Jesucristo, el Hijo de Dios


Jesucristo, salvador del hombre en todos los rincones del mundo

Zamora, 1 enero 2024
Antonio Fernández, licenciado en Filosofía

          Son innumerables los cronistas que hablaron de Jesucristo, desde los cronistas romanos (Plinio, Tácito, Suetonio, Decio...) hasta los cronistas judíos (sobre todo Flavio Josefo). Y todos ellos aludiendo a su condición de Mesías (Christos) o Hijo de Dios.

          En efecto, sabemos que Jesucristo nació en Belén el año 3 a.C, durante la llamada Pax Augusta, y que "fue condenado a muerte por Poncio Pilato, procurador de Judea en el reinado de Tiberio" (año 30 d.C). Tácito, historiador romano del s. II, da fe ello, y junto a él lo hacen otros escritores de la época, como Luciano (que se refiere al "sofista crucificado empeñado en demostrar que todos los hombres son iguales y hermanos"). Pero sobre todo tenemos el testimonio de cuantos lo conocieron, que no dudaron en decir que "todo lo hizo bien", y que ellos fueron "testigos de su resurrección".

          A muchos de estos últimos les costó la vida dar tal testimonio. Pero mucho antes de que todo esto sucediera, ya estaba escrito por el propio pueblo judío, muchos siglos atrás:

"Serán benditas en ti todas las familias de la Tierra" (Gn 12, 3).
"Fue suyo el señorío de la gloria y del imperio. Todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su dominio es eterno y no acabará nunca, y su imperio nunca desaparecerá" (Dn 7, 14).
"Oh Belén de Judá, de ti saldrá quien señoreará de Israel, y se afirmará con la fortaleza de Yahveh. Con él habrá seguridad, porque su prestigio se extenderá hasta los confines de la tierra" (Miq 5, 2).
"Brotará una vara del tronco de Jesé, y retoñará de sus raíces un vástago sobre el que reposará el espíritu de Yahveh. Un espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de entendimiento y de temor de Yaveh. No juzgará por vista de ojos ni argüirá por lo que oye, sino que juzgará en justicia al pobre, y en equidad a los humildes de la tierra" (Is 11 ,1-5).
"Nos habrá nacido un niño, nos habrá sido dado un hijo, que tendrá sobre sus hombros la soberanía y que será llamado maravilloso consejero, Dios fuerte, padre sempiterno, príncipe de la paz" (Is 9, 6).

          El prestigio de Jesucristo ha llegado ya a todos los confines de la tierra. Y hoy en todo el mundo se repite que "todo lo hizo bien" porque, efectivamente, "sobre él reposó el espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de entendimiento y de temor de Dios". Un Jesucristo que no se dejó guiar por las apariencias, sino que supo leer en el fondo de los corazones, juzgando en justicia a todos los hombres.

          Jesucristo nació de una mujer (María de Nazaret), y perteneció a la sociedad de su época (el Imperio Romano), y de sus problemas se hizo partícipe. Y su apasionada práctica del bien, y una muerte absolutamente inmerecida (pero ofrecida al Padre por todos los crímenes y malevolencias de la humanidad), mostró para muchos "el camino, la verdad y la vida", e iluminó la acción diaria para muchos de ellos.

          Desde que Jesucristo vivió, murió y resucitó, los hombres contamos con la presencia histórica de la gracia como real proyección del favor de Dios. Un valioso alimento que desvanece las angustias y da energías para mantener con tenacidad una actitud de continua laboriosidad, de fortaleza, de amor y de fe. Por la presencia histórica de la gracia de Jesucristo, y con el trabajo enamorado que nace del compromiso por seguir los pasos de Cristo, se abre el camino a la más fecunda proyección social de las propias facultades.

          Gracias a su vida, muerte y resurrección, Jesucristo proyectó sobre cuanto existe la personalidad de un Dios que se hizo hombre. Desde entonces, todos cuantos quisieron pudieron incorporarse a su equipo, a través de una continua entrega personal y una continua expresión de acción solidaria.

          Jesucristo sigue vivo entre nosotros como puente y testigo entre la eternidad y el tiempo, como luz que rompe los dominios de la oscuridad absoluta. Algo así han sentido y sienten sus seguidores, desde aquel cuadro de Holbein representando a Cristo yacente (lívido y con signos de próxima descomposición) hasta aquella sensibilidad de Dostoievski que estalló en rebeldía.

          Porque son muchos los que, como Dostoievski, descubren la apabullante lógica de "perderse en Cristo para lograr la cumbre de la propia personalidad", a través de la proyección social de las propias facultades y a través de una acción en equipo capaz de hacer crecer el amor en la tierra.

.

 Act: 01/01/24          @noticias del mundo             E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A