6 de Julio

Sábado XIII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 6 julio 2024

a) Am 9, 11-15

         A lo largo de los capítulos precedentes, el mensaje de Amós ha tendido a recordar que el culto debe constituirse y crecer desde la adoración, como respuesta al acto salvador de Dios (anámnesis). Y hoy sentencia que por haber querido ignorar esto, dicho culto es causa de muerte para la comunidad: "Vi al Señor en pie junto al altar, y me dijo: Golpea los capiteles y trepidarán los umbrales" (v.1).

         Simbólicamente viene a significar Amós que este mismo templo donde los israelitas iban a presentar sus ofrendas, diezmos y sacrificios (suyos, pero no de Dios), es ahora la causa de la muerte de la fe, aunque Dios siga interviniendo (de otro modo) en la Alianza, como siempre hizo en el pasado.

         Dios no es una divinidad local, ni está ligado a una tierra como el resto de divinidades cananeas, sino que es el único Dios de todo lo que existe, de todos los pueblos, de todas las fuerzas y de todas las potestades. Y se sirve de los acontecimientos internacionales, y no sólo de los asuntos tribales.

         El libro de Amós, que se abre con un proceso a los países paganos y a Israel, se cierra con la referencia a los pueblos extranjeros confrontados con Israel. Y los cusitas (descendientes de Cam), así como los filisteos y arameos, tan distanciados de Israel (por historia, religión y etnia), son igualmente pueblos del Dios de Israel, en una identidad y dependencia fundamental: "Hijos de Israel, ¿no sois para mí como etíopes?" (v.7).

         Sin embargo, esta igualdad no suprime el privilegio de la Alianza concedido a Israel, de forma gratuita. La misión del profeta es explicar los acontecimientos a este pueblo ciego y sordo (Israel), y convertirlo así en una señal para los demás. El "día del Señor" es un aviso de Amós para que Israel abandone las falsas seguridades y ese culto vacío, que ha hecho imposible el encuentro con Dios y el amor al prójimo, mediante un egoísmo excluyente y obcecado: "Prepárate, Israel, a encararte con tu Dios" (Am 4, 12).

Frederic Raurell

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         Termina hoy el Ciclo de Amós con una llamada a la esperanza: "En aquel día levantaré la cabaña ruinosa de David, repararé las brechas, restauraré las ruinas y la reconstruiré como en los días de antaño". Amós ha sido ante todo un profeta de desdichas, anunciando catástrofes (como la caída de Samaria, que efectivamente sucedió el 721 a.C) y horribles sufrimientos (el destierro en Asiria), y llamando a la conversión.

         Pero Amós no era un "sepulturero de los entusiasmos humanos" (como diría Nietzsche), ni se complacía en la desgracia. ¡No! La última palabra de los profetas es siempre la esperanza, y aunque es verdad que el "día del Señor" será calamitoso para muchos (porque destruirá el mal), dicho día será ante todo salvador, porque "las ruinas serán restauradas, y las ciudades reconstruidas".

         En propia boca de Amós, "he aquí que vienen días, oráculo del Señor, en que el labrador empalmará con el segador". El tiempo se acorta, y apenas ha sido labrada la tierra que ¡ya apuntan las espigas! Es la abundancia de Dios, que ya está preparada para saciar al hambriento de él.

         Se trata de imágenes nos invitan a soñar, como sigue diciendo el propio Amós: "Destilarán vino nuevo las montañas, y en todas las colinas se derretirá". Es preciso descubrir de nuevo la esperanza, pues el vino es el símbolo de la alegría y de la comida festiva, y el propio Jesús lo escogió como símbolo de sí mismo.

         Pero hay más, porque sigue diciendo el profeta que "volverán a Israel los deportados, y se reconstruirán y habitarán las ciudades devastadas, y se plantarán viñas y se beberá vino, y se cultivarán las huertas y se comerán sus frutos". ¡Qué hermosa imagen! Porque se trata de una hermosa huerta donde un árbol frutal (venido de Dios) surte de todo tipo de abundancias a sus hortelanos. Ésa es la vida abundante que Dios quiere darnos, como dirá el propio Jesús: "He venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10).

         El trabajo tiene a menudo un carácter pesado y alienante, que con demasiada frecuencia se hace sin alegría y de forma penosa, para ganarse así la vida. Pero eso es precisamente lo que aquí no se anuncia, pues el trabajo de Dios no será alienante, ni tendrá ya el carácter de castigo del Génesis (Gn 3, 19). Señor, ayuda a los hombres aplastados por su trabajo, y condúcenos hacia nuestra profunda liberación.

         Para concluir, declara Amós en nombre de Dios: "Yo os plantaré en un suelo, y no seréis jamás arrancados de la tierra que os di. Esto dice el Señor, tu Dios". Para Dios, la vida presente y terrena no es un simple accidente fortuito, ni tampoco una preparación para la otra vida. Sino que está destinada a perdurar, con nosotros en ella. Todos tenemos el deber de ser felices aquí abajo, porque esto es un don de Dios. Eso sí, sin olvidar abririnos a las perspectivas de la vida eterna, en la que "Dios será todo en todos" y realizará una felicidad en plenitud (Ap 21, 4).

Noel Quesson

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         ¡Menos mal que la semana termina con un poco de esperanza! Porque Amós, cansado ya de meter tanto el dedo en la llaga, adopta hoy un tono positivo que nos ayuda a afrontar el futuro de otra manera: "Haré volver a los cautivos de Israel".

         El guión profético es siempre el mismo. Primero se mete miedo en el cuerpo, luego se ponen los motores al máximo, y cuando el personal está compungido, entonces vienen las promesas y los halagos. Sin embargo, la vida nos muestra que la realidad es siempre así, y que toda patria es un exilio superado, y que toda alegría es una tristeza vencida, y que toda paz es una guerra terminada. A esto, en lenguaje cristiano, lo llamamos "misterio pascual". Cuesta hacerse a la idea de que así es como avanza la vida verdadera.

Gonzalo Fernández

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         El final de nuestra lectura de Amós se tiñe hoy de un tono de esperanza, y tras haberse terminado ya las denuncias, el vidente anuncia un futuro de felicidad. Sobre todo, invita Amós a Israel a tener confianza en Dios, pues a pesar de sus exigencias en el cumplimiento de la Alianza, es comprensivo con nuestra debilidad. 

         Las imágenes están tomadas de la vida del campo: se levanta la choza caída, se reparan las ruinas, se suceden rápidamente las cosechas, se recoge vino abundante de las viñas, los cautivos vuelven a casa, se reedifican las ciudades... Como se ve, Dios siempre deja un resquicio a la esperanza, y siempre nos permite el camino de retorno. Así había sucedido tras el crimen de Caín, o tras el diluvio universal, o tras la esclavitud en Egipto. Y así sucederá tras los destierros en Asiria y Babilonia, profetiza Amos. Dios tiene corazón de padre, y él mismo curará las heridas y reconstruirá las ciudades en ruinas.

         Dios corrige, pero corrige siempre desde el amor, como un padre a su hijo. Y por eso nunca debemos perder la esperanza ni la confianza en él, porque "Dios anuncia la paz a su pueblo, y a sus amigos, y a los que se convierten de corazón. El Señor dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto".

         ¿Qué brechas o ruinas hay en mi vida, que Dios me está pidiendo que repare? Con confianza, hemos de rezar y poner manos a la obra, aprendiendo la lección del pueblo de Israel y haciendo caso al profeta Amós, que nos invita a cambiar nuestra vida, para que ésta discurra por los caminos que Dios quiere.

José Aldazábal

b) Mt 9, 14-17

         Se acercan hoy a Jesús los discípulos del Bautista y le hacen una pregunta a Jesús: "Nosotros y los fariseos ayunamos a menudo, ¿por qué razón tus discípulos no ayunan?".

         Juan Bautista está ya en la cárcel (Mt 4, 12). Según la presentación que ha hecho Mateo, Juan no ha pretendido hacer discípulos ni fundar escuela, limitando su papel al de mero precursor (Mt 3, 11). Pero ahora aparecen, sin embargo, "los discípulos de Juan", que mantienen su adhesión a él. Discípulos son los que siguen la doctrina de un maestro, luego éstos han conferido a Juan ese papel, y quieren perpetuar su figura y doctrina, absolutizándolas y contradiciendo su carácter de mero precursor. De hecho, no llaman maestro a Jesús.

         La práctica religiosa de los discípulos del Bautista se ha ido asimilando a la de los fariseos. Y el papel renovador de Juan, y su oposición a los fariseos (a quienes calificó de "camada de víboras"; Mt 3, 7), han sido olvidados por sus discípulos. Éstos han integrado a Juan en el antiguo sistema, y por eso reprochan a Jesús no atenerse a la tradición ascética de los observantes de Israel, ni imponer a sus discípulos una severa disciplina.

         La respuesta de Jesús enfoca la cuestión desde un punto de vista completamente distinto. Compara su convivencia con los discípulos a un banquete de bodas, donde él representa al novio/esposo. Los discípulos son "los amigos del Esposo" (lit.: "los hijos del tálamo, o sala del banquete"), modismo semítico para designar a los amigos íntimos del novio, que se ocupaban de todo lo necesario para la celebración de la boda y de animar la fiesta.

         La denominación Esposo enlaza con las palabras que había dicho de Jesús el mismo Juan Bautista: "Yo no merezco ni quitarle las sandalias" (Mt 3, 11), y era designación que el AT otorgaba a Dios dentro del simbolismo de la Alianza, como "unión nupcial entre Dios y el pueblo" (Os 2). Como ya indicaba el Bautista, Jesús asume esa función, pues él es "el Dios entre nosotros" (Mt 1, 23).

         La imagen del Esposo supone también un cambio en la Alianza (Jr 31, 31-34), con las nuevas características de la amistad, la intimidad, la alegría y la libertad. Los "amigos del Esposo", por tanto, han de estar sujetos a estas nuevas coordenadas, que no pasan por la severa disciplina, sino por una actividad ejercida desde la libertad y guiada por el amor al amigo.

         Ésta es la relación del hombre con Dios en la Nueva Alianza: el alegre servicio guiado por la adhesión a Jesús, que es amistad con él. Siendo el ayuno expresión de tristeza, es incompatible con la presencia de Jesús. Llegarán días, sin embargo, en que el ayuno esté justificado, cuando los discípulos se vean privados de la presencia del amigo ("el día en que les arrebaten al novio").

         La pregunta de los discípulos del Bautista mostraba su extrañeza y escándalo porque Jesús no imponía a sus discípulos la disciplina ascética tradicional. Pero Jesús les explica su posición usando 2 comparaciones: la del paño nuevo en un vestido viejo, y la del vino nuevo en odres viejos. Lo viejo y lo nuevo son incompatibles, y querer compatibilizarlos llevaría al fracaso y a la ruina de ambos. Con la presencia de Jesús comienza una época de novedad radical.

         Esta perícopa está íntimamente ligada a las anteriores, y constituye el centro de esta sección. Jesús llama al reino de Dios a los pecadores, término que incluye a los paganos en el contexto de la futura realización del Reino. Jesús afirma que en la comunidad mesiánica (Mesías-Esposo) no se va a imponer a sus discípulos la praxis religiosa judía.

         Las antiguas instituciones y prácticas, que pertenecen a la tradición cultural de un pueblo, no pueden adaptarse en absoluto a la universalidad de la comunidad mesiánica. Lo mismo que para entrar en el reino la única condición es la adhesión a Jesús, así lo es también para pertenecer a él. Jesús libera a los futuros discípulos procedentes del paganismo de toda dependencia de la cultura judía. El antiguo Israel ha pasado, y sus instituciones con él.

         Es de notar que Jesús considera el ayuno no como una práctica religiosa, sino como expresión personal de tristeza. Es un hecho lo que puede llevar a los discípulos a ayunar: la ausencia del Esposo, que tendrá lugar en su pasión y muerte. Una vez resucitado, su presencia será continua (Mt 28, 20). El ayuno no tiene relación directa con Dios, pues como las lágrimas es una expresión de tristeza, que el hombre practicará cuando tenga motivo para ello.

         Los fariseos y discípulos del Bautista continúan sus ayunos porque no han reconocido en Jesús al Esposo mesiánico. Y su ayuno es señal de su rechazo a Jesús.

Juan Mateos

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         Se acercaron entonces los discípulos del Bautista a preguntarle: "Nosotros y los fariseos ayunamos a menudo. ¿Por qué razón tus discípulos no ayunan?".

         El comportamiento de los discípulos de Jesús chocaba con el viejo Israel, al vivir alegres y contentos. Y eso era escandaloso, al no vivir como el resto de judíos, al no parecerse en nada al discipulado religioso judío, al no hacer ni caso a la disciplina ofrecida por los rabinos a los que querían adelantar en la perfección y al vivir por encima de las viejas observancias (sabbat, abluciones, ayuno...).

         Cuando el viejo Israel pregunta a Jesús por ese tipo de conducta, éste les contesta: "Son los invitados a la boda". Esta respuesta debió provocar estupor, pues evocaba una imagen de alegría y de fiesta. En otra ocasión, y hablando también del ayuno, Jesús ya había dicho: "Cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu aspecto no sea sombrío" (Mt 6, 16).

         Efectivamente, cuando un novio invita a sus amigos a su boda, éstos no han de prepararse para una ceremonia fúnebre, sino para una fiesta, ocasión de gozo y de alegría. Y Jesús es ese esposo misterioso, que a todo el mundo invita a su boda. Luego el ayuno no tendría sentido en esa espera, sino la felicidad y júbilo intensos. Los tiempos mesiánicos ya han llegado: Dios se ha desposado definitivamente con la humanidad, y nos invita a festejar ese gran acontecimiento.

         ¡Un mesías amoroso! ¡Un mesías enamorado de la humanidad! ¡Jesús desposado con la humanidad! Todo el AT lo había anunciado (Is 54,4-8; 61,10; 62,4-5; Jr 2,2; 31,3; Ez 16; Os 1-3; Sal 45,7-8) Y yo, por mi parte, ¿soy un enamorado de Jesús? ¿Respondo a su amor? ¿Cómo me preparo para la boda? ¿Estoy contento y alegre? ¿Soy feliz? ¿Vivo todos y cada día como un "invitado a la boda? Y la misa, ¿la considero como un "banquete de boda"?

         Jesús es consciente de traer al mundo una realidad nueva, sin ninguna medida común con lo que los hombres han vivido hasta aquí. Todo lo antiguo está superado, y no hay ningún compromiso posible entre las conductas de antaño y la novedad radical de la era nueva que Jesús instaura.

Noel Quesson

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         La polémica de hoy sobre el ayuno no deberíamos entenderla como una oposición dirigida por Jesús hacia esa práctica ascética (privarse de algo de comida, con una finalidad de penitencia o austeridad), sino a su antigua finalidad, pues ésta debe convertirse (como el resto de finalidades) en signo de la espera mesiánica. Se trata de una controversia provocada por los discípulos de Juan, y que se refiere a si se acepta o no a Cristo como el enviado de Dios.

         Jesús se queja a los discípulos del Bautista de que no le reconozcan, y no estén dispuestos a cambiar de vida. Y les pone 3 comparaciones:

-él es el novio y el futuro esposo, y por tanto deberían estar todos de fiesta, y no de luto o preparando algo que ya ha llegado;
-él es el traje nuevo, que no admite parches de tela vieja;
-él es el vino nuevo, que se estropea si se pone en odres viejos.

         Los seguidores de Juan Bautista tendrían que haber aprendido la lección, porque ya su maestro se llamaba a sí mismo "el amigo del Novio" (Jn 3, 29).

         El ayuno sigue teniendo sentido para los cristianos, y es un buen medio de expresar nuestra humildad y nuestra conversión a los valores esenciales, por encima de los que nos propone la sociedad de consumo. Los judíos piadosos ayunaban 2 días a la semana (lunes y jueves), y los seguidores del Bautista también. El mismo Jesús ayunó en el desierto, y los cristianos seguirán haciéndolo sin descanso (sobre todo en Cuaresma, como preparación para la Pascua).

         Pero no es esto lo que aquí discute Jesús. Lo que él nos enseña es la actitud propia de sus seguidores: la fiesta y la novedad radical.

         Ya en el Sermón de la Montaña nos decía Jesús que, cuando ayunemos, lo hagamos con cara alegre, sin pregonar a todos nuestro esfuerzo ascético. Hoy se compara a sí mismo con el novio y el esposo, y por eso los amigos del esposo están de fiesta. Los cristianos no debemos vivir tristes, ni miedosos ni obligados a nada, sino con una actitud interna de alegría festiva. El cristianismo es, sobre todo, una fiesta, porque se basa en el amor de Dios y en la salvación que nos ofrece Jesús (a través de la mesa eucarística, en la que él nos comunica su vida y su gracia).

         Por eso mismo, la vida en Cristo es vida de novedad radical. Creer en él y seguirle no significa cambiar unos pequeños detalles, ni poner unos "remiendos nuevos a un traje viejo" (ocultando sus rotos) ni guardar "el vino nuevo en los viejos pellejos" (insertando la fe en el viejo pecado).

         Lo nuevo es incompatible con lo viejo, nos viene a decir Jesús. Y seguir a Jesús es cambiar el vestido entero y lo que hay dentro del vestido (la mentalidad y el corazón). ¡Lo que les costó a Pedro y a los demás discípulos cambiar la mentalidad religiosa y social que tenían antes de conocer a Cristo!. Seguir a Cristo afecta a toda nuestra vida, no sólo a unas oraciones o prácticas exteriores.

José Aldazábal

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         El evangelio de hoy ilumina otro aspecto de la obediencia cristiana. No es la ley por la ley ni la costumbre por la costumbre. Los discípulos del Bautista y de los fariseos ayunaban, mientras los discípulos de Jesús no. Y aquéllos fueron a Jesús y le preguntaron por el asunto. A 1ª vista, estamos frente a una desobediencia, ¿no?

         Ignoramos detalles del día o las circunstancias de este ayuno. En cambio, sabemos que Cristo fue fiel cumplidor de la ley de Moisés, pero no del resto de tradiciones religiosas de su tiempo (con las que a menudo fue crítico). Así que lo más probable es que se tratara de un día de ayuno establecido por las autoridades religiosas, con carácter de obligatoriedad.

         De lo que hizo y responde Jesús entendemos que no toda obediencia es virtud. En esta ocasión, por ejemplo, Jesús no ayunó. Así nos enseñó que hemos de obrar con certeza interior también cuando se trata de cosas que implican la fe y la religión. Obediencia y libertad, en la mente y el actuar de Cristo, no son opuestas sino más bien complementarias.

         Pero vayamos al texto, porque he aquí que, buscando de qué acusar al Señor, le han presionado sus detractores, mas de tal acoso ha salido una bellísima imagen: Jesús, el Novio. Hubiera podido decirnos otras cosas, pero ha querido calificar la alegría de su presencia con una expresión entrañable y cálida: el novio. No es posible ayunar cuando él está.

         Me gusta decir que Jesús no es un soltero ni un solterón; es un novio. No ha cancelado sus bodas, pues sigue siendo verdad lo que dijo su Padre al principio: "No es bueno que el hombre esté solo" (Gn 2, 18). Cristo no ha renunciado al matrimonio, lo ha aplazado para el momento final. Y es tal el gozo que de allí brota, que no es posible ayunar a la vista y degustación de tal banquete.

Nelson Medina

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         El esposo de la enseñanza de hoy es el mismo Jesús. Y por tanto sus amigos, los apóstoles, no podían ayunar como si hicieran duelo por su presencia. En las bodas de los judíos los amigos solían acompañar al esposo cuando éste salía al encuentro de la esposa (Mt 25, 1-13).

         Sobre el ayuno, ya nos había dicho Jesús "no seáis como los hipócritas, que fingen un rostro escuálido para que las gentes noten que ellos ayunan". El ayuno de entonces no era como el actual (parcial), sino que consistía en la abstinencia total en todas las comidas y bebidas del día. Era, pues, una verdadera privación, una auténtica señal de penitencia que también practicaron los primeros cristianos, principalmente el viernes de cada semana (por ser el día en que "el Esposo nos fue quitado"; Mt 9, 15).

         Decía Santa Teresa de Jesús que "un santo triste es un triste santo", porque santidad y tristeza están reñidas. Para mucha gente, los cristianos son verdaderos aguafiestas, que ven peligros en todo y que, en lugar de alegrar la vida, la llenan de perturbación y preocupación. Pues bien, así eran los fariseos, que con el deseo de agradar a Dios, ayunaban 2 veces por semana (mientras sólo era obligatorio 1 vez al año, el día de la purificación o Yom Kippur).

         Jesús parece no estar de acuerdo con esta vida mortificante, al no imponer a sus discípulos estas prácticas religiosas de forma sistemática. Él ha venido a celebrar las bodas de Dios con el pueblo; en estas bodas (símbolo de alegría, vida y fecundidad) Jesús es el esposo, y mientras se celebran, no hay lugar para la penitencia y la ascética inútil. La única práctica permitida a los esposos es la del amor sin límite. Y por eso Jesús responde a la acusación que le hacen: "¿Pueden estar de luto los amigos del novio mientras dura la boda? Ayunarán cuando pierdan al esposo".

José A. Martínez

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         A la pregunta sobre el ayuno ritual responde Jesús con el estado de alegría, poniendo los ejemplos de una boda y de las relaciones nupciales de Dios con su pueblo, en las que el ayuno (o cualquier otra señal de tristeza) está fuera de lugar.

         Jesús no rechaza el ayuno en cuanto tal, pero sí rechaza el legalismo que coarta la libertad de ayunar, cuando ello sea conveniente. Además, la respuesta de Jesús significa principalmente que los fariseos y los discípulos del Bautista no han reconocido aún que Jesús es el esposo mesiánico, rechazando con su tristeza piadosa a Jesús y al libre arrepentimiento.

         En efecto, no pueden los invitados a una boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos (v.15). Y los amigos del novio son los discípulos de Jesús. Aquí la imagen significa que mientras el esposo está aquí sería incorrecto que los amigos del novio siguieran sumidos en la espera ansiosa y en la tristeza. Así pues, este versículo se refiere concretamente a la vida de Jesús con sus discípulos; interpretarlo de otra manera implica tropezar con dificultades insolubles.

         Para terminar, Jesús establece el contraste de cómo se debe combinar lo viejo con lo nuevo, para evitar el peligro de ruptura. Los 2 dichos que Jesús utiliza quieren mostrar la incompatibilidad entre las formas o instituciones del judaísmo y el reino de Dios. Jesús anuncia un cambio de época, anuncia la Buena Noticia; y esta es una novedad que revierte lo antiguo; su núcleo está en las nuevas relaciones entre Dios y el hombre.

         Y esta novedad no puede encajar en lo antiguo, porque todo intento de hacerlo sería inútil, lo antiguo mostraría aún más su insuficiencia e incapacidad de resistir la fuerza de lo nuevo. El término lo nuevo se opone a lo viejo, e indica que Jesús ofrece una alternativa, no una síntesis. Quien desee seguirlo tiene que romper con los presupuestos del pasado, con las instituciones y sus leyes pesadas que Jesús califica como anticuadas e inservibles para la vida del hombre.

Severiano Blanco

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         El pasaje de hoy se articula en 2 momentos: la observancia del ayuno y la relación entre lo antiguo y lo nuevo, a partir de las comparaciones de coser un vestido o conservar el vino.

         La inconciliable convivencia de lo nuevo y lo antiguo, en estos 2 órdenes, esclarece la irreductibilidad entre la práctica de Jesús y la práctica de los fariseos y bautistas. Esta última permanece en el ámbito del pasado israelita que, por su particularismo, no puede adaptarse al ámbito universal de la salvación proclamada por Jesús para su comunidad.

         Esta nueva realidad nace de la presencia del Esposo en el banquete nupcial. La imagen de las bodas había sido usada en el AT para expresar la relación de Dios con su pueblo. Ahora se aplica a Jesús que con su llegada ha dado inicio al banquete mesiánico.

         La nueva realidad, la presencia del Dios con nosotros entre la comunidad de los discípulos de Jesús, prohíbe el sentimiento de tristeza expresado por el ayuno. Los discípulos de Juan no han comprendido el sentido de la venida de Jesús y, por lo mismo no han comprendido su carácter de precursor del Mesías. Por lo mismo insisten en la práctica del ayuno considerando que siguen vigentes las disciplinas de la Antigua Alianza. De esa forma, ellos mismos se colocan en la misma categoría que los discípulos de los fariseos.

         La presencia del Esposo en las bodas mesiánicas exige, por el contrario, una nueva actitud que sólo puede ser expresada adecuadamente por el sentimiento de alegría que lleva a tomar parte activa en el banquete. La disciplina preparatoria de la ley antigua debe ceder su lugar al servicio alegre en libertad fruto de esta intervención decisiva de Dios en la historia humana.

         El reconocimiento de la presencia divina en Jesús el Esposo ha cambiado el sentido de la vida de los discípulos galileos de Jesús. De la tristeza de la preparación expresada por medio del ayuno han sido transportados al ámbito de la plenitud de la alegría del banquete mesiánico. Todo discípulo de Jesús a lo largo de la historia deberá hacer la misma experiencia y, por ende, no hay espacio en su existencia para la tristeza. Los amigos del novio deben ser capaces de expresar la alegre intimidad con Jesús en la fiesta que significa el compartir del Reino.

Confederación Internacional Claretiana

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         Los discípulos del Bautista, animados por una piedad colectiva, realizaban ayunos constantes como medio de apresurar la llegada del Reino. Y en medio de esa fidelidad a las prácticas de la mortificación externa, se presentan a Jesús y le preguntan: "¿Por qué tus discípulos no ayunan?".

         Jesús está convencido que el problema no está en la discusión planteada por los seguidores de Juan, sino en la cuestión de fondo: el nuevo Reino ya ha llegado, y la nueva forma de vida ya ha sido inaugurada. Luego todo lo antiguo ya ha de ser suplantado por lo nuevo, incluidas las prácticas preparatorias por las nuevas prácticas evangélicas.

         La propuesta de Jesús es clara: no se puede recibir el reino de Dios con la mente y la vida embotadas por los esquemas mentales del pasado (ya caducos), ni por ritos externos que ponen de lado la alegría y la misericordia. No se puede echar vino nuevo (el reino de Dios) en odres viejos (la exclusividad religiosa).

         Y les viene a decir que el reino de Dios ha de ser recibido por hombres y mujeres nuevos, muchos de ellos ajenos al esquema simbólico del pueblo judío. Luego hay que adaptar ese esquema pasado a la nueva realidad. El Reino no puede estar ya apegado a lo pasado (la ley), sino abierto a lo futuro (el Espíritu). Pues sólo así podrá ser el Reino de la justicia y la misericordia, el Reino de la paz y el amor, el Reino del seguimiento y la alegría.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Mateo introduce hoy la temática del ayuno en un marco de controversia, y nos dice que en cierta ocasión se acercaron a Jesús los discípulos de Juan el Bautista para preguntarle, con cierta recriminación: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo, y en cambio tus discípulos no ayunan?

         Los bautistas entienden que ellos hacen lo correcto y que los discípulos de Jesús no, suponiendo que para ello han estado espiando el comportamiento descuidado o trasgresor de estos discípulos a quienes censuran como poco respetuosos de las observancias tradicionales. Y la censura alcanza al mismo Jesús, su Maestro, que les consiente este modo de actuar.

         La respuesta de Jesús, aunque significativa, tuvo que generar cierta perplejidad: ¿Es que pueden guardar luto los amigos del novio mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio y entonces ayunarán?

         Jesús parece relacionar el ayuno con el duelo y el luto (πενθειν), como si fuera una expresión de ese estado luctuoso y resultara incompatible con los tiempos festivos. Mientras el novio está con sus amigos no hay espacio ni para el duelo, ni para el ayuno, porque la amistad debe festejarse, y en este contexto celebrativo no cabe el llanto; tampoco cabe el ayuno.

         Pero Jesús anuncia un día no muy lejano en que a los amigos les sea arrebatado el novio. Y éstos, entonces, ayunarán. Ayunarán porque se verán privados de una presencia tan querida y celebrada. Jesús está aludiendo seguramente a su muerte próxima, y al estado de orfandad en que quedarán sus discípulos. Literalmente, a una situación de duelo, porque habrán perdido a su Maestro y Señor y no sabrán cómo consolarse.

         Esa ausencia que deja en situación de orfandad es equiparable a un verdadero ayuno: ayuno de presencia y proximidad del amigo y esposo. Y con ese ayuno vendrán otros, ligados a esa amistad o a la misión asumida en razón de esa amistad y discipulado.

         A Jesús no parece importarle demasiado que sus discípulos no cumplan con la observancia del ayuno. Lo que le interesa es que se afiance su unión con él, porque de esta relación de amistad brotarán todas las renuncias o privaciones exigidas por ella. Lo escuchábamos en el evangelio de ayer: El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. ¿No hay en esta negación de sí mismo una exigencia de ayuno de efectos incalculables?

         De hecho, los discípulos de Jesús ya habían tenido que ayunar de muchas cosas, todas esas que dejaron (familia, trabajo, status social, afincamiento) por seguir a Jesús, sin tener dónde reclinar la cabeza. ¿O es que no eran ayunos sus muchas renuncias? Finalmente, llegarán a perder (no hay mayor ayuno que éste) la propia vida por causa de Cristo y su evangelio. ¿Para qué conceder tanta importancia a esos ayunos propios de la observancia religiosa judía cuando en el seguimiento de Jesús estaban implicando la entera vida?

         Era esta relación la que habría de marcar por completo su existencia de discípulos ganados para la causa, de modo que en adelante su vida llevaría los rasgos y las huellas, las heridas incluso, de la vida del Crucificado. De aquí, de esta amistad y seguimiento renovados con la resurrección y el envío del Espíritu Santo, brotará una vida entregada a la causa del evangelio y dispuesta a las mayores renuncias (resp. ayunos), una vida martirial.

         Y no hay vida mejor dispuesta para el ayuno que la vida del mártir. Realmente, cuando se llevaron al novio, ayunaron, porque lloraron su muerte. Y cuando el novio les fue devuelto por la resurrección, recuperaron la alegría, pero teniendo que aceptar la despedida implicada en la Ascensión (una despedida que no impidió la llegada del Espíritu consolador, y con ella el consuelo de su presencia espiritual).

         En medio de este consuelo llevaron a cabo entre privaciones, ayunos y persecuciones la misión encomendada hasta la hora suprema del martirio. Fue el ayuno (= pérdida) de la propia vida por causa del Novio, a la espera de su encuentro definitivo con él.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 06/07/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A