2 de Julio

Martes XIII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 2 julio 2024

c) Meditación

         El lago de Galilea es uno de esos escenarios geográficos en los que se desenvuelve la actividad de Jesús. En el caso de hoy, aquí le vemos de nuevo, sobre la barca y en compañía de sus discípulos. De pronto, narra el evangelista, se levantó un temporal tan fuerte que la barca zozobraba entre las olas.

         Mientras tanto Jesús, aparentemente ajeno al peligro que se cernía sobre ellos, dormía. Entonces sus discípulos, alarmados y temerosos, se acercaron a él y lo despertaron, gritándole: ¡Señor, sálvanos, que nos hundimos! Él, incorporándose, les dijo: ¡Cobardes! ¡Qué poca fe! E hizo regresar la calma al lago con su sola palabra. Increpó a los vientos y estos se sometieron al imperio de su mandato, cesando de soplar sobre las aguas.

         Semejante acción no podía sino producir asombro en los testigos del hecho, que se limitaban a decir sobrecogidos: ¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen! Podían esperar obediencia de hombres o de animales, incluso de espíritus inmundos. Pero lo que no podían imaginar es que el viento y el agua se le sometieran a una persona, como corderitos.

         No es extraño, por tanto, que ante tamaña magnificencia se preguntaran: ¿Quién es éste? Porque según lo visto no podía ser otro que el Creador mismo de la naturaleza, ya que ésta acataba sus dictados con extraordinaria prontitud.

         La imagen de la tormenta es sumamente sugerente, y casi siempre se nos presenta cargada de simbolismo. No es inusual, de hecho, que en nuestra vida cotidiana hablemos de tormentas que nos derriban de nuestros muros de fortalezas y seguridades.

         Son momentos en los que nos vemos sobrepasados por las circunstancias, incapaces de hacer frente al empuje y a la fuerza arrolladora de los acontecimientos. Son momentos en los que no sabemos a quién recurrir, sin encontrar lugar donde refugiarnos o espacio adonde huir, con la extraña sensación de que ni siquiera Dios puede hacer nada, porque o bien duerme, o calla, o está inactivo.

         Podemos pensar incluso que Dios ha abandonado al mundo a su suerte, como si no le importara demasiado lo que aquí sucede o lo que nosotros hagamos.

         Pero ¿puede Dios, nuestro Dios y Dios de Jesús, permanecer ajeno a nuestras angustias? ¿Y ser indiferente a las penalidades de la vida? ¿Puede el Dios que nos lo ha dado todo (con su Hijo crucificado) no compadecerse y acudir en nuestro auxilio?

         Sospechamos, al menos, que no. Por eso, cuando nos veamos al límite de nuestras fuerzas, o de la desesperación, siempre dejamos escapar un grito de socorro, con la oculta esperanza de ser escuchados por el único que está en condiciones de ofrecernos una mano salvadora.

         Eso es lo que hemos de hacer, según hemos visto que hicieron los apóstoles a Jesús: gritar. Pero no para despertar a ese Dios que parece dormir plácidamente en su lecho celeste, totalmente ajeno a nuestras luchas a brazo partido con vientos huracanados y aguas embravecidas. Sino para acudir a él o hacer que él acuda a nosotros, y equilibre nuestra barca zarandeada por las olas.

         Eso es lo que habían gritado los apóstoles: ¿Señor, no te importa que nos hundamos? ¿No te importa que tu Iglesia naufrague en el mar tenebroso de este mundo? ¿No te importa que ya no haya nadie que escuche tu llamada, o que tu palabra deje de oírse por falta de predicadores?

         ¿Y no te importa que nuestros templos se queden vacíos de fieles para llenarse de turistas, y que pasen a formar parte de un patrimonio que remite tan sólo a un pasado lejano? ¿No te importa que agonice la fe de tantos creyentes?

         ¡Señor, sálvanos, que nos hundimos! ¿No es éste el grito desesperado de unos hombres que se ven al borde del abismo, que ya no pueden hacer pie, y a quienes no les queda otro recurso que gritar?

         Los apóstoles supieron muy bien a quién gritar: al único que podía salvarlos. Ante estas situaciones, no cabe sino esperar que él, finalmente, se levantará, y calmará la tempestad desatada con su imperiosa palabra creadora y apaciguadora.

 Act: 02/07/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A