25 de Julio

Jueves XVI Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 25 julio 2024

a) Jer 2, 1-3.7-8.12-13

         Comenzamos hoy a escuchar los primeros oráculos de Jeremías, correspondientes a la actividad de Jeremías bajo la Reforma deuteronómica de Josías I de Judá (ca. 627-622 a.C), tras la ruptura de la Alianza provocada por los reyes anteriores (cap. 1-6).

         El género literario de los oráculos es el de un pleito por la ruptura de un pacto, a través de una serie de elementos: tribunal que llama al acusado y a los testigos, recuerdo del beneficio del acusador, acusación y declaración de guerra. También aparecen en ellos, de una u otra manera: recuerdo de la liberación de Egipto, conducción por el desierto hacia la tierra prometida (vv.2-6.21), llamada del acusado y de los testigos (vv.2.4.9.10.12) y acusación (vv.5-8.11.13.20-25).

         Ante la actitud de Dios, que sólo piensa en liberar y favorecer, y en que los hombres vivan como tales sin alienaciones ni idolatrías, viene a decir Jeremías que el pueblo ha preferido vivir a su antojo, abandonando al Dios de la fraternidad humana para seguir dioses vanos que nada valen, cuyas exigencias son alienantes y apartan de la tarea humana.

         El ataque de Dios va dirigido al pueblo, y sobre todo a los dirigentes, los cuales son responsables de la infidelidad del pueblo, al consistir su deber en detectar las exigencias concretas de Dios para cada tiempo, y ni siquiera haber exhortado al pueblo a cambiar de conducta y a obrar de acuerdo con el espíritu de la Alianza.

         El que intenta ser fiel a la salvación de Dios debe estar muy atento a las exigencias de lo que ofrece esa salvación, debe saber "beber en la fuente de agua viva" y recordar la continua liberación experimentada en su vida (sobre todo, haciéndolo extensivo a los demás).

         Es un deber, pues, de quien quiera aceptar la salvación, comprometerse con ella, recordando la actuación continua del Señor, profesando que él es el único que puede salvar, venciendo los obstáculos en la vida propia y comunitaria, y colaborando en la liberación del oprimido. El agradecimiento por las obras de Dios compromete, pues, a obrar por la liberación plena de todos.

Rafael Sivatte

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         En aquel tiempo, le fue dirigida la palabra del Señor a Jeremías: "Ve y grita a los oídos de Jerusalén". Por lo visto, aquellos habitantes eran sordos o no alcanzaban a oír a Dios, para que Jeremías tuviese que "gritarles a los oídos". En cuanto a lo que Jeremías gritó a esos oídos, alude el texto al tiempo del desierto, al primer amor, y al fervor de los comienzos de Israel: "De ti recuerdo tu cariño juvenil, el amor de tu noviazgo, y aquel seguirme tú por el desierto".

         Jeremías repetirá a menudo esta imagen (una joven desposada), que tan bien se corresponde a su temperamento dulce y tierno (Jr 7,34; 16,9; 25,10; 33,11). Así que detengámonos a contemplar esta hermosa imagen, para evocar el amor que Dios depositó en nosotros: "Os traje a este país para saciaros de sus frutos y de sus bienes". En efecto, ésta es siempre la intención de Dios: saciarnos de sus bienes. Gracias por ello, Señor.

         Pero "apenas llegasteis", continúa diciendo Jeremías a los habitantes de Jerusalén, "ensuciasteis mi país, y cambiasteis mi heredad en lugar abominable". Decepción divina, porque se ha estropeado su obra y porque "los sacerdotes no decían ¿Dónde está el Señor?, ni los intérpretes de la ley me conocían". Es más, continúa diciendo Dios por medio de Jeremías, "los pastores se rebelaron contra mí". En efecto, los profetas se dedicaban por aquella época a profetizar por Baal, y andaban en pos de los dioses impotentes.

         Jeremías se atreve a atacar todas las categorías de responsables del pueblo, incluidos los sacerdotes (que no hacían su trabajo esencial, que era conducir a los hombres a Dios, e interrogar sobre Dios). Los escribas, especialistas de la ley, también fallaron en su tarea esencial (conocer a Dios y darle a conocer), en clara complicidad intelectual con la traición sacerdotal. En cuanto a los reyes, éstos no han seguido más que su parecer, en vez de hacer política según el espíritu de Dios. También los profetas aceptaron la solución más fácil: seguir la religión popular, que se inclinaba hacia los fáciles cultos de Baal.

         Jeremías pidió por ello la dimisión de los responsables, sin arruga ni vacilación: "Pasmaos, cielos, de ello, y cobrad gran espanto, porque es la palabra del Señor". Tan enorme e inverosímil le parece lo que va a decir, que Jeremías toma el cielo por testigo. Para sentenciar a continuación: "Es un doble mal que habéis hecho: me habéis dejado a mí, manantial de agua viva, y os habéis construido cisternas, cisternas agrietadas que no retienen el agua".

         Inolvidable imagen poética, porque a nadie se le ocurre, si tiene un manantial de agua fresca y continua, construirse una cisterna, y menos una cisterna con grietas. Pero tal es el drama del pecado: que cree que encontrará felicidad, pero acaba encontrando grietas, engaños y decepciones.

         Junto al pozo de Garizim, Jesús hablará también del agua viva, la que él da y la que él es (Jn 4,10; 7,38). Dame siempre, Señor, de esa agua.

Noel Quesson

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         En la 1ª lectura de hoy el profeta Jeremías nos ofrece un motivo para la esperanza. El Señor pide volver la vista a él, y nos promete pastores "a mi gusto, que os apacienten" con saber y acierto.

         Seguro que más de una vez hemos pedido al Señor que nos envíe buenos pastores, con el suficiente carisma como para tirar del carro y orientarnos en nuestra labor creyente y eclesial. En estos tiempos en los que los frutos espirituales son cada vez más escasos (menos jóvenes en los grupos, disminución de vocaciones religiosas...), tenemos la sensación de estar perdidos, y de no saber muy bien qué hacer o por dónde ir.

         Todos andamos buscando nuevos caminos, y personas que nos aporten luces sobre esta realidad. Asistimos a charlas, hacemos cursillos, ensayamos nuevas experiencias pastorales... pero no acabamos de dar con la respuesta acertada. Quizás nos toque vivir confiando en la promesa del Señor, sabiendo que él no nos abandonará, y que seguirá velando por su viña y enviando pastores, aunque nosotros no lo percibamos.

Miren Elejalde

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         De nuevo leemos en Jeremías, como lo habíamos hecho en Miqueas el pasado lunes, una querella judicial de Dios contra su pueblo. Esta vez pone el profeta al cielo como testigo para que todos oigan bien la queja del Señor: "Espantaos, cielos, horrorizaos y pasmaos".

         Pero ¿qué había hecho Dios? Tan sólo el bien, liberando al pueblo y conduciéndolo con cariño inmenso a la tierra prometida.

         ¿Y cómo respondió Israel? Al principio (en el desierto, tras la salida de Egipto) siguiendo a Dios "con amor de novia". Pero luego (cuando entró en Canaán) multiplicando sus infidelidades, profanando la Alianza con toda clase de idolatrías. Y en esa infidelidad los sacerdotes, los doctores de la ley, los pastores y los profetas (los dirigentes espirituales) fueron los primeros en desviarse de su deber, dando mal ejemplo a todos.

         Unos y otros cayeron en la peor necedad: "Me abandonaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron aljibes, aljibes agrietados, que no retienen el agua". ¿Mereceríamos nosotros, los cristianos, este reproche de Dios?

         Las lecturas no se proclaman para que nos enteremos de lo que pasaba 640 años antes de Cristo. Sino que son una palabra dicha por el Dios viviente, presente entre nosotros en el aquí y hoy de cada día. Esta palabra nos interpela seriamente, pues ¿hemos aflojado en nuestro amor primero, y en nuestra memoria agradecida hacia los beneficios continuos de Dios? ¿O hemos sido infieles a la Alianza? Y si somos religiosos o ministros en la Iglesia, ¿hemos guiado mal a los demás, escandalizándolos con nuestro ejemplo de infidelidad?

         También nosotros podríamos reconocer, si somos sinceros, que nos estamos "construyendo cisternas agrietadas", llenas de "aguas contaminadas" que "no apagarán nunca nuestra sed". Jesús se presentó a sí mismo como el agua viva, en el diálogo con la samaritana junto al pozo de Jacob. Y nos dijo que "si alguno tiene sed, que venga a mí y beba". El agua viva y fresca que nos da Cristo es su Espíritu Santo (Jn 7, 37-39), así que ¿estamos, más o menos conscientemente, tratando de saciar nuestra sed en otros aljibes?

         Podemos rezar por nuestra cuenta el salmo reponsorial de hoy: "¡Qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios! Tú nos das a beber del torrente de tus delicias, porque en ti está la fuente viva, y tu luz nos hace ver la luz".

José Aldazábal

b) Mt 13, 10-17

         Escuchamos hoy cómo se le acercan a Jesús los apóstoles y le preguntan de forma explícita: "¿Por qué razón les hablas en parábolas?" (Mc 4, 10). No comprenden la razón de que Jesús hable en parábolas a la multitud, y por ello piensan que el mensaje es directamente accesible a todos.

         Jesús les contestó: "A vosotros se os han dado a conocer los secretos del reinado de Dios. Pero a ellos, en cambio, no se les han dado". Es decir, hay conocimientos que van dirigidos al pueblo, y hay conocimiento que sólo van dirigidos a los apóstoles.

         "Se os ha dado" alude a una indeterminación, que supone como agente a Dios (o mejor, a Jesús, que ejerce en la tierra las funciones divinas; Mt 1,23; 9,6). En cuanto a la palabra secreto (misterio), ésta fue usada en el AT a partir de Daniel, y denotaba la realidad de los tiempos finales (escatológico-mesiánicos) que Dios sólo puede revelar (Dn 2, 27-30.47): la de un reino eterno (Dn 2, 44).

         No es que Jesús discrimine entre los apóstoles y el resto de la gente, sino que la distinta situación de unos y otros (con relación a él) hace que el conocimiento y la experiencia del reinado de Dios sean diferentes entre ambos. Los apóstoles, que han seguido a Jesús, tienen la clave para interpretar su enseñanza y actividad, y en ese enseñanza y actividad se manifiestan los secretos del reinado de Dios.

         Sobre todo, los apóstoles han conocido el modo en que se ha instaurado el reino de Dios: supresión del exclusivismo israelita, llamada de todos los pueblos, reino basado en opciones (Mt 5, 3.10), rechazo de triunfalismos (Mt 9, 27) y señorío del hombre sobre la ley (Mt 12, 1-11).

         Las multitudes, por su parte, siguen aferradas a su espíritu agreste, a la tradición de sus letrados, a los vaivenes de la política nacional. Y por eso escuchan a Jesús y presencian su actividad, pero no acaban de darle su adhesión. Porque no entienden el mensaje con la claridad necesaria, y no saben pasar de la exposición a la profundización. La gente corriente es impotente para hacer eso, viene a decir Jesús. Y es impotente por el chorreo de doctrinas contrarias con las que viven a diario, que los aprisionan y neutralizan, y anulan el impacto que pueda producir en ellos el contacto con Jesús.

         Entre los apóstoles, hay quienes asimilan el mensaje y van produciendo sus correspondientes frutos. Ésos recibirán con creces, y a ellos "se les dará", en paralelo con el anterior "se os ha dado". Quien responde irá teniendo un conocimiento cada vez más profundo, que le permitirá una praxis más semejante a la de Jesús.

         Entre las multitudes, la mayoría ha escuchado la enseñanza de Jesús y ha presenciado su actividad, pero "perderán eso que han recibido". Entre las razonas que aporta Jesús, aclara que detrás de esa pérdida está "el Maligno", encarnado en el poder y su ideología (Mt 4, 8-10) y en las instituciones sociales (Mt 13, 19), bien arrebatando el mensaje recibido, o bien impidiendo su posible asimilación.

         En cuanto a la traducción de este pasaje, hay que tener en cuenta que el verbo tener ("al que tiene se le dará") es la forma estática de los dinámicos obtener, ganar, negociar, comprar, coger y recibir (Mt 16,7.8; 25,29).

         En este caso, y por su relación con la parábola anterior, el dicho se refiere a la fecundidad expresada en v. 8, la del grano que cae en tierra buena. Los que no han dado el paso ni hecho la opción, alienados por el mundo en que viven, no comprenden y perderán el mensaje recibido.

Juan Mateos

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         Jesús manifiesta la razón de su enseñanza en parábolas: las multitudes, que no perciben ni comprenden. Y por eso Jesús no las fuerza a algo más. Hasta ahora se ha expresado y ha actuado claramente, pero la gente no ha entendido. Y por eso falta la base necesaria para continuar la exposición del mensaje, en toda su amplitud y radicalidad.

         Por eso habla Jesús al gentío de forma velada. Las parábolas deben estimularlos a pensar por sí mismos, y a lo mejor de esa manera llegan a cuestionarse los principios que les bloquean e impiden entender. Se repiten las circunstancias del tiempo del Isaías: el pueblo está cerrado al mensaje (Dt 29, 4).

         En cuanto a los apóstoles, éstos "ven y oyen", y deben saber apreciar el privilegio que supone escuchar y ver actuar a Jesús. Lo que ellos ven y oyen fue el anhelo de los profetas (emisores de la enseñanza) y de los justos (receptores de la enseñanza), 2 categorías que supieron integrar sus ideas y compartir su expectación (Mt 1, 19). Eso sí, dice Jesús que los apóstoles ven y oyen, pero no que perciban y entiendan. Porque también puede darse el caso de algún apóstol que vea y no perciba, oiga y no entienda.

         Cuando Jesús habla a alguien en parábolas, por propia iniciativa (Mt 13,18-23.49-50) o a petición de los oyentes (Mt 13, 36-43), es señal de que esas personas no le van a entender, y por eso les pone al nivel de aceptar su mensaje y ya está, sin entrar en el contenido. Incluso hay ocasiones (la gran mayoría) en que Jesús ni siquiera quiere dar una explicación a la parábola, posiblemente por percibir obstáculos insalvables en sus vidas (Mt 13, 31-33.44-45).

Juan Mateos

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         Los 2 versículos del evangelio de hoy están motivados por los verbos ver y oír (propuestos por Jesús), a los que los apóstoles contraponen los de no percibir y no entender (refiriéndose a la gente). La idea es probablemente la siguiente: vosotros (refiriéndose a los apóstoles) sois felices porque no sólo veis y escucháis (lo que todos ven y escuchan), sino porque, además, las percibís y entendéis.

         Esta bienaventuranza es muy diferente a las que encontramos en el cap. 5 de Mateo: todos los verbos están en presente, sin alusión al Reino futuro. Además, esta bienaventuranza no hace ninguna mención paradójica a la condición de desgracia de los bienaventurados.

         La dicha no se presenta aquí como una serie de respuestas a calamidades actuales; la felicidad es ver y entender desde ahora el proyecto de Jesús. La fórmula "dichosos sus ojos y sus oídos" significa: dichosos los que ven y entienden a Jesús. No se trata de percibir en Jesús otra cosa que no sea Jesús, sino verlo a él y comprenderlo.

         La 2ª parte del texto hace referencia a muchos profetas y justos que desearon ver y oír lo que los apóstoles han visto y oído. Es decir, lo que muchos desearon: haber contemplado al Mesías y su obra salvífica. Por eso, los apóstoles son bienaventurados porque tuvieron la oportunidad de vivir en plenitud los cumplimientos de los tiempos mesiánicos manifestados en la persona misma de Jesús.

Fernando Camacho

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         ¿Por qué razón les hablaba Jesús en parábolas? Esta cuestión se plantea porque la predicación de Jesús no parece que haya aportado todos los frutos que se esperaban. Pero ese fracaso, esa incredulidad ¿proviene de que Jesús no habló de modo suficientemente claro? ¿Por qué aparentas, Señor, ocultar tu mensaje hablándoles en parábolas?

         En 1º lugar, contesta Jesús que "vosotros podéis ya comprender los secretos del reino de Dios, pero ellos no pueden". En efecto, Jesús responde que su Reino es un misterio, una realidad no fácil de conocer, que no se entiende enseguida, que no es claro ni evidente. Y que Dios no está a nivel de las cosas, igual que se toca una piedra, se ve un árbol o se oye a un amigo. Sino de otro orden.

         El misterio de Dios, en toda su riqueza, no es una verdad que se imponga a la inteligencia humana, sino un secreto y misterio que sólo se da a los que están dispuestos a escuchar. Es el oyente, pues, el que ha de esforzarse en comprender, escuchando con espíritu de fe, sino prisas, meditando y sabiendo dar a los signos exteriores su sentido interno.

         En 2º lugar, Jesús contesta que "miran sin ver y escuchan sin oír ni entender, porque son duros de oído y han cerrado los ojos". Esta es la 2ª razón dada por Jesús. Si el misterio de Dios es de por sí un secreto difícil de descubrir, es también verdad que muchos hombres son culpables de ni siquiera buscarlo.

         Hay 2 maneras de ver y de oír: un modo estrictamente material (oigo ruidos de voces) y un modo espiritual (comprendo el significado). En efecto, Jesús ha hablado a todos, y llama a todos los hombres sin discriminación. Pero la verdad evangélica no es un conocimiento intelectual, y cada corazón humano entiende a su manera.

         Es decir, hay que "haberse puesto a seguir a Jesús" para poder comprender el mensaje de Jesús. Pues hay que ir aplicando a la propia vida lo que el corazón va descubriendo.

         "Dichosos vuestros ojos porque ven, y vuestros oídos porque oyen", concluye Jesús. La revisión de vida consiste en "mirar de nuevo", con los ojos de la fe, los acontecimientos que la 1ª vez se vieron con una mirada simplemente humana. Danos, Señor, unos ojos nuevos y unos oídos finos. Las parábolas requieren esa mirada de fe.

         Toda nuestra vida es una parábola en la que Dios está escondido y desde donde nos habla. Uno puede quedarse en el exterior de las cosas y de los acontecimientos, o bien, ver y oír a Dios en el hondón de las situaciones humanas.

         Muchos profetas y justos desearon ver lo que vieron los apóstoles y oír lo que ellos oyeron. Sí, Jesús se atreve a decir que él es "aquel que el pueblo de Dios esperaba", luego el tiempo se ha cumplido, ahora todo es gracia, y se ha producido el momento maravilloso del encuentro de Dios con los hombres. ¿Sabremos estar atentos a esta hora de Dios, y no dejar pasar la ocasión de verle y de escucharle?

Noel Quesson

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         Las parábolas de Jesús tienen la suficiente claridad y pedagogía para hacer entender su intención a todos. Menos a los que no quieren entenderla. Y si ayer la Parábola del Sembrador empezaba hablándonos de la siembra y del fruto final, hoy la explicación que empieza a dar Jesús (y que terminará mañana) se fija más bien en aquellas personas que no están dispuestas a que la semilla produzca fruto en sus vidas.

         ¿Por qué unos entienden y otros no? Las parábolas son fáciles de entender, pero Jesús habla a personas de todo tipo, incluidos los que no quieren escuchar ni ver. De ahí que Jesús diga que "son duros de oído y han cerrado los ojos, para no ver ni oír, ni entender ni convertirse". En el fondo, la conducta de cada uno, y las actitudes que ha tomado ya previamente, son las que deciden si ve o no ve, si quiere ver o no. Cada persona es responsable de captar el don de Dios, acogerlo o rechazarlo.

         Es de suponer que Jesús nos puede dirigir a nosotros la bienaventuranza: "Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen". Los ojos de los sencillos son los que descubren los misterios del Reino. No los ojos de los orgullosos o complicados.

         Hemos recibido de Dios el don de la fe y con sencillez intentamos responder a ese don desde nuestra vida. Nos hemos enterado del proyecto de salvación de Cristo y lo estamos siguiendo. Pero también podemos hacer ver que no oímos o que no entendemos, porque, en el fondo, no nos interesa aceptar el contenido de lo que oímos o de lo que vemos. Y no hay peor sordo que el no quiere oír, ni peor ciego que el que no quiere ver.

         ¿Hacemos caso, cada día, de la Palabra que oímos? ¿Nos dejamos interpelar por ella también cuando resulta exigente y va contra la corriente de este mundo o contra los propios gustos? Nosotros, que hemos recibido más gracias de Dios que otros muchos, deberíamos ser también mucho más generosos en nuestra aceptación de su semilla, y dar más frutos que otros. Si tomásemos en serio las lecturas, nuestra vida seria bastante distinta.

José Aldazábal

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         Según el evangelio de hoy, podemos comprender un poco mejor el estilo de Cristo como Maestro. Porque sus parábolas son a la vez revelación y ocultamiento, y en ellas él no muestra tanto como para que creamos que ya conocemos y dominamos a Dios. Como tampoco ocultan tanto como para que nos exasperemos, en la oscuridad de nuestras dudas, deseos o temores.

         Parece caprichosa y casi injusta la respuesta de Jesús a la pregunta sobre por qué enseña en parábolas: ¿Por qué "se ha concedido" a unos entender y a otros no? A esta pregunta no tenemos una respuesta última y completamente satisfactoria. Sabemos, sin embargo, 2 cosas: que eso que "se ha concedido" tiene que ver con el misterio de la gracia en nosotros, y que en esta disposición divina no hay injusticia.

         No es injusto, en efecto, que Dios regale a quien quiera. Lo que es regalo, no es debido. Si fuera debido, no sería regalo. Goce, pues, quien recibe en lo que recibe, pero no se queje de lo que no reciba.

Nelson Medina

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         La enseñanza que Jesús comparte con el pueblo y con los discípulos se basa en las vivencias de la vida cotidiana, en las tradiciones narrativas populares y en su increíble capacidad de crear historias. Jesús no enseña como los escribas, los fariseos o los levitas. Su forma de "hablar con autoridad" cautivó desde el comienzo de la misión a la gente sencilla, e incluso a las personas más instruidas.

         Jesús vio su particular forma de enseñar como una gracia del Padre. Una bendición que reciben los sencillos para descubrir las revelaciones de Dios. Porque los sabios estaban tan entretenidos con sus saberes, y su ego estaba tan embotado, que eran incapaces de escuchar u observar.

         Contra esta cerrazón de mente, corazón y manos, se dirige Jesús. Él quiere que las personas se abran a Dios comprendiendo a través de las cosas sencillas las maravillas que obra Dios en el mundo. Habla a los corazones que se han cerrado al sufrimiento ajeno para que cambien de actitud. Solicita la colaboración de nuestras manos para que transformemos las realidades contrarias al designio de Dios.

         Hoy debemos volver a la pedagogía de Jesús. Necesitamos recuperar nuestra capacidad para contar la Buena Nueva de manera bella y sencilla. Debemos procurar que nuestras explicaciones no se conviertan en pesados fardos que emboten el entendimiento y cierren el corazón. Precisamos estar despiertos para percibir en la realidad los signos de los tiempos, y es urgente tener nuestras manos libres para transformar este mundo.

José A. Martínez

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         Jesús conoce los misterios del reino de Dios, y sabe que las cosas del Espíritu necesitan cierta sensibilidad para poder ser captadas. Por ello, sus parábolas reflejan nuestro mundo de forma simbólica, como expresión de lo que sucede en el interior del ser humano. Y son la forma más apropiada que Jesús ha encontrado para transmitirnos su propia vivencia de Dios. Porque no a todos les ha sido dado conocer el lenguaje del Espíritu.

         Pudiéramos pensar que Dios es selectivo, que Dios excluye porque sólo da su Espíritu a quien él quiere. Pero hay algo que debemos tener en cuenta, y es la libertad humana. Dios no nos puede obligar a aceptarlo, y son los hombres y las mujeres los que se excluyen libremente de participar en la propuesta que Dios hace.

         En este mundo hay hombres y mujeres a quienes no les importa para nada lo espiritual, y voluntariamente han roto su relación con la trascendencia. Hay otros que sí aceptan esa relación, pero no están en condiciones de escuchar porque se han aferrado a sus propias ideas, y se les hace difícil situarse en el horizonte de Dios. Por eso, "por más que oigan, no oyen", y "por más que vean, no ven".

         Comprender lo espiritual requiere tener dones espirituales, y eso es algo que Dios otorga con la naturaleza. De tal manera que si Dios no nos regala esa sensibilidad, estaremos ciegos y sordos por más que veamos y oigamos. A los que sí se les ha concedido ese don, sí tienen capacidad para reconocer los misterios de Dios en cualquier circunstancia.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Si nos atenemos a los testimonios evangélicos, es una obviedad que Jesús recurrió muchas veces a las parábolas en su discurso habitual. Con ellas comunicaba el mensaje de una manera muy gráfica, e incluso ilustraba el mensaje con imágenes que dibujaban sus palabras.

         Esta es la situación que explica que, en un cierto momento, los discípulos se acerquen a Jesús y le pregunten: ¿Por qué les hablas en parábolas?, como diciendo: ¿Por qué les ofreces el mensaje a través de la indumentaria de una comparación? Porque si la comparación dejaba ver el mensaje que quería transmitir, también lo ocultaba en cierto modo, tras ese ropaje imaginario sobre la realidad comparada.

         La respuesta de Jesús va en esta línea: A vosotros (los más allegados) se os ha concedido (el privilegio particular de) conocer (lo que no se les ha concedido a otros) los secretos (la realidad oculta) del reino de los cielos, y a ellos no. ¿Por qué esta concesión (privilegio) de conocimiento concedida a tales discípulos? Por que al que tiene, se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene.

         He aquí la razón de ese privilegio del que gozan los discípulos más allegados: la mayor cercanía, que les permitía tener un mejor conocimiento de Jesús y de su enseñanza, con ese acerbo doctrinal y vivencial que se iba incrementando a través del progreso en la amistad.

         De esta manera, al que tiene (y no ha desperdiciado su adquisición), se le dará más y tendrá de sobra. Es decir, incrementará su conocimiento y abundará en él. Pero el que no tiene, desaprovechando por negligencia o falta de interés lo que podría tener, acabará viéndose privado hasta de lo poco que tenía en sus comienzos.

         Las parábolas, en efecto, portan secretos que sólo a algunos se concede conocer, puesto que hay quienes oyendo las parábolas, miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Son aquellos a los que aludía el profeta como poseedores de un corazón embotado, duros de oído y ciegos de vista, que no quieren ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni convertirse para que se les cure.

         Los que disponen de esta voluntad reacia a ver y a oír lo que se les muestra en las parábolas, no podrán acceder a sus secretos, ni podrán obtener la salud que se les brinda, ni la dicha que acompaña al ver y oír los secretos del Reino. Sólo pueden ser dichosos los ojos que ven y los oídos que oyen.

         De ahí que, ante la multitud, Jesús no esclarezca el sentido de la parábola (que es siempre sugerente), sino que se limita a hacer cuando se queda a solas con los más próximos (los Doce), a los que sí explica con detenimiento su secreto, mientras que a los demás (a los de fuera) les impide su acceso.

         Es decir, que mientras a los Doce les hace partícipes de los secretos escondidos del Reino en las parábolas (como en una indumentaria multicolor y sugerente), a los de fuera (es decir, al gentío que se había concentrado junto a él a la orilla del lago) todo se les presentaba en parábolas (sin más aclaraciones, para que se cumpliera lo profetizado por Isaías: Para que por más que miren, no vean; por más que oigan, no entiendan; no sea que se conviertan y los perdone; Is 6,9).

         Y no es que Jesús no quiera que se conviertan con su predicación, pues su palabra es una llamada a la conversión, y él ha venido precisamente para eso (para que se conviertan y puedan obtener el perdón), e incluso esto nos dijo días atrás: No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, a que se conviertan.

         Sino que lo que quiere Jesús es que se cumpla la profecía de Isaías, dado que habrá muchos que mirarán y no verán, oirán y no entenderán. Y no porque no reciban las debidas explicaciones, sino porque no muestran disposición para recibirlas, porque se quedan en cierto modo fuera, en lo más externo de la narración y en la superficie de la enseñanza de Jesús.

         Los discípulos más próximos, al parecer, sí muestran interés por entender. Por eso Jesús, aunque les reprocha su falta de perspicacia, se toma su tiempo para explicarles los detalles y los secretos de las parábolas. Nosotros formaremos parte de esos discípulos más próximos al Señor si, instruidos por él a través de las parábolas, penetramos en sus secretos y contemplamos sus tesoros, que no son otros que los tesoros del Reino.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 25/07/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A