16 de Julio

Virgen del Carmen

Rafael López
Mercabá, 16 julio 2024

         Parece ser que Dios siempre ha tenido predilección por pregonar su ley desde la cúspide de las montañas, como hizo en el Sinaí, en el Nebo, en el Tabor, en el Gólgota. Pues bien, también María ha tenido a bien elegir su propio monte para mostrar en él su propia ley: el monte Carmelo, a partir de ahora el monte de María. 

         En efecto, el monte Carmelo, cuya belleza extraordinaria describe el Cantar de los Cantares, es de sabor netamente bíblico. Hay que subir hasta el libro de los Reyes para dar con su origen, y cuando damos con él nos encontramos con una montaña fértil y fecunda, junto al Mar Mediterráneo y como lugar donde se deslizó la vida del profeta Elías.

         Pero vayamos directos a la fiesta litúrgica de hoy, extendida por Benedicto XIII a toda la Iglesia (ca. 1726) y cuyo origen queda recogido en la propia narración bíblica, que se entreteje entre Elías, el Carmelo y María.

         El pueblo de Israel había vuelto a pecar, y Dios envió a Elías para castigarlo. Y Elías, en cuyo corazón y labios ardía el fuego del verdadero Dios, cerró el cielo con el poder de su oración, y durante 3,5 años no cayó ni una gota de agua sobre Israel. Arrepentido el pueblo, vuelve Elías a interceder por él, y el Señor escucha su oración.

         Entonces Elías sube a la cumbre del Carmelo, se postra en tierra y ora con fervor. Y manda a su criado que suba a su cumbre y mire desde ella hacia el mar, por espacio de 7 veces. Y a la 7ª, le dice Elías: "Divisase una nubecilla, pequeña como la palma de la mano de un hombre, la cual sube del mar". Y en brevísimo tiempo "cubrióse el cielo de nubes con viento, y cayó una gran lluvia".

         Algunos autores, sobre todo a partir del s. XIV, vieron en esta nubecilla (en figura o prototipo bíblico) a la Virgen Inmaculada, mediadora universal. Y así empezó a verlo la liturgia, y a celebrarlo los fieles y devotos del monte Carmelo, que empezaron a celebrar a María como "nubecilla del monte Carmelo".

         El monte Carmelo es una abultada y voluminosa montaña, que ha visto pasar a su vera los pueblos más diversos (cananeos, asirios, fenicios, hebreos...). A partir del Concilio de Calcedonia (ca. 451), los ermitaños del monte Carmelo levantaron una célebre capilla, que en el s. XI comenzó a ser lugar de peregrinación por parte de los peregrinos a Tierra Santa.

         Recientemente se han hecho excavaciones para buscar restos arqueológicos de esa venerada capilla. En marzo de 1958 el conocido arqueólogo Bagatti comenzó las excavaciones junto a la llamada Fuente de Elías, y unos meses después descubría los cimientos y parte de los muros de una capilla de 22 x 6 m, y junto a ella una pared de 2,5 m. de ancha, que parece ser restos del primitivo Monasterio de San Brocardo.

         Uniendo esos 3 aspectos del monte Carmelo (la ermita del s. V, las peregrinaciones del s. XI, la devoción a "María, nubecilla del monte Carmelo" del s. XIV) surgió la actual devoción a la Virgen del Carmen, que no viene sino a significar a María como "mediadora universal de todas las gracias" por su "divina maternidad corredentora". Esos son los orígenes, la historia, la liturgia y la espiritualidad del Carmelo.

         Tras la aprobación de la Regla carmelitana por Honorio III (ca. 1226), vinieron los carmelitas (ermitaños que en el s. XII se habían establecido en el monte Carmelo, a instancias y bajo Regla del obispo Alberto de Jerusalén) a Occidente. El pueblo los recibió como llovidos del cielo, y ellos decían que se llamaban "hermanos de la Virgen María del monte Carmelo".

         Pero para algunos príncipes y clero de Europa, eso no fue así. Y pronto comenzó una negra persecución contra ellos. El general de la Orden Carmelitana, San Simón Stock, acudió a finales del s. XII al monte Carmelo para pedir a la Virgen que viniera en auxilio de su orden. Y he aquí que la Virgen "se le apareció y le entregó un escapulario", como dicen las crónicas de la época:

"San Simón de Inglaterra, 6º general de la orden, suplicaba todos los días a la gloriosísima madre de Dios que diera alguna muestra de su protección a la Orden de los Carmelitas, que gozaban del singular título de la Virgen, diciendo con todo el fervor de su alma estas palabras: Flor del Carmelo, vid florida, esplendor del cielo, Virgen fecunda y singular, oh madre dulce, de varón no conocida, a los carmelitas da privilegios, estrella del mar".

         Según describe el propio San Simón Stock, la Virgen se le apareció "acompañada de una multitud de ángeles, llevando en sus benditas manos un escapulario y diciendo estas palabras: Este será privilegio para ti y todos los carmelitas. Quien muera con él no padecerá el fuego eterno, y quien muera con él se salvará".

         Desde este momento, comienza María a obrar prodigios por medio del escapulario, y a propagarse éste entre ricos y pobres, nobles y plebeyos, hombres y mujeres, llevando todos sobre el pecho el "escudo invulnerable de María, contra todos los dardos del infierno".

         Algunos escritores dudaron de la historicidad de la aparición y de la entrega del escapulario, y a ellos tuvo que hacer frente el paciente investigador Xiberta, después de estudiar detenidamente el asunto:

"Creo que, después de la paciente búsqueda y examen de los documentos, las tesis formuladas contra la historicidad del escapulario se han derrumbado una tras otra. Es más, me atrevo a afirmar que la visión de San Simón Stock, en la que se funda la devoción al escapulario, está autorizada y avalada por tales documentos históricos, que apenas se puede aspirar a más. Niegue quien quiera la historicidad de la visión de San Simón Stock; pero cuide de despreciar nada con la vana confianza de que obra así movido por documentos históricos".

         El Carmelo, por privilegio especial, tiene como rito propio aquel que se usaba en el Santo Sepulcro de Jerusalén durante la época de las cruzadas.

         Con todo, aunque se llegase a poder negar la historicidad de la visión y entrega, aun así tendría idéntico valor el escapulario y la devoción del Carmen porque se lo ha dado repetidas veces la Iglesia al aprobarlo, fomentarlo y recibirlo en su liturgia.

         Como el Carmelo, por su origen, evolución, finalidad, espiritualidad y legislación, está consagrado a María, no tardó en llenar de profundo marianismo su liturgia: ayunos en las vigilias de sus fiestas, comunión en las mismas, oficio parvo, Salve Regina muchas veces al día, misas en su honor, festividades nuevas, iglesias y conventos a ella dedicados, etc.

         Durante este tiempo había gran libertad para introducir y suprimir en la liturgia. El Carmelo desde un principio celebró como fiesta patronal de la Orden Carmelitana una fiesta mariana. Según épocas y regiones, fueron sobre todo las fiestas de la Asunción y la Inmaculada Concepción las más celebradas.

         Juan Bacontorp cuenta que en el s. XIV, cuando la curia romana residía en Avignon, el papa y la curia cardenalicia asistían el 8 de diciembre a la fiesta de la Inmaculada en la Iglesia de los Carmelitas, igual que lo hacían el día de San Francisco en la de los franciscanos y el de Santo Domingo en los padres dominicos.

         En algunas partes, sobre todo en Inglaterra, quizás poco después de la entrega del escapulario, se introdujo una nueva festividad mariana: "La solemne conmemoración de la bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo".

         Esta fiesta fue extendiéndose de día en día, hasta que al reunirse la Orden Carmelita en Capítulo General (ca. 1609), se preguntó a todos los gremiales qué festividad es la que debía tenerse como titular de la orden. Y todos, unánimemente, contestaron: "La bienaventurada Virgen María del monte Carmelo".

         Comenzó esta fiesta como fiesta de familia. Pero con la expansión del escapulario, desde todas partes y en todo tipo de personas empezó a pedirse a la Santa Sede que también en sus iglesias se pudiese celebrar dicha festividad.

         España fue la 1ª en obtener del papa Clemente X (ca. 1674) el permiso para celebrar esta festividad en todos sus dominios (España, América, el Pacífico y Oceanía). A esta petición siguieron otras muchas, hasta que el 24 septiembre 1726 Benedicto XIII la extendía a toda la cristiandad, con rito doble mayor y con la misma oración y lecciones para el 2º nocturno (que desde el siglo anterior rezaban ya los religiosos carmelitas).

         Hoy la fiesta del Carmen, en muchas partes del mundo católico, es considerada como fiesta casi de precepto. En las naciones latinas sobre todo se le profesa una tierna y profunda devoción, y es el escapulario del Carmen la enseña que con devoción y amor cubre el pecho de todos los auténticos católicos.

         La fisonomía de la fiesta del Carmen es algo diferente de la de otras festividades marianas, pues como el Martirologio sintetiza: "Conmemoración de la bienaventurada Virgen María del monte Carmelo, a la cual la familia carmelitana consagra este día por los innumerables beneficios recibidos de la misma Santísima Virgen, en señal de servidumbre".

         La fiesta del Carmen es como el tributo de amor que el Carmelo (todos los hijos de María que llevan su vestido) le ofrecen anualmente en señal de acatamiento y gratitud. El 16 de julio canta los inmensos favores que María ha derramado a través de los siglos sobre su Orden Carmelitana y sobre sus más fieles hijos, y a la vez la consagración y total entrega del Carmelo a María. Con este espíritu celebran los carmelitas su fiesta y con estos sentimientos la celebraron los santos y debemos celebrarla nosotros.

         El contenido doctrinal de esta fiesta es muy rico y a la vez profundamente dogmático y espiritual, igual que el de las grandes fiestas marianas del ciclo litúrgico, con las cuales se compenetra íntimamente. La idea dominante de esta festividad no es otra que la acción maravillosa de María sobre el Carmelo, es decir, su "realeza universal" como "mediadora de todas las gracias", igual que la Iglesia la celebra el día de la Asunción.

         La advocación del Carmelo es sumamente grata a María y al pueblo. Gruesos volúmenes se hallan publicados ya desde sus remotos orígenes que recogen los prodigios obrados en mar, tierra y aire al ser invocada bajo la simpática advocación de nuestra Señora del Carmen.

         No hay que olvidar tampoco las 2 últimas apariciones de María. La 18ª y última visita que hace María a Santa Bernardita en la gruta de Lourdes la reservaba para el día 16 julio 1858, a pesar de que desde la 17ª habían pasados días muy señalados. Y el 13 octubre 1917, a los 3 pastorcitos de Fátima, se les aparece por 6ª y última vez vestida con el hábito marrón y capa blanca carmelitanas.

         Que sea devoción sumamente grata al pueblo también es una verdad demasiado clara. Hay devociones que necesitan quien las fomente y propague, languideciendo rápidamente cuando les faltan estos apóstoles. No es así la del Carmen o del escapulario. Ella, por sí sola, con sus prodigios y sus privilegios, se extiende y propaga.

         Con todo, no hay que confundirlo. La devoción del escapulario no debe propagarse sólo por razón de sus privilegios, ya que ésta sería una devoción falsa o imperfecta. La razón de los privilegios no es sino para fomentar el amor de caridad a Jesús y a María.

         El valor principal de la devoción del Carmen no está en los prodigios a que hemos aludido ni en los privilegios que veremos, sino en su profundo valor espiritual o ascético, en orden a nuestra santificación. Es decir, el escapulario debe ayudarnos a vivir nuestra total consagración a Jesús por María en su servicio y en su presencia, en su unión e imitación.

         La devoción al escapulario continúa siendo la devoción característica y propia de las familias cristianas. ¿Y por qué? Porque su poderoso valimiento llega a los momentos más difíciles de la vida, a la hora cumbre de la muerte, y, traspasando los umbrales de acá, no se da descanso hasta el mismo purgatorio, de donde saca a las almas que le fueron devotas y vistieron en vida el escapulario. Estas son sus credenciales: "En la vida protejo, en la muerte ayudo y después de la muerte salvo".

         Se halla tan extendida esta devoción entre el pueblo cristiano, que el historiador Zimmerman ha podido escribir: "La Cofradía del Escapulario es la más numerosa asociación del mundo, después de la Iglesia católica".

         Verdad histórica que coincide con lo que escribía en su obra póstuma María Santísima el card. Gomá: "Nadie ignora lo extendida que está por todo el pueblo cristiano, en todas partes, y con qué profundo arraigo, la devoción a la santísima Virgen del Carmen, de tal forma que a esta devoción podemos llamarla por antonomasia devoción católica".

         El 19 abril 1901, y por decreto de la reina regente María Cristina de España, publicaba La Gaceta una extensa real orden por la cual declaraba a la santísima Virgen del monte Carmelo "patrona y titular de la marina de guerra", así como ya lo era de la marina mercante.

         El escapulario del Carmen, vestido y sacramental de María, es el instrumento o imán que atrae a los hombres hacia esta devoción. Con ocasión del VII centenario de la entrega de esta dádiva mariana se sintetizaron los más importantes privilegios del escapulario:

-vivir la misma vida de María,
-vestir su mismo vestido,
-disfrutar de un amparo especial, por estar a ella consagrados.

         Por eso la devoción del escapulario del Carmen es "la primera entre las devociones marianas", como recordó Pío XII el 11 febrero 1950, pues "además de ser muy grata a María, es sumamente ventajosa al que la practica". Pocas devociones, de hecho, tienen prometidas tantas y tan señaladas gracias. He aquí las 2 principales:

-1ª morir en gracia de Dios. Es la gran promesa que hizo la Virgen a Simón Stock en 1251;
-2ª salir del purgatorio lo antes posible. Así lo dijo la Virgen a Juan XXII (ca. 1322), y en eso consiste el llamado privilegio sabatino.

         Para hacerse acreedor a estos privilegios son necesarias algunas condiciones:

-estar inscrito en la cofradía del Carmen,
-vestir el hábito noche y día,
-guardar castidad según cada estado,
-rezar el oficio parvo,
-g
uardar abstinencia.

         Quien viste el escapulario del Carmen se hace acreedor de todas las gracias que los papas han ido otorgando a la Orden del Carmen. Y pasa a participar, de forma directa, de todas las oraciones y penitencias que hacen los y las carmelitas a lo largo de todo el mundo.

         Ante programa tan halagador, ¿quién será capaz de negarse a esta milicia? La imposición del escapulario constituye el acto más elocuente y real de nuestra consagración a la santísima Virgen. Por el escapulario se vive íntima y continuamente consagrado a María. Por él pertenecemos a María, y vestimos su mismo ropaje. Y por ello debemos vivir su misma vida.

         Para que los efectos de consagración duren noche y día, hoy y mañana y hasta el fin de nuestra existencia sobre la tierra, ¿puede darse un medio más apropiado y eficaz que el escapulario del Carmen? Así lo decía Pío XII en el magnífico documento que sobre el escapulario regalaba al mundo el 11 febrero 1950:

"Todos los carmelitas, tanto los que militan en los claustros de la 1ª y 2ª orden, como los afiliados a la 3ª orden (regular o secular) y los asociados a las cofradías del Carmen, reconozcan en este memorial de la Virgen un espejo de humildad y castidad. Vean en la forma sencilla de su hechura un compendio de modestia y candor; vean en esta librea que visten día y noche la oración con la cual invocan el auxilio divino. Y reconozcan en ella su consagración al corazón de la Virgen Inmaculada, por nos recientemente recomendada".

         Devolvamos el valor a esta sólida devoción, que el mundo ha olvidado por alejarse tanto. Que los lazos del escapulario del Carmen simbolicen nuestra vuelta a la casa del Padre, nuestra sumisión a sus mandatos, nuestra unión familiar, nacional e internacional. Que el vestido de María cubra las desnudeces vergonzantes de la sangrante y llagada humanidad.

 Act: 16/07/24     @santoral mercabá        E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A