24 de Junio

Lunes XII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 24 junio 2024

a) 2 Rey 17, 5-8.13-15

         Los textos que leeremos esta semana representan una etapa de la historia bien conocida, no sólo por la Biblia sino también por las crónicas victoriosas de los reyes de Asiria, de Babilonia y de Persia. Pero antes de entrar de lleno en ellos, veamos el croquis de la época, bajo los años:

-753 a.C: fundación de Roma,
-721 a.C: conquista de Samaria, por Sargón II de Asiria,
-701 a.C: 1º asedio a Jerusalén, por Senaquerib I de Asiria,
-612 a.C: conquista babilónica de Nínive, en que el poder caldeo ocupa el poder asirio,
-597 a.C: 1ª deportación masiva de judíos a Babilonia,
-586 a.C: conquista de Jerusalén, por Nabucodonosor II de Babilonia, con destrucción total y sistemática de la ciudad, y deportación de toda la población,
-538 a.C: conquista persa de Babilonia, con el edicto de Ciro II que permite a los prisioneros regresar a sus países.

         En efecto, escuchamos hoy que el rey de Asiria invadió todo el Reino de Israel y puso sitio a Samaria durante 3 años. Y que el año 9º de Oseas I de Israel, el rey de Asiria tomó Samaria y deportó a los israelitas a Asiria.

         ¡Señor, cuántos sufrimientos evocan estas palabras! Basta evocar los bajorrelieves que se encuentran en todos los museos del mundo para imaginar el terror que por todas partes siembran los guerreros sanguinarios de Asiria: violar, degollar, empalar, quemar, deportar... Y de todo ello haciendo sus delicias, pues ¡les aportan una buena distracción entre dos cacerías de león! Como siempre, las víctimas son los inocentes.

         Los tiempos han cambiado mucho, y los métodos han mejorado. Pero ¿han cambiado mucho las cosas? Porque las grandes potencias siguen repartiéndose las bombas atómicas, fabricando ingenios perfeccionados para matar, e incluso ¡vendiéndolos a los demás! El problema de la guerra es el problema de la paz.

         ¿Qué plegaria me sugiere todo ello? ¿Qué acción es posible? Porque esto sucedió "porque los israelitas habían pecado contra su Dios, y habían adorado a otros dioses".

         El redactor del libro II de Reyes se interroga sobre las causas del desastre que alcanzó al reino de Samaria (Reino del Norte), y acaba en una reflexión: el desastre político y militar es consecuencia del cisma que ha llevado el Norte a separarse del Sur, y que ha sido el origen de los errores y de las idolatrías.

         Esta interpretación de la historia es muy elemental, y las cosas no suelen ser tan sencillas. Jesús repetirá esa misma idea a propósito de la Torre de Siloé, que al derrumbarse aplastó a 18 personas en Jerusalén (Lc 13, 4). Sin embargo, en este último pasaje hay una cierta amenaza: "Si no hacéis penitencia, pereceréis de modo semejante".

         Efectivamente, es necesario interpretar la historia, pero con prudencia y discreción. Y sobre todo no aprovechando esa interpretación para acusar a los demás, sino para la reconsideración personal a convertirse y hacer penitencia.

Noel Quesson

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         La historia del reino de Israel llega a un final sin retorno con la destrucción de Samaria, y la deportación de sus habitantes a las ciudades de Asiria. El escritor sagrado se detiene a reflexionar largamente sobre este hecho, por la importancia que tiene en la historia de la alianza de Dios con su pueblo.

         En efecto, Dios había liberado a Israel de Egipto, y había ordenado a su pueblo que no adorara otros dioses, y que no se comportara como los otros pueblos que él había desposeído. Era una Alianza sancionada con promesas de felicidad, y con amenazas de desgracia. A pesar de las infidelidades del pueblo, el amor y la paciencia de Dios habían ido difiriendo el cumplimiento de las amenazas, y habían ido enviando profetas a que exhortaran al pueblo a convertirse y a mantenerse fiel al Señor. Pero ¿por qué al final acaba Dios con su inmensa paciencia?

         La reflexión del narrador profético ofrece el motivo: caminando tras la nada, los israelitas acabaron por llegar a convertirse en la nada, en comparación con los poderosos pueblos que lo rodeaban. Y la Alianza, que contenía unas leyes tan justas y sabias que todos los pueblos las tenían que admirar (Dt 4, 6-8), no acabó de transformar al pueblo, ni el comportamiento de éste reflejó la bondad de Dios hacia los huérfanos, las viudas, los pobres y los forasteros.

         Cuando Dios le dio a Israel el país de los cananeos, su propósito no era hacerle un obsequio caprichoso, como quien regala un juguete a un niño mimado. Sino darle lo que necesitaba para que pudiera crecer como pueblo fiel a Dios, e imitador de su bondad a los ojos de todos los pueblos.

         La idolatría, en cambio, abrió el camino a todo tipo de egoísmos y opresiones en Israel, haciendo de su reino hebreo una verdadera nada a los ojos de los vecinos. La resolución de Dios de poner fin a aquella farsa es la que Isaías anunció en el Canto de la Viña (que en lugar de dar buena uva daba agraces; Is 5,1-7), o la que Jesús anunciaría más tarde con la Parábola de la Higuera que no daba fruto (Lc 13,6-7) ¿Para qué iba a servir un pueblo de Dios inútil, o una tierra prometida infértil? Se trata de un aviso que vale igualmente para nosotros, actual pueblo de Dios.

Josep Camps

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         Es trágico el final que escuchamos hoy sobre el Reino del Norte (Samaria), el que se había separado del Sur tras el reinado unificado de Salomón. En efecto, el 721 a.C, y tras 3 años de asedio, Salmanasar V de Asiria conquista Samaria, y deporta a sus habitantes a Asiria. El reino de Judá (Reino del Sur) va a quedar a salvo todavía, durante unos cuantos años más.

         El salmo responsorial de hoy nos da una clave para la interpretación religiosa de este triste final: "Oh Dios, nos rechazaste, estabas airado, e hiciste sufrir un desastre a tu pueblo. Tú nos has rechazado, y no sales ya con nuestras tropas".

         Aunque en la ruina de Israel seguramente intervinieron otros factores (políticos, económicos y militares), así como ineptitudes y ambiciones personales, el libro de los Reyes la interpreta como castigo de Dios. Dios ha sido fiel a su Alianza, pero el reino de Samaria, cada vez más deteriorado en su vida social y religiosa, ha caminado hacia la ruina. Los israelitas abandonaron la religión verdadera, adoraron a dioses falsos, no hicieron ningún caso de los profetas que Dios les enviaba, y procedieron según las costumbres de los paganos. Y por eso vino el cataclismo, pues "el Señor se irritó contra Israel".

         Aprendamos la lección, porque la flojedad en nuestra alianza con Dios nos puede llevar a desastres calamitosos, a la ruina personal y a la desaparición comunitaria. Y la culpa no es de Dios, sino nuestra, cuando elegimos los caminos más cómodos y anchos, aun a sabiendas que llevan a la ruina. Esto les pasa a las comunidades cristianas, cuando aflojan en la fidelidad a sus ideales. Y a las personas, cuando eligen el camino de lo superficial.

         Se cumple de nuevo, así, lo de los 2 caminos del salmo responsorial. Si seguimos los caminos de Dios, tendremos vida; si preferimos los más cómodos de este mundo, nosotros mismos nos estamos condenando a la esterilidad y al fracaso. Y no se podrá decir que no hayamos tenido avisos, pues los israelitas ya lo experimentaron, al desoír a los profetas.

         Nosotros tenemos a Cristo mismo, y la Iglesia nos recuerda sus palabras: el que edifica sobre arena se expone a derrumbes estrepitosos. El salmo responsorial nos hace reconocer la culpa y pedir clemencia a Dios: "Que tu mano salvadora, Señor, nos responda. Restáuranos y auxílianos contra el enemigo, que la ayuda del hombre es inútil".

José Aldazábal

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         La 1ª lectura de hoy narra la caída del Reino del Norte (721 a.C.), tras un contexto que detalla la elección del rey Oseas I de Israel (ca. 731 a.C) y el sometimiento tributario al que le sometió Salmanasar V de Asiria (727-722 a.C), hasta que éste decidió invadir el país, expulsar a sus habitantes y repoblar la región con extranjeros.

         El texto está dividido en 2 partes. En la 1ª se narran los acontecimientos históricos, y luego se ofrecen las razones teológicas de los mismos. Tal como señala la 1ª parte del texto, las tropas de Salmanasar invadieron el territorio de Israel y lo asediaron durante 3 años.

         Probablemente el Norte trató de ampararse en Egipto (como 10 años antes había hecho Pecaj I de Israel, comprometiendo al reino de Judá), pero las ayudas no llegaron e Israel se convirtió en una provincia asiria, y sus habitantes (27.000, según fuentes asirias) fueron deportados (por Sargón II de Asiria, el 720 a.C) a distintos lugares del Imperio Asirio (algo habitual en estas conquistas).

         De este modo se llegó al final del reino de Israel, un reino que duró 200 años y que conoció 19 reyes pertenecientes a 9 dinastías distintas.

         Las causas de la caída son muchas, tanto políticas (la inestabilidad dinástica) como económicas (sus verdes praderas, y deseadas aguas de Genesaret) y circunvecinas (la agresiva aparición del Imperio Asirio). Sin embargo, para el redactor deuteronomista las causas fueron distintas, y tienen que ver con la recapitulación teológica de su historia, que tanto sirve para el reino de Israel como para el de Judá.

         Según el redactor de Reyes, la situación a la que llega el Reino de Norte tiene 4 causas principales: haber seguido las costumbres idolátricas de los pueblos vecinos, no escuchar el mensaje de los profetas, haber rechazado los mandatos del Señor, y haber provocado la ira y castigo divino.

         El texto parte de los fríos datos históricos del año 9º de Oseas I de Israel, para transmitir su concepción de la historia. Selecciona algunas actuaciones del Reino del Norte, y las presenta como un recuerdo (cuando Dios los sacó de Egipto) que salta al presente (cuando se introduce el estilo directo) y que es devuelto de nuevo, por la fuerza de la actualidad, al pasado (cuando se retoma de nuevo el discurso histórico), hasta llegar a la voz del Eterno.

         Contra esta situación se levanta la voz del salmista, que ante la situación de abandono no deja de clamar a Dios con insistencia, y manifiesta su total confianza en él cuando piensa en el futuro. Así, el terrible destino de Israel no es solo motivo para exponer las razones del abandono divino, ni una subliminal amenaza a los presentes, sino que se convierte en una ocasión para la fe. Así, la historia viene a convertirse en el ámbito del futuro, donde Dios es esperanza. La historia y sus resultados no se justifican acudiendo a Dios, pero sí que pueden ser una oportunidad para descubrir su rostro esperanzador.

Servicio Bíblico Latinoamericano

b) Mt 7, 1-5

         El texto de hoy se sitúa dentro del Sermón de la Montaña de Jesús (de Mt 5,1 a Mt 7,27), en el que Jesús ha ido tratando multitud de temas (las bienaventuranzas, el cumplimento de la ley, la limosna, la oración, el ayuno, los verdaderos y falsos profetas...).

         El contenido del texto se presenta de forma unitaria y sin saltos, aunque con los mismos recursos literarios que hallamos en otros pasajes (comienzo del discurso ex abrupto para captar la atención del oyente, uso de imágenes encontradas y significados contrapuestos, iluminación del mensaje con ejemplos extraídos de la vida cotidiana, etc). Y puede dividirse en 2 partes: la sentencia de Jesús (ofreciendo su razón de ser) y explicación plástica por medio de ejemplos (en este caso, el ejemplo de la viga y la mota en el ojo).

         Del conjunto conviene prestar atención a algunos elementos. Por ejemplo, el verbo juzgar está aquí empleado peyorativamente, viniendo a significar "no condenar" para no ser juzgados por Dios (de acuerdo también a otros textos del NT, como Rm 2,1; 14,4-10; 1Cor 5,12 y St 4,11).

         Es también importante el término juicio, dado que alude a un juicio de tipo condenatorio. Probablemente se trate de un término presente en alguna de las concepciones de la época relativas a la salvación o la condenación eternas (como el arrojo de los difuntos al sheol o lugar de los muertos, o su posterior resurrección para ser juzgados). Y lo mismo habría que decir de acuerdo a la medida (Mc 4, 24). La paja es traducción directa de "un pedacito de madera", haciendo juego con el término viga.

         En cuanto a la acusación de hipócritas a los discípulos, esto puede resultar problemático, dado que es la única vez que Jesús emplea este término para referirse a ellos, tal vez porque tenía como interlocutores a los fariseos. Dos temas son los que principalmente se están abordando aquí, dadas las características antes señaladas de este evangelio: la autoridad de la ley y la comunidad de discípulos.

Juan Mateos

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         Existe el peligro, cuando te pones a juzgar a uno, de usar 2 medidas: una para ti y otra para los demás ("ves la paja del que tienes delante" y "no ves la viga que está en tu ojo"). Se puede ser para con los otros más rígidos, más puntillosos, más impacientes que Dios mismo. Algunos fariseos lo eran. Por el mismo motivo, Jesús relatará más adelante la Parábola de la Cizaña (que crece en medio del grano), en clara invitación a la tolerancia. El juicio pertenece a Dios, no a nosotros.

         De cualquier modo, la rigidez y la hipocresía en el juzgar (después de todo, la crítica y el discernimiento son una obligación) son defectos que se pueden evitar si se tiene cuidado de comenzar la crítica por uno mismo. La lealtad de comenzar la crítica por uno mismo no es sólo algo coherente; es mucho más. Es la condición indispensable para ver con claridad y para valorar con equidad las cosas que nos rodean.

         Las palabras de Jesús lo dicen abiertamente: "Quita primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para quitar la paja del ojo de tu hermano". Mirar a la casa propia es lo 1º que se ha de hacer. Y en la conciencia de los propios límites y debilidades es donde se encuentra la medida justa (a saber, la tolerancia y la paciencia) para una crítica evangélica.

Bruno Maggioni

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         Seguimos escuchando varias recomendaciones de Jesús, todavía en el Sermón del Monte. Esta vez, sobre el no juzgar al hermano.

         Jesús no sólo quiere que no juzguemos mal o injustamente, sino que nos invita a no juzgar en absoluto. La comparación que pone es muy plástica: la brizna que logramos ver en el ojo de los demás, y la enorme viga que no vemos en el nuestro. Por supuesto que se trata de una comparación exagerada, y probablemente tomada de un refrán de la época. Como exagerada era también la diferencia entre los 10.000 talentos que le fueron perdonados a un siervo y los pocos denarios que él no supo condonar.

         Pero el aviso de Jesús es claro: "Os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros". Si nuestra medida es de rigor exagerado, nos exponemos a que la empleen también contra nosotros. Si nuestra medida es de misericordia, también Dios nos tratará con misericordia. Es lo mismo que afirma aquella petición tan peligrosa del Padrenuestro: "Perdónanos, como nosotros perdonamos".

         ¡Cuántas veces nos dedicamos a juzgar a nuestros semejantes! Juzgar significa meternos a fiscales y a jueces. Con frecuencia, lo hacemos sin tener en la mano todos los datos de su actuación y sin darles ocasión de defenderse, sin escuchar sus explicaciones. Los defectos que tenemos nosotros no los vemos, pero sí la más pequeña mota en el ojo del vecino. Se nos podría acusar de ser hipócritas, como el fariseo que se gloriaba ante Dios de "no ser como los demás", sino justo y cumplidor.

         Jesús nos enseña a ser tolerantes, a no estar siempre criticando a los demás y a saber cerrar un ojo ante los defectos de nuestros vecinos. Porque también ellos seguramente nos perdonan a nosotros los que tenemos, y no nos los están echando en cara cada día.

José Aldazábal

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         Jesús nos dice hoy: "No juzguéis, para que no seáis juzgados" (v.1). Pero Jesús también había dicho que hemos de corregir al hermano que está en pecado, y para eso es necesario haber hecho antes algún tipo de juicio. A raíz de esto, San Juan Crisóstomo justifica: "Jesús no dice que no hemos de evitar que un pecador deje de pecar, hemos de corregirlo sí, pero no como un enemigo que busca la venganza, sino como el médico que aplica un remedio". El juicio, pues, parece que debiera hacerse sobre todo con ánimo de corregir, nunca con ánimo de venganza.

         Pero todavía más interesante es lo que dice San Agustín: "El Señor nos previene de juzgar rápida e injustamente. Pensemos, primero, si nosotros no hemos tenido algún pecado semejante; pensemos que somos hombres frágiles, y juzguemos siempre con la intención de servir a Dios y no a nosotros". Si cuando vemos los pecados de los hermanos pensamos en los nuestros, no nos pasará (como dice el evangelio) que con una viga en el ojo queramos sacar la brizna del ojo de nuestro hermano (v.3).

         Si estamos bien formados, veremos las cosas buenas y las malas de los otros, y casi de una manera inconsciente haremos de ello un juicio. Pero el hecho de mirar las faltas de los otros desde los puntos de vista citados nos ayudará en el cómo juzguemos. Nos ayudará a no juzgar por juzgar, o por decir alguna cosa, o para cubrir nuestras deficiencias o, sencillamente, porque todo el mundo lo hace. Sobre todo, tengamos en cuenta las palabras de Jesús: "Con la medida con que midáis se os medirá" (v.2).

         El evangelio de hoy me ha recordado las palabras de la mariscala en El caballero de la Rosa de Von Hofmansthal: "En el cómo está la gran diferencia". De cómo hagamos una cosa cambiará mucho el resultado en muchos aspectos de nuestra vida, sobre todo, la espiritual.

Jordi Pou

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         Con el ejemplo de hoy Jesús nos enseña cómo se ha de hacer, y en qué consiste, la corrección fraterna. La 1ª cosa que debemos entender es que nosotros estamos llenos de defectos, y muchas veces más grandes que nuestros propios hermanos (tenemos "una viga en el ojo"). Lo cual nos debería llevar a ser más humildes y a no juzgar a los demás por sus debilidades e imperfecciones (sean cuales sean), pensando que nosotros somos mejores.

         Esto no quiere decir que no podamos ayudar a los demás, sino que debemos 1º resolver nuestros propios problemas, antes de poder empezar a ayudar a nuestros hermanos. Significa que la ayuda ha de ser hecha sabiendo que nosotros no vemos bien (al estar viciados por nuestro propio pecado), y que la ayuda debe ser hecha con mucha caridad (sacando, a lo mucho, alguna basurilla del ojo ajeno).

         Estos son los 2 elementos que debemos de tener en cuenta cuando verdaderamente queremos ayudar a los demás a ser mejores, a superar sus imperfecciones y a corregir sus faltas. Para resolver nuestros problemas y superar nuestra debilidades, necesitamos de la ayuda de los demás. Pero siempre con mucha caridad, prudencia, paciencia y delicadeza, pues en esto nos reconocerán verdaderamente como hermanos.

Ernesto Caro

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         El ejemplo de la viga en el ojo propio es ilustrativo del no juzgar para no ser juzgados. Puede tratarse de un proverbio popular aplicado al evangelio. La aguda observancia de las faltas de los demás, combinada con la complacencia hacia el propio carácter, es el tema común de muchos proverbios en todas las culturas. Estos versículos no afirman, en modo alguno, que el principio de no juzgar signifique únicamente la invitación a no ver la viga propia en el trato con los demás.

         Juzgar al prójimo significa hablar mal de él o juzgar mal, y eso equivale a despreciar la ley del amor. Debemos ver (y a veces, decir) lo que es condenable en una acción, pero no debemos juzgar la responsabilidad del otro (ni sus intenciones, que sólo Dios conoce). De esta manera, el contenido del texto está puesto para resaltar que el que juzga pasa a ser juzgado (porque sólo a Dios corresponde juzgar a los hombres), y que el hombre, al hacerlo, se atribuye un poder que no es suyo.

         En la práctica, esto puede plantear muchos problemas. ¿No nos llevaría a una tolerancia excesiva? No podríamos corregir las fallas de los demás por no tener la suficiente autoridad moral para hacerlo. El tema no se puede resolver sólo con estas palabras que nos transmite Mateo, porque Jesús plantea a lo largo de todo el evangelio la corrección fraterna como algo posible y obligatorio al interior de la vida cristiana. Lo que sí queda claro es que Jesús no admitiría nunca que una persona corrija a otra considerándose perfecta; con orgullo y dureza.

Confederación Internacional Claretiana

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         En su Discurso de la Montaña, aporta hoy Jesús una de las reglas básicas de la convivencia entre personas. Una norma que, a pesar de lo elemental que pueda parecer, es la que menos se cumple. La aplicación que se le había venido dando estaba limitada sólo a la espiritualidad, o para hacer señalamientos a quienes eran considerados inmorales. Mas su alcance no podía ser limitado, para sacar partido a favor de intereses egoístas.

         En el enunciado de su máxima, Jesús echa mano hoy de la sabiduría popular, y no apoya sus dictámenes en razones superiores (inspiradas en el Padre), sino en una serie de normas lógicas y sencillas de la convivencia humana. El querer de Dios coincide también, pues, con los logros éticos que se ha ido dando la humanidad.

         La Iglesia no puede olvidar que la vivencia del evangelio siempre se apoyará sobre las normas básicas de la conducta humana. En este caso, la novedad del evangelio consiste en que el mismo Padre es el que ratifica esas normas, y en que su voluntad no va más allá de lo que el hombre pueda conocer.

         El evangelio de Jesús asume, así, costumbres que se han ido dando los hombres, en el devenir de su cultura. Luego la Iglesia no puede evangelizar al margen de ese devenir, ni de la evolución de esas culturas. Eso sí, siempre que esas costumbres, o esa cultura, sean positivas para la sana convivencia humana, y de que humanicen y no deshumanicen al hombre.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Jesús abre hoy su discurso con una frase lapidaria que merecería ser colocada en el frontispicio de una academia o de un ministerio, o incluso de un templo: No juzguéis y no seréis juzgados. No obstante, frases tan concisas como ésta (que a modo de aforismo recogen toda una doctrina) requieren siempre una explicación. El mismo Jesús la ofrece acompañada de una breve reflexión o razonamiento: Porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis la usarán con vosotros.

         La razón por la que no conviene que juzguemos es que la medida que usemos en nuestro juicio la usarán con nosotros. Si juzgamos de manera ligera o apresurada, o inmisericorde, cicatera o despiadada, no podemos esperar de los demás otro género de juicio que ése. Nuestros juicios, por tanto, tienen una carga positiva o negativa que retorna a nosotros con la misma positividad o negatividad con la que fueron emitidos.

         Por lo general, lo que sale de nosotros en dirección a los demás (ya porte la carga de la benevolencia o de la malevolencia) nos es devuelto por efecto de un impulso que reviste carácter de ley universal, como sucede con ciertas leyes físicas como la de la gravedad.

         Aun así, ¿podemos no juzgar los que hemos sido dotados de una naturaleza con capacidad de juicio? Porque nuestra vida (pensamientos, palabras y acciones) está hecha de juicios y prejuicios, y nos basta con ver el aspecto de una persona para forjarnos un juicio de ella (si nos merece confianza o no, si su presencia invita al acercamiento o a la huida...).

         Además, juzgar no es otra cosa que formar juicios o someter a juicio algo, y para eso no se requiere otra cosa que aplicar la razón a ciertos acontecimientos o actuaciones. Si esto es así, negarse a juzgar sería como renunciar a esa prerrogativa que nos concede la misma naturaleza, y que es algo bueno en sí la racionalidad, o capacidad para elaborar juicios de valor.

         Pero Jesús no parece referirse al juicio en absoluto, sino al que se vierte sobre el hermano sobre algo concreto. Es verdad que dice no juzguéis (en absoluto) y no seréis juzgados. Pero a continuación añade: Porque os juzgarán como juzguéis vosotros. Esto es, os aplicarán la misma medida que apliquéis vosotros.

         Como se ve, a lo que nos invita Jesús es a poner la atención en el modo y medida de nuestros juicios (por otro lado, inevitables), y no simplemente en la abstención del juicio (algo que parece imposible, y no sólo a los jueces que imparten justicia). Además, el discernimiento entre el bien y el mal, y la consiguiente actuación, requieren siempre de un juicio moral, a la hora de discernir justo de lo injusto.

         Pero avancemos un poco más en la lectura, porque el texto que sigue puede ayudarnos a dar una explicación correcta de la sentencia que estamos examinando:

"¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la vida que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano "déjame que te saque la mota del ojo", teniendo una viga en el tuyo? Hipócrita, sácate primero la viga del ojo, y entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano".

         Es decir, Jesús no alude tanto a juzgar hechos o acciones (excluyendo a los obradores de tales hechos o acciones), cuanto a emitir juicios que estén en la antesala de una corrección personal, o juicios de valor con pretensiones salvíficas.

         Cuando se juzga el pecado, y también al pecador, entramos en un campo muy delicado, que requiere lucidez de conocimiento y libertad de juicio. Es el juicio que recae sobre el ojo del hermano y la mota (el defecto o el pecado) que se percibe en él, juzgándola digna de corrección.

         Juzgar al hermano, en condiciones de visibilidad tan poco propicias, resulta una temeridad y está destinado al error. Para juzgar con acierto hay que ver la realidad en su integridad y pureza, y donde no hay esta integridad (por falta de conocimiento, o de imparcialidad, o de amor) no puede darse un juicio conforme a la verdad y a la justicia.

         En realidad, sólo Dios tiene el conocimiento y el amor necesarios para elaborar este juicio y dictar sentencia, y sólo él puede ser juez universal y último. Nuestros juicios serán siempre parciales, y difícilmente lograrán liberarse de las perturbaciones que introducen nuestros sentimientos y afectos, o simpatías y antipatías.

         Con frecuencia, además, nuestros juicios están contaminados por la precipitación, y alterados por las pasiones. Por otro lado, nunca podrán ser definitivos. ¿No son éstas razones más que suficientes para refrendar la sentencia de Jesús: No juzguéis y no seréis juzgados?

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 24/06/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A