6 de Julio

Santa María Goretti

Casimiro Sánchez
Mercabá, 6 julio 2024

         Nació en 1890 en Corinaldo (Ancona), como 3ª de los 7 hijos que tuvieron sus padres (Luigi Goretti y Assunta Carlini), profundamente pobres pero asiduos a la oración en común, al rezo diario del rosario y a la misa dominical. Fue bautizada al día siguiente de su nacimiento, confirmada a los 6 años y consagrada a la Virgen a los 8 años.

         Acuciada por la crisis económica, y cuando apenas tenía 3 años, María acompañó a sus padres a Ferriere di Conca, donde el padre se puso al servicio del conde Mazzoleni y María empieza a mostrar una madurez precoz, sin pizca alguna de capricho, de desobediencia o de mentira.

         Tras un año de trabajo agotador, Luigi contrajo una enfermedad fulminante (el paludismo) y murió tras 10 días de grandes tormentos. Como consecuencia de la muerte, la madre tiene que ponerse a trabajar, dejando la casa a cargo de los hermanos mayores. María llora a menudo la muerte de su padre, y aprovecha cualquier ocasión para arrodillarse delante de su tumba y elevar a Dios sus plegarias.

         Junto a la labor de cuidar de sus hermanos menores, María sigue asistiendo a sus cursos de catecismo, con el rosario siempre enrollado a su muñeca. Y así fue preparándose para su 1ª comunión, nutriéndose de un intenso amor a Dios y de un profundo horror por el pecado. Hasta que un día preguntó a su madre, deseosa de recibirla ya:

—Mamá, ¿cuándo tomaré la comunión? Quiero recibir ya a Jesús.

—¿Cómo vas a tomarla, si no has cumplido todavía los 11 años, ni te sabes el catecismo? Además, no sabes leer, y no tenemos dinero para comprarte el vestido, los zapatos y el velo. Y no tenemos ni un momento libre.

—Pues yo quiero tomarla ya.

—Y ¿qué quieres que haga? No puedo dejar que vayas a comulgar como una pequeña ignorante.

         Ante estas condiciones, María se comienza a preparar con la ayuda de una persona del lugar, y todo el pueblo le proporciona la ropa de comunión. De esta manera, recibió la eucaristía el 29 mayo 1902, con 12 años.

         La comunión constante acrecienta en ella el amor a la pureza, y la anima a tomar la resolución de conservar esa pureza a toda costa. Un día, tras haber oído un intercambio de frases deshonestas entre un muchacho y una de sus compañeras, le dice con indignación a su madre:

—Mamá, ¡qué mal habla esa niña!

—Procura no tomar parte nunca en esas conversaciones.

—No quiero ni pensarlo, mamá. Antes que hacerlo, preferiría morir.

         La palabra morir quedó entre sus labios, pues un mes después sucedería, tristemente, lo que ella sentenció.

         Al entrar al servicio del conde Mazzoleni, Luigi Goretti se había asociado con Giovanni Serenelli para que ambas familias viviesen bajo un mismo cobijo. Las 2 familias vivían en apartamentos separados, pero la cocina era común. El propio Luigi se arrepintió muchas veces de aquella unión con Giovanni Serenelli, pues era bebedor y carente de discreción en sus palabras.

         Tras la muerte de Luigi, Assunta y sus hijos habían caído bajo el yugo despótico de los Serenelli. A lo que había que sumar que Assunta pasaba largas temporadas en el campo, habiendo dejado la ocupación de la casa a María. Durante las comidas, María no se sentaba a la mesa hasta que no había servido a los Serenelli, y para ella se reservaba las sobras de la comida.

         Por su parte, Giovanni, cuya esposa había fallecido en el hospital psiquiátrico de Ancona, no se preocupaba para nada de su hijo mayor Alessandro, joven robusto de 19 años, que además era grosero y vicioso. Y de esta compañía de los Serenelli ya había alertado Luigi a su esposa Assunta, en su propio lecho de muerte: "Assunta, regresa a Corinaldo". Por desgracia, Assunta estaba endeudada, y comprometida por un contrato de arrendamiento.

         Así que Alessandro no tardó en empezar a hacer proposiciones deshonestas a la inocente María, que en un principio no comprendía lo que le decía.

         Más tarde, al adivinar las intenciones perversas del muchacho, la joven rechaza la adulación y las amenazas. Suplica a su madre que no la deje sola en casa, pero no se atreve a explicarle claramente las causas de su pánico, pues Alessandro la ha amenazado:

—Si le cuentas algo a tu madre, te mato.

         Su único recurso es la oración. La víspera de su muerte, María pide de nuevo llorando a su madre que no la deje sola, pero al no recibir más explicaciones, ésta lo considera un capricho y no concede ninguna importancia a aquella reiterada súplica.

         El 5 julio 1902, a unos 40 m. de la casa, están trillando las habas en la tierra. Alessandro lleva un carro arrastrado por bueyes, y lo hace girar una y otra vez sobre las habas extendidas en el suelo. Hacia las 15.00 h, en el momento en que María se encuentra sola en casa, Alessandro le dice:

—Assunta, ¿quiere hacer el favor de llevar un momento los bueyes por mí?

         Sin sospechar nada, la mujer lo hace, mientras que su hija María está sentada en el umbral de la cocina, remendando una camisa para los Serenelli y vigilando a la pequeña Teresina, que duerme a su lado. Entonces, Alessandro aparece por la cocina y le dice:

—¡María!

—¿Qué quieres?

—Sígueme.

—¿Para qué?

—¡Sígueme!

—Si no me dices lo que quieres, no te sigo.

         Ante semejante resistencia, el muchacho la agarra violentamente del brazo y la lleva consigo, atrancando la puerta. La niña grita, pero el ruido no llega hasta el exterior. Al no conseguir que la víctima se someta, Alessandro la amordaza y esgrime un puñal. María se pone a temblar, y el joven le arranca la ropa. María se deshace de la mordaza y se pone a gritar:

—No hagas eso, que es pecado. Irás al infierno.

         Poco cuidadoso del juicio de Dios, el desgraciado levanta el puñal:

—Si no te dejas, te mato.

         Ante la resistencia de la niña a patadas, Alessandro atraviesa a María a cuchilladas, que cae al suelo gritando:

—¡Dios mío! ¡Mamá!

         Creyéndola muerta, el asesino tira el cuchillo y abre la puerta para huir. Pero al oírla gemir de nuevo, vuelve sobre sus pasos y la traspasa otra vez a puñaladas, de parte a parte. Después, sube a encerrarse a su habitación. María recibe 14 heridas graves y queda inconsciente. Al recobrar el conocimiento, llama al señor Serenelli:

—¡Giovanni! Alessandro me ha matado.

         Casi al mismo tiempo, y despertada por el ruido, Teresina lanza un grito estridente, que su madre oye. Asustada, Assunta le dice a su hijo Mariano:

—Corre a buscar a María, y dile que Teresina la llama.

         En aquel momento, Giovanni Serenelli sube las escaleras, y al ver el horrible espectáculo que se presenta ante sus ojos, exclama:

—¡Assunta, y Mario, venid!

         Mario Cimarelli, un jornalero de la granja, trepa por la escalera a toda prisa. La madre llega también, y escucha los gemidos de María:

—¡Mamá, mamá! ¡Es Alessandro, que me ha hecho daño!

         Llaman al médico y a los guardias, que llegan a tiempo para impedir que los vecinos, muy excitados, den muerte a Alessandro en el acto.

         Al llegar al hospital, los médicos se sorprenden de que la niña todavía no haya sucumbido a las heridas, pues ha sido alcanzada en el pericardio, el corazón, el pulmón izquierdo, el diafragma y el intestino. Al diagnosticar que no tiene cura, llamaron al capellán. María se confiesa con toda claridad, y luego, durante 2 horas, los médicos la empiezan a coser, sin anestesia ni nada.

         María no se lamenta, y no deja de rezar y de ofrecer sus sufrimientos a la santísima Virgen. Su madre consigue permanecer a la cabecera de la cama. Y María aún tiene fuerzas para consolarla:

—Mamá, estoy bien. ¿Y mis hermanos?

         En un momento, María le dice a su madre:

—Mamá, dame una gota de agua.

—Mi pobre María, el médico no quiere, porque sería peor para ti.

         Extrañada, María sigue diciendo:

—¿Cómo es posible que no pueda beber ni una gota de agua?

         El sacerdote también está a su lado, asistiéndola paternalmente. En el momento de darle la comunión, le preguntó:

—María, ¿perdonas de todo corazón a tu asesino?

         Ella le respondió:

—Lo perdono por el amor de Jesús, y quiero que él también vaya al paraíso. Que Dios le perdone.

         Después de unos breves momentos, se le escucha decir: "Papá". Finalmente, María entra en la gloria inmensa del amor de Dios. Era el 6 julio 1902, a las 15.00 h.

         En el juicio por violación y asesinato, Alessandro confesó: "Me gustaba y la provoqué dos veces al mal, pero no pude conseguir nada. Hasta que, despechado, decidí utilizar el puñal". Por ello, fue condenado a 30 años de trabajos forzados. Aparentaba no sentir ningún remordimiento del crimen. Tanto que a veces se le escuchaba gritar: "¡Anímate, Serenelli, dentro de 29 años serás un burgués!".

         Unos años más tarde, Mons. Blandini, obispo de la diócesis donde estaba Alessandro en prisión, decide visitar al asesino para encaminarlo al arrepentimiento. A lo que el carcelero le dice: "Está perdiendo el tiempo, monseñor. ¡Es un duro!".

         Alessandro recibió al obispo refunfuñando, pero ante el recuerdo de María y de su heroico perdón, se deja alcanzar por la conversión. Después de salir el prelado, llora en la soledad de la celda, ante la estupefacción de los carceleros. Y después de tener un sueño donde se le aparece María, Alessandro decidió escribir a Mons. Blandino:

"Lamento sobre todo el crimen que cometí porque soy consciente de haberle quitado la vida a una pobre niña inocente que, hasta el último momento, quiso salvar su honor, sacrificándose antes que ceder a mi criminal voluntad. Pido perdón a Dios públicamente, y a la pobre familia, por el enorme crimen que cometí. Confío obtener también yo el perdón, como tantos otros en la tierra".

         Su sincero arrepentimiento y su buena conducta en el penal le devuelven la libertad 4 años antes de la expiración de la pena (con 45 años), y empieza a ocupar el puesto de hortelano en un convento de capuchinos, mostrando una conducta ejemplar.

         Gracias a su buena disposición, Alessandro fue llamado como testigo en el proceso de beatificación de María. Resultó algo muy delicado y penoso para él, pero confesó:

—Debo reparación, y debo hacer todo lo que esté en mi mano para su glorificación. Toda la culpa es mía. Me dejé llevar por la brutal pasión. Ella es una santa, una verdadera mártir.

         En la Navidad de 1937, Alessandro se dirigió a Corinaldo, lugar donde Assunta Goretti se había retirado con sus hijos. Lo hacía simplemente por reparación, y para pedir perdón personalmente a la madre de su víctima. Nada más llegar ante ella, le pregunta llorando:

—Assunta, ¿puede perdonarme?

—Si María te perdonó, balbucea... ¿cómo no voy a perdonarte yo?

         Ese mismo día de Navidad, los habitantes de Corinaldo se ven sorprendidos y emocionados al ver aproximarse a la mesa de la eucaristía, uno junto a otro, a Alessandro y a Assunta.

 Act: 06/07/24     @santoral mercabá        E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A