30 de Mayo

Juana de Arco

Francisco Martín
Mercabá, 30 mayo 2024

         Nació en 1412 en Domremy (Lorena), hija de Jaime de Arco (labrador acomodado) y de Isabel Romée. Eran años aquellos de agotamiento para la nación francesa, que se debatía en una guerra interminable y sin salidas posibles para el futuro. Los ingleses ansiaban dominar toda Francia, y casi lo iban consiguiendo, mientras la corte francesa y los pocos expedicionarios que aún le permanecían fieles se refugiaban en la pequeña ciudad de Clunón.

         Juana crece en la sencillez de las flores del campo, sin una educación especial (nunca llegó a saber leer ni escribir), pero un alma dada a la devoción. Como hicieron constar en su proceso, todos los sábados se dedicaba a recoger las flores más preciosas que podía encontrar, para ofrecérselas después a María.

         Ya desde pequeña confesaba y comulgaba todos los meses con su párroco, cosa rara en aquellos tiempos. Su vida era semejante a la de sus compañeros de aldea (sin nada de extraordinario), pero todo eso lo iba llenando ella de Dios.

         La guerra continuaba, y cada vez se volvía más enfurecida y sangrienta. Los soldados, tanto ingleses como franceses o mercenarios, pasaban como una tromba por los pueblos, sembrando por doquier el pillaje, la rapiña y la violencia. Precisamente hacía poco que habían entrado los ingleses en el ducado de Bar, amenazando toda la Champagne con sus incursiones.

         En una de estas razzias, los ingleses entran y saquean las aldeas de Domremy (ca. 1425), teniendo sus habitantes que huir al bosque y dar por perdidas sus haciendas y ganados. Pronto se rehacen los franceses, que logran infligir una seria derrota a sus enemigos en Mont Saint Michel (junio de 1425). Entre estas 2 fechas tiene lugar un hecho maravilloso en la pequeña aldea de Domremy, donde Juana seguía creciendo, rezando y divirtiéndose con sus hermanos y compañeros.

         Era una tarde de junio de 1425. Juana tiene 13 años y está jugando con su hermano y otros niños del lugar. De pronto se detiene como sorprendida, se separa de sus compañeros y, dando media vuelta, se va presurosa hacia su casa, porque le ha parecido oír que su madre la llama. "Juana, vete a tu casa; tu madre te llama", sentía que le decían de muy cerca. Pero parece ser que es una broma del hermano, ya que su madre no la ha llamado.

         Vuelve de nuevo Juana donde están los niños, pero de pronto vio una luz muy intensa y oyó otra vez la voz que le decía: "Juana, estás llamada a realizar hazañas maravillosas; el Rey de los cielos te ha elegido para salvar a Francia".

         Acto seguido, sigue diciendo la crónica, se le aparecen San Miguel, Santa Margarita y Santa Catalina. Se le predice a Juana un porvenir y se le marca un camino. Es ella, la jovencita al parecer insignificante, la que ha de salvar a su rey y a su país, la que ha de marcar un nuevo rumbo a la historia de Francia y, en definitiva, a la historia de Europa. La Providencia, que conduce a los pueblos, sabe lo que ha de venir. Importa a sus designios que la doncella Juana desempeñe una misión especial.

         Mientras corren los días se van haciendo más frecuentes las "voces” que va recibiendo del cielo. Le dicen de nuevo que es ella la que ha de salvar a su patria, y le prometen a su vez la salvación de su alma. La pequeña doncella se lo cuenta todo a sus padres y vecinos, que al principio no quieren darle fe, hasta que ellos mismos se convencen de que no puede ser mentira lo que con tanta sencillez y tan insistentemente les viene repitiendo la niña.

         Los mandatos divinos se van haciendo cada vez más apremiantes, y un día le dicen con toda claridad que se vaya al capitán Baudricourt, con el fin de que éste la presente al rey.

         En mayo de 1428, acompañada de su primo Laxard, se presenta Juana ante aquel personaje, que la trata de visionaria y rechaza por completo sus ofrecimientos. Un año más tarde, en enero de 1429, vuelve a hablar con el capitán, que medio convencido (ante las apremiantes declaraciones de la doncella) decide darle una escolta y un salvoconducto, para que pueda marchar a la corte del rey. Llega allá en el mes de marzo y, después de 3 días de espera, le dicen que va a ser presentada ante el rey.

         Aquella corte de Francia, licenciosa y degradada, quiere poner a prueba la veracidad de la misión sobrenatural de Juana, y le prepara una comedia insulsa, que la joven aparta con un gesto de leve impaciencia, como aquel a quien le ponen obstáculos en un sendero trascendental.

         El rey Carlos VII de Francia se oculta entre los pobres adulones que le quedaban, ocupando otro su lugar. La doncella no había visto nunca al rey, pero sin vacilar siquiera un momento se dirige en seguida adonde aquél estaba, y delante de todos le empieza a hablar. Era una prueba irrebatible. "En una conversación reservada (dice el testigo presencial Chartier) Juana dio pruebas al monarca de su misión providencial".

         Carlos VII la nombra allí mismo capitana de sus ejércitos, la regala una rica armadura y la rodea de un séquito militar. Quiso darle personalmente una espada, pero ella pide que le den una especial, cuya hoja estaba marcada con cinco cruces y que debía encontrarse detrás del altar mayor de la Iglesia de Santa Catalina de Furbois.

         Los pajes de servicio corren a la iglesia y, tal como había dicho la Santa, allí encontraron la espada, hecho que acabó de confirmar las esperanzas, que no sólo la corte, sino toda Francia, iba poniendo en aquella doncella de mirada ardiente que habían recibido como un regalo especial del cielo.

         Para asegurarse más de la veracidad de aquellas revelaciones un gran número de teólogos se reúnen durante quince días, examinando el caso en todos sus detalles. ¿Sería aquello obra de Dios, o más bien del diablo? Los teólogos se convencen de que es imposible en aquel caso la impostura, y, ante aquella declaración, el pueblo, delirante, aclama a Juana como salvadora de Francia. En Blois (abril de 1429) se había reunido un ejército de 10.000 hombres, toda la fuerza que con gran trabajo se pudo allegar.

         Juana se pone a la cabeza, desplegando su bandera blanca en la que iban bordadas las flores de lis en oro y en la que figuraban un mundo, dos ángeles y la divisa: Jesús y María. A todos les exhorta para que tengan confianza y para que, desde entonces, empiecen, a confiar solamente en Dios. Como condición previa hace Juana que desaparezca de aquel ejército disforme, casi todos ellos de la vida airada, todo lo que sonara a blasfemia y a trato impúdico con mujerzuelas: "En este ejército no se blasfema; en este ejército no se admiten mujerzuelas". Y todos le obedecen.

         Tres días después, y acompañada de mariscales, grandes maestres y almirantes, se dirigen todos hacia la plaza de Orleáns, que los ingleses tenían sitiada, cantando el Veni creator, y entre exclamaciones de piedad y de penitencia. Ante la ciudad, intima por dos veces a los ingleses a la rendición, pero éstos se mofan de ella. Juana da entonces la señal de ataque para el asalto y, pronto, ante el empuje de las tropas francesas, se ha de retirar el enemigo, duramente castigado y escarmentado. Era el 7 de mayo de 1429.

         Ella iba delante de todos al asalto, pero nadie cayó muerto ni herido de su mano. La Santa solamente guiaba. La Santa se exponía a morir, pero no era su misión la de matar; de aquí que el canciller de París, Juan Gerson, no pudiera menos de decir que iba a la batalla solamente porque iba inspirada por Dios.

         Algunos han dudado al través de los tiempos de lo conveniente de estos caminos (la guerra y la muerte) como medios para llegar a la santidad. Se olvidan de que Dios escoge a veces el instrumento más sencillo con el fin de realizar sus planes. Además, la misión de Juana no iba a terminar aquí. Le esperaba el sufrimiento y el dolor, que, si no iban a testimoniar una fe ante los herejes ni paganos, iban a dar, sin embargo, fe de la misión divina que Dios le confiara y ante la cual no rehusa pasar por las calumnias más odiosas, el proceso envilecido y la misma hoguera.

         Tras la 1ª victoria, la Doncella de Orleans (que es como ya todos la llaman) sigue su camino del triunfo por las distintas ciudades de Francia. El 10 de mayo vuelve donde estaba el rey, quien ante ella se quita su sombrero, la abraza y le concede ante la corte el privilegio de la nobleza.

         Juana, por su parte, y con el fin de asegurar la corona de Francia, quiere llevar a Carlos VII a Reims, para coronarle. De parte de Dios le dice que vivirá poco tiempo, y que aproveche la ocasión. Pero el rey, apático y preocupado solamente en sus diversiones, se resiste. En junio, la doncella se apodera de todas las plazas del Loira y, movido por ello, Carlos VII va al fin a Reims, donde es coronado solemnemente en la catedral, el 17 de julio.

         Ha llegado el momento en que Juana parece que ha cumplido ya su misión, y por ello piensa retirarse tranquila a su aldea. Pero Dios la quería para mucho más; y si hasta ahora la había escogido para heroína, ahora la va a escoger para santa. Juana no puede resistir los ruegos de la corte y de su propio ejército, y resuelve seguir al lado de ellos hasta terminar la guerra.

         Pronto empiezan a surgir alrededor de ella envidias e insidias en la corte de Francia. En parte Juana les estorba y no pueden resistir su vida de pureza. Y en parte porque Juana era querida y creaba entusiasmo por doquier. Por eso, cuando Juana y sus tropas se encaminan a poner sitio a París, y más inminente se veía venir el asalto, el rey Carlos VII ordena la retirada.

         Estando todavía en París, guardando los últimos bastiones, es herida Juana en un muslo, al tratar de defender la Puerta de San Honorato. La llevan a Gieu-Deja, y ella deja su armadura (como exvoto) en la Abadía de Saint Denis.

         Una vez restablecida, pero ya casi sola (pues el rey ha proclamado la inacción), sigue Juana por su cuenta la lucha contra los ingleses, hasta que en una celada cae prisionera en las cercanías de Compiegne, derribada del caballo por el príncipe bastardo de Borgoña, que luchaba al lado de los ingleses y que entrega a Juana al señor de Luxemburgo (de quien el de Borgoña era feudatario). Juana es llevada primero al Castillo de Beaulieu (Noyon), y después al Castillo de Beaurevoir (Aisne).

         Los ingleses celebran la captura de Juana con gran algazara y alegría, cantando Te Deums y echando al vuelo las campanas. Y es entonces cuando, entre los manejos de los nobles franceses aliados del inglés, los mismos ingleses y algunos jerarcas eclesiásticos (vinculados a la causa inglesa), se inicia contra Juana el inicuo proceso que la llevaría a la hoguera.

         Tal vez los que formaron el proceso pensaran alguna vez que la obra de la doncella había obedecido más a insinuación del diablo que a una providencia de Dios. Otros quizá no lo pensarían así, y llevaron a la sentencia lo más bajo de sus manejos humanos, Pero, de hecho, fue un vergonzoso proceso el de Juana.

         Pedro Cauchon, el obispo desterrado de Beauvais y vendido a Inglaterra, es el animador de todo. Y también el rey de Francia (Carlos VII), que abandona cobardemente a Juana a su suerte. De este modo, su amante Inés Sorel quedaba más tranquila, sin que la inquietaran las denuncias que le hacía la joven Juana.

         Juana sigue en su prisión, y más apenada por los suyos ("tan fieles al rey") que por sí misma. Con todo, aprovecha un descuido de la guardia y pretende huir, arrojándose desde lo alto de la torre del castillo. Pero se hiere y es apresada de nuevo, entregada a los ingleses y trasladada al Castillo de Ruán.

         Cuando se presenta Juana ante los jueces del tribunal, Cauchon la acusa de magia y de herejía, de no ser cristiana (por vestir el traje de varón), y de otras maquinaciones con intención de condenarla. Un testigo de aquellos hechos (Pedro Cusquel) declara haberla visto en la prisión, encadenada de pies, manos y cuello, junto a una jaula de hierro donde se disponían a encerrarla. A lo que Cauchon respondió, con todo descaro: "El papa está muy lejos", cerrándole con esto todo camino de salvación.

         Los jueces hacen lo posible por condenarla como impostora, herética y hechicera. Le dan una cédula para que firme, haciéndola saber que contenía tan sólo una promesa de no vestirse jamás de hombre ni de llevar armas en su vida, asegurándole que con ello la dejarían libre. La inocente doncella lo firma, pero en ello firmaba más bien una retractación de los supuestos delitos de hechicería, con lo que, en vez de a la pena de muerte, la condenan a cárcel perpetua, sometida al régimen del "pan y del dolor" y del "agua de la angustia".

         Una madrugada, al despertarse, Juana ve con pavor que los carceleros se le han llevado todas sus ropas, lo que le obliga a ponerse unos hábitos de varón que intencionadamente habían dejado esparcidos por la celda. Cuando se entera el tribunal, dando muestras del mayor escándalo, se reúne de nuevo, y por unanimidad (eran 42 los asesores) la condenan, "por relapsa y hechicera", al cruel castigo del fuego. Era el día 29 mayo 1431, y la sentencia había sido declarada en el mismo palacio del arzobispo de Ruán.

         Al día siguiente se prepara en el mercado viejo de Ruán una gran pira, y alrededor de ella 2 tablados: uno para los jueces y otro para los prelados. Y allí, en aquella gran plaza llena de una multitud, es presentada Juana acongojada y llorosa. Juana sale llena de entereza y de resignación, con sus ojos elevados al cielo. La atan al palo mayor de la pira, y pronto empiezan a chisporrotear las llamas, aunque todavía el humo lo envuelve todo, pues han tenido gran cuidado de rodear los troncos de tierra humedecida para que el calvario se prolongue más y sean terribles los sufrimientos.

         Juana no dice una palabra, y su último deseo es contemplar el crucifijo, que le presenta el sacerdote que la asiste. Y solamente cuando se le acerca Cauchon, ya en medio de las llamas, la inocente Juana le dice, casi con la voz apagada: "Muero por vuestra culpa. Si me hubieseis entregado a la Iglesia, y no a mis enemigos, no me encontraría aquí". Pide un poco de agua bendita, invoca al arcángel Miguel, y suavemente expira, invocando por 3 veces el santo nombre de Jesús. Era el 30 mayo 1431, y la doncella de Orleans dejaba esta vida con 19 años.

         Cuando el rey Carlos VII de Francia entra por fin en Ruán, manda que se revise todo el inicuo Proceso llevado contra Juana. Y ante las pruebas evidentes de falsedad y criminalidad, consigue que se haga públicamente la total rehabilitación de la causa de Juana, el 7 julio 1456. En el correr de los siglos, la causa de Juana se va extendiendo por toda Francia, como salvadora de su patria y como mártir de los ingleses.

         En el s. XIX los obispos franceses, con el famoso Dupanloup a la cabeza, piden su canonización a Pío IX. No se cree conveniente todavía dar el paso, pero su sucesor (León XIII) hace que toda la causa pase a la Congregación de Ritos. En tiempos de Pío X se completa la compleja y minuciosa labor, y el 13 diciembre 1908 se formulaba el decreto de beatificación, que el mencionado papa promulga solemnemente el 18 abril 1909.

         Benedicto XV incluye a Santa Juana de Arco en el catálogo de los santos el 16 mayo 1920, dando con ello el supremo homenaje a la inocente heroína, que no hizo otra cosa en su vida sino seguir fielmente los caminos que la Providencia le había señalado.

 Act: 30/05/24     @santoral mercabá        E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A