17 de Julio

Miércoles XV Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 17 julio 2024

a) Is 10, 5-7.13.16

         Nos situamos hoy en el 701 a.C, 35 años después de la escena relatada ayer y con un nuevo invasor a las puertas de Jerusalén: Senaquerib I de Asiria. Y es que Ajaz I de Judá había pactado una alianza con Asiria para librarse de la invasión, pero he aquí que su sucesor, Ezequías I de Judá, no estaba dispuesto a pagar el alto precio y la deuda contraída con el gigante asirio.

         Senaquerib exige un canon impagable, que Ezequías rechaza. Y los temibles ejércitos asirios se ponen en marcha. Tal es la decisión del poderoso Imperio Asirio, que el propio Senaquerib decide liderar, para ampliar las glorias de sus éxitos militares. Pues como él mismo decía:

"Con el poder de mi mano y con mi habilidad lo he conseguido todo, porque soy inteligente. He borrado las fronteras de los pueblos, he saqueado sus tesoros, he abatido a los poderosos. Y como se toma un pájaro en su nido, mi mano ha robado la riqueza de los pueblos. Como se recogen huevos abandonados, he recogido yo toda la tierra. Y no hay quien aletee, ni abra el pico, ni piare, en mi presencia".

         ¡Qué soberbia y qué desprecio por los que no pueden defenderse! Porque ni siquiera permite el monarca asirio que haya nadie vivo (piara) ni moribundo (que aletee) capaz de lamentarse (de piar). Tal es la lectura de los acontecimientos de Senaquerib. Pero Dios, que por su profeta hace un análisis muy diferente (de ningún modo político ni militar, sino espiritual), tampoco se queda corto, porque también abre la boca:

"Soy Yo quien lo he enviado contra las naciones perversas. Pero él no lo entiende así, ni es éste el juicio de su corazón, pues lo único que quiere es destruir. Pero ¿acaso se jacta el hacha frente al leñador? ¿O la sierra frente al serrador? Porque la vara no puede dirigirse por sí sola al que la levanta, o la varilla o batuta mover el brazo que la agita".

         Para Isaías, Senaquerib no era más que un instrumento en las manos de Dios, para castigar a los pueblos faltos de fe. Y desde esta lectura de fe es desde donde nosotros debemos hacer nuestro análisis humano de las situaciones, sin tratar de ir más lejos de los hechos, y reconociendo la mano de Dios en las acciones. ¿Nos esforzamos por entrar en esta verdadera re-visión de lo que sucede?

         Estimulados por esta visión profética de Isaías, pongámonos también nosotros a la escucha del Espíritu, para interpretar desde la fe los sucesos de la actualidad, o las situaciones que a mí me conciernen. O para orar a partir de esos hechos. Rezar con mi barrio, o con la lectura del periódico, o a través de los encuentros sindicales o profesionales... eso es lo que hacía Isaías.

         Por eso "el Señor del universo hará perecer a esos vigorosos soldados", refiriéndose al ejército asirio. Así pues, que no se imaginen los poderosos que son los amos de este mundo, o que pueden aplastar impunemente a sus semejantes. Por adelantado resuena ya en nuestros oídos el Magnificat de María y las bienaventuranzas de Jesús. Con todo, no nos fiemos de una interpretación simplista de la historia, que afirmaría que los políticos no son más que marionetas entre las manos de Dios.

Noel Quesson

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         El v. 5 inicial contiene una de las ideas fundamentales de la teología isaiana: el Dios de Israel se sirve de los estados, incluso de Asiria, para llevar adelante sus planes de salvación: "Ay Asur, vara de mi ira, bastón de mi furor" (v.5).

         A diferencia de las divinidades del antiguo Oriente, el Dios que Isaías ha contemplado como "rex tremendae maiestatis", en la visión que tuvo en Jerusalén a sus 25 años, trasciende en su ser y en su actividad todo lo cósmico e histórico, a pesar de mantener la relación con el mundo y con el hombre. Y para él, las fuerzas cósmicas no representan una barrera, ni las potencias de la humanidad un poder. Es lo que bien expresó el profeta:

"Mirad, las naciones son gotas de un cubo, y valen lo que el polvillo de balanza. Y en presencia de Dios son como si no existieran, porque para él no cuentan absolutamente nada. ¿Con quién compararéis a Dios, o qué imagen vais a contraponerle?" (Is 40, 15-18).

         Se trata de la teología de la santidad de Dios, y de su alteridad, que no cesó de proclamar Isaías. Así, cuando Asiria reduzca a Israel a un resto, Dios reducirá a esa gran potencia a la miseria, y "quedarán tan pocos árboles en su selva que un niño podrá contarlos" (vv.16-19). Como se ve, un resto provoca otro resto. 

         Es así como la comunidad de creyentes ha de aprender a no apoyarse en el poder humano, sino en Dios. Y a saber que en dicho resto de manifestará la fortaleza del Enmanuel, del "Dios con nosotros". Isaías indica, una vez más, que el signo del Enmanuel será la salvación del resto.

         La oposición entre el Enmanuel y Asiria es la oposición entre el reino de Dios y el imperio del mundo, entendido éste no como escenario neutral de la vida humana, sino como antítesis de la luz, del bien y del amor. Y solamente la fe, de la que Isaías ofrece un testimonio de 1ª mano, puede descubrir las oposiciones, las traiciones y las negaciones de este imperio mundano. Interpretando en términos de fe los acontecimientos de su época, el profeta nos da la clave de toda la historia del mundo.

Frederic Raurell

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         Hoy Isaías nos habla del Imperio Asirio (Asur) y su pecado, que no es otro que haber olvidado su lugar en el mundo. ¿Nunca os ha pasado que, en un descuido, la manguera de agua parece tomar vida, y deja de actuar en nuestras manos, y no la podemos ya controlar, y parece como totalmente fuera de sí, y lo pone todo perdido? Pues eso es lo que le pasó a Asiria, que se descontroló y lo destrozó todo, al írsele los cabales.

         A veces creo que a nuestra vida le pasa lo que a esta manguera desbocada, porque deberíamos vivir en manos de Dios y nos hemos ido de sus manos, para vivir descontroladamente. Incluso hay veces en que radicalizamos y exageramos nuestras acciones, por mucho que en un principio tuviesen una buena intención. Es entonces cuando perdemos el norte, y empiezo a ocupar el lugar que no me corresponde, dejando de ser ya instrumentos de Dios.

Rosa Ruiz

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         Una de las ideas básicas de Isaías, y del resto de profetas del AT, es que la historia es conducida por Dios (a su modo) y no por los títeres de turno, que a 1ª vista parecerían ser los protagonistas. Isaías pronuncia hoy varios oráculos "contra las naciones paganas", en este caso contra Senaquerib I de Asiria, que con sus ejércitos se había llegado a creer todopoderoso, y a quien Dios le tenía preparada una buena humillación (su retirada de Jerusalén, al resultar fallido su asedio a la ciudad).

         La idea fundamental es que Dios se sirve de personajes extranjeros para purificar y hacer madurar a su pueblo. De ahí que Dios diga que Asiria y sus ejércitos son "la vara de mi ira", con la que Dios castiga al hijo díscolo. Eso sí, lo que no permite Dios es que estos instrumentos vayan más allá, o hagan algo fuera de sus planes, al igual que el hacha, o la sierra, o el bastón, no podrían hacer nada sin la persona que los maneja. Dichos instrumentos extranjeros no son autónomos, y si Asiria se propasa en sus pretensiones, recibirá el castigo.

         A lo largo de la historia, vemos cómo van cayendo los poderosos, y los que se creían omnipotentes son aniquilados. Es lo que dijo la Virgen en el Magníficat: "Dios derriba del trono a los poderosos, y a los ricos los despide vacíos".

         Vivimos en unos tiempos en que se suceden los cambios políticos, y se derrumban ideologías e imperios que parecían indestructibles. Siguen así teniendo vigencia las exclamaciones del salmista de hoy: "Trituran a tu pueblo, oprimen a tu heredad, y comentan: Dios no lo ve. Enteraos, los más necios del pueblo, e ignorantes: ¿Cuándo discurriréis?".

         Es evidente que Dios saca bien del mal, y que a través de las vicisitudes de la historia purifica a su pueblo y le ayuda a recapacitar y madurar. Así, los síntomas de deterioro que nos hacen sufrir, tanto en la sociedad como en la misma Iglesia, ¿no son señales que Dios nos hace, de que las cosas no pueden continuar así? Todo esto es una llamada a la fidelidad y a la salvaguarda de los valores cristianos, que están en la base de todo progreso.

José Aldazábal

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         La lectura de los acontecimientos que acaecían en Israel, pueblo de Dios, ofrece hoy varias perspectivas. En 1º lugar, la de Senaquerib I de Asiria, que decía "somos los más fuertes, y el mundo se nos ha de someter, y nosotros impondremos la ley". Y en 2º lugar la del propio Dios, que distribuye sus dones con generosidad, mima al pueblo elegido y, en la medida en que éste le es infiel, se sirve de imperios extraños para someterlo a disciplina.

         Acaso ninguna de esas 2 lecturas sea perfecta, pero muchas veces observamos que la historia acaba siendo jueza y sancionadora de los errores de los pueblos. Según el espíritu bíblico, esa sanción que acontece en la historia le duele al corazón de Dios. Y le duele porque él nos ama. Pero acontece porque Dios se complace en los fieles y humildes, y sobre ellos quiere que gire el curso de la historia de salvación.

         Isaías habla hoy de la falta de comprensión por parte del pueblo de Dios, ante los planes criminales que están llevando a cabo los dominadores del mundo. En efecto, Asiria vive del afán de conquista, y se dedica a destruir para afianzar así más su poder, e incluso se plantea sobrepasar al mismo Dios. Pero el pueblo de Dios no ha de alarmarse por esa situación, pues la acción de Dios actuará y se concretará en la historia, antes o después.

Dominicos de Madrid

b) Mt 11, 25-27

         La expresión introductoria "por aquel entonces" enlaza de algún modo esta perícopa con la anterior. Después de la recriminación de ayer a las ciudades que no responden (Cafarnaum, Corozaín y Betsaida), aparece hoy la respuesta favorable de la gente sencilla. Por contraste con la invectiva anterior, en esta perícopa Jesús alaba al Padre por lo que está sucediendo. Aparece el Padre como el Señor del universo.

         Jesús bendice al Padre por una decisión: los intelectuales no van a entender esas cosas; los sencillos, sí. "Esas cosas" puede referirse a "las obras" del Mesías (v.19). La revelación de que habla Jesús respecto a los sencillos tiene un paralelo en la que recibe Pedro para reconocer en Jesús al Mesías, después de los episodios de los panes (Mt 16, 17).

         Se trata, pues, de comprender el sentido de las obras de Jesús, de ver en ellas la actividad del Mesías. La revelación del Mesías podía haberse hecho de manera deslumbradora y autoritaria. Sin embargo, el Padre ha querido hacerla depender de la disposición del hombre. Es la limpieza de corazón, la ausencia de todo interés torcido, la que permite discernir en las obras que realiza Jesús la mano de Dios.

         Precisamente, la denominación "los sabios y entendidos" alude a Is 29,14. En el texto profético, Dios recrimina al pueblo su hipocresía en la relación con él: "lo honra con los labios, pero su corazón está lejos" (Mt 15, 8). A eso se debe que fracase la sabiduría de los sabios y se eclipse el entender de los entendidos. En el trasfondo del dicho de Jesús se encuentra, por tanto, esta realidad: los sabios y entendidos no captan el sentido de las obras de Jesús porque su insinceridad inutiliza su ciencia, impidiéndoles aceptar las conclusiones a las que su saber debería llevarlos.

         Los sencillos no tienen ese obstáculo y pueden entender lo que Dios les revela. El hecho de que Dios oculta ese saber no se debe a su designio, sino al obstáculo humano; se atribuye a Dios lo que es culpa del hombre. De hecho, la realidad de Jesús está patente a todos, viene para ser conocido de todos.

         El pasaje está en relación con el aserto de Jesús en Mt 9,13: "No he venido a llamar justos, sino pecadores". El justo es el que se cierra a la llamada por estar conforme con la situación en que vive. No es culpa de Jesús, sino del hombre. El que se tiene por justo, sin reconocer su necesidad de salvación, se cierra a la llamada de Jesús. Lo mismo el sabio y entendido, cuyo corazón está lejos de Dios, y cerrado a la revelación del Padre (v.25).

         La frase de Jesús "mi Padre me lo ha entregado todo" está en relación con la designación "Dios entre nosotros", y viene a decir que Jesús es la presencia de Dios en la tierra. También con la escena del bautismo, donde el Espíritu baja sobre Jesús y el Padre lo declara Hijo suyo. La posesión de la autoridad divina fue afirmada por Jesús en el episodio del paralítico (Mt 9, 6). La relación íntima entre Jesús y el Padre la establece la comunidad de Espíritu.

         Por eso nadie puede conocer al Padre, sino aquel a quien el Hijo comunique el Espíritu, que establecerá una relación con el Padre semejante a la suya. Es decir, el conocimiento de Dios de que se glorían los sabios y entendidos, que se adquiriría a través del estudio de la ley, no es verdadero conocimiento. Este consiste en conocerlo como Padre, experimentando su amor, y sólo se consigue esta experiencia por la comunicación que hace Jesús del Espíritu que recibió.

         De ahí que invite a todos los que están cansados y agobiados por la enseñanza de esos sabios y entendidos. Él se presenta como maestro, pero no como los letrados ni dominando al discípulo; él no es violento, sino humilde, en contraposición al orgullo de los maestros de Israel. Su enseñanza es el descanso, después de la fatiga del pasado (v.28).

Juan Mateos

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         El evangelio no es privilegio de los que se creen sabios y prudentes, sino que abre sus páginas a todos los hombres de buena voluntad, sobre todo a los pequeñuelos, a los pobres en el espíritu y a los humildes de corazón. Como decía Pío XII en su Divino Afflante Spiritu:

"Aquí tienen todos a Cristo, sumo y perfecto ejemplar de justicia, caridad y misericordia, y están abiertas para el género humano, herido y tembloroso, las fuentes de aquella divina gracia, postergada la cual y dejada a un lado, ni los pueblos ni sus gobernantes pueden iniciar ni consolidar la tranquilidad social y la concordia".

         La sencillez y la humildad son la puerta entrada al conocimiento de Dios. Si no damos este 1º paso avanzamos en falso y nos llenamos de vanagloria, el crecimiento interior lo realiza el Espíritu cuando le permitimos que actúe en nosotros.

         Cuando el ser humano está lleno de su propio conocimiento, y no sale de él, tiene serias dificultades para encontrar la presencia amorosa del Padre en la creación. La generación de Jesús pretendía conocerlo porque sabían quiénes eran sus padres y sus hermanos y dónde vivía, pero en su mayoría y principalmente los que manejaban la religión, no fueron capaces de descubrir en Jesús al Hijo de Dios, por eso el mismo Jesús les dice que nadie conoce bien al Padre sino el hijo y aquel a quien el hijo se lo quiera revelar, creer en Jesús es un don del Espíritu, nadie puede darse ese don si Dios mismo no se lo da.

         Sólo los pequeños, o los que se sienten necesitados de Dios, son los que reciben la revelación del misterio que se oculta bajo la creación divina, y son los realmente capacitados para descubrir las huellas y presencia divina en todo lo que existe y acontece.

         En sus mismos discípulos vemos con cuánta dificultad van descubriendo y aceptando que ese Jesús, de carne y hueso, es el Hijo de Dios. Porque el conocimiento de Dios es vida y no teoría. Y por eso encontramos muchos cristianos que saben demasiado de Dios y sus Escrituras, y por eso no pasan de su propio (y escaso) conocimiento, y hasta pierden hasta la fe.

Emiliana Lohr

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         Las personas sencillas, y las de corazón humilde, son las que saben entender los signos de la cercanía de Dios. Lo afirma el propio Jesús, en parte dolorido y en parte contento. Cuántas veces aparece en la Biblia esta convicción: a Dios no lo descubren los sabios ni los demasiado llenos de sí mismos, sino los débiles y dotados de un corazón sin demasiadas complicaciones.

         Entre "estas cosas" que no entienden los llenos de sí mismos, está el quién es Jesús y quién es el Padre. Lo vemos en el nacimiento de Jesús en Belén, cuando el niño fue reconocido por unos analfabetos (los pastores), varios que lo habían dejado todo en sus tierras lejanas (los magos) y los cercanos a la muerte (Simeón y Ana), mientras que las autoridades civiles (sabios) y religiosas (entendidos) no lo quisieron recibir.

         A lo largo de la vida de Jesús se repite la misma escena. La gente del pueblo alaba a Jesús (porque "nadie puede hacer lo que hace, si no viene de Dios"), mientras que los letrados y los fariseos buscan mil excusas para no creer (tildándolo incluso de "príncipe de los demonios").

         La pregunta vale para nosotros: ¿Somos humildes, sencillos, conscientes de que necesitamos la salvación de Dios? ¿O más bien, retorcidos y pagados de nosotros mismos, que no necesitamos preguntar porque lo sabemos todo, que no necesitamos pedir porque lo tenemos todo?

         Cuántas veces la gente sencilla ha llegado a comprender con serenidad gozosa los planes de Dios y los aceptan en su vida, mientras que nosotros podemos perdernos en ciencias y razonamientos. La oración de los sencillos es más entrañable, y seguramente llega más al corazón de Dios que nuestros discursos eruditos.

         Nos convendría a todos tener un corazón más humilde y unos razonamientos menos retorcidos, en nuestro trato con Dios. Y saberle agradecer los dones recibidos. Siguiendo el estilo de Jesús y el de María, su Madre, que alabó a Dios porque "había puesto los ojos en la humildad de su sierva".

José Aldazábal

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         El evangelio de hoy nos ofrece la oportunidad de penetrar en la estructura de la sabiduría divina. ¿A quien de nosotros no le apetece conocer los misterios de la vida? Porque hay enigmas que ni el mejor equipo de científicos del mundo llegará nunca, siquiera, a detectar.

         Sin embargo, hay Uno ante el cual "nada hay oculto, ni nada ha sucedido en secreto" (Mc 4, 22). Éste es el que se da a sí mismo el nombre de Hijo del Hombre, y el que afirma de sí mismo: "Todo me ha sido entregado por mi Padre" (v.27). Su naturaleza humana ha sido asumida por la persona del Verbo de Dios, y es, en una palabra, la 2ª persona de la Santísima Trinidad, delante la cual no hay tinieblas y por la cual la noche es más luminosa que el pleno día.

         Un proverbio árabe reza así: "Si en una noche negra una hormiga negra sube por una negra pared, Dios la está viendo". Para Dios no hay secretos ni misterios. Hay misterios para nosotros, pero no para Dios, ante el cual el pasado, presente y futuro están abiertos y escudriñados, hasta la última coma.

         Dice, complacido, hoy el Señor: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños" (v.25). Sí, porque nadie puede conocer esos o parecidos secretos escondidos, ni sacarlos de la oscuridad, con el estudio más intenso, ni como debido por parte de la sabiduría.

         De los secretos profundos de la vida sabrá siempre más el humilde de corazón que el pretencioso científico que se cree saber algo, porque hay ciencia que no se adquiere sino con la simplicidad y profundidad interior. Lo dijo muy bien San Clemente de Alejandría: "La noche es propicia para los misterios, y es entonces cuando el alma atenta y humilde se vuelve hacia sí misma, reflexionando sobre su condición. Es entonces cuando encuentra a Dios".

Raimondo Sorgia

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         Las palabras de hoy de Jesús nos ayudan a entender por qué, a pesar de vivir en la era de la tecnología, parece que nos alejamos cada vez más de la verdad. Y eso es así porque Dios da a revelar "estas cosas" (es decir, sus misterios) no a los soberbios sino a los sencillos.

         ¿Y quiénes son estos sencillos? El original griego empleado por Mateo es provocativo, pues utiliza en plural népios que significa muchas cosas: el que no habla, el niño, el débil en edad. ¿Y cómo es posible que puedan desvelar los misterios ese tipo de personas, habiendo tantos expertos dispuestos a sacar tajada?

         Lo llamativo del caso es que Jesús no reproche a su Padre esta actitud tan selectiva, sino que le dé gracias por ello. Así comienza el fragmento de Mateo. En la versión de Lucas (Lc 10, 21) se dice algo más sorprendente aún: que Jesús "se llenó de gozo en el Espíritu Santo". Vamos, que sintió que estaba dando en la diana y que aquí estaba la clave para entender muchos de nuestros despistes.

         Os invito a abrir los ojos y caer en la cuenta de algunos infelices de nuestro entorno que, en su aparente nesciencia, suelen poner el dedo en la llaga a la hora de señalar el camino, o de iluminar más que 10 congresos de expertos. ¿Conocemos a algunos de ellos?

         Por si os entran algunos remordimientos, leamos el texto evangélico a fondo. Porque nos viene a decir sobre esas personas que no es que sean una especie de "expertos en la sombra" (atrincherados tras su apariencia de estulticia), sino que ellos son el instrumentos elegido por el Padre para desvelar los misterios, pues "así le ha parecido mejor".

Gonzalo Fernández

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         A los grandes teoréticos, a los grandes estrategas y a los grandes comerciantes, el Reino de los Cielos no les importa mucho. Y es que, en términos generales, el Reino hace poco y pesa poco. Mas hay gente que no tiene una vida grande sino una vida pequeña, y por eso tienen los ojos más abiertos para descubrir el misterio, la belleza y la fecundidad de lo pequeño. Así nos lo muestra Jesús en el evangelio de hoy.

         Los "sabios y entendidos" buscan la verdad en aquello que se impone, y necesitan ser abrumados por el poder de algo para desear comprenderlo. El reino de Dios el algo que a ellos se les escurre entre los dedos, y por eso también ese Reino se oculta a sus ojos. El que se impone es débil porque no puede vencer la verdadera fortaleza del hombre, que es su corazón. Allá, en esa fortaleza, es donde nos encerramos a odiar a los que nos oprimen y a maldecir a los que pretenden imponerse sobre nosotros.

         Por eso el Reino no se impone, porque el que tiene que imponerse demuestra que nada puede frente a la muralla interior que cada uno construye en su corazón.

         Los sencillos y humildes, en cambio, han aprendido otro lenguaje. Saben distinguir las señales de auxilio del que padece necesidad quizá porque han tenido que utilizarlas en su momento. Saben que todos pasamos por horas difíciles, en las que nada podemos y todo necesitamos. Ese es el lenguaje del reino de Dios, ese es el lenguaje de Jesús, esa es la atmósfera que irradia la creación de Dios.

Nelson Medina

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         La actitud filial que presenta el evangelio de hoy (citando 5 veces la expresión Padre) es puesta hoy por Jesús en estrecha relación con con los sencillos de corazón y los que se creen dueños absolutos del saber, como parte de la misión que Jesús recibió de Dios.

         Y viene a decir que es la actitud cariñosa y acogedora (el amor) la que acerca al misterio de Dios y de la humanidad, y no tanto las actitudes políticas o intelectuales (el conocimiento). Pues éstas últimas acaban oprimiendo y corrompiendo, mientras que las primeras abren al deseo de una vida plena para toda la humanidad, y al compromiso por hacer más digno este mundo.

         Jesús reconoce ese misterio, y da gracias por ello. El hecho de que Dios haya "escondido estas cosas a los sabios" nos recuerda la vanagloria de aquellos que se creen dueños de la verdad (incluida la religiosa). Dios "revela estas cosas" (los secretos del Reino) a los sencillos, a los abiertos y a los disponibles para la causa de Jesús.

Ernesto Caro

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         La alabanza de Jesús de hoy, dirigida a Dios Padre, está impregnada de gratitud porque Dios haya decidido esconder las cosas del Reino a los prepotentes y a los que se creen ya salvados, y se las haya revelado a los pequeños (a los que Mateo llama "cansados y agobiados").

         La alabanza y agradecimiento de Jesús, al Señor del universo, tiene su origen y razón en el querer insondable de Dios, que da su beneplácito a la gente con disponibilidad abierta y se lo niega a la gente engreída (a los "sabios y entendidos" ante los ojos humanos, pero necios ante los ojos de Dios).

         La 2ª parte del himno de júbilo está centrada en el Padre y en Jesús (v.27). Y si la 1ª parte hacía una mirada profunda al interior del Padre, la 2ª hace una mirada reflexiva sobre la persona del Hijo. El tema de este versículo consiste en que también el Hijo revela conforme "a su querer", y en virtud del conocimiento y potestad que no tiene nadie más que él.

         Jesús reconoce que su tarea evangelizadora le ha sido encomendada por su Padre, y que se conoce al Padre por el Hijo. De esta manera, nos encontramos con una síntesis de la autorrevelación de Jesús. Jesús es el Hijo de Dios en un plano distinto y superior al del resto de los hombres. Al compartir la misma dimensión del Padre, se coloca en un plano trascendente, único y divino. Por tanto, Jesús es también, como Hijo de Dios, Señor del cielo y de la tierra.

Severiano Blanco

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         El pasaje evangélico de hoy describe 2 tipos de actitudes asumidas por el Dios del cielo y de la tierra: su encubrimiento a los sabios y entendidos, y su revelación a la gente sencilla. Para determinar el sentido del texto puede ayudarnos el precedente pasaje de los ayes de ayer contra las ciudades de Galilea (Cafarnaum, Corozaín y Betsaida), con los que el pasaje de hoy se une gracias a un "por aquel entonces".

         Jesús había dirigido su condena a 3 ciudades que eran sede de escuelas rabínicas y centros de cultura religiosa. Esto las llenaba de autosuficiencia y orgullo que les impedía descubrir las acciones divinas que se realizaban por medio de las obras de Jesús. Los sabios y entendidos son, por tanto, todos aquellos que con su actitud irresponsable no son capaces de aceptar las intervenciones de Dios en la historia.

         Este encubrimiento de Dios revela su culpabilidad. Dios, presentado como Señor de cielo y tierra, continúa su obra creadora en la historia. El conocimiento religioso, que debería ser un instrumento de acceso a esa continuación de la obra creadora, se convierte por su orgullosa autosuficiencia en obstáculo para una relación religiosa auténtica en dichas personas.

         De esa forma, por su culpa, Dios se encubre a ellas ya que su soberbia les impide aceptar la manifestación divina. Por ello el designio del Padre encuentra su realización en otros sujetos, que pueden ser calificados como "gente sencilla".

         La ausencia de tortuosidad y la mirada sincera sobre la realidad les capacita para aceptar "estas cosas". Con esta expresión se quiere indicar las obras mesiánicas de Jesús de las que habla el entero capítulo, con ocasión de la pregunta de los enviados de Juan.

         Dichas obras en su aparente simplicidad ponen en cuestión los intereses de todos aquellos que las consideran como amenaza a sus propios intereses. Por el contrario, encuentran la adecuada acogida en todos aquellos que ven en ellas realizados sus anhelos.

         Esta forma concreta de realización salvífica hace brotar el agradecimiento de labios de Jesús. Repetidamente refiere al Padre la condición bendito, aceptando el designio salvador en obediencia filial.

         Frente a los poderosos y autosuficientes que consideran que todo les está permitido, Jesús descubre la gozosa apertura a nuevos horizontes que se abre a la humanidad por la participación íntima en los secretos divinos. La profunda comunión de Dios en Jesús, el Dios con nosotros, se hace partícipe de este modo a todos aquellos que son capaces de aceptar este modo de actuación divina.

         La revelación divina, por tanto, no se inscribe en el cúmulo de conocimientos que somos capaces de atesorar a lo largo de nuestra vida. Ella sólo puede existir si somos capaces de participar del modo de actuar de Jesús, en un amor limpio y desinteresado que no cuida de los propios intereses sino que pone por encima de todo los intereses del Padre.

         El agradecimiento de Jesús por esta forma de actuar de ese Padre que es también Señor del cielo y de la tierra sólo puede transferirse a aquellos que estén dispuestos a seguir el camino de Jesús y adherirse en obediencia filial al querer de Dios.

Confederación Internacional Claretiana

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         Al contrario de lo que sucede con los soberbios, los humildes y sencillos perciben claramente los signos que se manifiestan en la acción de Jesús, porque sus ojos no están deslumbrados y porque su lógica no está empezoñada.

         La limpieza de corazón es la que permite ver con ojos limpios, y por eso es por lo que Jesús manifiesta a ellos los proyectos de Dios. Mientras que la soberbia de corazón no quiere ver ni oír otra cosa que aquella que envanezca su ego, o aquello que exalte su obra lucrativa.

         La gente sencilla ha sabido ver en la acción de Jesús en sus humildes señales, en su respeto por las mujeres, en su atención solícita por los enfermos, en su cercanía a los niños y enfermos. Y por eso, quien aspire a conocer a Dios ha de buscarlo con mirada clara y transparente, y quien aspire a conocer sus misterios ha de dejarse interpelar por sus señales sencillas.

         Los pequeños de los que habla Jesús en el texto de hoy son los que se saben necesitados y limitados. Y ésa es la razón por la que abrirán sus manos ante cualquiera, y valorarán cualquier simple cosa que a otros se les escape. A ellos se les ha dado la gracia de entender el misterio del amor gratuito del Padre. Mientras tanto, nuestro mundo y nuestra cultura seguirán soñando con convertirse en autosuficientes, independientes y dominantes de la situación.

         En nuestro mundo se dice que para triunfar hay que ser agresivos. Con elegancia pero agresivos, para no dejarse comer el terreno y como tantos héroes de película. ¡Qué equivocación! ¡Qué locura! El de nuestro mundo es un sueño imposible, porque siempre dependeremos los unos de los otros, siempre necesitaremos el don de la gratuidad. ¿Por qué no aceptamos de una vez que somos pobres y limitados? ¿Por qué no abrimos, sin avergonzarnos, nuestras manos vacías ante el único que nos las puede llenar?

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Las exclamaciones, lo mismo que los suspiros, suelen brotar desde lo más hondo de nosotros mismos. Son como un chorro de vida cuya presión no puede ser ya contenida, y por eso salen a la superficie como un surtidor. Pues bien, el evangelio de hoy conserva alguna de esas exclamaciones de Jesús: Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor.

         En este caso, el surtidor que brota del corazón de Cristo es una acción de gracias al Padre. Da gracias porque ha hecho a los sencillos objeto de su predilección: lo que les ha escondido a los sabios y entendidos se lo ha revelado a los sencillos.

         A Jesús eso le agrada, porque también él sintoniza con los sencillos, porque los sencillos son los que mejor han acogido su mensaje. Y como su mensaje es revelación de Dios, los que lo acogen se convierten instantáneamente en esos sencillos que tienen el privilegio de conocer lo que Dios ha querido comunicar de sí mismo y de sus planes.

         Los entendidos (que pudieran serlo en cualquier ramo del saber, pero que aquí han de ser más bien los escribas o entendidos en la palabra de Dios), precisamente por creerse tales (es decir, por creer entender la palabra de Dios), están en peor disposición para aceptar una ulterior revelación o clarificación de este mismo Dios que no había dado aún su última palabra, pues su última palabra llegaba con Jesús.

         El resultado de esta cerrazón de los entendidos es que se les acaba ocultando eso mismo que les es revelado a los sencillos. Por tanto, no es que Dios haga acepción de personas (discriminando entre esos a quienes ha decidido revelarse, y esos a quienes ha decidido ocultarse), sino que los entendidos, precisamente por creer que entienden, se cierran a una revelación a la que permanecen abiertos los sencillos (sencillamente, porque reconocen su ignorancia en este punto).

         El principio de todo aprendizaje es la humildad. Y el que carece de esta base, se incapacita a sí mismo para aprender. Y cuando se trata de este tipo de conocimiento, el conocimiento del Padre, se hace mucho más necesaria la humildad.

         En realidad, nadie puede conocer al Padre si éste no se revela, y ello por dos razones: porque es divino (y por tanto, no está al alcance de nuestros ojos e inteligencia) y porque es persona, y a una persona, más allá de lo que revelan sus obras, sólo se la puede conocer si ella nos muestra su interior (es decir, si se nos desvela). En el caso del Padre Dios, sólo lo puede conocer el que procede de él como Hijo, como recordó Jesús: Nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

         El Hijo, al ser también Dios, es nuestra vía de acceso al conocimiento del Padre, y cualquier otra vía (la de las criaturas, la de los profetas...) es una vía muy limitada o imperfecta. Sólo el Hijo conoce cabalmente al Padre, y sólo él nos lo puede dar a conocer.

         Esa es una de las razones por las que el Hijo de Dios se hizo hombre: para que, en cuanto hombre (con lenguaje humano), pudiera darnos a conocer adecuadamente al Padre del cielo. Por tanto, si queremos conocer a Dios hemos de atender a la palabra de este hombre (el Hijo encarnado) cuando nos habla de él, porque en su palabra se contiene la revelación del Padre.

         Acoger su palabra, como hacían los sencillos, era recibir el don divino de la verdad revelada. Y no acogerla, como sucedió con frecuencia entre los escribas y fariseos, era mantenerse de espaldas a esta revelación (y en definitiva, a la verdad de Dios).

         Se trata de una verdad que no puede ser en ningún caso conquistada mediante la investigación o el esfuerzo racional del hombre, sino sólo acogida o rechazada. Se trata de una verdad testimoniada, y ante un testimonio sólo cabe la aceptación, el rechazo o la indiferencia, que no deja de ser sino un modo de rechazo.

         Ante un testimonio sólo cabe creerlo o no creerlo, aunque eso no significa que el testimonio no vaya acompañado de signos de credibilidad o de no credibilidad. Habrá más o menos razones para creer en este testimonio, pero ante el testimonio sólo cabe creer o no creer, dar crédito a lo que se nos comunica o considerarlo enteramente increíble.

         El testimonio de Cristo se nos presenta como la revelación que el Hijo nos hace del Padre. Los sencillos aceptaron este testimonio, y los sabios y entendidos no lo aceptaron. Jesús, que sintoniza con el corazón de los sencillos, da gracias al Padre por semejante don.

         El conocimiento de Dios como Padre nos hace tomar conciencia de nuestra condición de hijos. Una vez adquirida esta condición, sólo nos queda comportarnos como hijos (en relación con Dios y en relación con los hermanos) para obtener la herencia prometida a los que se mantienen hijos o perseveran como tales hasta el final.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 17/07/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A