15 de Julio

San Buenaventura de Bagnoregio

Juan Meseguer
Mercabá, 15 julio 2024

         Nació en 1217 en Bagnoregio (Viterbo) con el nombre Juan Fidanza, siendo consagrado por su madre en 1221 a San Francisco de Asís (fallecido 13 años antes) cuando ni siquiera su padre (que era médico) logró salvarlo de una grave enfermedad.

         Llegado a los umbrales de la juventud, se afilió a la Orden Franciscana, y en 1236 fue enviado por ésta a la Universidad de París, donde se licenció en Artes (ca. 1242) y Teología (ca. 1248), y en 1253 obtuvo su doctorado con su tesis Cuestiones sobre el Conocimiento de Cristo.

         Sus cualidades de mente y corazón atrajeron pronto en París la simpatía y admiración de sus maestros y condiscípulos, y Alejandro de Hales llegó a decir de él que "parecía no haber pecado Adán en Buenaventura". Durante un decenio enseñó en la Universidad de París, con aplauso unánime de todos. Y cuando apenas contaba 36 años, el Capítulo General de Roma de la Orden Franciscana le eligió para su ministro general, el 2 febrero 1257.

         A lo largo de 18 años viajará incansable Buenaventura a través de Francia, Italia, Alemania y España, celebrando capítulos provinciales y proveyendo con clarividencia a las necesidades de la Orden, en cuanto a legislación, estudios y observancia de la Regla franciscana (para la que señaló el justo término medio, equidistante del rigorismo y de la relajación).

         Sus normas de gobierno son en lo sustancial válidas aún hoy, y con toda razón puede llamársele el 2º fundador de la Orden de San Francisco (del que escribió una biografía modélica, por la serenidad crítica, amor filial y arte literario).

         Predicaba con frecuencia Buenaventura impulsado de su celo y por el bien de las almas. Papas y reyes, universidades y corporaciones culturales, y congregaciones religiosas de ambos sexos, eran sus auditorios. Los papas le distinguieron con aprecio, consultándole sobre asuntos graves del gobierno de la Iglesia.

         Fue nombrado cardenal por Gregorio X, y bajo misión pontificia preparó el Concilio II de Lyon (ca. 1271), consiguiendo en él la unión de los griegos disidentes a la Iglesia de Roma. Fue el remate glorioso de una vida entregada al bien de la Iglesia y de su Orden.

         Pocos años después, el 15  julio 1274, entregaba Buenaventura su alma a Dios, tras haber irradiado por todas partes el irresistible encanto de su personalidad. Esto sucedía en Lyon, y Gregorio X ordenaba a todos los sacerdotes del mundo decir una misa por su alma, como caso único ocurrido en la historia.

         Y si fue ingente la acción de Buenaventura como hombre de gobierno (como se ve en sus 11 gruesos volúmenes in folio al respecto), no fue inferior la que desarrolló en el aspecto científico, desde aquellos años de docencia en París en los que había empezado a escribir sus comentarios a la Biblia y a las Sentencias de Pedro Lombardo.

         En cuanto a sus obras teológicas, nos quedan apologías en que defiende la perfección evangélica y centenares de sermones y opúsculos místicos. Es el caso del Itinerario del alma a Dios, una joya inapreciable de la mística universal. En cuanto a sus obras cristológicas, hallamos la síntesis definitiva del agustinismo medieval y su idea de Cristo (centro de la creación), todo ello presentado con claridad y precisión escolásticas, a la par que un estilo armonioso y elegante.

         Sobre el resto de cualidades de sus escritos, resalta la "peculiar fuerza divina" que Sixto IV descubre en sus obras, capaces de "arrastrar y enfervorizar a las almas". Y no podía ser de otra manera, ya que la ciencia bonaventuriana no es frío ejercicio de la inteligencia, sino unción espiritual y amor por la ciencia sagrada, vivida y practicada.

         Buenaventura no fue sólo un buen teólogo, que daba razón adecuada de los fenómenos con profundos conocimientos. Sino que trató de ser un varón experimentado, que ha vivido lo que analiza. Se juntaban así en sus obras, por tanto, la ciencia con la experiencia.

         En cuanto a su actividad como general de la Orden Franciscana, fue ascendiendo Buenaventura por las vías de la santidad, hasta su cumbre más cimera. Mas no vaya a creerse que eso fue siempre así, pues antes de pisar las alturas tuvo el Doctor Seráfico que mantener recias luchas consigo mismo, y con sus torcidas inclinaciones.

         Nada más aleccionador que el Memoriales de Perfección que escribió para sus hijos franciscanos, breve código ascético de inestimable valor autobiográfico (a la hora de explicar sus esfuerzos por desligar su corazón de todo afecto desordenado, y lograr progresar en la virtud).

         En cuanto a sus virtudes que inculcó a sus frailes, están la humildad y la pobreza, la oración, la mortificación y la paciencia. Una ingenua leyenda nos lo muestra lavando la vajilla conventual en el preciso momento en que llegan los enviados del papa con las insignias cardenalicias. Si el hecho es o no real, es aquí lo de menos, pues lo que sí simboliza es exactamente la humildad de Buenaventura, a la hora de compaginar sus obligaciones caseras y los mayores honores.

         En el desempeño de su cargo brillaron su prudencia, su humilde llaneza y su amor de padre, que siempre atendía a sus súbditos en cualquiera de las categorías en que se encontrasen.

         En cuanto a su espiritualidad personal, puso todo su empeño en imitar a Cristo, camino del alma. La pasión de Cristo fue el objeto preferido de sus meditaciones, yodos los días dedicaba un obsequio especial a la Virgen Santísima (ordenando a sus religiosos que predicasen al pueblo la piadosa costumbre del Angelus). Tener devoción a María equivalía para Buenaventura en imitarla, en su pureza y humildad.

         El papa Sixto IV canonizó a Buenaventura en 1482. En 1588 fue proclamado doctor de la Iglesia por Sixto V, asignándole el título de doctor seráfico. León XIII le declaró príncipe de la mística, y Pío XII recogía las palabras de Buenaventura a la hora de unir el estudio con la práctica y la unción espiritual.

         Vasta fue la actividad de San Buenaventura como sacerdote, como prelado y como sabio. Pero ni la ciencia ni la acción secaron su espíritu. Espoleado de abrasante amor a Dios y al prójimo, vivió una intensa vida interior, savia que empapaba toda su actividad de efluvios sobrenaturales. Y ese fue el secreto de todo su dinamismo sobrenatural: una robusta vida interior.

 Act: 15/07/24     @santoral mercabá        E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A