus almas nacieran en medio de heladas cortantes; porque como es la sustancia, así debe ser su poder activo. Ahora bien, después de estas declaraciones preliminares, podemos referirnos también al caso de aquellos que, habiendo sido cortados del vientre de su madre, han respirado y conservado la vida: vuestro Baco y Escipión.

Si hay alguien que, como Platón, supone que dos almas no pueden, más de lo que dos cuerpos pueden coexistir en el mismo individuo, yo podría mostrarle no sólo la coexistencia de dos almas en una persona, como también de dos cuerpos en el mismo vientre, sino también la combinación de muchas otras cosas en conexión natural con el alma (por ejemplo, la posesión demoníaca). Y no de uno solo, como en el caso del propio demonio de Sócrates; sino de siete espíritus como en el caso de la Magdalena; y de una legión en número, como en el Gadarene.

Ahora bien, un alma es naturalmente más susceptible de conjunción con otra alma, a causa de la identidad de su sustancia, que un espíritu maligno, debido a sus diversas naturalezas. Pero cuando el mismo filósofo, en el libro VI de las Leyes, nos advierte que tengamos cuidado de que un vicio de la semilla infunda en el cuerpo y en el alma el suelo procedente de un concubinato ilícito o degradante, no sé si es más inconsecuente consigo mismo al respecto de una de sus declaraciones anteriores, o de la que acababa de hacer. Porque aquí nos muestra que el alma procede de la semilla humana y no (como había dicho antes) del primer aliento del recién nacido.

¿De dónde viene, pues, que por semejanza de alma nos parezcamos en disposición a nuestros padres, según el testimonio de Cleantes, si no somos producidos de esta semilla del alma? ¿Por qué también los antiguos astrólogos utilizaban el nacimiento de un hombre desde su primera concepción, si su alma tampoco extrae su origen de ese momento? A esta natividad pertenece también la inhalación del alma, sea lo que sea.

XXVI
Sólo la Escritura ofrece un conocimiento claro sobre el alma

Ahora bien, la incertidumbre y la irregularidad de la opinión humana no tienen fin hasta que lleguemos a los límites que Dios ha prescrito. Por fin me retiraré dentro de nuestras propias líneas y me mantendré firme allí, con el fin de demostrar al cristiano la solidez de mis respuestas a los filósofos y a los médicos. Hermano en Cristo, sobre tu propio fundamento edifica tu fe.

Consideremos los vientres de las mujeres más santas, llenos de vida dentro de ellas, y sus bebés que no sólo respiraban en ellos, sino que incluso estaban dotados de intuición profética. Ved cómo se inquietan las entrañas de Rebeca, aunque su embarazo es aún remoto y no hay impulso de aire vital. He aquí, una descendencia gemela se irrita en el vientre de su madre, aunque todavía no tiene señales de la doble nación.

Posiblemente podríamos haber considerado un prodigio la contención de esta progenie infantil, que luchó antes de vivir, que tenía animosidad antes de la animación, si simplemente hubiera perturbado a la madre por su inquietud dentro de ella. Pero cuando se abre su útero y se ve el número de sus descendientes y se conoce su condición presagiada, se nos presenta una prueba no sólo de las almas (separadas) de los niños, sino también de sus luchas hostiles.

El que fue el primero en nacer fue amenazado con ser detenido por aquel que se anticipó en el nacimiento, que aún no había nacido del todo, pero cuya mano sólo había nacido. Ahora bien, si realmente absorbió la vida y recibió su alma, al estilo platónico, en su primer aliento; o bien, después del dominio estoico, experimentó la primera sensación de animación al tocar el aire helado; ¿Qué hacía el otro, que con tanto anhelo buscaban, que aún estaba detenido dentro del útero, y trataba de detenerlo afuera? Supongo que aún no había respirado cuando agarró el talón de su hermano; y todavía estaba caliente con el calor de su madre, cuando tanto deseaba ser el primero en salir del útero. ¡Qué infante! tan emulado, tan fuerte y ya tan conflictivo; y todo esto, supongo, porque incluso ahora está lleno de vida!

Consideremos, de nuevo, aquellas concepciones extraordinarias, aún más maravillosas, de la mujer estéril y de la virgen: estas mujeres sólo podrían engendrar descendencia imperfecta contra el curso de la naturaleza, por el hecho mismo de que una de ellas era demasiado vieja para tenía semilla, y el otro era puro por el contacto del hombre. Si había que dar fruto en este caso, era justo que nacieran sin alma (como diría el filósofo), que habían sido concebidos irregularmente. Sin embargo, también éstos tienen vida, cada uno de ellos en el vientre de su madre.

Isabel se regocija de alegría, porque Juan había saltado en su vientre; María magnifica al Señor, porque Cristo la había instigado interiormente. Las madres reconocen cada una a su propia descendencia, siendo además cada una reconocida por sus hijos, los cuales, por tanto, estaban vivos, y no eran sólo almas, sino también espíritus. Así lees la palabra de Dios que fue dicha a Jeremías: Antes que te formase en el vientre, te conocí.

Puesto que Dios nos forma en el vientre, también sopla sobre nosotros, como también lo hizo en la primera creación, cuando "el Señor Dios formó al hombre, y sopló en él aliento de vida". Es decir, que Dios no sólo conoce al hombre en el seno materno, sino en toda su naturaleza, como él mismo dice: "Antes que salieras del seno materno, yo te santifiqué". Así las cosas, ¿era entonces el hombre un ser vivo o un cadáver, en esa etapa inicial? Ciertamente, un ser vivo, porque "Dios no es Dios de muertos, sino de vivos".

XXVII
Alma y cuerpo, concebidos, formados y perfeccionados simultáneamente

¿Cómo se concibe, entonces, un ser vivo? ¿Se forma al mismo tiempo la sustancia del cuerpo y del alma? ¿O uno de ellos precede al otro en la formación natural? De hecho, sostenemos que ambos son concebidos y formados y perfectamente simultáneamente, así como nacen juntos; y que en su concepción no ocurre ningún intervalo de momento, de modo que a cualquiera de los dos se le puede asignar un lugar anterior. Juzgue, de hecho, los incidentes de la existencia más temprana del hombre por los que le ocurren en el último momento.

Como la muerte se define como nada más que la separación del cuerpo y el alma, la vida, que es lo opuesto a la muerte, no es susceptible de otra definición que la conjunción del cuerpo y el alma. Si la separación ocurre al mismo tiempo en ambas sustancias por medio de la muerte, la ley de su combinación debe asegurarnos que ocurre simultáneamente a las dos sustancias por medio de la vida.

Ahora bien, admitimos que la vida comienza con la concepción, porque sostenemos que el alma también comienza desde la concepción; la vida comienza en el mismo momento y lugar que el alma. Así, pues, los procesos que actúan juntos para producir la separación mediante la muerte, también se combinan en una acción simultánea para producir la vida.

Si asignamos prioridad a la formación de una de las naturalezas, y un tiempo posterior a la otra, tendremos que determinar además los tiempos precisos de la seminación, según la condición y rango de cada una. Y siendo así, ¿qué tiempo daremos a la simiente del cuerpo y cuál a la del alma? Además, si se asignan diferentes períodos a las seminaciones que surgen de esta diferencia de tiempo, también tendremos diferentes sustancias. Porque aunque admitamos que hay dos clases de simiente, la del cuerpo y la del alma, declaramos sin embargo que son inseparables y, por tanto, contemporáneas y simultáneas en origen.

Que nadie se ofenda ni se avergüence por una interpretación de los procesos de la naturaleza que se hace necesaria (por la defensa de la verdad). La naturaleza debe ser para nosotros un objeto de reverencia, no de sonrojo. Es la lujuria, no el uso natural, lo que ha avergonzado las relaciones sexuales entre los sexos. Es el exceso , no el estado normal, lo que es inmodesto e impuro: la condición normal ha recibido una bendición de Dios y es bendecida por él: "Fructificad y multiplicaos (y llenad la tierra)". Sin embargo, ha maldecido con adulterios, desenfreno y desenfreno.

Ahora bien, en esta función habitual de los sexos que reúne al varón y a la hembra en su relación común, sabemos que tanto el alma como la carne cumplen un deber juntas: el alma suple el deseo, la carne contribuye a su gratificación. ; el alma proporciona la instigación, la carne proporciona la realización. Excitado todo el hombre por el único esfuerzo de ambas naturalezas, se descarga su sustancia seminal, que obtiene su fluidez del cuerpo y su calor del alma.

Ahora bien, si alma en griego es palabra que es sinónimo de frío, ¿cómo es posible que el cuerpo se enfríe después de que el alma lo ha abandonado? Corriendo el riesgo de ofender incluso la modestia, en mi deseo de demostrar la verdad, no puedo evitar preguntar si, en ese mismo calor de extrema gratificación cuando se expulsa el fluido generativo, no sentimos que algo de nuestro (el alma) se ha ido de nosotros. ¿Y no experimentamos desmayo y postración junto con la visión borrosa? Ésta, pues, debe ser la semilla productora del alma, que surge inmediatamente del goteo del alma, así como ese fluido es la semilla productora del cuerpo que procede del drenaje de la carne. Los más ciertos son los ejemplos de la primera creación. La carne de Adán estaba formada de arcilla.

Ahora bien, ¿qué es el insecto de arcilla, una excelente humedad, de dónde debería brotar el fluido generador? Del soplo de Dios surgió primero el alma. Pero ¿qué otra cosa es el aliento de Dios que el vapor del espíritu, de donde debe brotar lo que exhalamos a través del fluido generativo? Por lo tanto, dado que estas dos sustancias diferentes y separadas, la arcilla y el aliento, se combinaron en la primera creación para formar al hombre individual, luego ambas amalgamaron y mezclaron sus propios rudimentos seminales en uno, y luego se comunicaron a la raza humana. el modo normal de su propagación, de modo que incluso ahora las dos sustancias, aunque diferentes entre sí, fluyen simultáneamente en un canal unido; y encontrando juntos su camino hacia el semillero designado, fertilizan con su vigor combinado el fruto humano de sus respectivas naturalezas. Y a este producto humano es inherente su propia semilla, según el proceso que ha sido ordenado para toda criatura dotada de las funciones de generación.

Por consiguiente, del hombre único proviene todo el flujo y la redundancia de las almas de los hombres: la naturaleza se muestra fiel al mandamiento de Dios: "Fructificad y multiplicaos". Porque en el mismo preámbulo de esta única producción, "Hagamos al hombre", toda la posteridad del hombre fue declarada y descrita en una frase plural: "Que tengan dominio sobre los peces del mar". Y no es de extrañar, pues en la semilla reside la promesa y la garantía de la cosecha.

XXVIII
La doctrina pitagórica de la trasmigración, esbozada y censurada

¿Qué significa entonces aquel antiguo dicho, mencionado por Platón, acerca de la migración recíproca de las almas? ¿Cómo se van de aquí y van allá, y luego regresan acá y pasan por la vida, y luego otra vez salen de esta vida, y después vuelven a vivir de entre los muertos? Algunos dirán que esto es un dicho de Pitágoras, así como Albino supone que se trata de un anuncio divino, tal vez del Mercurio egipcio.

Pero no hay dicho divino, excepto el del único Dios verdadero, por quien los profetas, los apóstoles y el mismo Cristo declararon su gran mensaje. Mucho más antiguo que Saturno (unos 900 años, aproximadamente), e incluso que sus nietos, es Moisés; y ciertamente es mucho más divino, al contar y trazar, como lo hace, el curso de la raza humana desde el principio mismo del mundo, indicando los diversos nacimientos (de los padres de la humanidad) según sus nombres y sus épocas; dando así prueba clara del carácter divino de su obra, desde su divina autoridad y palabra.

Si, en efecto, el sofista de Samos es la autoridad de Platón para la migración eternamente giratoria de las almas a partir de una constante alternancia de estados vivos y muertos, entonces sin duda el famoso Pitágoras, por excelente que fuera en otros aspectos, con el fin de fabricar una opinión como ésta se basa en una falsedad que no sólo era vergonzosa sino también peligrosa. Consideradlo vosotros que no lo sabéis, y creed con nosotros. Finge la muerte, se esconde bajo tierra, se condena a esa resistencia durante unos siete años, durante los cuales aprende de su madre, que era su única cómplice y asistente, lo que debía contar para la creencia del mundo sobre aquellos que había muerto desde su reclusión; y cuando pensó que había logrado reducir la estructura de su cuerpo a la horrible apariencia de un anciano muerto, sale del lugar de su ocultamiento y engaño, y finge haber regresado de entre los muertos. ¿Quién dudaría en creer que el hombre que suponía muerto había vuelto a la vida? Especialmente después de escuchar de él datos sobre los muertos recientemente, ¡que evidentemente sólo podría haber descubierto en el mismísimo Hades!

Por lo tanto, que los hombres vuelven a la vida después de la muerte es una afirmación bastante antigua. Pero ¿y si también fuera más bien reciente? La verdad no desea la antigüedad, ni la falsedad rehuye la novedad. Este notable dicho lo considero claramente falso, aunque ennoblecido por la antigüedad. ¿Cómo no podría ser falso algo que depende para su evidencia de una falsedad? ¿Cómo puedo evitar creer que Pitágoras es un engañador, que practica el engaño para ganar mi fe? ¿Cómo podrá convencerme de que, antes de ser Pitágoras, había sido Etálides, Euforbo, el pescador Pirro y Hermótimo, para hacernos creer que los hombres reviven después de haber muerto, cuando en realidad cometió perjurio después siendo Pitágoras?

Me sería más fácil creer que ha vuelto a la vida alguna persona que a Pitágoras, pues este hombre me ha engañado muchas veces, en cosas demasiado difíciles de comprender, y ha jugado al impostor en asuntos que fácilmente podrían creerse. De hecho, reconoció el escudo de Euforbo, que anteriormente había sido consagrado en Delfos, lo reclamó como suyo y demostró su derecho con signos que generalmente eran desconocidos.

Ahora, mira de nuevo su escondite subterráneo y cree su historia, si puedes. Porque, en cuanto al hombre que ideó un plan tan engañoso, en perjuicio de su salud, desperdiciando fraudulentamente su vida y torturándola durante siete años bajo tierra, en medio del hambre, la ociosidad y la oscuridad, con un profundo disgusto por el poderoso cielo, ¿Qué temerario esfuerzo no haría, qué curiosa invención no intentaría para llegar al descubrimiento de este famoso escudo?

Supongamos ahora que lo encontró en algunas de esas investigaciones ocultas. Supongamos que recuperó algún ligero vestigio de informe que sobrevivió a la tradición ahora obsoleta. Supongamos que llegó a su conocimiento mediante una inspección que había sobornado al celador para que le permitiera realizarla. Pero sabemos muy bien cuáles son los recursos de la habilidad mágica para explorar secretos ocultos: están los espíritus catabólicos, que bajan sus víctimas; y los espíritus parralales, que siempre están a su lado para perseguirlos; y los espíritus pitónicos, que los cautivan con sus adivinaciones y ventriloquios. ¿No es probable que también Ferécides, el maestro de nuestro Pitágoras, adivinara, o mejor diría, delirara y soñara con tales artes y artificios? ¿No podría haber estado en él el mismo demonio que, mientras estaba en Euforbo, realizaba actos de sangre? Pero, finalmente, ¿por qué el hombre, que por la evidencia del escudo demostró ser Euforbo, no reconoció también a ninguno de sus antiguos camaradas troyanos? Porque también ellos debían haber recobrado la vida en ese momento, ya que los hombres resucitaban de entre los muertos:

XXIX
La loca doctrina pitagórica, de que los seres vivos se forman de los muertos

En verdad, es manifiesto que los muertos se forman a partir de los vivos; pero de ello no se sigue que los hombres vivos se formen a partir de los muertos. Porque desde el principio los vivos fueron primero en el orden de las cosas, y por eso también desde el principio los muertos vinieron después en el orden. Pero éstos no procedían de otra fuente que de los vivos. Los vivos tenían su origen en cualquier otra fuente (por favor) que en los muertos; mientras que los muertos no tenían otra fuente de donde derivar su comienzo, excepto los vivos.

Entonces, si desde el principio los vivos no vinieron de entre los muertos, ¿por qué después se dirá vinieron de entre los muertos? ¿Había llegado a su fin esa fuente original, fuera cual fuese? ¿Era motivo de arrepentimiento la forma o la ley del mismo? Entonces, ¿por qué se conservaba en el caso de los muertos? ¿No se sigue que, como los muertos vinieron al principio de los vivos, por eso siempre vinieron de los vivos?

En efecto, o la ley que prevalecía al principio debía haber continuado en ambas relaciones, o bien debía haber cambiado en ambas. De modo que, si después fue necesario que los vivos procedieran de los muertos, también sería necesario que los muertos no procedieran de los vivos. Porque si no se pretendía perpetuar una fiel adhesión a la institución en todos los aspectos, entonces los contrarios no pueden, en la debida alternancia, continuar reformándose a partir de los contrarios. También nosotros, por nuestra parte, aduciremos contra vosotros ciertos contrarios, de los nacidos y de los no nacidos, de la visión y de la ceguera, de la juventud y de la vejez, de la sabiduría y de la locura.

Ahora bien, no se sigue que lo no nacido proceda de lo nacido, porque lo contrario procede de lo contrario; ni tampoco que la visión proceda de la ceguera, porque la ceguera sucede a la visión; ni, además, que la juventud reviva de la vejez, porque después de la juventud viene la decrepitud de la senilidad; ni que la necedad nazca con su obtusidad de la sabiduría, porque a veces la sabiduría puede agudizarse de la necedad. Albino tiene algunos temores por su maestro y amigo Platón en estos puntos, y trabaja con mucho ingenio para distinguir diferentes tipos de contrarios; como si estos ejemplos no participaran tan absolutamente de la naturaleza de la contrariedad como los que expone para ilustrar el principio de su gran maestro: quiero decir, la vida y la muerte. Tampoco es verdad, por lo demás, que la vida se restituya a partir de la muerte, porque sucede que la muerte sucede a la vida.

XXX
Nueva refutación de la teoría pitagórica, y de la civilización contemporánea

Pero ¿qué debemos decir en respuesta a lo que sigue? Porque, en primer lugar, si los vivos proceden de los muertos, como los muertos proceden de los vivos, entonces siempre debe permanecer inmutable uno y el mismo número de hombres, incluso el número que originariamente introdujo la vida humana. Los vivos precedieron a los muertos, después los muertos surgieron de los vivos y luego nuevamente los vivos de los muertos.

Ahora bien, dado que este proceso se desarrollaba siempre con las mismas personas, ellas, surgiendo de las mismas, debieron haber permanecido siempre iguales en número. Porque aquellos que surgieron a la vida nunca podrían haber llegado a ser más ni menos que los que desaparecieron en la muerte.

Encontramos, sin embargo, en los registros de las Antigüedades del Hombre, que la raza humana ha progresado con un crecimiento gradual de la población, ya sea ocupando diferentes porciones de la tierra como aborígenes, ya como tribus nómadas, ya como exiliados, ya como conquistadores (como los escitas en Partia, los teménidos en el Peloponeso, los atenienses en Asia, los frigios en Italia y los fenicios en Africa). O mediante los métodos más ordinarios de migración, que llaman apoikias o colonias, con el fin de deshacerse de la población redundante y desechar en otras moradas sus masas superpobladas. Los aborígenes permanecen todavía en sus antiguos asentamientos y también han enriquecido otros distritos con préstamos de poblaciones aún mayores.

Seguramente es bastante obvio, si uno mira el mundo entero, que cada día está mejor cultivado y más poblado que en la antigüedad. Todos los lugares son ahora accesibles, todos son bien conocidos, todos abiertos al comercio; las granjas más agradables han borrado todo rastro de lo que alguna vez fueron páramos lúgubres y peligrosos; los campos cultivados tienen bosques tenues; rebaños y manadas han expulsado a las fieras; se siembran desiertos arenosos; se plantan rocas; los pantanos están drenados; y donde antes apenas había cabañas solitarias, ahora hay grandes ciudades. Ya no se temen las islas salvajes, ni se temen sus costas rocosas; por todas partes hay casas, habitantes, gobierno establecido y vida civilizada.

Lo que más a menudo choca con nuestra opinión, y provoca quejas, es nuestra abundante población: nuestro número es una carga para el mundo, que difícilmente puede abastecernos de sus elementos naturales; nuestras necesidades se vuelven cada vez más agudas y nuestras quejas más amargas en todas las bocas, mientras que la naturaleza no logra brindarnos su sustento habitual. De hecho, la pestilencia, el hambre, las guerras y los terremotos deben considerarse como un remedio para las naciones, como medios para podar la exuberancia de la raza humana. Sin embargo, cuando el hacha una vez derribó a grandes masas de hombres, hasta ahora el mundo nunca se ha alarmado al ver una restitución de sus muertos que vuelven a la vida después de su exilio milenario.

Semejante espectáculo habría resultado bastante obvio por el equilibrio entre pérdida mortal y recuperación vital, si fuera cierto que los muertos volvían a la vida. ¿Por qué, sin embargo, es después de mil años, y no en el momento, que este regreso de la muerte se producirá, cuando, suponiendo que la pérdida no se supla inmediatamente, debe existir el riesgo de una extinción total. En efecto, este descanso de nuestra vida actual sería bastante desproporcionado con respecto al período de mil años; mucho más breve es, y por eso es mucho más fácil apagar su antorcha que reavivarla. Por tanto, como el período que, según la hipótesis que hemos discutido, debería transcurrir para que los vivos se formen a partir de los muertos, no ha transcurrido realmente, se deduce que no debemos creer que los hombres vuelven a la vida de entre los muertos (en la forma que se supone en esta filosofía).

XXXI
Exposición de la trasmigración, y su inextricable vergüenza

Una vez más, si esta recuperación de la vida de entre los muertos se produce, los individuos deben, por supuesto, retomar su propia individualidad. Luego las almas que animaban cada uno de los cuerpos tuvieron que haber regresado separadamente a sus distintos cuerpos. Ahora bien, cuando dos, tres o cinco almas se vuelven a encerrar (como sucede constantemente en un mismo útero), en tales casos no equivaldrá a vida de entre los muertos, porque no existe la restitución separada que los individuos deberían tener. ; aunque a este ritmo (sin duda) la ley de la creación primitiva se mantiene notablemente, ¡por la producción todavía de varias almas a partir de una sola! Además, si las almas parten en diferentes edades de la vida humana, ¿cómo es que regresan en una edad uniforme? Porque todos los hombres están imbuidos de un alma infantil al nacer.

Pero ¿cómo es posible que un hombre que muere en la vejez vuelva a la vida siendo un niño? Si el alma, mientras está incorpórea, disminuye así por el retroceso de su edad, ¡cuánto más razonable sería que reanudara su vida con un progreso más rico en todos los logros de la vida después del lapso de mil años! En todo caso, debería regresar con la edad que había alcanzado al morir, para poder reanudar la vida precisa a la que había renunciado. Pero incluso si, a este ritmo, reaparecieran siempre iguales en sus ciclos giratorios, sería apropiado que trajeran consigo, si no las mismas formas de cuerpo, al menos sus peculiaridades originales de carácter, gusto y disposición, porque sería difícilmente posible para que sean considerados iguales, si carecen de aquellas características mediante las cuales debe probarse su identidad.

Sin embargo, tú me planteas esta pregunta: ¿Cómo es posible saber si no todo es un proceso secreto? ¿No puede el trabajo de mil años quitarte el poder del reconocimiento, ya que regresan desconocidos para ti? Pero estoy seguro de que no es así, pues tú mismo me presentas a Pitágoras como Euforbo.

Miremos ahora a Euforbo. Evidentemente poseía un alma militar y guerrera, como lo prueba la fama misma de los escudos sagrados. En cuanto a Pitágoras, éste era tan recluso y tan poco belicoso que rehuyó las hazañas militares de las que entonces estaba tan llena Grecia, y prefirió dedicarse, en la tranquila retirada de Italia, al estudio de la geometría, y la astrología y la música (todo lo contrario de Euforbo, en gusto y disposición). Por otra parte, Pirro se dedicaba a pescar, mientras que Pitágoras nunca tocaba el pescado, absteniéndose incluso de probarlo como alimento animal. Además, Etalides y Hermotimo habían incluido las habas entre los esculentos comunes en las comidas, mientras que Pitágoras enseñaba a sus discípulos a ni siquiera pasar por una parcela cultivada con habas.

Pregunto, entonces: ¿Cómo se reúnen las mismas almas que no pueden ofrecer ninguna prueba de su identidad, ni por su disposición, ni por sus hábitos, ni por su forma de vida? Porque, después de todo, encontramos que sólo cuatro almas se mencionan recuperando la vida entre todas las multitudes de Grecia. Pero limitándonos simplemente a Grecia, como si no se produjeran transmigraciones de almas ni renovaciones de cuerpos, y que todos los días, en todas las naciones y en todas las edades, rangos y sexos, ¿cómo es posible que sólo Pitágoras experimente estos cambios en una sola personalidad? ¿No lo experimentó nadie más? ¿Y por qué no debería sufrirlos yo también? O si se trata de un privilegio monopolizado por los filósofos (y sólo por los filósofos griegos, como si los escitas y los indios no tuvieran filósofos), ¿cómo es posible que Epicuro no recordara haber sido otro hombre, ni Crisipo, ni Zenón, ni siquiera el propio Platón, a quien tal vez podríamos haber supuesto que era Néstor, por su melosa elocuencia?

XXXII
Empédocles postuló la absurda transformación póstuma de los hombres en animales

El hecho es que Empédocles, que solía soñar que era un dios (y por eso, supongo, desdeñaba que se pensara que alguna vez había sido simplemente un héroe), declara con estas palabras: "Una vez fui un pez". ¿Por qué no mejor un melón, siendo tan tonto? ¿O un camaleón, por su alarde inflado? Fue, sin duda, como pez (¡y además raro!) como escapó de la corrupción de alguna tumba oscura, cuando prefirió ser asado sumergiéndose en el Etna; después de lo cual su logro puso fin para siempre a su metenswma (lit. ponerse en otro cuerpo), apto sólo ahora para un plato ligero después de la carne asada. Por lo tanto, en este punto debemos luchar también contra la presunción aún más monstruosa de que en el curso de la transmigración las bestias pasan de los seres humanos y los seres humanos de las bestias.

Pero dejemos en paz al pez de Empédocles, pues dedicar más tiempo a estas tonterías nos resultará inconveniente, y acabaremos viéndonos obligados a recurrir a la burla y a la risa, en lugar de una instrucción seria.

Ahora bien, nuestra postura es ésta: que el alma humana no puede en modo alguno transferirse a los animales, aunque éstos, según los filósofos, se originen a partir de las sustancias de los elementos.

Supongamos ahora que el alma es fuego, agua, sangre, espíritu, aire o luz, sin olvidar que todos los animales en sus diversas especies tienen propiedades que se oponen a los elementos respectivos. Están los animales fríos que se oponen al fuego: las serpientes de agua, los lagartos, las salamandras y todo lo que se produce a partir del elemento rival agua. De la misma manera, se oponen al agua aquellas criaturas que son por naturaleza secas y sin savia; de hecho, las langostas, las mariposas y los camaleones se alegran de las sequías.

Así también, tales criaturas se oponen a la sangre que no tiene nada de su tono púrpura, como los caracoles, los gusanos y la mayoría de las tribus de peces. Luego se oponen al espíritu aquellas criaturas que parecen no tener respiración, al no estar provistas de pulmones ni tráqueas, como los mosquitos, las hormigas, las polillas y cosas diminutas de este tipo. Además, se oponen al aire aquellas criaturas que siempre viven bajo tierra y bajo el agua, y nunca beben aire, cosas cuya existencia se conoce más que sus nombres. Luego se oponen a la luz aquellos seres que son completamente ciegos o sólo tienen ojos para la oscuridad, como los topos, los murciélagos y los búhos.

Estos ejemplos que he aducido podrían ilustrar mi tema desde una naturaleza clara y palpable. Pero incluso si pudiera tomar en mi mano los átomos de Epicuro, o si mi ojo pudiera ver los números de Pitágoras, o si mi pie pudiera tropezar con las ideas de Platón, o si pudiera apoderarme de las entelequias de Aristóteles, lo más probable sería que incluso en estas impalpables clases encontrara animales a los que deba oponerse entre sí por su contradicción.

Por tanto, sostengo que, cualesquiera que sean las naturalezas que componen el alma humana, no le habría sido posible pasar a los animales por formas nuevas, tan contrarias a cada una de las naturalezas separadas, y conferir un origen por su naturaleza sobre aquellos seres, de los cuales tendría que ser excluido y rechazado en lugar de ser admitido y recibido, en razón de esa contrariedad original que hemos supuesto que posee, y que compromete a la sustancia corporal que la recibe a una lucha interminable; y luego también por la contrariedad posterior, que resulta del desarrollo inseparable de cada naturaleza.

Ahora bien, es en condiciones muy diferentes que al alma del hombre se le ha asignado (en cuerpos individuales) su morada, y alimento, y orden, y sensación, y afecto, y relaciones sexuales, y procreación de hijos. También en diferentes condiciones, en cuerpos individuales, ha recibido especiales disposiciones, así como deberes que cumplir, gustos, aversiones, vicios, deseos, placeres, enfermedades, remedios (en una palabra, sus propios modos de vida, y sus propias salidas de la muerte).

¿Cómo, entonces, esa alma humana que se aferra a la tierra, y que es incapaz sin alarma de contemplar ninguna gran altura o cualquier profundidad considerable, y que además se fatiga si sube muchos escalones y que se ahoga si se sumerge en un estanque de peces, se elevará en el futuro en el aire en un águila, o se sumergirá en el mar en una anguila? ¿Cómo, además, después de haber sido nutrido con viandas generosas, delicadas y exquisitas, se alimentará deliberadamente, no diré de cáscaras, sino incluso de espinas, y de la comida salvaje de hojas amargas y de bestias del estiércol? ¿Y gusanos venenosos, si tiene que migrar a una cabra o a una codorniz? Es más, ¿puede alimentarse de carroña, incluso de cadáveres humanos de algún oso o león? Pero ¿cómo se rebajará a esto cuando recuerda su propia (naturaleza y dignidad)?

Del mismo modo, podéis someter todos los demás casos a este criterio de incongruencia, y así evitarnos detenernos en la consideración distinta de cada uno de ellos. Ahora bien, ante cualquiera que sea la medida y el modo del alma humana, la pregunta que se nos impone es: ¿Qué hará dicha alma en animales mucho más grandes o en animales muy diminutos? Porque es necesario que cada cuerpo individual, sea cual sea su tamaño, esté lleno del alma y que el alma esté enteramente cubierta por el cuerpo. ¿Y cómo, entonces, el alma de un hombre podrá llenar a un elefante? ¿Cómo, además, se contraerá dentro de un mosquito? Porque si se extiende o contrae tan enormemente, sin duda estará expuesto a peligros.

Esto me induce a plantear otra pregunta: si el alma no es en modo alguno capaz de este tipo de migración hacia animales que no están preparados para recibirla, ni por los hábitos de sus cuerpos ni por las otras leyes de su ser, ¿lo hará? ¿Sufrir luego un cambio de acuerdo con las propiedades de varios animales y adaptarse a su vida, a pesar de su contradicción con la vida humana, habiéndose vuelto, de hecho, contraria a su yo humano a causa de su cambio total?

Ahora bien, la verdad es que si sufre tal transformación y pierde lo que alguna vez fue, el alma humana no será lo que era. Y si deja de ser lo que era antes, la metensomatosis, o adaptación de algún otro cuerpo, queda en nada y, por supuesto, no debe atribuirse al alma que dejará de existir, suponiendo su cambio completo. Porque sólo entonces se puede decir que un alma experimenta este proceso de metensomatosis, cuando lo experimenta permaneciendo inalterable en su propia condición primitiva. Por tanto, puesto que el alma no admite cambio, para que no deje de conservar su identidad; y, sin embargo, no puede permanecer inalterado en su estado original, porque entonces no recibe los cuerpos contrarios.

Todavía quiero saber alguna razón creíble que justifique tal transformación como la que estamos discutiendo, porque si bien algunos hombres son comparados con las bestias (por su carácter, su disposición y sus actividades), el propio Dios dice: "El hombre es como las bestias que perecen". De esto no se sigue que las personas rapaces se conviertan en cometas, lascivas personas perros, los malhumorados panteras, los hombres buenos ovejas, los habladores golondrinas y los hombres castos palomas, como si la misma sustancia del alma repitiera en todas partes su propia naturaleza en las propiedades de los animales (en los que pasó).

Además, una cosa es una sustancia y otra la naturaleza de esa sustancia; por cuanto la sustancia es propiedad especial de una cosa determinada, mientras que su naturaleza puede pertenecer posiblemente a muchas cosas. Tomemos uno o dos ejemplos. Una piedra o un trozo de hierro es la sustancia, sabiendo que la dureza de la piedra y el hierro es la naturaleza de la sustancia. Su dureza une los objetos por una cualidad común; sus sustancias los mantienen separados. Además, hay suavidad en la lana y suavidad en la pluma: sus cualidades naturales son iguales y las ponen a la par; sus cualidades sustanciales no son iguales, y las mantienen distintas.

Así, aunque un hombre sea designado una bestia salvaje o una inofensiva, no hay por eso una identidad de alma. Ahora bien, la semejanza de naturaleza se observa incluso entonces, cuando la disimilitud de sustancia es más notoria: pues, por el hecho mismo de juzgar que un hombre se parece a una bestia, confiesas que su alma no es idéntica; porque dices que se parecen , no que son iguales. Este es también el significado de la palabra de Dios que acabamos de citar, y que compara al hombre con las bestias en la naturaleza (que no en sustancia). Además, Dios no habría hecho un comentario como este acerca del hombre, si hubiera sabido que en esencia sólo era bestial.

XXXIII
La retribución judicial de las migraciones, refutadas con burla

Por cuanto esta doctrina se justifica incluso sobre el principio de la retribución judicial, con el pretexto de que las almas de los hombres obtienen como compañeros la clase de animales que se adaptan a su vida y a sus méritos (como si debieran serlo, según sus varios personajes, ya sea asesinados en criminales destinados a la ejecución, o reducidos a trabajos duros en sirvientes, o fatigados y cansados en trabajadores, o inmundos deshonrados en los inmundos), o según el principio reservado para el honor, el amor, el cuidado y la atenta consideración de los personajes más eminentes en rango y virtud, utilidad y tierna sensibilidad, debo señalar que si las almas pasan por una transformación, en realidad no podrán realizar ni experimentar los destinos que merecerán, y el objetivo y propósito de la recompensa judicial quedarán anulados, ya que faltará el sentido y la conciencia del mérito y la retribución.

De haber esta falta de conciencia, las almas pierden su condición, y debe sobrevenir su pérdida, si no continúan en su condición original. E incluso si tuvieran suficiente permanencia para permanecer sin cambios hasta el juicio, un punto que Mercurio Egipcio reconoció cuando dijo que el alma, después de su separación del cuerpo, no se disipaba nuevamente en el alma del universo, sino que retenía permanentemente su individualidad distinta, "para que pueda dar", po usar sus propias palabras, "cuenta al Padre de lo que ha hecho en el cuerpo".

Aaún suponiendo todo esto, todavía quiero examinar la justicia, la solemnidad, la majestad y la dignidad de este supuesto juicio de Dios, y ver si el juicio humano no ha elevado demasiado en él un trono, exagerado en ambas direcciones, tanto en su función de castigos como de recompensas, demasiado severo al aplicar su venganza y demasiado pródigo al otorgar su favor. ¿Qué supones que será del alma del asesino? Avivará, supongo, algún ganado destinado al matadero y al matadero, para que él mismo pueda ser asesinado, tal como lo ha matado; y ser desollado él mismo, ya que ha desplumado a otros; y ser utilizado como alimento, ya que ha arrojado a las fieras las víctimas desafortunadas que una vez mató en bosques y caminos solitarios.

Ahora bien, si tal es la retribución judicial que ha de recibir, ¿no es probable que tal alma encuentre más consuelo que castigo en el hecho de recibir su golpe de gracia? De las manos de los practicantes más expertos es enterrado con condimentos servidos en los estilos más picantes de Apicio o Lurco, es introducido en las mesas de vuestro exquisito Cicerón, es criado con los platos más espléndidos de Sila, encuentra sus exequias en un banquete, es devorado por bocas respetables a la par de él mismo, más que por cometas y lobos, para que todos puedan ver cómo ha tomado el cuerpo de un hombre para su tumba y ha resucitado después de regresar con sus parientes.

¿Se regocija la raza ante los juicios humanos, si los ha experimentado? Pues estas bárbaras sentencias de muerte condenan a diversas fieras, que son seleccionadas y entrenadas incluso contra su naturaleza para su horrible oficio, el criminal que ha cometido un asesinato, incluso en vida; es más, se le impide morir con demasiada facilidad, mediante un artificio que retrasa su último momento para agravar su castigo. Pero incluso si su alma hubiera anticipado con su partida el último golpe de la espada, su cuerpo en ningún caso debe escapar del arma: la retribución por su propio crimen aún se exige apuñalando su garganta y su estómago, y atravesando su costado. Después de esto es arrojado al fuego para que su tumba sea engañada. De ningún otro modo, en efecto, se le permite una sepultura. Después de todo, no es que se ponga mucho cuidado en su pira, para que otros animales se posen sobre sus restos. En cualquier caso, no se muestra ninguna piedad hacia sus huesos, ni indulgencia hacia sus cenizas, que deben ser castigadas con la exposición y la desnudez.

La venganza que se inflige entre los hombres por el homicidio es realmente tan grande como la que impone la naturaleza. ¿Quién no preferiría la justicia del mundo que, como atestigua el propio apóstol, "no en vano lleva la espada" ?¿Y cuál es un instituto de religión cuando se venga severamente en defensa de la vida humana?

Cuando contemplamos también las penas impuestas a otros crímenes (horcas, holocaustos, sacos, arpones y precipicios), ¿quién no pensaría que sería mejor recibir su sentencia en los tribunales de Pitágoras y Empédocles? Pues incluso los desdichados a quienes enviarán en cuerpos de asnos y mulas para ser castigados con trabajos pesados y esclavos, ¿cómo se felicitarán del suave trabajo del molino y de la noria, cuando recuerden las minas y al convicto? ¿Las pandillas y las obras públicas, e incluso las prisiones y los agujeros negros, terribles en su rutina ociosa y sin hacer nada? Luego, también en el caso de aquellos que, después de un proceder de integridad, han entregado su vida al Juez, busco igualmente recompensas, pero más bien descubro castigos. ¡Sin duda, debe ser una gran ganancia para los hombres buenos volver a la vida en cualquier animal! Homero, así soñó Enio, recordó que una vez fue un pavo real.

Sin embargo, por mi parte no puedo creer a los poetas, ni siquiera cuando están completamente despiertos. Un pavo real, sin duda, es un pájaro muy bonito, que se adorna, a voluntad, con sus espléndidas plumas; Pero entonces sus alas no compensan su voz, que es áspera y desagradable; y no hay nada que guste más a los poetas que una buena canción. Por tanto, su transformación en pavo real fue para Homero un castigo, no un honor. La remuneración del mundo le traerá una alegría mucho mayor, cuando lo elogie como el padre de las ciencias liberales; ¡Y preferirá los adornos de su fama a las gracias de su cola!

¡Pero no importa! dejad que los poetas se conviertan en pavos reales o en cisnes, si queréis, sobre todo porque los cisnes tienen una voz respetable: ¿en qué animal invertiréis a ese justo héroe Éaco? ¿Con qué bestia vestirás a la casta y excelente Dido? ¿Qué pájaro caerá en la suerte de la paciencia? ¿Qué animal al lote de santidad? ¿Qué pez al de la Inocencia?

Ahora bien, todas las criaturas son sirvientas del hombre; todos son sus súbditos, todos sus dependientes. Si con el tiempo va a convertirse en una de estas criaturas, por tal cambio será degradado y degradado aquel a quien, por sus virtudes, imágenes, estatuas y títulos se conceden gratuitamente como honores públicos y privilegios distinguidos, aquel a quien el ¡El Senado y el pueblo votan incluso los sacrificios! ¡Oh, qué sentencias judiciales pronunciarían los dioses, como recompensa de los hombres después de la muerte! Son más mentirosos que cualquier juicio humano; son despreciables como castigos, repugnantes como recompensas; tales que el peor de los hombres nunca podría temer, ni el mejor desear.

Tal es, en verdad, a lo que aspirarán los criminales, más que a los santos: los primeros, para poder escapar más rápidamente de la severa sentencia del mundo, y los segundos, para poder incurrir en ella más tarde. ¡Cuán bien nos enseñáis, oh filósofos, y cuán útilmente nos aconsejáis, que después de la muerte los premios y los castigos caen con menor peso! mientras que, si algún juicio espera a las almas, más bien debería suponerse que será más pesado al final de la vida que en la conducta del mismo, ya que nada es más completo que lo que viene al final; además, nada es más completo que lo que es especialmente divino.

Por tanto, el juicio de Dios será más pleno y completo, porque se pronunciará al final, en sentencia eterna e irrevocable, a la vez de castigo y de consuelo, sobre los hombres cuyas almas no han de transmigrar en bestias, sino que deben transmigrar en bestias. regresar a sus propios cuerpos. Y todo esto de una vez por todas, en "aquel día también del que sólo el Padre sabe", para que con su temblorosa expectación la fe pueda probar plenamente su ansiosa sinceridad, manteniendo siempre su mirada fijada en ese día, en su perpetua ignorancia del mismo, temiendo diariamente lo que todavía espera diariamente.

XXXIV
Algunas corrupciones profanas del cristianismo, como la de Simón el Mago

Todavía no se nos ha ocurrido ningún principio, al amparo de alguna herejía, que encarne una ficción tan extravagante como la de que las almas de los seres humanos pasan a los cuerpos de las bestias salvajes; pero, sin embargo, hemos considerado necesario atacar y refutar esta presunción, como una secuela consistente de las opiniones anteriores, para que Homero en el pavo real pueda ser eliminado tan eficazmente como Pitágoras en Euforbo; y para que, mediante la demolición de la metempsicosis y de la metensomatosis con el mismo golpe, se pueda eliminar el Fondo que ha proporcionado un apoyo nada despreciable a nuestros herejes.

Está también presente el infame Simón de Samaria en los Hechos de los Apóstoles, quien se burlaba del Espíritu Santo: después de su condenación por él , y un vano remordimiento de que él y su dinero perecerían juntos, aplicó sus energías a la destrucción de la verdad, como para consolarse con la venganza. Además del apoyo que le proporcionaban sus propias artes mágicas, recurrió a la impostura y compró en un burdel a una mujer tiria llamada Helena, con el mismo dinero que había ofrecido por el Espíritu Santo, un comercio digno del desgraciado.

En realidad, se reinó a sí mismo para ser el Padre supremo, y además pretendió que la mujer era su propia concepción primaria, con la cual se había propuesto la creación de los ángeles y arcángeles; que después de poseer este propósito, brotó del Padre y descendió a los espacios inferiores, y allí, anticipando el diseño del Padre, había producido los poderes angelicales, que nada sabían del Padre, el Creador de este mundo; que fue detenida prisionera por estos por un motivo rebelde muy parecido al suyo, para que después de su partida de ellos no parecieran ser descendientes de otro ser; y que, después de haber sido expuesta por este motivo a todos los insultos, para impedir que los dejara en ninguna parte después de su deshonra, fue degradada incluso a la forma de un hombre, para ser confinada, por así decirlo, en las ataduras de la carne.

Después de haber estado revolcándose durante muchas épocas en una forma femenina y otra, se convirtió en la famosa Helena, que tanto fue ruinosa para Príamo, y después para los ojos de Estesícoro, a quien cegó en venganza por sus pasquines y luego le devolvió la vista para recompensarlo. él por sus elogios. Después de vagar de esta manera de cuerpo en cuerpo, ella, en su desgracia final, resultó ser una Helena aún más vil como prostituta profesional.

Esta muchacha, pues, era la oveja descarriada, sobre la cual descendió el Padre supremo, el mismo Simón, el cual, después de haberla recobrado y traído de vuelta (no sé si sobre sus hombros o sobre sus lomos) puso los ojos en la salvación de hombre, para gratificar su bazo liberándolos de los poderes angélicos. Además, para engañarlos, él mismo adoptó una forma visible; y reinando la apariencia de un hombre entre los hombres, desempeñó el papel del Hijo en Judea y del Padre en Samaria.

¡Oh desventurada Helena, qué destino tan duro el tuyo entre los poetas y los herejes, que han ennegrecido tu fama unas veces con el adulterio, otras con la prostitución! Sólo que su rescate de Troya es un asunto más glorioso que su salida del burdel. Había mil barcos para sacarla de Troya. Probablemente mil peniques fueron más que suficientes para sacarla de los guisos. ¡Maldito seas, Simón, por tardar tanto en buscarla y ser tan inconstante en rescatarla! ¡Qué diferente de Menelao! Tan pronto como la pierde, sale en su busca; Tan pronto como ella es violada, él comienza su búsqueda; después de diez años de conflicto, él la rescata con valentía: no hay acechos, engaños ni cavilaciones. Realmente me temo que fue un Padre mucho mejor, que trabajó con mucha más vigilancia, valentía y perseverancia, sobre la recuperación de su Helena.

XXXV
Las contradicciones de Carpócrates, siguiendo los dogmas pitagóricos

Sin embargo, no es sólo para ti, Simón, que la filosofía de la transmigración ha fabricado esta historia. También lo aprovechó Carpócrates, que era mago y fornicario como tú, sólo que no tenía a Helena. ¿Y por qué no debería hacerlo? ya que afirmó que las almas son reinvestidas de cuerpos, para asegurar el derrocamiento por todos los medios de la verdad divina y humana. Porque, según su miserable doctrina, esta vida no llegó a ser consumada para ningún hombre hasta que todas aquellas imperfecciones que se cree que la desfiguran hayan sido plenamente manifestadas en su conducta; porque no hay nada que se considere malo por naturaleza, sino simplemente según lo piensan los hombres. Por lo tanto, consideraba indispensable la transmigración de las almas humanas en cualquier tipo de cuerpo heterogéneo, siempre que cualquier depravación no hubiera sido perpetrada plenamente en las primeras etapas de la vida.

Las malas acciones pertenecen a la vida. Además, cuantas veces el alma se ha quedado corta por haber cometido un pecado, es necesario devolverla a la existencia, hasta que "pague el último centavo", arrojada de vez en cuando a la prisión del cuerpo. A este efecto, altera toda esa alegoría del Señor que es extremadamente clara y simple en su significado, y debe entenderse desde el principio en su sentido simple y natural. Así, nuestro adversario mencionado allí es el hombre pagano, que camina con nosotros por el mismo camino de vida que es común a él y a nosotros. Ahora "tenemos que salir del mundo", si no se nos permite conversar con ellos. Por lo tanto, nos pide que mostremos una disposición bondadosa hacia tal hombre.

"Ama a tus enemigos", dice Jesús, y "ora por los que te maldicen", para que tal hombre en cualquier transacción de negocios no se irrite por alguna conducta injusta tuya, y "te entregue al juez" de su propia nación) y seas encarcelado y retenido en su celda estrecha y estrecha hasta que hayas liquidado toda tu deuda contra él. Además, si estás dispuesto a aplicar el término adversario al diablo, el mandato del Señor te aconseja que, mientras estés en el camino con él, "hagas con él el pacto que sea posible", de forma compatible con los requisitos de tu verdadera fe. Ahora bien, el pacto que has hecho respecto de él es renunciar a él, a su pompa y a sus ángeles.

Tal es tu acuerdo en este asunto, que surge de tu observancia del pacto. Nunca, pues, debes pensar en recuperar ninguna de las cosas que has abjurado y le has restituido, no sea que te llame como un hombre fraudulento y trasgresor de tu acuerdo, ante Dios el Juez. Porque bajo esta luz leemos de él que será juzgado "el acusador de los hermanos" (donde se hace referencia a la práctica real de la persecución legal), y que este Juez lo entregará al ángel que ha de ejecutar la sentencia, y lo encomendará a la prisión del infierno, de la cual no habrá salida hasta que la más pequeña de vuestras faltas haya sido pagada en el período anterior a la resurrección. ¿Qué sentido puede ser más apropiado que éste? ¿Qué interpretación más verdadera?

Sin embargo, si según Carpócrates el alma está obligada a cometer todo tipo de crímenes y malas conductas, ¿qué debemos entender según su sistema como su adversario y enemigo? Supongo que debe ser esa mente mejor la que lo obligue por la fuerza a realizar algún acto de virtud, para que pueda ser conducido de cuerpo en cuerpo, hasta que no se encuentre en ninguno deudor de las exigencias de una vida virtuosa. Esto quiere decir, que al buen árbol se le conoce por sus malos frutos; en otras palabras, que la doctrina de la verdad se entiende desde los peores preceptos posibles.

Comprendo que los herejes de esta escuela tomen con especial avidez el ejemplo de Elías, a quien suponen haber sido reproducido de tal manera en Juan el Bautista como para hacer que la declaración de nuestro Señor patrocine su teoría de la transmigración, cuando dijo "Elías ya ha venido, y no le conocían" y "si queréis recibirlo, éste es Elías, el que había de venir". Entonces, ¿fue realmente en un sentido pitagórico que los judíos se acercaron a Juan con la pregunta "¿eres tú Elías?" y no más bien en el sentido de la predicción divina ("he aquí que te envío a Elías el tisbita"? El hecho, sin embargo, es que su metempsicosis, o teoría de la transmigración, significa la recuperación del alma que había muerto mucho antes y su regreso a algún otro cuerpo.

Elías volverá, pero no después de abandonar la vida (en el modo de morir) sino después de su traslación (o remoción sin morir). Y no con el propósito de ser restaurado al cuerpo (del cual no se había apartado) sino con el propósito de volver a visitar el mundo (del cual fue trasladado). Y no a modo de reanudar una vida que había dejado de lado, sino de cumplir la profecía, real y verdaderamente, tanto con respecto a su nombre y designación como a su humanidad inmutable.

¿Cómo, entonces, podría Juan ser Elías? Tienes tu respuesta en el anuncio del ángel: "Irá delante del pueblo en el espíritu y poder de Elías", mas no en su alma y su cuerpo. Estas sustancias son, de hecho, propiedad natural de cada individuo; mientras que "el espíritu y el poder" son otorgados como dones externos por la gracia de Dios y así pueden ser transferidos a otra persona según el propósito y la voluntad del Todopoderoso, como fue el caso antiguamente con respecto al espíritu de Moisés.

XXXVI
Los puntos principales del alma. Sobre los sexos de la raza humana

Para la discusión de estas cuestiones abandonamos, si mal no recuerdo, un terreno al que ahora debemos regresar. Habíamos establecido la posición de que el alma está colocada seminalmente en el hombre, y por acción humana, y que su semilla desde el principio es uniforme, como lo es también la del alma, para la raza del hombre. Y esto lo resolvimos debido a las opiniones rivales de los filósofos y los herejes, y a ese antiguo dicho mencionado por Platón al que nos referimos anteriormente. Proseguimos ahora en su orden los puntos que se derivan de ellos.

El alma, siendo sembrada en el vientre al mismo tiempo que el cuerpo, recibe también con ella su sexo. Y esto, ciertamente, al mismo tiempo, de modo que ninguna de las dos sustancias puede considerarse por sí sola como causa del sexo. Ahora bien, si en la inseminación de estas sustancias fuera admisible algún intervalo en su concepción, de modo que la carne o el alma fueran las primeras en ser concebidas, entonces se podría atribuir un sexo especial a una de las sustancias, debido a la diferencia en el tiempo de las fecundaciones, de modo que o la carne imprimiría su sexo en el alma, o el alma en el sexo. Es así como Apeles el Hereje da prioridad sobre sus cuerpos a las almas de hombres y mujeres, como le había enseñado Filomena, y en consecuencia hace que la carne, como ésta última, reciba su sexo del alma.

También aquellos que hacen que el alma sobrevenga a la carne después del nacimiento, predeterminan, por supuesto, que el sexo del alma previamente formada sea masculino o femenino, según el sexo de la carne. Pero la verdad es que las inseminaciones de las dos sustancias son inseparables en el tiempo, y su efusión es también una y la misma, por lo que se les asegura una comunidad de género; de modo que el curso de la naturaleza, cualquiera que sea, trazará la línea para los distintos sexos.

Ciertamente, en este punto de vista tenemos un testimonio del método de las dos primeras formaciones, cuando el varón fue moldeado y templado de manera más completa, porque Adán fue el primero en formarse; y la mujer iba muy detrás de él, porque Eva fue la última formada. De modo que su carne estuvo durante mucho tiempo sin forma específica (como la que asumió después cuando fue sacada del costado de Adán). Pero ella misma era ya entonces un ser viviente, porque en ese momento yo la consideraría en el alma incluso como una porción de Adán. Además, la inspiración de Dios la habría animado también a ella, si no hubiera habido en la mujer una transmisión de Adán tanto de su alma como de su carne.

XXXVII
Sobre la formación y estado del embrión, y su relación con el alma

Ahora bien, todo el proceso de sembrar, formar y completar el embrión humano en el útero está sin duda regulado por algún poder, que aquí sirve a la voluntad de Dios, cualquiera que sea el método que se le haya designado emplear. Incluso la superstición de Roma, atendiendo cuidadosamente a estos puntos, imaginaba a la diosa Alemona alimentando al feto en el útero; así como las diosas Nona y Décima, llamadas después de los meses más críticos de la gestación; y Partula, para gestionar y dirigir el parto; y Lucina, para traer al niño al nacimiento y a la luz del día.

Nosotros, por nuestra parte, creemos que los ángeles ofician aquí para Dios. Por tanto, el embrión se convierte en ser humano en el útero desde el momento en que completa su forma. La ley de Moisés, en efecto, castiga con las penas debidas al hombre que causa el aborto, puesto que ya existe el rudimento de un ser humano, que le ha imputado incluso ahora la condición de vida y muerte, puesto que ya es responsable. a las cuestiones de ambos, aunque, al vivir todavía en la madre, en su mayor parte comparte su propio estado con la madre.

También debo decir algo sobre el período del nacimiento del alma, para no omitir nada incidental en todo el proceso. Un parto maduro y regular se produce, por regla general, al comienzo del décimo mes. Quienes teorizan sobre los números, honran al número diez como padre de todos los demás y como impartidor de perfección a la natividad humana. Por mi parte, prefiero ver esta medida de tiempo en referencia a Dios, como si implicara que los diez meses más bien iniciaron al hombre en los diez mandamientos; de modo que la estimación numérica del tiempo necesario para consumar nuestro nacimiento natural debe corresponder a la clasificación numérica de las reglas de nuestra vida regenerada. Pero como el nacimiento también se completa con el séptimo mes, reconozco más fácilmente en este número que en el octavo el honor de una concordancia numérica con el período sabático; de modo que el mes en el que a veces se produce la imagen de Dios en un nacimiento humano, en su número coincidirá con el día en que la creación de Dios fue completada y santificada.

A veces se ha permitido que la natividad humana sea prematura y, sin embargo, ocurra en perfecta y adecuada conformidad con un número hebdómada séptuple, como auspicio de nuestra resurrección, descanso y reino. La ogdóada, o número óctuplo, por tanto, no interviene en nuestra formación; porque en el tiempo que representa no habrá más matrimonio.

Ya hemos demostrado la conjunción del cuerpo y del alma, desde la concreción de sus mismas inseminaciones hasta la formación completa del feto. Ahora mantenemos su conjunción también desde el nacimiento en adelante; en primer lugar, porque ambos crecen juntos, sólo que cada uno de manera diferente y adecuada a la diversidad de su naturaleza: la carne en magnitud, el alma en inteligencia, la carne en condición material, el alma en sensibilidad. Pero está prohibido suponer que el alma aumenta en sustancia, para que no se diga también que es capaz de disminuir en sustancia, y así se crea posible incluso su extinción; pero su poder inherente, en el que están contenidas todas sus peculiaridades naturales, tal como originalmente implantadas en su ser, se desarrolla gradualmente junto con la carne, sin perjudicar la base germinal de la sustancia que recibió cuando primero se insufló en el hombre.

Tomemos una cierta cantidad de oro o de plata, una masa todavía tosca. Ciertamente, ésta tiene una condición compacta y está más comprimida en el momento de lo que estará. Sin embargo, contiene dentro de su contorno lo que es toda una masa de oro o de plata. Cuando esta masa se extiende posteriormente batiéndola hasta convertirla en hoja, se vuelve más grande de lo que era antes por el alargamiento de la masa original, pero no por ninguna adición a ella, porque se extiende en el espacio, no aumenta en volumen, aunque en cierto modo incluso aumenta cuando se extiende (porque puede aumentar en forma, pero no en estado). Más adelante, el brillo del oro o de la plata, cuando el metal estaba en bloque es inherente a él, brilla con un brillo desarrollado. Después se producen diversas modificaciones de forma, según la viabilidad del material, que lo hacen ceder a la manipulación del artesano, quien, sin embargo, no añade nada a la condición de la masa excepto su configuración.

De la misma manera, el crecimiento y desarrollo del alma deben estimarse no como un aumento de su sustancia, sino como un llamado a sus poderes.

XXXVIII
Sobre el crecimiento del alma. Su madurez coincide con la madurez corporal del hombre

Ahora bien, ya hemos establecido el principio de que todas las propiedades naturales del alma que se relacionan con los sentidos y la inteligencia son inherentes a su sustancia misma y surgen de su constitución nativa, pero que avanzan mediante un crecimiento gradual a través de las etapas de viven y se desarrollan de diferentes maneras por circunstancias accidentales, según los medios y artes de los hombres, sus usos y costumbres, sus situaciones locales y las influencias de los Poderes Supremos.

Pero en cumplimiento de ese aspecto de la asociación del cuerpo y del alma que ahora debemos considerar, sostenemos que la pubertad del alma coincide con la del cuerpo, y que ambos alcanzan juntos este pleno crecimiento alrededor del decimocuarto año de vida, hablando en general, el primero por la sugestión de los sentidos, y el segundo por el crecimiento de los miembros del cuerpo. Y nos fijamos en esta edad no porque, como supone Asclepíades, entonces comience la reflexión, ni porque las leyes civiles fechan el comienzo de los asuntos reales de la vida en este período, sino porque este fue el orden establecido desde el principio. Porque así como Adán y Eva sintieron que debían cubrir su desnudez después de conocer el bien y el mal, así nosotros profesamos tener el mismo discernimiento del bien y del mal desde el momento en que experimentamos la misma sensación de vergüenza.

Ahora bien, a partir de la edad antes mencionada (de 14 años), el sexo está impregnado y revestido de una sensibilidad especial, y la concupiscencia emplea el ministerio de los ojos, y comunica su placer a otro, y comprende las relaciones naturales entre varón y mujer, y viste. el delantal de higuera para cubrir la vergüenza que todavía excita, y expulsa al hombre del paraíso de la inocencia y la castidad, y en su salvaje lascivia cae sobre los pecados y los incentivos antinaturales a la delincuencia; porque su impulso ya ha superado el designio de la naturaleza y surge de su abuso vicioso.

Pero la concupiscencia estrictamente natural se limita simplemente al deseo de aquellos alimentos que Dios al principio concedió. "De todo árbol del jardín", dice, "comeréis libremente" y luego, a la generación que siguió después del diluvio, amplió la concesión: "Todo ser movible y viviente os será alimento; he aquí, como hierba verde os he dado todas estas cosas" (donde tiene más consideración con el cuerpo que con el alma, aunque también sea en interés del alma). Porque hay que quitar toda ocasión al cavilador que, porque el alma aparentemente quiere dolencias, insiste en que el alma por esta circunstancia sea considerada mortal, ya que se sostiene con comida y bebida y al cabo de un tiempo pierde su rigor cuando se le retienen, y cuando se eliminan por completo, finalmente se cae y muere.

Ahora bien, lo que debemos tener en cuenta no es sólo qué facultad particular es la que desea estos alimentos, sino también con qué fin; e incluso si es por sí mismo, aún queda la pregunta: ¿Por qué este deseo, cuándo se siente y por cuánto tiempo? Está también la consideración de que una cosa es desear por instinto natural y otra cosa es desear por necesidad, porque una cosa es desear como propiedad del ser, y otra cosa es desear un objeto especial.

El alma, pues, deseará comida y bebida para sí misma, ciertamente por especial necesidad. Pero para la carne, por la naturaleza de sus propiedades. Porque la carne es sin duda la casa del alma, y el alma es el habitante temporal de la carne. El deseo, entonces, del inquilino surgirá de la causa temporal y de la necesidad especial que sugiere su misma designación, con miras a beneficiar y mejorar el lugar de su morada temporal, mientras permanece en él; no con el fin, ciertamente, de ser él mismo el fundamento de la casa, ni él mismo sus paredes, ni él mismo su soporte y techo, sino simple y únicamente con el fin de ser acomodado y alojado, ya que no podría recibir tal alojamiento excepto en una casa sólida y bien construida.

Aplicando esta imagen al alma, si aésta no se le proporciona este alojamiento, no estará en su poder abandonar su morada y, por falta de recursos adecuados y adecuados, partir sana y salva, en posesión también de sus propios apoyos y de los alimentos que pertenecen a su propia condición (a saber, la inmortalidad, la racionalidad, la sensibilidad, la inteligencia y la libertad de la voluntad).

XXXIX
El espíritu maligno ha manchado la pureza del alma, desde el mismo nacimiento

Todos estos dones del alma que le son conferidos al nacer están todavía oscurecidos y depravados por el ser maligno que, al principio, los miraba con ojos envidiosos, de modo que nunca se los ve en su acción espontánea, ni se los administra como deberían serlo. Porque ¿a qué individuo de la raza humana no se unirá el espíritu maligno, dispuesto a atrapar sus almas desde el mismo portal de su nacimiento, en el que está invitado a estar presente en todos esos procesos supersticiosos que acompañan a la maternidad?

Así, sucede que todos los hombres son llevados al nacimiento con idolatría por la partera, mientras que los mismos vientres que los llevan, todavía atados con los filetes que han sido envueltos ante los ídolos, declaran que su descendencia está consagrada a los demonios. Porque en el parto invocan la ayuda de Lucina y Diana, y durante toda una semana se prepara una mesa en honor de Juno, y el último día se invocan los destinos del horóscopo, y el primer paso del niño sobre la tierra es sagrado para la diosa Estatina. Después de esto, ¿alguien deja de dedicar al servicio idólatra toda la cabeza de su hijo, o de arrancar un cabello, o de afeitarlo todo con una navaja, o de vendarlo para una ofrenda, o de sellarlo para uso sagrado? ¿Y en nombre del clan de la ascendencia, o por devoción pública?

Según este principio de posesión temprana, Sócrates, cuando aún era un niño, fue encontrado por el espíritu del demonio. Por eso también a todas las personas se les asignan sus genios , que no es más que otro nombre para los demonios. Por lo tanto, en ningún caso (me refiero a los paganos, por supuesto) hay una natividad que sea pura de superstición idólatra.

Fue por esta circunstancia que el apóstol dijo, que cuando cualquiera de los padres era santificado, los hijos eran santos; y esto tanto por la prerrogativa de la semilla cristiana como por la disciplina de la institución (por el bautismo y la educación cristiana). "De lo contrario", dice, "los niños eran impuros" por nacimiento, como si quisiera que entendiéramos que los hijos de los creyentes fueron diseñados para la santidad y salvación (para que, con la promesa de tal esperanza, pudiera dar su apoyo al matrimonio, que había determinado mantener en su integridad). Además, ciertamente no había olvidado lo que el Señor había afirmado tan definitivamente: "El que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios"; en otras palabras, no puede ser santo.

XL
El cuerpo del hombre sólo es auxiliar del alma, en la comisión del mal

Cada alma, entonces, por razón de su nacimiento, tiene su naturaleza en Adán hasta que nazca de nuevo en Cristo. Además, es inmundo mientras permanezca sin esta regeneración; y por ser impuro, es activamente pecaminoso e impregna incluso la carne (debido a su conjunción) con su propia vergüenza. Ahora bien, aunque la carne es pecadora y nos está prohibido andar conforme a ella, y sus obras son condenadas como concupiscencia contra el espíritu, y los hombres por ella son censurados como carnales, sin embargo, la carne no tiene tal ignominia sobre su propia cuenta. Porque no es por sí mismo que piensa o siente algo con el fin de aconsejar o ordenar el pecado.

¿Y cómo debería hacerlo, de hecho? Es sólo una cosa de administración, y su administración no es como la de un sirviente o un amigo familiar, animado y de seres humanos; sino más bien el de una vasija, o algo por el estilo. Es decir, es cuerpo pero no alma. Ahora bien, una copa puede ministrar al sediento; y, sin embargo, si el sediento no aplica la copa a su boca, la copa no rendirá ningún servicio ministerial. Por tanto, la diferencia, o propiedad distintiva del hombre, de ninguna manera reside en su elemento terrenal. Es decir, la carne no es la persona humana, ni facultad alguna del alma, ni una cualidad personal, sino otra sustancia y condición completamente diferente, aunque anexada al alma como un bien mueble o instrumento para los oficios de la vida. Por eso en las Escrituras se censura a la carne, porque nada hace el alma sin la carne en operaciones de concupiscencia, apetito, embriaguez, crueldad, idolatría y otras obras de la carne, quiero decir, operaciones que no se limitan a sensaciones, pero resultan en efectos.

Las emociones del pecado, en efecto, cuando no producen efectos, suelen ser imputadas al alma: "Cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya en su corazón adulteró con ella". Pero ¿qué ha hecho jamás la carne sola, sin el alma, en operaciones de virtud, de justicia, de paciencia o de castidad? ¡Qué absurdo, sin embargo, es atribuir pecado y crimen a esa sustancia a la que no se le asignan buenas acciones ni carácter propio!

Ahora bien, el que coadyuva en la comisión de un delito sólo es llevado a juicio de tal manera que el autor principal del delito pueda soportar el peso de la pena, aunque el cómplice tampoco escapa a la acusación. Mayor es el odio que recae sobre el principal cuando sus funcionarios son castigados por su culpa. Más azotes recibe el que instiga y ordena el crimen, mientras que el que obedece tan mala orden no es absuelto.

XLI
A pesar del pecado original, la gracia divina puede obrar la regeneración espiritual

Hay, pues, además del mal que sobreviene al alma por intervención del espíritu maligno, un mal antecedente, y en cierto sentido natural, que surge de su origen corrupto. Porque, como hemos dicho antes, la corrupción de nuestra naturaleza es otra naturaleza que tiene un dios y padre propio (es decir, el autor de esa corrupción).

Aún así hay una porción de bien en el alma, de ese bien original, divino y genuino, que es su propia naturaleza. Porque lo que proviene de Dios está más oscurecido que extinguido. De hecho, puede oscurecerse porque no es Dios, mas extinguido no puede ser porque viene de Dios. Así, pues, la luz, cuando es interceptada por un cuerpo opaco, permanece, aunque no sea aparente, por la interposición de un cuerpo tan denso.

De la misma manera, el bien en el alma, al estar abrumado por el mal, debido a su carácter oscurecedor, o no se ve en absoluto, ya que su luz está completamente oculta, o bien sólo se ve un rayo perdido donde se abre paso. una salida accidental. Así, algunos hombres son muy malos y otros muy buenos. Sin embargo, las almas de todas forman un solo género: incluso en las peores hay algo bueno, y en las mejores hay algo malo. Porque sólo Dios está sin pecado; y el único hombre sin pecado es Cristo, ya que Cristo también es Dios.

Así, la divinidad del alma irrumpe en pronósticos proféticos como consecuencia de su bien primitivo; y siendo consciente de su origen, da testimonio de Dios (su autor) en exclamaciones como ¡Dios bueno! y ¡Dios sabe! Así como ningún alma está sin pecado, así tampoco hay alma sin semillas de bien.

Por lo tanto, cuando el alma abraza la fe, siendo renovada en su segundo nacimiento por el agua y el poder de lo alto, entonces quitado el velo de su corrupción anterior, contempla la luz en todo su resplandor. También es acogido en su segundo nacimiento por el Espíritu Santo, así como en su primer nacimiento es abrazado por el espíritu impío. La carne sigue al alma ahora casada con el Espíritu, como parte de la porción nupcial, ya no sierva del alma, sino del Espíritu. ¡Oh feliz matrimonio, si en él no se comete violación del voto nupcial!

XLII
El sueño, como introducción a la consideración de la muerte

Queda ahora que discutamos el tema de la muerte, para que nuestro tema termine donde el alma misma lo completa. Y esto porque Epicuro, en su doctrina bastante conocida, ha afirmado que la muerte no nos pertenece, pues lo que está disuelto (dice él) carece de sensación, y lo que no tiene sensación no es nada para nosotros. Bueno, en realidad no es la muerte la que sufre disolución y carece de sensación, sino la persona humana la que experimenta la muerte. Sin embargo, incluso él ha admitido que el sufrimiento es incidental al ser al que pertenece la acción.

Ahora bien, si está en el hombre sufrir la muerte, que disuelve el cuerpo y destruye los sentidos, ¡qué absurdo decir que una susceptibilidad tan grande no pertenece al hombre! Con mucha mayor precisión dice Séneca: "Después de la muerte todo llega a su fin, incluso la muerte misma". De lo cual se sigue necesariamente que la muerte le pertenecerá a él mismo, ya que ella misma llega a su fin; y mucho más al hombre, en cuyo fin entre el todo también termina él mismo.

La muerte, según Epicuro, no nos pertenece, luego según esa teoría el ritmo de la vida no nos pertenecería, lo cual es absurdo. Ciertamente, si lo que causa nuestra disolución no tiene relación con nosotros, también lo que nos compacta y compone debe estar desconectado de nosotros. Si la privación de nuestras sensaciones no significa nada para nosotros, tampoco la adquisición de sensaciones puede tener nada que ver con nosotros.

El hecho, sin embargo, es que quien destruye el alma misma (como hace Epicuro), no puede evitar destruir también la muerte. En cuanto a nosotros mismos, cristianos como somos, debemos tratar la muerte tal como deberíamos tratar la vida póstuma y alguna otra provincia del alma, suponiendo que en todo caso pertenecemos a la muerte, si es que pertenecemos a ella. no nos corresponde. Y según el mismo principio, incluso el sueño, que es el espejo mismo de la muerte, no es ajeno a nuestro tema.

XLIII
El sueño es una función natural, en concordancia con las Escrituras

Por tanto, analicemos primero la cuestión del sueño, y luego de qué manera el alma encuentra la muerte. Ahora bien, el sueño no es ciertamente algo sobrenatural, como pretenden algunos filósofos, que suponen que es el resultado de causas que parecen estar por encima de la naturaleza. Los estoicos afirman que el sueño es "una suspensión temporal de la actividad de los sentidos". Los epicúreos lo definen como una interrupción del espíritu animal, Anaxágoras y Jenófanes como hastío de lo mismo, Empédocles y Parménides como enfriamiento de los mismos, Strato como separación del espíritu connatural del alma, Demócrito como indigencia del alma y Aristóteles como la interrupción del calor alrededor del corazón.

En cuanto a mí, puedo decir con seguridad que nunca he dormido de tal manera que pudiera descubrir ni una sola de estas condiciones. De hecho, no podemos creer que dormir sea un cansancio, sino más bien lo contrario, pues indudablemente elimina el cansancio, y el hombre se refresca con el sueño en lugar de fatigarse. Además, el sueño no siempre es resultado del cansancio; y aun cuando lo es, el cansancio ya no continúa. Tampoco puedo permitir que el sueño sea un enfriamiento o una disminución del calor animal, ya que nuestros cuerpos obtienen calor del sueño de tal manera que la dispersión regular de los alimentos a través del sueño no podría realizarse tan fácilmente si hubiera demasiado calor para acelerarlo indebidamente, o el frío para retardarlo, si el sueño tuviera la supuesta influencia refrescante.

Está además el hecho de que la transpiración indica una digestión recalentada, como un proceso de preparación relacionado con el calor y no con el frío. De la misma manera, la inmortalidad del alma excluye la creencia en la teoría de que el sueño es una interrupción del espíritu animal, o una indigencia del espíritu, o una separación del espíritu connatural (del alma). El alma perece si sufre disminución o interrupción. De hecho, nuestro único recurso es estar de acuerdo con los estoicos, al determinar que el alma es una suspensión temporal de la actividad de los sentidos, procurando descanso sólo para el cuerpo, y no también para el alma. Porque el alma, siempre en movimiento y siempre activa, nunca sucumbe al reposo (condición ajena a la inmortalidad), y porque nada inmortal admite fin alguno a su operación. Pero el sueño es el fin de la operación, pues es al cuerpo, que está sujeto a la mortalidad, y sólo al cuerpo, a quien el sueño concede graciosamente un cese del trabajo.

Por lo tanto, quien dude de si el sueño es una función natural, hace que los expertos en dialéctica cuestionen toda la diferencia entre las cosas naturales y las sobrenaturales, de modo que las cosas que él supone que están más allá de la naturaleza, pueden (si lo desea) ser es seguro asignar a la naturaleza, que de hecho ha hecho tal disposición de las cosas, que aparentemente pueden considerarse más allá de ella. Y así, por supuesto, todas las cosas son naturales o ninguna es natural, según lo requiera la ocasión.

Entre los cristianos, sin embargo, sólo aquello que puede recibir una audiencia sugerida por la contemplación de Dios, el Autor de todas las cosas que conocemos y estamos discutiendo ahora. Porque creemos que la naturaleza, si es algo, es una obra razonable de Dios. Ahora bien, la razón preside el sueño, y el sueño es tan adecuado para el hombre, y tan útil y necesario, que si no fuera por él ninguna alma podría proporcionar medios para reclutar el cuerpo, para restaurar sus energías, para asegurar su salud, para proporcionar suspensión del trabajo y remedio contra el trabajo, y para cuyo disfrute legítimo parte el día, y la noche establece una ordenanza quitando a todos los objetos su mismo color.

Entonces, puesto que el sueño es indispensable para nuestra vida, salud y socorro, no puede haber nada relacionado con él que no sea razonable y que no sea natural. De ahí que los médicos destierren más allá de las puertas de la naturaleza todo lo que es contrario a lo que es vital, saludable y útil para la naturaleza, y que para aquellas enfermedades que son adversas al sueño (enfermedades de la mente y del estómago) hayan decidido ser contrarias a la naturaleza, y con tal decisión han determinado como corolario que el sueño es perfectamente natural.

Además, cuando los médicos afirman que el sueño no es natural en el estado letárgico, sacan su conclusión del hecho de que es natural cuando se hace en su debido y regular ejercicio. Porque todo estado natural se deteriora por defecto o por exceso, mientras se mantiene en su justa medida y cantidad. Será, por tanto, natural en su estado lo que puede tornarse antinatural por defecto o por exceso. Bueno, pero ¿qué pasaría si elimináramos el comer y beber de las condiciones de la naturaleza? Porque en ellos reside el principal incentivo para dormir, y es cierto que, desde el principio mismo de su naturaleza, el hombre estuvo impresionado por estos instintos del sueño.

Si recibes tu instrucción de Dios, encontrarás que la fuente de la raza humana, Adán, probó la somnolencia antes de tomar un trago de reposo. Él dormía antes de trabajar, o incluso antes de comer o antes de hablar, para que los hombres puedan ver que el sueño es una característica y función natural, y que en realidad tiene precedencia sobre todas las facultades naturales. A partir de este primer ejemplo también podemos rastrear la imagen de la muerte durante el sueño. Porque así como Adán era figura de Cristo, el sueño de Adán ensombreció la muerte de Cristo, quien debía dormir un sueño mortal, para que de la herida infligida en su costado, de la misma manera como Eva fue formada, fuera tipificada la Iglesia, la verdadera madre de los vivos. Por eso el sueño es tan saludable, tan racional y constituye, de hecho, el modelo de esa muerte general y común a la raza humana.

Dios, en efecto, ha querido presentarnos (haciendo que todo suceda con tales tipos y sombras) de una manera más plena y completa que el ejemplo de Platón, mediante recurrencia diaria de los contornos del estado del hombre (especialmente en lo que respecta al comienzo y al final del mismo), extendiendo así la mano para ayudar más fácilmente a nuestra fe mediante tipos y parábolas, y no sólo con palabras sino también con cosas.

En consecuencia, se nos presenta ante vuestra vista el cuerpo humano golpeado por el poder amistoso del sueño, postrado por la bondadosa necesidad del reposo, en una posición inamovible, tal como yacía antes de la vida, y tal como yacerá después de que la vida haya pasado. Allí yace, como un testimonio de su forma cuando fue moldeada por primera vez, y de su condición cuando finalmente fue enterrada, esperando al alma en ambas etapas, en la primera antes de su otorgamiento, en la segunda después de su reciente retirada. Mientras tanto, el alma se encuentra en circunstancias tales que parece estar activa en otra parte, aprendiendo a soportar la ausencia futura disimulando su presencia por el momento. Pronto conoceremos el caso de Hermotimo. Pero todavía sueña en el intervalo.

¿De dónde, entonces, los sueños? Porque es un hecho que no se puede descansar ni estar completamente inactivo sin él, ni limitar a las tranquilas horas de sueño la naturaleza de la inmortalidad. Se demuestra, así, que el sueño posee un movimiento constante, que viaja por tierra y por mar, comercia, se excita, trabaja, juega, se lamenta, se regocija, sigue actividades lícitas e ilícitas. Y de esta manera muestra cuán grande es su poder incluso sin el cuerpo, cuán bien equipado está con sus propios miembros, aunque revela al mismo tiempo la necesidad que tiene de imprimir nuevamente en algún cuerpo su actividad.

Por tanto, cuando el cuerpo se sacude de su letargo, afirma ante vuestros ojos la resurrección de los muertos mediante la reanudación de sus funciones naturales. Ésta es la razón natural y la naturaleza razonable del sueño. Si la miras sólo como imagen de la muerte, inicias la fe, alimentas la esperanza, aprendes a morir y a vivir, aprendes a estar alerta, incluso mientras duermes.

XLIV
El caso de Hermótimo, y la no separación del alma del cuerpo hasta la muerte

Respecto al caso de Hermótimo, dicen que solía ser privado de su alma mientras dormía, como si ésta se alejara de su cuerpo como una persona en un viaje de vacaciones. Su esposa delató la extraña peculiaridad. Sus enemigos, al encontrarlo dormido, quemaron su cuerpo, como si fuera un cadáver: cuando su alma regresó demasiado tarde, se apropió (supongo) de sí misma. la culpa del asesinato. Sin embargo, los buenos ciudadanos de Clazomenae consolaron al pobre Hermotimo con un templo, al que nunca entra ninguna mujer, a causa de la infamia de su esposa.

Ahora bien, ¿por qué esta historia? De modo que, puesto que la creencia vulgar tan fácilmente considera que el sueño es la separación del alma del cuerpo, este caso de Hermótimo no debe fomentar la credulidad. Ciertamente, debe haber sido un tipo de sueño mucho más pesado, y alguno podría suponer que fue la pesadilla, o tal vez esa enfermiza languidez que Sorano sugiere en oposición a la pesadilla, o alguna enfermedad (como la que la fábula ha atribuido a Epiménides, quien Durmió unos 50 años aproximadamente). Suetonio, sin embargo, nos informa que Nerón nunca soñó, y Teopompo dice lo mismo sobre Trasímedes. No obstante, Nerón, al final de su vida, soñaba con cierta dificultad, después de alguna alarma excesiva.

¿Y qué se diría si el caso de Hermótimo fuera tal que el reposo de su alma fuera un estado de verdadera ociosidad durante el sueño, y una separación positiva de su cuerpo? Se puede conjeturar que es cualquier cosa menos una licencia del alma que permite huir del cuerpo sin muerte, y eso por recurrencia continua, como si fuera habitual a su estado y constitución.

Si en verdad me dijeran que en algún momento le ha sucedido al alma algo así, parecido a un eclipse total de sol o de luna, en verdad supondría que el suceso habría sido causado por la propia interposición de Dios, porque no sería irrazonable que un hombre reciba amonestación del Ser Divino ya sea en forma de advertencia o de alarma (como por un relámpago o por un golpe de muerte repentino). Con todo, sería mucho más natural creer que este proceso debería ocurrir a través de un sueño, porque si se debe suponer que no es (como supone la hipótesis a la que nos resistimos) no un sueño, el acontecimiento debería ser más bien un sueño que le sucede a un hombre mientras está completamente despierto.

XLV
Los sueños y éxtasis, efecto incidental de la actividad del alma

Nos vemos obligados a exponer en este punto cuál es la opinión de los cristianos acerca de los sueños, como incidentes del sueño y como excitaciones no leves o insignificantes del alma, que hemos declarado estar siempre ocupada y activa debido a su perpetuo movimiento, que nuevamente es una prueba y evidencia de su calidad divina e inmortalidad.

Por lo tanto, cuando el cuerpo humano recibe el descanso, que es su especial consuelo, el alma, desdeñando un reposo que no le es natural, nunca descansa; y como no recibe ayuda de los miembros del cuerpo, utiliza los suyos propios. Imaginemos un gladiador sin sus instrumentos ni armas, y un auriga sin su equipo, pero gesticulando todo el recorrido y el esfuerzo de sus respectivos empleos: ahí está la lucha, ahí está la lucha; pero el esfuerzo es vano.

Sin embargo, todo el procedimiento parece haberse llevado a cabo, aunque evidentemente no se ha llevado a cabo realmente. Existe el acto, pero no el efecto. A esta fuerza la llamamos éxtasis, en la que el alma sensible sale de sí misma de un modo que se parece incluso a la locura. Así, desde el principio, el sueño fue inaugurado por el éxtasis: "Y Dios envió un éxtasis sobre Adán, y éste se durmió". El sueño vino a su cuerpo para hacerle descansar, pero el éxtasis cayó sobre su alma para quitarle el descanso: por esta misma circunstancia sucede todavía ordinariamente (y del orden resulta la naturaleza del caso) que el sueño se combina con el éxtasis. De hecho, ¡con qué sentimiento, ansiedad y sufrimiento reales experimentamos alegría, tristeza y alarma en nuestros sueños! Mientras que no deberíamos dejarnos llevar por tales emociones, por lo que serían meras fantasías, por supuesto, si cuando soñamos fuéramos dueños de nosotros mismos (no afectados por el éxtasis).

En estos sueños, en efecto, las buenas acciones son inútiles y los crímenes. inofensivo, porque ya no seremos condenados por actos visionarios de pecado, como tampoco seremos coronados por un martirio imaginario.

Pero ¿cómo, preguntarás, puede el alma recordar sus sueños, cuando se dice que no tiene ningún dominio sobre sus propias operaciones? Este recuerdo debe ser un don especial de la condición extática de la que estamos tratando, ya que no surge de ningún fracaso de una acción saludable, sino enteramente de un proceso natural; ni expulsa la función mental: la retira por un tiempo. Una cosa es sacudirse y otra cosa es moverse; Una cosa es destruir y otra cosa es agitar.

Por tanto, lo que la memoria proporciona indica sensatez; y lo que una mente sana experimenta extáticamente mientras la memoria permanece sin control, es una especie de locura. Por consiguiente, no se dice que estemos locos, sino que soñamos en ese estado; estar en plena posesión también de nuestras facultades mentales, si lo estamos en algún momento. Porque aunque el poder de ejercer estas facultades puede estar atenuado en nosotros, aún no se ha extinguido; excepto que puede parecer que está ausente en el mismo momento en que el éxtasis se energiza en nosotros de una manera especial, de tal manera que nos trae imágenes de una mente sana y de sabiduría, al igual que imágenes de aberración.

XLVI
Diversidad de sueños y visiones. Las instancias de los sueños

Nos vemos obligados a expresar, por tanto, una opinión sobre el carácter de los sueños que excitan el alma. ¿Y cuándo llegaremos al tema de la muerte? Yo diría que cuando Dios lo permita, aunque eso no admite una gran demora, lo cual debe suceder en cualquier caso. Epicuro ha opinado que los sueños son cosas completamente vanas. Pero él dice esto al liberar a la Deidad de todo tipo de cuidados, y disolver todo el orden del mundo, y dar a todas las cosas el aspecto de mera casualidad, casual en sus resultados, fortuita en su naturaleza.

Ahora bien, si tal es la naturaleza de las cosas, es necesario que haya alguna posibilidad incluso para la verdad, porque es imposible que sea lo único que esté exento de la fortuna que se debe a todas las cosas.

Homero ha asignado dos puertas a los sueños: la córnea de la verdad, y la de marfil del error o ilusión. Porque, dice él, es posible ver a través del cuerno, mientras que el marfil no es transparente. Aristóteles, aunque expresa su opinión de que los sueños son en la mayoría de los casos falsos, reconoce que hay algo de verdad en ellos.

Los habitantes de Telmeso no admiten que los sueños carezcan de significado, pero culpan a su propia debilidad al no poder conjeturar su significado. Ahora bien, ¿quién es tan ajeno a la experiencia humana que no haya percibido a veces alguna verdad en los sueños? Obligaré a Epicuro a sonrojarse si sólo echara un vistazo a algunos de los casos más notables.

Heródoto cuenta cómo Astiages, rey de los medos, vio en sueños salir del vientre de su hija virgen un diluvio que inundó Asia. Y nuevamente, en el año siguiente a su matrimonio, vio crecer una vid de la misma parte de su persona, que se extendía por toda Asia. Caronte de Lampsaco cuenta la misma historia antes de Heródoto, pero los que interpretaron estas visiones no engañaron a la madre cuando destinaron a su hijo a tan gran empresa, pues Ciro inundó y cubrió Asia.

Filipo de Macedonia, antes de ser padre, había visto impresa en las partes pudendas de su consorte Olimpia la forma de un pequeño anillo con un león a modo de sello. Había llegado a la conclusión de que una descendencia de ella estaba fuera de cuestión (supongo que porque el león sólo se convierte en padre una vez), cuando Aristodemo o Aristófonte conjeturaron que nada de importancia vacía o sin significado había bajo ese sello, sino que un hijo se presagiaba un carácter muy ilustre.

Quienes saben algo de Alejandro reconocen en él al león de aquel pequeño anillo. Éforo escribe en este sentido, y Heráclides nos cuenta que cierta mujer de Himera contempló en sueños la tiranía de Dionisio sobre Sicilia. Euforión ha registrado públicamente como un hecho que, antes de dar a luz a Seleuco, su madre Laodice previó que estaba destinado al imperio de Asia. Vuelvo a encontrar en Estrabón que, debido a un sueño, el mismo Mitrídates tomó posesión del Ponto. Y supe además, por Calístenes, que fue por indicación de un sueño que Baraliris el Ilirio extendió su dominio desde los Molossi hasta las fronteras de Macedonia.

También los romanos conocían sueños de este tipo. Por un sueño Marco Tulio Cicerón había aprendido cómo aquel, que todavía era sólo un niño pequeño y en una posición privada, que también era simplemente Julio Octavio, y personalmente desconocido para el propio Cicerón, era el destinado Augusto, y el supresor y destructor de las discordias civiles de Roma. Esto está registrado en los Comentarios de Vitelio.

Pero las visiones de este tipo profético no se limitaron a predicciones de poder supremo, sino que también indicaban peligros y catástrofes. Fue el caso de César, que estuvo ausente de la batalla de Filipos por enfermedad, y así escapó de la espada de Bruto y Casio. Y luego, aunque esperaba encontrar un peligro aún mayor por parte del enemigo en el campo, abandonó su tienda, obedeciendo a una visión de Artorius, y así escapó de la captura por el enemigo, que poco después tomó posesión de la tienda. Lo mismo sucedió cuando la hija de Polícrates de Samos previó la crucifixión que le esperaba, tras la unción del sol y el baño de Júpiter.

Así, también en el sueño se hacen revelaciones de altos honores y talentos eminentes. También se descubren remedios, se sacan a la luz robos y se señalan tesoros. Así, la niñera previó la eminencia de Cicerón, cuando aún era un niño. El cisne del pecho de Sócrates que tranquiliza a los hombres, es su discípulo Platón. El boxeador Leonimo es curado por Aquiles en sus sueños. El poeta trágico Sófocles descubre, mientras soñaba, la corona de oro que se había perdido en la ciudadela de Atenas. Neoptólemo, el actor trágico, a través de insinuaciones en sueños del propio Áyax, salva de la destrucción la tumba del héroe en la costa Retea, frente a Troya, y mientras quita las piedras podridas, regresa enriquecido con oro. ¿Cuántos comentaristas y cronistas avalan este fenómeno? Están Artemón, Antífona, Estrato, Filócoro, Epicarmo, Serapión, Cratipo, Dionisio de Rodas y Hermipo, toda la literatura de la época.

Sólo me reiré, si es que debo reírme, del hombre que creía que iba a convencernos de que Saturno soñaba antes que nadie, lo cual sólo podemos creer si Aristóteles (que de buena gana nos ayudaría a tener tal opinión) vivió antes que cualquier otra persona. Por favor, perdóname por reírme. De hecho, tanto Epicarmo como Filócoro el Ateniense asignaron a los sueños el lugar más alto entre las adivinaciones.

El mundo entero está lleno de oráculos de esta descripción. Están los oráculos de Anfiarao en Oropo, de Anfiloco en Mallus, de Sarpedón en Tróade, de Trofonio en Beocia, de Mopso en Cilicia, de Hermione en Macedonia, de Pasifae en Laconia. También hay otros que, con sus fundamentos originales, ritos e historiadores, junto con toda la literatura de los sueños, Hermipo de Berito en cinco voluminosos volúmenes te lo contará todo, hasta la saciedad. Pero a los estoicos les gusta mucho decir que Dios, en su más vigilante providencia sobre cada institución, nos dio los sueños, entre otros preservadores de las artes y ciencias de la adivinación, como soporte especial del oráculo natural.

Hasta aquí los sueños, a los que debemos dar crédito incluso nosotros mismos, aunque debemos interpretarlos en otro sentido. En cuanto a todos los demás oráculos, con los que nadie sueña jamás, ¿qué más podemos declarar acerca de ellos, sino que son invenciones diabólicas de aquellos espíritus que ya entonces habitaban en las mismas personas eminentes, o que pretendían revivir la memoria de considerándolos como el mero escenario de sus malvados propósitos, llegando incluso a falsificar un poder divino bajo su forma y, con igual persistencia en el mal, engañando a los hombres con sus propios beneficios de remedios, advertencias y pronósticos, la única cuyo efecto era herir a sus víctimas cuanto más las ayudaban; mientras que los medios por los cuales prestaron la ayuda los alejaron de toda búsqueda del Dios verdadero, insinuando en sus mentes ideas de lo falso?

Por supuesto, una influencia tan perniciosa como ésta no está encerrada ni limitada dentro de los límites de los santuarios y templos, sino que vaga por el exterior, vuela por el aire, y en todo momento está libre y sin control. Para que nadie pueda dudar de que nuestros propios hogares están abiertos a estos espíritus diabólicos, que acosan a sus presas humanas con sus fantasías no sólo en sus capillas sino también en sus aposentos.

XLVII
Tipos de sueños, algunos provenientes de la naturaleza y algunos enviados por Dios

Declaramos, pues, que los sueños nos son infligidos principalmente por demonios, aunque a veces resulten verdaderos y favorables para nosotros. Sin embargo, cuando, con el propósito deliberado de perseguir el mal, del que acabamos de hablar, adoptan un estilo halagador y cautivador, se muestran proporcionalmente vanidosos, engañosos, oscuros, lascivos e impuros. Y no es de extrañar que las imágenes participen del carácter de las realidades.

Pero de Dios, que ha prometido "derramar la gracia del Espíritu Santo sobre toda carne, y ha ordenado que sus siervos y sus siervas vean visiones además de profecías", todas esas visiones deben considerarse como emanante, y pueden compararse a la gracia actual de Dios, honesta, santa, profética, inspirada, instructiva, que invita a la virtud, cuya naturaleza generosa hace que desborden incluso a los profanos, ya que Dios, con gran imparcialidad, "envía sus lluvias y rayos de sol sobre justos e injustos".

Fue, en efecto, por inspiración de Dios, que Nabucodonosor tuvo sus sueños, y casi la mayor parte de la humanidad obtiene su conocimiento de Dios a través de los sueños. Así es que, así como la misericordia de Dios sobreabunda para los paganos, así la tentación del maligno se topa con los santos, de quienes nunca retira sus esfuerzos malignos para robarles lo mejor que pueda mientras duermen, si incapaz de atacarlos cuando están despiertos.

La tercera clase de sueños consistirá en aquellos que el alma misma aparentemente crea para sí misma a partir de una aplicación intensa a circunstancias especiales. Ahora bien, puesto que el alma no puede soñar por sí misma, pues el mismo Epicarmo es de esta opinión, ¿cómo puede convertirse para sí en causa de alguna visión? ¿Debe entonces abandonarse esta clase de sueños a la acción de la naturaleza, reservando para el alma, incluso en estado de éxtasis, el poder de soportar cualesquiera incidentes que le acontezcan? Además, aquellos que evidentemente no proceden ni de Dios, ni de la inspiración diabólica, ni del alma, por estar más allá del alcance de la expectativa ordinaria, de la interpretación habitual o de la posibilidad de ser relatados de manera inteligible, tendrán que ser atribuidos en una categoría separada, en una categoría que pura y simplemente es el estado de éxtasis y sus condiciones peculiares.

Dicen que los sueños son más seguros y claros cuando ocurren al final de la noche, porque entonces surge el vigor del alma y se va el sueño pesado. En cuanto a las estaciones del año, los sueños son más tranquilos en primavera, ya que el verano relaja, y el invierno de alguna manera endurece el alma; mientras que el otoño, que en otros aspectos trata de la salud, tiende a enervar el alma por la delicia de sus frutos. Además, en cuanto a la posición del cuerpo durante el sueño, no se debe acostarse boca arriba, ni sobre el costado derecho, ni de manera que se le tuerzan los intestinos, como si su cavidad estuviera estirada al revés: una palpitación del sobrevendría el corazón, o de lo contrario una presión sobre el hígado produciría una dolorosa perturbación de la mente.

Sea como sea, yo considero que todo equivale a una conjetura ingeniosa más que a una prueba cierta (aunque el autor de la conjetura no sea menos hombre que Platón), y que posiblemente todo no sea más que fruto del azar. En términos generales, los sueños no están bajo el control de la voluntad del hombre, ni pueden ser dirigidos por éste, y de ahí que no podamos dictaminar que prescriban una opinión, ni que sean una superstición. Para el tratamiento de los sueños, creo que habrá que distinguir sus diferentes tipos de alimentación.

En cuanto a la superstición, tenemos un caso en el que se prescribe el ayuno a tales personas como medio para someterse al sueño necesario para recibir el oráculo, a fin de que tal abstinencia pueda producir la pureza requerida. Mientras que encontramos un ejemplo de la opinión cuando los discípulos de Pitágoras, para lograr el mismo fin, rechazaron el frijol como alimento que cargaría el estómago y produciría indigestión. Pero los tres hermanos que eran compañeros de Daniel, contentándose sólo con el pulso para escapar de la contaminación de los platos reales, recibieron de Dios, además de otra sabiduría, el don especialmente de penetrar y explicar el sentido de los sueños.

Por mi parte, no sé si el ayuno no me haría soñar tan profundamente que no me daría cuenta de si en realidad he soñado. Entonces, os preguntaréis: la sobriedad, ¿no tiene algo que ver en este asunto?

Ciertamente, estoy tan interesado en esto como en todo el tema, porque si contribuye algún buen servicio a la superstición, mucho más lo hace a la religión. Porque incluso los demonios exigen tal disciplina de sus soñadores como gratificación de su divinidad, porque saben que es agradable a Dios, ya que Daniel (para citarlo nuevamente) "no comió pan delicioso" durante tres semanas.

Esta abstinencia, sin embargo, la usaba para agradar a Dios mediante la humillación, y no con el fin de producir en su alma sensibilidad y sabiduría previa a recibir comunicación por sueños y visiones, como si no fuera más bien para efectuar tal acción en un acto, en estado de éxtasis. Esta sobriedad, entonces, no tendrá nada que ver con el éxtasis excitante, sino que más bien servirá para recomendar que sea obrado por Dios.

XLIX
Ningún alma está exenta de sueños

En cuanto a aquellos que suponen que los niños no sueñan, basándose en que todas las funciones del alma a lo largo de la vida se cumplen según la capacidad de la edad, deben observar atentamente sus temblores, sus movimientos de cabeza y sus brillantes sonrisas mientras duermen, y de tales hechos entienden que son las emociones de su alma mientras sueña, las que tan fácilmente escapan a la superficie a través de la delicada ternura de su cuerpo infantil. Sin embargo, el hecho de que se diga que la nación africana de los Atlantes pasa la noche en un sueño profundo y letárgico, les trae la censura de que algo anda mal en la constitución de su alma.

Ahora bien, cualquiera de las noticias, que a veces calumnian a los bárbaros, engañó a Heródoto, o bien una gran fuerza de demonios de esta especie dominan aquellas regiones bárbaras. Puesto que Aristóteles comenta de cierto héroe de Cerdeña que solía negar el poder de las visiones y los sueños a aquellos que acudían a su santuario en busca de inspiración, debe depender de la voluntad y el capricho de los demonios el quitarlos y también conferir la facultad de soñar. De esta circunstancia puede haber surgido el hecho notable (que hemos mencionado) de que Nerón y Trasímedes sólo soñaran en una etapa tan avanzada de su vida. Nosotros, sin embargo, derivamos sueños de Dios.

¿Por qué, entonces, los atlantes no recibieron de Dios la facultad de soñar, porque realmente no hay ninguna nación que ahora sea extraña a Dios, ya que el evangelio hace brillar su luz gloriosa a través del mundo hasta los confines de la tierra? ¿Será entonces que el rumor engañó a Aristóteles, o este capricho sigue siendo costumbre de los demonios? Tomemos cualquier punto de vista del caso, pero no dejemos que se imagine que cualquier alma está, por su constitución natural, exenta de sueños.

L
Las opiniones de Epicuro y del hereje Menandro, sobre la muerte

Ya hemos dicho bastante sobre el sueño, espejo e imagen de la muerte. Y lo mismo respecto de las ocupaciones del sueño, incluso de los sueños. Pasemos ahora a considerar la causa de nuestra partida, que es el nombramiento y el curso de la muerte. Porque no debemos dejarla sin cuestionar ni examinar, aunque es en sí misma el fin de todas las preguntas e investigaciones. Según el sentimiento general del género humano, declaramos que la muerte es "la deuda de la naturaleza".

Muchas cosas han sido resueltas por la voz de Dios. Tal es el contrato con todo lo que nace, de modo que incluso con esto se refuta la frígida presunción de Epicuro, que dice que no tenemos tal deuda; y no sólo eso, sino que también se rechaza la opinión demencial del hereje samaritano Menandro, quien sostendrá que la muerte no sólo no tiene nada que ver con sus discípulos, sino que de hecho nunca los alcanza. Pretende haber recibido tal comisión del poder secreto de Uno de arriba, que todos los que participan de su bautismo se vuelven inmortales, incorruptibles e instantáneamente investidos de vida de resurrección.

Leemos, sin duda, sobre muchas clases maravillosas de aguas. Por ejemplo, la cualidad vinosa del arroyo embriaga a las personas que beben del Lyncestis, o cómo en Colofón las aguas de una fuente que inspira oráculos afectan a los hombres con locura, o cómo Alejandro fue asesinado por el agua venenosa del monte Nonacris en Arcadia.

Por otra parte, antes de la época de Cristo había en Judea un estanque de virtudes medicinales. Es bien sabido cómo el poeta ha conmemorado la pantanosa Estigia como preservando a los hombres de la muerte; aunque Tetis, a pesar del conservador, tuvo que lamentarse de su hijo. Y por cierto, si el propio Menandro se lanzara a esta famosa Estigia, ciertamente tendría que morir después de todo; porque debes venir a la Estigia, situada como está, según todos los relatos, en las regiones de los muertos.

¿Y qué hay de esas aguas benditas y encantadoras que ni siquiera Juan Bautista usó en sus preministraciones, ni Cristo después de él reveló a sus discípulos? ¿Qué fue este maravilloso baño de Menandro? Es un tipo cómico, supongo. Pero ¿por qué era tal fuente tan rara vez solicitada, y tan oscura, a la que tan pocos recurrieron alguna vez para su limpieza?

Realmente, veo algo que sospechar en la ocurrencia tan rara de un sacramento al que se atribuye tanta seguridad y protección, y que prescinde de la ley ordinaria de morir incluso en el servicio de Dios mismo, cuando, por el contrario, todas las naciones tienen "que ascender al monte del Señor y a la casa del Dios de Jacob", quien exige de sus santos en el martirio esa muerte que exigió incluso de su Cristo. Nadie atribuirá a la magia una influencia que exima de la muerte o que refresque y vivifique la vida, como la vid mediante la renovación de su condición. Tal poder no se le concedió a la gran Medea, al menos sobre un ser humano, si se le concedía sobre una oveja tonta.

Sin duda, Enoc fue trasladado, y también Elías. Entonces, ¿no experimentaron la muerte? No, sino que ésta fue pospuesta, para extinguir al Anticristo con su sangre. También Juan sufrió la muerte, aunque sobre él había prevalecido una expectativa infundada de que permanecería vivo hasta la venida del Señor. Las herejías, en efecto, en su mayor parte surgen rápidamente a partir de ejemplos proporcionados por nosotros mismos: obtienen su armadura defensiva en el mismo lugar que atacan.

Toda la cuestión se resuelve, en resumen, en este desafío: ¿Dónde se encuentran los hombres que el propio Menandro ha bautizado? ¿A quién ha hundido en su Estigia? ¿Que vengan y se presenten ante nosotros, esos apóstoles suyos a quienes él ha hecho inmortales? Que mi dubitativo Tomás los vea, que los escuche, que los maneje, y estará convencido.

LI
La muerte separa enteramente al alma del cuerpo

Pero la operación de la muerte es clara y obvia: es la separación del cuerpo y del alma. Algunos, sin embargo, en referencia a la inmortalidad del alma, de la que tienen un dominio tan débil por no haber sido enseñados por Dios, la sostienen con argumentos tan miserables, que de buena gana harían suponer que ciertas almas se adhieren al cuerpo incluso después de la muerte. De hecho, es en este sentido que Platón, aunque envía inmediatamente al cielo las almas que quiere, sin embargo, en su República nos muestra el cadáver de una persona insepulta, que se conservó durante mucho tiempo sin corrupción, debido a que el alma permaneció (como él dice) inseparada del cuerpo.

En el mismo sentido Demócrito también comenta sobre el crecimiento durante un tiempo considerable de las uñas y el cabello humanos en la tumba. Ahora bien, es muy posible que la naturaleza de la atmósfera tendiera a la preservación del cadáver antes mencionado. ¿Qué pasaría si el aire fuera particularmente seco y el suelo de naturaleza salina? ¿Qué pasaría también si la sustancia del cuerpo mismo fuera inusualmente seca y árida? ¿Y si el modo de la muerte ya hubiera eliminado del cadáver toda materia corruptora?

En cuanto a las uñas, como son el comienzo de los nervios, bien puede parecer que están prolongadas, debido a que los nervios mismos están relajados y extendidos, y que sobresalen más y más a medida que la carne falla. El cabello, a su vez, se nutre del cerebro, lo que le haría durar mucho tiempo como su secreto alimento y defensa. En efecto, en el caso de las personas vivas, toda la cabellera es abundante o escasa en proporción a la exuberancia del cerebro. Tienes médicos para dar fe del hecho.

Pero ni una partícula del alma puede permanecer en el cuerpo, que a su vez está destinado a desaparecer cuando el tiempo haya abolido todo el escenario en el que el cuerpo ha desempeñado su papel. Y sin embargo, incluso esta supervivencia parcial del alma encuentra un lugar en las opiniones de algunos hombres; y por esta razón no harán que el cuerpo sea consumido en el fuego en su funeral, porque ahorrarían el pequeño resto del alma.

Hay, sin embargo, otra manera de explicar este trato piadoso, y no como si quisiera favorecer las reliquias del alma, sino como si pudiera evitar una costumbre cruel en interés incluso del cuerpo (ya que, siendo humano, él mismo no merece un fin que también se inflige a los asesinos). La verdad es que el alma es indivisible, porque es inmortal, y este hecho nos obliga a creer que la muerte misma es un proceso indivisible, que llega indivisiblemente al alma no porque sea inmortal, sino porque es indivisible. Sin embargo, la muerte tendría que dividirse en su operación, si el alma fuera divisible en partículas, cada una de las cuales debe reservarse para una etapa posterior de la muerte. A este paso, una parte de la muerte tendrá que quedarse atrás para una porción del alma.

No ignoro que todavía existe algún vestigio de esta opinión. Lo descubrí por uno de mi propia gente. Conozco el caso de una mujer, hija de padres cristianos, quien en la flor misma de su edad y belleza durmió plácidamente en Jesús, después de una vida matrimonial singularmente feliz aunque breve. Antes de que la enterraran en su tumba, y cuando el sacerdote comenzó el oficio designado, al primer suspiro de su oración, ella retiró las manos de sus costados, las puso en actitud de devoción y, una vez concluido el santo servicio, las restauró. a su posición lateral.

Además, está la historia bien conocida entre nuestro propio pueblo de que un cuerpo se abrió voluntariamente en cierto cementerio para dejar espacio para que otro cuerpo fuera colocado cerca de él. Si, como es el caso, se cuentan historias similares entre los paganos, sólo podemos concluir que Dios manifiesta en todas partes señales de su propio poder, a su propio pueblo para su consuelo, a los extraños para un testimonio para ellos. De hecho, preferiría suponer que un portento de este tipo ocurrió más por la acción directa de Dios que por cualquier reliquia del alma, porque si hubiera un residuo de estos, seguramente moverían los otros miembros, e incluso si movieran las manos, esto no habría sido con el propósito de una oración. El cadáver tampoco se habría contentado simplemente con haber dejado paso a su vecino. Además, se habría beneficiado también a sí mismo con el cambio de posición.

Pero cualquiera que sea la causa que proceda de estos fenómenos, que debéis incluir entre los signos y los portentos, es imposible que regulen la naturaleza. La muerte, si alguna vez no alcanza la totalidad en funcionamiento, no es muerte. Si queda alguna fracción del alma, se convierte en un estado de vida. La muerte ya no se mezclará con la vida, como la noche con el día.

LII
La muerte es una violencia contra la naturaleza, y el pecado una intromisión en la naturaleza

Ésta es, pues, la obra de la muerte: la separación del alma del cuerpo. Dejando fuera de cuestión los destinos y las circunstancias fortuitas, se ha distinguido, según la opinión de los hombres, en una doble forma: la ordinaria y la extraordinaria. Lo ordinario lo atribuyen a la naturaleza, ejerciendo su tranquila influencia en el caso de cada fallecimiento individual; Se dice que lo extraordinario es contrario a la naturaleza y ocurre en toda muerte violenta.

En cuanto a nuestros propios puntos de vista, sabemos cuál fue el origen del hombre, y afirmamos con audacia y sostenemos persistentemente que la muerte no ocurre como consecuencia natural del hombre, sino debido a una falta y defecto que no es natural en sí mismo. Aunque es bastante fácil, sin duda, aplicar el término natural a faltas y circunstancias que parecen haber sido (por el surgimiento de una causa externa) inseparables para nosotros desde nuestro mismo nacimiento. Si el hombre hubiera sido designado directamente para morir como condición de su creación, entonces, por supuesto, la muerte debe imputarse a la naturaleza.

Ahora bien, que no fue designado para morir así lo prueba la misma ley que hizo que su condición dependiera de una advertencia, y que la muerte resultara de la elección arbitraria del hombre. De hecho, si no hubiera pecado, ciertamente no habría muerto. No puede ser la naturaleza la que sucede por el ejercicio de la volición después de que se le ha propuesto una alternativa, y no por necesidad, resultado de una condición inflexible e inalterable. En consecuencia, aunque la muerte tiene diversas problemáticas, por cuanto sus causas son múltiples, no podemos decir que la muerte más fácil sea tan suave como para no ocurrir por violencia a nuestra naturaleza.

La misma ley que produce la muerte, por simple que sea, no deja de ser violencia. ¿Cómo puede ser de otra manera, cuando una compañía tan estrecha entre el alma y el cuerpo, un crecimiento tan inseparable de su concepción misma de dos sustancias hermanas, se rompe y divide? Porque aunque un hombre pueda exhalar su último suspiro de alegría, como el espartano Quilón, mientras abraza a su hijo que acababa de vencer en los Juegos Olímpicos. O por la gloria, como el ateniense Clidemo, mientras recibía una corona de oro por la excelencia de sus escritos históricos. O en un sueño, como Platón; o en un ataque de risa, como Publio Craso. Sin embargo, la muerte es demasiado violenta, llega a nosotros por medios extraños y ajenos, expulsa el alma por un método propio, nos llama a morir en un momento en que uno podría vivir una vida jocundo con alegría y honor, en paz y placer.

Esto sigue siendo una violencia para los barcos: aunque lejos de las rocas de Capharean, sin tormentas, sin una ola que los destroce, con un vendaval favorable, en rumbo de planeo, con tripulaciones alegres, se hunden en medio de toda seguridad, de repente, debido a algún shock interno. No son diferentes los naufragios de la vida, los resultados incluso de una muerte tranquila. No importa si el barco del cuerpo humano va con maderas intactas o destrozado por las tormentas, si la navegación del alma es derribada.

LIII
El alma permanece indivisible, hasta su último acto de vitalidad
El alma nunca se retira parcialmente del cuerpo

Pero ¿dónde tendrá finalmente que alojarse el alma, cuando esté desnuda y despojada del cuerpo? Ciertamente, no debemos dudar en seguirlo hasta allí, en el orden de nuestra investigación. Sin embargo, primero debemos exponer detalladamente lo que pertenece al tema que nos ocupa, para que nadie, por haber mencionado las diversas cuestiones de la muerte, pueda esperar de nosotros una descripción especial de ellas, que más bien debería dejarse a los médicos (que son los jueces adecuados de los incidentes relacionados con la muerte, o sus causas) y a las condiciones reales del cuerpo humano.

Por supuesto, con el fin de preservar la verdad de la inmortalidad del alma, mientras trato este tema, al mencionar la muerte tendré que introducir frases sobre la disolución de tal significado que parezca insinuar que el alma escapa gradualmente y poco a poco, pues se retira del cuerpo con todas las circunstancias de una decadencia, pareciendo sufrir tisis, y nos sugiere la idea de ser aniquilado por el lento proceso de su partida. Pero toda la razón de este fenómeno está en el cuerpo y surge del cuerpo. Porque cualquiera que sea el tipo de muerte que opera sobre el hombre, indudablemente produce la destrucción ya sea de la materia, o de la región, o de los conductos de la vitalidad: de la materia, como la hiel y la sangre; de la región, como el corazón y el hígado; de los conductos, como las venas y las arterias.

Por tanto, en la medida en que estas partes del cuerpo son devastadas individualmente por un daño propio de cada una de ellas, hasta la ruina y la anulación definitiva de las fuerzas vitales (es decir, de los fines, los lugares y las funciones de cada una de ellas). Es necesario que, en medio de la decadencia gradual de sus instrumentos, domicilios y espacios, también el alma misma, impulsada a abandonar cada parte sucesiva, asuma la apariencia de reducirse a la nada, de la misma manera que se supone que un auriga ha fracasado cuando sus caballos, por fatiga, le quitan sus energías.

Pero esta suposición se aplica sólo a las circunstancias de la persona despojada, no a ninguna condición real de sufrimiento. Del mismo modo, el auriga del cuerpo, el espíritu animal, fracasa por el fracaso de su vehículo, pero no por sí mismo (abandonando su trabajo o vigor, languideciendo en su funcionamiento) sino en su condición esencial (fracasando en solvencia, mas no en sustancia, porque deja de aparecer pero no deja de existir).

Así, toda muerte rápida, como la decapitación o la rotura del cuello, que abre de inmediato una gran salida para el alma; o una ruina repentina, que de un golpe aplasta toda acción vital, como esa ruina interior que es la apoplejía: no retarda la huida del alma ni separa dolorosamente su partida en momentos sucesivos. Pero cuando la muerte es lenta, el alma abandona su posición como ella misma es abandonada. Sin embargo, mediante este proceso el alma no se divide en fracciones, sino que se extrae lentamente y, mientras así se extrae, hace que el último remanente parezca ser sólo una parte de sí mismo. Sin embargo, ninguna parte debe considerarse separable, y ni por ser la última, o ser pequeña, debe ser considerada susceptible de disolución.

Conforme a una serie es su final, y el medio se prolonga hasta los extremos, y los remanentes se unen a la masa, y ésta los espera, pero nunca los abandona. E incluso me atrevería a decir que lo último de un todo es el todo, porque aunque es menor y último, pertenece al todo y lo completa. Por ello, muchas veces sucede que el alma en su actual separación se agita más poderosamente con una mirada más ansiosa y una locuacidad más viva; mientras que desde la posición más elevada y libre en la que ahora se encuentra, enuncia, por medio de su último resto todavía en la carne, lo que ve, lo que oye y lo que comienza a saber.

En efecto, en la frase platónica, el cuerpo es una prisión, pero en la del apóstol es "el templo de Dios", porque está en Cristo. Sin embargo, a causa de su encierro obstruye y oscurece el alma, y la mancilla por la concreción de la carne, de donde sucede que la luz que ilumina las cosas llega al alma de manera más confusa, como por una ventana de cuerno.

Sin duda, cuando el alma, por el poder de la muerte, es liberada de su concreción con la carne, por la misma liberación queda limpia y purificada. Es además cierto que escapa del velo de la carne al espacio abierto a su luz clara, pura e intrínseca; y luego se encuentra disfrutando de su emancipación de la materia, y en virtud de su libertad recupera su divinidad, como quien despierta del sueño pasa de las imágenes a las verdades. Luego cuenta lo que ve, y luego se regocija o teme, según encuentre el alojamiento preparado para él, o en cuanto ve el rostro mismo del ángel (ese acusador de almas, el Mercurio de los poetas).

LIV
¿Dónde va el alma cuando abandona el cuerpo? El absurdo hades de Platón

Por tanto, a la pregunta de dónde se retira el alma, damos ahora una respuesta. Casi todos los filósofos que sostienen la inmortalidad del alma, a pesar de sus puntos de vista especiales sobre el tema, todavía la reclaman condición eterna, como Pitágoras, Empédocles y Platón, y como aquellos que la complacen con algún retraso desde el momento. de su abandono de la carne a la conflagración de todas las cosas, y como los estoicos, que colocan sólo sus propias almas (es decir, las almas de los sabios) en las mansiones de arriba.

Platón no permite este destino a todas las almas, indiscriminadamente, ni siquiera a todos los filósofos, sino sólo a aquellos que han cultivado su filosofía por amor a los niños. ¡Tan grande es el privilegio que obtiene la impureza en manos de los filósofos! En su sistema, pues, las almas de los sabios son llevadas a lo alto, al éter (según unos al aire, y según los estoicos hacia la luna). Me asombra, en efecto, que abandonen a la tierra las almas de los imprudentes, cuando afirman que también éstas son instruidas por los sabios, tan superiores a ellos.

¿Dónde está, pues, la escuela donde podrían haber sido instruidos en el vasto espacio que los divide? ¿Por qué medios pudieron las almas-alumnas haber acudido a sus maestros, cuando están separadas unas de otras por un intervalo tan distante? ¿Qué beneficio, además, puede proporcionarles cualquier instrucción en su estado póstumo, cuando están al borde de la perdición por el fuego universal? Todas las demás almas las arrojan al hades, que Platón, en su Fedón, describe: como el seno de la tierra, donde toda la inmundicia del mundo se acumula, se asienta y exhala, y donde cada bocanada de aire por separado sólo se vuelve más densa. todavía las impurezas de la masa hirviente.

LV
Posición cristiana respecto al hades
La bienaventuranza del paraíso tras la muerte. El privilegio de los mártires

Por nosotros mismos, las regiones inferiores del hades no se suponen que sean una cavidad desnuda, ni una alcantarilla subterránea del mundo, sino un vasto espacio profundo en el interior de la tierra, y un hueco oculto en sus mismas entrañas; por cuanto leemos que Cristo en su muerte pasó tres días en el corazón de la tierra, es decir, en el secreto interior que está escondido en la tierra, y encerrado por la tierra, y superpuesto a las profundidades abismales que aún yacen más abajo.

Ahora bien, aunque Cristo es Dios, siendo también hombre, murió según las Escrituras, y según las mismas Escrituras fue sepultado. Con la misma ley de su ser cumplió plenamente Cristo, al permanecer en el hades en forma y condición de muerto. De hecho, no ascendió a las alturas del cielo sino después de descender a las partes inferiores de la tierra, para hacer allí partícipes de sí mismo a los patriarcas y profetas. Siendo éste el caso, debes suponer que el hades es una región subterránea, y mantener a distancia a aquellos que son demasiado orgullosos para creer que las almas de los fieles merecen un lugar en las regiones inferiores.

Estas personas, que son "siervos más que su Señor y discípulos más que su Maestro", sin duda desdeñarían recibir el consuelo de la resurrección, si tuvieran que esperarlo en el seno de Abraham. Pero para esto, dicen, Cristo descendió a los infiernos, para que nosotros no tuviéramos que descender allí. Pues bien, ¿qué diferencia hay entre paganos y cristianos, si a todos les espera la misma prisión cuando mueran? ¿Cómo, en verdad, subirá el alma al cielo, donde ya Cristo está sentado a la diestra del Padre, cuando aún no se ha oído la trompeta del arcángel por mandato de Dios, o cuando todavía aquellos a quienes la venida del Señor ha de encontrar en la tierra, no han sido arrebatados en el aire para recibirlo en su venida, en compañía de los muertos en Cristo? ¿Quién será el primero en levantarse? Porque a nadie está abierto el cielo; la tierra todavía es segura para él, no diría que está cerrada para él. Cuando el mundo realmente pase, entonces se abrirá el reino de los cielos.

¿Tendremos entonces que dormir en lo alto del éter, con los dignos amantes de los niños de Platón? ¿O en el aire, con Arrio? ¿O alrededor de la luna, con los endimiones de los estoicos? No, sino en el Paraíso, donde los patriarcas y profetas ya se han trasladado del hades en el séquito de la resurrección del Señor. ¿Cómo es posible, entonces, que la región del paraíso, que según lo revelado a Juan en el Espíritu yacía bajo el altar? ¿No muestra otras almas además de las almas de los mártires? ¿Cómo es que la heroicísima mártir Perpetua el día de su pasión sólo vio allí a sus compañeros mártires, en la revelación que recibió del paraíso, si no fuera que la espada que guardaba la entrada no permitía entrar a nadie? ¿Excepto los que habían muerto en Cristo y no en Adán?

Una nueva muerte para Dios, incluso la extraordinaria para Cristo, es admitida en la sala de recepción de la mortalidad, especialmente alterada y adaptada para recibir al recién llegado. Observad, si no, la diferencia entre un pagano y un cristiano en su muerte. Si hay que dar la vida por Dios, como aconseja el Consolador, no lo hagáis en fiebres suaves y en lechos blandos, sino en los dolores agudos de martirio. Debéis tomar la cruz y llevarla según vuestro Maestro, como él mismo os ha instruido. La única llave para abrir el paraíso es la sangre de tu propia vida. Tienes un tratado nuestro, Sobre el Paraíso, en el que hemos establecido la posición de que cada alma está detenida en custodia en el hades hasta el día del Señor.

LVI
Refutación de la opinión homérica sobre los cuerpos insepultos,
y de las almas separadas prematuramente del cuerpo

Se plantea así la cuestión de si esto ocurre inmediatamente después de la salida del alma del cuerpo, o si algunas almas están detenidas por razones especiales mientras tanto aquí en la tierra; ¿Y si se les permite, por propia voluntad o por intervención de la autoridad, ser expulsados del hades en algún momento posterior?

Opiniones como estas no carecen de personas que las expongan con confianza. De hecho, se creía que los muertos insepultos no eran admitidos en las regiones infernales antes de haber recibido una sepultura adecuada; como en el caso del Patroclo de Homero, que pide fervientemente un entierro para Aquiles en un sueño, alegando que no podía entrar al hades por ningún otro portal, ya que las almas de los muertos sepultados lo rechazaban continuamente.

Sabemos que Homero exhibió aquí más que una licencia poética; tenía en mente las luchas de los muertos. De hecho, en proporción a su cuidado por los justos honores de la tumba, estaba su censura por la demora en el entierro que era perjudicial para las almas. También era su propósito agregar una advertencia: que ningún hombre, al retener en su casa el cadáver de un amigo, sólo se expondría, junto con el difunto, a mayores daños y problemas, por la irregularidad del consuelo que alimenta con dolor y pena. En consecuencia, ha tenido en cuenta un doble objetivo al describir las quejas de un alma insepulta: deseaba mantener el honor de los muertos asistiendo rápidamente a su funeral, así como moderar los sentimientos de dolor que suscitaba su recuerdo.

Después de todo, ¡qué vano es suponer que el alma pueda soportar los ritos y exigencias del cuerpo, o llevarse alguno de ellos a las regiones infernales! ¡Y cuánto más vano es todavía, si se supone que el alma sufre un daño por el descuido del entierro que debería recibir más bien como un favor! Porque seguramente el alma que no estaba dispuesta a morir bien podría preferir un traslado al Hades lo más tardío posible. Amará al heredero infiel, por cuyos medios todavía disfruta de la luz.

Sin embargo, si es seguro que el alma sufre un daño debido a un entierro tardío del cuerpo (y la esencia del daño reside en la negligencia del entierro), todavía es en el más alto grado injusto que reciba todo el daño por una demora errónea (cuya culpa, por supuesto, recae en los parientes más cercanos del difunto).

Dicen también que aquellas almas que son arrebatadas por una muerte prematura vagan de aquí para allá hasta completar el resto de los años que habrían vivido si no hubiera sido por su destino inoportuno. Ahora bien, o sus días están asignados a todos los hombres individualmente (y si así se fijan, de manera que no puedan acortarse) o bien no están asignados por la voluntad de Dios (y pueden alargarse o acortarse, para lograr algún bien mayor sobre él). Si no fueren designados, no podrá quedar residuo alguno a la hora de cumplir los períodos no designados.

Tengo otra observación que hacer. Supongamos que se trata de un niño que muere todavía colgado del pecho, o un niño inmaduro, o un joven llegado a la pubertad. Supongamos, además, que la vida en cada caso debería haber alcanzado los 80 años completos. ¿Cómo es posible, entonces, que el alma de cualquiera de ellos pueda pasar aquí la totalidad de los años acortados en la tierra después de perder el cuerpo por la muerte? Porque la edad no se puede pasar sin el cuerpo, ya que con la ayuda del cuerpo se realizan los deberes y trabajos del período de la vida.

Además, nuestro pueblo tenga en cuenta esto: que las almas recibirán en la resurrección los mismos cuerpos en los que murieron. Por tanto, se debe esperar que nuestros cuerpos recuperen las mismas condiciones y las mismas edades, porque son estas particularidades las que imparten a los cuerpos sus modos especiales. ¿Por qué medios, entonces, puede el alma de un niño pasar en la tierra el resto de sus años, de modo que en la resurrección pueda asumir el estado de un octogenario, aunque apenas había vivido un mes?

Y si fuera necesario que los días señalados de la vida se cumplieran aquí en la tierra, ¿deberá el alma pasar también por el mismo curso de la vida en todas sus vicisitudes? ¿Debe emplearse en estudios escolares en su paso de la infancia a la niñez, cuando juega al soldado en la emoción y el vigor de la juventud y la madurez temprana; y enfrentar responsabilidades serias y judiciales en los años más graves entre la madurez y la vejez? ¿Debe ejercer el comercio para obtener ganancias, remover la tierra con azadón y arado, hacerse a la mar, entablar acciones legales, casarse, trabajar y trabajar, sufrir enfermedades y todas las pérdidas de bienestar y desgracia que le aguardan en el transcurso de los años? ¿Y cómo se pueden gestionar todas estas transacciones sin el cuerpo? ¿Como vida pasada sin vida?

Me dirás que el período destinado en cuestión debe estar desprovisto de todo incidente, y sólo podrá cumplirse simplemente transcurriendo. ¿Qué, entonces, impide que se cumpla en el hades, donde no hay absolutamente ningún uso para aplicarlo?

Por lo tanto, sostenemos que cada alma, cualquiera que sea su edad al dejar el cuerpo, permanece inmutable en el mismo, hasta que llegue el momento en que la perfección prometida se realice en un estado debidamente templado a la medida de los ángeles incomparables. Es decir, que se debe considerar a aquellas almas que pasan un exilio en el hades, o a aquellas que han sobrellevado torturas crueles (como las de la cruz, el hacha, la espada y el león). Eso sí, sin considerar que dichas muertes violentas les han sido imputadas por justicia, sino más bien como venganza violenta.

Entonces, diréis, son las almas malvadas las que están desterradas en el hades.

No tan rápida va a ser en este punto mi respuesta, pues debo ante obligarte a determinar qué quieres decir con Hades y cuál de sus dos regiones, la región del bien o la del mal. Si te refieres a los malos, lo único que puedo decir es que incluso ahora las almas de los malvados merecen ser consignadas a esas moradas; Si te refieres al bien, ¿por qué deberías considerar indignas de tal lugar de descanso las almas de los niños y de las vírgenes, y los que por su condición de vida eran puros e inocentes?

LVII
Magia y hechicería, sólo aparentes en sus efectos. Sólo Dios puede resucitar a los muertos

O es algo muy bueno estar retenido en estas regiones infernales con los aori (almas que fueron expulsadas prematuramente), o bien sería muy malo estar allí asociado con los biaeothanati (que sufrieron muertes violentas). Para explicarme más claramente, permitidme utilizar las palabras y términos reales con los que resuena la magia, y ese inventor de extrañas opiniones con sus Ostanes, y Tifón, y Dardano, y Damigeron, y Nectabis, y Berenice.

Hay un escrito popular muy conocido, que se propone hacer salir de la morada del hades a las almas que realmente han dormido hasta alcanzar la edad adulta, y que han fallecido con una muerte honorable, e incluso han sido sepultadas con plenos ritos. y ceremonia adecuada. ¿Qué diremos, después de esto, de la magia?

Digamos, sin duda, lo que casi todo el mundo dice de ello: que es una impostura. Pero no somos sólo nosotros, los cristianos, a quienes no se nos escapa este sistema de impostura. Nosotros, es cierto, hemos descubierto estos espíritus del mal. Pero no por complicidad con ellos, sino por un cierto conocimiento que le es hostil, y no por ningún procedimiento que a ellos les resulta atractivo, sino por un poder que los subyuga.

Pero volvamos al tema, porque la magia (que en realidad no es más que una segunda idolatría) invoca a los aori biaeothanati antes mencionados, a través de las almas más adictas a la violencia y al mal, y con más apetito de represalias. Sin embargo, detrás de estas almas actúan los demonios, especialmente los que moraban en ellas cuando estaban en vida (y que fueron las que las condujeron al destino que finalmente tuvieron). De hecho, difícilmente hay un ser humano que esté desamparado por un demonio, y es bien sabido que muchas muertes prematuras y violentas, o incluso accidentales, son en realidad provocadas por demonios.

Esta impostura del espíritu maligno, que yace oculto en las personas de los muertos, y que podemos probar con hechos reales (como se ve en los casos de exorcismo, en que el espíritu maligno afirma a veces ser uno de los parientes de la persona poseída por él, a veces un gladiador o un bestiario, y a veces incluso un dios), siempre tiene como uno de sus principales cuidados extinguir la verdad misma que estamos proclamando, para que los hombres no crean fácilmente que las almas van al hades, y él pueda así derribar la fe en la resurrección y el juicio. Sin embargo, el demonio, después de intentar burlar a los presentes, es vencido por la presión de la gracia divina y, dolorosamente contra su voluntad, ha de confesar toda la verdad.

En otro tipo de magia, que se supone que hace subir del hades las almas que ahora descansan allí, y las exhibe a la vista del público, no se ha recurrido a ningún otro recurso de impostura que opere más poderosamente. Por supuesto, la razón por la que un fantasma se vuelve visible es porque también hay un cuerpo adherido a él, y no es difícil engañar la visión externa de un hombre cuyo ojo mental es tan fácil de cegar. Las serpientes que emergían de las varas de los magos ciertamente se les aparecieron al faraón y a los egipcios como sustancias corporales. Es cierto que la verdad de Moisés devoró su engaño mentiroso.

Los hechiceros Simón y Elimas también hicieron muchos atentados contra los apóstoles, pero la ceguera que los golpeó no fue un truco de encantador. ¿Qué novedad hay en el esfuerzo de un espíritu inmundo por falsificar la verdad? En este mismo momento, incluso, los herejes engañados por Simón el Mago están tan eufóricos por las extravagantes pretensiones de su arte, que se comprometen a sacar del hades las almas de los propios profetas. Y supongo que pueden hacerlo al amparo de su maravilla mentirosa. Porque, de hecho, era nada menos que esto lo que antiguamente se le permitía al espíritu pitónico o ventríloco: representar el alma de Samuel, cuando Saúl consultaba a los muertos, después de perder a los vivos a Dios.

Dios no permita, sin embargo, que el alma de ningún santo, ni de ningún profeta, pueda ser arrastrada fuera de su lugar de descanso por un demonio. Porque si "el mismo Satanás se transforma en ángel de luz", mucho más puede transformase en hombre de luz, e incluso al final "se mostrará incluso como Dios", y exhibirá "grandes señales y prodigios, tanto que, si fuera posible, engañará a los mismos escogidos". De hecho, Satanás apenas dudó en afirmarse como profeta de Dios, y especialmente ante Saúl, en quien entonces moraba.

No debéis imaginar que el que produjo el fantasma fue uno, y el que lo consultó fue otro. Pero sí que era uno y el mismo espíritu, tanto en la hechicera como en el rey apóstata, y que fácilmente fingía una aparición de aquello que ya los había preparado para creer como real (incluso el espíritu) a través de cuya malvada influencia la muerte de Saúl. El corazón estaba fijo donde estaba su tesoro, y donde ciertamente no estaba Dios. Por eso aconteció que vio a aquel por cuya ayuda creía que iba a ver, porque creyó a aquel por cuya ayuda veía.

Se nos objeta que en las visiones nocturnas no es raro ver a personas muertas, y ello con un propósito determinado. Por ejemplo, los nasamones consultan oráculos privados mediante visitas frecuentes y prolongadas a los sepulcros de sus parientes, como se puede encontrar en Heráclides, Ninfódoro o Heródoto. Y los celtas, por motivos de juego, pasan la noche fuera en las tumbas de sus valientes caudillos, como afirma Nicandro.

Bueno, admitimos que las apariciones de personas muertas en sueños no son más verdaderas que las de personas vivas. Pero aplicamos la misma estimación a todos por igual: a los muertos y a los vivos, y a todos los fenómenos que se ven. Ahora bien, las cosas no son verdaderas porque lo parezcan, sino porque está plenamente demostrado que lo son. La verdad de los sueños se declara desde la realización, no desde el aspecto. Además, el hecho de que el hades en ningún caso está abierto para la fuga de alma alguna, ha sido firmemente establecido por el Señor en la persona de Abraham, en su representación del pobre en reposo y del rico en tormento. Nadie (dijo Jesús) podría ser enviado desde esas moradas para informarnos cómo van las cosas en las regiones inferiores, ni por cualquier motivo, ni para persuadir a creer en Moisés y los profetas.

Sin duda, el poder de Dios ha llamado a veces las almas de los hombres a sus cuerpos, como prueba de sus propios derechos trascendentes. Pero nunca debe haber, por este hecho, ningún acuerdo que se suponga posible entre la fe divina y las arrogantes pretensiones de los hechiceros, la impostura de los sueños y la licencia de los poetas. Sin embargo, en todos los casos de una verdadera resurrección, cuando el poder de Dios llama a las almas a sus cuerpos, ya sea por medio de los profetas, o de Cristo, o de los apóstoles, se nos brinda una presunción completa, por la sólida, palpable y realidad comprobada del cuerpo revivido, que su verdadera forma debe ser tal que obligue a creer en la fraude de toda aparición incorpórea de personas muertas.

LVIII
Todas las almas esperan la resurrección corporal, sabiendo por anticipado su miseria o dicha

Todas las almas, por tanto, están encerrados en el hades. ¿Lo admites? ¿Sí o no? Además, ya se han experimentado allí castigos y consuelos, y ahí tienes al pobre Lázaro y al rico Epulón. Y ahora, habiendo pospuesto algunas preguntas perdidas para esta parte de mi trabajo, las señalaré en este lugar adecuado y luego concluiré. ¿Por qué, entonces, no puedes suponer que el alma sufre castigo y consuelo en el Hades en el intervalo, mientras espera su alternativa de juicio, en una cierta anticipación de oscuridad o de gloria?

Tú me respondes: Porque a juicio de Dios, su asunto debe ser seguro y seguro, y no debe haber ningún indicio de antemano de su sentencia. Y también porque el alma debe cubrirse primero con su vestidura de la carne restaurada (la cual, como socia de sus acciones, debe ser también partícipe de su recompensa).

Entonces, ¿qué ocurrirá en ese intervalo? ¿Dormimos? Pero las almas no duermen, ni siquiera cuando los hombres están vivos (porque dormir es tarea de los cuerpos, así como también lo es la muerte, su espejo y su eterno sueño). ¿O quieres que allí no se haga nada que atraiga a toda la raza humana, y que todas las expectativas del hombre se pospongan para su custodia? ¿Crees que este estado es un anticipo del juicio o su comienzo real? ¿Una invasión prematura del mismo, o el primer paso en su plena administración?

Ahora bien, ¿no sería realmente la mayor injusticia posible, incluso en el hades, si todos estuvieran todavía bien con los culpables incluso allí, y no bien todavía con los justos? ¿Tendrías esperanza de estar aún más confundido después de la muerte? ¿Quieres que se burle aún más de nosotros con una expectativa incierta? ¿O se convertirá ahora en una revisión de la vida pasada y en una disposición del juicio, con el inevitable sentimiento de un miedo tembloroso?

Pero, repito, ¿debe el alma esperar siempre al cuerpo para experimentar tristeza o alegría? ¿No es suficiente, incluso por sí mismo, sufrir a la vez una y otra de estas sensaciones? ¿Cuántas veces, sin ningún dolor para el cuerpo, el alma es atormentada por el mal humor, la ira y el cansancio, y muchas veces sin darse cuenta, incluso consigo misma? Y por otra parte, ¿cuántas veces, en medio del sufrimiento corporal, el alma busca para sí alguna alegría furtiva y se retira por un momento de la importuna compañía del cuerpo?

Me equivoco si el alma no tiene la costumbre, solitaria y sola, de regocijarse y glorificarse de los mismos tormentos del cuerpo. Mira, por ejemplo, el alma de Mucio Scaevola mientras derrite su mano derecha sobre el fuego. O mira también el de Zenón, mientras sobre él pasan los tormentos de Dionisio. Las mordeduras de las fieras son una gloria para los jóvenes héroes, como en Ciro las cicatrices del oso. Pues bien, el alma, incluso en el hades, sabe gozar y sufrir, incluso sin el cuerpo. Y esto porque cuando está en la carne siente dolor cuando quiere (aunque el cuerpo esté ileso), y cuando le gusta siente alegría (aunque el cuerpo esté dolorido).

Ahora bien, si tales sensaciones ocurren a su voluntad durante la vida, ¡cuánto más no sucederán después de la muerte por designación judicial de Dios! Además, el alma no ejecuta todas sus operaciones con el ministerio de la carne, porque el juicio de Dios persigue incluso las más simples reflexiones y las más simples voliciones.

"Cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón", nos dijo el Señor. Por tanto, también por esta causa es muy conveniente que el alma, sin esperar nada de la carne, sea castigada por lo que ha hecho sin la colaboración de la carne. Así, según el mismo principio, a cambio de los pensamientos piadosos y bondadosos en los que no compartió la ayuda de la carne, recibirá sin la carne su consuelo.

Es más, incluso en las cosas hechas por la carne, el alma es la primera que las concibe, la primera que las dispone, la primera que las autoriza, la primera que las precipita en actos. Y aunque a veces no quiera actuar, es el primero en tratar el objeto que quiere realizar con la ayuda del cuerpo. En ningún caso, ciertamente, un hecho consumado puede ser anterior a la concepción mental del mismo. Por tanto, está muy de acuerdo con este orden de cosas que esa parte de nuestra naturaleza sea la primera en recibir la recompensa y recompensa que le corresponde por su prioridad.

En resumen, en la medida en que entendemos que "la prisión" señalada en el evangelio es el hades, e interpretamos que "el último cuarto" significa la ofensa más pequeña que debe ser recompensada allí antes de la resurrección, uno no dudará en creer que el alma sufre en el hades alguna disciplina compensatoria, sin perjuicio del proceso completo de la resurrección (cuando la recompensa será administrada además a través de la carne). Este punto el Paráclito también ha llamado nuestra atención en las más frecuentes amonestaciones, cada vez que cualquiera de nosotros ha admitido la fuerza de sus palabras a partir del conocimiento de sus revelaciones espirituales prometidas.

Habiendo por fin encontrado todas las opiniones humanas acerca del alma, y probado su carácter por la enseñanza de nuestra santa fe, creo haber satisfecho la curiosidad razonable y necesaria sobre el alma. En cuanto a todo lo que es extravagante y ocioso, siempre tendré defectos de información, mas no de exageración y obstinación en las investigaciones.