26 de Julio

Viernes XVI Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 26 julio 2024

a) Jer 3, 14-17

         Jeremías percibe hoy el contexto histórico del exilio y dispersión por Babilonia del pueblo hebreo, y anuncia el retorno de los deportados: "Volved, hijos rebeldes, porque yo soy vuestro Señor. Os iré recogiendo uno a uno de cada ciudad, y por parejas de cada familia y os reconduciré a Sión".

         El tema del reencuentro forma parte del deseo profundo de la humanidad, y el volver a encontrarse cuando se ha estado separados. En ese sentido, Babel es el símbolo de la dispersión de los hombres (que no logran vivir reunidos), y Jerusalén (como veremos al final de este oráculo), el símbolo de una concentración universal.

         Pero para que esto pueda llevarse a efecto, resalta Jeremías la importancia de los jefes, y de todos aquellos que tienen alguna responsabilidad: "Os daré pastores según mi corazón, que os conducirán con prudencia e inteligencia". Es decir, ¡qué sean inteligentes!, y capaces de analizar de veras las situaciones, con realismo y sin falsas ilusiones.

         Tras lo cual, continúa diciendo Jeremías: "Cuando seáis más y fructifiquéis en el país, no se hablará más del Arca de la Alianza, ni os acordaréis de él". El Arca de la Alianza era el objeto de culto más sagrado: un cofre de maderas preciosas, en el que estaban encerradas las Tablas de la Ley de Moisés y el símbolo más explícito de la presencia de Dios en el templo. Un símbolo judío que, el 587 a.C, también fue quemado por los invasores caldeos, junto al resto del Templo de Jerusalén.

         Ahora bien, Jeremías tuvo la audacia de pedir que no se le echara de menos (al Arca), ni que se tratara de reconstruirla. ¿Por qué? Lo dice el propio Jeremías: "Porque en aquel tiempo, llamarán a Jerusalén el Trono del Señor".

         En efecto, el Arca de la Alianza representaba una religión arcaica, demasiado materializada. Y la presencia de Dios, dice Jeremías, estará en adelante en el corazón de cada creyente. Lo mismo que dirá más adelante el propio Jesús: "Destruiré este templo, y lo reconstruiré", porque "hablaba del templo de su cuerpo" (Jn 2, 19-21).

         El malestar que se dejó sentir en Jerusalén por la desaparición del Arca es común a todas las épocas, sobre todo cuando desaparece una forma de culto, o una expresión de lo sagrado. E incluso la Iglesia también experimenta esta impresión, cuando se ve privada de la suntuosa ambientación litúrgica de antaño. Pero hay que tener la fe de Jeremías, que valoraba la presencia espiritual de Dios, no unida a ninguna costumbre, ni siquiera a la más sagrada y venerable.

         Y lo que es profético también, en esta visión de futuro, es que Jeremías parece sugerir que es Jerusalén (es decir, una ciudad normal) la que pasará a ser nuevo Arca de Dios, o lugar de la presencia de Dios. En efecto, Dios está en lugares reales, y no en ningún objeto tabú. Él se encuentra allí donde se viven relaciones interpersonales satisfactorias. Señor, haz que vivamos siempre como hermanos.

         Entonces, "todas las naciones se incorporarán a Jerusalén en el nombre del Señor, y abandonarán la obstinación de sus perversos corazones". ¡Cuán amplia es esta visión de concentración! Porque no son sólo los deportados de Israel los que conformarán el pueblo de Dios, sino todas las naciones que quieran unirse a Jerusalén. Señor, haz que todos los hombres vivamos como hermanos.

Noel Quesson

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         El libro de Jeremías nos ofrece hoy una profecía que puede resultar muy actual: "Os daré pastores según mi corazón". Es éste el versículo que Juan Pablo II escogió para titular su exhortación post-sinodal sobre la vida y ministerio de los presbíteros: Pastores dabo Vobis.

         Debería dolernos la existencia de pastores que no dan su vida por la Iglesia ni por el pueblo, o que han reducido su ministerio a una tarea burocrática. Así como también la gran cantidad de jóvenes que rechazan la invitación de Jesús a entregarse a él y a los demás.

         En este contexto, ¿qué pueden significar las palabras de Jeremías? ¿O quiénes son esos pastores que Dios nos va a dar "según su corazón"? Serán aquellos que nos apacienten con ciencia y experiencia. Esas son las 2 palabras que usa el texto. Es decir, que sean maestros del espíritu, y que sean ellos los primeros testigos de lo que enseñan.

Gonzalo Fernández

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         En el juicio entablado ayer por Dios contra su pueblo, oíamos unas quejas amargas. Y hoy, Dios les dice una palabra esperanzadora: "Volved". Todo ello a través de la imagen del esposo abandonado, que abre el camino para la vuelta de su infiel esposa, que le da la posibilidad de rehabilitarse, y que le ofrece la casa que nunca debió abandonar. Los verbos son a cual más esperanzadores: volved, os escogeré, os traeré, os daré...

         En ese nuevo futuro, no se hablará ya del Arca de la Alianza, ni se volverá a repetir la experiencia del desierto (donde viajaba el Arca con su pueblo, sin morada estable), pues habrá un lugar seguro y fijo: Jerusalén. Y en ese lugar, no se echará de menos el Arca, sino la presencia de Dios mismo: "Llamarán a Jerusalén trono del Señor, por el nombre del Señor que está en Jerusalén". El salmo responsorial de hoy prolonga esta perspectiva esperanzadora: "El que dispersó a Israel lo reunirá, y lo guardará como pastor a su rebaño".

         Los cristianos leemos esta profecía de Jeremías sabiendo que, en Jesús, Dios ha hecho su morada entre nosotros. Y sabiendo que Jesús, antes de despedirse, nos aseguró: "Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo". Si es el caso, también nosotros deberemos desandar el camino que nos haya alejado de Dios, y volver a él con el mismo amor que habíamos tenido en nuestros mejores momentos de fe.

         Oigamos para cada uno de nosotros la palabra de Dios: "Volved, que yo soy vuestro dueño". Sea cual sea nuestra situación, siempre es posible el regreso, pues Dios es un Dios que perdona, y Jesús no a condenar sino a salvar.

         La profecía de Jeremías nos asegura que tenemos solución, que este mundo tiene solución, que la juventud de hoy tiene solución, y que la Iglesia tiene solución. La puerta ha sido abierta por Dios, con esos brazos de padre que sale a esperar a sus hijos, y con unos planes que son alegría y vida: "Entonces se alegrará la doncella en la danza, gozarán los jóvenes y los viejos, y convertiré su tristeza en gozo. Los alegraré y aliviaré sus penas".

José Aldazábal

b) Mt 13, 18-23

         Sin reproche alguno (Mc 4,13), Jesús explica hoy a los suyos la Parábola del Sembrador. Lo que siembra el sembrador es el mensaje del reino de Dios, contenido en las bienaventuranzas (en particular, en la 1ª y la 8ª): la opción que hace entrar en el Reino (Mt 5, 3) y la situación de persecución que la fidelidad a esa opción comporta (Mt 5, 10). Eso constituye el núcleo de "los secretos del Reino" (Mt 13, 11).

         Mateo pone cada caso en singular (no como Marcos, que lo pone en plural), y describe 4 actitudes posibles en una misma persona. No sólo hay que oír, sino también entender (Mt 13, 14). Si no se entiende (es decir, si no se toma el mensaje por norma de conducta personal), el Maligno (Mt 6, 13) lo arrebata. Se trata de algo análogo a las tentaciones de Jesús en el desierto, que tratan de eliminar el mensaje o que éste no deje huella en el hombre.

         Por otra parte, malos son también los fariseos (Mt 12, 34) y los letrados que piden a Jesús una señal (Mt 12, 39). Como se ha visto, es la institución judía la que encarna a Satanás (Mt 12, 23), y la que trata de anular el mensaje antes que éste entre "en el corazón" de las personas.

         La expresión "junto al camino" reaparece en Mt 20,30, referida a los 2 ciegos que aclaman a Jesús como Hijo de David, aludiendo a un Mesías según las categorías del judaísmo.

         El que recibió la semilla "en terreno rocoso" (v.20) es el caso del hombre superficial que, aunque haga la opción, no se mantiene fiel a ella (Mt 5, 10), y se corresponde al que edificó su casa sobre arena (Mt 7,26; 26,31). El que recibió la semilla "entre zarzas" (v.22) alude a las preocupaciones de esta vida y a la seducción de las riquezas (Mt 6, 25-34), que hacen ser infiel a la opción inicial (Mt 5,3; 19,23-25). El último caso, el de "la tierra buena", corresponde al que fundó su casa sobre roca (Mt 7, 24), y se observa en él el fuerte sentido del verbo entender (lit. abrazar, hacer suyo, tomar por norma de la propia vida).

         La parábola y su explicación exponen, por tanto, las posibles actitudes ante el mensaje. Son un aviso de Jesús, que no da por descontado el éxito, sino que lo hace depender del hombre mismo. El reinado de Dios no va a implantarse sin la colaboración humana, y no va a ser impuesto desde arriba ni de modo repentino. Sino que necesita ser acogido por el hombre, y producir en él el fruto correspondiente.

         En 1º lugar, el mensaje no es aceptable sin más, y va a tener como obstáculos las tentaciones de las riquezas y de las propias ideas. En 2º lugar, el mensaje necesita que el hombre lo haga suyo, de modo que sea inseparable de él pase lo que pase. En 3º lugar, el hombre tiene que desprenderse de todo agobio (por la subsistencia) y de todo deseo (de comodidad). Jesús indica las diversas causas del fracaso del mensaje, que pueden coexistir en un mismo individuo.

Juan Mateos

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         El texto de hoy supone a Jesús explicando el lenguaje simbólico de las imágenes, como un guía de museo. En este caso, a propósito de las imágenes de la Parábola del Sembrador.

         En 1º lugar, a los discípulos se les pide escuchar la palabra sembrada en ellos. Para ello, juega Jesús con el doble sentido de los verbos escuchar y comprender, lo cual tiene relación con el texto anterior: "Dichosos vosotros por escuchar esta parábola y poder comprenderla" (vv.16-17).

         De esta manera, nos da a entender Jesús que esta semilla es la Palabra, aunque las 2 cuestiones decisivas permanecerán veladas hasta el fin: ¿Quién pronuncia esta Palabra? ¿Y cuándo será la recolección? Por consiguiente, no se trata tanto de una explicación de la parábola, cuanto de una aplicación de su secreto a los discípulos. Veamos la explicación.

         El 1º fracaso de la Palabra puede ser debido a una intervención directa del Maligno. La Palabra ha sido sembrada en el corazón humano, pero no por ser éste un lugar natural favorable, sino porque constituye el lugar de la opción humana frente a esa Palabra. Y a ese corazón sí que puede acceder el Maligno, de mil maneras y tentaciones.

         El 2º fracaso de la Palabra puede ser debido al propio sucumbimiento personal. Es el caso de quien no tiene raíces, por ser un "ser humano que vive del momento". Sin embargo, también aquí ha influido una intervención exterior: la tribulación y la persecución, ambas a causa de la Palabra y no por cualquier otro motivo vanal.

         El 3º fracaso puede ser debido por las zarzas, o aquellas preocupaciones de este mundo a nivel concreto (intereses, ambiciones...) o genérico (la seducción de las riquezas). Se trata de otra intervención exterior, en que el ser humano no se enfrenta a la Palabra pero sí a su historia concreta. En este caso, no hay enemigo que sustraiga ni robe la Palabra, sino que es el ambiente exterior el que ha podido con la naturaleza humana, haciéndola inútil.

         La tierra buena alude al ser humano que ha comprendido la Palabra por su actitud de querer comprender. Esa es la buena tierra, y en ella la semilla da fruto abundante. Y todo gracias a la disponibilidad a rendir fruto, en la cual la gracia de Dios podrá intervenir.

         Dentro de la teología de Mateo, la perfección no consiste en oír, sino en comprender la palabra de Dios. Siempre a la luz de ese contexto teológico, "oír la Palabra" y "fructificar" es prácticamente sinónimo de ser discípulo y "hacer la voluntad del Padre".

Emiliana Lohr

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         Jesús nos da hoy un ejemplo de cómo interpretar espiritualmente las parábolas del reino de Dios. Y lo hace comparando 4 clases de terrenos, en los que una misma simiente (la palabra de Dios) da resultados dispares. Veamos esos 4 tipos de personas, o terrenos humanos.

         El 1º es "el que oye la palabra del reino y no la comprende". Los materiales del evangelio han sido leídos, pero a la manera de una lectura ordinaria. Mientras que el evangelio es una palabra viva, que nos habla a través de las palabras y se dirige a mí.

         Así, el lector del evangelio ha ido recopilando sus ideas y bonitos pensamientos, pero no ha descubierto que le hablaba y le pedía un encuentro personal. En toda meditación sobre el evangelio, hay que hacerse siempre esta pregunta: ¿qué descubro de ti, Señor, a través de este pasaje evangélico?

         El 2º es "el que recibe el mensaje con alegría, pero no tiene raíces y es inconstante. Y cuando surge la dificultad o persecución, falla". Algunos empiezan a meditar con entusiasmo, pues es verdad que al principio se suele encontrar mucha consolación en la oración. Pero es necesario perseverar, y no basta con seguir a Dios cuando esto resulta agradable y fácil. Sino seguir haciéndolo en la prueba y en la noche del espíritu.

         Hay un conocimiento profundo de Dios que no se adquiere más que con una larga e incansable lectura del evangelio, leído, meditado y vuelto a meditar. El evangelio requiere lectores perseverantes, que no se contenten con fervores pasajeros sino que demuestren su fidelidad.

         El 3º es "el que escucha la palabra, pero por el agobio de esta vida, y la seducción de la riqueza, se ahoga y se queda estéril". Hay que saber elegir, pues "no podéis servir a la vez a Dios y al dinero" (Mt 6, 24). El descubrimiento de Dios es una maravillosa aventura que implica nuestra entrega y compromiso total. Y las preocupaciones mundanas, así como el agrado del placer, o el afán de riqueza, pueden ahogar la palabra de Dios. Hemos sido advertidos suficientemente, y además tenemos de ello experiencia.

         Sobre la riqueza, Jesús alude a un término revelador: la "ilusión de la riqueza", o engaño de la riqueza. La riqueza es un falso amigo, que promete mucho y decepciona mucho.

         El 4º es "el que escucha el mensaje y lo entiende, dando fruto y produciendo en un caso ciento, en otro sesenta, en otro treinta". Jesús nos ha advertido: la cosecha será maravillosa, aunque la siembra haya sido difícil. No ha habido recolección sin trabajo, y los obreros de la Iglesia lo saben bien, por experiencia.

         El reino de Dios es semejante a esto. Es una invitación a la esperanza y al optimismo: ¡un solo grano de trigo puede producir 100 granos! Es una invitación al trabajo y a la oración y esto depende de nosotros.

Noel Quesson

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         Jesús explica hoy otro aspecto de la Parábola del Sembrador: las diversas clases de terreno, que suele encontrar la palabra de Dios. Se trata de 4 tipos de terrenos, que van a surgir en la siembra de la semilla, y en la que la semilla va a caer:

-al lado del camino, en que pronto aparecerá el Maligno;
-entre piedras sin arraigo, en que no tendrá consistencia y se tambaleará ante cualquier inclemencia;
-entre zarzas y espinas, en que se llenará de obstáculos y preocupaciones difíciles de quitar;
-en tierra buena, en que producirá fruto dependiendo del grado de bondad de esa tierra.

         Dios quiere que, en nuestro terreno, su Palabra produzca siempre fruto. ¿Nos atreveríamos a decir que sí? Y bueno será que nos preguntemos por qué la semilla del sembrador (Cristo) no produce todo el fruto que él espera de nosotros. ¿Porque estamos distraídos? ¿Porque somos superficiales? ¿Porque andamos preocupados por otras muchas cosas? ¿Porque tenemos miedo a hacer caso del todo a su Palabra?

         A lo largo de las páginas del evangelio, se ve que la predicación de Jesús no en todos produce el mismo fruto, ya sea por superficialidad, por hostilidad o inconstancia. Cuando Jesús les anunció el don de la eucaristía, por ejemplo, un buen grupo de discípulos se le marchó, asustados de lo que exigía el Maestro (Jn 6, 60).

         La palabra que Dios nos dirige es siempre eficaz y llena de vida. Pero si no encuentra terreno bueno en nosotros, no le dejaremos producir su fruto. ¿Se nos nota durante la jornada que hemos recibido la semilla de la Palabra, y hemos recibido a Cristo mismo como alimento?

José Aldazábal

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         En el evangelio de hoy Jesús nos explica la Parábola del Sembrador. Nos habla de la diferencia que hay entre los que escuchan la Palabra y la comprenden, y los que la escuchan pero no la comprenden. Muchos pensarán que en este mundo, con tantas interferencias, es difícil no sólo comprender, sino hasta de escuchar. Y es cierto, pero los mayores ruidos no vienen (quizás) del exterior, sino de nuestro interior.

         Nuestras raíces son débiles porque seguimos siendo inconstantes. E incluso nuestro egoísmo y afán de tener son zarzas difíciles de arrancar de nuestro corazón. A lo largo de la vida vamos ganando distintas batallas (terminamos una carrera, vamos sacando adelante la familia, progresamos nuestro trabajo), pero se nos resiste la batalla que mantenemos en nuestro interior.

         Gracias a Dios, en nuestro corazón también hay lugar (y mucho) para la tierra buena. Todos tenemos la experiencia de sentir que la Palabra resuena con fuerza en nuestro corazón, y de entregarnos de verdad. El haber degustado esta experiencia, o el recordar esos momentos en que nos sentimos más plenos, es lo que debería animarnos a seguir reforzando nuestras raíces, y a querer desterrar del corazón las piedras y zarzas que no nos dejan crecer.

Miren Elejalde

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         Son miles de cristianos los que cada domingo escuchan la palabra de Dios durante la misa dominical, y muchos los que reciben la semilla del evangelio. Sin embargo, es triste constatar que no se ven muchos frutos evangélicos.

         Para muchos de nuestros cristianos, se aplica la 1ª parte de la parábola de hoy, pues son muchos los que no ponen atención en la misa, los que van a misa solo por cumplir, los que no se toman la molestia de leer la hojita o el libro para reflexionar esa Palabra, a los que no les interesa vivirla, los que viven pillados por los amigos, los que están instalados en el confort, los que están ansiando puestos superiores.

         Son verdaderamente pocos a los que se aplica hoy el final de la parábola, son pocos los que abren totalmente su corazón al evangelio, los que buscan encontrar la manera de hacerlo vida, los que buscan comprender más con el corazón que con la cabeza.

         Dios nos ha llamado a dar fruto, a que apartemos de nuestra vida todo aquello que pueda impedir que la semilla del evangelio dé fruto. Esforcémonos por ser de los que llenan de fruto la vida, de los que hacen que este fruto permanezca.

Ernesto Caro

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         La explicación de Jesús a la Parábola del Sembrador me hace revisarme en el día de hoy. ¿Dónde está cayendo la semilla que está sembrando en mí el Señor?

         Creo que en mi vida he experimentado cada una de las situaciones presentadas en el evangelio. Y sin embargo, hoy por hoy puedo decir que trato de vivir día tras día como tierra fértil, para que la semilla del Reino pueda ser sembrada y dé en mí frutos en abundancia.

         Sea cuál sea la situación en la que nos encontremos, estoy segura que podemos dar, hoy mismo, un nuevo rumbo a nuestra vida, dejando actuar a Jesús en nuestras vidas. Hoy es un buen día para presentarnos ante Dios y pedirle que, por medio de su Espíritu Santo, nos deje ver dónde nos encontramos, y poder reorientar nuestra vida.

Miosotis Nolasco

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         ¿Por qué el sembrador de la parábola echa tanta semilla fuera del camino, entre matorrales o en terrenos llenos de piedras? Porque allí, ciertamente, la semilla morirá, o no dará la cosecha para la que estaba preparada. Si nosotros fuéramos los agricultores, solamente sembraríamos en la tierra buena, pues lo otro sería desperdiciar la semilla.

         Por eso la Parábola del Sembrador de hoy tiene algo de ese inmenso derroche de amor por parte del sembrador (Dios), a la hora de echar la semilla (su Palabra) donde aparentemente (e incluso realístamente) no hay ninguna esperanza. Y es que Dios tiene otra forma de entender la agricultura.

         Quizás aquel pequeño brotar de la simiente fuera del camino, o en el pedregal, es para él suficiente motivo de alegría, a forma de dar vida donde sólo había muerte. Para el Dios de la vida no hay terreno absolutamente malo, ni persona definitivamente perdida.

José A. Martínez

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         La explicación que hace Jesús de la Parábola del Sembrador ha sido dirigida a un restringido círculo de oyentes, y no ha querido ser dirigida a la multitud: "Escuchad ahora vosotros la parábola" (v.18), no volviendo a repetir aquello que había dicho, poco antes, en el anuncio de la parábola: "Quien tenga oídos que escuche" (v.9).

         Junto a esta modificación del auditorio, se produce una profundización del sentido propuesto públicamente. E incluso por 2 veces (vv.19.23), el verbo utilizado en aquella ocasión (escuchar) es acompañado en esta ocasión privada por otro verbo (entender).

         Por supuesto, la clave de ese silencio de Dios está en lo que va a hacer a continuación Jesús: juzgar las conductas humana. Un juicio que separa separa la auténtica reacción del discípulo de las restantes reacciones, y que nos viene a decir que a cada respuesta personal habrá un juicio único y decisivo, como aparece en el uso de los singulares "el que" (vv.19-20.22-23) con el que se transforman los plurales "los que" (vv.4.5.7.8).

         A todos los hombres y mujeres se da la oportunidad de oír la Palabra, pero las 3 primeras categorías de terreno descritas se cierran a su comprensión. Gradualmente se describen los obstáculos que impiden a la Palabra la consecución de sus objetivos.

         En el 1º de esos fracasos, es el Maligno el que que ha arrancado la semilla del corazón del hombre. En el 2º de esos fracasos, ha sido el propio hombre el que ha frenado su crecimiento, prefiriendo volverse oportunista e inestable. En el 3º de esos fracasos, ha sido la sociedad la que ha tumbado la semilla, haciendo imponer sus agobios y seducciones.

         Por el contrario, la clave del éxito es la de producir frutos. Ya precedentemente había consignado Jesús esta expresión refiriéndola a la naturaleza (Mt 3,10; 7,17-19; 12,33) y a los hombres (Mt 3, 8). En el caso presente, se vincula con haber compartido la suerte de Jesús.

         La llamada a la audición-obediencia, unida al entendimiento personal, pone de manifiesto las diversas reacciones de cada corazón. También hoy el enviado escatológico de Dios (Jesús) obliga a los hombres a tomar una decisión, y de ella dependerá la propia realización, y el propio jucio, de cada ser humano.

Confederación Internacional Claretiana

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         La Iglesia debió experimentar en sus comienzos innumerables decepciones con personas que comenzaban el seguimiento de Jesús con mucho entusiasmo, y luego decaían hasta alejarse por completo. Lo mismo le debió ocurrir al mismo Jesús, con fervientes seguidores que luego lo abandonaron. E incluso lo mismo sucede hoy día. La explicación de la Parábola del Sembrador muestra diversas actitudes que se toman frente al mensaje de Jesús.

         Algunas personas oyen "pero no entienden". Es decir, no se esfuerzan por penetrar detrás de las palabras, y se quedan con sus ideas vagas e impresiones superficiales. Otras personas se alegran en el momento que escuchan, "pero no tienen la suficiente perseverancia" para enraizar su entusiasmo, y abandonan el seguimiento de Jesús ante la 1ª dificultad. Y otros reciben la Palabra entre agobios, no sabiendo superar éstos y haciendo de esa Palabra un agobio más (que sí que se quitan del medio, y no sus otros agobios).

         La "buena semilla" se refiere a las personas que se esfuerzan por poner en práctica la palabra de Dios, por encima de los enemigos, obstáculos y agobios que van surgiendo. Y con ello, se van haciendo espirituales.

         En la actualidad, la Biblia está difundida en muchas lenguas, y es relativamente fácil adquirir un ejemplar de ella. Sin embargo, faltan personas que cultiven su lectura y meditación. Muchas personas leen anárquicamente la palabra de Dios, o la convierten en un recurso de emergencia. Pero no profundizan en su conocimiento y, pasada la emergencia, la abandonan. Otras personas compran bellos ejemplares de la Biblia y los colocan en un lugar visible, pero nunca la leen, sino que la tienen como un objeto decorativo.

         Menos mal que hay personas que, en medio de sus dificultades, sí que compran la Biblia y la leen, escuchándola, meditándola y empezando a practicarla. Poco a poco van así profundizando en la palabra de Dios, van abonando su corazón a la palabra de Dios, y empiezan a florecer y producir abundantes frutos.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         En el evangelio de hoy, relatado por Mateo, Jesús aporta la explicación de la Parábola del Sembrador, en la que parte de la semilla (la palabra de Dios) cae al borde del camino, parte cae en terreno pedregoso, parte entre zarzas, y parte se siembra en tierra buena de diferentes calidades (una da el treinta, otra el sesenta, y otra el ciento por uno).

         El destino de esta siembra es muy diverso, como diversos son los destinatarios de la Palabra. Unos están representados por el borde del camino, terreno en el que no cala la siembra. Éstos escuchan la palabra, pero ésta no entra ni en su mente (para ser entendida) ni en su corazón (para ser sentida), y se queda de tal manera fuera que cualquiera que pase puede llevársela para hacer de ella el uso que quiera.

          Otros reciben la simiente en terreno pedregoso, sin apenas tierra donde enraizar. Éstos escuchan la palabra y la acogen con alegría (con buena receptividad), pero al no tener raíces y ser inconstantes (es un terreno sin suficiente hondura o profundidad), a la más mínima dificultad o persecución sucumben.

          Otros reciben la simiente entre zarzas. Se trata de aquellos que escuchan la palabra de Dios, pero los afanes de la vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás (tales son las zarzas invasoras) los invaden, ahogan la palabra y se queda estéril.

         Aquí hay acogida y enraizamiento, pero eso no basta, y si no eliminan las zarzas de su vida, éstas acabarán estrangulando la planta ya nacida. ¡Cuántos afanes, seducciones y deseos impiden el desarrollo de esas plantas nacidas de la palabra y llamadas a dar abundante fruto!

         Sólo los que son tierra buena y preparada (o labrada), porque escuchan la Palabra, la aceptan y la permiten madurar, dan cosecha, unos más (el sesenta o el ciento por uno) y otros menos (el treinta), en razón de su bondad (cualidad) y de su labranza (estado idóneo para la producción).

          La cosecha se hace depender, pues, no de la semilla (que es la misma, aunque pueda llegar a través de manos más o menos expertas), sino del terreno en el que cae (de mejor o peor cualidad, y en mejor o peor estado o disposición). La disposición cuenta mucho en este negocio, porque la cualidad de la tierra, en cuanto salida de las manos de Dios, hemos de considerarla buena por naturaleza (o idónea para la siembra), porque todos somos creación de Dios.

          La naturaleza de que hemos sido dotados es adecuada para recibir la palabra de Dios, y si ésta no es acogida será porque se ha producido una distorsión o disfunción que lo impide, o porque algo extraño a sí misma la ha endurecido u obstruido, o porque se ha introducido en ella una alteración que la deforma, ciega o endurece.

          ¿Qué puede haber más connatural con nuestra naturaleza que el mismo Dios (y su palabra), a cuya imagen hemos sido hechos? ¿Y qué puede haber más satisfactorio para la tierra que producir los buenos frutos que se han sembrado en ella? Empeñémonos en ser tierra buena o bien dispuesta, y podremos disfrutar con los frutos de una buena cosecha.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 26/07/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A