4 de Julio

Jueves XIII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 4 julio 2024

a) Am 7, 10-17

         Escuchamos hoy en la 1ª lectura cómo Amasías, el sacerdote institucional en el Reino del Norte, se enfrenta despectivamente al profeta Amós, acusándolo de buscar su propio provecho en su profetización (y siguiendo ese refrán muy castellano de "piensa el ladrón que todos son de su condición"). En efecto, Amasías dijo a Amós: "Vete de aquí y profetiza en otro lugar. Come allí, y no vuelvas a atentar con tus palabras contra este santuario real".

         Amós responde con frases que recuerdan la experiencia de la propia vocación: "Yo estaba tranquilo guardando mis rebaños y cultivando higos, y no tengo antecedentes proféticos. Pero el Señor me dijo: Ve y profetiza". Efectivamente, la llamada del Señor desinstala, y si te sientes tranquilo mientras te tumbas al sillón, pregúntate en qué Dios crees.

         Si no creyéramos que Amós es un enviado de Dios, no podríamos tolerar sus palabras, pues éstas resultan tan duras, y tan poco digestivas, que casi invitan más a una reacción airada que a una conversión profunda. Pero hay algo en el fragmento de hoy que me resulta luminoso. Amós no habla así por simple indignación ética, o porque arrastre traumas de la infancia, o porque haya hecho mal la digestión. Y tampoco presume de profeta, ni exhibe su condición para humillar a los demás, sino que se considera simplemente un "pastor y cultivador de higos".

         Amós ha experimentado en su propia carne el fuego de Dios, y esto lo dice sin tapujos: "El Señor me sacó del rebaño y me dijo: Ve y profetiza a mi pueblo de Israel". Él denuncia y anuncia porque se siente empujado, aunque lo que anuncia sea algo superior a sus fuerzas. Y tiene conciencia de que lo que dice no se le ha ocurrido a él por su cuenta, pues no quiere meterse en líos. Toda profecía es siempre un lío en el que Dios nos mete.

Gonzalo Fernández

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         Escuchamos hoy cómo Amasías, el sacerdote de Betel, mandó decir al rey Jeroboán II de Israel: "Amós conspira contra ti, y el país no puede tolerar más sus discursos". Tras lo cual, se dirige cara a cara a Amós, y le increpa sin escrúpulos: "Vete de aquí con tus visiones, y huye a tu tierra de Judá. Allá podrás ganarte la vida y profetizar, pero en Betel no sigas profetizando, porque éste es el dominio real y el santuario del rey".

         Efectivamente, los profetas estorban, y no sólo hoy en día, sino también en aquel s. VIII a.C. No es nada nuevo, por tanto, que se quiera acallar las voces que estorban, o que la gente situada (como Amasías, que era sacerdote oficial del rey) trate de conservar, a cualquier precio, sus privilegios.

         Amós respondió al sacerdote: "Yo no era profeta, ni hijo de profeta, sino un simple pastor y picador de sicómoros. Pero el Señor me escogió".

         En efecto, había en aquel tiempo profetas de oficio, e hijos de profetas, que profesionalmente se dedicaban a atender las consultas de la gente, ávida de conocer el porvenir. Pero Amós era alguien muy distinto, en este caso no llamado por su padre para el oficio, sino por el mismo Dios: "Dios me escogió". Y por eso era un hombre libre, y el dinero o la fama no contaban para él.

         ¿Me siento tentado yo también, como Amasías, a edulcorar la palabra de Dios para evitarme disgustos? ¿O me dejo prender por Dios, como Amós? ¿Me atrevo a decir ciertas palabras aun corriendo el riesgo de perder ciertas ventajas? ¿O me avengo a ciertos abandonos, y a ciertos compromisos para que me dejen en paz? Concédenos, Señor, la valentía de mantener nuestras opiniones y convicciones.

         El Señor dijo a Amós: "Ve y profetiza a mi pueblo Israel". Ser apóstol no procede de un prurito de actuar, ni de un deseo de tener influencia. Es la respuesta a una llamada apremiante de Dios. ¿Cuál es la finalidad de mi actuación? ¿Y por qué causa milito?

         La profecía de hoy de Amós, lanzada a Amasías y a Jeroboán II, fue tajante: "Tu mujer se prostituirá en la ciudad, tus hijos y tus hijas caerán por la espada, tus tierras serán repartidas a cordel, tú mismo morirás sobre un suelo impuro, e Israel será deportado lejos de su país". La palabra de Dios no está encadenada, como decía san Pablo (2Tim 2, 9), y a pesar de las amenazas, Amós es capaz de decir a los poderosos las palabras más difíciles de decir.

         Te ruego, Señor, por todos los que tienen la responsabilidad de decir la verdad, tanto en la Iglesia como en el mundo. Ayuda, Señor, a los que tienen la responsabilidad de informar a la opinión pública, para que tengan la valentía de disipar las ilusiones y de hablar contra corriente. "Que vuestra palabra sea sí al sí, y no al no", decía Jesús.

Noel Quesson

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         La voz del profeta Amós resulta incómoda para Jeroboán II de Israel y para su sacerdote Amasías, gran sacerdote del Templo de Betel. Y por eso hoy le persiguen. E incluso el sacerdote Amasías, que se ve que se daba por aludido, invita a Amós a marcharse del Reino del Norte, y a irse a otra parte (al Reino del Sur, su lugar natal) a profetizar.

         Amós se defiende, y demuestra que él no es profeta interesado, ni busca un modo de ganarse la vida. Y que si él está profetizando, es porque Dios le ha llamado, y no porque él lo haya buscado. Es más, Amós viene a decir que él no puede dejar de obedecer a Dios: "El Señor me dijo: Ve y profetiza a mi pueblo de Israel". Y con valentía, y sin dejarse acobardar por las amenazas, sigue anunciando los castigos de Dios hacia los dirigentes del pueblo, por su corrupción y materialismo.

         Desde siempre, los profetas verdaderos son perseguidos, porque dicen lo que nadie quiere escuchar, y porque contradicen a los que se piensan estar actuando según la voluntad de Dios. Por eso, tanto en el AT como en el NT, a todos estos profetas (o apóstoles) se les quiere hacer callar, o se les destierra, o se les elimina sin más (como sucedió con Jesucristo, el profeta por excelencia).

         Esta reflexión nos debería dar lecciones en 2 sentidos. Ante todo, porque los creyentes estamos llamados a dar testimonio de Dios en el mundo de hoy, y tendríamos que ser valientes y diáfanos en ese testimonio (aunque resulte contra corriente y podamos ser perseguidos o mal comprendidos). Cuando las autoridades de Jerusalén quisieron hacer callar a Pedro, por ejemplo, él respondió que "debía obedecer a Dios, antes que a los hombres".

         Por otra parte, cuando también a nosotros alguien nos pueda decir una palabra profética, o nos corrija fraternalmente, deberíamos saber aceptar su voz como venida de Dios, y pensar en qué puede tener razón. La reacción debería ser de humilde acogida, sin echar mano de las mil excusas que se nos ocurran. Con el salmo responsorial de hoy deberíamos recordar que "los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos, son rectos y alegran el corazón".

José Aldazábal

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         Aprendamos hoy en la liturgia la lección que nos ofrecen 3 personajes: Amós (que profetiza y denuncia en nombre del Señor), Amasías (sacerdote real de Betel, que lo acusa por la dureza de sus vaticinios) y Jeroboán II (rey de Israel, que acaba persiguiendo a Amós).

         Si eres sensible a la voz del Espíritu, habrás de profetizar más de una vez. Si tu conciencia percibe la maldad y la denuncia, muchas veces sufrirá castigo, en vez de ser escuchada y agradecida. La suerte de los ‘hijos de Dios’ no es disfrutar de una providencia que los ampare de todos los infortunios humanos, sino sobrellevar su vida con dignidad, fortaleza, confianza, aun en medio de las dificultades comunes.

         No nos hagamos ilusiones los creyentes, oficialmente amigos de Dios, pensando que todo no ha de ir de rosas. Observemos más bien los hechos, leamos la Palabra que nos amonesta y enseña, y aprendamos, porque nuestra fidelidad a Dios será probada en vida.

         La fidelidad al Señor nos es imprescindible en todo buen servicio humano y cristiano: en el hogar, en el ministerio sacro, en la vida social y política. Pero esa fidelidad (siempre difícil, por nuestra parte y por parte de cualquier profeta) molesta a veces a nuestros hermanos, los hombres, y podremos ser denunciados, acusados, perseguidos por ellos. Si eso nos acontece, aceptemos los hechos con resignación, fortaleza, valentía, y, como reacción, no nos dejemos dominar por la ira. Confiemos siempre en el Señor en quien creemos y esperamos.

Dominicos de Madrid

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         Tanto el texto de hoy del profeta Amós, como el de mañana, pertenecen a la sección de las visiones. Ambos interrumpen la secuencia de forma brusca, y se interponen de forma extraña a partir de algún elemento precedente (tomado como pretexto).

         Los elementos inspiradores de la narración de hoy los tenemos al final de la visión anterior: la amenaza de destrucción de la casa de Jeroboán II de Israel, de los altos de Isaac y de los santuarios de Israel. A pesar de cortar la sucesión de visiones, el texto revela importantes datos de la vida del profeta, y del conflicto de la institución profética con la sacerdotal.

         La narración está en prosa (única vez que se utiliza esta forma en todo el libro) y es realizada por una 3ª persona. Se compone de 3 escenas susceptibles de ser representadas, organizadas en torno a la intervención de los personajes principales: Amasías, sacerdote de Betel (en la "casa de Dios"), y el profeta Amós.

         La 1ª escena señala el mensaje que Amasías envió al Jeroboán II, en que el sacerdote informa al rey que Amós conjura contra él y contra el país. La 2ª escena prorrumpe sin previo aviso, y en ella Amasías se dirige a Amós en un tono severo, y le lanza una serie de imperativos ("vete y refúgiate", "no vuelvas a profetizar") para que se marche de Israel.

         La 3ª escena está protagonizada por Amós, y su discurso de respuesta a Amasías tiene 2 partes. En la 1ª el profeta da razón de su actividad (el Señor lo ha enviado a profetizar en Israel, algo que él no hace por oficio), y en la 2ª responde con una nueva amenaza proveniente del Señor: su familia caerá ante la espada enemiga, él morirá en país extraño, Israel entero saldrá del país y la tierra será repartida.

         El elemento más importante de la 1ª escena es Amasías. Él es el gran sacerdote del Santuario Real de Betel, y pertenece al grupo oficial que hacía de portador de noticias ante el rey. De la 2ª escena sobresalen el contenido de la acusación contra el profeta y la orden de que se marche a su tierra. De la acusación contra el profeta se entrevé veladamente que Amós se ha situado por encima de sus competencias, se ha entrometido en un país que no es el suyo, se ha colocado por encima del sacerdocio y ha insultado al rey al amenazar con la muerte y el destierro.

         La orden que dirige el sacerdote contra el profeta expresa también un insulto, porque lo llama vidente (visonario, en sentido despectivo) y lo equipara a aquellos antiguos falsos profetas que habían capitulado ante los cultos paganos (1Sm 9, 7).

         En respuesta a las acciones y palabras de Amasías, Amós le presenta sus credenciales. Él no es un profeta profesional, sino que su oficio es el cultivo de higos (una actividad consistente en la puntura de sicómoros, para dejar escapar el insecto que contienen), un fruto insípido que servía de alimento a los pobres.

         Rechaza de este modo Amós la acusación de tener intenciones económicas en el desempeño de su cargo, e invoca a la intervención directa de Dios (como en Jr 1,1 e Is 6,1). El original hebreo "no soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos" es ambiguo, y puede ser traducido tanto por un presente (como aquí) como por un pasado (con lo que habría que entender que Amós se hizo profeta, y abandonó su antigua profesión). En un 2º momento el profeta describe la invasión inminente de Asiria y el destierro a la tierra impura (Asiria, definida de este modo por su idolatría).

Servicio Bíblico Latinoamericano

b) Mt 9, 1-8

         Dos veces han aparecido ya paralíticos en este evangelio (Mt 4,24; 8,6), y por tanto ya es hora de que Jesús explique la causa de la parálisis, y el sentido de curarla. En efecto, en el pasaje de hoy se ve que el paralítico es un hombre incapaz de toda actividad. Luego curar a un paralítico supone no sólo dar al hombre la posibilidad de caminar, sino de elegir su propia vida y ejercer su propia actividad.

         Son varios los que presentan el paralítico a Jesús, y Jesús ve su fe. Sin embargo, se dirige sólo al paralítico, para anunciarle que sus pecados están cancelados. Los pecados significan el pasado pecador del hombre, previo a su encuentro con Jesús. Mientras que la fe en Jesús, que es la adhesión a él y a su mensaje, cancela el pasado pecador y otorga una nueva oportunidad de vida, a forma de nuevo comienzo.

         Existe en el texto una aparente incoherencia, pues mientras Jesús "ve la fe de ellos", dirige sus palabras únicamente al paralítico. Y dado que la fe es la que obtiene la liberación del pasado, esto significa que la figura del paralítico incluye las de sus portadores (representando así a los hombres, en su condición de muerte y en su deseo de salvación). Los portadores expresan el anhelo por encontrar salvación en Jesús, el paralítico expresa la situación concreta de los hombres. Y Jesús exhorta al paralítico a confiar ("ánimo") familiarmente (lo llama hijo), término que se aplica a los israelitas (Mt 15, 26). Jesús considera a este hombre como miembro de Israel.

         Aparecen entonces los letrados hostiles a Jesús, cuya enseñanza se apoya en la tradición. Sin expresarlo en voz alta, juzgan que Jesús blasfema (es decir, que insulta a Dios atribuyéndose una función divina). Jesús intuye lo que piensan y los desafía proponiendo la curación del paralítico como prueba de su autoridad para perdonar pecados.

         El sujeto que posee la autoridad es el Hombre (Mt 8, 20) o el Hijo de Dios (Mt 3, 16), que es el "Dios entre nosotros" (Mt 1, 23). La doctrina sobre la trascendencia de Dios había excavado tal abismo entre él y los hombres, que resultaba imposible para los letrados admitir que el Hombre pudiese tener condición divina. La autoridad de Jesús es universal, y se ejerce "en la tierra" (lugar de habitación de la humanidad).

         Con una sola palabra, Jesús cura al paralítico. La curación significa el paso de la muerte a la vida ("levántate", verbo aplicado a la resurrección; Mt 27,63.64; 28,6.7). El hombre, muerto por sus pecados, no solamente es liberado de ellos, sino que empieza a vivir. La fuerza del argumento propuesto por Jesús ("para que veáis") está en esto: la vida y libertad que él comunica al hombre (hecho constatable) prueban que éste ya no depende de su pasado (cancelar los pecados), sino que es dueño de lo que antes lo tenía atado (carga con tu camilla).

         Los circunstantes son multitudes determinadas, alusión a las que lo siguieron después del Discurso en la Montaña (Mt 8, 1). Su reacción es de temor, y al mismo tiempo de alegría. Alaban a Dios por haber concedido tal autoridad "a los hombres". Esta última expresión, en paralelo con "el Hijo del hombre", muestra que "el Hijo del hombre" es una condición que puede extenderse a otros. De hecho, como aparecerá más tarde, el destino del Hijo del hombre será el de sus discípulos (Mt 16, 24), y su autoridad será comunicada a los suyos (Mt 18, 18).

Juan Mateos

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         La curación del paralítico de hoy se encuentra inmediatamente después del texto que leíamos ayer, y tiene sus paralelos en los otros 2 sinópticos (Mc 2,1-12; Lc 5,17-26). No obstante, existen dudas respecto a la ubicación, pues mientras en Mateo tiene lugar tras la tempestad calmada y la curación de los endemoniados gadarenos (en un momento bastante avanzado de la obra), en Marcos y Lucas el episodio tiene lugar después de la curación de un leproso (más bien al principio).

         El escenario del relato es la otra orilla del mar, en "su ciudad" de Cafarnaum, el lugar donde Jesús vuelve siempre durante su ministerio en Galilea. Aunque no da a entender que estuviera en una casa particular (Mt 8, 20), sino más bien en un recinto cerrado (pues introducen al enfermo por un boquete abierto en el techo).

         El milagro es una respuesta a la fe de quien se acerca a Jesús, implícitamente hay una confesión del pecado y una propuesta de arrepentimiento. Sin embargo, esto no sólo hace posible la curación, sino que provoca la manifestación de que él tiene autoridad para perdonar pecados.

         Ambos elementos quedan unidos en la narración, y la curación conlleva la reinserción del enfermo en la sociedad y el restablecimiento del pecador con Dios (y eso que según la concepción del momento, el Mesías aniquilaría a los pecadores e injustos, arrojándolos a las tinieblas). Por eso las palabras que enfrentan a Jesús con los letrados son expresión de que el perdón de los pecados es efecto de la sanación realizada por Jesús, que demuestra que el poder restaurador y salvífico de Dios se ofrece también al pecador.

         Los letrados son los escribas o los dirigentes religiosos de Israel. La expresión "en su interior" puede comprenderse como "razonaban entre sí" (Mt 16, 8). La acusación de blasfemia será la decisiva en el momento de la condena de Jesús (Mc 14, 60-64), cuando se le acuse de apropiación de las prerrogativas divinas (Sal 103,3; Is 43,25; 1Jn 1,9). Aunque, como vemos hoy, dicha apropiación se va fraguando a lo largo de los diversos encuentros de Jesús con los religiosos de Israel.

         La conclusión es evidente: Jesús actúa con el poder de Dios (Mt 12, 22-28), que es lo mismo que decir que él es el Hijo de Dios, según se desprende de los signos que realiza. El final desconcertante (como ocurría en el texto de ayer) traslada a los hombres el motivo de la acción de gracias de la gente a Dios, en la convicción de que Jesús tiene que haber recibido ese poder de él (Mt 16,19; 18,18). Jesús se vuelve a identificar aquí con el Hijo del hombre.

Fernando Camacho

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         Después del viaje que hizo ayer a territorio pagano (a Gerasa), Jesús vuelve hoy a su país, y se establece en su ciudad de Cafarnaum. Entonces le presentan un paralítico echado en una camilla. Y Jesús, viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: "¡Animo, hijo! Se te perdonan tus pecados".

         Mientras Marcos (Mc 2, 4) y Lucas (Lc 5, 19) insertan los detalles de la camilla bajada desde el techo después de levantar algunas tejas, Mateo es más sobrio y va directamente a lo esencial: el perdón de los pecados. Es la 1ª vez que Mateo menciona este tipo de poder.

         Hasta aquí hemos visto a Jesús curando enfermos, dominando los elementos naturales, venciendo los demonios... Y he aquí que también ¡perdona los pecados! No debo pasar rápidamente sobre estas palabras ni sobre la actitud de Jesús que ellas expresan. ¿Qué pensaste entonces, Señor, cuando por 1ª vez dijiste "te perdono tus pecados"?

         Entonces algunos escribas o letrados dijeron interiormente: "Este blasfema". Es verdad que ese poder está reservado a Dios, pues el pecado es una ofensa a Dios, y eso es algo que sólo él puede perdonar. Pero Jesús, para demostrar que él era el Hijo de Dios, y que también tenía esa facultad sobre la tierra (la de perdonar el pecado), dijo entonces al paralítico: "Ponte en pie, carga con tu camilla y vete a tu casa".

         Pero Jesús no se intimidó, sino que pronunció las fórmulas de absolución ("tus pecados son perdonados") e hizo los gestos exteriores de curación ("levántate y vete a tu casa").

         Al ver esto, "el gentío quedó sobrecogido y alababa a Dios, que da a los hombres tal autoridad". El final de la frase de Mateo es ciertamente intencionada, y amplía voluntariamente la perspectiva. No se trata ya sólo del poder que Jesús acaba de ejercer, sino también de que ha confiado ese poder a "unos hombres" (los apóstoles, allí presentes). Definitivamente, la Iglesia es la misericordia de Dios para los hombres.

         Los escribas pensaban que la enfermedad estaba ligada a un pecado. Jesús denunció esa manera de ver (Jn 9, 1-41), pues "ni él ni sus parientes pecaron, para que se encuentre en este estado". Jesús usa aquí la visibilidad de la curación corporal (perfectamente controlable) para probar esa otra curación espiritual, la del alma en estado de pecado. Los sacramentos son signos visibles que manifiestan la gracia invisible. En el Sacramento de la Penitencia, el encuentro con el ministro, el diálogo de la confesión y la fórmula de absolución, son los signos visibles del invisible perdón.

Noel Quesson

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         En aquel tiempo, subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y fue a su ciudad. Le presentaron un paralítico en una camilla. Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: "Animo, hijo, tus pecados están perdonados". Algunos letrados se dijeron: "Éste blasfema".

         Jesús, sabiendo lo que pensaban, les dijo: "¿Por qué pensáis mal? ¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados están perdonados, o decir: Levántate y anda?". Entonces, para demostrar que el Hijo del hombre tenía poder en la tierra para perdonar pecados, dijo Jesús al paralítico: "Ponte en pie, coge tu camilla, y vete a tu casa". El paralítico se puso en pie y se fue a su casa. Al ver esto, la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal poder.

         En aquel momento histórico, los judíos relacionaban la desgracia física con el mal moral, cobrándose así Dios la conducta personal y familiar. Esto era sumamente peligroso para las mentalidades, pues uno trata de ser lo que cree ser, y si uno se cree pecador, imagínate. De ahí nacen, por ejemplo, las bandas de delincuentes. Pero Jesús rompe esa dinámica perversa, y bajo una cariñosa expresión ("ánimo hijo, tus pecados están perdonados") abre a la esperanza al paralítico.

         No hay pecado que sea imperdonable, porque no hay situación de la que el hombre no pueda salir. Nadie puede caer demasiado bajo para Dios. Por muy podrido que uno esté, o por mucho asco que dé a los demás, Dios puede con él.

         Algunos de los letrados se dijeron: "Éste blasfema". Pero la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad. Resulta apasionante tratar de vivir y de hacer vivir al auténtico Dios, al Dios Padre; ese Dios que la debilidad humana, demasiado a menudo, ha deformado y olvidado.

Benjamín Oltra

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         La Iglesia, cuerpo de Cristo, es el arraigo histórico de la obra de Cristo, y a este título corresponde el poder de perdonar los pecados. Privada de este poder ya no sería la Iglesia de Cristo, porque Cristo no estaría verdaderamente presente en ella. No sería ya el sacramento de salvación del hombre. Por el contrario, afirmar que tiene el poder de perdonar es decir que la historia de la salvación continúa en ella, porque el ejercicio del perdón divino supone que la iniciativa amorosa de Dios encuentra aquí abajo un corresponsal, a saber, la Iglesia de Cristo.

         Jesús ha comunicado su poder de perdonar a sus apóstoles, es decir, a aquellos que, durante todo el tiempo de la iglesia, tienen la misión de hacerla existir como Iglesia ejerciendo el ministerio que les ha sido confiado. Cuando los apóstoles o sus sucesores perdonan en nombre de Cristo, es todo el pueblo de Dios el que se encuentra comprometido en el misterio de la cruz y en el acto divino-humano de perdón que allí tomó cuerpo. La Iglesia entera, por el ministerio apostólico, está constituida en acto de misericordia en provecho de toda la humanidad. En este sentido se puede decir que el cristiano es ministro del perdón (Mt 18,15-18; St 5,16).

         Pero si es verdad que todos los miembros del cuerpo de Cristo participan (en su lugar) en la obra eclesial de misericordia, todos (sin excepción) tienen también que someterse al poder eclesial del perdón; todos son pecadores y deben apelar al perdón de Dios. El bautismo ha marcado ya en cada uno de ellos el signo inviolable del perdón divino; pero el bautizado (aún pecador) ha recibido la competencia requerida para someterse al poder de las llaves.

         En toda la extensión de su acción sacramental y eucarística, la Iglesia ejerce su misericordia con respecto a sus miembros. Pero lo hace más particularmente por medio del Sacramento de la Penitencia. En este encuentro sacramental Dios se presenta al hombre que confiesa su pecado como el padre del hijo pródigo, que no piensa más que en preparar el festín familiar; en el mismo momento la Iglesia entera se hace partícipe con Dios en este perdón al reintegrar al penitente a la comunidad eclesial.

Maertens-Frisque

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         De vuelta del territorio pagano de los gerasenos, en Cafarnaum le presentan a Jesús un paralítico. Mateo no recuerda (como sí hizo Marcos y Lucas) el detalle de que tuvieran que descolgar la camilla desde el techo de la casa. Pero sí recuerda que Jesús no sólo le cura, sino que le perdona los pecados, con gran escándalo de los letrados y sabios que le escuchaban.

         La salvación que Cristo quiere para la humanidad es integral, de cuerpo y de espíritu. El signo externo (la curación de la parálisis) es el símbolo de la curación interior (la liberación del pecado), como tantas otras veces en sus milagros.

         Después de la tempestad calmada y de la curación de los endemoniados (que leíamos ayer y anteayer), hoy Jesús nos muestra su poder sobre el mal más profundo: el pecado. Todos sufrimos diversas clases de parálisis. Por eso nos gozamos de que nos alcance una y otra vez la salvación de Jesús, a través de la mediación de la Iglesia. Esta fuerza curativa de Jesús nos llega, por ejemplo, en la eucaristía, porque somos invitados a comulgar con "el que quita el pecado del mundo". Y, sobre todo, en el Sacramento de la Reconciliación, que Jesús encomendó a su Iglesia: "A quienes perdonareis los pecados, les quedarán perdonados".

         Jesús nos quiere con salud plena. Con libertad exterior e interior. Con el equilibrio y la alegría de los sanos de cuerpo y de espíritu. Ha venido de parte de Dios precisamente a eso: a reconciliarnos, a anunciarnos el perdón y la vida divina. Y ha encomendado a su Iglesia este mismo ministerio.

         Esta sí que es buena noticia. Como para dar gracias a Dios por su amor, y por habernos concedido en su Hijo, y en la Iglesia de su Hijo, estos signos de su misericordia. También nosotros, como la gente que presenció el milagro de Jesús y su palabra de perdón, reaccionamos con admiración siempre nueva: "La gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad".

José Aldazábal

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         Hoy encontramos una de las muchas manifestaciones evangélicas de la bondad misericordiosa del Señor. Todas ellas nos muestras aspectos ricos en detalles. La compasión de Jesús misericordiosamente ejercida va desde la resurrección de un muerto o la curación de la lepra, hasta perdonar a una mujer pecadora pública, pasando por muchas otras curaciones de enfermedades y la aceptación de pecadores arrepentidos. Esto último lo expresa también en parábolas, como la de la oveja descarriada, la didracma perdida y el hijo pródigo.

         El evangelio de hoy es una muestra de la misericordia del Salvador, en 2 aspectos al mismo tiempo: ante la enfermedad del cuerpo y ante la enfermedad del alma. Y puesto que el alma es más importante, Jesús comienza por ella. Sabe que el enfermo está arrepentido de sus culpas, ve su fe y la de quienes le llevan, y dice: "Animo, hijo, tus pecados te son perdonados" (v.2).

         ¿Por qué comienza por ahí sin que se lo pidan? Está claro que lee sus pensamientos y sabe que es precisamente esto lo que más agradecerá aquel paralítico, que, probablemente, al verse ante la santidad de Jesucristo, experimentaría confusión y vergüenza por las propias culpas, con un cierto temor a que fueran impedimento para la concesión de la salud. El Señor quiere tranquilizarlo. No le importa que los maestros de la ley murmuren en sus corazones. Más aun, forma parte de su mensaje mostrar que ha venido a ejercer la misericordia con los pecadores, y ahora lo quiere proclamar.

         Y es que quienes, cegados por el orgullo se tienen por justos, no aceptan la llamada de Jesús; en cambio, le acogen los que sinceramente se consideran pecadores. Ante ellos Dios se abaja perdonándolos. Como dice San Agustín, "es una gran miseria el hombre orgulloso, pero más grande es la misericordia de Dios humilde". Y en este caso, la misericordia divina todavía va más allá: como complemento del perdón le devuelve la salud: "Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa" (v.6). Jesús quiere que el gozo del pecador convertido sea completo.

Francesc Nicolau

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         Mateo nos narra hoy el milagro de la curación del paralítico, en medio de una discusión de Jesús con los letrados sobre el poder que él tiene para perdonar los pecados. Esta idea se menciona tres veces en el texto (vv.2.5.6). De igual manera el texto nos dice que Jesús se admira de la fe que tenían, es decir, porque reconocían la cercanía del reino de Dios, lo cual suponía dar fe al que lo anunciaba, a Jesús.

         En este relato la fe se describe como el deseo que tiene el paralítico (y los que lo llevan) de aproximarse a Jesús y obtener de él su acción salvífica (la cual presupone disponibilidad y apertura para el cambio de vida, como condición para ser parte del reino de Dios). El texto de hoy nos dice que Jesús se admira de la fe que tenían los que llevaban al hombre paralítico, reconociendo con fe la cercanía del reino de Dios.

         Esta disposición es la que funda las palabras que Jesús dirige al paralítico: "¡Animo, hijo!, tus pecados te son perdonados". Estas palabras están llenas de cariño y afecto y expresan el ámbito universal de su mensaje que no hace diferencias entre hombres y pueblos porque su mensaje rompe con las barreras que ha puesto Israel al considerarse pueblo elegido y por tanto los únicos hijos de Dios.

         El milagro es una obra en respuesta a la fe, en este caso del paralítico. Por otra parte, la fe en Jesús es una confesión implícita del pecado y de la disposición al arrepentimiento. Las enfermedades, los dolores y aflicciones de la condición humana eran considerados consecuencia del pecado, y el perdón de los pecados suprime las raíces del mal. Las palabras de Jesús son sorprendentes.

         Se habría esperado que hubiera curado al paralítico, pero lo que hace es declarar perdonados sus pecados. Teniendo en cuenta lo anterior, se podría decir que la parálisis no es tanto una invalidez física cuanto una invalidez del espíritu del hombre provocada por el peso de su propio pecado. De esta manera, el milagro es algo más que una manifestación maravillosa, es un símbolo y una prenda del proceso salvífico que se ha iniciado en Jesús. Esta concepción del milagro escandaliza a los letrados, que ven en las palabras de Jesús una afirmación de prerrogativas divinas.

         Ante la actitud de los letrados, Jesús responde: "¿Qué es más fácil: decir que se perdonan los pecados, o mandar a un paralítico que se levante y camine?". Con esto Jesús hace algo completamente nuevo: que el paralítico se levante, tome su camilla y regrese a su casa. Todos son signos de salud total, del paso de la muerte a la vida; y de esta manera volver a caminar es volver a vivir. La curación del paralítico es la prueba decisiva de la autoridad de Jesús y el rechazo a la acusación de blasfemia. Jesús demostrará sin lugar a dudas que Dios está con él y él con Dios.

         El mensaje de este texto afirma que Dios, por su amor universal, a través de Jesús, ofrece su Reino a todos los hombres por igual, sin distinción de pueblo o raza. Por la cercanía a Jesús queda borrado el pecado del hombre que lo paraliza y se le comunica un nuevo espíritu que lo levanta y lo hace caminar. El relato, de igual manera, muestra la resistencia e incredulidad de los letrados judíos ante este mensaje y la nueva vida, por el perdón de sus pecados, que aparece en el que se suponía indigno y excluido del Reino.

Gaspar Mora

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         El evangelio de hoy juega con 2 niveles de rehabilitación: el nivel físico y el nivel espiritual. Y en ellos, uno es metáfora del otro, pues perdonar es ayudar a alguien a ponerse en pie. Me encanta el modo como lo presenta el evangelio de Mateo: Jesús perdona los pecados a un paralítico.

         De entrada, uno tiene la impresión de que no hay ninguna relación directa entre la situación (la parálisis física) y la acción de Jesús (el perdón de los pecados). Pero, leyendo el texto, caemos en la cuenta de que cuando se sana la raíz, toda la persona queda sanada. Jesús no es un simple curandero, sino un sanador que nos rehabilita en nuestro centro personal herido por el pecado.

         Estas palabras suenan poco religiosas, pero no es difícil conectarlas con las experiencias de deterioro y de frustración que se dan en nuestras vidas. Un pensador reciente se atrevió a decir que "la única doctrina cristiana verificable, empíricamente, es la del pecado original".

Gonzalo Fernández

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         Para cada pecado, dolencia y herida, que nos tiene postrados en nuestra vida, Jesús tiene poder para perdonar, sanar y liberar. Él ha recibido ese poder, y no duda en ponerlo en práctica, perdonando los pecados del paralítico, aún cuando sea cuestionado y acusado por los escribas.

         Jesús apela en este momento a la misericordia de Dios. Apela por la sanación integra de esa persona, y apela con el mismo uso de palabras que siempre. Sean cuáles sean éstas, la sanación integra del paralítico se realizará. Pero no por las palabras que utilice, sino por el poder que se le ha conferido de lo alto.

         Es esa investidura lo que permite que el paralítico levantarse, tomar su camilla e irse a su casa. Es esa misma potestad la que el día de hoy nos dice en cada momento de nuestras vidas, en cada situación en la que pensamos que estamos postradas o postrados, "levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”". Es posible caminar con la camilla a cuesta, es posible modificar la situación.

         Jesús, te pido que abras mi mente y mi corazón para entender lo que me está pasando en este mismo momento, y pasar de ser un ente pasivo a uno activo que pueda, junto contigo, caminar en cualquier situación.

Miosotis Nolasco

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         Tras su incursión por Gadara ( país pagano del otro lado del lago), Jesús regresa a "su ciudad" (v.1), término que indica Cafarnaum pero también engloba a toda Israel. No obstante, las oposiciones y resistencias que Jesús había suscitado en el país extranjero, también volverán a estar presentes en su propia patria. En este caso, a propósito de la curación de un paralítico.

         El v. 2 presenta a un enfermo que, llevado por otras personas, se acerca a Jesús. Portadores y paralítico son considerados como una unidad como se refleja en una cierta incoherencia de la construcción, pues Jesús ve la fe de los portadores, pero se dirige sólo al paralítico (para anunciarle el perdón de los pecados). Por tanto, todos ellos representan la humanidad en búsqueda de salvación.

         En las palabras de Jesús se revela la causa de la parálisis ligada al pecado, al pasado pecador del hombre que ha hecho de él un muerto en vida, un ser incapaz de toda acción. Por ello Jesús se dirige a él pidiéndole confianza: "¡Ánimo!", y anunciándole el perdón de sus pecados. El acercamiento a Jesús con fe ofrece al hombre esclavizado por el pecado una nueva posibilidad de existencia.

         Enfermo y portadores representan, por tanto, la doble condición de los hombres sometidos a la parálisis y en búsqueda de salvación a la que Jesús responde con una Palabra poderosa.

         Pero esta situación es el punto de partida que desencadena una controversia entre Jesús y sus adversarios, los letrados. Estos piensan en su interior que la afirmación de Jesús constituye una blasfemia (v.3), y que Jesús se arroga una prerrogativa que corresponde sólo a Dios. Y Jesús, que conoce el interior de los corazones, sale al encuentro de ese pensamiento malvado.

         La curación de la parálisis es presentada entonces como prueba de la autenticidad de la prerrogativa de Jesús que los escribas discuten. Este poder está ligado al Hijo del Hombre, Dios con nosotros, en quien Dios se ha acercado a la humanidad. El Dios lejano de la mente de los escribas debe ceder su lugar al Dios cercano que cura al paralítico. Este pasa así de la muerte a la vida como se indica por el uso de uno de los verbos típicos de la resurrección: "Levántate".

         En esta curación de la parálisis del enfermo se puede constatar visiblemente que el hombre es liberado de su pasado pecador que había encadenado su vida y adquiere la plena libertad de actuación. Por ello puede ponerse en pie (resucitar) y reiniciar una vida plena en libertad frente a los demás.

         El versículo conclusivo (v.8) señala la admiración de la multitud. Pero el punto que desencadena esa admiración es el poder que Dios ha concedido a "los hombres". Con ello se produce una extensión de la prerrogativa concedida a Jesús que alcanza, de esa forma a los miembros de su comunidad. La autoridad de Dios en Jesús podrá ser ejercida por los discípulos de éste, por los integrantes de la comunidad de sus seguidores.

Confederación Internacional Claretiana

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         El evangelio de hoy nos presenta la curación que Jesús hace de un paralítico, al que de paso le perdona los pecados (para escándalo de los letrados y otras personalidades que le escucharon y se escandalizaron, mirándolo a partir de entonces como un blasfemo).

         Jesús interpela a los que están hablando mal de lo que ha hecho y los pone en una difícil situación al preguntarles qué cosa es más fácil decir: "¿Tus pecados te son perdonados? ¿O levántate y anda?".

         Dios conoce lo profundo de las personas, y sabe que la invalidez profunda del paralítico que le han presentado es fruto del pecado manifestado en su egoísmo, en su incapacidad para servir, en su desamor. Jesús sabe muy bien que para que el paralítico se levanten de la camilla es necesario hacer de él una persona nueva, y por lo tanto es necesario el perdón de sus pecados.

         A la orden dada por Jesús al paralítico de levantarse y de caminar, sus piernas vuelven a tomar vida porque su espíritu ha sido purificado, ha sido limpiado. El milagro que Jesús ha hecho es el de la liberación interior que se proyecta inevitablemente hacia afuera. Jesús realiza este milagro porque el hombre tullido tenía fe en Jesús y tenía deseos de comenzar una vida nueva que girara en torno al servicio y en medio de la comunidad, que lo recibirá y que dará testimonio de el cambio que Dios ha realizado en su interior.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

        El evangelista Mateo sitúa hoy a Jesús en uno de sus escenarios habituales: Cafarnaum. Pero en este caso el lugar no es lo que importa, pues cualquier lugar en el que Jesús se encuentre se convierte de inmediato en centro de peregrinación y convocación, que atrae a todo tipo de personas en busca de lo que no les ofrecen otros maestros y letrados.

         Pues bien, tantos eran los que acudieron, que no quedaba sitio ni a la puerta. Y Jesús aprovecha la ocasión para dirigirles la palabra.

         Entre tanto, un grupo de personas llegan con un paralítico en una camilla, y como no pueden meterlo entremedias del gentío que rodeaba al predicador, deciden levantar unas losetas del tejado e descolgarlo hasta colocarlo delante de él. Jesús, que se da cuenta de la fe que les mueve, le dice al paralítico: Hijo, tus pecados quedan perdonados.

         Seguramente que aquella reacción dejó perplejo tanto al enfermo como a sus acompañantes, porque si le habían llevado hasta allí era para que le curase, y no para que le perdonase sus pecados.

        Por otra parte, la frase pronunciada por Jesús provocó inmediatamente el escándalo de los letrados, que casualmente estaban presentes en aquel lugar y que pensaban para sus adentros: ¿Por qué habla éste así? Blasfema, pues ¿quién puede perdonar pecados fuera de Dios? La sentencia absolutoria de Jesús les resulta blasfema, y piensan que se arroga un poder que sólo a Dios corresponde: el de perdonar pecados.

        Y es que los hombres podremos disculpar, exculpar, excusar, exonerar, disimular, dispensar del pecado... pero no hacerlo desaparecer o perdonarlo, pues para eso se necesita la capacidad de Dios. De ahí que la frase les suene a blasfemia y arrogante irreverencia, al pretender arrogarse lo que sólo a Dios compete (el poder divino).

        Jesús, que leyó sus pensamientos, se dirige a ellos y les dice: ¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decir al paralítico "tus pecados quedan perdonados", o decirle "levántate, coge tu camilla y echa a andar"? Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados, entonces dijo al paralítico: Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa.

        Y el paralítico así lo hizo, ante el asombro de todos los presentes. Se levantó, cogió su camilla y salió. ¿Qué es más fácil: perdonar los pecados del paralítico o devolver la movilidad a sus miembros inmovilizados? ¿Curar la enfermedad moral o la física?

         Ambas cosas son difíciles para el que carece de poder, y fáciles para el que tiene poder. Aunque entre una cosa y otra hay diferencia. La curación física es más fácil de verificar que el perdón de los pecados, y por eso Jesús se sirve de aquélla (la que puede verificarse empíricamente) para certificar ésta (es decir, su potestad para perdonar pecados).

         Ya había dado Jesús suficientes muestras de su poder de sanación, y lo que ahora quiere es emplear este poder como muestra (signo) de un poder aún mayor, que sólo a Dios compete: el poder divino de perdonar pecados, o poder de sanar espiritualmente al hombre en la tierra.

         Se trata de un poder ejercido sobre otro poder, porque tanto la enfermedad como el pecado se apoderan del hombre sin que éste pueda hacer mucho para evitarlo. Algo puede hacer, pero no lo puede todo, ni mantenerse incólume de toda enfermedad, ni mantenerse impecable. En el caso del pecado, interviene más la voluntad, ordinariamente débil y asociada a un entendimiento fácilmente seducible. De ahí que difícilmente pueda evitar ser presa del poder del pecado.

        Pues bien, Jesús demuestra tener poder para doblegar ambos poderes, el de la enfermedad y el del pecado, aunque el poder sobre la 1ª sea evidente, y sobre el 2º sólo sea creíble (pero razonablemente creíble, por razón del poder manifestado en la curación de la enfermedad corporal). Jesús cura la parálisis de aquel hombre para hacer ver a los que se resisten a creer que tiene realmente poder para curar (= perdonar) su pecado.

         A la perplejidad de los testigos, atónitos ante el suceso, siguió la alabanza, pues daban gloria a Dios diciendo: Nunca hemos visto una cosa igual. Esta sensación de estar ante algo extraordinario e incomparable (nada igual) es lo que les hizo elevar su mirada a Dios, que facultó a Jesús para obrar en este modo.

        Las obras de Jesús recondujeron a muchos hacia la glorificación de Dios. Pero no a todos, porque seguramente aquellos letrados, que habían pensado que se encontraban ante un blasfemo arrogante, siguieron pensándolo tras el suceso milagroso.

        Jesús obra tales signos porque quiere nuestra fe. Pero si lo que quiere es nuestra fe en su poder y en su bondad, no podrá darnos más que signos, ni las evidencias que hagan imposible nuestra fe. Sino que también nos pedirá nuestra fe ¿Por qué no dársela a Jesús, cuando él está dispuesto a darnos el ciento por uno después de habernos dado la vida?

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 04/07/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A