1 de Julio

Lunes XIII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 1 julio 2024

a) Am 2, 6-16

         Las 3 últimas semanas hemos estado repasando los 400 años de monarquía en Israel (del s. X al s. VI a.C), en medio de agitaciones interiores, guerras internacionales, lucha social, conflictos políticos o disturbios religiosos. En ese contexto, unos hombres enviados por Dios (los profetas) intervinieron, y su voz potente se dejó oír en toda Israel. Es lo que escucharemos las próximas 8 semanas: Amós, Oseas, Isaías, Miqueas, Jeremías, Nahúm, Habacuc, Ezequiel...

         Todos estos profetas combatieron a mano limpia (sin armas), por medio de la oración y de la palabra. Fueron los grandes testigos de Dios en el mundo, que proclamaron el proyecto de Dios (la Alianza) y defendieron a ese resto predilecto de Dios (los humildes y oprimidos). Efectivamente, Dios hablaba por su boca, como diría también Juan el Bautista ("yo soy la voz que grita").

         Oigamos esta semana, para empezar, al áspero y valiente Amós, que profetizó en el Reino de Samaria bajo Jeroboan II de Israel, del 784 a 744 a.C. Porque se trató de un profeta que no paró de repetir siempre lo mismo: "Palabra del Señor". Y eso que no era Amós más que un pastor de Tecoa, pueblecito a 9 km de Belén (Am 1, 1).

         El estribillo de Amós ("palabra del Señor") fue un trompetazo destinado a despertar las conciencias, pues no sólo habló de Dios, sino en nombre de Dios. Tras lo cual, dijo Amós: "Por tres crímenes de Israel, y por cuatro, lo he decidido, y seré inflexible. Yo os estrujaré, como estruja el carro lleno de gavillas. El hombre ágil no podrá huir, ni el desenvuelto salvará su vida, y el más esforzado entre los bravos huirá desnudo aquel día".

         Amós es uno de los más grandes pintores del realismo, pues con vivas imágenes describe la catástrofe histórica que se avecina, si los hombres no se convierten. Pero no nos apresuremos a quedarnos tranquilos, pensando que hoy esos "profetas de calamidades" ya han pasado y no existen, pues Jesús no habló de otro modo.

         El día de Dios será un día en el que nadie se burlará de Dios, y "aquel día" nadie escapará a su justicia. Pero ¿cuáles son esos 4 crímenes que suscitan la cólera de Amós, y de los cuales se atreve a decir que suscitan también la cólera de Dios? Pues bien, éstos son, según Amós:

1º "vender al justo por dinero y al pobre, por un par de sandalias",
2º "aplastar contra el polvo de la tierra la cabeza de los débiles, y torcer el camino de los humildes",
3º "acudir el hijo y el padre a la misma moza, para profanar mi santo nombre",
4º "acostarse sobre ropas empeñadas junto a cualquier altar, y beber el vino de los que han multado".

         En concreto, alude Amós a la injusticia social, a la corrupción jurídica, a la sexualidad aberrante y a la riqueza indiferente. No, nadie se burlará para siempre de Dios. Dios es partidario de la moral más natural, y nadie se mofa impunemente de la más elemental conciencia humana.

Noel Quesson

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         En el marco del gran juicio de las naciones (Am 1,3-2,16), que constituye la 1ª parte del libro de Amós, son también denunciados hoy los crímenes sociales de Israel, tanto

-sociales y judiciales, pues "el justo es vendido por dinero" y "el inocente es injustamente condenado por el interés de un par de sandalias",
-familiares, pues "el hijo y el padre se acuestan con la misma sierva",
-cultuales, pues "beben el vino de los multados en la casa de su Dios".

         Cada uno de estos crímenes manifiesta un mismo desprecio por el hombre, y representa un comportamiento que Dios condena en los pueblos paganos vecinos. El Dios de Israel es un Dios exigente en el orden ético, y se esconde detrás de cada hombre despojado de sus derechos. Es aquí donde el desprecio del hombre adquiere su auténtica dimensión.

         La responsabilidad de este comportamiento es más grave en un pueblo que ha recibido de Dios el don de su existencia (liberación de Egipto) y el del carisma de sus profetas, tal como le recordaba la liturgia de la fiesta de la Alianza: "Yo os saqué de la tierra de Egipto y durante 40 años os conduje por el desierto para que ocupárais la tierra de los amorreos. Yo suscité profetas de entre vuestros hijos, y nazireos de entre vuestros mancebos. Y vosotros hicisteis beber vino a los nazireos, y a los profetas les mandasteis, diciendo: No profeticéis" (vv.10-13).

         Amós sabía por tradición, como sus oyentes, y tal vez también por propia experiencia, lo mucho que la comunidad de Israel debía a los hombres de Dios, a los carismáticos nezirim y neviym. La tarea determinante de esos hombres la sintetiza bien Oseas, en una visión retrospectiva de la historia, refiriéndose a Moisés: "Dios sacó a Israel de Egipto por medio de un profeta, y por un profeta lo guardó" (Os 12, 14). Por tanto, Amós considera que la profecía es un don de Dios a su pueblo. Sin embargo, Israel es acusado de haber resistido a los profetas.

         De aquí el castigo de la privación: "Vienen días, dice Dios, en que mandaré yo al país hambre y sed. Y no hambre de pan ni sed de agua, sino de oír la palabra de Dios, e irán errantes de levante a poniente, vagando de norte a sur en busca de la palabra y no la hallarán" (Am 8, 11-12). Es la responsabilidad y el drama de unas oportunidades desaprovechadas.

Frederic Raurell

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         Durante 8 semanas vamos a escuchar la voz de los profetas, tras haber estado siguiendo la agitada historia de Israel (siglos X-VI a.C) en los libros I y II de Reyes. Ahora interpretamos esta misma historia, guiados por los profetas.

         Dios ayudaba a su pueblo a recordar la Alianza que habían sellado con él. Y los profetas de esta época (Amós, Oseas, Isaías, Miqueas, Jeremías, Ezequiel) harán oír sus avisos y reproches, y también sus palabras de ánimo, para que el pueblo elegido sea, de verdad, modelo y faro de luz para todos los demás.

         Esta semana vamos a leer al 1º de estos profetas: Amós, un campesino ("cultivador de higos") que vivía en Tecoa (Reino del Sur) y que emigró al Reino del Norte por motivos desconocidos, para escuchar allí la llamada de Dios y convertirse en profeta de Dios, en tiempos del rey Jeroboam II de Israel (del VIII a.C).

         El texto que leemos es una denuncia muy directa de los pecados de Israel y de sus clases dirigentes, porque se han olvidado de los continuos favores que les ha hecho Dios (al sacarles de Egipto y defenderles de sus enemigos). Se han olvidado de la Alianza, y sobre todo faltan a la justicia social: "Venden al justo por dinero", tasan "la vida de un pobre por menos que un par de sandalias", oprimen y "explotan a los débiles", "no devuelven lo prestado"...

         Con un lenguaje directo, propio del hombre de campo que es, Amós echa en cara a los dirigentes del pueblo su pecado, y les amenaza de un modo muy expresivo: también ellos serán aplastados (como ellos aplastan a los pobres), y no podrán escapar al juicio de Dios (por mucho que intenten correr).

José Aldazábal

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         "Señor, si nos abandonas, sucumbimos". Con esas palabras interpretamos los sentimientos del profeta Amós, porque por nosotros mismos no resistimos las tentaciones de la carne y del espíritu. Cuando Amós se encara a su pueblo, cree encontrarse entre cuerpos putrefactos, percibe el olor de su maldad, y por ello fustiga las conciencias empecatadas, con expresiones de ruina y fracaso.

         No nos engañemos, dice hoy Amós a los pretenciosos, pues si la ira de Dios actúa, y el veloz no encontrará huída, ni el fuerte no conservará su fuerza, ni el soldado no salvará su vida, ni el arquero no se mantendrá en pie, ni el jinete salvará su vida. Volvamos, pues, a Dios (nuestra fuerza y salvación), y pongamos sólo en él nuestra esperanza. Decidámonos a vivir honestamente, y pisemos nuestras obras sobre las huellas del amor y fidelidad a Dios.

         La lectura del profeta Amós, y el salmo responsorial de hoy, hacen una crítica feroz al comportamiento de ciertos individuos que acuden al culto, mientras roban al pobre, menosprecian al justo y hacen todo tipo de tropelías en los tribunales. Una narración en la que Dios se identifica con el pobre y el marginado, y echa en cara a los dirigentes de Israel sus injusticias contra las personas, como si se le hicieran a él.

         Pero esa actitud infiel, Israel no responde a la Alianza que Dios ha hecho con ella, y eso que a los israelitas les gustaba profesar de boquilla. Sus palabras iban por un lado, y su vida por otro. Y el Dios que los buscaba, y salía a su encuentro para hacer alianza de amor con cada uno de ellos, lo lamenta.

Dominicos de Madrid

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         A lo largo de esta semana nos acompañarán los textos del profeta Amós, el 3º entre los 12 profetas menores de la Biblia, anunciador de injusticias y castigos, y cuyas palabras fueron las primeras en ponerse por escrito. Era natural de Tecoa, localidad a 20 km al sur de Jerusalén, y posiblemente propietario de sicómoros, con pastores a su cargo.

         La vida de Amós estuvo determinada por la vocación profética, que tendería lugar entre los años 760-750 a.C. A pesar de su procedencia sureña, desarrolló esta actividad en el Reino del Norte (Betel, Samaria y Guilgal), lo cual provocó la violenta reacción del sacerdote Amasías (que lo expulsó de Israel, con lo que llegó al fin de su ministerio). Profetizó Amós en tiempos de Jeroboán II de Israel y Ozías I de Judá, una época en que Israel gozó de un tiempo de prosperidad económica.

         Joás I de Israel, padre de Jeroboán, se había librado de los arameos pagando tributo a los asirios, y eso permitió recuperar parte de los territorios israelitas de Transjordania. Lo cual se unió al aumento de actividad comercial con los fenicios, y a que las grandes potencias permanecían en estado de letargo. También Judá se vio en este tiempo favorecida, fortificando Jerusalén y organizando instalaciones agrícolas junto al mar Muerto y el Neguev, así como convirtiendo a Eliat en un activo puerto comercial sobre el mar Rojo.

         Pero tras la muerte de Jeroboán II de Israel comenzó el declive de Israel. Su hijo Zacarías I fue asesinado a los 6 meses de reinado, corriendo la misma suerte su asesino Salún (que reinó un mes). Y con Menajén I se inició la cuenta atrás para la invasión asiria, y la caída definitiva del Reino del Norte.

         El profeta Amós ataca la estrategia política de Israel y la política internacional de sus vecinos, y hace una fina descripción de la sociedad israelita del momento. Con la prosperidad económica se desencadenaron la decadencia religiosa y la injusticia social. Para el profeta ambas cosas están relacionadas: las injusticias sociales son la antítesis de la alianza con Dios, y el cumplimiento formal de las obligaciones religiosas no tiene sentido sin la moral.

         De este modo ataca Amós los males sociales de su tiempo, recordando las obligaciones de los israelitas y anunciando que Dios está a punto de destruir a su pueblo. El anhelado "día del Señor", lejos de salvación, sería un día de juicio y de condenación, y ¿se estaban preparando los israelitas para la terrible invasión de los asirios? El libro es una antología de oráculos y visiones pronunciados por Amós en Betel y Samaria.

         Los oráculos contra las naciones que preceden al texto de hoy se basan en los delitos cometidos por los pueblos en sus relaciones externas (invasiones, deportaciones...). Su estructura es siempre la misma (sentencia-delito-castigo), y todos comienzan del mismo modo ("por tres delitos, y por el cuarto, no te perdonaré"), aunque en la descripción sólo se describe uno. Se trata de una fórmula sapiencial que indica una larga lista de crímenes y delitos de los que el último, que es el que desarrolla el texto, es el que ha llegado a colmar la paciencia de Dios. La exposición de estos oráculos sigue los puntos cardinales: nordeste (Damasco), poniente (Gaza), noroeste (Tiro), sureste (Edom) y levante (Amón y Moab).

         El texto de hoy se encuentra al final de los Oráculos contra las Naciones, y al comienzo de los que se dirigen contra Israel. Su extensión es significativamente mayor que los anteriores. El tema desarrollado, uno de los más insistentes de toda la obra, gira en torno al pecado de Israel contra Dios y contra el pueblo (y no ya los crímenes de guerra, como ocurría con los anteriores oráculos). Estamos ante uno de los oráculos más importantes que sirve además de nexo entre la primera y la segunda parte del libro.

         Consideremos en 1º lugar los aspectos estilísticos de la narración. La fórmula de introducción señala el origen del discurso y encuadra todo el mensaje: "Así dice el Señor". Los personajes principales son 2: ellos (Israel) y Dios. Las acciones de ellos son negativas, y las de él son positivas. Ambas son puestas en contraste, como si de un juicio se tratase. La sentencia no se hace esperar, y el Señor destruirá a su pueblo. La semántica de las expresiones y palabras más importantes nos revela otros detalles significativos.

         Ya nos hemos referido al sentido de la expresión numérica, tras ésta aparecen 4 personajes. El justo es el recto, aunque necesitado, y su venta puede ser una alusión a la esclavitud). El pobre designa al necesitado o desgraciado, y "venderlo por un par de sandalias" puede estar recogiendo un símbolo antiguo que ratificaba la transferencia de una propiedad (cuando una de las partes se quitaba la sandalia y la daba al otro; Rut 4,7). El mísero alude al que no tiene defensa y se encuentra a merced de los poderosos, y el indigente es el anawin, el humillado y resignado (y que más adelante pondrá su total confianza en Dios), con el que se "tuerce el camino" (posiblemente aludiendo a la perversión contra ellos en los tribunales).

         Después de estos personajes nos encontramos con una acusación que parece referirse a la prostitución sagrada, aunque también puede estar detrás una crítica a los abusos sexuales cometidos por "el padre y el hijo contra una misma esclava" (Ex 21,7-11; Lv 18,17; 20,14). Las "ropas empeñadas" eran la prenda de una deuda, pero según el Código de la Alianza el vestido del pobre habría de serle devuelto al atardecer porque era lo único que tenía para pasar la noche (Ex 22,25-26; Dt 24,12-13).

         Por último, el "vino de las multas" puede referirse al vino defraudado a los acreedores, o al injustamente quitado en calidad de multa. Iba asociado a los banquetes sagrados que tenían lugar después de los sacrificios. A continuación Dios expone su parte, se enumeran sus acciones salvíficas, la victoria sobre los amorreos (que aquí es sinónimo de cananeos), y la salida de Egipto.

         Por último se habla del castigo, con vívidas imágenes que recuerdan que un poder aplastante hundirá a Israel (del cual, ni el mejor preparado podrá salvarse). El juicio está servido, pues Dios es el señor de la historia. El delito de Israel se soporta sobre sus injusticias sociales cometidas contra los débiles bajo formas de legalidad. Por contra, el Señor ha presentado sus obras sustentadas en una misericordia que transciende esta justicia o legalidad.

Servicio Bíblico Latinoamericano

b) Mt 8, 18-22

         Al ver Jesús que una multitud lo rodeaba dio orden de "salir para la otra orilla". Jesús quiere evitar la popularidad de masa. La otra orilla correspondía a las regiones paganas de Galilea, fuera de los límites de Israel.

         En esto, se le acercó un letrado y le dijo: "Maestro, te seguiré adondequiera que vayas". Se trata de un letrado, cuya doctrina había desacreditado Jesús en su Discurso de la Montaña (Mt 7, 29). No obstante, este letrado reconoce en Jesús un maestro superior a sí mismo, y se ofrece a seguirlo sin condiciones.

         Jesús le respondió: "Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza". Aparece por 1ª vez en Mateo la expresión "el Hijo del hombre". No articulada ("hijo de hombre"), la expresión significaría hombre como individuo de la especie humana, pero con el doble artículo "el Hijo del hombre" viene a indicar su unicidad y excelencia: es el Hombre acabado, o el modelo de hombre por poseer en plenitud el Espíritu de Dios (Mt 3, 16).

         Dicho hombre (el Mesías) tiene una misión que cumplir, cuya urgencia no le permite descanso. Y ante la insinuación del letrado (de que su camino tenía un término), Jesús le recuerda: toda su vida, hasta el momento de su muerte, va a ser una pura entrega, sin instalación ni descanso. Tal es el camino del Hijo del hombre, y el discípulo ha de participar en esta misión del maestro.

         Se le acerca después otro discípulo que quiere cumplir con los deberes de piedad para con su padre difunto, poniéndolos por encima de la urgencia de Jesús. Y Jesús lo disuade, pues la urgencia de la misión es tan grande, que no deja tiempo ni para los deberes más elementales.

         El término padre representa la tradición, y el modelo al que había que ajustarse. De hecho, "abandonar al padre" (Mt 4, 22) significaba independizarse de la tradición transmitida por él. Jesús no tiene padre humano, y el discípulo, por tanto, ha de renunciar al propio. "Enterrar al padre" indica la veneración, el respeto y la estima por el pasado. Y por eso la orden de Jesús recuerda al discípulo que tiene que desentenderse de ese pasado, rompiendo con su dependencia de las tradiciones humanas (Mt 23, 9).

         La expresión "los muertos" alude a los que profesan esas tradiciones, pero la expresión "sus muertos" alude a las tradiciones mismas. El mundo de la tradición es un mundo de muerte, viene a decir Jesús, y la tradición muerta engendra muertos. El discípulo que quería enterrar a sus muertos mostraba, por tanto, no haber roto definitivamente con su pasado, al considerarlo todavía vivo.

Juan Mateos

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         La lectura evangélica de hoy nos mantiene en la 2ª parte del evangelio de Mateo, dedicada a la predicación de Jesús anunciando el reino de Dios a Israel (Mt 4, 17-12). El viernes iniciábamos una nueva sección de 10 milagros comprendida como la manifestación del Reino y la confirmación de la identidad de Jesús (cap. 8-9). Y allí se nos presentaba las curaciones de un leproso (Mt 8, 1-4), la del criado del centurión (Mt 8, 5-13) y otras diversas curaciones (Mt 8, 14-17). Aquí es donde debemos ubicar el texto de hoy.

         El relato de hoy contiene 2 elementos nuevos: "las zorras tienen madrigueras y los pájaros nido" y "deja que los muertos entierren a sus muertos". Sería bueno que repasemos su contenido, que en ambos casos tiene que ver con un nuevo eje vertebrador para Mateo: la identidad de Jesús.

         La escena se sitúa de camino hacia la orilla oriental del mar de Galilea. Jesús ordena "partir hacia la otra orilla" para huir de la muchedumbre, pues el que observa los acontecimientos es ahora Jesús (quien observa a la gente y quien da órdenes de pasar a la otra orilla). Se presupone, además, la existencia de un grupo de discípulos que lo acompaña, aunque no esté todavía configurado como tal (excepto en el relato de Mt 4,18-22, en que sí lo está).

         El 1º personaje que se acerca es "un letrado" (en Lucas, simplemente "uno"), que le pide a Jesús que lo admita en el grupo de sus discípulos. Sus palabras expresan la amplitud de la resolución tomada, pero el título concedido a Jesús denota un desconocimiento absoluto sobre su identidad. La respuesta de Jesús se centra, por tanto, en aquello que el muchacho desconoce, y que en este caso es su destino: el destino del discípulo es el mismo que el destino de Jesús, sin residencia ni un lugar estable de permanencia.

         La expresión empleada para referirse a sí mismo es la misma que utiliza Lucas: "el Hijo del hombre", en el sentido bíblico de automención (Ez 2,1; Sal 8,4), y el sentido mesiánico de la pasión (Mc 8,31; 9,31), resurrección (Mt 10, 33-34) y gloria futura (Mc 8,38; 13,26).

         El 2º personaje que se acerca es "otro, que era discípulo" (en Lucas, simplemente "otro"). En este caso, Jesús le muestra su identidad no como forma de conocimiento (pues aquel muchacho ya debe conocerlo, al llamarlo "Señor") sino en forma de compromiso: el seguimiento del discípulo ha de ser decisivo, como fue decisivo el compromiso de Jesús.

         Para ello, le habla Jesús al muchacho del ahora (Mt 10, 37), que requiere estar por encima de las costumbres y de los lazos familiares ("dejando a los indecisos enterrar a sus muertos", como diría una retrotraducción al arameo). Pues, posiblemente, el deseo del discípulo era permanecer con su familia hasta el momento de la muerte del padre, sin que ésta hubiese tenido necesariamente lugar.

Fernando Camacho

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         El texto de hoy nos propone 2 modelos y 2 disposiciones en el seguimiento de Jesús, a través de 2 pretendidos discípulos de Jesús (que, cautivados por las palabras, querían seguir al Maestro, imitando su modo de ser y de vivir y dedicándose con él a la propagación del Reino de Dios).

         El 1º pretendiente denota una disposición inmejorable, que se desprende de sus mismas palabras: "Te seguiré adonde vayas". Su expresión es rotunda, sin amortiguaciones ni condiciones, sin timidez y con una actitud noble y generosa. Posiblemente, había sido fruto de una decisión tomada en el interior, que internamente le llevaba a explicitar aquella palabra dicha a otro personaje por Jesús: "Sígueme".

         También nosotros escuchamos en su día esa misma llamada del Señor, y fue Dios quien nos eligió para este modo concreto de ser y de vivir, en conformidad con la vida del Señor Jesús. La iniciativa la tomó Dios, que nos "eligió y nos predestinó" para hacer efectivo su Reino en el mundo. Y nosotros respondimos lo mismo que aquel escriba a Jesús: "Te seguiré adonde vayas".

         No obstante, Jesús le hace saber a este escriba que no se deje llevar solamente del entusiasmo, sino de las condiciones duras que exige todo seguimiento del Señor. El Señor se las manifiesta y le pone 2 ejemplos animalescos (las zorras y los pájaros, que encuentran su consuelo), haciéndole saber que el seguidor de Cristo no gozará de esas mismas prerrogativas, al mismo tiempo que no encontrará tiempo ni para sí mismo.

         El 2º pretendiente también quiere seguir al Maestro, pero sí que pone condiciones, posiblemente como condición previa al seguimiento: "enterrar a su padre". Y aquí se acabó todo.

         Cuando yo me determiné a seguir al Señor, fui quizás mas generoso que ese 2º discípulo, y no puse al Señor condiciones. Pero ahora, ¿sigo con la misma actitud? ¿Tengo la misma generosidad? ¿O me permito algunas concesiones? Porque algunas de esas concesiones, como enterrar a los propios padres, pueden ser totalmente legítimas. Pero ¿las admitió en su momento Jesús?

         Y es que ante la misión apostólica de la instauración del Reino de Dios, todo lo demás está muerto y carece de valor. Tanto para los seguidores de Jesús como para los que no, porque los que andan por este mundo despreocupados de lo espiritual, y absorbidos por lo material, es como si estuvieran muertos.

         En definitiva, los derechos de Dios sobre nosotros (y sobre nuestra vida) son superiores a los derechos de nuestros mismos padres sobre nosotros. Debo fijarme en los sacrificios que el seguimiento de Jesús propone no para desanimarse, sino para guardarle total y absoluta fidelidad, aun en medio de las dificultades y sufrimientos que ese seguimiento exija: negarme a mí mismo, a mis comodidades y aun a mí mismo descanso.

Alfonso Milagro

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         Dejando por un momento la narración de los milagros de Jesús, leemos hoy un breve pasaje con algunos relatos de vocación.

         Primero es "un letrado", y luego "uno que ya era discípulo". Jesús les hace ver a ambos que su seguimiento va a ser difícil y radical, recordándole al 1º que el seguimiento va a consistir en "no tener dónde reclinar la cabeza" (llevando una vida itinerante, desarraigada y pobre) y al 2º que habrá que dejar "que los muertos entierren a sus muertos" (dejando familia y preocupaciones de forma pronta y radical).

         A los que somos seguidores de Jesús, se nos recuerda que esto nos va a exigir desapego de los bienes materiales, incluso de nuestra familia. Que la fe cristiana no es fácil. Jesús no nos promete bienes materiales y éxitos según las medidas de este mundo. El mismo ha dejado su familia de Nazaret para dedicarse a su misión y camina por los pueblos, sin establecerse en ninguno. El evangelio de ayer concluía afirmando de Jesús que "tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades". Ése es su estilo y ése ha de ser el estilo de sus seguidores.

         Jesús no nos está invitando a descuidar a los padres o a la familia. Tampoco, a que dejemos sin enterrar a los muertos. Sería inhumano y cruel. Con esas dos afirmaciones, tan paradójicas, está queriendo decir que su seguimiento es exigente, que pide decisión absoluta, que debemos estar dispuestos a ser peregrinos en la vida, desprendidos de todo, no instalados en nuestras comodidades.

         Lo cual no sólo se cumple en los que abandonan la familia para hacerse religiosos o ser ministros en la comunidad o ir a los países de misión a evangelizar. Todo cristiano debe saber aplicar una justa jerarquía de valores a sus ideales. Seguir a Cristo y su evangelio supone, a veces, renunciar a otros valores más apetitosos según este mundo. Dentro de pocos días leeremos en el mismo evangelio de Mateo otra afirmación igualmente paradójica: "El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí" (Mt 10, 37).

         Se trata de seguir a Jesús con poco equipaje, con menos apego a otras cosas. Esto lo saben muy bien los estudiantes o los deportistas o los comerciantes que persiguen sus objetivos sacrificando otras cosas que les gustarían. Y lo saben también quienes renuncian a su comodidad para dedicar su tiempo al apostolado, como voluntarios en acciones de asistencia a los demás. Hay valores más profundos que los visibles de este mundo, y hay ideales por los que vale la pena sacrificarse. El seguimiento de Jesús va en esa línea de decisión generosa.

José Aldazábal

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         El evangelio de hoy nos propone un fragmento que bien podríamos calificar de duro. Jesús, con sus curaciones milagrosas, ha provocado en algunos el deseo de seguirlo. Es probable que cualquier maestro hubiera aprovechado el tirón popular para hacer demagogia, como suelen hacer a menudo los políticos.

         Jesús, por el contrario, les presenta a los espontáneos seguidores dos condiciones duras: la itinerancia en pobreza ("el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza") y la apuesta por la novedad del Reino ("deja que los muertos entierren a sus muertos").

         Creo que no se trata de exigencias ascéticas reservadas a los atletas del espíritu, sino de algo mucho más rico y profundo. Jesús invita a sus seguidores a jugarse el tipo, a no andar encendiendo una vela a Dios y otra al diablo. No busca seguidores "diez", pero sí seguidores que no teman el riesgo de vivir como él.

         Leyendo estas palabras he pensado en la presentación suave que hoy solemos hacer del evangelio. Si todo vale, nada merece la pena. El aburrimiento y la tristeza están asegurados.

Gonzalo Fernández

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         En este pasaje Jesús muestra a sus discípulos 2 de las condiciones para seguirlo: estar dispuesto a todo (aceptándolo todo por amor) y no poner condiciones (pues el Reino tiene prioridad).

         Es importante el recordar estos 2 elementos de la vida cristiana pues nos encontramos en un mundo que ha hecho de nuestra vida una vida cómoda y placentera, lo cual es un regalo de Dios que no debemos despreciar, sin embargo nos puede llevar, si no estamos atentos, a rehusar el sacrificio que muchas veces implica el seguimiento de Jesús y la observancia del evangelio.

         Nuestros pies y nuestras manos deben estar siempre dispuestas para la construcción del Reino, de manera que aun despreciando nuestra comodidad, podamos ser testigos del amor de Dios. La pereza (espiritual y física) sólo producen hastío y limitan nuestro crecimiento en el amor y el servicio. No pongas condiciones a Jesús, mantén siempre como prioridad la construcción del Reino, y la vida evangélica y tu vida será efectivamente la de una auténtico discípulo.

Ernesto Caro

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         El evangelio de hoy se centra en la radicalidad del seguimiento de Jesús, hasta incluso sugerir "que los muertos entierren a sus muertos" (lo que parecería impedir la legalidad de las obras de misericordia). La aparente exageración de las palabras de Jesús nos hacen caer en la cuenta de que el seguimiento es un encuentro, más que un contrato legal, consiste en algo siempre abierto a nuevas exigencias, poniendo a Jesús en 1º lugar y relativizando todo lo demás.

         Seguir a Jesús implica no tener descanso. No bien hemos finalizado una tarea cuando ya tenemos que estar manos a la obra con la próxima. No bien hemos concluido una parte de nuestro proceso de purificación, a través de una prueba, cuando ya estamos a la puerta de la próxima.

         Es toda una travesía espiritual la que hemos emprendido y debemos aceptar con toda la apertura posible esta realidad de la travesía. Y es a través de ella que iremos consiguiendo el desapego necesario para seguir adelante. El uso de las palabras de Jesús ("deja que los muertos entierren a sus muertos") tiene una connotación que va más allá del hecho mismo. Es cómo si dijera, deja partir al que ha muerto y sigue con tu vida; deja fuera todo el apego a lo personal y sígueme a mí, pues soy quién puedo darte vida eterna.

Consuelo Ferrus

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         Jesús despierta entusiasmo, pero también lo templa, como se templa el metal con agua helada después de sacarlo del horno encendido. El metal que se deja enfriar a su propio ritmo se endurece, claro está, pero no alcanzará su mejor dureza si no es templado.

         Así obra también Jesucristo, como vemos en el evangelio de hoy. Pues a aquel que le dice "te seguiré adondequiera que vayas", Jesús le echa un poco de agua fría encima, no para desanimarlo sino para templar su carácter y mejorar la calidad de su decisión.

         No nos extrañe entonces que al seguir a Cristo nos pasen tantas cosas que nos desagradan o que tratan de desanimarnos. Muchas veces es voluntad del mismo Cristo que seamos probados no para que retrocedamos sino para que demos con mejor vigor cada paso.

         Conviene decir una palabra sobre el otro encuentro que nos presenta el evangelio de hoy. Cuando el otro entusiasta manifiesta su condición ("permíteme ir a enterrar a mi padre"), Jesús le dice una frase que puede costarnos entender: "Deja que los muertos entierren a sus muertos".

         No es que el hombre estuviera en trance de duelo y Cristo le pidiera que abandonara los asuntos del funeral. La expresión de aquel hombre, sepámosla entender, alude a "déjame esperar a que mi padre muera", cosa que no implicaba unas horas ni unos días, sino seguramente años enteros. Cristo le hace ver ese tiempo y lo contrasta con la urgencia del anuncio del reino de Dios.

Nelson Medina

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         Jesús ordena hoy a sus discípulos marcharse a la otra orilla del mar de Galilea (frente a Cafarnaum) para huir de la muchedumbre. "La otra orilla" es la parte oriental del mar de Galilea, el territorio pagano de la Decápolis. Este versículo introductorio (v.18) se convierte en marco de referencia para entender la invitación de Jesús a todos sus seguidores a emprender la misión entre los paganos y la presenta como un éxodo fuera del exclusivismo judío.

         El 1º que manifiesta su deseo de seguir a Jesús es un escriba. El texto no da indicios para pensar que las palabras del escriba no tengan sinceridad. Por el contrario, estas palabras se convierten en la ocasión para que Jesús declare, a quienes deseen asumir los riegos del seguimiento, que deben estar dispuestos a no tener hogar, ni una estructura que dé estabilidad (asumiendo, por tanto, los riesgos de la inseguridad).

         El 2º que manifiesta su deseo de seguir a Jesús es un discípulo, que desea enterrar a su padre antes de seguir a Jesús: "Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre". Esta expresión probablemente no significa que el padre ya hubiera muerto, sino que el discípulo quería esperar hasta el día de la muerte del padre para atenderlo.

         En este relato Jesús nos presenta las exigencias del seguimiento. Los discípulos de Jesús deben romper con el modelo de familia (construido bajo los vínculos de la carne y de la sangre) y asumir los riesgos de la nueva familia de Jesús (construida bajo los vínculos de un mismo proyecto en común: el Reino de Dios). Por tanto, el verdadero discípulo de Jesús debe sentirse libre frente a los compromisos de su familia y de su ambiente, para asumir con radicalidad las exigencias del evangelio.

         Hoy en día debemos redimensionar el contenido de la vocación y del seguimiento a Jesús. Las nuevas generaciones han de asumir las exigencias de la vocación dando una respuesta más efectiva y encarnada en la realidad de nuestros pueblos. La ruptura con todas las estructuras, incluso la propia familia, es un imperativo de la vida religiosa en la construcción de una nueva sociedad.

Severiano Blanco

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         Los 2 breves relatos de hoy tienen como elemento común la referencia "seguir a Jesús". Ambos relatos, junto al relato de la tempestad calmada (que viene a continuación) comienzan con el verbo seguir, y señalan con una inusitada urgencia la necesidad que tienen los discípulos y todo llamado de "pasar a la orilla de enfrente". Se trata de un movimiento local, pero detrás de él se apunta a un cambio más profundo en el estilo de la vida de todo aquel que, en su vida, quiere actuar el seguimiento.

         Este nuevo estilo de vida implica la aceptación de las duras exigencias que comporta. Los personajes que se dirigen a Jesús son anónimos, y de ellos sólo se menciona su condición: un escriba (en el 1º caso) y uno de los discípulos (en el 2º caso). Más allá de ese anonimato, aparecen las condiciones que se deben cumplir para responder a la llamada, válidas para todo el que emprenda el seguimiento de Jesús.

         La decisión tomada por el escriba recibe de Jesús una respuesta que pone de manifiesto la condición del hijo del hombre, carente de hogar y de lugar de descanso en el marco de una sociedad egoísta e inmisericorde. El discípulo, por su parte, quiere actuar primeramente los deberes sociales que la sociedad le impone respecto a su padre difunto. A él, Jesús le recuerda que es necesario posponer todo otro deber para poder responder a la invitación. Esta se convierte, por tanto, en la motivación fundamental de la existencia.

         En uno y otro caso se afirma el carácter absoluto del discipulado que expone a un extrañamiento de las condiciones en las que los hombres desarrollan su vida. Hogar y familia pasan a segundo plano ante la urgencia que implica el ir detrás de Jesús, de compartir su vida, totalmente dedicada a la actuación de la voluntad divina.

         También ésta es el marco desde el cual, el discípulo de Jesús debe juzgar el valor de cada de sus acciones y debe ser consciente que ese marco determina la mayor o menor bondad de cada una de ellas.

         Los compromisos y pactos hechos con la intención de hacer más llevadero el seguimiento son, en definitiva, renuncia a éste. Todo llamamiento a seguir a Jesús implica una radicalidad total que debe ser conscientemente asumida por cada integrante de la comunidad cristiana que, de esa forma, se convierte en extranjero viviendo en su propia patria y es erradicado de sus propios intereses.

         Con ello deberá contar al asumir la decisión del seguimiento y ese es el único horizonte en que puede desarrollarse y llegar a plenitud toda vocación cristiana.

Confederación Internacional Claretiana

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         Jesús es un maestro tan exigente que podríamos desanimarnos pensando que es imposible cumplir lo que él propone. Y su lenguaje resulta tan radical y exigente que correríamos el riesgo de considerarlo una utopía en el sentido literal de la palabra: algo que no tiene lugar, que no puede realizarse. Pero no es así. Como buen maestro, las palabras de Jesús se presentan, con frecuencia, como formulaciones extremas, como verdaderas utopías hacia las que hay que caminar, aunque se diste mucho de alcanzarlas. El evangelio de hoy presenta 2 de ellas.

         Un letrado, del grupo de los fariseos, que tal vez creía reunir todos los requisitos para seguir a Jesús, le promete seguirlo adonde vaya. Los fariseos (grupo al que pertenece el letrado) eran amigos del dinero, dice el evangelista Lucas (Lc 16, 14), y Jesús se apresura a recordarle el radical desprendimiento de los bienes al que está llamado el discípulo: no tener ni siquiera un hogar donde cobijarse, ni un lecho donde reclinar la cabeza Pero ser discípulo no quiere decir haber llegado a la meta, sino estar en el camino mirando a la utopía de un mundo donde los bienes estén lejos de ser el centro de atención y de interés.

         Otro simpatizante, en este caso discípulo, se acerca a Jesús rogándole ir a enterrar a su padre y Jesús le responde con una frase: "Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos". Dentro del contexto del evangelio, dicho padre representa la tradición y el pasado judío. Y el discípulo está llamado a mirar hacia adelante, dejando a los muertos (el pasado, y las viejas tradiciones) enterrar a sus muertos. Para seguir a Jesús hay que romper con el pasado y aventurarse por el sendero de las bienaventuranzas. ¿Estamos dispuestos?

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Según nos relata hoy Mateo, en cierta ocasión se acercaron a Jesús dos personajes con aparente disponibilidad para seguirle adondequiera que él fuese. El 1º de ellos era un letrado, un letrado que, supuestamente atraído por su enseñanza, desea convertirse en discípulo suyo. Y por eso se dirige a él como maestro, expresándole su intención de seguirle sin condiciones: Te seguiré a donde vayas.

         La disposición de esta persona parece inmejorable, pero ¿es del todo consciente de lo que implica este seguimiento? Jesús quiere hacérselo ver antes de que tome una decisión tan importante, porque seguir al Maestro supondrá compartir su misma situación vital, que es la del que no tiene dónde reclinar la cabeza (hasta que finalmente la recline sobre el duro madero de una cruz).

         Seguir a Jesús supone, pues, seguir el modo de estar en la vida de Jesús, que a su vez es el exigido por el apremio de la misión (anunciar el evangelio). Y eso implica empeñar todas las energías disponibles en la causa, e incluso el dar la vida ante las exigencias de esta causa (entre ellas, el no tener dónde reclinar la cabeza:, o vivir en la inseguridad de los que carecen de casa).

         Siendo este modo de vida una exigencia del seguimiento de Jesús, no podrán seguirle, por tanto, quienes no estén dispuestos a esta pobreza de medios humanos. Pero tampoco quienes no hayan sido capaces de renunciar a las ataduras emocionales, como es el caso de los lazos afectivos hacia los seres queridos.

         La fuerza de estas ataduras explica el duro juicio de Jesús, respecto del 2º caso que quiere seguirle tras ir primero a enterrar a su padre (que no es simplemente ir a dar sepultura al padre recién fallecido, sino esperar a que el padre fallezca para emprender después el seguimiento).

         Es verdad que esto es lo que hicieron algunos para seguir a Jesús, como San Juan Crisóstomo (que sólo tras el fallecimiento de su madre viuda, emprendió el camino de la vida monástica). Pero esto no es lo que pedía Jesús, sino que lo que sigue pidiendo es un seguimiento inmediato y diligente, e incluso rupturista. De ahí que insista: Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú vete a anunciar el reino de Dios.

         Los muertos a los que alude Jesús son los que viven faltos de vida y del impulso del Espíritu de vida, que es el mismo que anima al portador de la buena noticia. Para los que asumen la misión de anunciar el reino de Dios, cualquier otra actividad, por buena que sea, pasa a ser irrelevante.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 01/07/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A