No olvidar el cuidado y cariño a los ancianos

Kampala,.2.enero.2023
Arzob.
.Paul.Semogerere,.primado.de.Uganda

          Queridos hermanos y hermanas en Cristo, os doy la bienvenida a esta celebración del santo sacrificio de la Misa. El evangelio de hoy nos dice que, cuando el Señor está presente, la situación nunca es la misma. Y a continuación pasa a narrar el milagro de la multiplicación del pan y del pescado, un milagro que manifiesta el cuidado providencial de Dios en toda situación que pueda parecer desesperada. Efectivamente, la presencia del Señor en medio de esa comunidad hambrienta es lo que transforma una situación desesperada en una situación gozosa, en la que la gente come y se sacia.

          Queridos ancianos y abuelos, reunidos en este día de los abuelos y ancianos: la situación puede parecer difícil, especialmente durante esta pandemia, pero el Señor nos promete su presencia permanente, y nos ayudará a superar estos desafíos mediante su providencia.

          El Santo Padre eligió como lema para este día de los abuelos el lema "Yo estaré siempre con vosotros" (Mt 28, 20). Y lo hizo para resaltar el hecho de que los abuelos y los ancianos nunca deben desesperarse, por muchas que sean las dificultades que puedan experimentar en la vida.

          Muchos ancianos y abuelos enfrentan desafíos como el aislamiento y la marginación social, el abandono, la soledad y la disminución de los contactos sociales. Muchos ancianos enferman, algunos fallecen, y muchos viven largos períodos de soledad. Pues bien, en esta situación el Santo Padre os dice que "toda la Iglesia está cerca de vosotros, os cuida, os ama y no quiere dejaros solos". Y lo más importante, el Señor está cerca de ti, porque él nos ha hecho esta promesa: "Yo estaré siempre con vosotros".

          Hoy en día existe una percepción creciente de la vejez como un período de decadencia e inadecuada vida social. Sin embargo la Iglesia quiere subrayar que los ancianos tienen su propia contribución a la sociedad, y que sus vidas pueden ser aún fructíferas, especialmente si se logran crean las condiciones para desarrollar su gran potencial.

          En 1º lugar, ellos son los guardianes de la memoria compartida. Nuestros abuelos son los guardianes de las tradiciones que crearon quienes nos precedieron, y que hoy todos compartimos. Ellos son los intérpretes de los valores e ideales que hoy día guían la vida en sociedad. Y por eso excluir a los ancianos supone cerrar la interpretación del pasado. Una sociedad que niega su pasado es como un árbol sin raíces, que pronto se seca. Y una sociedad que minimiza su sentido de la historia, o ignora el pasado, corre el riesgo de volver a repetir los mismos errores. Nuestros mayores y abuelos son encarnaciones vivas del pasado, y de ahí su importancia en la sociedad.

          En 2º lugar, ellos transmiten valores a las jóvenes generaciones. Nuestros mayores son los más capacitados para definir el presente y describírselo a las jóvenes generaciones. Ellos conocen la sabiduría de los antiguos, y por eso son un vehículo hacia la sabiduría y los que mejor pueden dirigir a la juventud. En especial, ellos son los más capacitados para transmitir los valores religiosos, porque como dice el salmista:

"Tú me enseñaste, oh Dios, desde mi juventud, y hasta el presente anuncio tus maravillas. Y ahora que estoy viejo y canoso, oh Dios, no me desampares, para que pueda proclamar tu poder a todas las generaciones venideras" (Sal 71, 17-18).

          En la vejez, pues, todos estamos llamados a ser anunciadores, y no sólo de la sabiduría de nuestros antepasados sino también de los valores de la fe, en especial a las jóvenes generaciones.

          En 3º lugar, ellos son los que saben rezar. Cuando el papa emérito Benedicto XVI renunció a su pontificado, indicó que continuaría sirviendo a la Iglesia a través de una vida dedicada a la oración. Como cristianos, todos estamos llamados a una vida de oración, pero el período de la vejez es más apto para ello por su recogimiento. No es de extrañar que, cuando Jesús fue presentado en el templo (Lc 2, 22-40), fuesen dos ancianos los que reconocieron en él al mesías: Simeón, que proclamó el Nunc Dimittis ("Señor, deja ya partir a tu siervo en paz"; Lc 2,29) y Ana, "una viuda de ochenta y cuatro años" (Lc 2, 38).

          Como ancianos y abuelos, estamos llamados a vivir una vida cimentada en Dios y en la oración, porque la única manera de seguir viviendo bien, y seguir siendo fructíferos en la vejez, es vivir en Dios. Es por eso que el Salmo 92 dice: "El justo florecerá como la palmera, y crecerá como un cedro del Líbano. Y aún cuando sea viejo seguirá dando fruto, como lleno de savia verde". Permanezcamos cerca del Señor especialmente en la oración.

          Con respecto a los ancianos y abuelos, el libro de Levítico da este mandato: "Levántate en presencia del que tiene canas, y honra la persona del anciano" (Lv 19, 32). Como sociedad, y especialmente la generación más joven, estamos llamados a honrar a los ancianos y abuelos, valorándolos y ayudándoles.

          En 1º lugar, acogiéndolos y aprovechando sus cualidades. Los mayores son enciclopedias vivientes de sabiduría, y guardianes de vastos tesoros de experiencias humanas y espirituales. Y por eso las generaciones más jóvenes están invitadas a acercarse a los ancianos. Al acoger a las personas mayores, la generación más joven podrá fomentar la cooperación intergeneracional, y eso es muy importante para el progreso de una sociedad. En su exhortación Christus Vivit (n. 191), y al hablar de la relación entre la generación más joven y los ancianos, el papa Francisco I dice:

"El mundo nunca se ha beneficiado, ni se beneficiará nunca, de una ruptura entre generaciones. Cuando existen relaciones intergeneracionales, una memoria colectiva está presente en las comunidades, ya que cada generación retoma las enseñanzas de sus antecesoras y a su vez entrega este legado a sus sucesoras".

          En 2º lugar, ayudándoles. El cap. 3 del libro del Eclesiástico hace una sentida exhortación en favor de los padres, especialmente en su vejez. Y concluye con una gravísima afirmación: "Quien abandona a un padre no es mejor que un blasfemo, y quien aflige a una madre es anatema del Señor". Las generaciones más jóvenes están llamadas a ayudar a los ancianos y abuelos, especialmente a los que están enfermos y frágiles o necesitan una atención especial. Deben ayudarles en su camino hacia la recuperación, sobre todo con el cariño y la alegría.

          Agradecemos a aquellas personas de buena voluntad que generosamente han contribuido al bienestar de las personas mayores, a través de donaciones de alimentos u otros artículos. De manera especial agradecemos a las Oficinas de la Juventud de las diversas áreas de nuestra diócesis de Kampala, cuyos jóvenes animaron y cuidaron a los ancianos más dispersos durante la pandemia del Coronavirus. A todos los jóvenes que están cuidando a los ancianos les digo: ¡gracias! Gracias por vuestro cuidado y preocupación, y ¡que el Señor os recompense abundantemente! Que el Señor esté con todos vosotros.

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  Act: 02/01/23         @primados de la iglesia            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A