29 de Junio

Sábado XII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 29 junio 2024

a) Lam 2, 2-19

         Es muy conveniente que, al terminar esta sección histórica del libro de los Reyes, la Iglesia nos proponga una página de un hombre inspirado, que nos recuerde que hay dos niveles en la historia.

-el nivel de los hechos, que las crónicas y los periódicos pueden describir y narrar,
-el nivel de la aventura espiritual, que unos testigos pueden vivir en lo hondo de sí mismos.

         En efecto, nos dice el libro de las Lamentaciones que "el Señor ha destruido sin piedad todas las moradas de Jacob, y ha derruido en su favor todas las fortalezas de Judá". Sus ancianos están "sentados y silenciosos, derramando polvo sobre su cabeza", y las doncellas de Jerusalén "inclinan su cabeza hacia la tierra, agotando de lágrimas sus ojos y temblando en sus entrañas por el desastre de sus hijos", porque "desfallecen niños y lactantes por las calles de la ciudad, diciendo a sus madres: ¿Dónde hay pan?".

         Es un gran poeta el que ha escrito esto, un hombre de Dios con un corazón sensible, solidario con las desgracias que se han abatido sobre su pueblo. E incluso aunque este pueblo sea el culpable, porque ¡lo es! Porque este profeta (¿Jeremías?) ya había anunciado estas desgracias, y lo había hecho con valentía.

         Lo que resulta más trágico es pensar que esta página no es solamente una descripción del pasado, sino que hoy también es posible que muchísimos niños griten pidiendo pan, y sus madres no sepan qué decirles. Con Jeremías puedo llorar yo también, y no tengo derecho a quedarme tranquilo, sin hacer nada.

         ¿Y qué puedo decir? ¿O a quién te compararé, hija de Jerusalén? ¿Quién podría sanarte? Sí, hay que interrogarse, con estas preguntas y con otras. Porque los profetas tuvieron visiones y dijeron la verdad, mientras que los falsos profetas se quedan callados, o dicen que no va a pasar nada. Señor, danos verdaderos profetas.

         Termina Jeremías sus lamentaciones animando a que "tu corazón clame al Señor y se derrame ante el rostro del Señor", y a que "tus manos se alcen ante él". Una invitación a la oración, para transformarnos y adoptar los puntos de vista de Dios. Sí, el sufrimiento existe, y es inútil taparse los ojos.

         Pero hay que creer en la última palabra de Dios en la historia, porque Jerusalén está destruida y todo es luto y miseria. Pero no está todo perdido, mientras un hombre como Jeremías esté ahí. El diálogo con Dios continúa, y la vida volverá a su curso.

Noel Quesson

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         La última página del repaso histórico que hemos ido escuchando estas semanas la tomamos del libro de las Lamentaciones, y es verdaderamente triste. Se trata de un canto patético de dolor, que describe que la ciudad (Jerusalén) está destruida, que los ancianos guardan silencio, que las lágrimas brotan en los ojos de todos, que los niños andan desfallecidos de hambre. Pero el autor del libro invita al pueblo a dirigirse a Dios con su oración, y sus manos alzadas al cielo.

         La oración se la pone en los labios el salmo responsorial de hoy, que por una parte sigue describiendo con trazos plásticos la desgracia del pueblo, y a la vez invita a elevar a Dios estas palabras: "No olvides sin remedio la vida de tus pobres, y acuérdate de la comunidad que adquiriste desde antiguo. Que el humilde no se marche defraudado".

         Muchas veces tenemos que levantar nuestras manos hacia Dios, y lamentarnos con Jeremías de las situaciones que nos pueden parecer dramáticas. Porque cuando interpretamos desde la fe nuestra historia personal de dolor, o las desgracias de la Iglesia o de la sociedad humana, nos volvemos más humildes, y acudimos con mayor confianza a Dios, que es el único que tiene las claves de la historia y el que sigue queriendo nuestra salvación.

         Muchos de los salmos que rezamos, tomados de la historia del AT, nos sirven para expresar nuestros sentimientos, ayudándonos a leer la historia con sentido religioso, sin perder nunca del todo la esperanza. La oración universal de la misa también es una letanía en la que pronunciamos, delante de Dios, las deficiencias de nuestro mundo, y decimos con confianza: "Te rogamos, óyenos". La de Israel era una situación límite, y las nuestras tal vez también nos lo parezcan. ¿Es que Dios se olvida de nosotros? ¿Es que su salvación se aleja o era un espejismo?

         La oración nos hace recapacitar sobre nuestras debilidades, y sobre la grandeza y la bondad de Dios. Israel encontró en él la salvación, y también nosotros si vemos en nuestra triste historia la presencia de Dios, que nos compromete a colaborar con él en la solución de los males del mundo.

José Aldazábal

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         Ayer nos presentaba la 1ª lectura los fríos datos históricos de la caída del Reino de Sur, y hoy nos describe la lamentación por dicho acontecimiento. El libro de las Lamentaciones, que hoy escuchamos, es muy breve (tan solo 5 capítulos), y debe su nombre precisamente a eso, a iniciar los cap. 1, 2 y 4 con un sonoro ¡Ay!

         Aunque originalmente era conocido dicho libro como la Qinah (lit. Cantos Fúnebres, que corresponde a la traducción griega threnoi y a la latina lamentationes), éste forma parte de una de las secciones de los Ketubim (lit. Escritos) de la Biblia Hebrea (junto a Rut, Cantar, Qohelet y Ester), aunque la tradición anterior de los LXX lo sitúa tras el libro de Jeremías.

         El libro de Lamentaciones está formado por 4 elegías y 1 oración comunitaria, y cada composición corresponde a un capítulo del libro, y viene a profundizar en el sentido teológico de 4 acontecimientos:

-la destrucción de Jerusalén, que es interpretada como castigo merecido por los pecados del pueblo (Lm 1,5.8.14.20.22; 3,42; 4,5; 5,7.16), aunque la culpa esté en manos de los profetas y sacerdotes (Lm 2,14; 4,13; Jer 14,13-16; Ez 13,1-6).
-el conflicto entre la fe en Dios y la realidad de la humillación (Lm 2,15; 4,12; Sal 46; 48; 76).
-el ataque enemigo, que es interpretado como un exceso de injusticia perpetrada contra Israel, lo cual provoca las dudas acerca de la justicia divina, y pide que el opresor sea castigado con la misma dureza (Lm 3, 24-26).
-la absoluta defensa de Sión, que cultiva la espera paciente a la que ha de someterse el pueblo (que aguarda su restauración una vez confesados los pecados).

         El texto de hoy forma parte de la 2ª lamentación, formada por 22 versos en los que tan sólo pueden percibirse cierta estructuración, dado que el tono y estilo apasionados no permiten una agrupación sistemática de los elementos.

         Del v.1 al v.8 Dios es presentado como el sujeto de las acciones, y es él quien ha destruido Jerusalén. La descripción es terrible, y está llena de símbolos de guerra, de detalles (sobre la ciudad y el templo) y de expresiones cargadas de ira (repudiar, olvidar, violentar...).

         Del v.9 al v.12 ya no es Dios el sujeto de las acciones, sino que es el escritor quien se deja invadir por la emoción, y da el protagonismo a nuevos elementos (puertas, cerrojos, muchachas, madres, niños...).

         Del v.13 al v.16 se desarrolla una crítica a los falsos profetas, y una sátira puesta en boca de los enemigos. Por último, del v.17 al v.20 se retoman temas e imágenes anteriores, pero aparece un nuevo elemento: el grito a Dios, para que cobre venganza.

         En 1º lugar se presenta a Dios como el ejecutor de la destrucción de Judá, y se señalan los principales puntos de actuación (las moradas, las plazas fuertes) e instituciones (el rey y los príncipes). El motivo es también puesto en evidencia: la indignación, causada por los pecados de sus moradores.

         En 2º lugar se describe el terrible cuadro de la Jerusalén devastada. Las distintas edades son presentadas cada una con su más trágico destino (los ancianos sentados en el suelo, las doncellas humilladas, los jóvenes y niños desfallecidos, las madres con el dolor de sus hijos muertos en sus brazos), y hasta el escritor se encuentra derramando lágrimas dentro de este mismo cuadro.

         En 3º lugar se formula el escritor a sí mismo una serie de preguntas, que vuelven a evidenciar el trágico estado en el que se encuentra la ciudad. Y aparecen unos responsables directos: los falsos profetas. Al final, ante tanta desolación acumulada, aparece un grito desesperado: "¡Grita con toda el alma al Señor!", pues él es el único que puede cambiar la situación. Al pueblo, en sus diversas instituciones y edades, y al mismo autor, sólo le queda la tarea del arrepentimiento sincero.

         Como elementos significativos, Jerusalén es descrita como una doncella (Lm 2,13; 1,15) y una viuda (Lm 1, 1), aludiendo al abandono en que se encuentra. La doncella inviolada, que tenía a Dios como roca, ha sido abandonada y ha quedado a merced de los vientos, criticándose así la ideología de determinados grupos políticos y proféticos que fue tan criticados por algunos profetas, como Amós (Am 9, 7-10) y Jeremías (Jer 7, 1-15).

         Es también importante destacar la imagen de Dios como enemigo del pueblo, que encontramos en otros lugares de la Biblia (Is 5,26; Jer 21,5-6). Porque es él quien ataca y mueve a los enemigos (Lm 3,1-16.43-45; 4,11), en respuesta al pecado del pueblo. Los ancianos son la expresión de la honorabilidad y el buen gobierno, y por eso aquí están representados por las escenas de duelo (Lm 2, 10), tendidos en las calles (Lm 2, 21), muertos de hambre (Lm 1, 19) y sin que nadie se apiade de ellos (Lm 4, 16).

         Finalmente, los profetas palaciegos son en parte los causantes del drama que se está sufriendo, puesto que profetizaron mentiras (Lm 4, 13) sin recibir visiones de Dios (Lm 2, 9), y por eso fueron asesinados (Lm 2, 20).

         Las palabras de tristeza, la descripción de los desastres, y el sentimiento de abandono, se encuentran también en el salmo responsorial de hoy. Este salmo 73 (el 74 en la Biblia hebrea) contiene 23 versículos, y en ellos se realiza una súplica en medio de un ambiente de desgracia nacional. Se describen los sucesos y el estado actual, y se recurre a Dios invocando su honor y su Alianza.

Servicio Bíblico Latinoamericano

b) Mt 8, 5-17

         Jesús vuelve hoy a Cafarnam, ciudad donde se había instalado (Mt 4, 13). La escena que sigue tiene relación con la anterior. El centurión pagano es también religiosamente impuro, por no pertenecer al pueblo de Israel. No se debía entablar conversación con paganos ni mucho menos ir a su casa (Hch 10, 28). El pagano ruega a Jesús por un criado que tiene en casa paralítico con grandes dolores.

         Después del episodio del leproso, que muestra que Jesús no respeta las prohibiciones de la ley sobre lo impuro, hay que interpretar la reacción de Jesús como positiva: está dispuesto a ir a casa del pagano y curar al enfermo. La salvación que Jesús trae es universal y no reconoce fronteras entre hombres o pueblos.

         El centurión, en su respuesta, se declara indigno de recibir en su casa a Jesús. Es consciente de su inferioridad como pagano, pero eso le da ocasión para mostrar la calidad de su fe. Acostumbrado a ser obedecido, ve en Jesús una autoridad absoluta capaz de sacar al hombre de la parálisis. No hay acción de Jesús con el enfermo, el centurión le pide solamente una palabra.

         Alude Mateo a la misión entre los paganos, que, sin haber tenido contacto directo con Jesús, experimentan la salvación que de él procede. El hecho de no ir a la casa adquiere entonces todo su relieve. La presencia física de Jesús no es necesaria. La salvación de los paganos se realizará a través del mensaje.

         La fe del pagano suscita la admiración de Jesús y da pie al contraste con la poca adhesión que encuentra en Israel. Jesús ve que su mensaje va a suscitar mejor respuesta entre los no judíos que entre los israelitas.

         El banquete es símbolo del reino de Dios. La curación del criado del centurión va a mostrar que la salvación se extiende a los no judíos. Aparecen éstos en el Reino en unión con los 3 patriarcas, que presiden el banquete. Los paganos se incorporan al pueblo de Israel.

         Los israelitas, que tenían derecho prioritario para entrar en el Reino, por su falta de fe, es decir, por no reconocer en Jesús al "Dios entre nosotros" (Mt 1, 23), serán excluidos del reino. "El llanto y el rechinar de dientes" es una figura usada por Mateo para indicar la frustración definitiva (Mt 13, 42). La fe en Jesús es condición necesaria y suficiente para ser ciudadanos del reino; se derriba la barrera entre Israel y los otros pueblos.

         Jesús responde al centurión y su palabra tiene eficacia inmediata (v.13). En el contexto de la misión entre los paganos, Mateo muestra la eficacia del mensaje de Jesús para sacar al hombre de su estado sin esperanza.

         Los versículos finales (vv.16-17) muestran el efecto de la palabra de Jesús, ya expuesto antes (vv. 8.13) a propósito de la curación del pagano y que se verificará después (v.32) con unos endemoniados también paganos. La fuerza de Jesús está presente en su palabra.

Juan Mateos

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         El 1º cuadro de curaciones de Jesús, que se iniciaba ayer en la lectura evangélica, se cierra con el texto de hoy. Un texto en el que podemos distinguir 3 curaciones: la curación del criado del centurión (Lc 7,1-10; Jn 4,46-53), la de la suegra de Pedro (Mc 1,29-31; Lc 4,38-39) y la de otros enfermos (Mc 1,32-34; Lc 4,40-41).

         El 1º milagro es el más extenso, y en él se desarrolla principalmente el tema de la fe, que es el constitutivo esencial del nuevo pueblo de Dios. Se pueden distinguir fácilmente 2 partes.

         En la 1ª parte del 1º milagro, el lector se encuentra con que el tema aparentemente principal se convierte en secundario. La curación del siervo da paso al decisivo diálogo entre el centurión y Jesús. Éste, que desde el principio reconoce la autoridad de Jesús ("Señor"), expresa con sus palabras y actitud la autoridad que tiene Jesús sobre él (Lc 1,20.45; Mt 18,6).

         Pero hay algo más, se trata de un extranjero que pone la fe en Jesús cuya respuesta le permite expresar por un lado su concepción de la fe ("basta que lo digas de palabra"), basada en el conocimiento que él tiene de la autoridad (si él puede gobernar por la autoridad que un hombre le ha dado, con más razón lo hará Jesús cuya autoridad le viene de Dios) y por otro lado la actitud del creyente ("no soy digno").

         En la 2ª parte del 1º milagro Mateo aprovecha para exponer la intrínseca relación entre la fe en Jesús y la pertenencia al Pueblo de Dios (Mt 1, 15). En oposición se encuentran la fe de un pagano y la de los descendientes de Abraham. El acceso a la salvación no depende de la identidad nacional. La promesa hecha realidad en Jesús se convierte en juicio condenatorio (al desenmascararse la incredulidad de los judíos).

         Algunos detalles a tener en cuenta son, por ejemplo, las palabras de Jesús "voy a curarlo", que pueden también interpretarse como una pregunta negativa (¿es que voy a ir yo a curarlo?). Es muy interesante la alusión a los tiempos mesiánicos como un banquete que aparece en los profetas (Is 25,6; 55,1-2; Sal 107,3). En Mateo los gentiles desplazarán a los judíos. Esto es expresado con imágenes duras ("echar fuera", "las tinieblas"), algunas de las cuales aluden a la exclusión definitiva de las promesas ("llanto y rechinar de dientes") como queda atestiguado ya en el AT (Sal 35,16; Job 16,9).

         El 2º milagro que nos presenta el evangelio de hoy se narra de forma mucho más breve. Al tema expuesto anteriormente se añade una nota significativa: la fe como servicio. Tal vez porque se quiera subrayar esto desaparecen todos los intermediarios.

         Los 3º milagros narrados tienen el carácter de resumen de la actividad de Jesús. Destaca en ellos la fuerza de su palabra. Lo más interesante de esta última parte es la cita de Isaías (Is 53, 4) que hace el evangelista. En Mateos solemos encontrar citas de reflexión o probativas (introducidas, a veces, por la expresión "esto sucedió para que se cumpliera lo dicho") después de los principales acontecimientos que se narran (Mt 1,22; 2,15.17.23; 4,14; 8,17; 13,35; 21,4; 27,9), bajo el principio de que Jesús venía a cumplir las profecías mesiánicas. Aquí su objetivo es presentar a Jesús como el siervo sufriente que carga con las enfermedades del pueblo (Mt 1, 21).

Fernando Camacho

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         Al entrar Jesús en Cafarnaum se le acercó un centurión (capitán del ejército romano) que "le rogó diciendo". El milagro de ayer había ido a parar a un miembro del pueblo de Dios (excluido por su lepra), mientras que el milagro de hoy va a parar a un pagano. ¡Todo un programa! El movimiento misionero de la Iglesia ya está presente. La salvación de Dios no está reservada a unos pocos. Dios ama a todos los hombres; su amor rompe las barreras que levantamos entre nosotros.

         Jesús hace su segundo milagro en favor de un capitán del ejército de ocupación. En efecto, los romanos eran mal vistos por la población judía, y muchos judíos escupían al suelo cuando los veían a lo lejos, en señal de desprecio. Señor, es a este centurión despreciado que vas a escuchar, complacer y alabar. Prescindes del qué dirá la gente, no aceptas nuestras divisiones ni nuestros racismos ni estrecheces de corazón. Tu corazón es universal, misionero.

         Según parece, el centurión se acercó a Jesús y le dijo: "Señor, mi criado está echado en casa con parálisis, sufriendo terriblemente". Todo un ejemplo de plegaria, pues este hombre no sólo expone la situación, sino que describe la dolencia y habla en favor de otro (de su criado).

         Jesús contestó: "Yo mismo iré y le curaré". Pero el centurión le dijo: "Señor, yo no soy quién para que entres bajo mi techo, pero basta una palabra tuya para que mi criado se cure".

         ¡Qué ejemplo de humildad y discreción! Este romano es muy consciente de que la ley judía le rechaza, y por eso no quiere poner a Jesús en un entredicho. Y por delicadeza, le invita simplemente a que visite su casa. Además, subraya el valor de la palabra, y entrega toda la autoridad a Jesús.

         Al oír esto, Jesús se admiró y dijo a los que le seguían: "En verdad os digo que en ningún israelita he encontrado tanta fe". Se trataba, sin embargo, de una fe muy elemental, una fe principiante, inicial. Este hombre no da ningún contenido doctrinal a su fe, es un simple afecto global a Jesús. Pero Jesús sabe apreciar esta fe inicial. Señor, ayúdanos a saber ver y apreciar los más mínimos inicios de la fe en el corazón de nuestros hermanos.

Noel Quesson

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         Ayer leíamos la curación del leproso, cuando Jesús bajaba del monte de las bienaventuranzas. Y hoy escuchamos 2 milagros más, en favor del criado de un centurión (de su hijo enfermo) y de la suegra de Pedro.

         El militar es romano, de la potencia ocupante. Y Jesús viene a decir que la gracia depende de Dios y no de si uno es judío o romano, sino de su actitud de fe. Y el centurión pagano da muestras de una gran fe y humildad. Jesús alaba su actitud y lo pone como ejemplo: la salvación que él anuncia va a ser universal, no sólo para el pueblo de Israel. Ayer curaba a un leproso, a un rechazado por la sociedad. Y hoy atiende a un extranjero. Jesús tiene una admirable libertad ante las normas convencionales de su tiempo. Transmite la salvación de Dios como y cuando quiere.

         Con la suegra de Pedro no dice nada, sencillamente, la toma de la mano y le transmite la salud. Y así "se le pasó la fiebre". Jesús sigue con su actitud de cercanía y solidaridad con nuestros males, y sigue cumpliendo la profecía ya anunciada por Isaías: "Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades".

         Jesús quiere curarnos a todos de nuestros males. ¿Será un criado o un hijo el que sufre, o nosotros los que padecemos fiebre de alguna clase? Jesús nos quiere tomar de la mano, o decir su palabra salvadora, y devolvernos la fuerza y la salud. Nuestra oración, llena de confianza, será siempre escuchada, aunque no sepamos cómo.

         Antes de acercarnos a la comunión, repitamos una vez más las palabras del centurión de hoy: "No soy digno de que entres en mi casa, pues una palabra tuya bastará para sanarme". La eucaristía quiere curar nuestras debilidades, y por eso toma las palabras del centurión y las pone en nuestra boca. Y así, Jesucristo entra en nuestra casa y se nos hace alimento, comunicándonos vida. Pues "el que come mi carne permanece en mí y yo en él, y el que me come vivirá de mí, como yo vivo de mi Padre".

José Aldazábal

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         En el evangelio de hoy vemos cómo un centurión romano siente una profunda estima hacia su criado. Y se preocupa tanto de él, que es capaz de humillarse ante Jesús y pedirle: "Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos" (v.6).

         Una solicitud por los demás, especialmente para con un siervo, que obtiene de Jesús una pronta respuesta: "Yo iré a curarle" (v.7). Y todo desemboca en una serie de actos de fe y confianza. El centurión no se considera digno y, al lado de este sentimiento, manifiesta su fe ante Jesús y ante todos los que estaban allí presentes, de tal manera que Jesús dice: "En Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande" (v.10).

         Podemos preguntarnos qué mueve a Jesús para realizar el milagro. ¡Cuántas veces pedimos y parece que Dios no nos atiende!, y eso que sabemos que Dios siempre nos escucha. ¿Qué sucede, pues? Creemos que pedimos bien, pero, ¿lo hacemos como el centurión? Su oración no es egoísta, sino que está llena de amor, humildad y confianza. A este respecto, dice san Pedro Crisólogo: "La fuerza del amor no mide las posibilidades. El amor no discierne, no reflexiona, no conoce razones. El amor no es resignación ante la imposibilidad, no se intimida ante dificultad alguna". ¿Es así mi oración?

         La respuesta del centurión es inmediata: "Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo" (v.8). Esa fue la respuesta del centurión. ¿Son así mis sentimientos? ¿Es así mi fe? Porque "sólo la fe puede captar este misterio, esta fe que es el fundamento y la base de cuanto sobrepasa a la experiencia y al conocimiento natural", como decía San Máximo. Si es así, también escucharás: "Vete, y que te suceda como has creído". En aquella hora, "quedó curado el criado" (v.13).

Xavier Jauset

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         La curación del criado del centurión es un texto clave en la presentación de la buena nueva que hacen los evangelios. El interlocutor de Jesús es un pagano. Mateo insiste en su fe ejemplar y con este motivo anuncia la participación de todos los pueblos en la salvación que Jesús trae a esta tierra, mientras que muchos integrantes del pueblo elegido quedarán fuera por su falta de fe.

         El centurión romano es un profesional de las armas, pertenece a un ejército de ocupación, se encuentra destacado en un control de rutas importante, pero es un hombre que se preocupa por los que están a su servicio y sintoniza con sus sufrimientos. Un buen ejemplo esa fe hecha solidaridad con el débil. Al oírlo, "Jesús se quedó admirado y dijo a los que le seguían: Os aseguro que jamás he encontrado en Israel una fe tan grande” (v.10).

Carlos Latorre

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         Con tanta fe como humildad el centurión romano del evangelio de hoy dijo una hermosa profesión de fe: "Yo no soy digno de que entres en mi casa; con que digas una sola palabra, mi criado quedará sano". Y aunque se creía indigno, recibió elogio de Jesucristo, que con su palabra de admiración lo hizo digno no sólo de aquel milagro esperado sino también digno de habitar para siempre las páginas del evangelio, junto a nuestro Salvador. Jesús lo hizo digno.

         El centurión estaba seguro del poder de Jesús. Miraba a Jesús como uno que tiene autoridad en su palabra, pues entendía que la enfermedad y el mal tenían que obedecer a Cristo así como los soldados de un regimiento obedecen a su general. Este tipo de fe trasciende el hecho puntual de la enfermedad de aquel criado. Es verdaderamente una manera de mirar el mundo.

         Si Cristo es el gran comandante de todas las fuerzas del universo, si la enfermedad y el mal finalmente tienen que obedecer a su palabra, entonces debemos entender que todo mal tiene un lugar y un sentido dentro del conjunto de un plan más amplio que nosotros no vemos pero que nuestro rey y emperador (Dios) sí está viendo. Es maravilloso entender esto.

Nelson Medina

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         El texto que nos presenta hoy Mateo está dividido en 3 partes (vv. 5-13, vv. 14-15, vv. 16-17), que expresan cómo la salvación no sólo llega a Israel, sino también al mundo pagano.

         Los vv. 5-13 contienen el diálogo entre Jesús y un oficial de la legión romana en Cafarnaum. Estos oficiales o centuriones estaban al frente de un grupo de 100 hombres y estaban a cargo de pequeños puestos locales de guarnición. El centurión pide a Jesús la curación de uno de sus hombres que está paralítico, sufriendo mucho.

         Jesús quiere ir a curarlo, pero el centurión no se lo permite, pone toda su confianza en el poder de Jesús, su palabra le basta, no necesita manifestaciones extraordinarias ni grandes acciones que corroboren su capacidad de obrar la salvación. Él mismo toma su propia posición como ejemplo ilustrativo: tiene hombres bajo su autoridad y ellos le obedecen instantáneamente.

         De esta manera el centurión hace entender que si la disciplina militar es capaz de conseguir que las cosas se hagan en virtud de una palabra, lo más seguro es que Jesús lo puede todo con la autoridad que ha recibido de Dios.

         La actitud del centurión causa admiración en Jesús y su respuesta pone en contraste la incredulidad de los judíos con la fe del pagano carente de toda instrucción. Esta fe que Jesús exige es un impulso de confianza y de abandono por el cual el hombre renuncia a apoyarse en sus pensamientos y sus fuerzas, para abandonarse a la palabra y al poder de Aquel en quien cree.

         De igual manera, la sentencia en tono escatológico que Jesús pronuncia, quiere comparar la alegría del tiempo mesiánico con la imagen de un banquete donde los gentiles serán admitidos a sentarse junto con los verdaderos israelitas en la misma mesa del banquete mesiánico preparado por Dios.

         En los vv. 14-15 encontramos la curación de la suegra de Pedro. El texto dice que se encuentra postrada en cama y con fiebre, pero no dice que esté enferma y que Jesús la sanó. Sólo insiste que ella tiene fiebre y que esta fiebre le impide toda actividad y en particular el servicio a los demás, característica de los que siguen a Jesús, servicio que ejercerá apenas la fiebre desaparezca. Liberar de la fiebre significa capacitar para el servicio, para el seguimiento, para asumir la causa de Jesús en la construcción de su Reino a través del amor entre los miembros de la comunidad.

         En los vv. 16-17, el texto nos dice que Jesús expulsó a los espíritus de los endemoniados y sanó a los enfermos, tomando nuestras flaquezas y cargando con nuestras enfermedades. Jesús sana y libera sin poner condiciones. Curar equivale a procurar un remedio en el ámbito de la vida física. No incluye una solución radical a la situación de empobrecimiento que genera la estructura social, porque la solución sólo se dará cuando se construya una nueva sociedad.

         Mientras tanto, Jesús no se desentiende del dolor de los hombres, por eso los sana y los libera de los malos espíritus asumiendo el papel de Mesías, "tomando sobre sí nuestros dolores nos rescató con su propio sufrimiento expiatorio".

Confederación Internacional Claretiana

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         Estos versículos nos relatan 2 milagros de Jesús, la curación del criado del centurión y la curación de la suegra de Pedro. Dos milagros realizados a personas excluidas por la ley, menospreciadas por el rol que desempeñan en la sociedad. El verdadero milagro en estos acontecimientos es la liberación de los seres humanos al sentir la presencia de Dios cercana a ellos.

         El centurión que pide a Jesús que sane a su siervo, consciente de ser pecador y excluido por la ley judía, se declara indigno. Pero es un hombre lleno de fe, cree en la misericordia y el poder de Jesús, y por eso se atreve a dirigirse a él.

         El otro milagro es realizado en una mujer enferma y mayor. El texto no recrea mucho el acontecimiento, pero cuenta cómo Jesús se acerca a ella y la cura; al sentirse sana, la mujer se incorpora al grupo. Ese mismo día curó a varios enfermos.

         Lo milagroso de los milagros es la liberación profunda de la humanidad. A través de ellos se realiza también una verdadera sanación más allá de la enfermedad física: Jesús demuestra con ellos que para Dios no hay marginados. El centurión, la mujer y los otros enfermos que le traían recibían a Jesús como una revelación que los curaba, les devolvía la vida activa, los ponía en pie, los incorporaba a la comunidad, los humanizaba. Al sanar Jesús a la mujer, relegada por el mero hecho de ser mujer, la incorpora al grupo, la hace compañera de apostolado, activa su espíritu para ponerla al servicio de la Iglesia.

         La fe abre las puertas que conducen a la cercanía de Dios y de su Hijo. Sin la fe es posible el milagro de descubrir a Dios en el interior de los seres humanos. Jesús con sus milagros sana a la humanidad desde dentro, quita las barreras que pone la exclusión y la marginación, acerca al ser humano a Dios. El milagro de los milagros es la mirada amorosa de Dios a la humanidad, que busca su liberación.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         El evangelista narra hoy que, al entrar Jesús en Cafarnaum, un centurión romano se le acercó para interceder por su criado, al que tenía en cama paralítico y con grandes sufrimientos. Es decir, que un militar del ejército invasor se acerca a un judío sometido, y le pide un favor. Por supuesto, por tal humillación no habría pasado dicho centurión si no se tratase de Jesús, cuyo poder conocía y ante el cual ahora se inclina, a través de una escueta y elegante notificación: Mi criado está enfermo.

         Jesús le responde con toda naturalidad, como si su condición de centurión romano no significara ningún inconveniente: Voy a curarlo. E inmediatamente reacciona el solicitante, consciente de la situación y pretendiendo allanar las cosas:

"Señor, ¿quién soy yo para que entres bajo mi techo? Basta que los digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque también yo vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes, y le digo a uno "ve" y va, y al otro "ven" y viene, y a mi criado "haz esto" y lo hace".

         El centurión se dirige a Jesús con sumo respeto (lo llama Señor), y sabiendo que un judío puede tener motivos fundados (religioso-legales) para no entrar en casa de un pagano, quiere evitarle problemas. No obstante, bajo sus palabras (bajo mi techo) subyace algo más, y no sólo formalidad legal: No soy digno. Es decir, soy indigno de tener a Jesús en mi casa. O lo que es lo mismo, tú eres el Altísimo y yo un pecador.

         Se trata de una nueva muestra de humildad, aparte de un sentido muy realista de la situación. E incluso de fe, como muestran sus palabras: Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano.

         El centurión confía tanto en el poder de la palabra de Jesús, y está tan convencido de ella, que no tiene necesidad de hacerle un seguimiento, ni de buscar la cercanía para obtener el beneficio solicitado, ni de repetir insistentemente. Pero, ¿de donde sacó aquel romano esa fe?

         Aquel centurión había oído hablar de Jesús y de su poder milagroso para curar, por supuesto. E incluso puede que le hubiera visto actuar con sus propios ojos. Pero lo más probable es que le hubiera escuchado directamente en alguna que otra ocasión, pues en lo que confía encarecidamente es en su palabra.

         Y así se lo hace saber. Él vive en la disciplina militar, que acata y da órdenes. Y cuando da órdenes sabe que su palabra es eficaz, y que sus subordinados la ejecutan al instante. Es lo que aplica el centurión a la palabra de Jesús: la mayor de las eficacias por él conocidas (la propia del ejército romano).

         Cuando Jesús oyó esta declaración de intenciones, nos dice el evangelista, quedó admirado, y no era para menos. Admirado por su interlocutor, admirado por su fuerza de convicción, admirado por sus principios. Y por eso, dijo a los que le seguían: Os aseguro que nunca Israel he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de Oriente y de Occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos.

         Son éstas palabras muy elogiosas y consoladoras para un pagano, que Jesús coloca por encima del judío en aquello en lo que un judío debiera estar muy por encima del pagano: la fe. Por eso profetiza Jesús que vendrán muchos no judíos (de Oriente y de Occidente) y ocuparán el Reino de los Cielos, porque para ocupar este Reino no se necesita sino fe, como la del centurión de Cafarnaum.

         El centurión romano mereció oír de labios de Jesús la confirmación del milagro que había pedido con fe: Vuelve a casa, que se cumpla lo que has creído. Y como los deseos del que tiene autoridad son órdenes, se cumplió, y en aquel momento su criado se puso bueno. Había bastado la palabra de Jesús para que el milagro se realizara.

         A continuación, y estando en casa de Pedro, Jesús curará a la suegra de éste, que estaba en cama con fiebre. Y más tarde, a otros. Para todo ello no necesitó sino dictar una orden, y al momento su Palabra expulsaba a los endemoniados y curaba a todos los enfermos que le llevaban.

         En tales realizaciones, como subraya el evangelista, se estaba cumpliendo una palabra profética, concretamente la de Isaías: Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades. Pero habrá una manera aún más severa (para él) de cargar con nuestras dolencias, que no será otra que la manera crucificada. Ésa fue la Palabra más sanadora de Jesús, y la que definitivamente cargó con todas nuestras enfermedades.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 29/06/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A