27 de Julio

Sábado XVI Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 27 julio 2024

a) Jer 7, 1-20

         Hacia el 608 a.C, a principios del reinado de Joaquín I de Judá, y teniendo en cuenta que la Reforma de Josías no había calado demasiado, Jeremías pronunció un discurso en la puerta del Templo de Jerusalén, con gruesas consecuencias (Jr 26).

         Se trata de 2 oráculos diferentes, a pesar de ser uno solo el tema de fondo. El 1º oráculo trata directamente del templo y de la falsa seguridad que produce al pueblo (vv.1-15), y el 2º oráculo de la inutilidad del ruego profético en favor del pueblo, cuando éste actúa de manera idolátrica (vv.16-20).

         Así pues, el punto de partida es la falsa seguridad en que vive el pueblo de Judá, fundamentada en la posesión del templo y en las intercesiones de los profetas. De hecho, existía una base real para esta seguridad: el templo era el lugar privilegiado de la presencia divina, y cuando Senaquerib I de Asiria había intentado apoderarse de Jerusalén (ca. 701 a.C), fracasó estrepitosamente y los jerosolimitanos creyeron en la protección de Dios, presente en su templo..

         A pesar de ello, ahora se presenta Jeremías y habla sobre aquellas 2 realidades. Pero en vez de alabarlas critica duramente la actitud de falsa seguridad, y la vana confianza del pueblo. De nada les servirá tener entre ellos la casa de Dios, pues con el templo pasará como con el Santuario de Siló, completamente destruido. Eso sí, si el pueblo continúa como hasta ahora: hurtando, matando, adulterando, jurando en falso, quemando incienso a Baal y yendo detrás de dioses extranjeros (v.9).

         La clave de la seguridad no consiste en afirmar que Dios está en medio de ellos (en su templo), sino en obrar de acuerdo con esta presencia de Dios: haciendo justicia y no oprimiendo al viandante, al huérfano y a la viuda, no derramando sangre inocente y no siguiendo dioses extranjeros (vv.5.6).

         La religión siempre ha tenido el peligro de ser utilizaada para tranquilizar las conciencias, para dar seguridad, producir confianzas y justificar ciertas maneras de vivir. En cambio, debería servir para intranquilizar, mantener al hombre en actitud de búsqueda, y moverlo a un compromiso serio de fidelidad al Señor. Este sería el papel de una religión contra la cual no hablaría Jeremías ni ningún profeta.

Rafael Sivatte

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         "Me fue dirigida la palabra del Señor", nos dice hoy Jeremías, que continúa diciendo en qué consistió esa palabra: "Párate en la puerta del templo del Señor, y proclama allí esta palabra: Vosotros que entráis por estas puertas para adorar al Señor, emprended el buen camino, rectificad vuestra conducta, y Yo habitaré con vosotros en este lugar. Pero no os fiéis de las palabras engañosas, diciendo: Es el templo del Señor, el templo del Señor, el templo del Señor".

         Jeremías reacciona contra una falsa seguridad que el templo suscitaba. Isaías había lanzado ya la idea de que Jerusalén no sería destruida por los asirios (de Senaquerib I de Asiria), porque era el lugar de la presencia divina (Is 37,10-20; 33-35), y de ahí se deducía que esa protección existiría de nuevo, 110 años después, ante la llegada de los caldeos (de Nabucodonor II de Baiblonia). Y la gente repetía como un talismán: "¡El templo, el templo, el templo!", como una fórmula mágica para librarse del peligro.

         Podemos imaginarnos, en este contexto, el escándalo que supuso la intervención de Jeremías. Como si alguien, a las mismas puertas del Vaticano, anunciase su destrucción. Pero Dios puede hacer lo que quiera, incluso abandonar su templo (de hecho, Ezequiel verá la gloria de Dios evadirse de su santuario (Ez 11, 23). ¿Cuáles son, pues, mis seguridades?

         No obstante, Jeremías deja una puerta abierta, como forma de escapar a esa calamidad: "Si emprendéis el buen camino, si rectificáis vuestra conducta, si realmente hacéis justicia tanto a unos como a otros, si no oprimís al forastero, al huérfano y a la viuda, y si no corréis en pos de dioses extranjeros". Pero ¿qué sucedió? Lo responde el propio Jeremías: "Os dedicáis a robar, a matar, a cometer adulterio, a jurar en falso, a incensar a Baal", y luego "¿venís a postraros ante mí, en esta casa que lleva mi nombre?", e incluso ¿decís: Estamos salvados?".

         De nuevo, un profeta condena el culto formalista de Israel, como constante repetitiva. No el culto en cuanto tal (pues sacerdocio y profetismo no se oponen forzosamente) pero sí el que no cuenta primero con la vida. Hoy en día se está prestando demasiado el oído, equivocadamente, a las diatribas anti-cultuales, porque la Iglesia ha puesto el acento en el compromiso por la vida. Pero si se escucha al profeta hasta el final, resulta que es precisamente una vida moral auténtica la que lleva al culto verdadero, una vez cumplidas las exigencias más elementales de la conciencia: respetar los bienes del prójimo, respetar la vida, respetar la sexualidad, respetar la verdad...

         San Pablo hablará del "culto espiritual", a la hora de hablar de aquel hombre que ofrece a Dios la rectitud de su vida (Rm 12,1; 15,16; Fil 3,3). Te ofrezco mi vida, Señor, y todo lo que trataré de hacer será según la conciencia que tú nos has dado. Incluso Jesús citará explícitamente estas frases de Jeremías, cuando también él trate de purificar el Templo de Jerusalén (Mt 21,12-13). ¿Cuál es mi relación entre culto y vida?

         Mis gestos y actitudes religiosas ¿se corresponden a un esfuerzo de conversión verdadera en mi vida ordinaria? ¿Salgo de la misa cada vez más convencido de mejorar mis comportamientos concretos con los demás? Cada una de mis oraciones y plegarias, ¿me remite a mis responsabilidades y a mi deber de estado? Sólo entonces el culto adquirirá todo su valor, en el núcleo de la existencia.

Noel Quesson

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         Jeremías es el campeón, sin duda, a la hora de enfrentarse abiertamente al culto formalista del Templo de Jerusalén (ca. 608 a.C), y poco después será detenido por los dirigentes judíos por haber, según ellos, blasfemado (como también lo será Jesús por un motivo semejante; Mt 26,39-61).

         Pero Jeremías tenía razón, a la hora de dudar de la calidad del culto ofrecido a Dios, mientras al mismo tiempo se estaban entregando esos adoradores al pecado. Jeremías sienta las bases de la teología del culto espiritual, no oponiéndose al templo ni a la función sacerdotal;, pero sí criticando las prácticas llevadas a cabo.

         Sería una sinrazón decir que profetismo y sacerdocio, en el AT, son irremediablemente opuestos. Es cierto que los profetas eran hombres de lo absoluto, mientras los sacerdotes eran hombres de lo pasajero, pero nunca los primeros desearon la desaparición de los segundos.

         Lo único que hacen los profetas, como hoy Jeremías, es poner un límite a las desviaciones de la liturgia. Y lo hacen con todas sus fuerzas, para que se tenga en cuenta la justicia moral. De hecho, Jeremías reacciona contra la falsa seguridad que el templo estaba haciendo florecer en el pueblo (Miq 3,11; 2Cr 13,10-11), como si eso pudiese dispensar de toda búsqueda del conocimiento de Dios, o como si la acción litúrgica pudiera dispensar de un contacto personal, vivo y auténtico con Dios y con los hombres.

Maertens-Frisque

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         La 1ª lectura de hoy nos invita a revisar nuestra autenticidad, y en ella Dios nos hace ver, a través del profeta Jeremías, que no tiene mucho sentido nuestro culto si éste no viene acompañado de una vida comprometida por la justicia, y realmente centrada en Dios. Algo que, aunque a todos nos parezca obvio, no es tan sencillo de llevar a la práctica.

         En medio de una sociedad cada vez más secularizada, van surgiendo pequeños baales, que nos van atrapando casi sin darnos cuenta y a los que vamos siguiendo con una fe ciega. Y por eso necesitamos que vengan esos verdaderos profetas, los realmente "amigos de Dios", "fieles al amor" y "sufridos voceros de la conciencia", que una y otra vez recuerden el amor creador y providente de Dios, y el desamor e ingratitud de las criaturas.

         A Jeremías no le complacía reabrir la llaga del hombre enfermo por el pecado, pero tuvo que hacerlo para que las personas volvieran una y otra vez al redil del Padre, al hogar del Espíritu que se hace presente donde se actúa con justicia y respeto, con solicitud y compromiso, con ternura y cercanía, con prudencia y vigor.

         Algo que no sólo fue la verdad del ayer, sino que lo es también lo es hoy, y lo será mañana, pues cada generación de hombres tiene que ser continuamente creadora de su historia.

Miren Elejalde

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         Realmente fue valiente Jeremías, a la hora de denunciar las falsas seguridades y señalar los pecados del pueblo. Seguramente se vio obligado a hacerlo ante la decadencia generalizada que colmó el reinado de Joaquín I de Judá, en la que los decadentes judíos se atrevía a confiar, incluso, en su aprecio (mal entendido) hacia el Templo de Jerusalén.

         El profeta les grita que no deben considerarse a salvo porque visiten el templo, pues ¿es acaso un talismán el que va a librar del mal?: "Os fiáis de palabras engañosas, que no sirven de nada".

         Lo que tienen que hacer los judíos, viene a decir Jeremías, es vivir la existencia de cada día según lo que pide la Alianza: "Juzgar rectamente a los demás, no explotar a los débiles, no derramar sangre inocente, no robar, no cometer adulterio, no adorar a dioses falsos y no quemar incienso a Baal". Sin esas premisas de la Alianza, el templo no sirve de nada. 

         Cuando Jesús arrojó a los vendedores del Templo de Jerusalén, citó esta misma frase de Jeremías: "¿Creéis que esta cueva de bandidos, en que habéis convertido este templo, va a llevar mi nombre?".

         Nosotros no nos escudamos en el templo para buscar seguridades. Pero sí podemos tener otras tapaderas ante nuestra conducta poco coherente. Porque el ser creyentes, o cristianos, no es garantía de fidelidad ni de salvación. Como tampoco el decir unas oraciones, o llevar una serie de medallas, nos salvarán por sí mismas. Jesús nos dijo que "no seamos como el que dice, sino como el que cumple".

         Jeremías nos advierte que la prueba de nuestra fidelidad a Dios no está en las visitas al templo (que no son malas, ¡faltaría más!), sino en la caridad, en la justicia, en el trato con el prójimo y en el rechazo al "incienso de Baal", que en cada uno tiene su propio nombre.

         Dios pidió a los judíos que se convirtieran y cambiaran de conducta, y que entonces sí que él estaría a su lado: "Enmendad vuestra conducta, y habitaré con vosotros en este lugar". Algo que podríamos aplicar a nuestra eucaristía, a nuestra comunión con Cristo y a su presencia continuada en el sagrario.

         ¿Nos sentimos denunciados por nuestra excesiva seguridad y conformismo? ¿Entendemos la oración y la eucaristía como algo que se acaba en el "podéis ir en paz"? ¿O nos comprometemos con nuestra conducta a lo largo de la jornada? Porque esto no consiste en ser cristianos, sino en vivir como cristianos, llegando a la síntesis entre la fe y la vida.

José Aldazábal

b) Mt 13, 24-30

         Terminado el aparte con sus discípulos, vuelve Jesús a dirigirse a las multitudes (v.34) con el término paretheken (lit. propuso), para empezar la parábola de hoy y la siguiente. Se trata de un término que ya se encontraba en la Torah (Ex 19,7; Dt 4,44), donde Moisés proponía al pueblo la ley, y con el que Jesús propone los principios fundamentales del reinado de Dios.

         Mateo omite la Parábola de la Tierra Automática (Mc 4, 26-29), y la sustituye por la Parábola del Trigo y la Cizaña. Y al decir que se trata de "otra parábola", la está poniendo en conexión con la parábola anterior (la Parábola del Sembrador). Pero así como ésta no trataba directamente del Reino (sino de las actitudes del hombre ante el mensaje del Reino), en la parábola de hoy (la de la cizaña) sí que se aborda directamente el reinado de Dios.

         La presencia de malas hierbas en un campo es cosa normal. Pero el rasgo peculiar de la parábola es que se atribuya a un enemigo (también sembrador, pero que actúa clandestinamente, "mientras dormían"). La cizaña tiene fuertes raíces, se entrelaza con el trigo, y de ser arrancada se lleva consigo el trigo (que es lo que ella quiere), eliminando con ello el bien.

         En el reino de Dios hay que tener prudencia frente a lo malo, al igual que Dios lo toleró en su creación (Mt 5, 45). Hasta la cosecha hay que tener prudencia, porque el mal se mezcla con el bien. Y hay que saber que la cizaña se manifiesta cuando el trigo da fruto (Mt 3,8.10; 7,17-19; 12,33; 21,43).

         También hay correspondencias entre Mt 3,12 y Mt 13,30, a la hora de usar los términos katakaio (lit. quemar) y apotheke (lit. granero). Jesús corrige, pues, la visión formulada por Juan Bautista, de un juicio inmediato y definitivo, pues éste no se verificará en la época histórica del reino, aunque los obreros sean partidarios de ello.

Juan Mateos

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         Como la mayor parte de las parábolas, la Parábola de la Cizaña debe ser sometida a reglas precisas de interpretación, para que puedan distinguirse en ella el pensamiento del Señor, y no tanto las tradiciones paralelas y no canónicas como el Pseudoevangelio de Tomás. También conviene decir que los evangelistas han tendido a transformar en alegorías (en la que cada inciso tiene un sentido especial) lo que en el pensamiento de Jesús no eran más que parábolas (en la que el sentido surge de la totalidad del pasaje).

         La paciencia de Jesús con sus enemigos (los fariseos) y los más vacilantes es algo que escandaliza a los apóstoles, preocupados por la oposición de los primeros (Lc 9, 51-56) y la defección de los segundos (Jn 6, 60-71). E invitado por ese escándalo, que corría el peligro de convertir la Iglesia en una secta de puros, Jesús pone de manifiesto la "prudencia de Dios", que aplaza el juicio del pecador hasta el último momento (dándole así tiempo para convertirse) y prohíbe a los hombres juzgar a los demás por propia cuenta (porque esa es una prerrogativa que sólo a él le corresponde).

         Acaban de inaugurarse los últimos tiempos, es cierto. Pero esos últimos tiempos no suponen la manifestación de la omnipotencia y del juicio final, como suponían los bautistas. Sino que suponen tiempos de espera y prudencia (2Pe 3,4-9; 1Pe 3,20; Rm 11,25-27; 8,1-18), ya que suponen el acoplamiento entre Dios y la frágil libertad del hombre.

         Mateo añade que la cizaña aparece más densa de lo que es habitual en ella (v.26), y resalta que fue sembrada por el enemigo (v.28) y será arrancada previamente al trigo, y reunida en gavillas para ser quemada (v.30). Hace así Mateo mayor hincapié en la separación de la cizaña y el trigo, elaborando su propio punto de vista con una explicación que aquí omitimos (vv.36-43): la tentación del cristiano (la intolerancia) y los periodos de cambios importantes (sectarios).

         Si Dios no hubiese sido paciente, Israel no habría sobrevivido a sus numerosas infidelidades. El AT es, de hecho, el libro de la paciencia de Dios para con su pueblo. Pero Israel, lejos de sacar de ello todas las consecuencias amorosas de Dios, se quedó con la imagen de un Dios violento cuyo juicio no tardaría en producir sus efectos sobre las naciones paganas.

         Desde que Jesús se proclamara el Mesías, o Hijo del Hombre encargado del juicio (Dn 7), sus oyentes se prepararon para verle juzgar y condenar. Y por eso se sobrecogen cuando le ven convertido en pastor universal, tratando frecuentemente con los pecadores y siempre paciente con los vacilantes.

         El secreto de la paciencia de Jesús reside en su amor, e invita al diálogo. Jesús se dirige a todos los hombres, con infinito respeto a lo que son, e invitándoles a responder libremente. Esta respuesta exige tiempo, y su itinerario constituye una verdadera aventura espiritual en la que los pasos adelante suceden a las marchas atrás. Jesús ama a los hombres hasta en los retrocesos, e incluso cuando el pecado del hombre le clava en la cruz, su amor persiste y sigue dándose a la humanidad entera.

         También la Iglesia, cuerpo de Cristo, es en el mundo signo de la prudencia y de la paciencia. Forma a sus miembros en el respeto al otro (Rm 14) y acepta la temporalidad, dándose tiempo para reconocer al otro tal como es, llamado por Dios a seguirle.

         La actividad misionera es también signo de prudencia y paciencia, y con ellas va adquiriendo las renuncias necesarias, para expresar el verdadero amor con que Dios ama a los hombres. Los símbolos eucarísticos del pan y del vino son también signos de la paciencia de Cristo crucificado.

Maertens-Frisque

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         La parábola de hoy comienza diciendo que "un hombre sembró buena semilla en su campo", y que "mientras su gente dormía vino su enemigo y sembró cizaña". Los que maquinan el mal tienen más sagacidad y mayor capacidad de organizarse que los que hacen el bien. El mal actúa de forma tan sutil que nadie se da cuenta, y por eso tiene mil maneras de infiltrarse. Y a veces nos despista, porque aparece camuflado entre lo que tenemos por bueno.

         El bien y el mal son 2 realidades que aparecen juntas en nuestra vida, porque brotan de la misma fuente: el corazón. De la abundancia del corazón habla la boca, y lo que sale de adentro es lo que hace bueno o malo a la persona. Esto mismo nos hace vivir en constante contradicción interna y, como reconoce Pablo, "queriendo hacer el bien, resulto haciendo el mal". No hay nadie tan bueno que no tenga algo malo, ni nadie tan malo que no tenga algo bueno. Quien opta por hacer el bien sabe que tiene que enfrentar el mal en todas sus formas.

         Jesús conoció la maldad y la corrupción de la sociedad de su tiempo, pero jamás enseñó que hubiera que acabar con los que oprimían o causaban injusticias. En esta parábola, su consejo es que dejemos crecer juntos el trigo y la cizaña, y que al tiempo de la cosecha ya habrá oportunidad para separarlos.

         Algunos, creyéndose superiores a sus predecesores, han pretendido organizar el mundo desde sus propios intereses o motivaciones, excluyendo y eliminando a los otros. Pues bien, lo mismo ha sucedido en la Iglesia, en que algunos se han creído superiores a Jesucristo, y han organizado su propia secta religiosa (los buenos) por oposición al resto (los malos), cometiendo cismas, herejías o divisiones.

         El cristiano se ha comprometido a luchar contra el mal (al igual que hizo Jesucristo), pero sin excluir a nadie y nunca por creerse mejor. La acción de juzgar es propia de Dios, y él es el único que conoce nuestras intenciones. Nosotros nos equivocamos, por lo general, cuando señalamos a los demás como peores, porque en esas mismas personas también hay actitudes y comportamientos de bondad.

         Por lo general, las plantas del jardín tienen que enfrentarse con otras más fuertes que ellas. Pero esta fortaleza se convierte en reto de superación. Buenos y malos se complementan, y la capacidad de vivir juntos, de soportarnos, de sobrellevarnos… nos hace ser fuertes. La bondad y la maldad son parte del equilibrio social, y las fuerzas sociales andan siempre en tensión. La misma realidad ecológica no es sino un equilibrio de fuerzas, muchas de ellas antagónicas.

Emiliana Lohr

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         Jesús narra hoy su 2ª parábola de todo su Discurso Parabólico: la cizaña en el campo de trigo. Y con ella nos revela la manera en que él considera a la humanidad, compuesta por buenos y malos, mezclada de bien y de mal. Pues bien, ambas realidades (gracia y pecado) cohabitan en mi corazón. Jesús tiene una visión realista, ni optimista ni pesimista.

         Los obreros proponen al propietario escardar la cizaña, y éste les responde: "Dejad crecer juntos la cizaña y el trigo". ¡Hay de qué extrañarse! Es con todo sorprendente que Jesús diga esto, justo cuando en la parábola precedente había insistido en los peligros de las malas hierbas que ahogan el trigo. Sin embargo, hay que escuchar lo que dice: "Por si acaso al escardar la cizaña, arrancáis con ella el trigo".

         Esta es la decisión del propietario del campo. Dios se ha reservado el juicio para el final de los tiempos ("hasta la siega"), y mientras tanto los hombres no tenemos derecho a juzgar. Sí, es verdad que nos cuesta admitir el estado actual del mundo, y nos gustaría que esa restauración del bien sucediese mucho antes del tiempo fijado por Dios.

         Pero Dios es más prudente, y soporta la cizaña y el daño que la cizaña causa al buen grano (que es lo que a él le preocupa, y no tanto la cizaña). Pues si Dios hubiera decidido destruir la cizaña, hubiera tenido que destruir también una parte de nosotros mismos. Cuando los discípulos querían hacer llover fuego del cielo sobre un poblado que había rechazado a Jesús, el Maestro se lo prohibió: "No juzguéis".

         No obstante, al tiempo de la siega dirá el propietario a los segadores: "Quemad la cizaña, y el trigo almacenadlo en mi granero". Dios lo tiene todo en su mano. Sabe que la creación progresa hacia su objetivo, y sabe que el trigo no se agotará por muchos que sean los temores. Hay que adoptar el punto de vista de Jesús, hay que ponerse a cooperar pacientemente en el lento trabajo de Dios. Esto supone una fe muy sólida, así como aguantar a los pecadores y a los malos, por si queda algo de bueno en ellos y se convierten.

         No hay que obcecarse, pues, por la existencia de cizaña en el campo. Los pecadores dispondrán del tiempo necesario para convertirse, y nadie tiene que adelantarse al juicio divino. Una vez más, hemos sido advertidos: el reino de Dios crece lentamente, y hasta el final no veremos los frutos.

Noel Quesson

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         Escuchamos hoy otra parábola tomada del campo, y también relacionada con la semilla: el trigo que crece mezclado con cizaña. Más adelante (el martes que viene), él mismo nos explicará su significado. Pero por el momento, hoy Jesús nos da una lección de prudencia y paciencia. Dios ya sabe que existe el mal, pero tiene paciencia y no quiere intervenir cada vez, sino que deja tiempo para que las personas cambien.

         A lo largo del evangelio hay momentos en que los apóstoles se muestran impacientes e imprudentes. Como cuando en un pueblo no les recibieron: "Maestro, ¿quieres que hagamos bajar fuego del cielo?". Juan el Bautista usaba también un lenguaje duro: "Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego" (Lc 3, 9). Pero Jesús muestra paciencia con los pecadores, y como ya contará en la Parábola de la Higuera Estéril (Lc 13, 6-9), él concede tiempo al pecador, para ver si da fruto.

         Jesús nos dice que hay quien siembra cizaña en su campo, y habla de "un enemigo que actúa de noche". No hay que extrañarse de que existan fuerzas opuestas al reino de Jesús. Por eso hay que ser prudentes, sin precipitarse en los juicios ni dejarnos llevar de un excesivo celo, queriendo arrancar por nuestra cuenta la cizaña. Si Dios tiene esa prudencia frente al mal, ¿quiénes somos nosotros para enfrentarnos a él?

         Sí, pero ¿y el escándalo? ¿Y el mal que pueden hacer los malos en la Iglesia? No es que Jesús no nos invite a luchar contra el mal, pero sí nos advierte que hemos de saber discernir lo que es trigo y lo que es cizaña, lo que son ovejas y lo que son lobos. Y nos avisa que no seamos imprudentes, ni nos tomemos la lucha contra el mal por nuestra mano.

         Eso lo dejamos a Dios, para cuando él crea llegado el momento, "cuando llegue la siega". Y dejamos de lado esa actitud de queja continua y condena sistemática de los demás, que nos llevaría a buscar una Iglesia perfecta y elitista (como los fariseos, que se creían los perfectos y juzgaban a los demás).

         Dios no es ciego, sino que ve el mal y ve a los malos. Pero tiene prudencia, y hace todo a su tiempo. Jesús come con los pecadores y publicanos, y a veces consigue su conversión. El Reino ya está actuando, aunque no lo parezca, y aunque conviva de momento con el mal. La Iglesia no es la comunidad de los ya perfectos, sino la comunidad de los que van camino de la salvación, luchando contra el mal pero con prudencia respecto a la situación personal y al ritmo de maduración de cada uno. Como hizo Jesús.

José Aldazábal

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         Hoy Jesús me explica la Parábola de la Cizaña, en que él es el dueño y en que el campo es mi corazón, en el que él siembra la buena semilla de su gracia, que va sobrenaturalizando mi humanidad y me va haciendo más comprensivo con los demás (porque son hijos de Dios) y más exigente conmigo mismo (porque he de luchar por ser santo). Gracias, Jesús, por tantas cosas buenas que has puesto en mi corazón.

         Pero también descubro en mi corazón otras fuerzas que no son buena semilla: la inclinación a hacer lo más cómodo, el deseo de sobresalir, el querer quedar bien, la búsqueda de placeres desordenados, la envidia, la frivolidad... Esa es la cizaña que ha plantado en mi corazón el enemigo (el mundo, el demonio y la carne), y que a veces ahoga el buen trigo de mi vida interior. Ayúdame, Jesús, a mantener la cizaña a raya, ayúdame a dominar mis pasiones.

         El Señor sembró en tu alma buena simiente, preparándola para la siembra del último día. Y te dio la herramienta de la oración para que la hagas crecer, y a tu director espiritual para que te repita insistentemente lo que no debes pasar por alto. No obstante, y para sorpresa, has descubierto que el enemigo ha sembrado cizaña en tu alma. Y que la continúa sembrando, cuando te duermes y aflojas tu vida interior. Esta es la razón de que encuentres en tu alma plantas pegajosas y mundanas, que en ocasiones parece que van a ahogar el grano de trigo bueno que recibiste.

         Esas plantas pegajosas crecen cuando no vigilas, cuando te relajas y dejas de hacer tus ocupaciones normales. Como dicen los Santos Padre, "los demonios se meten a través de la tibieza y no hacen nada por salir de ella, empezando a despojar desde ella el temor y el recuerdo de Dios. Y una vez desarmados del socorro y protección divinos, se abalanzan osados sobre sus víctimas como sobre una presa fácil". Madre, ayúdame a despertarme cuanto antes, y a volver a luchar en serio.

Pablo Cardona

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         La Parábola del Trigo y la Cizaña recoge una larga experiencia del mundo agrícola. Pero se refiere a cualquier mundo en el que bien y mal (amor y desamor, prudencia e imprudencia, justicia e injusticia) crecen juntos, hasta que llega el momento en que hay que ajustar las cuentas para salvar al bien.

         El modo como actúa el sembrador de la parábola, aguantando pacientemente hasta el final (hasta que la cizaña ya no puede ocultarse), hay que saber entenderlo. Porque alguno podría ver como más saludable arrancarla cuando está tierna, y dejar al trigo más espacio para su desarrollo. ¿No es así como decimos que es mejor arrancar los pequeños vicios cuando están tiernos?

         Efectivamente, en las actitudes personales hiere menos al sujeto una pequeña llaga (por la raíz de pecado suavemente arrancada) que la extracción violenta de un vicio largamente cultivado. Pero en lo que se refiere a las actitudes de los demás, hay ocasiones en que lo único viable (como dice la parábola) es aguantar pacientemente a las personas en sus debilidades (morales, psicológicas...), con la esperanza de que recapaciten y se conviertan a la verdad.

Dominicos de Madrid

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         Tras explicar ayer privadamente la Parábola del Sembrador a los apóstoles, Jesús vuelve a dirigirse hoy a la gente. El cambio de auditorio no se consigna, pero está supuesto conforme a lo que se lee en el v. 34. El carácter de la enseñanza es obligatorio tal como se deduce de la forma verbal: propuso. Dicho verbo es el empleado en la traducción griega de la Biblia (Ex 19,7; Dt 4,4), donde Moisés presenta al pueblo la ley divina. Se trata, por tanto, de elementos que se consideran fundamentales para el desarrollo del reinado de Dios.

         La parábola opone la conducta del dueño de un campo a la actitud de su enemigo (vv.24-28a), y luego pasa a diferenciarla de las intenciones que tienen sus servidores (vv.28b-30).

         En la 1ª parte se trata de explicar el porqué de la presencia simultánea en el campo de lo bueno y lo malo. Omitiendo que se trata de una condición normal de todo sembrado, el pasaje se detiene en explicar la presencia de la cizaña como obra de un enemigo del dueño del campo.

         Dicha explicación aparece primeramente en la boca de Jesús (v.25), y luego en las palabras del dueño del campo (que esclarece a sus servidores la presencia de ese factor negativo). Frente al sembrador de trigo y de toda buena semilla, se debe contar con la presencia de otro sembrador, a quien se deben atribuir los elementos negativos de la existencia. Este último actúa subrepticiamente aprovechando el descanso del dueño de casa y de sus servidores: "mientras todos dormían".

         Ante la pregunta sobre la existencia del mal, dentro de la creación de Dios, los criados se preguntan sobre el origen de la cizaña. Y el dueño del campo tiene cuidado de hacer tomar conciencia de donde procede: "Es obra de un enemigo".

         Éste es el marco que encuadra la contraposición entre el Señor y sus servidores. Estos, como el Bautista, quieren anticipar el juicio de Dios que separe lo bueno de lo malo. Por el contrario, el Señor retoma las imágenes de quemar y de granero (Mt 3, 12), y las sitúa como propias del "tiempo de la siega". En el tiempo previo, por el bien de la buena semilla, no es conveniente arrancar la mala hierba.

         Se nos dirige así una lección de prudencia, porque no estamos capacitados para distinguir entre ambos tipos de semillas, y porque no somos quienes para entrometernos en los procesos y tiempos del dueño del campo (Dios) y de su sembrador (Jesucristo), a través de los cuales harán florecer su cosecha.

         La evocación del Juicio Final sirve para superar la preocupación de los servidores y las preguntas angustiosas sobre la existencia del mal, así como crea un ámbito de tranquila certeza en la acción del dueño del campo, y anima a las fuerzas benéficas a que sigan actuando como buenas semillas sembradas.

         La potencia inconmensurable del mal, actuante en la propia realidad histórica, no puede hacer vacilar la confianza en la fuerza incomparable de Dios, y en su voluntad salvífica para todos los hombres.

Confederación Internacional Claretiana

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         La Parábola del Trigo y la Cizaña ofrece una reflexión sobre el reino de Dios en la perspectiva de un dualismo eventual: la cizaña crece mezclada con el trigo, porque de noche y cautelosamente se acercó el Maligno al campo y sembró las semillas del mal, en medio de las semillas sembradas por Jesús. La actitud del Maligno es crear confusión en medio del campo, tratando de llamar al mal bien, y al bien mal. Se trata del anti-sembrador del Reino, que proviene del mundo de las tinieblas porque, como todo hijo de las tinieblas, sabe cuál es el momento oportuno y está al acecho para sembrar el mal.

         Las 2 semillas (la cizaña y el trigo) crecen juntas en medio de las realidades concretas del campo, y se entremezclan sin diferencia alguna. Por eso es necesario dejarlas que crezcan en ese entorno, para evitar que al recoger la cizaña se arranque también el trigo. Ya llegará el momento de encontrar las diferencias entre ambas, cuando ya no sean semillas sino arbustos, y la diferencia entre ambas sea evidente, y el trigo haya dado ya su fruto. Dar fruto o no darlo, en la mentalidad del evangelio, es lo que permite distinguir lo bueno de lo malo, y lo que dará a cada uno lo suyo: la hoguera a la cizaña y la recolecta al trigo.

         La intención de la parábola es advertir que la mies mesiánica será cosechada en el día fijado. Mateo le da al texto un tinte escatológico, porque la mención de la mies orienta la atención hacia el juicio final, aludiendo al fuego que destruye la cizaña (el mal) y a los graneros que almacenarán el trigo (el bien). Ésta es la idea de fondo que recorre la parábola: la separación definitiva de los buenos y los malos, con el exterminio de estos últimos, y la alegría del pueblo elegido en torno al dueño de la mies.

         Pero hasta que llega ese día, hay que saber mantener las actitudes adecuadas, frente a las desgracias que suceden. No se trata de que el dueño del campo sea tonto, o que no se dé cuenta de lo que está pasado, pues es él mismo el que denuncia la "mano del enemigo" que arruina su trabajo y su cosecha. Pero aún así quiere salvar todo lo salvable. No vaya a ser que al arrancar la mala hierba, los trabajadores corten también el trigo, malogrando así parte de la cosecha.

         El relato de Jesús da incluso la impresión de que el dueño tiene alguna esperanza de que la mala hierba se termine convirtiendo en buena. Por eso quiere esperar hasta el tiempo de la cosecha. Entonces se verá lo que ha dado de sí el campo.

         Por otro lado, contrasta la actitud de los trabajadores. Ellos quieren tomar decisiones radicales (arrancar ya la mala hierba), aunque eso signifique cortar también algo de trigo. Pero el dueño del campo (Dios) confía de tal modo en su sembrador (su Hijo Jesús) y su semilla, que no pierde nunca la paciencia ni la esperanza. Quizás sea una buena actitud a imitar, en nuestras relaciones con los demás.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Jesús nos sigue hablando hoy en parábolas de uno de sus temas de predilección: el reino de Dios. Hablar en parábolas es hablar en términos comparativos, y en el caso presente lo que se compara es el reino de los cielos, una realidad que nos es absolutamente desconocida, con algo que nos es más próximo y conocido, de nuestra experiencia cotidiana. Por eso se dice: El reino de los cielos se parece a...

         No nos dice lo que el Reino de los Cielos es, sino únicamente aquello a lo que se parece. Es decir, de la apariencia de esa realidad que permanece oculta tras su apariencia. Pero la apariencia de una cosa no sólo oculta el ser de algo, sino que en cierta medida también lo manifiesta.

         En la apariencia de una sustancia (persona o cosa) se manifiesta lo que esa sustancia es, y aunque no captemos toda su esencia, algo captamos de la misma. Además, toda comparación nos lanza hacia el término comparado, aunque no podamos apresarlo del todo.

         Aquí el término de la comparación es el reino de los cielos, el cual se compara con un hombre que sembró buena semilla en su campo. De un Dios bueno sólo puede esperarse buena semilla, y del enviado por ese Dios (para llevar a cabo esta labor) también. El Hijo del hombre es el que siembra (con su palabra) la buena semilla en el mundo (porque el campo es el mundo), y la buena semilla son los ciudadanos del reino (y lo sembrado por ellos).

         Pero en el mundo no hay sólo buenos, sino que hay también malos e incluso partidarios del Maligno, y no hay sólo trigo sino también cizaña. ¿De dónde viene, pues, la cizaña, si el sembrador sembró sólo trigo? La respuesta es inmediata: de la acción seminal de un enemigo (el Maligno), que se opone a los planes del sembrador y que tiene el expreso propósito de echar a perder la cosecha, porque no desea que el reino de Dios progrese.

         En semejante situación, los criados proponen arrancar la cizaña cuanto antes, antes de que crezca, y se extienda, y amenace con tragarse la cosecha. Tal parece la solución más acertada, sobre todo a los que persiguen remedios inmediatos a los males sobrevenidos. Pero Jesús no acepta la propuesta, pues ¿no podría arrancarse también el trigo, al intentar arrancar la cizaña?

         La espiga de la cizaña es muy semejante a la del trigo, y podría fácilmente confundirse con ésta. Además, ¿extirpar la maldad del mundo no exigiría también el aniquilamiento de los malos (sus operarios), sin dejarles ocasión y oportunidad de conversión? Y al aniquilar a los malos ¿no se estaría introduciendo una infusión de maldad en el mundo?

         ¿Y a quién le correspondería llevar a cabo esta labor de discernimiento, a la hora de separar a buenos y malos? ¿No habría que establecer esta separación en el corazón mismo de los buenos (en los que también hay maldad) y de los malos (en los que también hay bondad)? ¿Y puede introducirse este juicio separador antes de que finalice la vida de los sometidos a él?

         Nosotros, como aquellos criados de la parábola (que en seguida se convierten en jueces ejecutores de sentencias), tendemos a establecer muy a la ligera esta división maniquea entre buenos y malos, entendiendo por buenos a los que lo parecen (porque forman parte de, porque observan unas normas, porque no se oponen a...) y por malos a los contrarios (es decir, al resto).

         Pero esta distinción, en apariencia tan sencilla (la de separar a los partidarios de Jesús y a los partidarios del Maligno), en la práctica es sumamente compleja y difícil. Y por eso, nada tiene de extraño que el sembrador del trigo recomiende paciencia y espera, porque en el intento de arrancar la cizaña se podría estar arrancando también el trigo. Por eso, aconseja: Dejadlos crecer juntos hasta la siega.

         Esta permisión divina (dejadlos) atenta contra nuestra impaciencia, por supuesto (pues desearíamos ver ya el campo libre de cizaña ya), pero nos hace caer en la cuenta de algo: que la mala semilla no sólo crece fuera (en el mundo), sino también dentro de cada uno.

         Y es que el trigo y la cizaña crecen tan juntos (en el mundo, en nuestro corazón...), que no son sólo vecinos del mismo bloque, sino inquilinos de la misma casa, porque en nuestro corazón conviven, y comparten egoísmo y generosidad, pereza y diligencia, soberbia y humildad, maldad y bondad.

         En este espacio de interioridad, sin embargo, sí cabría discernir (mediante juicio moral), separar (mediante la conciencia) y extirpar (mediante la labor penitencial) la cizaña, antes de que llegue el tiempo de la siega. ¿Y por qué? Porque en esta parábola, de lo que está hablando Jesús es de no arrancar la cizaña de este mundo que nos rodea, y nada más.

         En realidad, sólo el juez supremo puede llevar a cabo con éxito esta empresa; porque él es el único capaz de discernir y, en el momento justo (es decir, al final), actuar. Hasta entonces, las vidas humanas pueden experimentar cambios muy notables, a través de la rectificación en el juicio.

         El discernimiento definitivo sólo se puede hacer al final, en el momento de la siega, cuando ya no cabe otra cosa ni hay tiempo para una vuelta atrás. Tras el juicio, y la subsiguiente separación, el trigo y la cizaña tendrán destinos diferentes. El trigo será almacenado en el granero, y la cizaña será arrancada y quemada al fuego.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 27/07/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A