16 de Julio

Martes XV Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 16 julio 2024

a) Is 7, 1-9

         Isaías es un ciudadano aristocrático de Jerusalén, que pertenece al círculo de escribas y expertos consejeros del rey. Y por eso continuamente interviene en la política del país, como algo de lo más natural. En tiempos del rey Ajaz I de Judá (ca. 734 a.C), Rasin I de Siria (tributario de Asiria) subió a Jerusalén para asaltarla, y cuando en el palacio real se supo que el ejército sirio acampaba en Efraim, "se estremeció el corazón del rey y el de su pueblo, como se estremecen los árboles por el viento".

         Estamos en el 735 a.C, y como se ve, ¡esto es la guerra! Jerusalén está cercada por los ejércitos sirios y asirios, que acampan a escasos km antes de dar el asalto definitivo. El enloquecimiento es general, y el mismo Ajaz ha ofrecido en holocausto, en un alocado gesto de desesperación, a su propio hijo. Y nada más y nada menos que al abominable dios Moloc (2Re 16,3), poniendo al pequeñín en los brazos del negro dios infernal. Como se ve, la época es dura, y hasta se consuman sacrificios humanos.

         Entonces el Señor dijo a Isaías: "Ve al encuentro de Ajaz, al final del acueducto de la alberca superior, y por la calzada del campo Batanero". Por lo visto, el asustado monarca se encontraba justo allí, sobre el teatro de operaciones, fuera de las murallas de Jerusalén, y vigilando los preparativos de la defensa.

         Isaías escuchó a Dios en pleno centro del acontecimiento. ¿Y yo? ¿Sé escuchar a Dios en medio de todo lo que me sucede? ¿Y cuando las situaciones que están afectando son las colectivas? Porque ésta es la finalidad de la revisión de vida: procurar escuchar lo que Dios dice, en pleno centro de los acontecimientos.

         Tras lo cual, Dios siguió diciendo a Isaías: "Ve al encuentro de Ajaz con tu hijo Sear Yasub". Los hijos de Isaías, como los de Amós, tenían nombres simbólicos, y ese hijito con el que Isaías va al encuentro del rey, que acaba de matar al suyo, lleva un nombre de esperanza: "Un resto volverá". No, el futuro de la nación no es un callejón sin salida, e incluso en el caso de que cayera en la desgracia, y Jerusalén fuera deportada, "un pequeño resto regresará".

          Isaías fue enseguida a aquel lugar, y comunicó al rey Ajaz: "Ten calma, y no temas ni desmaye tu corazón por ese par de tizones humeantes, el rey de Siria y el de Samaria". El contraste es evidente, entre el aturdimiento del rey y la lúcida serenidad del profeta.

         Así, la posición de Isaías no es ni la resistencia a ultranza (ante el invasor), ni la seguridad tranquilizante (de una intervención milagrosa de Dios), ni la alianza con otras potencias (Egipto, enemiga de Asiria), sino la fe desnuda, y la esperanza en un Dios que sigue presente en el seno mismo de los fracasos.

         Pero quedémonos con el mensaje de que "un pequeño resto regresará", porque ese tema del pequeño resto pasará a ser el verdadero leit motiv de la Biblia, como lucecita invencible que subsiste en los días tenebrosos (Is 4,3; 10,20-23; 16,14; 24,6; 30,17; 37,4; 45,20; Dt 4,17; 28,62). Como dirá más adelante el propio Jesucristo, "si no creéis firmemente en mí, no subsistiréis". Ciertamente, es la fe la escala de valor del profeta, incluso cuando interviene en plena política. Los acontecimientos son, para él, la llamada a una intensa vida espiritual, a una intensa vida con Dios.

Noel Quesson

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         Escuchamos en la 1ª lectura cómo el profeta Isaías vuelve a meterse en los asuntos políticos de Jerusalén. No tanto a la hora de aportar soluciones técnicas o militares, sino para recordar al rey y a las clases dirigentes los criterios de fidelidad religiosa que deben seguir.

         Corren aires de guerra, y el rey Ajaz I de Judá y sus militares son presas del pánico ("agitados como los árboles del bosque con el viento") ante los 2 reyezuelos que les vienen a atacar: el rey de Damasco (Siria) y el rey de Samaria (Israel). Todo era cuestión de alianzas militares, o con Asiria (como quería Ajaz), o con Egipto (como querían los consejeros).

         Isaías recibe el encargo de tranquilizar al rey, y lo hace en nombre de Dios, que seguirá apoyando a la dinastía de David y la línea de la promesa mesiánica, con la condición de que también ellos le sean fieles: "Si no creéis, no subsistiréis".

         El salmo responsorial de hoy insiste en esta confianza, basada en el amor que Dios tiene a Jerusalén: "Dios ha fundado su ciudad para siempre: su monte santo, una altura hermosa y alegría de toda la tierra. Y cuando los reyes se aliaron para atacarla juntos, huyeron despavoridos". Por esta vez, Dios ahorra a su pueblo la catástrofe nacional, que ya se barrunta en el horizonte.

         Nos irían mucho mejor las cosas si fuéramos más fieles a Dios y a sus caminos. No es que cada desgracia sea un castigo al pecado, ni cada éxito un premio a la virtud. Pero nosotros mismos nos vamos construyendo un futuro bueno o malo según qué caminos seguimos. El que siembra vientos recoge tempestades, y el mal que hacemos tiene siempre consecuencias. ¿Cómo podrá ser estable un edificio (nuestra vida) si lo construimos basándonos en la falsedad?

         Jesús nos dirá que "demos al césar lo que es del césar, y a Dios lo que es de Dios",en un equilibrio que sanaría muchas situaciones de tensión. Las soluciones técnicas hay que ponerlas en marcha, pero sin olvidarnos de la fidelidad a Dios. Y no sólo porque sin él todo es deleznable, sino porque Egipto y Asiria no van a ofrecernos alianzas estables, ni tampoco el dinero ni la técnica más sofisticada.

         Es hermoso el gesto simbólico que hoy Dios le sugiere a Isaías: ir al encuentro de Ajaz acompañado por su hijo pequeño, que lleva por nombre Sear Yasub (lit. un resto volverá). Dios nunca cierra del todo la puerta a la esperanza, y los que la cierran somos nosotros mismos, con nuestras desviaciones y olvidos.

José Aldazábal

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         Sin querer profundizar los datos históricos que nos presenta este texto, notamos en el transcurso de la lectura un grave conflicto internacional frente a la búsqueda y lucha por la dominación de un territorio, con gobierno monárquico incluido, y con claras formas dinásticas familiares con pretensión al trono, presentando este texto una clara amenaza contra la dinastía davídica reinante.

         Frente a la tensión reinante entre los que buscan y luchan el poder, aparece la imagen y presencia del profeta Isaías con su hijo Sear Yasub (v.3), para que le comuniquen al rey Ajaz I de Judá que no tenga miedo, haciendo una clara alusión a la teología de la corona, y recordando que quien establece el poder es Dios.

         En el pasaje de hoy sobre la historia de Israel, el profeta Isaías nos lanza una verdad luminosa: "Si no creéis, no subsistiréis". Una verdad que Isaías aplica a la conducta que debe observar el rey Ajaz (frente a sus enemigos del norte), y que viene a decir que sólo una confianza profunda en las propias fuerzas, y en la Providencia divina que las mueve, puede llevar a la victoria de las armas.

         Nosotros hemos de aplicar esa verdad a la entereza de ánimo como hemos de afrontar nuestras propias adversidades, sobre todo para salir victoriosos en el espíritu, mantener la paz que da el buen obrar, servir con más solidaridad a quien nos necesite, y mantener la armonía en nuestro entorno. Sobre todo porque todo lo que no conduzca a la paz, fraternidad y amor, mermará nuestra existencia.

         ¿Exigiremos al Señor, a partir de ahora, que realice nuestros caprichos convincentes? Porque mal camino del espíritu es poner condiciones a Dios. Vivamos la experiencia de la libertad, de la generosidad y del amor, y dejémonos ganar por Dios.

Dominicos de Madrid

b) Mt 11, 20-24

         Jesús se pone hoy a recriminar a las ciudades donde había hecho casi todas sus potentes obras, por no haberse enmendado (v.20).

         La palabra entonces enlaza esta invectiva de Jesús con la escena anterior. Jesús se dirige a las ciudades cercanas para reprocharles su indiferencia al mensaje que han oído. Las ciudades son sedes de escuelas rabínicas y centros de cultura religiosa. Su indiferencia está en relación con la descrita antes bajo la imagen de los "niños que no hacen caso a sus compañeros" (v.16). Ambos datos indican que la invectiva a las ciudades mira, sobre todo, a los círculos intelectuales que van a mencionarse a continuación (v.25).

         La enmienda fue la exigencia expresada por él ante la cercanía del reinado de Dios (Mt 4, 17). A pesar de los hechos que acreditan la cercanía del reinado, esas ciudades no han cambiado de vida. El término metanoeo (lit. enmendarse) significa cesar de practicar la injusticia y comenzar una vida justa. Debe cambiar la calidad de las relaciones humanas; pero nada ha cambiado en esas ciudades. No han dado el paso preliminar para el reinado de Dios (v.20). No han hecho caso de los hechos objetivos (vv.20-21) que han podido presenciar, fruto de la actividad de Jesús.

         Corozaín estaba a unos 3 km al norte de Cafarnaum, y Betsaida a unos 10 km (en la desembocadura del Jordán). La comparación que hace Jesús acusa a estas ciudades de ser más rebeldes a Dios que las ciudades paganas del norte, bien conocidas. Isaías había predicho la ruina de Tiro y Sidón. Usando la imagen del Día del Juicio, afirma Jesús que el destino de las ciudades paganas será más llevadero que el de las judías (vv.21-22). El sayal y la ceniza eran símbolos de arrepentimiento.

         El caso de Cafarnaum, ciudad donde Jesús se había instalado (Mt 4, 13), es aún más grave. No sólo es más rebelde que los paganos; Jesús la considera peor que Sodoma, prototipo de ciudad maldita (Mt 10, 15), por haber ignorado la nueva realidad que en ella se ha manifestado (vv.23-24).

         Para describir su ruina usa Jesús unos versículos de la sátira de Isaías por la caída de Nabucodonosor II de Babilonia. Éste es precipitado del vértice de la gloria al vértice de la miseria (Is 14, 13.15). Se deduce de esta perícopa que Mateo ve en Galilea una resistencia encarnizada al mensaje de Jesús. La buena noticia encontrará más eco en los países paganos.

         Las acciones de Jesús narradas por el evangelista (Mt 8, 2-9, 28) tenían que ver, sobre todo, con la apertura a los paganos y con la curación del nacionalismo exclusivista de Israel. Estas ciudades, situadas en la orilla del lago o cerca de ella, con tráfico comercial y población mezclada, habrían debido aceptar la universalidad de la salvación. Sin embargo, siguen en su mentalidad anterior. Renunciar a la propia superioridad y al exclusivismo es parte de la enmienda.

Juan Mateos

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         Como antítesis de los macarismos o bienaventuranzas (Mt 5, 3), también forman parte del repertorio de Jesús las sentencias (caracterizadas por la interjección ay) que expresa una maldición, y que pertenecen, como la bendición, a la esfera de los valores religiosos.

         Este texto está construido teniendo en cuenta los oráculos y lamentaciones de los grandes profetas contra las ciudades pecadoras y resumen el juicio del Mesías sobre el pueblo que no ha aceptado su mensaje de conversión al reino de Dios. Convertirse significa dejar de practicar la injusticia y comenzar una vida justa. La conversión debe cambiar la calidad de las relaciones humanas; pero nada ha cambiado en esas ciudades porque no han aceptado el mensaje del Reino.

         Estas 3 ciudades (Corozaín, Betsaida y Cafarnaum) estaban situadas a orillas del lago de Galilea, y fueron testigos privilegiadas de las grandes obras del Mesías, oyendo la proclamación de la Buena Noticia y su llamada a la conversión, viendo con sus ojos las señales de los tiempos mesiánicos y recibiendo la visita de los apóstoles. Pero no se habían convertido.

         Los versículos que conforman este texto son 3 y se corresponden entre sí: 1º reproche y amenaza a las ciudades galileas (vv.21a.23a); 2º comparación de las obras realizadas, entre ellas y otras ciudades paganas (vv.21b.23b); 3º resolución diferenciada del juicio final, que a unas tratará con severidad y a otras con misericordia (vv.22.24).

         Los prodigios de Jesús son signos que anuncian la llegada del Reino. La respuesta del ser humano debe ser la conversión y la fe. Tiro y Sidón, las 2 grandes ciudades fenicias Sodoma y Gomorra, son el ejemplo típico de ciudades paganas y pecadoras. Pero si estas ciudades hubieran sido testigos de las obras de Dios se habrían convertido con saco y ceniza (eran símbolos de arrepentimiento).

         En cambio, aquellas ciudades galileas son maldecidas por Jesús porque han encarnado la prepotencia de la estructura de poder, elevándose hasta el cielo y presumiendo de su sabiduría, que les impide reconocer a Jesús como la verdadera sabiduría a través de sus obras. Por eso el juicio (escatológico-histórico) de Jesús sobre las ciudades es figura y signo del juicio escatológico sobre los ciudadanos que hayan asumido la mentalidad de la estructura social, generando la desigualdad y la muerte.

Fernando Camacho

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         Después de este discurso dirigido a los discípulos, Mateo nos describe detenidamente la actividad de Jesús. En concreto, le vemos discutir con sus adversarios sucesos concretos para mostrar que es, en esas circunstancias prácticas de la existencia, en las que hay que saber tomar partido por o contra Dios.

         Se puso entonces a recriminar a las ciudades donde había hecho casi todos sus milagros, por no haberse convertido. En todo momento nuestros actos son una elección por o contra Dios. En todo momento Dios quiere algo de nosotros. En todo momento podemos saber cuál es la voluntad de Dios sobre nosotros. En todo momento, cuando pensamos realmente en ello, podemos vivir en comunión con Dios, en correspondencia a su voluntad.

         Señor, ¿qué esperas hoy de mí? Nuestra revisión de vida, al final de cada día, tendría que ser la búsqueda con él, de esas correspondencias amorosas y de nuestros rechazos.

         Entonces dijo Jesús: "¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti Betsaida". Estas maldiciones son la contrapartida de las bienaventuranzas que Jesús pronunció en otras ocasiones. Las ciudades a orillas del lago de Tiberiades, las que más ocasiones tuvieron de oír a Jesús y de ver sus milagros, tenían que haber respondido mejor a las gracias que Jesús les ofrecía. Y ello hubiera sido su felicidad. Pero, por el contrario, se hundieron con el rechazo y la desgracia.

         "Porque si Tiro, Sidón, Sodoma y Gomorra hubieran recibido los mismos beneficios que tú (continúa diciendo Jesús), hace tiempo, que se habrían arrepentido". Las ciudades judías del lago (Corozaín y Betsaida) son comparadas a las ciudades paganas del norte (Tiro y Sidón) y del sur (Sodoma y Gomorra). Esas ciudades, en tiempo de Jesús, eran el símbolo del orgullo y del desenfreno, respectivamente.

         Ahora bien, Jesús anuncia que su castigo será menos riguroso que el de las ciudades que han recibido el evangelio. Sí, porque en la inmoralidad y el mal (que pueden hacer los que no conocen a Jesús) hay mucha maldad, pero también ignorancia.

Noel Quesson

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         Lo que decía ayer Jesús de que no había venido a traer paz, sino espadas y división, se ve claramente en la página siguiente del evangelio. Tres de las ciudades (Betsaida, Corozaín, Cafarnaum), en torno al lago de Genesaret, que tenían que haber creído en él, porque escuchaban su predicación y veían continuamente sus signos milagrosos, se resisten. Jesús se lamenta de ellas.

         Las compara Jesús con otras ciudades con fama de impiedad (Gomorra), paganismo (Tiro y Sidón) y corrupción de sus costumbres (Sodoma), y asegura que esas ciudades malditas serán mejor tratadas que las que ahora se niegan a reconocer en Jesús al enviado de Dios. En otra ocasión también alabó Jesús a la ciudad pagana de Nínive, pues acogió la predicación de Jonás y se convirtió al Señor. Mientras que el pueblo elegido siempre se mostró reacio y duro de cerviz.

         Los que pertenecemos a la Iglesia de Jesús, podemos compararnos a las ciudades cercanas a Jesús. Por ejemplo, a Cafarnaum, a la que el evangelio llama "su ciudad". Somos testigos continuos de sus gracias y de su actuación salvadora. ¿Podríamos asegurar que creemos en Jesús en la medida que él espera de nosotros?

         Cuanto más ha recibido uno, más tiene que dar. Nosotros somos verdaderamente ricos en gracias de Dios, por la formación, la fe y los sacramentos. ¿De veras nos hemos convertido a Jesús, o sea, nos hemos vuelto totalmente a él, y hemos organizado nuestra vida según su proyecto de vida? ¿O, tal vez, otras muchas personas, si hubieran sido tan privilegiadas en gracias como nosotros, le hubieran respondido mejor?

José Aldazábal

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         El texto de hoy está construido teniendo en cuenta los oráculos y lamentaciones de los grandes profetas contra las ciudades pecadoras, y resume el juicio del Mesías sobre el pueblo que no ha aceptado su mensaje de conversión al reino de Dios. Convertirse significa dejar de practicar la injusticia y comenzar una vida justa, y la conversión debe cambiar la calidad de las relaciones humanas; pero nada ha cambiado en esas ciudades porque no han aceptado el mensaje del Reino.

         Los versículos que conforman este texto se corresponden entre sí, y se dirigen a:

-las ciudades galileas, que son reprochadas y amenazadas (vv.21a.23a);
-las ciudades paganas, que han sabido reconocer la mano de Dios (vv.21b.23b);
-los presentes, hablando sobre el rigor y misericordia del juicio, respecto a las ciudades citadas (vv.22.24).

         Los prodigios de Jesús son signos que anuncian la llegada del Reino. La respuesta del hombre debe ser la conversión y la fe. Tiro y Sidón (símbolos del poder y del lujo) y Sodoma y Gomorra (símbolos del vicio y la corrupción) son ejemplo de ello. Pues si estas ciudades hubieran sido testigos de las obras de Dios, se habrían convertido con saco (símbolo de austeridad) y ceniza (símbolo de arrepentimiento).

         En cambio, las ciudades galileas son maldecidas por Jesús, porque "se han elevado hasta el cielo" (presumiendo de su sabiduría) y no han sabido reconocer lo que ocurría en la tierra (la verdadera sabiduría de Jesús), no en la teoría sino a través de sus obras. Por eso el juicio de Jesús sobre estas ciudades es anticipo del juicio escatológico sobre todos los habitantes de la tierra.

Gaspar Mora

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         Nos habla el evangelio de hoy del juicio histórico de Dios sobre varias ciudades de Galilea: "Ay de ti, Corozaín; ay de ti, Betsaida". Y nos viene a decir que el juicio escatológico será distinto para unos y otros: "Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que se habrían convertido" (Mt 11, 21).

         He meditado este pasaje sobre las negras ruinas de estas ciudades, o lo que queda de ellas. Y mi reflexión no me ha llevado a alegrarme del fracaso que sufrieron, sino a pensar en nuestras poblaciones, en nuestros barrios, en nuestras casas. Pues por aquí también ha pasado el Señor, y ¿qué caso se le ha hecho?, ¿qué caso le he hecho yo?

         Con una piedra en la mano, me he dicho para mis adentros: algo así quedará de mi existencia histórica, si no vivo responsablemente la visita del Señor. Y he recordado al gran Lope de Vega: "Alma, asómate ahora a la ventana: verás con cuánto amor llamar porfía". Y avergonzado reconozco que yo también he dicho: "Mañana le abriremos, para lo mismo responder mañana".

         Cuando cruzo las inhumanas calles de nuestras ciudades dormitorio, pienso: ¿Qué se puede hacer entre estos habitantes, con quienes me siento incapaz de establecer un dialogo, con quienes no puedo compartir mis ilusiones, a quienes me resulta imposible trasmitir el amor de Dios? Recuerdo, entonces, el lema que escogió San Francisco de Sales al ser nombrado obispo de Ginebra: "Donde Dios nos plantó, es preciso saber florecer".

         Y si con una piedra en la mano meditaba el juicio severo de Dios que puede recaer sobre mí, en otros momentos pienso que no debo perder la esperanza, sino corresponder a la bondad que Dios ha mostrado conmigo, atento hacia el que me pide una información, dirigiendo mi sonrisa al que me cede el paso. Así florecerá un nuevo futuro, y nuestro entorno no perderá la fe.

Pedro Inaraja

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         Uno tiende a pensar que una buena tanda de milagros será suficiente para convertir a cualquiera. Pero el evangelio de hoy demuestra que no es así. Las ciudades que nombra Jesucristo en este breve texto (Corozaín, Betsaida y Cafarnaum) tienen probablemente el mayor índice de milagros por km2 del mundo entero. Y sin embargo, ya hemos oído el reproche del Señor: no se convirtieron. La 1ª conclusión es que la conversión no sucede a fuerza de cosas extraordinarias.

         Los milagros no son pruebas geométricas, que te obligan a aceptar lo que se te está diciendo. Sino que son señales, y en cuanto tales pueden ser aceptados o no. De donde sacamos otra enseñanza: si los milagros son señales, es evidente que no son las únicas. El mundo entero está lleno de señales, pero nosotros las consideramos poco interesantes por la única razón de que nos hemos acostumbrado a ellas.

         Un atardecer, la paz de un arroyo, el parpadear de las estrellas o la inmensidad del océano son señales que están proclamando a su Hacedor. Lo importante, en último término, no es el tamaño de la señal, sino la docilidad de la mirada que las lee, reconoce y agradece.

Nelson Medina

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         De nuevo insiste Jesús hoy en la resistencia a la conversión, pero desde otro ángulo: las diversas ocasiones, a lo largo de nuestra vida, en las que hemos sido conscientes del paso de Dios.

         No podemos negar que Dios ha operado en nosotros signos y prodigios (no los realizados en Corozaín y Betsaida, pero sí a través de otras visibles maravillas de Dios). Por ello, el Señor nos invita a reflexionar sobre cómo hemos y estamos respondiendo a estas gracias, a esta actuación continua y salvífica de Dios.

         No podemos mantenernos indiferentes a la acción de la gracia, a la invitación de Jesús a cambiar de vida y a consagrársela a él. Jesús espera de cada uno de nosotros una respuesta generosa, ¿estaremos dispuestos a dársela?

Ernesto Caro

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         "Si no creéis, no subsistiréis", nos dice hoy Jesús. ¡Cuántas veces nos ha salvado la fe, cuántas veces fiarnos de los demás (y de Dios) nos ha permitido mantenernos en pie cuando todo iba al traste! Son esos momentos en que cualquier tipo de amenaza (interna o externa) consigue agitar nuestro corazón, como se agitan los árboles del bosque con el viento. Y es ahí cuando el Señor habla.

         El problema es que a menudo Dios nos envía soluciones que nosotros no queremos aceptar. En el AT, por ejemplo, Dios le pide a Acaz que se de un paseo con su pequeño hijo Sear Yasub, tranquilizando al pueblo frente a los enemigos. ¡Vigilancia y calma! Quizás a nosotros nos gustarían más las soluciones a través de grandes estrategias y enormes movimientos, y eso de limitarnos a pasear con un niño, o mantener la calma, nos parece una tontería.

         ¡Ay de ti, Corozaín; ay de ti, Betsaida; ay de ti, fulanito! Ay de ti, cuya historia está repleta de milagros, de signos de Dios, de acciones de él sobre ti, y tú te empeñas en querer arreglar las cosas a tu manera, con tus caballos y tus carros. Pero no. Si no crees, no subsistirás. El texto hebreo juega con el verbo amán, de donde procede la expresión amén. Y ese es su significado: creer, subsistir, sostenerse, estar firme y en pie.

         Mantente firme, apóyate sólidamente en quien crees y en quien merece tu confianza. Vigila y ten calma, que el Señor, que tantos prodigios ha hecho en ti, los seguirá haciendo. Él lo ha dicho y lo hará.

Rosa Ruiz

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         La elegía fúnebre por la muerte de una persona fue transferida, ya en el AT, al ámbito de lamentaciones por un grupo o un pueblo que se considera que ha cesado de vivir. Los ayes bíblicos afectan a toda una sociedad o a franjas extensas de sus miembros, por haber desaprovechado oportunidades ofrecidas por el Dios de la vida.

         En este caso Jesús se dirige a 3 ciudades ubicadas junto al lago de Tiberíades (Corazaín, Betsaida y Cafarnaum) por haberse cerrado al llamado de conversión dirigido a ellas por Jesús.

         En aquella época dichas ciudades eran sedes de escuelas rabínicas, y por consiguiente estaban orgullosas de su condición de centros de cultura religiosa. El ay fúnebre de Jesús se dirige sobre todo a los círculos intelectuales de dichas ciudades.

         Los ayes dirigidos a Corozaín y Betsaida nacen de la comparación de su actitud con una posible actitud de Tiro y de Sidón. Estas últimas eran consideradas como identificadas con el pecado según aparece en las referencias que sobre ellas ofrece el AT.

         Sin embargo, Tiro y Sidón son juzgadas como menos culpables que las ciudades israelitas, ya que en ellas no se han realizado señales semejantes a las que Jesús ha realizado en ésta. Dichas señales hubieran abierto a sus habitantes a la conversión y por ello el juicio que les espera será más benigno que el que espera a las ciudades del lago.

         La culpabilidad de Cafarnaum es aún mayor que la de Corozaín y Betsaida, porque participaba del orgullo tiránico del rey de Babilonia, destruido por Dios (Is 14, 13-15). Y el orgullo de la ciudad la había cerrado a la aceptación de los signos de Jesús, y la había hecho más culpable que la ciudad donde no se encontraba ningún justo: Sodoma. Ante las señales operadas por Jesús en Cafarnaum, aquella ciudad hubiera reaccionado positivamente, y hubiera prolongado su vida hasta el tiempo de Jesús.

         La sentencia del juicio es la misma para Cafarnaum que para sus vecinas, y mucho más severo que el reservado para las ciudades paganas y pecadoras. En el horizonte del Día del Juicio, la única actitud para conservar la vida es la de un cambio radical, que nos haga pasar del paganismo humano al comportamiento del reino de Dios.

         A esta práctica de la justicia está ligada la posibilidad de la participación en ese reino de Dios predicado por Jesús, con obras y palabras poderosas. La ceguera, la dureza de corazón cierra inevitablemente el camino a esa feliz posibilidad. El ay se convierte en la constatación que el profeta Jesús hace de la condición de las ciudades pecadoras. El Día del Juicio que se anuncia no hará más que ratificar esa presencia de la muerte que en ellas actúa.

         El comportamiento adoptado frente a las obras de Jesús, el enviado del Padre, pone de manifiesto (ya en el presente) la pertenencia al ámbito de la vida o de la muerte de un grupo humano, y de cada uno de sus integrantes. Los ayes sobre las ciudades del lago son un invitación a la conversión, para cada persona y seguidor de Jesús.

Confederación Internacional Claretiana

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         La predicación del Bautista, exigiendo la conversión a la predicación de Jesús y a la irrupción del reino de Dios, no habían hecho mella en muchas ciudades judías, completamente indiferentes a pesar de los prodigios y señales obrados por uno (Juan) y otro (Jesús). El pueblo elegido se ha endurecido, y vive una mentalidad cerrada que no le permite interesarse por la Buena Noticia. Y Jesús condena duramente esa mentalidad cerrada, que no sólo ciega frente a la novedad de Dios, sino que ciega ante las mismas evidencias (milagros) realizadas ante sus narices.

         En actitud profética, descalifica Jesús el cerrazón de los judíos, y anuncia la salvación para las ciudades paganas. A los oídos de sus contemporáneos, esto debió sonar como un terrible atrevimiento, pero el tiempo se encargo de darle la razón. Esta cerrazón va a ser superada por la nueva lógica del reinado de Dios, que se evidencia en los versículos siguientes.

         Jesús no aguanta la dureza de corazón de sus conciudadanos. Porque día a día le están escuchando, y viendo sus milagros, e incluso comentan que bien podría ser Jesús el Mesías esperado. Pero en realidad no están dispuestos a cambiar sus vidas, y tan sólo han dejado por un momento sus ocupaciones por la curiosidad de ver un milagro de Jesús. Y luego, tras comentan el espectáculo, vuelven a lo de siempre, dejando todo eso en una anécdota más almacenada en la memoria. El mensaje de la Palabra ni siquiera ha llegado a rozar sus vidas. Y eso es lo que provoca la ira de Jesús.

         No se puede escuchar a Jesús y seguir cerrados en nosotros mismos, con una excusa para cada cosa que sucede a nuestro alrededor. Porque no habremos entrado en la verdad del mensaje de Jesús, ni su palabra habrá llegado a nuestro corazón, ni nos convertiremos ni nos salvaremos.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         En la predicación de Jesús no sólo hay palabras amables, sino que, aunque siempre haya buena noticia, no por ello deja de haber recriminaciones. En este caso, el evangelio de hoy las hace recaer sobre enteras poblaciones en las que el Salvador se ha volcado abundantemente, sin obtener una respuesta adecuada. Y es que la ingratitud acaba haciéndose merecedora de la maldición.

         Corazaín y Betsaida eran aldeas próximas a Cafarnaum, la ciudad más populosa de aquel entorno geográfico de la región de Galilea, en la ribera del lago de Genesaret. Jesús parece haber iniciado aquí su actividad misionera, obtuvo de Betsaida a 5 de sus apóstoles, e incluso fue en Cafarnaum donde instaló su residencia habitual, durante sus años de vida pública.

         En dichas poblaciones había concentrado Jesús, por tanto, muchos esfuerzos y muchas energías. Se trataba de ciudades donde ha hecho casi todos sus milagros, puntualiza el evangelista, obteniendo de ellas escasos resultados (es decir, pocas adhesiones, pues la mayoría ni se han dejado mover por sus palabras, ni por sus milagros).

         Seguía haciéndose realidad, así, aquello de que nadie es profeta en su tierra. Por ello, exclama Jesús: ¡Ay de ti, Corazaín; ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, cubiertas de sayal y ceniza. Por eso os digo que el día del juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras.

         Parece como si Jesús concediera a ciudades paganas, como Tiro y Sidón, mayor capacidad de conversión que a esas ciudades judías que han sido objeto de su predilección y preferencia. Jesús acusó esta falta de respuesta por parte de su pueblo, aquel al que pertenecía por razón de nacimiento y al que había sido enviado en primer término, haciendo de este pueblo (el elegido) el inmediato destinatario de la buena noticia de la salvación.

         Y de tal manera acusa esta falta de respuesta, que se permite compararles con ciudades como las fenicias Tiro y Sidón, las cuales, aun siendo paganas, estarían en mejor disposición de responder a la siembra de su mensaje. Por eso se harán dignas de un juicio más benigno en su día.

         El juicio final, por tanto, será universal, pero para unos será más llevadero que para otros. Y todos, tanto judíos como paganos y cristianos, habrán de comparecer a ese juicio, para dar cuenta de la respuesta que han dado a esos bienes que les han sido entregados con la vida. Eso sí, al más responsable le tocará responder más.

         Tampoco Cafarnaum escapa a la recriminación, como apunta Jesús: Y tu Cafarnaum, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al abismo. Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que en ti, habría durado hasta hoy.

         De nuevo invoca Jesús los milagros como motivo de credibilidad, pues precisamente los hizo para eso, para despertar actos de fe y de adhesión. Pero hasta las acciones más maravillosas y extraordinarias, como éstas, han resultado infructuosas, y esa esterilidad dice mucho de la cerrazón e ingratitud de ese que se ha beneficiado de las bendiciones de Dios, y ha sido incapaz de reconocerlas. Realmente, ese tal se ha convertido en un terreno estéril y baldío, y por eso merece la maldición de su benefactor.

         Si nos damos cuenta, la maldición de Jesús sobre las ciudades judías no es la misma que recayó sobre toda la humanidad en el Jardín del Edén, pues en este caso la maldición tiene un aspecto de aviso saludable, y no de castigo definitivo.

         En efecto, avisa Jesús a sus conciudadanos que, de mantenerse en esa actitud, tendrán el juicio que merece su incredulidad: un juicio riguroso, y menos benigno que el que recibirán muchos incrédulos (= paganos), pues al que mucho se le dio más se le exigirá, y porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que en ti, habría durado hasta hoy.

         Sodoma, la ciudad arrasada por el fuego, no se sobrepuso a su catástrofe ni duró hasta hoy. Tampoco las ciudades galileas de Corazaín, Betsaida y Cafarnaum han durado hasta hoy. De Cafarnaum sólo quedan algunas ruinas, y de las otras dos ni eso, sino tan sólo noticias de su enclave (en Corozaín) o las piedras esparcidas por el suelo (en Betsaida).

         Si esto fue lo que merecieron oír aquellas ciudades ingratas a la actividad de Jesús, ¿qué no mereceremos nosotros, a más de 2.000 años de distancia y tras tanta experiencia y pervivencia del cristianismo con sus múltiples cosechas y sangre martirial?

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 16/07/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A