5 de Julio

Viernes XIII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 5 julio 2024

a) Am 8, 4-6.9-12

         Denuncia hoy el profeta Amós a las autoridades israelitas que tratan de aplastar al pobre a través de una práctica que camuflaba las transacciones comerciales: "¿Cuándo pasará la fiesta del novilunio para poder vender el grano? ¿Cuándo acabará el sábado para poder dar salida al trigo?".

         En efecto, el novilunio, al igual que el sabbat, interrumpía las transacciones comerciales (Lv 23,24; Ex 20, 8), intentado mantener tranquila su conciencia a través de la observancia de los preceptos rituales, y absteniéndose de trabajar los días de fiesta religiosa... mientras conservaban su afán de ganancia.

         Pero esa fachada de piedad, nos dice Amós, no puede engañar a Dios. Y ninguna religión puede camuflar la explotación de los pobres en nombre de Dios. De ahí que insista en su denuncia el profeta, haciéndose eco de lo que se decían así mismos los israelitas: "Achicaremos las medidas, aumentaremos el peso con el fraude en las balanzas. Podremos comprar por poco dinero al desgraciado, y al pobre por un par de sandalias. Venderemos incluso los desperdicios del trigo".

         Pero Dios oye el grito de los desgraciados, y ve el alza de los precios y el baile de las etiquetas, y sabe que son los más pobres los que más sufren. Y "en aquel día, oráculo del Señor, haré ponerse el sol a mediodía, y cubriré la tierra de tinieblas en pleno día. Trocaré en duelo vuestras fiestas, y todas ellas serán arrasadas, y su final será un día de amargura".

         El "día del Señor" es el día en que será castigada toda injusticia, las ilusiones de los ricos se esfumarán como el humo, y se pondrá fin a la explotación de los pobres. Un día del Señor que irá acompañado de signos cósmicos (temblores del suelo, eclipses de sol...), imágenes estereotipadas que a partir de este momento se encontrarán en todos los apocalipsis bíblicos.

         ¿No hay ya, desde ahora, una especie de maldición que, como una gangrena, ataca a los países más avanzados? Y si no, penemos en la droga, la polución, la criminalidad, o la anestesia de las conciencias. La injusticia lleva en sí misma su propio castigo. Señor, ten piedad de nosotros y sana nuestras sociedades. Haznos lúcidos, Señor, para que sepamos ver el mal que corroe a la humanidad.

         Porque "he aquí que vienen días, oráculo del Señor, en que yo enviaré hambre a la tierra, y no hambre de pan ni de agua, sino de oír las palabras del Señor. Vagarán de mar a mar; irán y vendrán del norte a levante buscando la palabra del Señor, pero no la encontrarán".

         Esta es la mayor desgracia, que hará que por fin los hombres despierten de su letargo y se pongan a buscar un sentido a su vida. Hombres en quienes el "hambre de Dios" penetrará, pero cuando ya sea quizás demasiado tarde, debido a su vacío ateísmo y a haber evacuado a Dios de su vida. Cansado de hablar sin ser escuchado, Dios callará, y dejará que hablen tan sólo sus profetas, ¡si es que los hay!

         Señor, continúa hablándonos y enviándonos a tus profetas. Danos hambre de ti, el hambre y la sed de tu palabra. Y concede a todos los hombres el sentido de la más estricta conciencia profesional. Ayúdanos a encarnar nuestra religión en los actos más concretos de la vida cotidiana, para defender a los más desprovistos. Ayuda a nuestra Iglesia a comprometerse más claramente frente a las injusticias económicas, que sumen en la desesperación del hambre a más de la mitad del universo.

Noel Quesson

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         Es valiente hoy el profeta Amós, y denuncia las faltas contra los pobres como faltas dirigidas directamente contra Dios. Unas faltas, o lista de delitos que hoy enumera Amós, que siguen siendo tan viejas como actuales: explotar al pobre, despojar a los débiles de lo poco que tienen, hacer trampas con las medidas, abusar de los precios, aprovecharse de los días sagrados para programar negocios.

         La voz del profeta se alza sin miedo, y recuerda que Dios se solidariza con los pobres (víctimas de estas injusticias) y los vengará. Las fiestas se convertirán en luto, y el mayor de los castigos será el silencio de Dios. Él dejará de hablar, y dejará de suscitar profetas, ya que no les hacen caso. Entonces habrá "hambre de escuchar la palabra del Señor", pero no la oirán porque andarán perdidos y desorientados.

         Nos hace bien recordar que la fe pasa por la caridad, y que no podemos hablar de Dios, o rendirle culto, si no practicamos la justicia social, o seguimos haciendo trampas al prójimo. El mismo Jesús nos lo dirá de una manera más concreta: cuando no visitamos al que está enfermo, o no damos de comer al que pasa hambre, lo hemos dejado de hacer con él.

         Pero esta página de Amós no se aplica sólo a los ricos (que explotan a los pobres) o a los cínicos (que se enriquecen a costa de toda clase de trampas), sino a todos nosotros, porque todos podemos ser injustos con las personas con quienes convivimos.

         Puede parecernos extraño el castigo que anuncia Dios: su silencio. Pero ¿no estamos experimentando en nuestra historia la falta de vocaciones proféticas? Dios, tal vez, nos quiere purificar de nuestras perezas y materialismos, y despertar en nosotros hambre de su palabra.

         Aunque lo que tal vez tenemos que constatar es que sí hay profetas, pero seguimos con la misma dureza de corazón que los contemporáneos de Amós, y no les queremos escuchar. Ojalá que la Iglesia y la sociedad lleguen a tener ese "hambre de la palabra de Dios", para poder caminar con una guía más segura por los caminos de la via. Ojalá que nos creamos de veras lo que dice el estribillo del salmo responsorial de hoy: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios".

José Aldazábal

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         Siguiendo la lectura de hoy del profeta Amós, podemos recapacitar sobre 3 valores de la vida espiritual: justicia, caridad y perdón. Pero ¿cómo medir la justicia del Señor? No pretendamos hacerlo, porque su medida nos desbordará. Pero no olvidemos que la actitud de Dios para con nosotros es, a la vez, todo eso: justicia, misericordia y perdón.

         Si nuestra medida para la justicia fuera la del Señor, estaríamos perdidos. Pero no es así, pues el modo divino de obrar supera todos nuestros límites justicieros. Justicia y amor se dan en Dios la mano, y con la mano viene el perdón. En el corazón de Dios, la justicia máxima es un máximo amor perdonador. Sea nuestra justicia, pues, una 1ª mirada, para que con ella comencemos a obrar bien. Y tras eso, colmemos de magnanimidad todos nuestros actos.

         Reconozcamos también con Amós que toda sociedad humana, egoísta como la nuestra, tiende a organizarse de forma que muchos pobres estén al servicio de unos pocos ricos. Y que esa no es la voluntad de Dios, ni responde al grito de las conciencias limpias.

         Ciertamente, desde que Amós habló en el s. VIII antes de Cristo, las cosas han cambiado mucho, y hoy tenemos mayor participación de los ciudadanos en la vida social y política, y los movimientos sociales reclaman más justicia distributiva, y la sociedad de bienestar alcanza en sus obras sociales un tanto por ciento muy elevado. Pero ¿cuál es todavía la proporción de egoísmo en los más fuertes, y de explotación de los más débiles a su favor?

         Hoy Amós parece un sindicalista, en vísperas de una huelga general. Y después de poner a caldo a los que exprimían al pobre (¡atención, ofreciendo datos!), habla de un extraño regalo que Dios va a dar a la tierra. Dios regalará a la tierra una gran hambre, pero un hambre de "escuchar la palabra del Señor". ¡Cómo desearía que este "regalo de Dios" llegara hoy a nosotros! ¿Quién se ofrece a abrirnos ese apetito de Palabra? En cuanto dependa de cada uno de nosotros, seamos promotores de justicia y de paz.

Dominicos de Madrid

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         La 1ª lectura de hoy forma parte del paréntesis que hallamos entre la 4ª y la 5ª visión del libro del profeta Amós. Son 7 versículos entresacados de una serie de acusaciones y oráculos (Am 8, 4-14), cuya finalidad es explicitar lo anunciado en la 4ª visión (Am 8, 1-3), la de la canasta de frutas maduras (metáfora del fin de Israel).

         El texto de hoy puede ser dividido en 2 partes: las palabras del profeta y los oráculos divinos. En la 1ª se recogen los pecados sociales, mientras que la 2ª adelanta algunos detalles que acompañarán al "día del Señor". Pero ojo, porque no se está hablando de pecado y de castigo, sino de la ira divina, provocada por hipocresía y abuso en las transacciones comerciales.

         En un 1º momento, las temáticas de hoy (la sociedad y el Señor) son representadas de forma paralela (como caminando independientemente), y vienen a decir que la sinceridad del pueblo con Dios no puede quedarse en una simple formalización de acciones (o legalidad), para luego seguir caminando por su lado (y a su propio beneficio).

         En un 2º momento esta expresión cambia, y la línea de Dios ya no se dibuja en paralelo, sino que se mezcla con la línea de la sociedad, produciéndose las consecuencias: habrá oscuridad, luto, tristeza, llantos... Por contra, la línea social intenta inclinarse a la línea divina, pero ésta ya se ha borrado, y la sociedad vagará silenciosamente de un lugar a otro mas sólo.

         Respecto a los "adinerados de Israel" que oprimían a los más pobres, ya el libro de Números prescribía que el 1º día de cada mes lunar debían ofrecerse en holocausto 2 toros, 1 carnero y 7 corderos, además de las demás ofrendas y libaciones (Nm 28, 11-15). Y que en el día de descanso (el sábado) no debían hacerse tratos ni negocios. En el NT, también hay constancia de que aún se seguía practicándose esta fiesta (Col 2, 16).

         El sábado era el sabbat hebreo, día de la semana en que estaba obligado el descanso y prohibido el desarrollo de cualquier tipo de trabajo. El paralelismo que se establece entre ambas festividades aparece también en otros profetas (Is 1,13; Os 2,13), y disminuir la medida y usar balanzas con trampa estaba prohibido por la ley (Lv 19,36; Dt 25,14-15). Para el significado de "comprar al pobre y vender al mísero por un par de sandalias" se puede consultar lo que decíamos el lunes pasado.

         Respecto a que "el sol se oscurecerá", puede que Amós esté aludiendo a un eclipse solar total (que sí que lo hubo en Israel, el 15 junio 763 a.C), como fenómeno precursor del juicio de Dios. Según los testimonios de otros profetas, el "día de la ira" de Dios traería consigo terremotos (Is 2,10; Jer 4,24), oscuridad (Jer 4, 23) y otra multitud de fenómenos respecto al paso del tiempo (Is 13,10.13; 34,4; Ez 32,7.8; Sof 1, 15; Hab 3,6; Jl 2,10.11).

         Las fiestas a las que se refiere Amós pueden referirse a las Fiesta de la Cosecha y Fiesta de la Vendimia, que eran ocasiones tradicionales para la alegría. El "saco y el pelo rapado" son señales de duelo, y las expresiones "de oriente a occidente" y "de norte a sur" significan de un límite al otro del mundo (Zac 9,10; Sal 72,8).

Servicio Bíblico Latinoamericano

b) Mt 9, 9-13

         Sobre la llamada de Mateo, destaca el hecho de que fuese "recaudador de impuestos". Su profesión, por tanto, así como su supuesta codicia y abuso de la gente, lo asimilaba a "los pecadores" y descreídos, y lo excluía de la religiosidad judía. Mateo está "sentado al mostrador", instalado en su oficio y situación irregular.

         Jesús lo invita con una sola palabra: "Sígueme". Mateo "se levanta" e inmediatamente sigue a Jesús. El seguimiento es la expresión práctica de la fe y la adhesión, según lo dicho por Jesús al paralítico (Mt 9, 2), en que su pasado pecador había quedado borrado. De hecho, Mateo abandona su profesión ("se levantó") y comenzó una vida nueva.

         La solemnidad con la que Jesús entró en casa de Mateo ("sucedió que estando él reclinado a la mesa, en la casa") aconseja referir la frase a Jesús, mejor que a Mateo. Por otra parte, esta oikía (lit. casa) designa varias veces la propia casa de Jesús y sus discípulos (Mt 9,28; 13,1.36; 17,25). Puede ser, como en Marcos, símbolo de la comunidad de Jesús. En la casa se encuentran reclinados a la mesa (postura propia de los hombres libres) Jesús y sus discípulos, pero llegan muchos recaudadores y pecadores y se reclinan con ellos.

         El banquete es figura del reino de Dios (Mt 8, 11), y la escena significa que también los excluidos de Israel van a participar de él. La llamada de Mateo ha abierto a "los pecadores" (o impíos) la puerta del reino de Dios, actualizado en el banquete mesiánico.

         La "llegada de los recaudadores" para estar a la mesa con Jesús y los discípulos alude a un acto de perfecta amistad y comunión, mostrando que también ellos dan su adhesión a Jesús cancelando su pasado y comenzando una nueva vida.

         No es condición para el Reino la buena conducta en el pasado ni la observancia de la ley judía. Basta la adhesión a Jesús. Nótese que el término "pecadores y descreídos" no designaba sólo a los judíos irreligiosos (que hacían caso omiso de las prescripciones de la ley), sino también a los paganos. La escena abre, pues, el futuro horizonte misionero de la Iglesia.

         Pero surge entonces la oposición de los fariseos, de aquellos que profesaban la observancia estricta de la ley y se guardaban escrupulosamente del trato con las personas impuras (pecadores). Se dirigen a los discípulos y les piden explicaciones sobre la conducta de su maestro. Responde Jesús mismo con una frase proverbial sobre los que necesitan de médico, y denuncia su falta de conocimiento de la Escritura al desconocer el texto de Os 6,6 (Mt 12, 7).

         Dios requiere el amor al hombre antes que su propio culto (Mt 5, 23-24). Esto invierte las categorías de los fariseos, que cifraban su fidelidad a Dios en el cumplimiento exacto de todas las prescripciones de la ley, pero condenaban severamente a los que no las cumplían (Mt 7, l).

         La frase final de Jesús tiene un sentido irónico. Los justos, que no van a ser llamados por él, son los que creen que no necesitan salvación. El verbo llamar (lit. invitar) ha sido usado por Mateo para designar el llamamiento de Santiago y Juan, que no pertenecían a la categoría de "los pecadores y descreídos". El término pecadores tiene, por tanto, un sentido amplio, y alude a aquellos pecadores que en el fondo siguen deseando la salvación. Los justos, por oposición, son los que están satisfechos de sí mismos, y no quieren salir del estado en que viven.

Juan Mateos

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         El evangelio de hoy nos narra la vocación de Mateo, cuyos detalles varían mínimamente respecto a Marcos (Mc 2, 13-17) y Lucas (Lc 5, 27-32). Jesús va callejeando por Cafarnaum, cuando se encuentra con Mateo (Leví en Marcos y Lucas) y lo llama a seguirle. El detalle más sorprendente viene a continuación, pues la versión griega de Mateo dice que Jesús estaba a la mesa "en la casa", sin especificar si era la de Mateo o de Jesús (cosa que tampoco hará Marcos, al decir "en su casa" sin más, pero que sí hará Lucas, al situar la historia en casa de Leví).

         La narración continúa de manera semejante en los 3 sinópticos: muchos publicanos y pecadores se encuentran en la casa. De nuevo encontramos una pequeña variante, pues en Mateo los fariseos se dirigen a los discípulos de Jesús (para preguntarles por qué come el Maestro con publicanos y pecadores), mientras que para Marcos son los escribas los que les preguntan, y para Lucas son fariseos y escribas ambos (que preguntan tanto a Jesús como a sus discípulos).

         Jesús responde la pregunta planteada de manera casi idéntica en los 3 evangelistas: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos". Y aporta su alegato final de forma similar: "No he venido Yo a llamar a los justos, sino a los pecadores". Coinciden en esto los 3 evangelistas, pero Mateo añade la sentencia del profeta Oseas: "Quiero misericordia y no sacrificios" (Os 6, 6). Pasemos a analizar algunos detalles del texto de Mateo.

         Dos temas son los que configuran la narración de este día: la identidad de Jesús y el seguimiento. Al 1º es al que más espacio se le dedica, y es presentado con ocasión del 2º, que es el que aparece en 1º lugar.

         Mateo es presentado como recaudador de impuestos. En los evangelios son conocidos como una clase de individuos sin escrúpulos, equiparados a los pecadores. Eran los que recogían los impuestos aduaneros romanos (una especie de subarrendatarios de grandes negociantes, que tenían sus propios jefes), lo que les permitía engrosar sus bolsillos con el abuso y la extorsión (Lc 3, 13), oprimiendo a Israel y colaborando con el poder imperial.

         En el caso de Mateo se trataría de un publicano que desarrollaba su actividad en Cafarnaum, lugar fronterizo entre los territorios de Antipas y Filipo (Lc 3, 1). La respuesta de Mateo ante la llamada de Jesús es inminente, y aquí es utilizada como modelo.

         La posterior acción de Mateo llevando a Jesús a la mesa da pie para el desarrollo del otro gran tema del relato, el de la identidad de Jesús. Está construido en forma de polémica con los fariseos. Veamos los elementos más importantes.

         La invitación de Mateo a Jesús viene a ser su 2ª respuesta, será una comida de despedida con sus amigos. A los publicanos nos acabamos de referir. Los pecadores son los judíos no observantes de la ley. Enfrente están los fariseos, quienes encarnan a los perfectos cumplidores.

         La pregunta (acusación) que se pone en sus labios no resulta nada extraña teniendo en cuenta que llevaban a la práctica el principio de evitar el contacto con gentiles y judíos que no cumpliesen la ley, bajo su punto de vista Jesús se rodea de personas impuras con las que un piadoso judío no puede compartir una comida (Mc 7,3-4.14-23; Hch 10,15; 15,20; Gál 2,12). Por ello su pregunta va más allá, así como la respuesta de Jesús: ¿Cuál es su identidad, viendo que hace estas cosas?

         En otro contexto el mismo Jesús hubiese respondido con un milagro (como ayer). Pero aquí responde de forma tajante. Decíamos antes que las palabras finales vienen reforzadas por la cita de Oseas, con ella se expresa que las relaciones entre las personas están por encima de lo prescrito en la ley. Estamos ante alguien que está por encima de la ley, o mejor aún, ante una nueva ley que ataca directamente la legalidad de los fariseos. Todavía hay algo más, pues en el contexto de la sentencia se expresa que éstos (los fariseos) no tienen curación posible porque no han reconocido quién es Jesús (como si había hecho Mateo, por ejemplo) ni son conscientes de su pecado.

Fernando Camacho

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         Salió Jesús a pasear por Cafarnaum, vio en su paseo a un hombre sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: "Sígueme". Este hombre era llamado Leví de Alfeo (Mc 2, 14) y Leví (Lc 5, 27).

         Se trata de un hombre que el pueblo detestaba, porque era recaudador de impuestos, que se enriquecía a costa de los demás. A los pescadores ya llamados en la orilla del lago (Mt 4, 18-22), Jesús añade ahora a un hombre, que no inspira demasiada confianza. ¿Qué raro equipo está constituyendo allí Jesús?

         Aquel hombre "se levantó, e instantáneamente lo siguió". Y empezó a comportarse como Jesús le pedía, dejándolo todo sin demora (Mt 8, 19-22). Para aquel hombre, eso suponía asumir un riesgo real, pues al dejar su mostrador renunciaba a su fortuna. Pero para seguir a Jesús siempre hay que correr algún riesgo. Si miro atentamente mi vida, podré descubrir en ella lo que más me retiene para seguir mejor a Cristo.

         Estando Jesús a la mesa, en casa del recaudador, acudió un buen grupo de recaudadores y descreídos y se reclinaron con él y sus discípulos. Al ver aquello preguntaron los fariseos a los discípulos: "¿Por qué come vuestro maestro con publicanos y pecadores?". Mateo ha festejado pues su vocación ofreciendo un banquete: al que, evidentemente, asisten también sus colegas, toda una pandilla de sucios publicanos y de gente de mal. Se come, se bebe, se canta. ¡Qué escándalo! ¡Con qué gente más rara se está juntando Jesús!

         Jesús lo oyó y dijo: "No necesitan médico los sanos, sino los enfermos". Jesús cita aquí un proverbio, que hay que contemplar detenidamente para ver el fondo del corazón de Jesús. Todos somos pecadores. Ahora bien, Jesús dice que ¡para eso ha venido! No sólo no repele el pecado, sino que lo busca, tratando de llegar a nuestras miserias.

         Uno se pregunta cómo Dios puede estar presente en ciertos ambientes especialmente asquerosos, malos o perversos, en ciertas situaciones de injusticia. Pues bien, Dios se encuentra allí, para salvar y para curar. Todo el evangelio, cuando se trata de Dios, nos urge a que sepamos sobrepasar la noción de justicia y a descubrir la noción de misericordia, que en el caso de Dios es infinita hacia los pecadores.

         Las comidas de Jesús con los pecadores nos recuerdan que hoy también la eucaristía se ofrece "en remisión de los pecados". La revalorización de los elementos penitenciales de la misa continúa una tradición que viene directamente de Jesús. Dejar que nos acerquemos a ti, Señor, no es algo digno para ti. No, la eucaristía no es ante todo la recompensa a las almas puras, sino una comida de Jesús con los pecadores.

Noel Quesson

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         Después de los 3 milagros de los días pasados, el evangelio intercala esta escena de vocación apostólica que hoy leemos: la llamada de Mateo, el mismo a quien Marcos y Lucas llaman Leví y al que se atribuye uno de los 4 evangelios.

         Se trata de una vocación muy significativa, pues Jesús elige a un recaudador de impuestos al servicio de la potencia ocupante (Roma), que además banquetea con los paganos de peor fama del pueblo. Jesús le da un voto de confianza, sin pedirle tampoco una confesión pública de conversión. Mateo le invita a su casa y en ella le ofrece una comida suculenta, a la que también invita a otros publicanos, para gran escándalo de la gente religiosa.

         Esa fue la ocasión para que Jesús le muestre a Mateo su verdadera intención: "No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores". ¿Somos nosotros buenos discípulos de Jesús en esta actitud de tolerancia y de confianza con los demás? ¿Hubiéramos sido capaces de incorporar a un publicano al grupo de los apóstoles, si hubiera dependido de nosotros? ¿O nos vemos más bien retratados en los fariseos que murmuran, porque trata así a los pecadores?

         La tentación de los buenos ha sido, en todos los tiempos, la de creerse ellos santos, mientras el resto no lo era. Y eso les ha llevado casi siempre a la crítica y a la cerrazón. ¿Acogemos nosotros a los alejados y pecadores, no juzgándoles por su mala fama sino por sus actitudes interiores (seguramente de fe y riqueza espiritual)? ¿O nos quedamos en las apariencias? Jesús no sólo acogió a Mateo, sino que lo hizo apóstol suyo. Y Mateo respondió perfectamente. ¡Cuánto bien ha hecho ya, durante 2000 años, el evangelio de Jesús!

         Tenemos que aprender a tener un corazón acogedor. Jesús fue fiel reflejo de Dios, que es amor, que es Padre "rico en misericordia". La misericordia es algo más que justicia. Es un amor condescendiente, comprensivo, tolerante y dispuesto a perdonar.

José Aldazábal

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         Escuchamos hoy un relato de controversia entre Jesús y los fariseos, en el marco de la vocación de Mateo. El relato se inscribe en el encuentro casual de Jesús con un hombre llamado Mateo, que tenía por profesión la recaudación de impuestos y tasas a nivel de subalterno (por el hecho de hallarse "sentado en el mostrador").

         Los recaudadores subalternos eran frecuentemente judíos, y en Galilea estaban al servicio de la administración romana. Su nacionalidad judía los hacía doblemente odiosos a sus compatriotas, quienes los consideraban traidores (por vender a su patria) e instrumentos de dominación de los romanos (por colaborar con el poder imperial invasor).

         La profesión de recaudador era considerada deshonesta, pues sus agentes aparecían ávidos de dinero, interesados y explotadores, y renegados religiosa y políticamente. No tenían cuidado (ni poco ni mucho) de la ley religiosa, y frecuentaban el trato con los paganos, pecadores e impuros. Por todo eso, los observantes de la ley los creían rechazados por Dios, y los relegaban a ellos con sus familias de la sinagoga, tratándolos de impuros.

         Jesús invita a Mateo a que lo siga, invitando también a su grupo de amigos (de pésima reputación). Mateo y sus amigos son el prototipo de los judíos alejados de la religión judía, y sin embargo también ellos (y Mateo de forma especial) son llamados por Jesús a tener parte en el reino de Dios.

         Con la llamada a Mateo empieza la puesta en marcha del mensaje de la universalidad del Reino. Mateo se levantó y le siguió, dejando su profesión y asumiendo la nueva condición de vida que le propone Jesús. Con su gesto, Mateo cumple la condición para el seguimiento (la ruptura con el pasado), manifiesta su adhesión a Jesús (que lo libera del pecado) y comienza una nueva vida.

         En los vv. 10-13 se narra la hospitalidad de Mateo y su invitación a Jesús a una comida de despedida con sus amigos (los "publicanos y pecadores"). Sabemos que el judaísmo farisaico evitaba el contacto con gentiles y judíos que no observaran la ley, y que ningún rabino consentiría jamás en juntarse con ellos.

         Por eso los fariseos, al ver que Jesús se sentaba a la mesa con publicanos y pecadores, se sorprendieron de tal manera que no pudieron ocultar su hostilidad, provocando la tajante respuesta de Jesús: "No necesitan médico los que están sanos, sino los que están enfermos". Jesús pone las relaciones humanas, por tanto, por encima del culto y de la observancia de la ley.

         El texto expresa la compasión de Jesús hacia los pecadores, pero al mismo tiempo se enfrenta y ataca la justicia autosuficiente de los fariseos. Por tanto, los que no se reconocen enfermos no llaman al médico ni lo reciben, y no tienen curación posible. Nadie puede acercarse a Jesús, a menos que se confiese pecador. Jesús es el médico, y si cura al enfermo, o al paralítico, es para simbolizar que también sana la enfermedad del pecado.

Gaspar Mora

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         El evangelio de hoy nos habla de una vocación, la del publicano Mateo. Jesús está preparando el pequeño grupo de discípulos que han de continuar su obra de salvación. Él escoge a quien quiere: serán pescadores, o de una humilde profesión. Incluso, llama a que le siga un cobrador de impuestos, profesión menospreciada por los judíos (que se consideraban perfectos observantes de la ley), porque la veían como muy cercana a tener una vida pecadora, ya que cobraban impuestos en nombre del gobernador romano, a quien no querían someterse.

         Es suficiente con la invitación de Jesús: "Sígueme" (v.9). Con una palabra del Maestro, Mateo deja su profesión y le invita a su casa, para celebrar allí un banquete de agradecimiento. Era natural que Mateo tuviera un buen grupo de amigos, del mismo ramo profesional, para que le acompañaran a participar de aquel convite. Según los fariseos, toda aquella gente eran pecadores, reconocidos públicamente como tales.

         Los fariseos no pueden callar y comentan su enfado a algunos discípulos de Jesús: "¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?" (v.10). La respuesta de Jesús es inmediata: "No necesitan médico los que están sanos, sino los que están enfermos" (v.12). La comparación es perfecta: "No he venido a llamar a justos, sino a pecadores" (v.13), asimilando justicia con salud y pecado con enfermedad.

         Las palabras de este evangelio son de actualidad. Jesús continúa invitándonos a que le sigamos, cada uno según su estado y profesión. Y seguir a Jesús, con frecuencia, supone dejar pasiones desordenadas, mal comportamiento familiar, pérdida de tiempo, para dedicar ratos a la oración, al banquete eucarístico, a la pastoral misionera. En fin, que como decía San Ignacio de Antioquía, "un cristiano no es dueño de sí mismo, sino que está entregado al servicio de Dios".

         Ciertamente, Jesús me pide un cambio de vida, y con ello me pregunto: ¿De qué grupo formo parte, de la persona perfecta o de la que se reconoce sinceramente defectuosa? ¿Verdad que puedo mejorar?

Pedro Campanya

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         Como parte de un acto libre y misterioso, Jesús llama a ser apóstol a un hombre detestado en toda Cafarnaum, por ser un explotador económico y un traidor político de su propio pueblo. Su nombre era Leví, pero también se le conoce por Mateo.

         Jesús confirma con sus palabras que esta elección no ha sido una especie de accidente o un impulso intempestivo que configura una anécdota. Es parte de su misión, es una descripción de su tarea en esta tierra: "No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores".

         Aunque suene ingenuo o inoportuno, preguntemos: ¿Por qué no ha venido a llamar a los justos? Porque los justos no sienten necesidad de ser enderezados o ajustados. Jesús viene a responder a una necesidad, y quien no descubre esa necesidad no descubre tampoco a Jesús.

         Pero no se trata de cualquier necesidad, sino de algo profundo, que sólo puede ser colmado con la palabra misericordia. Y uno necesita misericordia cuando ha alcanzado su propio límite. No cualquiera entonces entiende el mensaje de Jesucristo, y no cualquiera está en disposición de aceptarle como Señor y Salvador.

         De algún modo es preciso haberse encontrado con el propio límite y haber percibido que sólo con el regalo de un amor no merecido la propia vida puede seguir adelante y florecer. Por supuesto, una vez recibida esta gracia, este regalo, quien lo recibe se siente pertenecer a Cristo y a su palabra. Eso hizo Mateo y eso haremos nosotros cuando vivamos la experiencia que él vivió.

Nelson Medina

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         La escena de la comida de Jesús en casa del recaudador Mateo nos desborda por todas partes, y pertenece a ese género de historias que son reacias a la domesticación. En esa escena, Mateo se siente desconcertado por el gesto de Jesús. Lo aprecia sobremanera (porque comer con uno es entrar en comunión con él), pero al mismo tiempo se siente indigno, y por eso duda entre la alegría y el abatimiento.

         Los demás apóstoles aceptan también comer, pero a regañadientes. Pues para ellos era una patada en el estómago tener que comer con un indeseable como Mateo. Hasta que empiezan a devorar los alimentos, y en ese momento se les pasa el rechinar de dientes.

         Toda experiencia de perdón es una película inédita. Nadie cree en la fuerza liberadora del perdón hasta que no la experimenta en sus carnes. Para la mayoría, perdonar a los indeseables (¡compón con libertad tu propia lista!) es una reacción de débiles que sólo sirve para perpetuar la cadena de injusticias. Para Jesús (y para los pocos que viven como Jesús) perdonar es la única manera de sacar del infierno a los muchos hombres y mujeres que se hunden en él. O sea, que es el único camino para hacer ese "otro mundo posible", según dicen los chicos de la antiglobalización.

         "Oiga, ¿qué puedo hacer yo por mejorar este mundo tan corrompido?". "Perdonar, colega, perdonar, dejarte invitar por los indeseables y permitir que les salga a borbotones toda la ternura que llevan enterrada". Jesús lo dice con otra fórmula más eficaz: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos".

Gonzalo Fernández

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         Me llama la atención en el evangelio de hoy la actitud que toman recaudadores de impuestos y pecadores cuando saben que Jesús está en casa de Mateo. Ellos se acercan hasta allá y se sientan a comer con Jesús y sus discípulos. Digo que me llama la atención porque sentí la desolación y el rechazo que, por su condición social, estas personas están recibiendo. Sin embargo, se enteran que el Maestro está en casa de uno igual a ellos y no quieren desaprovechar la oportunidad de acercarse, de experimentar lo que experimentó Mateo cuando Jesús le dijo sígueme.

         Ahí radica la frase que Jesús dice a sus discípulos ("misericordia quiero y no sacrificios"), y la base de toda persona que se dice ser cristiana. Se trata del reto al cuál estamos llamados cada uno de los que decimos tener a Cristo por centro de nuestras vidas. Un reto a realizar aquí y ahora, en nuestro momento histórico de vida: la misericordia, junto al desarrollo de la compasión. Y eso no con el que está a nuestro lado cercano, sino con todas aquellas personas que en verdad lo necesitan.

Miosotis Nolasco

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         Jesús ofrece hoy la propuesta del Reino a Mateo, un cobrador de impuestos a quien, de forma categórica, le dice: "Sígueme". Seguir a Jesús es dejar todo atrás. Es cargar con el pasado pero ya no como condena, sino como paradigma, para no repetir la historia de esclavitud al pecado, y también como escuela de reflexión para apuntar siempre hacia adelante con entrega y dedicación.

         A Jesús le importa el ser humano, íntegramente y sin distinción alguna. Por eso él se sienta a la mesa con publicanos y pecadores. Jesús propone a todos el Reino de Dios. No limita a Dios sólo a los hombres y a los judíos puros, sino que presenta el amor de Dios a las mujeres y todos los que la ley consideraba impuros. Por lo tanto no era raro que el invitara a su grupo a personas que para la sociedad de su tiempo eran considerados pecadores.

         Tenemos que recordar que para Mateo la mesa es el lugar donde sólo se pueden sentar los que eran puros según el legalismo judío. Por eso, con la actitud de Jesús los pecadores son declarados puros y, a su vez, con este gesto Jesús se está declarando públicamente ilegal. Jesús se comporta de esta manera porque tiene claro que la misericordia de Dios es abundante y es para todos. Por tanto, también los llamados pecadores (por la tradición judía) son destinatarios de la gracia salvadora de Dios, manifestada en Jesús.

Consuelo Ferrus

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         Jesús dirige hoy una invitación de seguimiento al publicano Mateo, y le da la posibilidad de integrar su vida al designio salvífico de su Reino, dejando para ello su historia pasada de codicia y de pecado.

         Pero junto a Mateo, Jesús incorpora también en su Reino a un grupo de recaudadores de impuestos y de descreídos, con el fin de señalar la universalidad de la voluntad divina de salvación. Un gesto que nos viene a decir que la existencia de los excluidos en la institución religiosa (y en toda institución) ha de ser el termómetro que determine el grado de adecuación de nuestras instituciones (incluso religiosas) con el querer de Dios.

         Con el banquete de Jesús en casa de Mateo se pone de manifiesto la preferencia del Dios de Jesús por los publicanos y pecadores. Pues la cercanía hacia ellos, así como el compartir con ellos la propia comida, es la finalidad que aquí pretende. La necesidad humana es la circunstancia determinante de la iniciativa divina como se expresa en la comparación con el ámbito sanitario del v. 12: "No necesitan médico los sanos, sino los enfermos".

         De aquí surge también la condena de Jesús hacia toda institución que sea incapaz de acercarse ("invitar") a ese mundo paralelo, así como intentar convertirlo (que "lo deje todo") e integrarlo a una nueva y más sana realidad ("llamarlo").

         Jesús condena el corazón endurecido de los fariseos, que critican la comida de Jesús con publicanos y pecadores. Pero sobre todo porque rechazan la misericordia ejercida por Jesús hacia ellos, haciendo así a Dios vulnerable de Dios frente a la miseria humana. Por ello, la auténtica relación religiosa sólo podrá realizarse si los buenos son capaces de modelar su corazón, conforme a esa preferencia de Dios por los malos del pueblo.

Confederación Internacional Claretiana

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         La elección de Mateo de hoy resulta provocativa. Este nuevo maestro, que enseña con autoridad, parece extralimitarse. Para su grupo de discípulos elige a un hombre que ejerce de recaudador de impuestos, un verdadero colaboracionista con el sistema opresor romano, diríamos hoy. Mateo trabaja en un puesto de aduanas, y el Ministerio de Hacienda de entonces otorgaba las aduanas al mejor postor, exigiendo un determinado precio por el puesto aduanero. El recaudador de turno establecía los tributos y tasas a imponer al pueblo (con frecuencia excesivos), y era considerado por por la gente como codicioso y traidor.

         Las gentes de bien de entonces colocaban a los recaudadores entre los impíos, las prostitutas y los ladrones. Sin embargo, Jesús invita a Mateo a formar parte de un grupo que no sólo no robará, sino que tendrá la capacidad de entregarse por entero a los demás, a cambio de la nada.

         El recaudador Mateo oye la llamada de Jesús y abandona su profesión, tal vez sin saber a dónde le llevaría el nuevo camino. Pero Jesús no sólo elige a Mateo, sino que se sienta a la mesa con recaudadores y descreídos provocando el escándalo de los fariseos (que para sus adentros dirían eso de "dime con quién andas y te diré quién eres").

         Los fariseos, no atreviéndose a encararse con Jesús, piden explicación a los discípulos: "¿Se puede saber por qué come vuestro maestro con los recaudadores y descreídos?". Y Jesús, que percibe la pregunta, sale al paso con ironía: "No necesitan médico los sanos, sino los enfermos". ¿Quiénes son los sanos? ¿Quiénes los enfermos?

         Los fariseos, que se creen sanos, tal vez no lo sean tanto. Pues tienen tan centrada su vida en cumplir escrupulosamente la ley, que se han separado del trato y del contacto con el pueblo (al que, directamente, considera impuro), haciendo girar toda su vida en torno al culto y no al amor y la solidaridad. Por eso, Jesús les recuerda la frase de Isaías: "Corazón quiero, y no sacrificios". Esto es, que se dediquen al prójimo y no al ayuno, y al amor antes que al culto.

         Tal vez los fariseos fuesen los realmente enfermos, y los más necesitados de salvación. Pues los que finalmente se sientan en el banquete del Reino no son los fariseos, sino los pecadores, los recaudadores, las prostitutas y los ladrones, que se sientan a la mesa de Jesús y con él acaban formando una comunidad de vida, en camino de salvación.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Tras la llamada al discipulado del publicano Mateo, hoy Jesús se sienta a la mesa con publicanos y pecadores. Eran los comensales que habían acudido a la invitación de su colega y compañero de oficio, Mateo. Los fariseos no desaprovechan la ocasión para criticar al Maestro.

         Y no es que lo único que movía a los fariseos era el afán de criticar, sino que la conducta de Jesús realmente les escandalizaba. Su mentalidad legalista no podía tolerar semejante comportamiento, el de un rabino de Nazaret (Jesús) que se mezclase con los pecadores sin caer en la cuenta de que ese contacto significaba una contracción de impureza.

         El que vivía entre impuros, venían a decir los fariseos, no podía sino contraer impureza, y para evitar esa impureza había que mantener las distancias. Es decir, separarse de ellos como de los leprosos. Y el mismo riesgo que había en el contacto con la lepra lo había en el contacto con un pecador público. Todas las enfermedades, tanto las físicas como las morales, contaminaban.

         Jesús, al oír la crítica a que es sometida su conducta, responde: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Es decir, se presenta a ellos como un médico que no puede rehuir el contacto con los enfermos, pues el médico está para eso: para curar. Y sus pacientes no pueden ser otros que los enfermos.

         El oficio del médico reclama necesariamente el contacto con sus pacientes, aún a riesgo de contraer él mismo la enfermedad que pretende curar. Por tanto, la conducta de Jesús de "contactos peligrosos" está justificada, porque ha venido como médico. Y el médico, si quiere cumplir su función debidamente, no puede rehuir este contacto.

         Tras la justificación de Jesús, queda latente la crítica que hace sobre lo más nuclear de la mentalidad farisaica: Andad y aprended lo que significa misericordia quiero y no sacrificios, que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. Es decir, hay algo muy urgente que tienen que aprender los fariseos (y cuantos retienen su mentalidad): que lo que agrada a Dios es la misericordia, y no los sacrificios. Y que la misericordia no mira a Dios, sino al prójimo, pues Dios no es miserable de nada.

         Nosotros no podemos ser misericordiosos con Dios, pero sí podemos serlo con los miserables de este mundo, ya lo sean por sus miserias físicas o morales. Los sacrificios (= ofrendas sagradas y rituales), en cambio, sí miran a Dios, aunque con semejante ofrenda se pretenda obtener un favor divino, su protección o cualquier otro beneficio.

          Esto es lo que no han aprendido aún los fariseos, empeñados en ofrecer sacrificios en el templo, pero olvidados de usar de misericordia con los miserables de este mundo, entre los cuales se cuentan también los publicanos y esos que eran señalados como pecadores públicos.

         La miseria de los publicanos no estaba en estar faltos de dinero, sino de reputación moral. Eran pecadores (enfermos) desahuciados por quienes tenían el deber de curarlos.

         Pero Jesús entiende que dicha enfermedad tiene remedio, y por eso se acerca a ellos como médico. Y por eso llama a los pecadores y se junta con ellos, porque como médico de tales dolencias cree tener el remedio medicinal para su estado de miseria. Y por eso se lanza misericordiosamente a ejercer esa labor.

         Esto es lo que Dios quiere, ésta es la mejor ofrenda que se le puede presentar: la acción misericordiosa. Pero ¿no acabó Jesús sus días con un sacrificio, que actualizamos en la eucaristía, la ofrenda de su propia vida en la cruz?

         Así es, pero no se trata de un sacrificio externo, el de una oveja de su rebaño, sino del sacrificio de la propia vida, y sobre todo de un sacrificio que culminaba un camino de misericordia. Jesús moría por los pecados del mundo, es decir, no sólo a causa de los pecados del mundo, sino para proporcionar a este mundo el remedio a su situación de pecado.

         Jesús seguía actuando como médico y proporcionando su medicina movido por la misericordia hacia ese mundo sometido al pecado. Su muerte, además de ser un sacrificio (agradable a Dios), era un acto grandioso de misericordia o de amor misericordioso. Se encarnó por amor, se mezcló con los pecadores y los curó por amor y murió por amor a esos mismos pecadores. En su muerte se encuentra el último y definitivo remedio medicinal que brota de su misericordia.

         Esto es lo que Dios quiere, la misericordia que aprecia en Jesús, una misericordia que le lleva hasta el sacrificio de la propia vida en la cruz. Se trata, pues, de un sacrificio que culmina una trayectoria misericordiosa y del que ha de brotar necesariamente la misericordia para con los miserables de este mundo.

         El Dios que recibe nuestros sacrificios u ofrendas sigue prefiriendo nuestra misericordia. Sólo los sacrificios en los que se expresa la misericordia son agradables a Dios. Tengámoslo en cuenta, si no queremos dejarnos arrastrar por la mentalidad farisaica.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 05/07/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A