24 de Marzo
Santa Catalina de Suecia
Virgilio Bejarano
Mercabá, 24 marzo 2025Semblanza
Hoy día en Suecia no sólo son luteranos casi todos sus habitantes, sino que también la cultura y la vida llevan impreso el sello protestante, y los católicos representan sólo una exigua minoría. Sin embargo, Suecia perteneció a la Iglesia Romana hasta el s. XVI, y hasta esa fecha fatídica (de su apostasía protestante) produjo admirables frutos de fe, de devoción y de santidad, como es el caso de hoy: Santa Catalina de Suecia.
Nació el 1331 en Motala (Suecia), como 4ª hija de los 8 que tuvieron el príncipe Ulf Gudinarsson (noble y cristiano) y su esposa Birgitta Birgesdotter (Santa Brígida de Suecia). De niña, fue confiada Catalina a la educación cisterciense del Monasterio de Riseberga.
Por decisión paterna, fue casada Catalina a los 16 años con el virtuoso conde Lydersson van Kyren, a quien convenció para que le dejase vivir en virginidad, entregada a los ayunos y obras de caridad. El hermano mayor de Catalina (el príncipe Carlos, ligero y mundano) hizo todo lo posible por apartar a su hermana de esta vida de perfección, pero todo fue en vano, pues Catalina consiguió que su cuñada Gyda (la esposa de Carlos) también renunciara a la vida lujosa y disipada que llevaba.
A la muerte de su padre Ulf, su madre (Santa Brígida) marchó a Roma, y a Catalina le entró un ardiente deseo de acompañar a su madre. Con permiso de su marido (y pese a los intentos de su hermano Carlos, para que no se lo concediera), Catalina marchó a Roma en 1350, llegando a la Ciudad Eterna con 19 años. Aquel día, su madre no estaba en Roma, pero días después la encontró, providencialmente, hablando con el obispo Skanningese en la Iglesia de San Pedro.
Tras pasar la madre con su hija unos días, conociendo las calles de Roma, al fin convenció Brígida a Catalina para que volviese a Suecia.
Pero cuando despidió a su hija, Santa Brígida tuvo una revelación divina: que era precisamente su hija la colaboradora que Dios había designado para completar la obra que se traía entre manos: la fundación de la Orden del Santísimo Salvador. Y salió corriendo a su encuentro, preguntándole si, a pesar de su juventud, estaba dispuesta a pasar por Jesucristo penas y contrariedades.
Catalina le contestó afirmativamente, añadiendo que estaba dispuesta a seguir la voluntad divina, aunque para ello tuviera que dejar, no sólo su patria, amigos y parientes, sino a su mismo marido, a quien "amaba más que a su propio cuerpo". Pocos días después, la madre tuvo otra revelación: que su yerno, el conde Lydersson van Kyren, había fallecido en su Castillo de Suecia.
Catalina quedó invadida entonces por una gran depresión, y en medio de su tristeza sentía un gran amargor y desaliento, viéndose obligada a permanecer en casa mientras su madre y sus acompañantes visitaban las iglesias romana. Apareciósele entonces la Virgen María, ordenándole obediencia a su madre y a su director espiritual, y que abandonase la nostalgia de su tierra y amistades. Al mismo tiempo, la Santísima Virgen le prometía su poderosa protección si permanecía junto a su madre. Y así hizo Catalina.
En Roma vivieron Catalina y su madre la más estrecha pobreza voluntaria, ganándose el sustento con el trabajo de sus manos, visitando las iglesias, dedicándose a rudas penitencias y ayunos y a los ejercicios de piedad (especialmente la meditación en la pasión del Señor) y caridad (repartiendo limosnas a los menesterosos, y enseñando la doctrina a los extranjeros).
En medio de esta vida de santificación y mortificación, los biógrafos nos cuentan un hecho por el que se pone de relieve la ternura filial de Catalina. Ella y su madre dormían siempre sobre el santo suelo; pero cuando Santa Brígida se había dormido, su hija procuraba poner una almohada bajo la cabeza de su madre.
Catalina era joven y hermosa, y ambas cosas iban a acarrearle una serie de dificultades por parte de los numerosos pretendientes que surgieron entre los nobles romanos. Ella había confiado a San Sebastián la salvaguardia de su virginidad, y precisamente un día en que iba a la Iglesia de San Sebastián, salió a su encuentro un conde con intención de raptarla.
Mas la aparición de un inesperado gamo, al que sin más pensar intentó darle caza, distrajo al raptor. Este mismo conde intentó repetir su fechoría otro día en que Catalina se dirigía a la Iglesia de San Lorenzo Extramuros, mas en esta ocasión fue víctima de una ceguera repentina.
Un día, desesperada ya, quiso estropear la belleza de su rostro por medio de un ungüento repugnante y venenoso. Y cuando, oculta en el jardín de la casa romana en que vivía con su madre, iba a poner en obra su intención, le cayó sobre la cabeza una piedra de la pared hiriéndola gravemente. Mas Dios, que la había creado tan hermosa, no permitió que su belleza fuera destruida.
Pero Catalina hubo de permanecer encerrada en casa hasta curarse, mientras su madre y sus amigos iban a visitar las iglesias. Era una prueba más para ella, pero también uno de los medios de que se valía el Señor para su santificación.
Catalina y su madre realizaban peregrinaciones por toda Italia, con el fin de visitar los más famosos santuarios, y a través de viajes no exentos de peligros. Por ejemplo, encontrándose en Asís para visitar la Iglesia de San Francisco, fueron atacadas por una partida de bandidos, de los que milagrosamente consiguieron huir. También, juntamente con su madre, hizo Catalina la peregrinación a Tierra Santa (ca. 1373).
En Tierra Santa había enfermado Santa Brígida, y a su regreso a Roma falleció repentinamente, siendo enterrada en la Iglesia de San Lorenzo in Panisperna. Algún tiempo después, su hija Catalina, en compañía de su hermano Birger Ulfsson y sus amigos compatriotas (los obispos Skänninge y Alvastra), trasladaron a su tierra los restos mortales de Santa Brígida.
A su paso por los diversos países de Europa, el fúnebre cortejo iba cumpliendo una verdadera actividad misionera. Catalina dirigía a los pecadores saludables instrucciones, procuraba con sus hechos y palabras inspirar por doquier el santo temor de Dios, y al mismo tiempo daba a conocer las predicciones y revelaciones de su santa madre.
Después de haber atravesado toda Europa, embarcaron en Danzig para Suecia, tocando tierra en Soderkoping, en junio de 1374. El paso de los restos mortales de Santa Brígida a través de Suecia fue una procesión triunfal: los milagros florecían a su paso y las gentes acudían de todas partes a oír los sermones de Pedro de Alvastra. Santa Brígida fue enterrada en Vadstena el 4 de julio de aquel año, con gran solemnidad.
Después de haber enterrado a su madre, Catalina se encierra en el Monasterio de Vadstena (a orillas del lago Vättern), viviendo bajo la Regla que durante 25 años había practicado en Roma junto a su madre. Poco tiempo después, y a pesar de no ser ése su deseo, Catalina era elegida abadesa, e inició el constante peregrinar de su vida.
En efecto, en 1375 emprende de nuevo el largo y, en aquel tiempo, dificultosísimo viaje a Roma, esta vez con una doble finalidad: poner en marcha y activar el proceso de canonización de Santa Brígida, y conseguir del papa la aprobación de la Orden del Santísimo Salvador. En esta ocasión, Catalina permaneció en Roma 5 años.
La canonización de su madre se vio retrasada por el Cisma de Occidente, que entonces desgarraba a la catolicidad, y fue algo que no vio Catalina en vida. En cambio, consiguió de Urbano VI la aprobación de la Orden del Santísimo Salvador (el 3 diciembre 1378), al mismo tiempo se concedían a Vadstena las mismas indulgencias que las que podían lucir los peregrinos que visitaban la romana Iglesia de San Pedro ad Vincula.
En 1380 estaba Catalina en su amado retiro de Vadstena, donde murió el 24 marzo 1381, a los 49 años y después de 9 meses de penosa enfermedad, contra la cual no quiso tomar ninguna clase de medicinas (y en cuyo largo desarrollo dio numerosos ejemplos de humildad, mortificación y paciencia).
Catalina recibió a diario, durante los últimos 25 años de su vida, el Sacramento de la Penitencia, y lo mismo continuó haciendo en su última enfermedad. En cambio, y a causa de los vómitos de que iba acompañada la dolencia, se vio privada de la comunión dominical, si bien pudo recibir la comunión antes de morir.
El final de su vida no fue el final de su influencia. Apenas había exhalado Catalina el último suspiro, se vieron sobre su cuerpo luces que lo iluminaban maravillosamente, y durante varios días estuvo luciendo una brillante estrella sobre la casa donde estaban sus restos mortales, y en su entierro aparecieron innumerables luces delante y detrás del sarcófago, pero quienes las trajeron no se mostraron visibles.
Los funerales de Catalina fueron solemnemente celebrados por el arzobispo Birgen de Upsala y los obispos Nicolás de Linkoping (también elevado a los altares) y Tord de Stragnas, y honrados por la asistencia del príncipe Erik (hijo del rey de Suecia) y los más importantes personajes del reino sueco.
Si bien había sido Santa Brígida la autora de la Regla de la Orden del Salvador y su comentarista, fue su hija Catalina quien de veras la puso en práctica en Vadstena (organizando allí su 1º monasterio) y quien trabajó lo indecible hasta verla canónicamente aprobada. Efectivamente, la gran obra de Santa Catalina fue dejar asegurada la fundación de la Orden del Santísimo Salvador de monjas y frailes, bajo la jurisdicción de la abadesa de Vadstena.
Su finalidad principal era y sigue siendo alabar al Señor y a la Santísima Virgen según la liturgia de la Iglesia, ofrecer reparación por las ofensas cometidas contra la majestad divina y llevar, en la oración y la meditación (sobre todo en la meditación de la pasión del Señor), una vida perfecta para el honor de Dios y la salvación de las almas. La Orden llevó también a cabo, sobre todo al final de la Edad Media, una brillante obra cultural: los brigidinos tradujeron la Biblia a los idiomas escandinavos, y los monjes de Vadstena tuvieron la 1ª imprenta de Suecia.
En el s. XVI, una dama española (Marina de Escobar) dio un nuevo impulso a la rama española de la Orden (las Brígidas), que hoy perdura en España y en México. En Europa, por el contrario, la Orden sufrió mucho a consecuencia de la Reforma y de la Revolución Francesa, si bien sobrevivió en el bávaro Monasterio de Altomunster.
Pero la actividad exterior de Santa Catalina, de fundadora tenaz y de incansable peregrina (cuya influencia se dejó sentir incluso en los mismos papas), no era otra cosa que la manifestación de un alma ardiente llena de fe, de piedad y de fortaleza. Su figura se nos presenta en su juventud llena de encanto, lo mismo que resulta atractiva su figura de joven virgen y viuda, decidida a llevar en Roma una vida nada común, de gran humildad y pobreza.
Y más todavía, si cabe, nos admira la nueva Catalina que sale a luz después de la muerte de su madre Brígida: la hija devota y decidida que, sin regatear esfuerzos, traslada de Roma a Vadstena el cuerpo de su santa y admirada madre; la organizadora vigorosa y resuelta que dirige la suerte de Vadstena durante los primeros y más difíciles años de la fundación.
A todo ello habría que añadir que Catalina viaja a Roma y remueve incesantemente los estorbos que a su actividad se oponen, que lucha y vence, y que nos da ejemplo de superación de la dureza de esta vida. Sin duda todo, porque hizo de la meditación en la pasión del Señor, el centro de su vida, y porque, como dice una secuencia medieval de la santa: "Con alegría abrazó voluntariamente la cruz del Señor".
Para terminar diremos que la Orden del Santísimo Salvador, cuya fundación definitiva en la Edad Media fue la gran obra de Santa Catalina, ha sido restaurada en nuestros días, e incluso ha sido construido un nuevo monasterio en Vadstena, a la sombra misma de la famosa Blakyrka (Iglesia Azul), gracias a los desvelos de otra tenaz mujer sueca: la madre Isabel Hesselblad, fallecida en 1957. En Suecia, su amada tierra, y en otros países, las hermanas brigidinas continúan caminando sobre las huellas de las santas fundadoras. El espíritu de Santa Catalina no ha muerto.
Act: 24/03/25 @santoral mercabá
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