Con la historia no se pacta
“Un funeral es un honor
que yo concedo con gran generosidad”. Es una frase de la siempre
aprovechable historia política inglesa, y con ella se quiere decir, que al
enemigo político muerto hay que tratarle con más incienso aún que al
correligionario fallecido. Los muertos han dejado de molestar.
Pero al progresismo
imperante, por el contrario, le molestan hasta los muertos. Especialmente si son
muertos cristianos. Supongo que suponen que, desde la sepultura, aún pueden
seguir provocando. Está claro, hay que pararles los pies. Y para eso está El
País, naturalmente. En su edición del lunes 10, el diario más vendido de España
publica un artículo de un autotitulado “Historiador de la ciencia”, de nombre
Alfredo Quiroga, sobre la figura de José María Albareda, fundador del CSIC, es decir, la instancia oficial
de la investigación en España, que el susodicho dirigió desde 1939 hasta 1966.
Su título era Albareda y el laboratorio de Dios.
Dice don Alfredo que,
con motivo del aniversario de Albareda, la propaganda nacional católica
está lanzando un auténtico ditirambo de Albareda, y que él está dispuesto
a que tal cosa no ocurra, dado que con la historia no se pacta. No
había percibido ese resurgir de la propaganda nacional-católica, pero al parecer
es así. Y también es así que don Alfredo nos recuerde que “la
renovación científica y cultural emprendida por las fuerzas sociales más
progresistas (es decir, por la II República española) fue abolida por las armas”,
bajo el nuevo régimen, que implantó el “nacionalismo conservador católico, la
intolerancia ideológica y el revanchismo”.
Aún más, nos recuerda
Quiroga que el creados del CSIC calificó a la Institución de Libre de Enseñanza
como “sectaria, antinacional, turbia, extranjerizante y de mezquindad
partidista”.
Es decir, que los
republicanos eran los buenos, los pro-ciencia, mientras los nacionales eran los
malos, los revanchistas que expulsaron a las élites científicas del país. La
verdad es que José María Albareda, llegó a ser la primera autoridad
mundial en edafología, la parte de la geología dedicada al estudio del suelo,
especialmente como soporte biológico. Aún hoy, nadie discute sus postulados.
Pero, como tantos otros, cristianos, o simplemente considerados enemigos de un
régimen cada vez más inclinado hacia el marxismo puro y duro, Albareda
tuvo que huir por los pirineos y volver a
entrar en la zona nacional, para salvar su vida.
Es un pequeño detalle que
Quiroga olvida, pero, sobre todo, olvida el estado
general de la cuestión. Por ejemplo, repasemos, para no pactar con la historia,
lo que decía la Gaceta de la República, número 338, del 4 diciembre 1937,
el Boletín Oficial del Estado de La II República española. Así, nos encontramos con la
Orden Ministerial firmada por el subsecretario, Wenceslao Roces, por la
que se expulsa de la universidad española a 20 catedráticos: José J. Zubiri Apalategui,
Américo Castro Quevedo, Claudio Sánchez Albornoz, José Ortega y Gasset, Luis Recasens Siches,
Hugo Obermaier, Luis de Zulueta, Blas Cabrera Felipe, Agustín Viñuales Pardo, Alfonso García Gallo,
Eduardo L. Llorens, Alfredo Mendizábal, Ramón Prieto Bance, Gabriel Franco López,
Ciriaco Pérez
Bustamante, José López Ortiz, Ignacio de Casso, Niceto
Alcalá-Zamora y Castillo, Blas Ramos Sobrino y Enrique Rodríguez Mata. Al parecer, habían cometido el enorme delito (seguramente de tintes
fascistas) de no presentarse en Valencia a comienzos del curso 1937-38, una
cuestión un poco complicada en aquellos momentos.
Y antes de ello, otra orden,
de 22 noviembre 1937, hace público el nombre de los profesores
universitarios que son apartados del servicio, dividiéndolos en tres grupos: Por
una parte, los separados definitivamente del servicio: 69; por otra, los
declarados en situación de “disponibles gubernativos”: 22; finalmente, los
declarados en situación de jubilados forzosos: 20. Entre los primeros, figuraba
Manuel García Morente (sustituido como decano de la Facultad de Filosofía
de Madrid por Julián Besteiro y exiliado en París), Luis García
Valdeavellano, padre de la Historia del Derecho, Gregorio Marañón
(que creo era científico, y que también tuvo que huir de España para salvar su
vida), Gustavo Pitaluga, José María Trias de Bes, Juan
Zaragüeta, etc.
¿Era o no era sectaria la II
República española con los científicos? No, era mucho más que sectaria: simplemente
descabezó a los principales investigadores españoles. Es más, sus purgas tenían
carácter estalinista: ni tan siquiera respetaron a algunos de los nombres
antedichos, algunos de los cuales eran acérrimos defensores de La República.
Desde luego, si yo hubiera
sido Albareda hubiese empleado palabras mucho más fuertes que las
recordadas por Quiroga. Y es que la historia no se pacta, se estudia... a
ser posible sin anteojos.
¿Y a qué viene toda esta tergiversación de El País? Pues, simplemente, a que el hombre que dirigió la investigación científica en España durante un cuarto de siglo era miembro del Opus Dei. Y eso es grave. Por cierto, les recomiendo que lean la reseña del libro que publicamos hoy Fuentes para la historia del Opus Dei. Los textos escritos constituyen la mejor forma de acabar con las leyendas, y, especialmente, para poner en su lugar filias y fobias.
El problema de fondo es que,
para muchos "quirogas", ciencia sólo es aquello que se puede medir y
contar. Es decir que las cuestiones más importantes de la vida quedan fuera de
su alcance. El mismo Einstein queda fuera del ámbito científico, porque
don Alberto era, ante todo, un pensador. Los físicos y astrónomos
también, porque operan con mediciones tan grandes o tan pequeñas, que traspasan
la frontera de la llamada ciencia empírica. Al final, la ciencia progresista
queda recluida en la bioquímica y la biología. Y a costa de denigrar al ser
humano y entronizar a la naturaleza, ambas acaban por confundirse.
El 2º error de la
progresía científica, del señor Quiroga, es aún más dañino.
Considera que un cristiano no puede ser científico. Debe escoger entre ambas
cualidades. Un anticristiano, o cualquiera que niega la existencia de algo más
de lo que puede ver o contar, sí que puede ser científico, por supuesto, e
incluso sus argumentos para demostrar, es un decir, la ausencia de Dios,
pueden y deben ser financiados por el CSIC. Un punto de partida que no hace daño
al Cristianismo (en tal caso a los cristianos), pero que, se lo aseguro, hace
mucho daño a la ciencia, reducida a su mínima expresión... en nombre de una
visión progresista de la existencia, claro está. La misma visión progresista de
don Alfredo Quiroga y de don Wenceslao Roces: que el científico no
coincide con mis planteamientos ideológicos: pues entonces no es científico. Por
de pronto, le voy a quitar la cátedra y el sueldo. Y si es bueno, le perdonaré
la vida. Todo ello en nombre de la ciencia, naturalmente.
EULOGIO
LÓPEZ, Madrid, España
Act: 25/01/18 @noticias del mundo E D I T O R I A L M E R C A B A M U R C I A |