22 de Julio

Lunes XVI Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 22 julio 2024

a) Miq 6, 1-4.6-8

         Miqueas, el profeta, no puede quedar en silencio ante las injusticias que se cometen en su pueblo, y hoy hace una llamada a la conversión, a hacer lo que es recto a los ojos de Dios. En su reflexión quiere mostrar al pueblo, para que comprenda, la incoherencia de su comportamiento respecto a Dios.

         Con este fin, el profeta se presenta como el portavoz de Dios ante todo el país (vv.1-5). Dios tiene un pleito (una causa pública) con su pueblo, y éste, con su comportamiento, muestra no reconocer la rectitud de Dios en su historia pasada, cuando lo hizo subir de Egipto y lo rescató de la esclavitud, sin abandonarlo nunca y poniéndole como guías a enviados suyos, hasta la posesión de la Tierra Prometida. De ahí la dolorida pregunta: "¿Qué te he hecho yo, pueblo mío? ¿En qué te he molestado? ¡Respóndeme!" (v.3). El pueblo no puede responder.

         A continuación, expone Miqueas la reflexión que el pueblo mismo tendría que hacerse (vv.6-8): mirando sus propias injusticias, y en contraste con la rectitud y fidelidad de Dios, ¿puede todavía creer que éste aceptará sus holocaustos?

         La prevaricación interior, o pecado del alma, echa a perder toda otra obra externa y legal del culto a Dios. Sobre todo porque, por encima del conocimiento de las prescripciones legales y cultuales, el pueblo ha recibido una enseñanza que le ha hecho conocer los caminos por los que se puede "defender el derecho, practicar la lealtad y caminar en la presencia del Señor" (8). Estas son las "cosas buenas" y lo que realmente pide Dios.

         La ignorancia de la historia, o no recordar la actuación recta de Dios en el pasado, no es algo que tampoco disculpe al pueblo de su comportamiento. Porque la vida lleva en sí misma los propios principios de rectitud, y la injusticia no es cuestión de olvido. El hombre lleva consigo el juicio de sus obras, en cuanto sabe, se le ha enseñado, y su conciencia intuye.

         Al final del pasaje, vuelve a recordar el profeta que Dios  condena la impiedad, el fraude, la violencia, el engaño. Y predice al pueblo las desgracias y calamidades que, a causa de sus desvíos, caerán sobre ellos (desgracias que ya debieron haber comenzado a caer). Las injusticias del pueblo son la fuente de su desventura, y no Dios, que castiga mientras se mantiene fiel.

Miguel Gallart

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         Nos pide hoy Miqueas que escuchemos lo que dice el Señor: "Levántate y pleitea con los montes. Escuchad, colinas, la querella del Señor". En la Biblia, los montes son los lugares elegidos para los encuentros con Dios (el Sinaí, el Nebo, el Garizim, el Sión, el Carmelo), y cada una de las montañas y colinas de Israel ha desempeñado un papel simbólico y real en el encuentro con Dios. Dejémonos sobrecoger hoy por ese simbolismo.

         En efecto, en la Biblia las montañas han sido frecuentemente personificadas (Gn 49,26; Ez 35-36, Sal 68,16-17) como:

-la cumbre, cerca del cielo, y como lugar hacia el cual hay que subir,
-el aire más puro y vivificante, rodeado de el silencio en sus grandes espacios,
-la imagen de la inmutabilidad, solidez y fortaleza, de un vigor superior a la fragilidad humana.

         En el texto de hoy, Dios las toma como testigo, para el juicio que quiere entablar contra su pueblo: "Escuchad, montañas".

         Respecto al pleito al que apela Dios ("pueblo mío, qué te he hecho, respóndeme"), el texto presente se lee en los improperios de Viernes Santo, y nos viene a decir que Dios no es un ser abstracto e insensible, sino vulnerable y capaz de quejarse como un esposo decepcionado. Busquemos en la oración, pues, en qué he podido yo decepcionar a Dios. 

         ¿Es porque "te hice subir del país de Egipto, y porque te rescaté de la casa de los esclavos"? El 1º sufrimiento de Dios es la ingratitud de su pueblo. Señor, dame un corazón que sepa decir gracias y tener en cuenta los beneficios recibidos.

         Antes de entrar en el templo, el israelita preguntaba al sacerdote: "¿Con qué me presentaré yo al Señor? ¿Me presentaré con holocaustos de becerros añales? Pero ahora digo yo: para obtener su favor ¿es preciso ofrecer centenares de carneros, o derramar oleadas de aceite sobre el altar? ¿O más bien restituir a mi primogénito por mis faltas, y el fruto de mis entrañas por mi pecado?

         El texto nos muestra a un fiel dispuesto a hacer lo máximo, y a los más costosos sacrificios. A menudo, es esta la idea que también nosotros nos hacemos de Dios, la de un Dios que espera ritos y ofrendas costosas. Pues bien, escuchemos la respuesta del profeta Miqueas: "Se te ha hecho saber lo que es bueno, y lo que el Señor reclama de ti", que no es otra cosa que:

-"practicar la justicia", o mensaje de Amós,
-"amar la misericordia", o mensaje de Oseas,
-"caminar humildemente con tu Dios", o mensaje de Isaías.

         Este es el bosquejo del hombre según el corazón de Dios, y lo que Dios espera de nosotros: no los sacrificios rituales, sino la vida corriente en actitud espiritual, con justicia, bondad y humildad. He ahí la única pregunta que Dios me hace siempre a mí. ¿Qué te responderé yo, Señor?

Noel Quesson

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         El profeta Miqueas es hoy la voz de nuestra conciencia. Una voz que nos acusa y denuncia nuestras iniquidades, hablando en nombre de Dios y colocándonos ante el tribunal de la verdad, de la justicia y de la misericordia.

         Ante ese tribunal valen poco los sacrificios y ofrendas de víctimas, pues lo que vale son los hechos y el respeto del derecho, o bien amando la misericordia y andando por la vida con corazón humilde.

         El profeta Miqueas nos recuerda, así, las señales que Dios ha ido realizando a lo largo de la historia. Unas señales que parecen estar olvidadas, y que no han servido para que el pueblo descubriera lo que el Señor esperaba de él: respetar el derecho, amar la fidelidad y obedecer humildemente a Dios. Dios ha hablado claro, y nos llama a amarle incondicionalmente. El amor no pide pruebas, sino fiarse, entregarse gratuita y siendo fiel.

         En nuestras manos está el fiarnos plenamente de Dios o el vivir entre dos aguas, con la insatisfacción que ello crea. Seguir a Jesús es una aventura de amor que pide salir de uno mismo. Al hacer camino con él, como cuando vamos por el monte, van apareciendo las señales que nos guían, que nos dicen que vamos por buen camino y que nos llevan a las siguientes marcas. Como buenos peregrinos, carguemos nuestras mochilas con lo imprescindible y atrevámonos a caminar, porque él nos conducirá a buen puerto.

Miren Elejalde

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         El sábado pasado dimos comienzo a la lectura de Miqueas, con una denuncia muy seria de los fallos de las clases dirigentes. La página de hoy nos presenta una querella judicial de Dios contra su pueblo, un pleito en el que Dios no se presenta como juez (pues no tendría más remedio que condenar al pueblo) sino como parte querellante (poniendo como testigos a los montes y a la tierra). La queja de Dios es bien explicable: ha liberado al pueblo de la esclavitud, y le ha ayudado siempre, y ahora sólo recibe ingratitud y distracción.

         El profeta pone en boca del pueblo un tímido intento de conversión, basado en el holocaustos de animales o incluso de sus propios primogénitos. Pero Miqueas les recuerda lo que un día pactaron con Dios, que no era eso (holocaustos y sacrificios), sino "respetar el derecho, practicar la misericordia y andar con humildad". En resumen, que sean misericordiosos con el prójimo y humildes ante Dios.

         El salmo responsorial de hoy insiste en la misma idea: "No te reprocho tus sacrificios, pero no aceptaré un becerro de tu casa. ¿Por qué tienes siempre en la boca mi Alianza, tú que detestas mi enseñanza y te echas a la espalda mis mandatos?". Este pleito de Dios contra su pueblo nos recuerda las lamentaciones que cantamos el Viernes Santo, mientras vamos pasando a adorar la cruz: "Pueblo mío, ¿qué te he hecho, en qué te he ofendido? ¡Respóndeme!".

         Por eso, no echemos siempre la culpa al pueblo judío y a su ingratitud, sino a nosotros mismos, que hemos sido favorecidos aun más que ellos, y que podemos merecer la queja de Dios mucho más que ellos. Tal vez necesitemos que nos recuerden que "ser misericordiosos con los demás", y ser "humildes en la presencia de Dios" es la mejor actitud como personas creyentes.

José Aldazábal

b) Mt 12, 38-42

         Al lado de los fariseos aparecen hoy unos nuevos personajes: los letrados, que vienen en ayuda de los derrotados fariseos. Se dirigen a Jesús con cortesía, pero le piden una señal, negando así el valor de todas las señales que ya ha realizado hasta ahora, y que mostraban a las claras "las obras del Mesías" (Mt 11, 2) ante la liberación de los endemoniados (Mt 12, 22).

          Para los letrados, lo que Jesús dice y hace carece aún del refrendo divino, y le piden una gran señal que refrende sus obras y autoridad. Conectan así con la 2ª tentación del desierto (Mt 4, 5-7), aunque implícitamente afirman que, en tal caso, estarían dispuestos a creer en él.

         Jesús rechaza de plano su petición, y los recrimina. Esta gente designa ante todo a los fariseos y letrados, pero detrás de ellos al pueblo que está bajo su influjo y acepta su doctrina (Mt 11, 16). Malvada es la palabra usada en el previo v. 34, que aludía a Satanás y los declara enemigos de Dios. Adúltera alude a la infidelidad de Israel a Dios y a su Alianza, por seguir falsos dioses y prostituirse bajo ellos (Os 2,1; 5,3; Jr 3,6; Ez 23; Sal 73,27).

         "No se le dará" deja en la indeterminación toda interpretación teológica, pues no es Jesús sino Dios quien no les dará la señal. No obstante, una salvedad hace Jesús: se les dará la señal del profeta Jonás. Compara así el tiempo entre su muerte física y su resurrección mediante los 3 días y 3 noches que estuvo Jonás en el vientre del monstruo. No se menciona la vuelta a la vida, pero está insinuada.

         Jesús habla a los que buscan acabar con él (Mt 12, 14), y les dice que no todo acabará con que le den muerte. Jesús es el Hombre que va a estar en el seno de la tierra, pero por un brevísimo período. Pues el Hombre posee una calidad de vida que no puede ser vencida por la muerte.

         "Para carearse" (en hebreo rib, lit. "en el juicio con") era una de las formas de juicio en la cultura judía, en que 2 antagonistas se enfrentaban y exponía cada uno sus argumentos, venciendo el que presentara los más contundentes. La frase siguiente ("la condenarán", o "la dejarán convicta") indica que se trata de esta clase de juicio.

         El libro de Jonás era uno de los más populares del AT, ofreciendo un mensaje de esperanza y de aviso allí donde los otros profetas habían encontrado resistencia, incredulidad e incluso rechazo. A la predicación de Jonás, toda la ciudad de Nínive había hecho caso y se había arrepentido (mensaje de esperanza). Pero Nínive era una ciudad pagana (mensaje de aviso), y no había nada en la historia de los judíos que pudiera compararse con el arrepentimiento de Nínive. De esto toma pie Jesús para su amenazadora predicción.

         La moraleja de Jonás es la misma que para el ejemplo de la reina del Sur, también pagana y admiradora de la sabiduría de Salomón (la Escritura). Ambos ejemplos se terminan con un colofón que marca la diferencia entre aquellas circunstancias y la presente: "Aquí hay alguien superior a Jonás, y más que Salomón" (Mt 12, 6). Efectivamente, el Mesías fue profetizado como alguien muy superior a David y Salomón. 

         La culpa de "esta clase de gente" es mayor que la de sus antepasados. El ejemplo de Salomón y la reina compara lo sucedido entonces con lo que sucede con Jesús: los paganos muestran mayor sensibilidad que los judíos y dan mejor respuesta a la invitación de Dios.

         El pasaje está en relación con el pasaje del centurión, donde se comparaba la fe de un pagano con la de Israel (Mt 8, 5-13). También con la invectiva contra las ciudades galileas, comparándolas con las paganas (Mt 11, 20-24). Y también con la acción de gracias de Jesús (Mt 11, 25-30), en que "los sabios y entendidos" están representados aquí por los fariseos y letrados. Estos constituyen "la gente malvada e idólatra". La sabiduría es la mencionada en Mt 11,19.

Juan Mateos

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         Muchas personas seguían a Jesús por sus enseñanzas, pero también hay que reconocer que una gran mayoría acudía por las señales que hacía. En varias ocasiones le exigieron señales, cuando estuvo en su tierra natal querían que hiciera allí los milagros que habían escuchado hacía en otras partes. En el texto de hoy encontramos la misma exigencia, pero Jesús tiene bien claro que él no es un taumaturgo que monta espectáculos para mostrar su poder, sino que sus acciones confirman su palabra, y si él cura a alguien lo hace para sanarlo también interiormente.

         La señal que les va a dar hoy Jesús a los letrados es su propia persona, señal que será difícil de comprender porque muchos no acaban de creer en él. Y para eso, se pone en comparación con Jonás. Así como Jonás estuvo 3 días en el vientre del cetáceo (y con su predicación logró cambiar las actitudes de una gran parte de los ninivitas), así también Jesús estará 3 días en el seno de la tierra, y su resurrección se convertirá en señal de cambio interior para sus seguidores.

         Jesús supone que sus oyentes ya han aceptado a Jonás, mas a él no. Y por eso les dice que él es más que Jonás. La sabiduría de Jesús es más que la sabiduría de Salomón. La reina del Sur vino expresamente a visitar a Salomón porque había escuchado su fama. Y sin embargo, aunque Jesús es más que Salomón, sus contemporáneos no han sido capaces de creer en él. Los escribas y fariseos no quieren ver la señal en el cambio de actitud de los discípulos de Jesús, pero sí quieren ver a un hombre obrando milagros.

         Las señales externas al propio Jesús, son señales pasajeras y limitadas, son señales que necesitan ser repetidas constantemente (porque se agotan en el tiempo y en el espacio). Mas la señal de su muerte y resurrección permanece para siempre en la conciencia de los verdaderos discípulos, que no necesitan que su maestro haga cosas extraordinarias.

         Las actitudes de Jesús cuestionan también nuestra manera de entenderlo. Hoy en torno a Jesús se montan espectáculos de sanación, se llenan templos y estadios... Pero ese Jesús obrador de milagros no es el que necesita la Iglesia, sino que necesita la señal de su propia persona, que transforma nuestra conciencia individual y colectiva.

Emiliana Lohr

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         Algunos escribas y fariseos interpelaron a Jesús: "Maestro, queremos ver un signo hecho por ti". Siempre estamos tentados de hacer a Dios esta pregunta. Efectivamente, ¿por qué Dios no escribe claramente su nombre en el cielo? ¿Por qué no nos da una prueba manifiesta de su existencia, de manera que la duda resulte imposible? Porque los ateos se verían entonces obligados a inclinarse, y los fieles podrían vivir en paz. ¿Por qué Dios no hace este signo? Sencillamente, porque Dios no es lo que nosotros queramos que sea.

         Si Dios se manifestara en un "signo del cielo" maravilloso, no sería ya el Dios que ha elegido ser: ese Dios servidor de los hombres, para merecer su amor. Dios no quiere quebrantar al hombre, no quiere obligar al hombre a fuerza de poder y de maravillas. Dios ha querido respetar la libertad que dio al hombre, y ha elegido ganarse el amor del hombre, entregando a su propio Hijo a la muerte. Dios es un Dios de amor, y estamos siempre tentados a atribuirle otro papel. Pero "no se os dará otra señal que la de Jonás", nos recuerda Jesús.

         Jonás estuvo retenido 3 días en la muerte, luego fue salvado por Dios y enviado a Nínive para predicar la conversión. He ahí la única señal que Dios quiere dar: "El Hijo del hombre estará 3 días en el seno de la tierra".

         En 1º lugar, la señal de Dios es "la muerte y la resurrección de Jesús, la conversión y la salvación de los paganos". Es decir, el misterio pascual. Y en 2º lugar, al señal de Dios es el juicio final, porque "en el juicio se alzarán los habitantes de Nínive y la reina de Saba contra esta generación, y harán que la condenen".

         Nínive, capital de Asiria, era el símbolo de la ciudad pagana, llena de orgullo y poder, por eso Jesús la pone como ejemplo, ante esos fariseos que se enorgullecían y empoderaban a sí mismos. Porque Nínive sí estuvo cerca de Dios, mientras que los fariseos no. Jesús anuncia que los paganos, al convertirse, ocuparán el lugar de los hijos de Israel, e incluso participarán en la sentencia final del Juicio Final.

         Este signo de salvación, que Dios ofrece a los hombres de todas las razas, ¿somos capaces de reconocerlo a nuestro alrededor? Pedimos signos a Dios. Pues bien, esos son los signo que él nos da. Otra cosa es que queramos verlos. Porque nosotros no pedimos un signo a Dios, sino que él haga los signos que nosotros queremos, nuestra clase de signos y todo aquello que nosotros podamos manipular, según nuestros deseos. Como se ve, el mundo y la historia están llenos de signos de Dios, y no de nuestros signos.

         Uno de los objetivos del evangelio es saber "leer los signos de Dios en los acontecimientos", porque Dios trabaja en el mundo y su misterio de salvación continúa realizándose. Esos son sus signos. ¡Danos, Señor, ojos nuevos!

Noel Quesson

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         A Jesús no le gustaba que le pidieran milagros. Los hacía con frecuencia, pero por compasión con los que sufrían y para mostrar que él era el enviado de Dios y el vencedor de todo mal. Pero no quería que la fe de las personas se basara únicamente en cosas milagrosas, sino más bien en su palabra: "Si no veis signos, no creéis" (Jn 4, 48).

         Los letrados y fariseos de hoy le piden un milagro a Jesús, y eso que ya habían visto muchos. Pero lo hacen porque no estan dispuestos a creer en él, y quieren volver a interpretar ese milagro de forma torticera, volviendo a decir que lo hace "con el poder del jefe de los demonios". No hay peor ciego que el que no quiere ver.

         Jesús apela, esta vez, al signo de Jonás, que se puede entender de 2 maneras. Ante todo, por lo de los 3 días: como Jonás estuvo en el vientre del cetáceo 3 días, así estará Jesús en "el seno de la tierra" y luego resucitará. Ese va a ser el gran signo con que Dios revelará al mundo quién es Jesús.

         Pero la alusión a Jonás le sirve a Jesús para deducir otra consecuencia: al profeta del AT le creyeron los habitantes de una ciudad pagana (Nínive) y se convirtieron, mientras que a él no le acaban de creer, y eso que "aquí hay uno que es más que Jonás" y "uno que es más que Salomón", al que vino a visitar la reina de Sabá atraída por su fama.

         Nosotros tenemos la suerte del don de la fe. Para creer en Cristo Jesús no necesitamos milagros nuevos. Los que nos cuenta el evangelio, sobre todo el de la resurrección del Señor, justifican plenamente nuestra fe, y nos hacen alegrarnos de que Dios haya querido intervenir en nuestra historia enviándonos a su Hijo.

         Nosotros no somos como los fariseos, racionalistas que exigen demostraciones (y cuando las reciben, tampoco creen, porque las pedían más por curiosidad que para creer). Tampoco somos como Tomás, que dijo que "si no lo veo, no lo creo" (pidiendo pruebas exactas para apoyar en ellas su fe). De hecho, ya Jesús ya nos alabó hace tiempo: "Dichosos los que crean sin haber visto".

         Nuestra fe es confianza en Dios, alimentada continuamente por esa Iglesia a la que pertenecemos y que, desde hace 2000 años, nos transmite el testimonio del Resucitado. La fe, como la describe el Catecismo, "es la respuesta del hombre a Dios que se revela y se entrega a él, dando al mismo tiempo una luz sobreabundante al hombre que busca el sentido último de su vida" (CIC, 26).

         El gran signo que Dios ha hecho a la humanidad, de una vez por todas, se llama Cristo Jesús. Lo que ahora sucede es que cada día, en el ámbito de la Iglesia de Cristo, estamos recibiendo la gracia de su Palabra y de sus sacramentos. Y sobre todo, estamos siendo invitados a la mesa eucarística, donde el mismo Señor Resucitado se nos da como alimento, de vida verdadera y de alegría para seguir su camino.

José Aldazábal

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         Los letrados y fariseos que aparecen en el evangelio de hoy han inventado una frase que resiste las modas: "Maestro, queremos ver un milagro tuyo". Es decir, reconocemos que Dios ha creado este mundo tal cual es (con sus leyes, sus agujeros, su relativa incertidumbre), pero luego le pedimos que vaya resolviendo nuestras paradojas, a base de hechos espectaculares.

         Lo que los fariseos piden a Jesús es exactamente lo que el diablo le pide en el relato de las tentaciones: ser un Mesías espectacular y deslumbrante, haciendo todo aquello que sea del agrado de sus fans y todo tipo de demostraciones palpables de poder.

         Esa fue una de las tentaciones de Jesús, y la que también tenemos todos sus seguidores. De ahí que la respuesta de Jesús sea desconcertante: "A esta generación no se le dará más signo que el del profeta Jonás" (un Mesías escondido durante 3 días en el seno de la tierra). Jesús convierte el signo, pues, en una realidad contraria a lo que el demonio tienta: dejarse derrotar (matar), para hacer estallar la derrota (muerte) desde dentro.

         Es llamativa también la insistencia de Jesús en que "hay uno que es más". Jesús deja claro que él es el Mesías, más que Jonás (profeta) y más que Salomón (rey). En él se cumple toda profecía y se realiza todo reinado. No tenemos que esperar a nadie más.

Gonzalo Fernández

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         Hoy contemplamos en el evangelio a algunos maestros de la ley deseando que Jesús demuestre su procedencia divina con una señal prodigiosa (v.38). Ya había realizado muchas, suficientes para mostrar no solamente que venía de Dios, sino que era Dios. Pero, aun con los muchos milagros realizados, dichos maestros no tenían bastante (pues por más que hubiera hecho, hubiesen seguido sin creer).

         Jesús, con tono profético, tomando ocasión de una señal prodigiosa del AT, anuncia su muerte, sepultura y resurrección: "De la misma manera que Jonás estuvo en el vientre del cetáceo 3 días y 3 noches, así también el Hijo del hombre estará en el seno de la tierra 3 días y 3 noches" (v.40), saliendo de ahí lleno de vida.

         Los habitantes de Nínive, por la conversión y la penitencia, recobraron la amistad con Dios. También nosotros, por la conversión, la penitencia y el bautismo, hemos sido sepultados con Cristo, y vivimos por él y en él, ahora y por siempre, habiendo dado un verdadero paso pascual: paso de muerte a vida, del pecado a la gracia. Liberados de la esclavitud del demonio, llegamos a ser hijos de Dios. Es el gran prodigio que ilustra nuestra fe, y la esperanza de vivir amando como Dios manda, para poseer a Dios Amor en plenitud.

         Gran prodigio, tanto el de la Pascua de Jesús como el de la nuestra por el bautismo. Nadie los ha visto, ya que Jesús salió del sepulcro lleno de vida, y nosotros del pecado llenos de vida divina. Lo creemos y vivimos evitando caer en la incredulidad de quienes quieren ver para creer, o de los que quisieran a la Iglesia sin la opacidad de los humanos que la componemos. Que nos baste el hecho Pascual de Cristo, que tan hondamente repercute en todos los humanos y en toda la creación, y es causa de tantos milagros de la gracia.

         La Virgen María se fió de la Palabra de Dios, y no tuvo que correr al sepulcro para comprobar el sepulcro vacío: simplemente creyó, y después vio.

Luis Roque

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         Una de las necesidades humanas que todos intentamos satisfacer es la necesidad de seguridad. Empeñamos gran parte de nuestra vida en ir ganando parcelas de seguridad (un trabajo estable, un hogar propio, un plan de pensiones para la jubilación), como si por medio de ellas consiguiéramos espacios de felicidad. Pero a veces esa búsqueda de tanta seguridad nos lleva a vivir con cierta ansiedad, porque una seguridad pide otra, y la cadena nunca se termina. Es como si cuantas más seguridades tuviéramos, más inseguros nos sintiéramos, porque vamos acumulando tantas cosas que al final tememos perderlas.

         En el plano religioso también nos ocurre algo parecido. Queremos estar seguros, tener pruebas, verificar que merece la pena la apuesta que estamos haciendo, sentir que Dios está con nosotros. Y una de las pruebas a las que acudimos es a medir los frutos que obtenemos. Por eso, en cuanto vemos que las cosas no salen como esperábamos, o cuando recibimos los primeros reveses, nos desanimamos y desconfiamos, poniendo todo en crisis y sintiendo que Dios no nos acompaña.

         Al igual que los fariseos que se acercan a Jesús, necesitamos señales que de alguna manera nos garanticen que vamos por el buen camino. El profeta Miqueas nos recuerda las señales que Dios ha ido realizando a lo largo de la historia: respetar el derecho, amar la fidelidad y obedecer humildemente a Dios. Dios ha hablado claro: nos llama a amarle incondicionalmente. Y el amor no pide pruebas sino fiarse del otro, en entrega gratuita y fel. En nuestras manos está el fiarnos plenamente o el vivir entre 2 aguas, con la insatisfacción que ello crea.

         Seguir a Jesús es una aventura de amor que pide salir de uno mismo. Al hacer camino con él, como cuando vamos por el monte, van apareciendo las señales que nos guían, que nos dicen que vamos por buen camino y que nos llevan a las siguientes marcas. Como buenos peregrinos, carguemos nuestras mochilas con lo imprescindible y atrevámonos a caminar, porque él nos conducirá a buen puerto.

Miren Elejalde

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         El texto de hoy es muy conocido de todos, mas no por eso deja de ser insinuante. En el plan de Dios, los signos son marcas de la Providencia, que nos habla por medio de ellas. No tienen más valor, pues lo importante es vivir y amar noblemente. Lo que pasa es que nosotros confundimos los papeles, y pedimos a Dios que nos dé las señales que a nosotros nos placen. Grave error, pues eso no es fe sino evidencias.

         Centremos la reflexión en 2 frases citadas en el evangelio. La 1ª de ellas es la del grupo de letrados y fariseos, que solicitan de Jesús un signo (un milagro a su gusto, a su nivel, por ser ellos quienes son, gentes de letras y de representación social), rebajando la categoría de Dios y elevando sin pudor la suya.

         La 2ª de ellas es la de Jesús: "Sois una generación perversa y adúltera". Una frase dura porque quienes le han pedido un signo han sido personas religiosas y no civiles, tratando con ello de: 1º señalar al Hijo de Dios y a sus profetas las pautas de vida que deben seguir; 2º asumir ellos un puesto, un papel y un ejercicio de poder que Dios no les ha ofrecido.

         Aquí el asunto es más profundo, pues ¿en qué medida un letrado ha de considerar que los motivos para creer en Jesús y en su mensaje son suficientes para él? Los misterios de Dios no son objeto de ciencia, de laboratorio ni de matemática, sino que han de ser objeto de confianza, amor, adhesión, fe. Que un letrado señale cuáles son las condiciones suficientes para que él crea a Jesús, alude a que él quiere ser dominador de Jesús, y que a quien él cree es a sí mismo.

Dominicos de Madrid

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         El texto de hoy es otro de los episodios de las crisis de fe. Los adversarios, escribas y fariseos, demostrando reverencia y disponibilidad a creer, piden como condición ser testigos de una señal. Con esta actitud rehúsan descubrir el valor mesiánico de todas las "obras del Mesías", que el Pueblo de Dios ya ha visto y oído. El signo era para los judíos condición indispensable para que los adversarios pudieran creer, y tenían ya perfilado hasta qué tipos de señales debía realizar el Mesías, para ajustarse a sus esquemas.

         Las sencillas obras de misericordia no eran lo más adecuado para un Mesías triunfal y apocalíptico. Si Jesús aceptara el reto y realizara la señal que piden los fariseos y escribas, hubiese caído en su trampa, viniendo a ser un mensajero de la fuerza impositiva de Dios, un delegado de sus pretendidas leyes de poder y separación (es decir, del fariseísmo).

         A los fariseos se han unido los escribas para atacar a Jesús, en una circunstancia que no es casual (pues muchos de los escribas o letrados pertenecían al Partido Fariseo, y frecuentemente se unen contra Jesús). La petición de los adversarios de Jesús no es absolutamente agresiva, sino cortés, y expresa un ruego serio que estaba en el corazón de todos.

         La respuesta de Jesús es negativa y acusadora y va dirigida a "la generación malvada y adúltera", la cual se expresa en la persona de los escribas y fariseos. La expresión tiene un sentido más teológico que cronológico porque hace referencia a la respuesta del pueblo a las iniciativas de Dios en un momento determinado.

         Pues bien, Jesús no ha querido ofrecer una señal de su poder por fuera o por encima de aquello que está realizando con su gesto de evangelio. Su propia vida, como gesto de encarnación al servicio de los demás, es signo de Dios para todos los seres humanos. Por tanto, en esta línea debemos entender el contenido de la negativa de Jesús a dar una nuevo signo y ofrecer como única señal la del profeta Jonás.

         El "signo de Jonás" que propone Jesús a sus adversarios no puede limitarse al hecho de haber permanecido como muerto en el vientre del pez, sino al haber salido con vida y luego anunciar el mensaje de conversión a los ninivitas.

         De esta manera, Jonás se convierte en un milagro, cuya existencia es en sí misma un signo de la misericordia de Dios para un pueblo pecador, que se convierte y cree en Dios. Los 2 últimos versículos (vv.41-42) concluyen la idea precedente: privados de los signos que piden, los judíos no se arrepentirán y serán aventajados por los paganos en el juicio final.

Confederación Internacional Claretiana

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         Los fariseos habían tratado de desvirtuar ante el pueblo la acción de Jesús, atribuyéndola al mismo demonio. Jesús había desmentido sus argumentos, y había puesto en evidencia las malas intenciones que guardaban en el corazón. En esta discusión tercian los escribas (maestros de la ley), distinguidos por su minucioso conocimiento de la Escritura, que gozaban de mucho prestigio y eran consultados en todo tipo de cuestión.

         A diferencia de los fariseos, los escribas se dirigen a Jesús respetuosamente, y le piden una señal que corrobore la validez de sus acciones. Jesús les contesta con duras palabras, recordándoles su condición de gente incrédula y caprichosa.

         Fariseos y escribas actúan como el demonio en el desierto, pidiendo señales prodigiosas. Jesús nuevamente se niega a tentar a Dios, y con 3 comparaciones pone en evidencia cómo los pueblos despreciados y enemigos están en mejor disposición, respecto a Dios, que el pueblo elegido.

         Las 3 comparaciones muestran a los gentiles en un camino de encuentro con el Señor, dóciles a las palabras de los profetas y dispuestos a escuchar la sabiduría divina. Estas palabras debieron ser un insulto terrible a los oídos de los escribas y fariseos, porque echaba por tierra todas sus pretensiones y toda la falsedad de un nacionalismo sustentado en un complejo de superioridad.

         Debemos tener cuidado de aquellos grupos que viven pidiendo milagros portentosos a Dios. E incluso de nosotros mismos, cuando esperamos tener grandes señales para comenzar a actuar. Jesús, en cambio, nos invita a vivir y confiar en Dios en los sencillos y rutinarios milagros de cada día.

         Las apariciones, los milagros... tienen un público fácil en nuestros días, y siempre hay quien se deja arrastrar por esos fenómenos, buscando el signo definitivo (claro y contundente) que haga desaparecer el riesgo de su fe.

         Lo que pasa es que, en el fondo, ninguno de esos signos es absolutamente convincente. El signo mayor para el cristiano es solamente uno: Jesús de Nazaret, testigo entre los hombres del amor de Dios. Jesús no hizo milagros aparatosos, ni destinados a las multitudes. Jesús realizó el mayor de sus milagros "pasando entre los suyos haciendo el bien".

         Por eso, puesto a escoger, prefiero los signos sencillos y pequeños que nos rodean, aunque a veces nos demos cuenta: el cariño con que se cuida de los padres ancianos, la entrega a la catequesis de niños, el compromiso generoso de muchos en las misiones. Esos pequeños signos, y tantos otros, me dicen que todavía vale la pena seguir a Jesús, que amar sigue siendo el mejor modo de hacer presente a Dios en nuestro mundo.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         El evangelista refiere hoy que, en cierta ocasión, se acercó a Jesús un grupo de letrados y fariseos con una reivindicación: Maestro, queremos ver un milagro tuyo. La actividad de Jesús estaba repleta de milagros, así que la respuesta de Jesús habría podido ser muy bien: ¿Es que no lo habían visto ya? ¿O es que os lo habéis perdido?

         Al parecer, tales milagros no habían sido suficientemente significativos para ellos, y ellos querían ver un milagro más potente y convincente, que no dejase espacio para la duda. Perfectamente, Jesús podría haberles dicho: Resucitaré, al tercer día de mi muerte. Y de hecho, ya les había dicho esto hasta 3 veces. Pero en esta ocasión no lo hizo, pues el que se acerca con estas intenciones, difícilmente va a ver satisfechas sus exigencias.

         Ante esta acometida, Jesús responde denunciando la perversidad de esa generación (representada por ese grupo de letrados y fariseos), así como describiendo su malicia en términos de incredulidad (o de resistencia a creer en él). En concreto, lo que les dijo fue:

"Esta generación es una generación perversa. ¿Y en qué radica su perversidad? Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. Como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación".

         La actividad mesiánica de Jesús estaba colmada de signos. Sus numerosas curaciones milagrosas fueron vistas por muchos de sus contemporáneos como signos de la presencia de un gran profeta en medio de su pueblo. Pero no todos apreciaron en estos milagros la actuación de un enviado de Dios, e incluso algunos acusaron a Jesús por estos milagros, aludiendo a que eran signos demoníacos que mostraban su estrecha alianza con el diablo.

         Las interpretaciones sobre los milagros de Jesús eran, pues, totalmente antagónicas, pero todas coincidían en una cosa: revelaban fuerzas absolutamente sobrenaturales.

         Pues bien, con toda la que estaba cayendo, había quienes seguían pidiendo un signo a Jesús. Y es que la incredulidad es muy dura en sus reivindicaciones, y siempre está reclamando signos, uno tras otro y cada vez más incuestionables. ¿Y por qué? Porque ninguno de los signos que se les ofrece es suficiente, y su orgullo se resiste a doblegar su voluntad e inteligencia a una autoridad superior.

         En este caso, nos encontramos con que un ser tan pequeño como el hombre acaba exigiendo pruebas a su Creador. Y esto es ridículo. Sin embargo, no es infrecuente encontrar a personas plantadas ante Dios en actitud desafiante, como si la vasija se dirigiera al alfarero reclamándole un signo.

         Jesús se negó a satisfacer estas exigencias, y les contestó: No se le dará más signo a esta generación que el signo de Jonás. ¿Y de qué fue signo Jonás para los habitantes de Nínive? De la simple presencia, en medio de ellos, de un enviado de Dios, que les hablaba del mensaje de Dios.

         El signo que ofrece Jesús, por tanto, es el poder de convicción de una palabra puesta en boca de un profeta, que predica desde su propia experiencia exhortando a la conversión. De Jonás no se dice que hiciera milagros, pero su predicación convirtió a los habitantes de Nínive, los cuales se vistieron de saco y de sayal e hicieron penitencia.

         Jesús, aunque es más que Jonás, no pide otro crédito que el que recibió Jonás entre los destinatarios de su misión. De nuevo, Jesús encuentra más resistencia a su mensaje entre los judíos de su generación que entre los paganos de cualquier época, como aquellos ninivitas que se convirtieron con la predicación de Jonás.

         Esta incredulidad es culpable, y por eso Jesús tuvo que calificar a esa generación de perversa, puesto que su actitud merecerá la condena en el día del juicio, cuando los habitantes de Nínive se alzarán y harán que los condenen.

         Pidamos al Señor que nos libre de esa dureza de corazón que acaba por hacernos resistentes a todo antibiótico divino, a todo signo, a toda llamada a la conversión.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 22/07/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A