1 de Diciembre

Viernes XXXIV Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 1 diciembre 2023

a) Dan 7, 2-14

         El cap. 7 de Daniel, que meditamos hoy y meditaremos mañana sábado, es el más importante de toda la apocalíptica bíblica, por la profundidad teológica de los temas tratados, por el potente hábito profético y por la deslumbrante riqueza de sus imágenes.

         Aquella noche, Daniel tuvo una visión: "Cuatro vientos del cielo, el gran mar, cuatro bestias enormes: un león, un oso, un leopardo, y una bestia con diez cuernos y con dientes de hierro".

         No nos apresuremos a pasar por alto esas imágenes, tachándolas de infantiles. Porque se expresa en ellas una profunda filosofía de la historia: la sucesión de los reinos terrestres ateos (que no reconocen al verdadero Dios), en una sucesión de regímenes inhumanos, en los que la crueldad y el dominio se ejercen en detrimento de los hombres.

         Daniel sabía algo de ello, puesto que vivía bajo el terrible reinado de Antíoco IV de Siria, el cual quería doblegar a todo el pueblo e imponerle un modo de vida sin libertad y dignidad. La tentación de doblegar, de imponer, de asustar... ¿se encuentra también en mí?

         En la vida conyugal, en las discusiones profesionales, en las conversaciones sociales o en las tomas de posición ideológica, ¿cómo me comporto? ¿Amor o fuerza? ¿Diálogo o certidumbre sectaria? ¿Búsqueda paciente con los demás, o imposición de mi punto de vista? La tentación del poder, y la dialéctica del amo y del esclavo llega hasta aquí. No se da sólo en las relaciones económicas, se encuentra ya en el corazón del hombre. Cambia, Señor, nuestros corazones y mentalidades.

         Continuó Daniel mirando, y vio "unos tronos dispuestos y un Anciano se sentó. El tribunal se sentó también y se abrieron los libros: la bestia fue muerta, y a las otras bestias se les quitó el dominio".

         En el juicio de Dios sobre la historia, Daniel anuncia el próximo fin de los grandes imperios terrestres, el último de los cuales tiraniza al pueblo de Dios: "A las otras bestias se les quitó el dominio". Por desgracia, sabemos que la historia vuelve a empezar. Pero el juicio de Dios también comienza de nuevo, permanentemente. Cambia nuestros corazones, Señor.

         Daniel siguió mirando, y vio "venir sobre las nubes del cielo, como un Hijo de hombre". ¡He ahí la verdadera esperanza! No solamente una liberación política o económica (por necesaria que ésta sea), sino una liberación interior, el "reino de Dios" mediante de un "Hijo del hombre".

         A ese Hijo del hombre "se le dio el imperio, el honor y el reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno y nunca pasará". Tú, Señor Jesús, has reivindicado ser ese "Hijo de hombre" que viene "sobre las nubes del cielo" (lo que es propio de los seres celestes).

         Ese Hijo del hombre vendrá más del cielo que de la tierra. Y no será tan sólo un mesías terrestre, pues su reino no es como los demás: "Si mi reino fuese de este mundo, mis soldados hubiesen luchado por mí, a fin de que no fuese yo entregado" (Jn 18, 36).

         Sin embargo, ese Hijo es como un hijo de hombre, pobre y sufriente. Leyendo esas palabras ardientes, no olvidemos que Jesús, delante del tribunal del sumo sacerdote Caifás (quien conocía también esa profecía), aplicó este texto a sí mismo, reivindicando así la igualdad con Dios, tomando para sí el título de Hijo del hombre y anunciando su "venida sobre las nubes del cielo". Y esto le valdrá su condenación a muerte, por blasfemo.

Noel Quesson

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         El mar es en la Escritura símbolo de abismo y maldad. Pues bien, hoy nos dice Daniel que de él surgen 4 bestias que detentarán el poder en el mundo. Unas bestias de las que no puede esperarse ni salvación ni paz, pues lo único que hacen es destruir, pisotear, triturar naciones y llenarse el hocico de sangre inocente. No obstante, Dios se encarga de destituirlos y despojarlos de su poder, y a una bestia (que profiere blasfemias, además de hacer todos esos males) ordena matarla, descuartizarla y echarla al fuego.

         Recordemos que todo poder viene de Dios, de lo alto, de lo bajo, de lo bueno y de lo malo. Y quien ha sido puesto por Dios para regir al pueblo no puede dedicarse a destruir a los suyos. Todo reino es pasajero, y sólo pertenece a aquel "como Hijo de hombre", que no viene del abismo sino de las nubes del cielo. A aquel que procede de Dios, y que ha puesto su morada entre nosotros, y que posee un Reino que jamás será destruido, y que no actuará sino bajo la guía del Espíritu de Dios.

         Quienes pertenecemos al reino y familia de Dios, no vivamos como destructores de la paz y de la dignidad de nuestro prójimo. Más aún: si tenemos algún poder en la tierra, sepamos que no lo hemos recibido de los hombres sino de Dios. Y por tanto, no queramos llamarnos cristianos para después, cobijados por el poder, dedicarnos a destruir a quienes nos fueron confiados (o a quienes se oponen a nuestros intereses).

         Todo debe unirse a la alabanza hecha al nombre de Dios, pues él se ha convertido en nuestro Salvador. Si toda la tierra ha contemplado la victoria de nuestro Dios, que todas las naciones bendigan su santo nombre. Aquella armonía, perdida a causa del pecado, ahora vuelve a acompañarnos a través de nuestra vida, pues el Señor nos ha dado su paz. A nosotros corresponde conservar e incrementar esa convivencia serena con todas las criaturas, y no destruirlas a causa de nuestros intereses mezquinos.

         Todo está al servicio del hombre, pero debe ser utilizado no como una explotación enriquecedora egoístamente, sino con la responsabilidad que nos lleva a respetar los recursos de la naturaleza, que Dios ha puesto en nuestras manos. Así, por medio del hombre redimido, la redención de Cristo alcanza a todas las criaturas que, unidas al hombre, bendicen al Señor.

José A. Martínez

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         Cambia hoy radicalmente el panorama de Daniel, con respecto a los días anteriores. Y ahora es Daniel quien tiene una "visión nocturna" llena de simbolismos extraños.

         Esta vez son 4 animales (como hace unos días eran 4 materiales de construcción de una estatua) los que describen los 4 imperios sucesivos (el babilonio, el de los persas, el de los griegos y el de los seléucidas) con sus "diez cuernos" (tantos como reyes de aquella dinastía). También aquí se detiene más el vidente en el reinado último, el de Antíoco IV de Siria, su contemporáneo y al que describe como más cruel y feroz que nadie.

         Pero lo importante no es la ferocidad de esos imperios, sino la visión que viene a continuación: el trono de Dios, los miles y miles de seres que le aclaman. Y finalmente, la aparición de "una especie de hombre que viene entre las nubes del cielo, al que se le dio todo el poder, honor y reino, y cuyo reino no acabará".

         De aquí viene el nombre de "Hijo del hombre" referido en lo sucesivo al futuro mesías, y que al mismo Jesús le gustaba aplicarse: "una especie de hombre", "uno con la apariencia de hombre", "un hijo de hombre". Es un nombre que los evangelios dan más de 80 veces a Jesús.

         Jesús, el Mesías, es el que sabe interpretar la historia, el que (como dirá el Apocalipsis) puede "abrir los sellos del libro", el que recibe el reino perpetuo y aparecerá al final como Juez supremo de la humanidad.

         La lectura de Daniel nos ayuda a situarnos en una actitud de mirada profética hacia el futuro, al final de los tiempos, con el reinado universal y definitivo de Cristo, el triunfador de la muerte, como celebramos el domingo pasado en la solemnidad de Cristo Rey, y que seguiremos haciendo durante el Adviento. Terminamos el año litúrgico con la mirada fija en Cristo Jesús. Es la dirección justa, la que da sentido a nuestro camino.

José Aldazábal

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         Con mucha fantasía describe hoy Daniel su visión, bajo figuras de 4 fieras, lo mismo que se descubrió en la estatua formada por 4 clases de materiales, del oro al barro. En ambos caso, los 4 elementos o fieras se refieren a invasores y perseguidores de Israel, y la 4ª a la fiera más brutal (identificada con Antíoco IV de Siria, gran perseguidor de los judíos).

         Con esas 4 palabras y 4 imágenes de animales feroces (león, oso, leopardo y monstruo) nos ofrece Daniel, en actitud profética y apocalíptica, la descripción de las fuerzas del mal, que han operado y siguen operando en el mundo.

         Tanta es la persistencia en el hombre de sus inclinaciones torcidas, o no dominadas por una conciencia recta y señora, que hemos de recurrir al reino animal para expresar la vileza de muchas de sus acciones (provenientes de una interioridad humana desequilibrada). Y eso no es asunto que podamos cargar sobre los hombros de nuestros mayores en la historia. Sino que es un asunto que continúa vigente entre nosotros, pues:

-leones insensibles y voraces somos quienes colocamos un cerebro humano sobre cuerpo de fiera, que devora y no se compadece de los demás;
-osos insaciables parecemos quienes nunca nos saciamos con lo que tenemos y somos capaces de seguir saciando;
-leopardos de varias cabezas y alas nos asemejamos quienes vivimos ansiosos de acumular poder para la propia satisfacción;
-rostro aterrador de monstruos exhibimos quienes propiciamos la destrucción de todo lo que pillamos.

         Envía tu Espíritu, Señor, sobre nosotros, para que estos huesos torturadores y conciencias locas no sigan haciendo tanto mal en la humanidad, la que tú creaste como jardín de convivencia, huerto de trabajo, lleno de minas y pozos al servicio del bienestar.

Dominicos de Madrid

b) Lc 21, 29-33