19 de Julio

Viernes XV Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 19 julio 2024

a) Is 38, 1-6.21; 22,7-8

         En aquellos días el rey Ezequías I de Judá cayó enfermo de muerte, y el profeta Isaías vino a decirle: "Así habla el Señor: Deja dispuesto todo lo que quieras para los tuyos, porque morirás y no sanarás". El profeta se hace intérprete del querer divino, y Ezequías volvió su rostro a la pared e hizo esta oración: "Ah, Señor, dígnate recordar que yo he andado en tu presencia con fidelidad de corazón. He hecho lo que es recto a tus ojos". Y lloró con lágrimas abundantes.

         Nos hace mucho bien leer esas cosas en la Biblia, y saber que Dios no se extraña de nuestras faltas de esperanza, ni de nuestras plegarias. Y ver a ese hombre que, condenado (según todas las apariencias), no se resigna sino que se agarra a la vida y suplica a Dios.

         La palabra del Señor le fue dirigida a Isaías diciendo: "Ve y di a Ezequías: He oído tu plegaria, y he visto tus lágrimas. Mira, añadiré quince años a tu vida". Nos hace bien ver cómo aparentemente Dios cambia de parecer, y ver que los mismos labios que acababan de anunciar la muerte anuncian ahora la curación. Señor, concédenos confiar en la fuerza de la oración. Señor, concédenos seguir confiando aun cuando no haya indicios de curación.

         Ezequías preguntó: "¿Cuál será la señal de que podré volver a subir al templo del Señor?". Necesitamos signos, es verdad, porque el hombre está hecho así. Incluso nuestra fe, que es un gran salto en lo desconocido, no queda abandonada a lo arbitrario ni a lo irracional. Evidentemente no podemos comprenderlo todo, pero para lanzarnos al gran riesgo de la fe contamos con algunos signos y puntos de referencia.

         Isaías contestó: "Esta será para ti la señal de que el Señor cumplirá su promesa: Voy a hacer retroceder diez grados la sombra que había descendido sobre el cuadrante solar". Y desanduvo el sol los 10 grados que había descendido.

         Signos de este tipo no son frecuentes. Pero ¿sabemos interpretar aquellos que Dios nos da a nosotros? Un signo es forzosamente algo frágil, como esa sombra que varía. Podría incluso extrañarnos esa curación que, después de todo, nos parece muy elemental. ¿Qué son quince años más o menos de vida, ya que un día moriremos? Esto no resuelve la cuestión fundamental. ¿No nos encontramos ante una doctrina teológica muy rudimentaria que no supera la noción de una retribución terrestre?

         ¿Y no nos sugiere Dios con ello toda la importancia que tenemos que dar a los "años que nos quedan de vida"? Hay un desprecio de las realidades de la tierra y de la vida que no es cristiano. El anuncio de la resurrección y de la vida eterna no es una huida hacia lo irreal, pues lo temporal cuenta para Dios. Haz, Señor que sepamos aprovechar bien cada una de nuestras jornadas.

Noel Quesson

*  *  *

         Hoy leemos a Isaías por última vez, en esta serie de pasajes proféticos suyos. El rey es ahora Ezequías I de Judá, hijo de Ajaz I y mucho mejor que su padre. Pero enferma gravemente y se le anuncia la próxima muerte. El rey dirige entonces a Dios una hermosa oración. El salmo 38, que cantamos como responsorial, se suele identificar como esta oración de Ezequías: "Yo pensé: en medio de mis días tengo que marchar hacia las puertas del abismo, y me privan del resto de mis años". Y consigue de Dios la curación: "Me has curado, me has hecho revivir".

         Como le dice el profeta, Dios atrasa el reloj 10 grados, y le concede 15 años más de vida. Una oportunidad que aprovechó Ezequías I, para hacer retroceder a Senaquerib I de Asiria y sus ejércitos, cuando quería apoderarse de Jerusalén en su paso hacia Egipto.

         Nuestra oración es siempre escuchada, como la de Ezequías. No sabemos en qué dirección, pero siempre es eficaz, si nos pone en sintonía con el Dios que quiere la salvación de todos. No hace falta que cada vez se atrase nuestro reloj o que sucedan cosas portentosas. Como a él, también a nosotros nos dice: "He escuchado tu oración, he visto tus lágrimas. Os libraré, os protegeré".

         Jesús nos urgió también a orar, y ante la constatación de que la mies era abundante y los obreros pocos, lo 1º que nos dijo fue: "Rogad al dueño de la mies que envíe operarios a su mies". Luego tendremos que trabajar en la misma dirección de lo que pedimos: la paz del mundo, la abundancia de vocaciones, la solución de los problemas.

         La oración es la que nos pone en onda con Dios y su Espíritu, la que nos da fuerzas para seguir luchando y la que nos ayuda a trabajar en la dirección justa. Si alguna vez nos sentimos desanimados en nuestra empresa, o no vemos el final del túnel, o la noche parece que no vaya a tener aurora, haremos bien en repetir la oración de Ezequías (el salmo 38), poniéndonos totalmente a disposición de Dios. Ojalá podamos experimentar como el salmista: "Los que Dios protege viven, y entre ellos vivirá mi espíritu. Me has curado, me has hecho revivir".

José Aldazábal

b) Mt 12, 1-8

         Jesús marcha por los sembrados, y los discípulos son mencionados sólo a continuación, aunque el itinerario de Jesús sea también el de los suyos. Al contrario que Marcos (Mc 2, 23) y Lucas (Lc 6, 1), Mateo señala que los discípulos sienten hambre.

          El cambio se debe a estar situada la narración en un contexto diferente. En Marcos y Lucas sigue a la perícopa del esposo, donde Jesús ha expuesto el principio que invalida toda la institución judía. No hacía falta poner otra motivación para la libertad que muestran los discípulos. Mateo, en cambio, al situar esta narración en contexto diferente, necesitaba expresar un motivo para la acción.

         "Arrancar espigas" es algo que estaba permitido por la ley (Dt 23, 26) para proteger los derechos de los pobres. Los fariseos, sin embargo, consideraban el "arrancar espigas" como equivalente a la recolección, trabajo prohibido en sábado (Ex 34, 21). Señalan el hecho a Jesús, esperando que éste corrija la conducta de los discípulos. Se dirigen a él sin ninguna fórmula de cortesía o respeto.

         Jesús, en vez de corregir a los discípulos, defiende su conducta. A la manera de la controversia rabínica, comienza su respuesta con la frase: "¿No habéis leído?". Cita a continuación un episodio bien conocido de la historia de David (Sm 21, 1), que ante la necesidad (propia y de sus hombres) se permitió contravenir a lo expresamente prescrito en la ley (Lv 24, 9).

         Los "panes de la ofrenda" hacen referencia a la Torah (Ex 25,30; 40,4; Lv 24, 5) y libros históricos (1Sm 21,1; 1Re 7,48; 2Cr 4,19). La argumentación de Jesús se basa hasta este momento en que la necesidad del hombre es razón suficiente para ignorar ocasionalmente un precepto de la ley. Con esta comparación pone la obligación del sábado, que para los rabinos era la máxima, a la altura de un precepto ritual secundario.

         Jesús añade otro argumento ("¿no habéis leído?") para empezar a abordar el tema legal. En la frase distingue entre el día de sábado y el precepto del descanso. No sólo el hombre puede eximirse de la obligación en caso de necesidad; la ley misma relativiza el precepto del descanso. De hecho, el trabajo en el templo era mayor en los días festivos que en los días ordinarios, pues aumentaba el número de ofrendas (Nm 28, 9).

         La obligación del culto a Dios prevalece sobre la del descanso. La ley del descanso (y en consecuencia, la ley entera) no es un absoluto. Si el templo exime de la obligación del descanso, hay aún una realidad superior al templo, Jesús mismo. Reprochando a los fariseos no saber interpretar la Escritura ("si comprendierais"), confirma lo dicho con una cita de Oseas (Os 6, 6): es Dios mismo quien relativiza la obligación del culto, anteponiendo al mismo el servicio al hombre.

         Misericordia (del griego éleos) significa el amor que se traduce en ayuda (Mt 5, 7). Y sacrificio alude a las prescripciones cultuales (en general) y las del sábado (en particular). En consecuencia, la censura hecha por los fariseos carece de fundamento. Opone Jesús la ayuda al hombre a la piedad orgullosa y despectiva de los fariseos, empeñados en condenar.

         Da Jesús una razón última: el hombre es señor del precepto que se impone. Y por tanto, de la ley, que según los fariseos se compendiaba en ese precepto. El trabajo en el templo era una excepción a la Ley del Descanso, que no por eso perdía su validez. Pero el hombre no tiene por qué invocar excepciones.

         Señor alude a alguien superior al precepto (y libre de él), y el Hombre alude a la designación de Jesús (pero no exclusiva sino extensiva, porque también designa al que posee el Espíritu de Dios; Mt 3, 16). Mateo, por tanto, explica por qué los discípulos son inocentes: porque participan de la libertad y del señorío de Jesús.

         El que practica la misericordia, es decir, la ayuda a los hombres, está por encima del culto, que, a su vez, tiene la precedencia sobre el precepto del descanso. Es él quien realiza el designio de Dios, no los que subordinan el bien del hombre a los preceptos legales.

Juan Mateos

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         Todos los sinópticos dan cuenta de esta discusión entre Cristo y los fariseos, en torno a la observancia del sábado. Y aunque los vv. 5-7 son de su exclusiva cosecha, Mateo parece haber conservado la versión más primitiva del incidente. De hecho, hace más referencias a las polémicas clásicas del judaísmo que Marcos (que adapta el relato a la idiosincrasia de su público griego). En ese sentido, en Marcos se observa más inquietud de universalismo, e incide más que Mateo en el desafío a las instituciones judías.

         Los apóstoles son cogidos por los fariseos en flagrante delito de violación del descanso sabático (v.2). A decir verdad, los discípulos no han violado ninguna prescripción de la ley propiamente dicha, sino tan solo una de las reglas de la Misná (Sabbath, VII, 2), que anuncia las 39 actividades prohibidas en día de sábado. La réplica de Cristo a los fariseos es clara: dicha ley (que prohíbe arrancar las espigas en sábado) no es más que un documento de comentaristas de la ley, pues la misma ley autoriza claramente a comer el pan sagrado cuando se tiene hambre (1Sm 21, 2-7).

         Pero Cristo va más lejos, afirmando la conciencia que tiene de su misión: él es el "Señor del sábado" (v.8) y "más importante que el templo" (v.6). Y considera que su misión mesiánica le autoriza a poner en cuestión las instituciones, aunque sean tan importantes como el sábado y el templo, cuando ya no son conformes a la voluntad del legislador y dejan de servir a la grandeza de la persona humana.

         Al oír a Cristo proclamarse "señor del sábado", sus oyentes creerían que proyectaba sustituir a Moisés y presentarse como el nuevo legislador. Y eso no podían admitirlo. En realidad, es preciso comprender dicho título en la polémica sostenida entre Cristo y los partidarios de la ley: ésta no ha producido los frutos deseados (por haber quedado estrangulada en las observancias humanas) y, por consiguiente, es preciso un nuevo legislador (que pueda disponer nuevamente del sábado, y tenga poder sobre él).

         Además, la asociación entre el "Hijo del hombre" y el "Señor del sábado" hace que el comportamiento de Cristo durante el sábado sea consecuencia de su cometido como juez escatológico. El judaísmo, por otra parte, estaba a la espera de que el Mesías modificase la legislación, y especialmente la del sábado. Según esto, se podría hacer a los rabinos la pregunta siguiente: ¿Si viniera el Mesías podría un nazir beber vino en sábado? Y la respuesta inmediata sería la misma: el rehacer las leyes ceremoniales corresponde al Mesías.

         Desde que el hombre acomete por sí mismo la conquista de su salvación, absolutiza y sacraliza los medios que, en su opinión, puedan llevarle hasta esa meta, apartándose o suprimiendo todo aquello que pueda arrebatarle su seguridad relativizando aquellos medios. Tal es la actitud de los fariseos al enfrentarse al que pretende disponer del sábado.

         Pero cuando un hombre acepta el don del Padre y se hace responsable del mismo mediante un sin reservas, su salvación (a partir de ese momento) deja de estar a merced de medios externos, para depender exclusivamente del encuentro entre Dios (con su iniciativa) y el hombre (con su fe). Este hombre existe en la persona del hombre-Dios.

         A imitación de Cristo, todo hombre capaz de percibir el don que Dios le hace y que trata de responder a él con una fidelidad incondicional, participa de este señorío sobre el sábado. Y éste, desacralizado, pierde su valor absoluto para no ser más que el tiempo del encuentro, realizado con entera libertad y fiel al secreto de la personalidad del creyente.

Maertens-Frisque

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         El texto de hoy parece ambientado en Galilea, y de alguna manera se ajusta a las prescripciones de respetar el precepto sabático, y a los 2.000 pasos que eran los que se podían caminar ese día de reposo. Conviene imaginar la escena en la proximidad inmediata de una población. Seguirían el estrecho sendero que, marcado por los mismos pasos de los caminantes, cruza los sembrados.

         Los discípulos arrancan espigas y comen, y los fariseos los critican por no guardar el precepto sabático. Los rabinos habían elaborado 39 especies de trabajos prohibidos en sábado, con toda una serie de aspectos referentes a las tareas de sembrar, cultivar y cosechar. El reposo sabático se convirtió en Israel en la institución más poderosa, cuya reglamentación ocupaba un tratado entero de la Misná.

         Frente a la crítica de los fariseos contra los discípulos (por no guardar el sábado), Jesús defiende su actitud argumentando a través de un viejo texto: lo que en otro tiempo hizo David, y que ahora es ejemplo de aquello que pueden hacer sus discípulos. David y los suyos entraron en el santuario y comieron el pan de la proposición en un momento en que se encontraban apurados; su necesidad era más fuerte que la ley sacral del templo.

         Los discípulos pueden hacer algo semejante: no van al Templo de Jerusalén para comer el pan sagrado, pero desgranan las espigas en día de sábado y comen sus granos. Esto significa que la necesidad humana está por encima de las leyes y preceptos de tipo religioso, porque el sábado fue hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado. Pues "el Hijo del Hombre es Señor también del sábado".

         Jesús está por encima de todas las instituciones (aún las religiosas), y puede legislar sobre el reposo sabático porque no es súbdito de la ley del sábado, sino su señor. Por tanto, podría algún día derogarlo o sustituirlo, porque para Jesús lo que importa es el ser humano y no las normas independientes y desfasadas.

Fernando Camacho

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         Un sábado de aquel entonces iba Jesús por los sembrados, y los discípulos sintieron hambre y empezaron a arrancar espigas y a comer. Se trata de un gesto muy sencillo y natural para entretener el hambre, pero no en Israel. Y no porque en Israel ese hecho fuese considerado un robo, porque ya la ley de Moisés decía que "si pasas por el sembrado de tu vecino, puedes arrancar unas espigas con la mano, pero no deberás usar la hoz en el trigal" (Dt 23, 25). Sino porque se había cometido un sábado, y no un jueves. Eso es lo que reprochan los fariseos a Jesús: haberlo hecho ¡un sábado!

         Efectivamente, los comentaristas de la ley habían ido añadiendo sus propios preceptos en la ley, y los fariseos mantenían esa mentalidad hasta la intransigencia. "La ley es la ley", decían ellos de forma embustera (porque la ley decía una cosa, y sus comentaristas decían otra). Con esto, los apóstoles fueron atrapados en flagrante delito, al violar uno de los comentarios (qué día sí y que día no) de la ley (el arrancado de espigas).

         Entonces los fariseos recriminan a Jesús: "Tus discípulos hacen lo prohibido en sábado".

         Jesús no teme salir en defensa de sus apóstoles. No elige la interpretación estrecha y rigorista de la ley, sino una interpretación inteligente. Cristo no es un legalista riguroso, y no teme desacralizar esos medios de salvación que el judaísmo tendía a considerar como absolutos. Para eso, Jesús usará 4 argumentos diferentes, 3 de los cuales están sacados precisamente de la misma ley.

1º David violó la disposición litúrgica, "comiendo los panes reservados a los sacerdotes" por el simple hecho de que tenía hambre. Y Jesús afirma que fue razonable obrando así, puesto que la conservación de la vida tiene (para Dios) más importancia que las leyes cultuales.

2º Los sacerdotes del templo hacían toda clase de trabajos corporales los sábados, para preparar los sacrificios o limpiar los utensilios del culto.

3º El profeta Oseas ya recordó la verdadera jerarquía de valores: "Quiero amor y no sacrificios" (Os 9, 13), pues lo que Dios quiere es nuestro corazón y no nuestra esclavitud.

4º El Mesías está por encima del sabbat. Jesús tiene plenos poderes. He aquí pues una demostración rigurosa de Jesús.

         Y concluye Jesús que "hay personas que están por encima del templo". Sí, el templo sólo era "una casa de Dios". Y Jesús se atreve a afirmar que él es más que el templo: el Dios hecho visible, que habita físicamante entre nosotros.

         Una vez más, Jesús nos invita a juzgar las cosas desde el interior. Lo que cuenta ante todo no es la observancia rigurosa y minuciosa de las reglas, sino el espíritu que en ello ponemos, pues el gesto sólo tiene valor por el amor que contiene. Jesús no deroga la Ley del Sábado, sino que la interpreta desde el interior, y le insufla un soplo nuevo. Los primeros cristianos se permitieron cambiar el día del sábado para pasar a celebrar el domingo, otro día cualquiera de la semana (el que Cristo resucitó). ¿Me esfuerzo yo en comprender el alcance de las observancias legales?

Noel Quesson

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         Según los evangelistas, la controversia con los fariseos se refería, una y otra vez, al tema del sábado. Ciertamente, los fariseos exageraban en su interpretación: ¿cómo puede ser falta arrancar unas espigas por el campo y comérselas?

         Jesús defiende a sus discípulos, y aduce 2 argumentos que los mismos fariseos solían esgrimir: David (que da de comer a los suyos, con panes de la casa de Dios) y los sacerdotes del templo (que pueden hacer excepciones al sábado, para ejercer su misión). Pero la afirmación que más les dolería a sus enemigos fue la última: "El Hijo del hombre es señor del sábado".

         La lección nos toca también a nosotros, si somos legalistas y exigentes, si estamos siempre en actitud de criticar y condenar. Es cierto. Debemos cumplir la ley (pagar impuestos, acudir al censo), como hacía el mismo Jesús. Pero eso no es una invitación a ser intérpretes intransigentes.

         Pero vayamos a Israel, porque allí el sábado (que estaba diseñado para desahogar al hombre) fue convertido por algunos en una imposición agobiante  (a diferencia del Código de Derecho Canónico actual, que habla de "abstenerse de aquellos trabajos que impidan dar culto a Dios, gozar de la alegría o disfrutar del debido descanso de la mente y del cuerpo"; CIC, 1247).

         Jesús nos enseña a ser humanos y comprensivos, y nos da su consigna, citando a Oseas: "Quiero misericordia y no sacrificios". Los discípulos tenían hambre y arrancaron unas espigas, y como la ley no podía castigarlos (porque era algo legal) lo hicieron los fariseos (con sus añadidos a la ley). Seguramente, también nosotros podríamos ser más comprensivos y benignos en nuestros juicios y reacciones para con los demás.

José Aldazábal

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         Nos dice hoy Jesús que la Ley del Sábado no debe estar por encima de la vida, y que el tiempo sagrado es un tiempo para reponer las fuerzas, sin olvidar que nuestra relación con Dios se prolonga en el tiempo ordinario. No debemos ser solamente buenos cuando llegue el sábado, sino todos los días de la semana, como imperativo de vida.

         El peligro de lo religioso es la separación que se hace entre fe y vida. Y en eso nos enseña Jesús a mantener una constante relación con el Padre, haciendo transcurrir nuestra vida en su presencia, adorando a Dios "en espíritu y en verdad" y por encima de todas las leyes humanas vigentes (incluida la ley sabática).

         El templo, por ejemplo, es el lugar sagrado por excelencia. Y sin embargo, los sacerdotes quebrantan las leyes del templo (una sola misa diaria, no comer ni dormir dentro de él...) sin incurrir en culpa. De donde se extrae que, si hay excepciones, las normas son algo meramente orientativo y secundario, en las que no hay que creer de forma ciega. De hecho, no es el templo el que santifica el sábado, ni el sábado el que santifica el templo.

         En el caso de David y sus soldados, cuando sintieron hambre entraron en el templo y comieron de los panes de la proposición (que sólo era permitido comer a los sacerdotes). Y sin embargo, nada pasó entonces, sino que calmaron el hambre y pudieron seguir adelante.

         Jesús nos enseña que ni el tiempo, ni los lugares, ni las cosas, se pueden colocar por encima de la vida. Porque la vida es lo que le importa a Dios, y todo lo demás debe estar al servicio de su mejoramiento y espiritualización. Nada de cuanto existe en este mundo, pues, debe ser absolutizado, pues lo que se absolutiza produce muerte. El cumplimiento de las normas no debe ser mirado como un parámetro ético, sino como el cumplimiento de algo, en la medida en que ese algo mejore la justicia y caridad entre las personas.

José A. Martínez

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         Jesús se acerca hoy al sembrado de tu vida, para recoger frutos de santidad. ¿Encontrará caridad y amor en tus espigas? Jesús corrige hoy la casuística meticulosa de los rabinos, que hacía insoportable la ley del descanso sabático. ¿Tendrá que recordarte también a ti que sólo le interesa tu corazón?

         "Mira, tus discípulos hacen lo que no es lícito" (v.2). Esto lo dijeron los fariseos (aludiendo al arrancado de espigas), y lo dijeron convencidos de ello, que es lo más increíble. ¿Cómo se puede llegar a prohibir hacer el bien? Decididamente, eso sólo lo hace el Maligno. Porque ningún motivo puede excusar de hacer el bien a los demás, y toda justicia humana ha de respetar la caridad verdadera, evitando la arbitrariedad. Decididamente, el rigorismo está de parte del mal, porque mata el espíritu de la ley de Dios, que es amar y a darse a los demás.

         "Misericordia quiero y no sacrificio" (v.7), les contestó Jesús. Repítelo muchas veces, para grabarlo en tu corazón: Dios es Padre de misericordia, y quiere hijos misericordiosos. Como decía San Agustín: "Muy cerca está Dios de los que confiesan la misericordia. Sí, Dios no anda lejos de los contritos de corazón". ¡Y qué lejos estás de Dios cuando permites que tu corazón se endurezca como una piedra!

         Jesucristo acusó a los fariseos de condenar a los inocentes ¿Y tú? ¿Te interesas de verdad por las cosas de los demás? ¿Los juzgas con cariño, con simpatía, como quien juzga a un amigo o a un hermano? Procura no perder el norte de tu vida.

         Pídele a la Virgen que te haga misericordioso y te enseñe a perdonar. Sé benévolo, y si descubres en tu vida algún detalle que desentone de esta disposición, rectifica formulando algún propósito eficaz.

Josep Ribot

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         El pasaje evangélico de hoy forma parte, con el episodio siguiente (vv. 9-14), de una unidad centrada en torno al problema de la práctica del sábado. En el v. 2 se consigna la crítica de los fariseos: "Tus discípulos están haciendo lo que no está permitido en sábado". Y en la respuesta del v. 12 hay un eco a esta frase en la boca de Jesús: "Está permitido hacer bien en sábado".

         La acción de arrancar espigas, que por lo visto iban haciendo los discípulos, no ocupaba ni de cerca un puesto esencial en la piedad judía. Pero sí había quedado formulada en las costumbres preceptivas del descanso sabático, que los fariseos habían ido añadiendo al Decálogo (Ex 20 y Dt 5) como algo que atañía ¡inexorablemente! a la historia salvífica de Dios, a su creación y a su éxodo liberador.

         La casuística farisea, por tanto, había sacado de contexto cada uno de sus preceptos, y lo había ido encerrando en una estrecha finalidad (la suya, no la de Dios), malinterpretando el sentido de los pasajes (verdaderos preceptos) de la Escritura. El arrancar espigas era una acción permitida por la ley (Dt 23, 26) y alabada por la ley como forma de proteger a los pobres. Sin embargo, los fariseos la habían prohibido, habían cambiado su finalidad (recolectora, no protectora) y piden castigos para sus usuarios (los discípulos de Jesús, a los que piden una corrección).

         Con su recurso a la historia salvífica, Jesús responde a los fariseos en 2 etapas. En la 1ª (vv.3-4) se refiere de modo general a una acción realizada por David y sus compañeros que refleja una actitud frente a la ley de Dios. En la 2ª concreta este principio a la ley del reposo sabático (v.5), recordando la obligación de la actuación sacerdotal en ese día. De ambas, extrae finalmente una conclusión (vv.6-8), con la que justifica la práctica de sus discípulos y desenmascara el error de sus adversarios.

         Jesús se remite a 1Sm 21, donde se relata que el rey de Israel se permitió transgredir la legislación (Lv 24, 9) referente al "pan de obsequio" y "porción perpetua para Aarón", ante la necesidad propia y de sus hombres. Por consiguiente, la necesidad del hombre está por encima de los preceptos de Israel, y el sábado debe considerarse como uno de ellos.

         Seguidamente, Jesús dirige su atención y la de sus oyentes a lo que sucede con el descanso sabático en la vida de los sacerdotes. Estos ven aumentarse su tarea en los días de descanso (en que se multiplicaban las ofrendas), y por eso la obligación del culto les obliga a una tarea mayor (por encima del precepto).

         En las conclusión de este razonamiento, Jesús señala que si el culto está por encima del precepto sabático, por encima de aquel existe otra realidad: el Mesías, y las necesidades de los hombres. Jesús es superior al templo, y la actitud frente a los semejantes (misericordia) es superior a los sacrificios. La condena de los fariseos se origina en el desconocimiento de este principio fundamental de la Palabra divina, consignado en Os 6,12.

         Con ello se llega al punto culminante de la enseñanza de esta controversia: el precepto sabático sólo puede ser entendido en el marco del culto tributado a Dios, y éste sólo puede brotar en el ámbito de la misericordia (desde el sentimiento de ayuda al semejante). Este ámbito de misericordia crea un sentimiento de libertad y señorío sobre el culto y sobre todos los preceptos. De esa forma Jesús nos remite al núcleo fundamental desde donde debe brotar y ser valorada toda acción humana.

Confederación Internacional Claretiana

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         Continuando las controversias anteriores, Jesús enfrenta la actitud autoritaria y opresora de los fariseos, que lo cuestionan por la acción que cometen sus discípulos ("arrancar espigas en sábado"). Pues "arrancar espigas" era para los fariseos equivalente a cosechar, trabajo no permitido durante el descanso obligatorio.

         "Misericordia quiero y no sacrificios", contesta Jesús, citando al profeta Isaías. Un profeta en cuyos tiempos el templo se llenaba del humo de los sacrificios, mientras el profeta denuncia que "en las calles reina la injusticia". Eso sí, cumpliendo con el culto se guardaban las apariencias.

         Del mismo modo, a Jesús le piden que sus discípulos observen la ley. Los fariseos no están preocupados de si los discípulos tienen hambre o no, pues a ellos lo que les preocupa es que se cumplan sus explicaciones sobre la ley, para mantener así su prestigio y su chiringuito.

         Además de citar al profeta Isaías, Jesús contradice a los fariseos con los hechos referidos al rey David y a la vida del templo. David infringió la ley para alimentar a su tropa, y los sacerdotes por el exceso de actividad cúltica. Tras lo cual les cita a los profetas, para los cuales lo importante no eran los sacrificios sino la misericordia.

         De esta manera, confronta Jesús la pretenciosa piedad de los fariseos, basada en el engrandecimiento individual y no en el servicio a Dios. La piedad de esos líderes religiosos no pasaba de ser una estrategia para acceder al poder, a la riqueza y al prestigio. Y Jesús les recuerda que la persona humana es lo más valioso, no sólo para Israel sino para Dios.

         Nosotros hoy enfrentamos a un problema similar. Tenemos en nuestras instituciones una burocracia desmesuradamente crecida, que antepone sus intereses al bien de los ciudadanos, y lo hace ¡en nombre del bien común! Las leyes que no paran de aprobar dichos burócratas no sirven para defender la justicia, sino para favorecer las pretensiones de esos pocos, que imponen así sus criterios sobre el resto.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         El texto de hoy de Mateo se sitúa en el marco de las controversias que Jesús mantuvo con los fariseos a propósito de la observancia de la ley del sábado, ley sagrada para un judío. Un sábado, nos dice el evangelista, Jesús y sus discípulos atravesaban un sembrado.

         Durante la travesía, los discípulos empezaron a arrancar espigas, probablemente para comérselas porque tenían hambre. Al verles los fariseos actuar en este modo, se dirigen a Jesús censurando su conducta: Oye, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido?

         El motivo de su censura es que hacían "lo que no estaba permitido en sábado", obrando contra la ley del sábado y del descanso sabático (que prohibía trabajar en sábado).

         No se les acusa, por tanto, de robar en campo ajeno, o de substraer bienes que no eran suyos. Sino que se les acusa de "arrancar espigas", esto es, de trabajar durante el día del descanso sagrado (aunque lo hicieran con el fin de calmar el hambre o en situación de necesidad).

         Al parecer, los fariseos también admitían ciertas excepciones a esta ley, como la de llevar al buey o al asno a abrevar, o rescatarlo si se había caído en un pozo. Así que Jesús, tratando de justificar el comportamiento de sus discípulos, les propone, a modo de ilustración, un ejemplo tomado de la historia del pueblo de Israel.

         Se trata de lo que hizo David, el más grande y piadoso monarca judío, cuando él y sus hombres, en una de sus frecuentes campañas guerreras, se vieron faltos y con hambre. En concreto, entró en la casa de Dios (es decir, en el templo) y comió de los panes presentados, que sólo pueden comer los sacerdotes, y les dio también a sus compañeros de batalla.

         David hizo, por tanto, lo no permitido por la ley, como era comer unos panes "ofrecidos en sacrificio sagrado" (= consagrados) que sólo podían comer los sacerdotes. Y no sólo comió él, sino que los compartió con sus compañeros.

         Hacer uso profano de unos bienes sagrados puede ser calificado como sacrilegio. Pero sea como fuere, lo cierto es que David hizo lo prohibido por la ley, estando en situación de necesidad (falto y con hambre). Se sirvió de un alimento sagrado para saciar una necesidad corporal. Y Jesús justifica esta actuación, aludiendo al estado de necesidad (material) en que se encontraban aquellos hombres.

         Es lo que se desprende de las palabras que a continuación dirige Jesús a los fariseos: Si comprendierais lo que significa "quiero misericordia y no sacrificios", no condenaríais a los que no tienen culpa. Y es que los fariseos, que se han constituido en guardianes de la ley, no han comprendido todavía lo que Dios quiere: el ejercicio misericordia (esa misericordia de la que ellos carecen cuando condenan a inocentes), y no los sacrificios rituales. 

         La misericordia mira al prójimo, y el sacrificio a Dios. Siendo esto así, resulta que a Dios le agradan más nuestras obras hacia el prójimo (de misericordia) que hacia él mismo (de culto sacrificial). Y si le agradan nuestras ofrendas, es sólo en la medida en que despiertan y sostienen nuestras acciones misericordiosas.

         Ello explica la insistencia de Jesús en la misericordia, pues ella constituye la razón de ser de su venida a este mundo y de la existencia cristiana. Sólo si entendemos lo que significa misericordia quiero y no sacrificio podremos considerarnos mentalmente cristianos. Y si no entendemos esto, estaríamos condenando a los demás a seguir perteneciendo a aquella etapa anterior a Cristo, el cual es Señor del sábado.

         La autoridad del personaje ejemplarizado, el gran rey judío David, ayudó a Jesús a refrendar la conducta de sus discípulos. Y la consecuencia moral que saca Jesús es clara: El Hijo del hombre es señor también del sábado.

         Toda ley, incluida la ley del descanso sabático (la ley más sagrada), se hizo para el hombre, para el bien integral del hombre y no al revés. Invertir los términos es deformar las cosas queridas por Dios.

         Suponer que el hombre ha sido hecho para la ley, para el engrandecimiento o la salvaguarda de la ley, de modo que tenga que sacrificar su vida en aras de la ley, es deformar el orden de las cosas. La ley está al servicio del hombre, de su dignidad, de su bien integral, de su vida.

          La ley del sábado se hizo para que el hombre pudiera descansar de sus afanes diarios, para que pudiera glorificar a Dios, para que pudiera compartir gozosamente su tiempo con su familia y sus amigos, para que pudiera dedicarse a otras cosas, para que pudiera recrearse en las obras de Dios. Y no para que no pudiera saciar su hambre, ni para que no pudiera recuperar la salud.

         El sábado se hizo (lo hizo Dios) para facilitar la vida del hombre en la tierra, y no para dificultarla. Pero eso no significa que el mismo Dios de la vida no pueda exigir el sacrificio de la vida temporal en aras de un bien superior (como es la vida eterna), y que la ley del amor a Dios (o al prójimo) pueda exigir en ocasiones la entrega (martirial) de la propia vida.

         En definidas cuentas, esta ley, que puede exigir la entrega de la vida disponible, no por eso deja de estar al servicio del hombre y del bien supremo de su salvación. Así que el hombre es señor del sábado, y el Hijo del hombre con mayor razón.

         Es verdad que las leyes se han dado para que se cumplan, y si siendo justas no se cumplen, no justifican su promulgación. Pero toda ley tiene su excepcionalidad, que hay que valorar en cada caso y sin perder nunca de vista que la ley se hizo para bien del hombre y de los hombres (en su convivencia social).

         Si se olvida esta perspectiva incurriremos en un legalismo malsano y perjudicial, y haremos del hombre un esclavo de la ley que no discierne situaciones personales ni necesidades. Las exigencias de la ley pueden resultar en ocasiones verdaderamente inmisericordes. Por todo ello es muy conveniente sentar este supuesto evangélico: que la ley se hizo para el hombre, y no el hombre para la ley.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 19/07/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A