Liturgia del Adviento

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           El Adviento es típico del occidente cristiano. La abundancia bíblica, la eucología (oraciones) y los cantos del Misal y la liturgia de las horas de este período (en el rito romano, aunque también en el ambrosiano y en el mozárabe), no tiene comparación alguna. La reforma reciente lo ha enriquecido más aún, volviendo a definir con más precisión sus temas y sus contenidos. Por ello el Adviento se presenta como una escuela de espiritualidad válida no solamente para el tiempo litúrgico que representa, sino para toda la época histórica que corre entre Pentecostés y la Parusía.

           Las lecturas bíblicas, tanto de la celebración eucarística como del oficio, están organizadas en unidad temática, de forma que presentan un cuadro lo más completo y armónico posible. Como dice el OGMR:

"Las lecturas del evangelio tienen en cada domingo su propia característica: se refieren a la venida del Señor al final de los tiempos (domingo I), a Juan Bautista (domingos II y III), a los hechos inmediatamente anteriores al nacimiento del Señor (domingo IV). Las lecturas del AT son profecías sobre el Mesías y sobre el tiempo mesiánico, sacadas sobre todo del libro de Isaías. Las lecturas del apóstol contienen exhortaciones y anuncios, en armonía con las características de este tiempo".

           Para las ferias se tiene una doble serie de lecturas, en relación con los 2 períodos que comprende el Adviento. Para el Adviento escatológico se leen los oráculos mesiánicos del profeta Isaías (autor considerado como típico de este período), con el sistema de la lectura semicontinua, es decir, siguiendo antológicamente el orden del texto; la perícopa evangélica, establecida en dependencia de esta lectura, quiere mostrar su realización o intenta establecer una vinculación con la predicación y la obra de Juan Bautista (especialmente desde el jueves de la tercera semana en adelante).

           Para las ferias del 17 al 24 de diciembre se leen de forma continua los acontecimientos de los evangelios de la infancia que precedieron al nacimiento del Salvador; la 1ª lectura, siempre del AT, insiste en los oráculos mesiánicos o en textos que se relacionan temáticamente con ellos (OGMR, IV, 35). Mientras que a lo largo del año litúrgico, normalmente, en el leccionario de la misa la lectura evangélica es la dominante, dada la situación histórica característica de la que es memorial el acontecimiento escatológico (hasta el 16 de diciembre), los oráculos sobre el Mesías y sobre sus tiempos, sobre todo los del profeta Isaías, son el punto de partida para buscar su actualización en el evangelio.

           También las lecturas bíblicas del oficio de las lecturas están siempre sacadas del AT. Como dice la OGLH:

"En el tiempo de Adviento, y a propósito del leccionario bienal de la liturgia de las horas se leerán, siguiendo una antigua tradición, las perícopas del libro de Isaías, en lectura semicontinua, alterna en años alternos. Se leerán además el libro de Rut y algunas profecías del libro de Miqueas".

a) Los oráculos mesiánicos

           La predicación de Isaías (limitaremos nuestra atención a este profeta), situada entre finales del s. VIII y comienzos del s. VII a.C (Is 1-39), en un tiempo de desviación de la ley y de infidelidad a la alianza, entrelaza los temas de denuncia del pecado, de amenaza del castigo y del anuncio de un porvenir nuevo para Israel y para la humanidad. Aflora también el tema clásico de Israel adúltera y prostituta, en contraste con el amor fiel y apasionado de Yahveh. El Libro de la Consolación o Déutero-Isaías (Is 40-55) recuerda más bien a un profeta que vivió en el destierro y que interpreta la situación del cautiverio en Babilonia en analogía con la esclavitud de Egipto; su anuncio es la alegre nueva de una segunda liberación y de un éxodo nuevo y más universal hacia una tierra prometida, vista en una perspectiva escatológica.

           Es característico e insistente el acento que se pone en la renovación interior que llevará a cabo el Espíritu, que Dios habrá de dar a su pueblo. El destinatario de esta transformación será un resto de Israel, es decir, los pobres y los humildes que ponen su total confianza en Yahveh. Son ellos (ese resto de Israel) los portadores de las promesas, y de ellos es de quien nacerá el pueblo mesiánico. En este mensaje destaca con evidencia una concepción más espiritual de la alianza.

           De estos oráculos surge el sentido original de la historia que aporta la revelación: la visión del futuro, comparada con el recuerdo del pasado y con la experiencia del presente, pone de manifiesto que Yahveh actúa progresivamente un proyecto unitario de salvación para la humanidad. La historia se hace inteligible y recibe un sentido solamente de la fe, ya que es Dios el que conduce los acontecimientos con una fuerza que supera todos los obstáculos. El reino se realizará ciertamente. El futuro tendrá el significado de un gesto creativo que arrinconará las cosas viejas, devastadas y degradadas por el pecado, para hacer que el desierto florezca de nuevo como paraíso o Edén, es decir, para devolver al hombre la integridad original.

           Para Israel subsiste y subsistirá siempre (y esto vale también para el pueblo de la nueva alianza) un peligro: el del formalismo religioso, que alimenta la falsa certeza de considerarse justos sin conversión, por el mero hecho de ser herederos de las promesas y cumplidores de la ley, formalizada en unas cuantas prácticas religiosas o ascéticas.

b) Los cánticos mesiánicos

           Podemos colocar aquí los salmos del Adviento, ya que los encontramos, si no todos, al menos la mayoría, en el leccionario de la misa como graduales y en el antifonario como procesionales (antífona de entrada, para la procesión de las ofrendas, para la comunión) o también como responsorios y antífonas para la liturgia de las horas. Como género, además de ser cantos, constituyen a menudo profecías sobre Cristo (Lc 24,44). En la celebración litúrgica representan una meditación sapiencial y lírica sobre el misterio de la encarnación.

           Ocupan un lugar importante los salmos característicos (Sal 23; 24; 71; 79; 84; 88; 121) y, en general, los salmos mesiánicos junto con otros textos poéticos del AT (como el Cántico de Ana y algunos cánticos sacados del libro de Isaías) y los del evangelio (el Cántico de Zacarías y el Cántico de María).

           El Salmo 23, alegre liturgia de entrada en el santuario, que se refiere al menos en parte al traslado del Arca de la Alianza a Jerusalén (2Sm 6), es una aclamación de la victoria y de la venida gloriosa del Mesías, típica de la Parusía; al mismo tiempo presenta las disposiciones requeridas en la persona que desea a Dios, que lo busca y anhela seguirle. Para acercarse al Señor y tener parte con él, el justo tiene que poseer pureza de corazón e integridad de vida. Recibirá como recompensa la bendición divina; más aún, forma ya parte de la generación de los que buscan a Dios. La liturgia descubre en este salmo una profecía de la encarnación y lo aplica en este tiempo a la virgen María, a través de la cual Dios, a quien pertenece el universo hace su entrada en el mundo. A ejemplo de la Virgen, todo cristiano llene que disponerse a acoger (como un templo) al rey de la gloria que viene bajo la humilde forma de hombre a la tierra.

           El Salmo 24 ha alcanzado éxito también por su colocación al comienzo del Domingo I de Adviento, como canto de entrada; por eso el versículo Ad te levavi animam Meam (el canto que abre el misal) se ha convertido en el leit motiv del mismo Adviento. Este grito de ayuda en el peligro, súplica de un solitario que implora el perdón de los pecados (causa de su desgracia) y pide luz y asistencia, es característico de la situación humana, tal como aparece descrita y generalizada en este período. Saliendo al encuentro de Cristo que viene ahora in mysterio (o sea, en la celebración litúrgica) y que vendrá como juez al final de los tiempos, la Iglesia anhela y desea a su Dios; el camino y la guía para alcanzarlo son la rectitud, la bondad y la justicia.

           El Salmo 71, marcadamente mesiánico, con la riqueza y la fuerza evocativa de sus imágenes proclama el reino universal de justicia y de prosperidad, de paz y abundancia de liberación y rehabilitación del rey-mesías, el esperado de Israel. De esta filigrana se destaca la figura ideal del descendiente de David, el verdadero ungido de Dios, dibujado con prerrogativas grandiosas; en efecto, él realizará cosas maravillosas y manifestará su gloria, que es la gloria misma de Dios. La lectura litúrgica ve aquí el sentido pleno de la bendición perenne realizada en Jesucristo. El canto de este salmo durante el Adviento expresa igualmente la espera de Cristo, rey de paz, ayuda y defensor de los pequeños y de los pobres, de los débiles y de los oprimidos, en contra de toda violencia y de todo abuso.

           Otro salmo típico es el Salmo 79. En el momento de la catástrofe y del destierro, en la condición precaria en que el horizonte es incierto, es una invocación cordial y una ardiente plegaria que brota de una fe generosa, para que Dios venga a reunir al pueblo disperso al que ama. Las imágenes de la vid-viña, como las del pastor-rebaño reunidas aquí juntamente, como ocurre siempre en la Biblia, evocan el amor entrañable de Yahveh a su pueblo Israel. La insistencia del estribillo "que brille tu rostro y nos salve" lo convierte en una plegaria apasionada que pone de manifiesto uno de los temas principales de este tiempo, el de la luz. Este salmo, con que el pueblo de Israel imploraba la intervención de Dios liberador, sigue resonando hoy en el tiempo de la Iglesia. También ella se reconoce como rebaño y viña del Señor, objeto de sus atenciones amorosas de Padre. Atravesando en todos los momentos de su historia situaciones difíciles y dolorosas, implora la visita de aquel en quien pone toda su confianza y su esperanza.

           El más utilizado es el Salmo 84, cuyo tema es la manifestación de la misericordia de Dios con Israel. Las imágenes y los sentimientos que expresa con vivaz lirismo son típicos de la espiritualidad del adviento. Compuesto por los "hijos de Coré", o sea, una dinastía o familia de cantores repatriados por Ciro II de Persia (ca. 538 a.C) expresa la crisis del alma judía que se dispone a la reconstrucción de la nación, simbolizada por la reedificación del templo después del destierro. La riqueza de pensamientos (agradecimiento, invocación de ayuda, oráculo de favor y confianza) lo convierten en una plegaria llena de esperanza en una era gozosa de justicia y de paz. Con él la Iglesia, nuevo Israel, da gracias al Señor Jesús por la obra de la salvación que inició mediante su 1ª venida en la carne y le suplica que lleve dicha obra a su cumplimiento. Las diversas venidas de Cristo a lo largo de la historia derraman sobre la humanidad las bendiciones de Dios. En su última venida, la definitiva, se juntarán en perfecta armonía la paz y la justicia, el amor y la verdad (fruto de la salvación), el cielo y la tierra.

           El Salmo 88 es una celebración memorial de la fidelidad de Dios a su alianza; aunque los hijos de David violen la ley, nunca jamás fallará la palabra de Dios. Este himno, compuesto en una época en que no existía ya la monarquía pero se había afirmado con claridad el mesianismo real, apela al juramento hecho por Dios a David por medio de Natán (2Sm 7): no será la política lo que consolide la dinastía, sino que Dios mismo hará eterna la descendencia davídica. En Cristo hijo de David según la carne, el Señor establecerá con la humanidad entera una alianza eterna, basada en el derecho y la justicia. La perspectiva patrístico-litúrgica aplica este salmo a Cristo: tan sólo en él adquieren su plenitud de verdad las promesas de un dominio universal; en él las realidades anunciadas se transfiguran en un orden superior y con un significado nuevo y cabal.

           El Salmo 121 es un canto de peregrinación que se dirige, con notas llenas de alegría, a Jerusalén, la ciudad de la paz, la patria del alma y el lugar del encuentro con Dios. El salmo, rico en inspiración y en emoción y desbordante de sentimiento, se convierte en el canto de la Iglesia peregrina que anhela el encuentro con Dios. Por esta bendición que sube, baja también la paz a todos los que viven una espera llena de deseo. La era mesiánica se ve aquí como una convocatoria universal y un retorno a Sión, transfigurada en ciudad escatológica.

c) La predicación del Bautista

           Juan Bautista recoge el hilo de estos anuncios y los lleva adelante, con un mensaje que hace suyo el mismo evangelio: la metánoia, o conversión. Su acción se identifica con la imagen que tenemos de él; se puede afirmar que, como Jeremías también él es tipo de Cristo. La idea que para él está en la base de la preparación inmediata a la venida del Mesías y del anuncio del reino es la síntesis de todo el movimiento y de toda la predicación profética: cambio de mentalidad, camino en la rectitud hacia el día del Señor, vigilancia en la espera y en la esperanza; todo esto tiene que ser al mismo tiempo la situación espiritual y la conducta del pueblo que acoge su predicación: "Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos" (Mc 1, 1-3).

           Juan se presenta como heraldo de la Buena Nueva predicando la palabra de Dios con una fuerza irresistible. Personaje central de la liturgia del Adviento, es el pregonero y el precursor del Mesías, hasta el punto de que este tiempo recibe la definición de su persona carismática, de su figura profética y de su acción impregnada y movida por el espíritu. Su vida en el desierto recuerda y remite a Israel a sus orígenes, al sitio donde tiene que volver siempre que reflexione sobre su propia identidad y sobre su misión, para volver a comenzar de nuevo tras las repetidas violaciones de la alianza (1Re 19, 1-18).

           Su persona y su vida impresionaron fuertemente al pueblo, hasta el punto de que se le consideró como a Elías vuelto a la vida, que venía a prevenir al pueblo de la aproximación de los últimos tiempos (Jn 1,21; Mt 11,10-13). El mismo Jesús a su vez, atestiguó que Juan era el mayor entre los nacidos de mujer y su testigo más alto (Mt 11, 11); a su vez, la demostración suprema de Juan no será la de la palabra, sino la del martirio (Mt 14, 1-12).

           Los evangelistas se preocupan de subrayar los rasgos que el precursor tiene en paralelo con Cristo. Es sintomático y sorprendente el hecho de que, como ocurrió con Jesús, Juan fue escuchado por los publicanos (Lc 3, 12-13), mientras que los judíos, los fariseos y los dirigentes del pueblo le opusieron una obstinada repulsa (Jn 1, 19).

           Su palabra, tan impetuosa, se convertirá en un segundo tiempo en la proclamación de la presencia de Cristo: "En medio de vosotros hay uno que no conocéis" (Jn 1, 26). "No era él la luz, sino testigo de la luz" (Jn 1, 18). Será el bautizador de Jesús de Nazaret y el testigo, en la teofanía, de la investidura mesiánica y de la presentación al mundo de las credenciales divinas.

           Su predicación orienta hacia la visión del Mesías escatológico, que bautizará en Espíritu y en fuego (Mt 3, 11). Ahora estamos en condiciones de distinguir cronológicamente las dos venidas-manifestaciones de Cristo, la de la carne y la de la parusía. Hay que reconocer que el Bautista (Casandra desoída) vio bien el destino de Israel. Incluso desde el punto de vista histórico-político él predicó a su pueblo la hora fatal de la visita de Dios y, como Cristo, puso de relieve. los signos de los tiempos; pero los ojos y el corazón de muchos de sus contemporáneos se mostraron obtusa y pertinazmente insensibles y cerrados.

d) Las exhortaciones apostólicas

           A estos temas se añaden, para completarlos, las relecturas del NT que encontramos en las cartas de los apóstoles (que se leen en las liturgias dominicales), actualizando y recapitulando (a la luz de la plenitud de la revelación) toda la preparación del AT, mostrando su cumplimiento e ilustrando la idea de la plenitud de los tiempos.

           Estas catequesis van acompañadas de la exhortación a la esperanza, a la vigilancia y a la purificación del corazón. Estas advertencias hunden sus raíces en un penetrante sentido de la historia, en donde la sensibilidad escatológica se hace sentir bastante viva. La situación de adviento permanente en que vive la iglesia no tolera discípulos inertes. Los cristianos tienen que tener una aguda sensibilidad de los tiempos en que viven y de la transformación de la sociedad; es una culpa inadmisible que los discípulos no sean conscientes de los acontecimientos salvíficos que están presenciando: ya ha llegado la fase última de la salvación y el juicio.

           Entre todas las demás destaca la exhortación de Pablo (Rm 3, 11-14) a caminar en la luz para salir al encuentro del Cristo que viene; leída en el Domingo I-A de Adviento, asume todo un significado programático.

e) Los anawin de Dios

           Juan no es un personaje aislado en medio de una masa sorda, con la mente obcecada y el corazón vuelto hacia otros pensamientos. Los evangelios de la infancia se presentan como un muestrario de personajes que constituyen el resto de Israel (el verdadero Israel), que permaneció fiel a la alianza y aguarda el cumplimiento de las promesas. Hombres justos y piadosos, con el corazón de pobres, auténticos herederos de las bendiciones divinas hechas a los padres, en medio de tantas desviaciones e infidelidades del pueblo, reconocen y han experimentado, en la paciencia, la fidelidad y la misericordia de Dios. José, Zacarías e Isabel, los ancianos Simeón y Ana, los discípulos del Bautista, los que se hacen bautizar por él, los pastores de Belén, así como los magos del oriente pagano, están todos ellos preparados para los mayores acontecimientos de la redención. Son los modelos que el Adviento nos propone.

           Entre todos ellos destaca la Virgen de Nazaret. Ella es la que, como punta avanzada, no sólo de su pueblo sino de la humanidad entera, vivió más y mejor que todos los demás en sí misma la realización de las promesas y la venida del Redentor. Efectivamente, María "sobresale entre los humildes y los pobres del Señor, que confiadamente esperan y reciben de él la salvación. Con ella misma, hija excelsa de Sión, tras la prolongada espera de la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos y se instaura la nueva economía al tomar de ella la naturaleza humana el Hijo de Dios, a fin de librar al hombre del pecado mediante los misterios de su humanidad" (LG, 55; EV, I, 429). En ella, que totaliza la preparación espiritual de Israel, convergen todas las auténticas aspiraciones de su pueblo; todo el género humano se ve afectado en su experiencia; la iglesia entera se encuentra a sí misma en ella: "También la iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo, precisamente para que por la iglesia nazca y crezca también en los corazones de los fieles" (LG, 65).

f) La eucología de Dios

           Durante el tiempo de Adviento (uno de los tiempos más logrados del misal) han vuelto a cobrar vida las perlas más hermosas de la eucología antigua, inspiradas en los sermones de San León Magno, junto con lo mejor de la reflexión de la tradición cristiana (bíblica, teológica, espiritual), que ha confluido en los sacramentarios más importantes (Veronense, Gelasiano, Gregoriano, Adrianeo, Rollo de Rávena...). En estos formularios, literariamente muy densos y a menudo en un espacio exiguo, se encuentran contenidos doctrinalmente amplios y elementos sumamente ricos.

           Estos textos insertan el Adviento litúrgico en la historia de la salvación. Es decir, están destinados a actualizar y a traducir en plegaria los anuncios bíblicos y las reflexiones ulteriores. Aunque son las lecturas proclamadas las que dan su colorido primario a las celebraciones, la eucología reviste una indudable importancia no sólo por su inspiración tan rica, sino también porque es el lenguaje de la alabanza y de la intercesión. Limitaremos nuestras observaciones a los 2 tipos más significativos: los prefacios y las colectas.

g) Los prefacios de Adviento

           Los prefacios tienen una gran importancia porque en ellos se condensan los temas esenciales del tiempo litúrgico, ofrecen los motivos para la acción de gracias y pueden entenderse como la estructura de apoyo de todas las articulaciones que desarrollan las oraciones. A los prefacios del misal de Pablo VI (I y II de adviento), la edición italiana del mismo añade otros 2 (I-A y II-A): los primeros (I y I-A) para el Adviento escatológico, y los segundos (II y II-A) para los días del Adviento natalicio.

           El prefacio I presenta en un texto esmaltado de expresiones típicas la concatenación de las etapas fundamentales de la historia salutis: entre el cumplimiento de la promesa antigua (el primer adviento es una expresión que comprende el misterio completo de la salvación realizado en la carne del Hijo) y el cumplimiento definitivo ("vendrá de nuevo"), queda inserta la historia de la Iglesia. Para poner de manifiesto la dialéctica entre el ya y el todavía no y para mostrar su progreso, las 2 venidas se ven al mismo tiempo en paralelismo y en contraposición: a través del juego literario se hace patente la diferencia, y al mismo tiempo la relación, entre las dos manifestaciones de Cristo. La encarnación, mientras que es la realización de las promesas, es ya garantía de la salvación eterna y la prenda de que podremos gozar de la plenitud de Cristo, cuando él sea todo en todas las cosas.

           El prefacio I-A, que se adapta sobre todo al Domingo I de Adviento, tiene como tema la parusía de Cristo, Señor y juez de la historia. El juicio está ya presente y operante: "Ahora él viene a nuestro encuentro, en cada hombre y en cada momento, para que lo acojamos con fe y atestigüemos con amor la bienaventurada esperanza de su reino". La perspectiva es amplísima: toda la historia es misterio de Adviento, el cual a su vez irradia a lo largo de los siglos. La mirada hacia el destino futuro ilumina el presente e implica ciertas consecuencias morales de compromiso cristiano. Se trata de temas que están presentes en la Gaudium et Spes y en el magisterio reciente.

           El prefacio II entona, con la esperanza gozosa de la encarnación, que Cristo es el centro del misterio. En la 1ª parte del embolismo el Mesías es objeto del anuncio de los profetas, de la espera y de la preparación en la Virgen madre, de la proclamación y presentación del Bautista (la progresión culmina con la presencia en el mundo del Enmanuel); en la 2ª parte Cristo es el sujeto activo en la preparación para la celebración del memorial de su venida. La mediación de la Virgen se expresa en una síntesis bellísima que pone de relieve su cooperación en la encarnación. La espiritualidad de la espera se caracteriza por la vigilancia, por la plegaria de alabanza, por el gozo.

           El prefacio II-A es mariano, y por tanto se presta de manera especial para el Domingo IV de Adviento y para los días que conmemoran la Anunciación y la Visitación. Se presenta a María como la nueva Eva y la hija de Sión. Unos títulos evocan los temas que desde los tiempos patrísticos ha hecho surgir en este sentido la reflexión cristiana. Virgen fecunda y madre universal de la vida, ella es fuente de bendición para la humanidad entera. En esta mariología orante el papel de María es designado sin más como misterio, ya que forma parte del misterio central, Cristo (SB, 85).

h) Las colectas de Adviento

           Estas perspectivas de fondo vuelven a aparecer, ampliadas y muy ricas en resonancias, en las oraciones. En ellas, y como observa Augé, "el Adviento se presenta como preparación a la venida de Cristo, venida que a veces no se especifica ulteriormente, pero que en general se identifica con la encarnación o con el retorno glorioso al final de los tiempos. Pero hemos de recordar que la liturgia contempla estas dos venidas de Cristo en íntima relación entre sí: la celebración del nacimiento de Jesús nos prepara para el encuentro definitivo con él".

Las dos venidas de Cristo

           En la 1ª parte del Adviento la oración de la Iglesia está fuertemente impregnada de sentimiento escatológico. Es oportuno reagrupar esta complejidad temática en dos perspectivas: el mysterium salutis o realidades salvíficas llevadas a cabo por el Padre (en el Hijo enviado al mundo), y el caminar de la Iglesia (que va al encuentro de su Señor).

El Señor viene

           Es el tema más importante y uno de los mayores de la Escritura. El verbo venir significa la intervención de Dios en la historia y equivale a la venida salvífica de Cristo. Y por eso la expresión aparece con frecuencia en las oraciones. Cristo es enviado como don del Padre (domingo I, sábado I, lunes II y III, 17 diciembre), para habitar entre nosotros (martes I, miércoles II, 23 diciembre), para visitar a su pueblo (lunes III), para salvar (jueves III, viernes III) y renovar al mundo (17 diciembre) y para hacer de nosotros nuevas criaturas (martes III).

           Su venida es para librar a los hombres del pecado (jueves I, viernes I, sábado I, 18 y 21 diciembre), para vencer a las tinieblas e iluminar (viernes III, sábado III) y para llevar a cabo la reconciliación. Cuando venga en la gloria (domingo I, sábado II, 19 y 21 diciembre) nos llamará a su lado (domingo I), introduciéndonos en el reino (domingo II, 17 diciembre); entonces él mismo nos servirá (miércoles I) y será para nosotros la paz (jueves III). El carácter pascual de la encarnación resulta tan obvio como olvidado y marginado en la espiritualidad y la pastoral; la eucología guía y obliga continuamente a referirla al centro dinámico del año litúrgico, a fin de evitar la fragmentación del misterio de Cristo en los misterios particulares.

La iglesia sale al encuentro del Señor

           Cuando el Señor se acerca, se va a su encuentro. Los modelos están sacados del evangelio: las parábolas de las 10 vírgenes (viernes II), los siervos del amo que permanecen en vela cuando él llega de improviso (lunes I), los comensales dignos de entrar en el banquete eterno, en que el mismo Cristo servirá a la mesa (miércoles I). María, en la espera de la 1ª venida, es el tipo de la Iglesia que aguarda esperanzada la 2ª: confía en la palabra de Dios y por obra del Espíritu Santo se convierte en templo de la nueva alianza; de esta forma la Iglesia se adhiere humildemente a la voz del Padre (20 diciembre).

           La espera de la Iglesia se vive en la fe (jueves II, 19 y 22 diciembre) y se reaviva por la esperanza (24 diciembre); es vigilante (viernes II), fervorosa (lunes II), perseverante en el bien (lunes I); la Iglesia se prepara a acoger a su Señor (martes II), en el gozo que habrá de cumplirse al final de los tiempos (jueves III, 21 diciembre), en la exultación (martes II, domingo III, 18 diciembre) y en la alabanza (lunes I).

El nacimiento de Cristo de María

           A medida que se va acercando la Navidad, la atención se polariza en la encarnación, y por eso el suceso del nacimiento de Jesús surge al primer plano. La venida del Verbo a este mundo es vista como parte del misterio pascual, tanto directamente cuando se habla de esclavitud-liberación (o de redención y salvación) como de forma alusiva cuando se tocan los temas del hombre viejo, de la nueva criatura, de la luz-tinieblas. El tema bautismal está presente en todo el ciclo natalicio como el elemento más destacado de su clima. En todo ello es determinante el papel de María. Se capta a María en el misterio de Cristo y de la Iglesia, según la doctrina del cap. 8 de Lumen gentium.

           El tema mariano, que estaba antes ausente en las colectas de éste período, ha encontrado su puesto en 5 oraciones del Adviento natalicio, que ponen de relieve el misterio de la encarnación. La 2ª edición italiana del Misal ha incrementado este número en el común de María (l Infra, VI, 6) y con las A, B y C del Domingo IV de Adviento. Este tema es el que logra recoger todos los hilos y sintetizar los diversos elementos; es una consecuencia del papel primordial que representa María en éste tiempo de preparación. La memoria de la Virgen de Nazaret en la eucología lleva a la celebración del misterio del Hijo.

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STEFANO ROSSO, Turín, Italia

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 Act: 04/12/23       @tiempo de adviento           E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A