3 de Julio

Miércoles XIII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 3 julio 2024

a) Am 5, 4-15.21-24

         Al final del reinado de Jeroboán II de Israel (ca. 750 a.C) el Reino del Norte vive en la prosperidad, entre éxitos militares, actividades comerciales fructuosas, riqueza y lujos. Y las gentes acaban por creer que eran objeto de una particular predilección divina, cantando las ventajas de la Alianza con Dios. Por eso Amós denuncia esta falsificación de la Alianza, y esa pretensión de privilegio, pues para estar realmente con Dios, lo que hay que hacer es "buscar el bien y evitar el mal", y hacer que "reine el derecho en el tribunal". Entonces, concluye Amós, "el Señor del universo estará con vosotros, tal como decís".

         En efecto, lo que agrada a Dios es la búsqueda del bien, tanto en el plan individual como en el plan social. Y una civilización de la abundancia puede, por desgracia, encubrir muchas injusticias, como la corrupción del derecho (para Amós, un crimen profesional), pues cuanto más potente se cree uno, o cuanto más poder tiene, más fácilmente puede perjudicar a las gentes indefensas.

         De ahí que el profeta insista: "Detesto vuestras peregrinaciones festivas, no me gustan vuestras asambleas. Y cuando me ofrecéis holocaustos y ofrendas no me complazco en vuestras oblaciones. Vuestros sacrificios de animales cebados ni siquiera los miro. Apartad de mi lado el sonido de vuestras canciones, que no quiero oír la salmodia de vuestras arpas". Jamás ha sido condenado con más vigor el formalismo litúrgico.

         La violenta acusación que hace Amós de la hipocresía religiosa será frecuentemente repetida por los profetas siguientes (Is 1,10-16; 29,13; 58,1-8; Os 6,6; Miq 6,5-8; Jer 6, 20), y en Jesús tendrá acentos equivalentes (Lc 11,41; Mt 7,21; Jn 4,21-24).

         Hay que imaginarse al profeta Amós de pie a la puerta del Templo de Siquén, y vociferando esas invectivas contra el culto en las barbas de los sacerdotes y peregrinos, y en el nombre mismo de Dios. Porque sus proclamas no cesaban, e insistían en que "vuestros gestos religiosos, dice Dios, no me interesan".

         No obstante, no es el culto en cuanto tal lo denunciado por Amós, sino el divorcio entre la fe y la vida, pues no puede uno creerse en regla con Dios porque cumple los ritos, si por otra parte desprecia los preceptos elementales de la justicia social y del amor al prójimo. San Pablo dará la expresión más elaborada y positiva de ese gran principio: "Ofreced vuestras personas como una víctima viva, santa y agradable a Dios, y tal será vuestro culto espiritual" (Rm 12, 1-2)

         El verdadero culto que agrada a Dios es nuestra vida cotidiana, vivida en la justicia y el amor. Y esto vale más que todos los ritos litúrgicos (Sal 40,7-9; 50,5-15; 51,18-19), porque así "el derecho fluirá como un manantial, y la justicia como un arroyo perenne". ¿Estoy de veras convencido de que Dios prefiere un acto de justicia a la solemnidad de hermosas ceremonias?

         Las religiones siempre corren el riesgo de esta desviación hacia el formalismo. ¿Caigo también yo en esta desviación? Me detengo ante ti, Señor, para considerar mi jornada de hoy, y con el fin de que el derecho en toda ella "fluya como un manantial y la justicia como un arroyo perenne". Los demás tienen derechos sobre mí.

Noel Quesson

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         Como los demás contemporáneos judíos, Amós cree que Dios escogió libremente a Israel entre todas las naciones, y pactó con él una Alianza. Pero contrariamente a la mentalidad común de Israel, insiste en que este vínculo no es natural e indisoluble, sino que es una relación moral. Y si la comunidad judía persiste en prescindir de las exigencias teologales y éticas de la Alianza, o si continúa degradándose en las prácticas idolátricas y en la violencia contra los débiles, el enemigo y el exilio pondrán fin a todo esto, para restablecer los derechos de Dios y de los pobres.

         Por 1ª vez en la literatura profética el juicio es descrito como el "día del Señor", expresión que pasará a ser fundamental en la escatología del AT. Amós no explica el origen y el significado de esta expresión, pero en la mentalidad popular evocaba una portentosa manifestación de Dios a favor de su pueblo y contra sus enemigos. Amós no duda de la llegada de este día, y viene a decir que el "día del Señor" será el momento en que Dios manifestará su victoria ( no la de Israel). Ese día significará que Israel tendrá que dar cuenta a Dios por haberle cerrado el paso tantas veces, o por haber desaprovechado tantas ocasiones (como recuerda el Salmo: "Oh, si oyerais su voz. No endurezcáis vuestro corazón como en Meribá"; Sal 95,7).

         Amós describe con agudeza el comportamiento irresponsable y criminal de los gobernantes de Israel, entregados a los placeres más refinados y libidinosos (como el uso de muebles con incrustaciones de marfil, el hecho de escoger los manjares más exquisitos, o el clima de música lujuriosa) y en claro contraste con un pueblo expoliado y defraudado en los tribunales de justicia ( convertidos en amargura y veneno).

         En efecto, describe Amós esos pecados (la rapacidad, la indolencia, el lujo, la sensualidad... con la injusticia que eso comporta) como un pecado contra naturaleza (Am 6, 12), y sentencia que su falsa seguridad ciega con un orgulloso optimismo que cierra a la palabra del profeta.

         Ante todo esto, Amós afirma la trascendencia de Dios respecto al pueblo judío, y por eso evita la expresión "Dios de Israel". En boca del pastor de Tecua, tan pródigo en nombres divinos, Dios lo es todo menos "el Dios de Israel". De esta manera, el concepto de Dios se eleva por encima del nivel simplemente tribal y nacionalista, y empieza a trascender sus fronteras.

Frederic Raurell

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         Una de las características más acusadas del profetismo bíblico, y que señala su línea reformadora, es la idea de que religión y ética son inseparables. Es un corolario inevitable del concepto que los profetas tienen de Dios. Por eso se entregan a la tarea de proclamar la ley de Dios y su justicia entre los hombres.

         Exponente de la unión entre religión y ética es la denuncia de la idolatría, del culto idolátrico. Porque la idolatría es un intento de objetivar la divinidad y así ahorrarse el paso por el Dios ético que interpela al creyente respecto a su comportamiento hacia los demás hombres, las auténticas imágenes de Dios. La voz del profeta Amós adquiere un acento inconfundible al entrar en este terreno.

         En la predicación profética, "buscar a Dios" significa tomar en la vida religiosa una firme determinación de descubrir la voluntad divina para conformar a ella la propia conducta. Y el término buscar (el darash hebreo, con el que se significaba la consulta de la voluntad de Dios, tanto por procedimientos rituales como por reflexión sobre la Torah) solicita todo el ser del buscador en su movimiento de orientación hacia otra persona, cuyo encuentro le compromete totalmente.

         A esta búsqueda queda vinculada una promesa de vida de una debida relación vital con Dios, tal como deja entender Deuteronomio: "Mira, hoy te pongo delante la vida y el bien, la muerte y el mal. Si obedeces los mandatos del Señor tu Dios, que hoy te promulgo, amando al Señor tu Dios, siguiendo sus caminos y guardando sus mandamientos, vivirás" (Dt 30, 15).

         Pero si la auténtica religión consiste en la conformidad a la voluntad de Dios (buscada, hallada y realizada), ¿qué significado podía tener el culto en Guilgal y en Betel, santuarios que el mismo Dios despreciaba? Amós disipa el celo pseudo-religioso de los fieles del Reino del Norte, y les recuerda que la búsqueda de Dios no pasa por estos santuarios, pues Bet-el (lit. casa de Dios) se ha convertido en Bet-Aven (lit. casa de la nada).

         Buscar a Dios sólo en el culto, e ignorarlo en la vida ética, constituye la más abominable de las idolatrías, pues de esa manera los pobres y oprimidos se encuentran siempre desamparados y sin defensa, en unos tribunales hipotecados por el soborno con que los ricos injustos desvían la sentencia de unos jueces venales. Dios ama a los hombres, y no la letra ni el sacrificio (ni mucho menos, el sacrificio humano).

Frederic Raurell

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         Amós, el decidido profeta de Dios, el "campesino de ojos abiertos", y el "vidente de Técoa", no duda en denunciar hoy el culto de Israel en sus templos (sobre todo en Betel), como liturgia vacía que no agrada a Dios. Y viene a decir que no es que no haya que rendir culto externo, sino que estas celebraciones deben ir acompañadas de buenas obras, de la justicia en los tribunales y del buen juicio. Si esto no es así, afirma el profeta, "Dios detestará y rehusará vuestras fiestas", y no querrá oír los cantos y las cítaras. Le repugna hasta el olor de los sacrificios que le ofrecen.

         La misma idea se prolonga en el salmo responsorial de hoy. Dios no necesita sacrificios de animales, y lo que quiere es que su pueblo cumpla la Alianza y camine según su voluntad: "No te reprocho tus sacrificios, pues están siempre ante mí. Pero ¿por qué recitas mis preceptos, tú que detestas mi enseñanza y te echas a la espalda mis mandatos?".

         En la palabra revelada de Dios se compara muchas veces la liturgia con la caridad. Y cuando la liturgia aparece vacía o vana (hecha de palabras y gestos exteriores, sin obras consecuentes en la vida), siempre queda descalificada. Como en el caso de Amós, que con razón es llamado el profeta de la justicia social, porque critica a los comerciantes de su época como "devoradores de los pobres" y señala con el dedo a los jueces corruptos (que se dejan comprar por dinero).

         También de nuestra liturgia se podría decir lo mismo, si ésta está vacía. Los cantos, los ritos, las fiestas, las oraciones... todo eso está muy bien, pero no acierta "el que dice Señor, Señor, sino el que cumple la voluntad de mi Padre" (como diría Jesús, que también dijo "misericordia quiero y no sacrificios"). Si existe divorcio entre la liturgia y nuestra vida, no es verdadero nuestro culto a Dios. Él no quiere que separemos nuestros cantos y oraciones de la caridad y de la justicia para con los demás.

         Juan Pablo II insistió mucho en las consecuencias que una eucaristía bien celebrada debe tener en el terreno de la caridad y la justicia social. Sobre todo lo hizo en el Congreso Eucarístico de Sevilla de 1993, al aseverar que:

"Quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve, y esto es una contradicción inaceptable comer indignamente el cuerpo de Cristo desde la división y la discriminación. El Sacramento de la Eucaristía no se puede separar del mandamiento de la caridad. No se puede recibir el cuerpo de Cristo y sentirse alejado de los que tienen hambre y sed, son explotados o extranjeros, están encarcelados o se encuentran enfermos. La eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres. Para recibir en la verdad el cuerpo y la sangre de Cristo entregados por nosotros, debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos".

José Aldazábal

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         Hoy nos habla Dios por medio de Amós, que en su tiempo arguyó al pueblo de Israel pidiéndole más coherencia. Si Dios nos ha elegido, y tenemos conciencia de tales, él y nosotros hemos de caminar juntos. Si no lo hacemos, ¿quién será el que falla y es infiel al compromiso?

         También nos recuerda hoy Amós que, si no nos corregimos de nuestras ingratitudes a Dios y a los hombres, seremos merecedores de justa condena, aparte de estar colaborando al mal de toda la humanidad. Por otro lado, ¿cómo podría ser bello el mundo, o alegre la convivencia, o fraternas las relaciones humanas, si por todas partes aparecen fantasmas de ingratitud o egoísmo, allí donde debería brillar el sol del amor, de la caridad, de la generosidad y de la justicia?

         Agradezcamos al Señor sus dones, incluido el envío de profetas, y rompamos para siempre en velo de nuestras infidelidades a un Dios que de verdad nos ama y nos convoca.

         Si cerramos los ojos para no ver toda la verdad, incluida la verdad profunda del ser humano, nos contentaremos con la superficialidad de los chismorreos de calle, de las pantallas o de las revistas de moda. Pero con eso no nos vamos a salvar personalmente, ni salvaremos de su mediocridad a la sociedad en que vivimos. Hay que oír la voz de los profetas de Dios, y esa voz siempre nos insistirán en la justicia, el deber, la solidaridad y la entrega de amor a los demás. ¿Cometeremos el error de no profetizar el s. XXI, y no ser testigos de la luz y del amor y de la salvación?

Dominicos de Madrid

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         El texto de hoy del profeta Amós pertenece a la 2ª parte del libro (cap. 3-6, la que recoge 3 palabras y 3 ayes dirigidos contra Israel por sus pecados), concretamente la del 1º ay (vv.7.10-17) y 2º ay (vv.18-27), el 1º dirigido contra los jueces que se dejan sobornar, y el 2º contra la falsa esperanza en el "día del Señor" y contra la hipocresía del culto.

         Podemos dividir claramente el texto en 2 partes. En la 1ª parte (hasta la alusión a los supervivientes de José) tenemos un oráculo dirigido contra los administradores de justicia corruptos (v.7), y en él el profeta, partiendo de la oposición bien-mal, condiciona la presencia de Dios en el pueblo (a que éste busque el bien). La narración crece en intensidad, e incorpora lo que da concreción al oráculo: la defensa de la justicia en el tribunal.

         La 2ª parte se dirige contra el falso culto. Se parte de una afirmación general puesta en boca de Dios ("detesto y rehúso vuestras fiestas"), concreta luego los detalles de la misma (alusión a las ofrendas, a los terneros cebados y al canto), y concluye exponiendo la solución al pecado (la práctica del juicio y la justicia). Éste es precisamente el elemento que da unidad a nuestro texto (el sentido del culto, y su búsqueda de Dios), que se expresa en la práctica del bien y el abandono del mal.

         La expresión "la casa de José" es el epónimo utilizado para referirse a las tribus de Efraín y Manasés (Am 6, 6), es decir, al Reino del Norte donde predica Amós. La expresión "los supervivientes" recoge la teología del resto que desarrollará más adelante el profeta Isaías (Is 4, 3), y es la formulación más antigua esta doctrina, aunque aquí aparezca expresada en forma negativa ("quizás se apiade el Señor").

         Respecto a los "los jueces", nos dice Amós que se engañan cuando desean que el Señor se haga presente, pues el hecho de haber sido elegidos no da garantía de protección (Am 3,2; 9,7). La crítica que se hace de "el culto" se refiere a la religiosidad exclusivamente formalista, sin relación con la práctica de la moralidad. Más aún, se critica la falsa conciencia de que las prácticas religiosas sustituyan la actuación moral correcta, algo muy criticado por los profetas venideros (Is 1,10-16; 29,13-14; 58,1-8; Jer 6,10; Os 6,6; Miq 6,5-8; Jl 2,13; Zac 7,4-6) y por el mismo Jesús (Jn 4, 21-24).

         Los "dones ofrecidos" puede estar aludiendo a los sacrificios, aunque no se excluye que signifiquen ofrendas cereales o de cualquier otro tipo. Los sacrificios en acción de gracias son los sacrificios de comunión en donde una parte de la víctima era quemada, otra se reservaba para el sacerdote, y una tercera era para el oferente. Estas ofrendas sacrificiales se acompañaban con el canto (1Sm 10, 5). Los términos "juicio y justicia" son traducción de 2 términos hebreos distintos, aunque aquí están expresando la misma idea, siendo empleados por el juego literario al que se prestan.

Servicio Bíblico Latinoamericano

b) Mt 8, 28-34

         Escuchamos hoy cómo llegó Jesús a la otra orilla del lago de Galilea, a la región de los gadarenos. Y desde el cementerio 2 endemoniados salieron a su encuentro (v.28), tan peligrosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino.

         Gadara estaba en el lado oriental del lago, a unos 10 km al sur de la desembocadura del Jordán. Y los endemoniados salen al encuentro de Jesús desde el cementerio, donde vivían entre los muertos, como muertos en vida. A su impureza por el contacto con los demonios añadían, pues, la impureza del contacto con los muertos.

         Como se ha notado, los endemoniados salen al encuentro de Jesús como si supieran que había de llegar (conexión con la perícopa anterior). Son muy violentos, y transitar por aquel camino era altamente peligroso. Este rasgo indica que los endemoniados no representan simplemente al pueblo de Gadara, sino a una parte en él vive en condición inhumana (en el cementerio) y en rebelión respecto a la sociedad (poseídos por el demonio). Representan, pues, a una clase opresora.

         De pronto, los endemoniados empezaron a gritar: "¿Qué tienes tú contra nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí antes de tiempo para someternos al suplicio?".

         Estos endemoniados se resisten a la acción de Jesús, como lo indican sus gritos: "¿Qué tienes tú contra nosotros?". Al tiempo que reconocen su condición divina: "Hijo de Dios" (concepto familiar al mundo pagano, aunque no con la dimensión teológica que le atribuye Mateo). Saben que Jesús va a atormentarlos "antes de tiempo", cuando aún no se les ha presentado la ocasión propicia. Y hablan los hombres, llevados por el espíritu diabólico.

         El verbo atormentar pone a esta perícopa en relación con la del criado del centurión, que "sufría terriblemente" (Mt 8, 6). Se trata de un paganismo que está paralizado, privado de vida y que rechaza a Jesús (Mt 8, 6). En el caso del centurión, se trataba del criado que habitaba "en la casa de su amo" (el centurión); en el caso de los endemoniados, se trataba de los sometidos en rebeldía, que habitan "en el cementerio de los muertos".

         Lo que produce la violencia de estos hombres son los demonios que los poseen; éstos pueden identificarse con el "espíritu de violencia". Por eso se resisten a ser liberados de ese espíritu, que mantiene su rebeldía, aunque los reduce a un estado de muerte. Jesús no pronuncia palabra, pero los démones (lit. demonios) conocen su derrota.

         Una gran piara de cerdos estaba hozando a distancia. Y los demonios le rogaron: "Si nos echas, mándanos a la piara". Jesús les dijo: "Id" (vv.30-32).

         Había allí a distancia una piara de cerdos, propia de los países paganos (nunca de Israel, que no comía carne de cerdo). El cerdo era animal impuro, y la piara es numerosa, así como considerable el dinero capaz de producir. En el judaísmo del tiempo, el cerdo era un símbolo del hombre pagano, luego la piara representa al mundo pagano.

         Los demonios (seres impuros) vuelven, pues, a su lugar natural: los cerdos (seres impuros). Y la liberación que hace Jesús provoca la ruina del sistema económico, pues los cerdos perecen en las aguas.

         Toda la ciudad sale al encuentro de Jesús, frase en paralelo con la del principio (v.28): los 2 endemoniados salieron del cementerio al encuentro de Jesús. El paralelo indica que los habitantes de la ciudad estaban poseídos del mismo espíritu. Ruegan a Jesús que se marche de su territorio. Continúa la oposición expresada por la tempestad (Mt 8, 24) a la actividad de Jesús en territorio pagano. Era "la ciudad", cuyo orden social se encuentra amenazado por la actividad de Jesús, la que se conmovía hasta sus cimientos (Mt 8, 24).

         Jesús vuelve a su ciudad. Pero no menciona Mateo el nombre de Cafarnaum, sino "su propia ciudad" (judía), opuesta a "la ciudad" pagana que le ha pedido que se marche.

Juan Mateos

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         El evangelio de hoy se ubica en la misma sección que el del lunes anterior. Sería bueno repasar las breves notas que proponíamos ese día. Nos encontramos, por tanto, en la 2ª parte del evangelio de Mateo, donde Jesús anuncia el reino de Dios a Israel. Tanto en Marcos (Mc 5, 1-20) como en Lucas (Lc 8, 26-39), el episodio se sitúa, como aquí, tras el milagro de la tempestad calmada. Si bien cada uno de ellos recoge detalles distintos, Mateo parece que los reduce, posiblemente para que el lector preste atención a la figura de Jesús.

         La localización de la acción en Gadara, situada al sudeste del lago de Galilea, es más acertada que Gerasa (Mc 5, 1) o Guerguesa (Lc 8, 26). En todo caso se trata de un lugar no judío, que no hay que dejar pasar por alto su simbolismo. Mateo habla de dos endemoniados, mientras que Marcos y Lucas sólo hablan de uno.

         Lo que sí está claro es que se expresa el dominio que Jesús tiene sobre las fuerzas del mal (en que los fariseos veían la mano del demonio; Mt 12, 22-28). No es que se esté invitando al lector a creer en los demonios, sino que se manifiesta que Jesús está sobre ellos (es muy significativo que cuando el NT cataloga a una persona como enferma, Jesús actúa como sanador (Mt 9,32; 12,22-24; Lc 13,10-17).

         La expresión "¿qué quieres de nosotros?" (lit. "¿qué a nosotros y a ti?") es en realidad una repulsa. El título "hijo de Dios" que los endemoniados otorgan a Jesús está cargado de significado: los poderes del mal reconocen ante quién se encuentran y saben que tienen la batalla perdida (Mc 1,24; 3,11; Lc 4,41; Hch 16,17; 19,15), si bien hay humanos que se niegan a reconocerlo (Mt 12, 24-32). El antes de tiempo se refiere, en esta perspectiva desde la que estamos analizando los principales elementos, a la consumación escatológica, al momento en el que Dios destruirá todo poder hostil (1Cor 15, 24-25).

         La petición de los demonios de ser mandados a los cerdos está diciendo que el lugar más adecuado para el mal es un ser impuro. Con la presencia de la piara y el ámbito del cementerio, además de la referencia del nombre de la comarca se están indicando que toda la actividad de Jesús se realiza en ámbito gentil. La reacción de los gerasenos no debe ser interpretada exclusivamente como rechazo de Jesús. Se está reconociendo su poder (Mt 8, 27), pero esto les resulta peligroso, posiblemente se esté pensando que él mismo es un demonio (Mt 12, 24).

         Se evidencia de este modo que el milagro no es medio para inculcar la fe, pero sorprende que no se haga ningún comentario acerca de las razones. En Marcos el hombre sanado le pide a Jesús que le permita seguirle y éste le encarga que proclame la noticia entre sus paisanos (Mc 5, 18-19), ambos detalles son omitidos en Mateo.

Fernando Camacho

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         Los 3 evangelios sinópticos aportan este relato extraño de unos demonios que fueron expulsados y que, al salir de los cuerpos de los poseídos, se metieron en los cuerpos de unos cerdos de la zona. Marcos sitúa a los 2 endemoniados entre los gerasenos (Mc 5, 1), Lucas entre los gergesenos (Lc 8, 26) y Mateo entre los gadarenos (Mt 8, 28).

         Respecto a estas discrepancias, apunta el p. Lagrange que lo que vienen a mostrar es que en la redacción de los evangelios "no hubo acuerdos tácitos, sino puesta por escrito de lo manifiesto" por cada evangelista, aunque tuviera sus errores. Lo importante, pues, es que estos 3 documentos se cruzan (coinciden) en lo esencial, conservando cada uno su autonomía y propia redacción, aun con sus errores de detalle. Esto es humano, y sabemos cuán fácil es la deformación de los nombres propios, y más a lo largo de 21 siglos de traducciones y manuscritos sin apenas tinta en su pergamino.

         El hecho es que, desde el cementerio, 2 endemoniados salieron al encuentro de Jesús. Y eran tan peligrosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino. El panorama es siniestro. A orillas del lago hay unos senderos en cuesta abrupta y rocosa, con grutas y tumbas: guaridas de bandoleros y de anormales, que roban a los transeúntes... Los demonios encuentras allí buena clientela, y de pronto se ponen a gritar: "¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí a atormentarnos antes de tiempo?".

         Lo 1º que notamos es que la lucidez de los demonios es extraordinaria, y muy superior a la de los hombres. Sobre todo por su alusión al "antes de tiempo", que parece hacer alusión a "la hora" del Juicio Final (en la que todas las fuerzas del mal serán reducidas a la impotencia). Los demonios ¡lo saben!, y saben que Jesús va a anticipar ese día para que todos tengamos confianza en esta victoria final y definitiva.

         El simbolismo envuelve a los demonios, a través de las tumbas y los cerdos (según los 3 evangelistas) y la violencia furiosa (según Mateo). Y sobre todo fue ese 3º elemento el que "impedía a las gentes transitar por ese camino". Sí, las fuerzas del mal atacan al hombre, le desvían de su ruta normal, le impiden realizar su camino. El mal carga contra el hombre, aun cuando toma la apariencia de ser su placer o su bien. Es preciso, pues, desenmascarar a Satanás, aquel que "impide al hombre pasar".

         Y he aquí que "la piara entera se abalanzó al lago, acantilado abajo, y murió ahogada". Este detalle nos choca. Corresponde a un esquema mental judío que no llegaremos a percibir. El cerdo era un animal impuro, cuya carne estaba prohibida comer (Lv 11, 7-8).

         Jesús encuentra una piara en territorio pagano, y por medio de ese gesto espectacular, hace una catequesis para mostrar que el mal será "tragado por el mar", al igual que la bestia del Apocalipsis (Ap 19, 20) será precipitada al "mar de fuego".

         Los porquerizos salieron huyendo, llegaron al pueblo y lo contaron todo incluyendo lo de los endemoniados. Entonces el pueblo salió adonde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que abandonase su país. A Jesús no le cuesta trabajo sacar a los demonios. En cambio choca con la incomprensión de los hombres. El relato termina con la declaración de un fracaso dramático: ¡Jesús es expulsado! El camino que conduce a Dios está abierto, los demonios lo interceptan, pero los hombres se resisten a comprometerse. Señor. sana el mal uso de nuestra libertad.

Noel Quesson

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         Al poner Jesús pie en la región de Gadara (ciudad helenística junto al mar de Galilea), van inmediatamente a su encuentro 2 hombres endemoniados (poseídos por un espíritu inmundo), que no aguardan a que Jesús se les acerque, sino que toman la iniciativa. Como atraídos por la presencia de Jesús, van a su encuentro. Los poseídos acuden a Jesús desde el cementerio, y salen desde los sepulcros (lugar de muerte) para acercarse a él (dador de vida).

         Es de notar el énfasis negativo del texto, que dice que "nadie era capaz de pasar por aquel camino" porque los endemoniados "eran furiosos". Vemos cómo el mundo antiguo (tanto judío como gentil) atribuía a los demonios los trastornos repulsivos para los que no había explicación.

         Los endemoniados gritan y protestan: "¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios?". La frase denota una fuerte hostilidad, y un sentimiento de amenaza (de Jesús, para con ellos) distinta hacia ellos (no como la que diariamente encontraban en los demás).

         Los demonios suplican a Jesús que les envíe a la piara de cerdos, detalle que indica que el episodio tiene lugar en territorio no judío. El cerdo era un animal impuro, luego no estaba mal para que entrara en él un demonio, igualmente signo de impureza. Los demonios entraron en la piara de cerdos y de inmediato los precipitaron al mar. El relato da a entender que los demonios murieron con los cerdos al precipitarse estos en el mar.

         A través del exorcismo, pues, Jesús libera del miedo a los demonios. Y demuestra que los demonios no tienen poder real alguno, al tiempo que quedan sometidos a la palabra de Jesús. El poder de Dios vence cualquier poder enemigo.

Gaspar Mora

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         Tras calmar ayer la tempestad del lago de Galilea, hoy el milagro de Jesús sucede en territorio pagano (en Gerasa o Gadara), liberando a 2 enfermos de posesión diabólica.

         Se trata de un milagro un poco misterioso. El relato parece más simbólico que preocupado por los detalles históricos: país pagano, posesión diabólica, cementerios como lugar de muerte, y traspaso de los demonios a los cerdos (los animales inmundos por excelencia, para la cultura antigua). Parece como si Mateo quisiera acumular todos los grados del mal para recalcar después el poder de Jesús, que es superior al mal y lo vence eficazmente.

         Los demonios reconocen al Mesías, y se quejan de que adelante su derrota (anunciado que los demonios serían maniatados al final de los tiempos). Efectivamente, en el Apocalipsis (Ap 19, 20; 20,2) se canta la victoria final contra la bestia y sus secuaces, que son arrojados al fondo del mar (como los cerdos de la escena de hoy). En cuanto al signo de hoy, éste no produce efecto entre los habitantes del lugar, que piden a Jesús que se marche (al considerarlo culpable de la pérdida de la piara de cerdos, que seguramente se debió a algún fenómeno producido por los demonios).

         Jesús sigue ahora su lucha contra el mal, y nosotros con él. Porque ante el mal que hay dentro de nosotros, o el mal que hay en el mundo, Jesús sigue siendo el más fuerte. Tanto si se personifica el mal en el demonio (cosa que hace tantas veces el evangelio) como si no, todos tenemos experiencia de que existe el mal en nuestras vidas, y de que nuestras fuerzas son escasas para combatirlo.

         ¿Somos nosotros como los gerasenos, que desaprovechan la presencia del Mesías y no parecen querer que les cure de sus males? ¿Invocamos confiadamente a Jesús para que nos ayude en nuestra lucha? Haremos bien en pedirle que nos libere de las cadenas que nos atan, de los demonios que nos poseen, de las debilidades que nos impiden una marcha ágil en nuestra vida cristiana.

         En el Padrenuestro pedimos a Dios "líbranos del mal", del Maligno. Cuando vamos a comulgar, se nos recuerda que ese Pan de vida que recibimos (Jesús Resucitado) es "el que quita el pecado del mundo". Como seguidores de Cristo, tenemos que saber ayudar a otros a liberarse de sus males. Jesús nos da a nosotros el equilibrio interior y la salud, con sus sacramentos y su palabra. Y nosotros hemos de ser buenos transmisores de esa misma vida a los demás.

José Aldazábal

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         Al poner Jesús pie en la región de los gadarenos (Gadara, ciudad helenística situada al sureste del mar de Galilea, dentro de la Decápolis pagana), salen a su encuentro 2 hombres poseídos por un espíritu inmundo, que no aguardan a que Jesús se les acerque, sino que ellos toman la iniciativa.

         Los poseídos acuden a Jesús desde el cementerio ("salían de los sepulcros"), un lugar de muerte donde han mantenido una violencia constante y una impureza permanente. Y van a Jesús porque ven en él una posibilidad de vida. En efecto, Jesús los libera, haciendo que los espíritus inmundos se alejen de los posesos y, yéndose a unos cerdos (signo de gran impureza), terminen despeñándose en el mar, donde se ahogan.

         Otro año más escuchamos el relato de los cerdos de Gerasa. Frente al ambiente de muerte existente en aquel pueblo pagano (cementerio, endemoniados, camino intransitable), Jesús establece un orden de vida (los demonios y los cerdos impuros al mar impuro; los curados, a su casa). Los porquerizos, sin embargo, no entendieron la jugada, y sólo vieron que su negocio se fue a pique. Por eso, le rogaron a Jesús que se marchara de su país.

         No siempre el nuevo orden de Jesús resulta aceptable, y a menudo muchas personas prefieren el viejo desorden con tal de mantener su intereses.

Gonzalo Fernández

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         Hoy contemplamos un triste contraste. Contraste porque admiramos el poder y majestad divinos de Jesucristo, a quien voluntariamente se le someten los demonios (señal cierta de la llegada del Reino de los Cielos). Pero, a la vez, deploramos la estrechez y mezquindad de las que es capaz el corazón humano al rechazar al portador de la Buena Nueva: "Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, en viéndole, le rogaron que se retirase de su término" (v.34). Y triste porque "la luz verdadera vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron" (Jn 1, 9.11).

         Más contraste y más sorpresa si ponemos atención en el hecho de que el hombre es libre y esta libertad tiene el poder de detener el poder infinito de Dios. Digámoslo de otra manera: la infinita potestad divina llega hasta donde se lo permite nuestra poderosa libertad. Y esto es así porque Dios nos ama principalmente con un amor de Padre y, por tanto, no nos ha de extrañar que él sea muy respetuoso de nuestra libertad: él no impone su amor, sino que nos lo propone.

         Dios, con sabiduría y bondad infinitas, gobierna providencialmente el universo, respetando nuestra libertad; también cuando esta libertad humana le gira las espaldas y no quiere aceptar su voluntad. Al contrario de lo que pudiera parecer, no se le escapa el mundo de las manos: Dios lo lleva todo a buen término, a pesar de los impedimentos que le podamos poner. De hecho, nuestros impedimentos son, antes que nada, impedimentos para nosotros mismos.

         Con todo, uno puede afirmar que, "frente a la libertad humana, Dios ha querido hacerse impotente. Y puede decirse asimismo que Dios está pagando por este gran don (la libertad) que ha concedido a un ser creado por él a su imagen y semejanza (el hombre)". Son palabras de Juan Pablo II, que viene a decir que "Dios es un buen pagador" (según Santa Teresa de Jesús). Y que si le echamos, él obedece y se marcha. Él paga, pero nosotros perdemos. Salimos ganando, en cambio, cuando respondemos como María: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38).

Antoni Carol

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         La sola presencia de Jesús hace a estos endemoniados salir de sus sepulcros, y no sólo los hace salir, sino que los hace sentir atormentados pues saben cuál será su destino, cuando Jesús muera en la cruz: condenación total. Por esto declaran que Jesús los ha venido a atormentar antes de tiempo; antes de que se corone como rey de reyes y el príncipe del mundo sea dominado bajo sus pies.

         Las cosas que en nuestras vidas de alguna manera nos tienen confinados a sepulcros también ante la sola presencia de Jesús saben que tienen sus días contados y por eso, muchas veces, nuestra actitud o la de personas que se acercan a nosotros, que hemos reconocido a Jesús como nuestro salvador y le hemos dejado habitar en nuestros corazones, mostramos actitudes agresivas que impiden que cualquiera pueda atravesar las barreras que ponemos en el camino.

         Sin embargo, Jesús, que lo puede todo vencerá, mejor dicho venció. Es ahí donde radicará la diferencia para nosotros poder seguir adelante, liberados. Veo la actitud de Jesús en todo este momento. No parece agitada, solo serena, dando la orden que nos libera y nos ha de librar en todo momento del pecado, las ataduras,  las angustias, las dolencias y los temores.

         Cada una de estas cosas reconocerán delante de quien están si realmente le damos a Jesús el centro de nuestras vidas y, al igual que los demonios pedirán ser expulsadas. Jesús dirá, una vez más y con toda su serenidad: "Id".

Miosotis Nolasco

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         La escena no puede ser más tétrica. El país de los paganos, ajenos a la salvación de Dios, es el país de la muerte. Los 2 primeros habitantes que Jesús encuentra viven en un cementerio, lugar de los muertos. No conocen al Dios que se manifiesta en Jesús, que ha cruzado con los suyos a la otra orilla (al mundo pagano) para comunicar vida. Además de vivir en un cementerio, los endemoniados provocan violencia y muerte a su alrededor: "Eran tan peligrosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino". Llama la atención que, cuando se encuentran con quien puede salvarlos, creen que se trata de alguien que viene a atormentarlos más: "¿Quién te mete a ti en esto, hijo de Dios?".

         Los demonios sí saben quién es Jesús y, por eso, le piden que los arroje al rebaño de cerdos, animales impuros, que, a su vez, se precipitan en el mar, lugar donde, según las concepciones antiguas, habitaban los demonios. Jesús ha restablecido el orden. Cada uno en su lugar: el endemoniado en su casa, con los suyos (nos dirá Marcos), y los cerdos (animales impuros) y los demonios (espíritus inmundos) al mar, la cuna de los demonios.

         Pero siempre hay alguien que no está de acuerdo o no entiende. En este caso son los vecinos del pueblo quienes piden a Jesús que deje las cosas como estaban. Ellos prefieren el capital (los cerdos) a Jesús (que devuelve la vida al endemoniado). Y le ruegan que se vuelva a la otra orilla. Jesús se va, pero antes ha mostrado la liberación que puede recibir quien se encuentre con él, aunque sea pagano.

José A. Martínez

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         Jesús atraviesa a la otra orilla, a la otra región más allá de la judía, la región de los gerasenos. En su paso por ese lugar se encuentra con 2 endemoniados que se encontraban en el cementerio. Los endemoniados eran muertos en vida, y por eso frecuentaban el cementerio (como lugar donde reposaban los muertos).

         Los endemoniados reconocen en Jesús al Hijo de Dios, le temen y le interpelan. Jesús también les lleva el milagro del amor de Dios a ellos rompiendo las barreras culturales, y manifestando la universal salvación de Dios que no se dedica a un solo pueblo, como lo entendieron los israelitas y como aún lo comprenden; Jesús proclama a su Padre como el Padre de todos en el universo y así manifestó el inicio del reinado de Dios en medio de los de Generaza.

         La liberación de los endemoniados por parte de Jesús no es por la fuerza (que siempre destruye y degenera) sino por el amor de Dios (que incluye a los excluidos y llama al perdón a los pecadores). Se trata del Dios que da una nueva oportunidad en la vida, y no condena por los fracasos y por los desatinos; el Dios que entiende la realidad del ser humano y por eso lo vuelve a llamar, y le vuelve a proponer su amor.

         La gente del pueblo de los gerasenos quedaron admirados por la liberación que Jesús hizo de los endemoniados. Dios no hace caso de las barreras creadas por los sistemas, y a él le importa el ser humano integralmente. Por eso lo rescata del abismo y le da la posibilidad de ser una criatura nueva, con capacidad de luchar por el bien y dar testimonio del amor de Dios.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         El relato de Mateo da cuenta hoy de un curioso exorcismo. Dos endemoniados, calificados de furiosos, salen al encuentro de Jesús nada más desembarcar éste en la región de los gerasenos. Vivían en el cementerio y provocaban verdadero pánico, porque se comportaban como locos peligrosos, dignos de ser evitados.

         Los endemoniados, nada más ver a Jesús, lo reconocen y hacen ante él un curioso acto de fe: ¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?

         Resulta extraño ver al demonio (puesto que por boca de los endemoniados habla el mismo demonio que los posee) reconociendo en Jesús al Hijo de Dios, que ha venido a librar batalla contra él y a expulsarle de sus dominios (esas personas de las que ellos han tomado injustamente posesión, como si fueran botines de guerra). Por lo visto, la presencia ante ellos del Salvador les anticipaban, aunque fuese temporalmente, los tormentos que habrían de padecer eternamente en el infierno.

         Los demonios, que ya han reconocido quién es el que hay ante ellos (el Hijo de Dios), y que presienten la orden inapelable que éste último aplicará sobre ellos (el poder de su Creador), le hacen entonces una última petición a su verdugo: que les permita, al menos, tomar posesión de unos cerdos que estaban hozando en aquella región (como si su existencia no pudiera entenderse sino estando en posesión de alguien, o teniendo dominio en algún lugar de este mundo).

         Jesús les permite este desplazamiento, y los demonios, expulsados de sus posesiones, se meten en los cerdos, los cuales se abalanzan acantilado abajo, hasta ahogarse en las aguas del fondo. Pero aquello ahuyentó a los porquerizos, los cuales, amedrentados, corrieron al pueblo y contaron lo sucedido a todos los vecinos. Entonces el pueblo entero salió adonde estaba Jesús, y le rogaron que se marchara de su país.

         Tanto la muerte accidentada de los cerdos, como la milagrosa y repentina curación de los endemoniados, asustó a aquellos paisanos, del mismo modo que nos asusta a nosotros lo incontrolable y lo sobrenatural. Y es que allí se habían dado cita fuerzas sobrenaturales de diferente signo, que no podían sino causar desasosiego a los habitantes de aquel territorio.

         Es verdad que la presencia de Jesús había traído la liberación a aquellos pobres endemoniados, pero no sin daños colaterales. Los porquerizos de aquellas tierras habían perdido en pocos segundos toda una explotación de cerdos, con el consiguiente quebranto económico para ellos y sus familias. Demasiadas cosas para no sentirse estremecidos y temerosos, demasiadas alteraciones para sus vidas ordinarias y apacibles. Por eso le ruegan que se marche del país, pues su presencia les resultaba muy inquietante.

         Esto es lo que sucede cuando dejamos a Jesús entrar en nuestras vidas: que nos sana y libera (de enfermedades, de dominios maléficos...), pero al mismo tiempo introduce alteraciones y pérdidas, hasta arrebatarnos el control de nuestras vidas.

         Son los efectos colaterales de su actuación salvífica, que no por eso deja de ser misericordiosa. No hagamos como los vecinos que aquel pueblo de Gerasa, que le ruegan que abandone el país (y consecuentemente, sus vidas) porque les ha arrebatado momentáneamente sus seguridades (la piara de cerdos).

         Nuestras vidas estarán siempre más seguras con Jesús que sin él. Y por encima de todo estará más segura nuestra salvación, pues sólo con él dispondremos del poder para vencer las acechanzas del enemigo.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 03/07/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A