Bodas podridas de famosos
Querétaro,
1 mayo 2018
Las masivas bodas escandalosas de famosos bautizados, y
supuestamente católicos, son demasiadas como para permanecer callados. A este
particular, surgen críticas de los propios podridos políticos «católicos», a manera de: -¿por qué la Iglesia se mete en asuntos de índole
completamente privada?
Con la firme intención de formar opinión católica
(lo cual es nuestra misión), y sin el ánimo de poner contra la pared a nadie
(salvo a los tontos, que siguen por ahí babeando romances de color rosa),
invocando al Espíritu Santo, ahí va nuestra respuesta.
No, no y no. La celebración de un matrimonio católico no es, no puede ser, un asunto privado. Es un asunto público, porque
atañe ala vida de la comunidad. Por eso se exige (y si no están presentes ese
matrimonio es inválido) al menos dos testigos que representan a la comunidad y
dan fe de la celebración de ese sacramento. Hay una expresión latina que lo
subraya: se dice casarse in facie ecclesiae, casarse «ante la Iglesia»,
ante la comunidad cristiana. Dar la cara ante la comunidad.
Por esa razón manda la ley eclesiástica que el
matrimonio se celebre en la parroquia de uno de los novios, donde se supone son
conocidos porque asisten los domingos a Misa; que se invite y participe la
comunidad, por ejemplo, el coro parroquial, y que el celebrante sea el párroco
o el vicario. Es también el sentido de las proclamas. Es una grande pena que se
anden buscando templos especiales, donde nadie los conoce, se alquilen coros
extraños y hasta se busquen sacerdotes foráneos, al gusto, exponiéndose a la
celebración de matrimonios inválidos, por carecer a veces de la debida
autorización.
Ni siquiera el matrimonio civil
es privado, pues se hace ante una autoridad pública y ante la presencia de
testigos. La Iglesia respeta esta institución del matrimonio civil porque
brinda apoyo jurídico a la pareja, especialmente a la mujer y a los niños en
caso de conflicto; pero, evidentemente, nada tiene que ver con el matrimonio del
que habló Jesucristo. Entre católicos todo matrimonio válido es sacramento y
es indisoluble. Es Dios el que une, no el hombre: "Lo que Dios ha unido, que no lo
separe el hombre". Es una ley divina, de Dios, no invento de la Iglesia.
Por eso, atención: la decisión de casarse y la elección de la pareja es asunto personal, privado, de cada uno (¡no
faltaba más!); pero la celebración del matrimonio es asunto público
porque atañe a toda la comunidad. Ninguna celebración matrimonial puede
llamarse asunto privado. ¿Es o no es pecado casarse por la ley civil ya casado por la ley de Dios? Primero conviene recordar lo que dijo Jesús: "Si uno se separa de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera; y si ella se separa de su marido y se casa con otro, también comete adulterio" (Mc 10, 11). Cuando alguien está casado por la ley de Dios, y mientras permanezca esta unión, si se casa con otra o con otro, comete adulterio. Es Jesús quien lo dice, y la Iglesia así lo enseña y ha sostenido siempre. ¿Es, pues, pecado el adulterio? Claro que sí, porque Jesús le dijo a la mujer adúltera y arrepentida: "Yo tampoco te condeno. Puedes irte, pero no vuelvas a pecar" (Jn 8, 11). Jesús habló de pecado porque se trata de una violación y desobediencia a la ley de Dios. Es una situación objetiva irregular, y quien se encuentre por desgracia en esa situación no puede comulgar. Pero también habló de misericordia. No está fuera de la comunidad de salvación, porque Cristo vino por nosotros los pecadores, para salvarnos. Nadie puede desesperar de su salvación. No olvide que Jesús también habló de los adúlteros de corazón: "Todo el que mira con malos ojos a una mujer ya cometió con ella adulterio en su corazón" (Mt 5, 28). Por eso, ándese con cuidado y mire bien antes de juzgar y condenar a los demás. La Iglesia quiere tener la misma actitud de Jesús: señalar el pecado objetivo, la situación irregular, pero no juzgar ni mucho menos condenar al pecador. "Hacer sentir la caridad de Cristo y la materna cercanía de la Iglesia", dice el papa Francisco I. El último juicio y el que vale es el de Dios, no el de usted. Mejor póngase a rezar. .
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