30 de Junio

Protomártires de Roma

Antonio Rubio
Mercabá, 30 junio 2024

         La fe cristiana llegó muy pronto a Roma, centro y capital del Imperio Romano. Ignoramos si lo hizo de la mano de los judíos procedentes de Jerusalén (evangelizados por Pedro) o de los griegos procedentes de Antioquía y del Asia Menor (evangelizados por Pablo). Pero lo que sí sabemos es que la fe se transmitió de boca en boca, entre los miembros de la misma familia y entre vecinos o soldados que compartían un mismo espacio social.

         Así como sabemos que el evangelio se divulgó a través de las calzadas romanas (que de los más remotos confines llegaban a Roma) y de las naves comerciales (que cruzaban regularmente las aguas del Mediterráneo), sus auténticos vehículos de difusión.

         La llegada de Pedro a Roma, hacia el año 43, significó el 1º paso adelante de aquella pequeña comunidad romana, a través de un proceso en que cada persona empezó a convertirse al cristianismo a nivel particular, y la gracia fue rematando la faena. Se trató de un proceso en que fue decisivo, sin duda, el bonus odor Christi (lit. ejemplaridad cristiana) de aquellos primeros cristianos, que reflejaban ante el resto de ciudadanos su profesional modo de trabajar, su generosidad y caridad para con todos, su austeridad de vida y su simpatía hacia las instituciones.

         Se trató de hombres y mujeres que, en medio de sus quehaceres diarios, trataron de vivir plenamente su adhesión a Cristo, abarcando paulatinamente todos los estratos de la sociedad: "Daniel era joven, José era esclavo, Aquila estaba al frente de un taller, Prisca era vendedora de púrpura, Aurelio era guardián de una prisión, Tulio era senador, Claudia estaba enferma"... Y sin embargo, nada de eso fue obstáculo para ninguno de ellos, y "todos brillaron por su virtud: hombres y mujeres, jóvenes y viejos, esclavos y libres, soldados y civiles".

         De la caridad y de la hospitalidad de los cristianos de Roma nos han dejado un precioso testimonio Hechos de los Apóstoles, al relatar la acogida que hicieron a Pablo cuando éste llegó prisionero a Roma. Los hermanos (dice Lucas), "al enterarse de nuestra llegada, vinieron desde allí a nuestro encuentro hasta el Foro Apio y Tres Tabernas". Al verlos, "Pablo dio gracias a Dios y cobró ánimos, sintiéndose confortado por dichas muestras de caridad fraterna".

         Los primeros cristianos de Roma no abandonaron sus quehaceres profesionales ni sociales (como harán algunos, 200 años después) por dedicarse a la oración ni exclusividad eclesial, sino que consideraron al mundo como parte integrante de su misión, e intentaron ser la sal y la luz que ese mundo necesitaba, con sus vidas y palabras. "Lo que es el alma para el cuerpo, eso son los cristianos en Roma", resumía un escritor de los primeros tiempos.

         Hoy celebramos el testimonio de aquellos primeros mártires romanos, que tuvieron que morir martirialmente como consecuencia del incendio de Roma del año 64. Una catástrofe que desencadenó la 1ª gran persecución, y que alcanzó a los mismos Pedro y Pablo y a "una gran multitud de elegidos que, padeciendo muchos suplicios y tormentos por envidia, fueron el mejor modelo entre nosotros", como leemos en un testimonio vivo de los primeros escritos cristianos.

         En concreto, Tácito especifica claramente los géneros de muerte que Nerón decidió aplicar a los cristianos: "A su suplicio se unió el escarnio, de manera que perecían desgarrados por los perros tras haberlos hecho cubrirse con pieles de fieras, o bien clavados en cruces, al caer el día, eran quemados de manera que sirvieran como iluminación durante la noche".

         Los obstáculos e incomprensiones con que se encontraban quienes se convertían a la fe no siempre les llevaron al martirio, pero con frecuencia experimentaron en sus vidas las palabras del Espíritu Santo que recoge la Escritura: "Todos los que aspiran a vivir piadosamente en Cristo Jesús, sufrirán persecución".

         A veces, esas actitudes enfrentadas de los paganos contra los seguidores de Jesús provenían de que aquéllos no podían soportar la lozanía y resplandor de la vida cristiana. Otras veces, quienes habían recibido la fe tenían el deber de abstenerse de las manifestaciones religiosas tradicionales, estrechamente ligadas a la vida pública, y consideradas incluso como exponentes de fidelidad cívica a Roma y al emperador. En consecuencia, los paganos que abrazaban el Cristianismo se exponían a sufrir incomprensiones y calumnias "por no ser como los demás".

         Tácito, por ejemplo, no expresa la menor simpatía por los cristianos, tal y como demuestran los calificativos que aparecen en el muchas veces citado pasaje: "ignominias", "execrable superstición", "atrocidades y vergüenzas", "odio al género humano", "culpables" y "merecedores del máximo castigo".

         Lo de menos es que fuera verdad o mentira que los cristianos hubieran incendiado Roma. Pues lo peor fue el odio que se había desatado, y el que todos fuesen condenados a muerte. Poco más de 30 años después de la crucifixión de Cristo, se cumplía el pronóstico del Maestro de que sus seguidores serían también perseguidos, y de que serían odiados por su causa.

         A pesar de las calumnias burdas, de las infamias y de su condena a muerte, los primeros cristianos de Roma no dejaron de hacer un proselitismo eficaz, dando a conocer a Cristo como un tesoro que ellos habían tenido la suerte de encontrar. Es más, su comportamiento sereno y alegre ante la contradicción, y ante la misma muerte, fue la causa de que muchos encontraran al Maestro.

         La sangre de los mártires de Roma, en aquella persecución del 64 al 67 d.C, fue semilla de cristianos, y la misma Iglesia de Roma, a pesar de perder tantos miles de fieles (padres, mujeres, niños, jóvenes...) siguió adelante y más fortalecida. Como escribía años más tarde Tertuliano: "Somos de ayer y ya hemos llenado el orbe y todas vuestras cosas: las ciudades, las islas, los poblados, las villas, las aldeas, el ejército, el palacio, el senado, el foro. A vosotros sólo hemos dejado los templos".

         Hoy se conmemora a los cristianos que sufrieron la 1ª persecución abierta contra la Iglesia, decretada por el emperador Nerón tras el incendio de Roma del 64. Y con la liturgia del día de su Misa, pedimos hoy: "Señor, Dios nuestro, que santificaste los comienzos de la Iglesia romana con la sangre abundante de los mártires, concédenos que su valentía en el combate nos infunda el espíritu de fortaleza y la santa alegría de la victoria, en este mundo nuestro que hemos de llevar hasta ti".

 Act: 30/06/24     @santoral mercabá        E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A