2 de Julio

Martes XIII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 2 julio 2024

a) Am 3,1-8; 4,11-12

         Una de las denominaciones más significativas dadas hoy al profeta Amós es el de ish riv (lit. hombre de querella), cuyo significado nos lo dirá más adelante Oseas: "El Señor pone pleito a los habitantes del país, porque no hay verdad, ni lealtad, ni conocimiento de Dios en el país. Este pueblo perjura, miente, mata, roba, adultera, oprime, y la sangre se sucede a la sangre. Pero nadie protesta, y nadie reprende" (Os 4, 1).

         En efecto, cuando Amós aparece súbitamente en un mundo de refinada crueldad, sus palabras firmes y rigurosas nos dibujan la fisonomía de uno de los más valerosos hombres de la querella del AT. Es él quien introduce en el profetismo la espontaneidad dinámica y valiente, desconocida desde la desaparición de Elías.

         Otros profetas maduraron a la sombra de un maestro, pero Amós conoce solamente la feroz llamada de Dios, que lo arrastra a restituir la totalidad de una obligación: la Alianza. Sus palabras están llenas de indignación moral, pero no condenan el progreso humano, sino el orgullo y la injusticia.

         Amós interpela a las mujeres de Samaria, y las compara al ganado de la raza de Basán (meseta de Transjordania, famosa por sus bosques de encinas y por sus pastos), lugar donde crecían las vacas gordas que le recuerdan las voluminosas damas de la alta y corrompida sociedad israelita.

         Con este cumplido sarcástico, el pastor de Tecua arremete contra estos gavilanes femeninos, que con sus seductoras astucias susurran eficazmente al oído del marido: "Trae de beber" (v.1). El profeta descubre en la codicia insaciable de las mujeres una de las causas determinantes de las injusticias sociales, origen de una pobretería que constituye el ágape seductor de los traficantes sin moral.

         En los vv. 4-5 continúa la invitación sarcástica de Amós a participar en un culto en el cual puede hallarse todo menos a Dios, tal como lo resaltan los adjetivos posesivos: "vuestros sacrificios" y "vuestros diezmos". Amós combate así el ritualismo e iniquidad, y denuncia la corrupción de identificar a la idea de pueblo escogido la de favoritismo. El profeta denuncia el intento de convertir a Dios en encubridor de las clases corrompidas, y el intento de legitimar la expoliación, en ese afán por apoderarse de Dios para esclavizar al hombre.

Frederic Raurell

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         Amós es uno de los profetas que expresa con más eficacia el carácter absoluto de la llamada divina. Por otra parte, vivir significa para el profeta de Tecua ser solidario con el misterio de Israel. Entre él y sus contemporáneos se establece un contraste de visión respecto al tiempo bíblico.

         Mientras que la gran mayoría del pueblo considera que la historia de salvación está ya terminada y construida, Amós insiste en la necesidad de construirla en cada momento, porque la historia de salvación está abierta a Dios y a la responsabilidad de los hombres. Este desacuerdo en la visión hace que la profecía se experimente como una injerencia incómoda y como un escándalo en el interior de la comunidad.

         Para legitimar su derecho a proclamar el juicio de Dios, el profeta dirige a sus oyentes una serie de preguntas, ninguna de las cuales puede ser contestada negativamente. El antiguo pastor de Tecua solicita así, de una forma casi mayéutica, la atención y el asentimiento del auditorio.

         Habiendo admitido la imposibilidad de negar la indisoluble conexión entre una serie de fenómenos bien conocidos, los destinatarios han de conceder igualmente la relación de causa y efecto entre el ser llamado y el profetizar. La palabra de Dios es tan imperativa como el rugir del león: "Rugiendo el león ¿quién no temerá? Hablando el Señor, ¿quién no profetizará?" (v.8).

         Amós es uno de estos creyentes a quien Dios no confía únicamente un mensaje, sino su propia preocupación. No es únicamente un portavoz de Dios, sino su partidario y confidente. Amós es un creyente auténtico, y no de fe endeble y vacilante. Asume su parte del misterio divino, y en él el aspecto carismático del nabí (lit. llamado) estriba en su inmediatez con Dios. El profeta es el hombre de Dios, y a partir de ahí la palabra divina que transmite no es simplemente mensaje, sino también agente de grandes acontecimientos de la historia, de un Dios que viene y que vendrá para salvar al hombre.

Frederic Raurell

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         Escuchad esta palabra que pronuncia el Señor contra vosotros, hijos de Israel, viene a decir hoy el profeta Amós: "De todas las familias de la tierra solamente a vosotros conocí. Por eso os pediré cuenta de todas vuestras iniquidades".

         Ningún pueblo escapará a la justicia de Dios. Y Amós afirma, con un vigor no superado, la igualdad de todas las razas y de todas las naciones ante la justicia y la misericordia de Dios. Hay que leer (Am 1,3 a 2,3) la lista de los crímenes de Damasco, de Gaza (Filistea), de Tiro (Fenicia), de Edom, de Ammon y de Moab, todos ellos vecinos paganos, para darse cuenta de lo que quiere decir Amós.

         Todos deberían obrar según su conciencia, pues lejos de ser un privilegio, la elección particular de Israel es una mayor responsabilidad. Amós invita a profundizar la idea de Alianza, pues en ella Dios, maestro de todos los pueblos, y fiador de todas las conciencias humanas, eligió un pueblo para que fuera su testigo.

         Llevemos a la oración nuestra responsabilidad particular de llamados, pues también el propio Jesús nos repetirá lo mismo que hoy nos dice Amós: "Os digo que, en el día del juicio, habrá menos rigor para Sodoma que para ti" (Mt 11, 24). Dios es coherente en sus ideas, y en ese sentido Amós preanuncia a Jesús.

         Seguramente debieron preguntar a Amós que por qué hablaba en nombre de Dios, y de ahí que Amós respondiera con cuanto tenía de vocacionado: "Cuando Dios habla, ¿quién podría resistirle?". Señor, danos esa convicción fuerte y evidente, de que eres tú quien nos llama en ciertos momentos de nuestras vidas. En lugar de quedarnos en el nivel elemental y banal del azar, haz que sintamos, Señor, todo lo que hay de trascendente en las llamadas que oímos, y en los compromisos que nos solicitan. Efectivamente, nada menos que el Señor Dios es quien nos habla en esos instantes: ¿quién podría rehusar su llamada?

         Tras lo cual, lanza Amós una serie de imágenes vivas e inolvidables: "¿Ruge el león en la selva, sin que haya presa para él? ¿Cae el pájaro en el lazo sin que haya un cebo que le atraiga? ¿Suena el cuerno en una ciudad sin que se alarme el pueblo? ¿Llega el infortunio a una ciudad sin que el Señor sea el autor? El león ha rugido, ¿quién puede no espantarse? Dios ha hablado, ¿quién podría rehusar ser su profeta?".

         Realmente, se trata de la experiencia de un hombre que ha hallado a Dios. No obstante, Amós sigue sin decir cómo sucedió su llamada, limitándose a describir que ésta se le quedó bien grabada: la llamada de Dios ha sido tan fuerte como un rugido de león, como un cuerno que suena, como una trampa que se dispara. En cuanto a mí, ¿cuál es mi vocación? ¿Qué rugido de Dios he percibido? ¿Qué hay de irresistible en mi vida? ¿A qué tiendo a resistirme? ¿Qué es lo difícil? La dificultad es a veces señal del deber.

         Tras lo cual, concluye Amós su profecía: "Prepárate, Israel, para encontrar a tu Dios". En lugar de la palabra Israel, puedo yo poner mi propio nombre: "Prepárate... para encontrarte con tu Dios". Dios no habita en la lejanía, sino que se le encuentra en cada llamada de nuestra conciencia. Cada instante nos trae su voluntad, y en la vida corriente uno puede aceptar o esquivar ese encuentro, o bien no darse cuenta. ¡Cuán hábiles somos a cerrar los ojos y los oídos!

Noel Quesson

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         El profeta Amós se encara hoy valientemente con los dirigentes del pueblo de Israel, y sin tapujos les dice: "Os tomaré cuentas por vuestros pecados, así que preparaos para encararos con vuestro Dios". Efectivamente, Dios exige más a Israel que a los demás pueblos, porque es a ella a quien ha multiplicado sus signos de predilección.

         El profeta no puede callar, porque Dios le ha mandado hablar. Y para justificar esto, Amós encadena (con su lenguaje de hombre de campo) una serie de binomios lógicos de causa y efecto: así como un león ruge porque ha conseguido una presa, o un pájaro cae porque había una trampa, o una trompeta suena porque hay una alarma en el pueblo... así también es el profeta. Y si Dios le manda algo, él no puede dejar hacerlo, aunque sea denunciar el mal: "Habla el Señor, ¿quién no profetiza?".

         Por eso denuncia Amós los males de su época, a través de 7 preguntas que son como 7 truenos para despertar al pueblo de su modorra, e invitarlo a la conversión. En efecto, es Amós un profeta de la justicia social, y como dice el salmo responsorial de hoy: "Tú no eres un Dios que ame la maldad, ni el malvado es tu huésped. Al hombre sanguinario y traicionero lo aborrece el Señor".

         Los cristianos podemos merecer los mismos reproches de Amós, y con más motivos todavía que los de Israel, si no somos fieles a Dios. Los israelitas eran duros y no se convertían, y ni siquiera el escarmiento de la catástrofe de Sodoma y Gomorra les duró mucho tiempo. Y nosotros, ¿no tendríamos que escuchar el aviso del profeta: "Os tomaré cuentas por vuestros pecados?".

         La palabra de Dios nos llama a serle más fieles, y Dios nos ofrece su reconciliación en los sacramentos, y los pastores de la Iglesia repiten sus llamadas en favor de los valores del evangelio. Igualmente, podemos ver múltiples ejemplos de integridad y generosidad en tantas personas que nos rodean. Pero ¿les hacemos caso, o les prestamos oídos sordos? A nadie le gusta que le recuerden sus fallos, y por eso tenemos que ser sinceros, y oír lo que Dios nos dice: "Escuchad esta palabra que dice el Señor, hijos de Israel".

         Ser cristianos no es garantía de salvación, y cuanto más hemos recibido, más se nos exigirá. Ojalá podamos decir, con el salmo responsorial, y a la vez que rechazamos la maldad de los cínicos de este mundo: "Yo, por tu gran bondad, entraré en tu casa, y me postraré ante tu templo santo con toda reverencia".

José Aldazábal

b) Mt 8, 23-27

         Escuchamos hoy cómo Jesús sube a la barca y sus discípulos deciden seguirlo. Y ya en alta mar, se levanta de pronto un temporal tan fuerte, que la barca empieza a desaparecer entre las olas, mientras Jesús dormía (vv.23-24).

         Los discípulos siguen a Jesús, aceptando el itinerario hacia los paganos. Mateo utiliza un término extraño para designar el temporal: seísmo, que se aplica a los terremotos (Mt 24,7; 27,54; 28,2) e insinúa el sentido particular de la tempestad, como si en el mar temblara la tierra y la barca estuviera en peligro. El termino seísmo (lit. terremoto), que no se aplica al mar, señala la oposición al viaje de Jesús y los discípulos, y simboliza la resistencia terrena (del paganismo) a la misión marina (de la Iglesia).

         Mateo no ha señalado que Jesús se echara a dormir. Sin embargo, los discípulos dicen que "estaba durmiendo". El sueño de Jesús, que simboliza su ausencia, indica solamente que los discípulos no son conscientes de su presencia hasta el momento del peligro.

         El miedo de los discípulos ante la resistencia del paganismo muestra su falta de fe. Jesús se dirige a ellos antes que a la tempestad, cuya causa eran "los vientos". Y les llama "los hombres", término contrapuesto a "el Hijo del hombre" (v.20) y que alude a los que aún no poseen el Espíritu, a los que son carentes de experiencia y no pueden comprender al Hombre-Dios. Su pregunta es una puerta para la fe.

         En este enfoque se explica el pánico de los discípulos, que han seguido a Jesús en la misión (v.23) y cuyas circunstancias parece que les supera. Ante la hostilidad del paganismo, la comunidad de Jesús ("la barca") parece que va a ser destruida, y la presencia de Jesús aparece aparentemente inactiva ("dormido").

         La perícopa de hoy presenta numerosos paralelos con la perícopa de mañana, donde Jesús liberará a los endemoniados gadarenos (los cuales saldrán de los sepulcros a su encuentro, como si esperasen su llegada del mar y quisieran impedir su acción, al tiempo que le suplican que no los atormente). Todo esto supone que la tierra de los gadarenos sabía ya quién llegaba y para qué. Nótese, además, el paralelo entre "los vientos" (v.26) y "los demonios" que expulsará Jesús (v.31).

         Estos datos confirman que la tempestad se opone a la idea de Jesús de ir a Gadara, representando la resistencia y oposición del paganismo a recibir el mensaje de Jesús. Es decir, posiblemente fueron los demonios de Gadara los que provocaron la tempestad, para impedir que llegara a Gadara y los expulsase.

Juan Mateos

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         Escuchamos hoy cómo subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron. La palabra seguir es aquí un término clave, que encaja con el episodio precedente (en que, por 2 veces, y antes de subir a la barca, Jesús les había dicho seguidme). ¿Hacia qué aventura, Señor, embarcas a tus discípulos?

         De pronto se levantó un temporal tan fuerte que la barca "desaparecía entre las olas". No obstante, el texto original griego dice: "He aquí que sobrevino un gran seísmo". Un seísmo era uno de esos temporales violentos que hacía temblar la tierra, y que en suelo firme ya resulta ser horroroso. Pero era algo que, para una frágil barquilla en alta mar, resultaba como mucho algo alucinante. Por otro lado, las tempestades del lago de Galilea tenían fama por sus repentinas y violentas apariciones, pues los vientos del mar, forzados por las montañas que encajonaban el lago, soplaban a ráfagas sobre el agua y ponían en gran peligro cualquier embarcación que allí se encontrase.

         A todo esto, nos dice el texto que "Jesús dormía". Lo inverosímil de ese detalle ilustra de maravilla el simbolismo que quiere subrayar: sí, es difícil creer en Dios, porque Dios duerme, está callado, no hace nada por su propia causa ni calma las tempestades contra la Iglesia.

         Entonces se acercaron los discípulos, y a gritos despertaron a Jesús: "Señor, sálvanos, que nos hundimos". Es preciso, a veces, gritar así, sobre todo cuando no hay solución, cuando fallan las fuerzas o cuando nuestra experiencia es irrisoria o inútil. No queda hacer mas que esto: elevar el corazón y clamar a Dios. Es el último recurso.

         Jesús les dijo: "¿Por qué tenéis miedo? ¡Que poca fe!" Es el núcleo de este relato: "hombres de poca fe". Jesús apela a la fe, y para eso les da confianza: "No tengáis miedo". Para seguir a Jesús, la fe es condición esencial, y las exigencias y renuncias no se comprenden más que en una perspectiva de fe. Cuanto mas humanamente desesperada y sin salida sea la situación, más necesaria es la fe.

         Entonces Jesús se puso en pie, increpó a los vientos y al lago y sobrevino una gran calma. Aquellos hombres se preguntaban admirados: "¿Quién será éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?". Mateo subraya que Jesús tiene en sus manos el poder creador de Dios, y todo le obedece, hasta los elementos naturales.

Noel Quesson

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         De hoy al jueves escucharemos otra serie de milagros de Jesús, empezando por el de la tempestad calmada. En el lago de Genesaret se formaban con frecuencia grandes temporales, pero al que alude hoy Mateo fue un seismos megas (lit. gran terremoto), por el que los apóstoles quedaron aterrorizados a pesar de ser avezados en su oficio de pescadores.

         Que Jesús siguiese dormido en ese seísmo bien podría ser debido a su cansancio, dado que gozaba de una salud de hierro. Y sin duda fue causa de que de los apóstoles saliese una preciosa oración, del todo espontánea: "Señor, sálvanos, que nos hundimos". Finalmente, los apóstoles quedan admirados del poder de Jesús (que ha calmado con su potente palabra la tempestad) y acaban en una preciosa exclamación teológica, también espontánea: "¿Quién es éste? Hasta el viento y el agua le obedecen".

         Seguir a Jesús no es fácil, nos decía Jesús ayer mismo. Y hoy los discípulos han seguido a Jesús (pues al subir a la barca, "sus discípulos lo siguieron"), y se han dado cuenta de que no por eso van a estar libres de las inclemencias de la vida, ni de los sobresaltos.

         La Iglesia (o barca apostólica) ha sufrido perturbaciones de todo tipo en sus 2000 años de existencia, y no pocas veces ha quedado a la deriva, con serias amenaza de naufragio. También en nuestra propia vida hay temporadas en que las aguas vienen agitadas. ¿Mereceríamos el reproche de Jesús: "Cobardes, ¡qué poca fe tenéis!"?

         Es verdad que muchas veces parece que Jesús duerme, sin importarle que nos hundamos. Y que llegamos a preguntarnos por qué no interviene, y por qué permanece callado, diciendo para nuestro interior "nos hundimos". La oración nos debe reconducir a la confianza en Dios, que triunfará definitivamente en la lucha contra el mal. Y una y otra vez sucederá que "Jesús se puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma".

José Aldazábal

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         El relato de la tormenta de hoy está íntimamente conectado con el fragmento de ayer, pues el que quiera seguir a Jesús (como leíamos ayer) debe estar dispuesto a correr su misma suerte (como leemos hoy). Ahora bien, en medio de las pruebas no debe olvidar que Jesús está a su lado para ayudarle a no sucumbir. El relato de la tempestad calmada ha tenido muchas interpretaciones alegóricas. Sobre todo por parte de la barca, que siempre se ha entendido como figura de la Iglesia que navega en la historia, zarandeada por dificultades de todo tipo pero con el Señor en su interior.

         Hoy, sin embargo, prefiero detenerme en 2 humildes palabras del relato de Mateo. Parecen insignificantes, pero han tirado de mí. Son las palabras "él dormía". Porque muchas veces he meditado el sueño de José (por ejemplo), pero nunca se me había ocurrido meditar en el sueño de Jesús.

         Imaginemos la escena. Jesús sube a la barca con sus discípulos, y en un momento determinado acusa el cansancio y se duerme. Y tan profundo es su sueño que ni siquiera percibe la tempestad que se ha desatado en el lago. El texto dice que los discípulos "se acercaron y lo despertaron". Jesús se duerme, pero no sólo porque está agotado, sino porque también se fía de los suyos, a los que considera unos expertos en la navegación. Es curioso el dato: Jesús se fía de los suyos, y los suyos no acaban de fiarse de él.

         Me parece una metáfora de nuestra situación actual. Jesús nos ha concedido su Espíritu y se fía de nosotros. Nos ha encargado pocas cosas: "Amaos", "haced esto en memoria mía" y "dadles vosotros de comer". Y nosotros, sin embargo, nos ponemos nerviosos, nos lanzamos a multiplicar los análisis, repartimos responsabilidades y, lo que es peor, comenzamos a desconfiar: "Esto no tiene futuro", "todos se meten contra nosotros", "el mundo va de mal en peor".

         Jesús duerme porque se fía de nosotros. Pero nosotros no nos fiamos de él, y por eso siempre acabamos despertándolo y reprochándole: "Señor, sálvanos, que perecemos". Y todo eso porque no tenemos fe, y porque de vez en cuando necesitamos ver que Jesús tiene poder para levantarse, increpar a los vientos y producir una gran calma.

Gonzalo Fernández

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         Las dificultades y peligros que amenazan a toda vida cristiana suscitan sentimientos de desconfianza en los integrantes de la comunidad que pueden ver peligrar la propia existencia. Se hace necesario, por tanto, recrear a cada instante el sentimiento de confianza, capaz de triunfar sobre las amenazas del mal mediante la fe en la persona de Jesús.

         El texto dirige la atención hacia una barca a la que sube Jesús y, en su seguimiento, también los discípulos, cumpliendo lo afirmado: "Dio orden de pasar a la orilla de enfrente" (v.18). De dicha barca se dice que corre el riesgo de sucumbir al punto que "desaparecía entre las olas" como consecuencia de un gran temporal que se produce en el mar.

         Se trata de una oposición que encuentran los discípulos en su viaje hacia el país pagano, situado en la orilla de enfrente del lago, aludiendo a las futuras resistencias que Jesús y los suyos encontrarán en ese país pagano. Jesús duerme a pesar del peligro, expresando una confianza que choca con la actitud de los discípulos. Hasta que éstos se acercan a él y lo despiertan con gritos angustiados: "Auxilio, Señor, que nos hundimos" (v.25).

         La reacción de Jesús es, ante todo, un reproche a la actitud de los discípulos, que no tienen el coraje de afrontar las dificultades (cobardes) ni tienen fe en resolverlas ("hombres de poca fe"). Por otro lado, muestra que para solventar la situación va a necesitar la fórmula de los exorcismos, empleando para ello el verbo "dar orden". Luego la oposición de los vientos y del mar puede ser considerada como demoníaca, ya que busca la destrucción de la comunidad salvífica.

         En estas circunstancias, la comunidad debe ahondar su comunión con Jesús, que se muestra aparentemente inactivo ("duerme") pero que, sin embargo, puede vencer las amenazas que ponen en peligro la existencia de la barca apostólica. Los vientos (demoníacos) y el lago (natural) están sometidos al Señor y a sus acciones, a pesar de su fuerza inconmensurable. Lo que debe llevar al crecimiento en la fe, para poder nosotros vencer a esos elementos, y no tener que estar haciéndolo siempre Jesús.

Confederación Internacional Claretiana

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         La narración de la tempestad calmada es una bella síntesis de Jesús y sus discípulos. Leída desde la cronología de la vida diaria, se trata de una bella historia de compañerismo: Jesús no tiene experiencia del mar e ignora los peligros, dándose al sueño. Hasta que viene una tempestad y se levanta a echar una mano.

         Pero leída desde la perspectiva teológica, la cosa cambia. Porque ya no son los compañeros los que transportan a un amigo, sino que es el mismo Dios el que aloja bajo su cobijo a los suyos. Ya no es un puñado de compañeros, sino que es la cúpula al completo de la Iglesia. Ya no se trata de una tempestad cualquiera, sino de acontecimientos siniestros que ponen en peligro la existencia de la Iglesia. Ya no se trata de dominar las fuerzas de la naturaleza, sino de obligar a esas fuerzas a que nos obedezcan.

         Aparte de calmar la tempestad, el principal milagro de Jesús fue totalmente otro: hacernos descubrir la presencia secreta y misteriosa de Dios, y que existen fuerzas sobrenaturales amigas (las de Jesús) y enemigas (las de los "vientos contrarios", posiblemente malignos). Lo sobrenatural no es está en nuestra imaginación, sino en la vida humana.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         El lago de Galilea es uno de esos escenarios geográficos en los que se desenvuelve la actividad de Jesús. En el caso de hoy, aquí le vemos de nuevo, sobre la barca y en compañía de sus discípulos. De pronto, narra el evangelista, se levantó un temporal tan fuerte que la barca zozobraba entre las olas.

         Mientras tanto Jesús, aparentemente ajeno al peligro que se cernía sobre ellos, dormía. Entonces sus discípulos, alarmados y temerosos, se acercaron a él y lo despertaron, gritándole: ¡Señor, sálvanos, que nos hundimos! Él, incorporándose, les dijo: ¡Cobardes! ¡Qué poca fe! E hizo regresar la calma al lago con su sola palabra. Increpó a los vientos y estos se sometieron al imperio de su mandato, cesando de soplar sobre las aguas.

         Semejante acción no podía sino producir asombro en los testigos del hecho, que se limitaban a decir sobrecogidos: ¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen! Podían esperar obediencia de hombres o de animales, incluso de espíritus inmundos. Pero lo que no podían imaginar es que el viento y el agua se le sometieran a una persona, como corderitos.

         No es extraño, por tanto, que ante tamaña magnificencia se preguntaran: ¿Quién es éste? Porque según lo visto no podía ser otro que el Creador mismo de la naturaleza, ya que ésta acataba sus dictados con extraordinaria prontitud.

         La imagen de la tormenta es sumamente sugerente, y casi siempre se nos presenta cargada de simbolismo. No es inusual, de hecho, que en nuestra vida cotidiana hablemos de tormentas que nos derriban de nuestros muros de fortalezas y seguridades.

         Son momentos en los que nos vemos sobrepasados por las circunstancias, incapaces de hacer frente al empuje y a la fuerza arrolladora de los acontecimientos. Son momentos en los que no sabemos a quién recurrir, sin encontrar lugar donde refugiarnos o espacio adonde huir, con la extraña sensación de que ni siquiera Dios puede hacer nada, porque o bien duerme, o calla, o está inactivo.

         Podemos pensar incluso que Dios ha abandonado al mundo a su suerte, como si no le importara demasiado lo que aquí sucede o lo que nosotros hagamos.

         Pero ¿puede Dios, nuestro Dios y Dios de Jesús, permanecer ajeno a nuestras angustias? ¿Y ser indiferente a las penalidades de la vida? ¿Puede el Dios que nos lo ha dado todo (con su Hijo crucificado) no compadecerse y acudir en nuestro auxilio?

         Sospechamos, al menos, que no. Por eso, cuando nos veamos al límite de nuestras fuerzas, o de la desesperación, siempre dejamos escapar un grito de socorro, con la oculta esperanza de ser escuchados por el único que está en condiciones de ofrecernos una mano salvadora.

         Eso es lo que hemos de hacer, según hemos visto que hicieron los apóstoles a Jesús: gritar. Pero no para despertar a ese Dios que parece dormir plácidamente en su lecho celeste, totalmente ajeno a nuestras luchas a brazo partido con vientos huracanados y aguas embravecidas. Sino para acudir a él o hacer que él acuda a nosotros, y equilibre nuestra barca zarandeada por las olas.

         Eso es lo que habían gritado los apóstoles: ¿Señor, no te importa que nos hundamos? ¿No te importa que tu Iglesia naufrague en el mar tenebroso de este mundo? ¿No te importa que ya no haya nadie que escuche tu llamada, o que tu palabra deje de oírse por falta de predicadores?

         ¿Y no te importa que nuestros templos se queden vacíos de fieles para llenarse de turistas, y que pasen a formar parte de un patrimonio que remite tan sólo a un pasado lejano? ¿No te importa que agonice la fe de tantos creyentes?

         ¡Señor, sálvanos, que nos hundimos! ¿No es éste el grito desesperado de unos hombres que se ven al borde del abismo, que ya no pueden hacer pie, y a quienes no les queda otro recurso que gritar?

         Los apóstoles supieron muy bien a quién gritar: al único que podía salvarlos. Ante estas situaciones, no cabe sino esperar que él, finalmente, se levantará, y calmará la tempestad desatada con su imperiosa palabra creadora y apaciguadora.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 02/07/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A