26 de Junio

Miércoles XII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 26 junio 2024

c) Meditación

         En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos, comienza diciendo hoy el pasaje evangélico. El momento de este dijo importa poco, porque la locución de Jesús tiene valor perenne e intemporal, y por eso sigue vigente. ¿Y qué es lo que dijo? Lo dice a continuación: Cuidado con los profetas falsos, que se acercan con piel de oveja pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis.

         Jesús previene a sus discípulos de la falsedad, que puede hacerse (y de hecho se hace) presente incluso entre los profetas. También hay falsos profetas como hay falsos sacerdotes, y falsos educadores, y falsos médicos...

         La falsedad puede darse en cualquier oficio y circunstancia, e incluso en cualquier vida humana. Y ello a pesar de los muchos controles que se apliquen o acreditaciones que se exijan. La falsedad es capaz de burlar las leyes y las inspecciones o revisiones.

         Pues bien, ante la falsedad se requiere atención y vigilancia, como recuerda Jesús: Cuidado con los falsos profetas. Entre esa vigilancia, Jesús invita a observar si éstos se presentan disfrazados de bondad o de verdad (se acercan con piel de oveja), pero por dentro (en realidad) son otra cosa. En ese caso, concluye Jesús, son lobos rapaces, que no persiguen otra cosa que lo que buscan las aves de rapiña: robar, arrasar, embaucar y aprovecharse de sus víctimas.

         El arma secreta de los falsos profetas es, pues, el engaño. No son (por dentro) lo que parecen (por fuera) y no buscan lo que parece (el bien ajeno), sino lo que ocultan (el provecho propio).

         Pero insisto: la falsedad puede darse, y de hecho se da, en todos los órdenes de la vida, y de ahí que añada Jesús que por sus frutos los conoceréis.

         Por sus frutos se conoce el árbol que los produce, porque ¿acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Evidentemente no, y de una zarza nunca podrán recogerse uvas. Es lo que recuerda Jesús: Los árboles sanos dan frutos buenos, los árboles dañados dan frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos.

         Entre el árbol y su fruto hay tal conexión que el uno (el fruto) muestra la naturaleza del otro (el árbol). Y decir naturaleza es decir bondad o maldad. Los frutos sanos revelan la salud que hay en su árbol, y los frutos dañados ponen de manifiesto la enfermedad que hay en su árbol. Y toda vida es fructífera, por el hecho de serlo.

         Es verdad que hay árboles que no son frutales, pero aun así siempre ofrecen algún beneficio (aunque sólo sea la sombra que le ofrecen al caminante, o el oxígeno que vierten a la atmósfera). Es de lo que hay que estar prevenidos en 1º lugar: de las aparentes vidas estériles, a las que calificamos precipitadamente de carentes de fruto, cuando a lo mejor sí que lo están dando.

         De hecho, la expresión "vida estéril" es casi una contradicción in términis, pues toda vida, por el hecho de serlo, nace, crece y se reproduce. Es decir, tiende a fructificar por su propio dinamismo. Por eso, habrá que observar más vigilantemente sus frutos (escasos u ocultos), porque también a ésta vida habrá que conocer por sus frutos.

         Al hombre racional, sensato y equilibrado, se le conoce por sus frutos. Pero también se reconoce por sus frutos al austero, al sencillo, al generoso, al auténtico o al honesto. ¿Y cómo? Por lo que sale de él, en forma de palabras y acciones. ¿O acaso no reconocemos a las personas por su manera de hablar y expresarse?

         Hay modos de hablar que manifiestan altanería, soberbia y engreimiento; o bien lo contrario (simpleza, humildad, realismo). Todos ellos son sus modos de actuar, y los que mejor revelan su naturaleza. Pues bien, también a estos hay que prestarles atención, si lo que queremos es conocer la verdadera naturaleza del sujeto que actúa. Tales son los frutos por cuyo medio podremos conocer al árbol (resp. vida) del que proceden.

         Este es el criterio de verificación que Jesús ofrece para evaluar la verdad de una vida humana, cristiana, sacerdotal, educativa o profesional. Se trata de un criterio basado en la coherencia entre el árbol (= la vida) y su fruto (= el dar de sí de esa vida), y por eso es tan importante el testimonio en toda propuesta de vida.

         Una vida cristiana, si es realmente tal y está insertada en el espíritu de Cristo, tendría que dar necesariamente frutos de vida cristiana (es decir, frutos enriquecidos con la savia del Espíritu Santo, que es la caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad; Gál 5,22-23).

         Cuando en una vida veamos florecer frutos que llevan esta marca, podremos tener la seguridad de hallarnos ante una vida cristiana. Que Dios nos dé su Espíritu para fructificar conforme a la naturaleza que nos proporcionó y a la gracia con que nos compensó.

 Act: 26/06/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A