2 de Diciembre

Sábado XXXIV Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 2 diciembre 2023

a) Dan 7, 15-27

         Continuamos hoy con la lectura de ayer, en esa gigantesca lucha entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal, en que Daniel verá el triunfo de los santos contra las bestias malhechoras.

         Se trata del anuncio del Mesías, que todos los exegetas afirman unánimemente. Pero se trata también de una interpretación religiosa de toda la historia humana. De hecho, a "toda época" (también la nuestra) puede aplicársele esta gran visión, pues Daniel la aplicó a los grandes imperios de su tiempo, mientras que el Apocalipsis de Juan la aplicó a la época de Nerón.

         En cuanto a nosotros, ¿somos capaces de esta visión? Daniel fue el 1º en considerar la historia mundial como una preparación del reino de Dios, y en soldar las esperanzas humanas con la aurora de una esperanza eterna. El combate de la santidad, aquí abajo, conduce al hombre hasta el umbral de la eternidad de Dios, y en ese combate el tiempo coexiste con la eternidad.

         Los que finalmente recibirán la realeza son "los santos del Altísimo". ¡Ah, Señor, qué divina revolución! Los santos, en lugar de Antíoco o de Nerón o de Hitler. ¡De ningún modo una realeza del mismo género que éstos! En el plan de Dios, un "pueblo de santos" recibirá la realeza "conferida al Hijo del hombre". Y San Pedro dirá a sus fieles de Roma que ellos son un "pueblo sacerdotal, pueblo de reyes, asamblea de santos y pueblo de Dios".

         A medida que Cristo reúne a los hombres en la Iglesia, los asocia a la responsabilidad que él tiene para realizar el proyecto de Dios sobre la humanidad (1Pe 2, 4-10). Señor, ¿qué puedo hacer para mantener en mí esta visión?, ¿cómo esperas tú que yo participe yo en tu proyecto? Señor, yo me siento muy poco santo, así que ¿cómo te atreves tú a asociarme a tu obra y a tu responsabilidad? ¿O es que la santidad no es sinónimo de aureola excepcional?

         Volviendo a Daniel, nos dice el texto que "esta bestia (este rey) pronunciará palabras hostiles al Altísimo, y pondrá a prueba a los santos del Altísimo, y los santos serán entregados a su poder por un tiempo, y tiempos, y medio tiempo".

         La santidad es un combate, y la historia es una historia accidentada y tumultuosa. Los triunfos de Dios no son muy aparentes, y a menudo quedan escondidos bajo el triunfo monstruoso de las fuerzas del mal. Las épocas de mártires lo saben bien, así como lo sabían la época de los macabeos (la época en que fue escrito el libro de Daniel). Todavía hoy, las apariencias van contra de Dios... pero "por un tiempo", porque se nos ha prometido que ese triunfo del mal no durará.

         Finalmente, "el tribunal se sentará, y el dominio le será quitado y será dado al pueblo de los santos del Altísimo, para una realeza eterna". Jesús, santo de Dios, tú te declaraste Hijo del hombre, tú te comprometiste totalmente en este combate contra el mal, y de forma terrible ante los demonios. Pero tú no quisiste reinar poderosamente, sino de forma humilde, paciente y santa. Y así, todas las apariencias estaban contra Jesús.

Noel Quesson

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         Continúa hoy la visión que empezamos a leer ayer. En este caso, a Daniel le preocupa saber el sentido de las 4 bestias, sobre todo de la 4ª y última, la más terrible, que por lo que parece es la que lucha contra los santos y los derrota.

         Recordemos, una vez más, que el libro está escrito para que lo lean los que sufren la persecución de Antíoco IV de Siria (Antíoco Epífanes), un rey, que blasfema y que cruelmente se deshace de los que le estorban, a lo largo del s. II a.C. Pues bien, nos dice Daniel que su reinado sólo durará "un año, otro año, y otro año y medio" más. Es decir, 3,5 años (la mitad de 7, la mitad del nº perfecto y, por tanto, un número malo, fatal para él). Entonces, el Altísimo lo aniquilará totalmente, "y el poder real será entregado al pueblo de los santos, y habrá un reino eterno".

         La lección del autor está clara: dar ánimos e infundir esperanza, para que nadie crea que la última palabra la va a tener Antíoco IV, el cual ha querido "aniquilar a los santos y cambiar el calendario y la ley". Antíoco prohibió las fiestas judías y la celebración del sábado, e impuso un calendario pagano helénico, símbolo de la paganización de las costumbres. De ahí la reacción de muchos judíos en Israel, que quisieron mantenerse fieles a la fe de sus mayores.

         Lo importante es saber que Dios sale victorioso en la lucha contra el mal, y que los que han sido fieles reciben la corona de la gloria. Son palabras de ánimo también para los cristianos de estos tiemmpos, en nuestro intento por seguir los caminos de Dios en medio de las tentaciones que nos vienen de fuera y de dentro. Incorporémonos a Cristo Jesús, el vencedor del mal.

José Aldazábal

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         En el texto de hoy es descrito el camino tormentoso del mal, amargando a todos la existencia. Y en su momento culminante nos ofrece un rayo de luz, viniendo a decir que al final nunca triunfará el poder maligno, sino una aurora de salvación. Dios y el Hijo del hombre triunfarán, con sus seguidores, en una morada de felicidad.

         En la reflexión de hoy no podemos alejarnos, por tanto, del texto bíblico, ni de su grandeza y mensaje. Repitamos, por tanto, las consideraciones ya hechas, para grabar bien sus impresiones.

         Las aventuras de los reinos del mundo (efímeros, violentos, opresores de Israel) son vistas por el profeta Daniel bajo los símbolos de 4 fieras gigantes, que desvelan sus sueños en Babilonia. La 1ª fiera y reino es un león alado, la 2ª es un oso con 3 costillas en la boca, la 3ª es un leopardo con 4 alas y 4 cabezas, y la 4ª es un animal horrible con dientes de hierro y 10 cuernos. Como vemos, se trata del rostro del mal, de la destrucción, de la infidelidad y del pecado.

         Esas 4 bestias son como las 4 partes de la estatua que había visto en su momento el rey Nabucodonosor II de Babilonia. Por tanto, podemos vaticinar sobre cada una de ellas lo que le ocurrió al reino de Nabucodonosor, en sus 4 etapas: que su poderío y terror fue totalmente pulverizado, en pos del único y definitivo reino: el de Dios, el de los santos, el del amor eterno. Es el Reino que nos los traerá el Hijo del hombre, que es la figura del rey Mesías.

         Contemplado el espectáculo de las ingratitudes humanas, y de los reinos mundanos que se suceden, volvamos la mirada y nuestra esperanza al rey de reyes, que en el Mesías vendrá a inaugurar el reino de Dios y de lo santos.

         Sólo a la luz de Cristo entenderemos que el reino de Dios ha sido ya inaugurado entre nosotros, como Reino imposible de pisotear, de triturar o de destruir por los demás, pues en él se encuentra Cristo y su Iglesia, que en su conjunto conforma la familia de Dios.

         Ante este Reino, muchas veces perseguido, ni el poder del infierno prevalecerá sobre él, pues Dios mismo estará en medio de su pueblo. A nosotros corresponde hacer brillar con toda claridad el rostro amoroso y misericordioso del Señor. Por eso, quien se profese hombre de fe, y se dedique a destruir o a pisotear a su prójimo, no podrá ser contado entre sus miembros, sino entre los hipócritas.

         El Señor está con nosotros, y su Espíritu impulsa nuestra vida. Así que no vivamos ya conforme a los criterios de los reinos terrenos, sino conforme al pensamiento y criterio de Dios, que se nos ha manifestado por medio de su Hijo Jesús.

         Daniel nos deja claras 2 cosas: que habrá combate y que habrá victoria. Como habrá combate, hemos de prepararnos para la lucha. Como habrá victoria, debemos permanecer firmes en nuestras convicciones, y no cejar en nuestro empeño ni dejar de cantar las alabanzas del Único que es grande y santo.

         Con la liturgia de hoy llegamos al final del año litúrgico. Mañana será Domingo I de Adviento, se iniciará un nuevo ciclo litúrgico. El mensaje final de la liturgia está, pues, claro: grandes combates y grandes luchas, pero un solo vencedor y una sola victoria: la del "pueblo de los elegidos del Altísimo", según el bello nombre que nos otorga Daniel en su texto de hoy.

Dominicos de Madrid

b) Lc 21, 24-36