29 de Noviembre

Miércoles XXXIV Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 29 noviembre 2023

a) Dan 5, 1-6.13-17.23-28

         Escuchamos hoy el festín de Baltasar I de Babilonia, en un texto tan coloreado de detalles concretos, y que ha inspirado a tantos pintores célebres, que es evidente que hay que retener en lo esencial. Por otro lado, este festín es como el símbolo del paganismo de todos los tiempos.

         En 1º lugar, se alude en él a la "seducción del orgullo". Se trata de un gran festín "de 1.000 invitados, que comen en vajilla de oro y plata" y en que el rey hace alarde de su lujo. ¿Y quién paga el costo de todo esto? Los pobres de su reino, sin duda. Pero no piensa en ello, sino que deslumbra y aplasta a los humildes con su orgullo.

         En 2º lugar, se alude en él a la "seducción de la carne". Nos imaginamos la orgía sexual que los artistas han hecho resaltar, la "abundancia de vinos, mujeres y cantoras". Cuando la humanidad se abandona a sus instintos, excitada por el alcohol y el sexo, ya no se detiene en el camino de la degradación y envilecimiento.

         En 3º lugar, se alude en él al "insulto a Dios". En este estado es frecuente que el hombre se las haya con Dios. Baltasar I, para mostrarse completamente libre de todos los tabúes religiosos, imaginó "beber en los vasos sagrados, robados antaño al templo". Hay muchas otras maneras de burlarse de Dios.

         En 4º lugar, se alude en él al "miedo y la angustia del más allá". Se habla hoy mucho de la angustia metafísica del ateo, mientras por otro lado se constata la proliferación de prácticas supersticiosas y mágicas, en las personas que no creen en el verdadero Dios. En el caso que nos atañe, el monarca tiene miedo ante el misterio, y por eso "empalideció, su pensamiento se turbó, y sus piernas temblaron".

         Y todo ello porque "tú no has glorificado al Dios que tiene en sus manos tu propio aliento, y de quien dependen todos tus caminos". Son las palabras que dirige Daniel a ese materialismo pagano, al que de paso le recuerda "al verdadero Dios".

         Al hombre que pretende pasarse de Dios, el profeta le recuerda su dependencia radical: "Dios es el que tiene en sus manos tu propio aliento". Repito para mí esta palabra divina, y esa imagen sorprendente que expresa lo muy efímero y limitado que soy. Sé que un día mi aliento se detendrá, y sé que soy mortal, luego ¿qué conclusiones debería yo sacar de esto? ¿Qué actitud debería ser la mía ante esta verdad? ¿Qué oración me sugiere esto?

         Y esto porque "Dios ha medido tu reino". A la muerte de Nabucodonosor II de Babilonia, el Imperio de Babilonia se escindió en 2 imperios rivales, el de los medas y el de los persas, a nivel histórico, político y humano. Todo esto no está allende de Dios, todo esto está "en sus manos".

         Y también porque "has sido pesado en la balanza y encontrado falto de peso". Ese gran rey se creía muy importante, y Dios "lo encuentra falto de peso". Considerados desde el punto de vista de Dios, los hombres no tienen las mismas proporciones que les asignamos aquí abajo. Aquel que está al frente de una gran empresa, o aquel que es adulado y envidiado, es quizás considerado por Dios como "falto de peso".

         Y aquel que es despreciado, o a quien no se da importancia, es quizás considerado por Dios como importante y grande. Ayúdanos, Señor, a apreciar toda cosa y todo hombre al peso real, a la densidad divina. ¿Qué es lo que puede dar peso a mi jornada de hoy? ¿Qué amor he de poner en todas mis acciones? ¿Qué oración dará densidad a mi vida?

Noel Quesson

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         Es frecuente que los hombres no logremos alcanzar el equilibrio entre los extremos. Hoy se habla de desacralización, a causa sin duda, de un exceso de sacralizaciones exageradas. Lo que no podemos hacer, con todo, es perder el sentido de lo sagrado. Mejor dicho: hay que tratar con respeto las cosas de Dios. Ya el libro del Génesis nos enseña a sobrepasar los mitos, porque Dios domina también el mundo profano. Pero esto no significa que sea menester detenernos en dicho mundo y desentendernos de toda trascendencia.

         Hubo épocas en las que la mentalidad de los hombres no estaba tan sensibilizada para comprender estas cosas como ahora, pero el sentido tiene que ser siempre el mismo. Antíoco IV de Siria profanó el templo en tiempos del libro de Daniel. Esto era un sacrilegio que forzosamente sería castigado. Por eso el autor vuelve la vista atrás y mira el castigo de la profanación que Baltasar I de Babilonia había llevado a cabo con los vasos sagrados, para enseñar cuál era la voluntad de Dios.

         La historia nos habla de la Caída de Babilonia. El autor interpreta la historia y le da su significado, que, en rigor, hemos de considerar correcto. Seguramente Baltasar I no creía en un peligro del reino. Incluso hay circunstancias muy especiales que motivan la presencia del rey en un banquete en el momento preciso en que los enemigos se apoderaban de la capital de dicho reino. El hecho es insólito, pero a través de lo que sabemos, es verdadero. La aplicación, por tanto, es buena.

         No sólo tenemos esta aplicación de que Dios domina la historia y un día u otro llama a los sacrílegos para que le rindan cuentas, sino que existe otra, o sea, que lo que la sabiduría de los hombres es incapaz de interpretar bajo los signos maravillosos está al alcance del creyente en el Dios que mueve los pueblos. Si el libro de Daniel fuese una pura historia no poseería la trascendencia profética de una interpretación teológica. Tal vez Antíoco IV se rió de la profecía: hoy a Antíoco IV se le recuerda más por causa de la Biblia que por otras cosas.

Josep Mas

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         El pasaje de hoy empieza dando una nueva idea de la esclavitud de Daniel. Pero también se dice que, mientras los adivinos oficiales se han mostrado incapaces de leer y descifrar la inscripción misteriosa escrita en las paredes del salón de banquetes de palacio, Daniel lo logra sin ninguna dificultad.

         Y así se lo hace saber al aludido, en este caso al rey Baltasar I de Babilonia (o Bel-shar-usur, no hijo de Nabucodonosor II, sino del último rey babilonio, Nabónido I), que permanece en estado de pavor: "Como has profanado los vasos sagrados del Templo de Jerusalén, será asesinado, y tu reino repartido entre los medos y los persas".

         Baltasar I no es más que un personaje de recurso literario. Porque no es a él a quien se refiere Daniel, sino a Antíoco IV Epífanes, el seléucida impío que el 169 a.C. había saqueado el Templo de Jerusalén, antes de profanarlo (en el 167 a.C) con la erección de un altar idólatra.

         Por otra parte, también se observará que el banquete ofrecido por Baltasar I termina en una borrachera general, lo cual podría hacer alusión a las orgías de las bacanales introducidas en Jerusalén por Antíoco IV de Siria. Por tanto, el pasaje de hoy es un buen ejemplo de ficción histórica que permite atacar a Antíoco IV de Siria, de forma velada.

         Somos templo del Espíritu de Dios, y vaso de elección en el que reposa el Señor. No podemos convertirnos en asiento de maldad y corrupción, ni podemos utilizar a los demás para saciar en ellos nuestras inclinaciones pecaminosas. Nadie está autorizado para pisotear la dignidad de su prójimo.

         Dios nos ha consagrado para que seamos suyos, por lo que debemos vivir siendo santos como Dios es santo. No podemos robar la inocencia ni ser motivo de escándalo para los pequeños, pues de ellos es el Reino de los Cielos. No podemos echar las cosas santas a los perros ni a los cerdos, pues Dios saldrá en su defensa y entonces ¿quien podrá soportar la llegada del Señor?

         Entonces temblaremos en su presencia y querremos taparnos el rostro, pero sabremos que su sentencia está pronunciada contra aquellos a quienes hubiese sido mejor colgarles al cuello una de esas enormes piedras de molino, y arrojarlos al fondo del mar.

         Pero mientras Dios nos concede un tiempo de gracia, no despreciemos la oportunidad que el Señor no da y volvamos a él con el corazón arrepentido, dejándonos perdonar y salvar por él.

         Así, llenos de su amor, volveremos a pertenecerle con un corazón indivisible y nos esforzaremos para que, quienes se alejaron de él o fueron vejados en su dignidad, encuentren en Cristo el camino que los lleve a la unión con el Padre amoroso y misericordioso, y se libren de la destrucción y de la muerte, que caerá sobre quienes miraron al que traspasaron, pero no quisieron abandonar sus propios caminos equivocados.

José A. Martínez

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         El episodio de hoy del banquete del rey Baltasar I de Babilonia le sirve al autor del libro de Daniel, a modo de parábola, para seguir reflexionando sobre el sentido de la historia humana.

         Ante Dios, el orgullo no vale nada. La orgía de la corte real, y además con los vasos sagrados fruto del pillaje en el Templo de Jerusalén, no puede acabar bien. Daniel, en su papel de intérprete de las visiones, es valiente en anunciar lo que significan las letras que aparecen en la pared: "Dios ha contado tus días", "no has dado el peso en su balanza" y "tu reino se ha dividido".

         Los excesos se pagan, pronto o tarde. Y por eso le interpela Daniel a Baltasar I: "Te has rebelado contra el Señor, y has adorado a dioses de oro y plata". Ahora ha llegado el juicio de Dios.

         Es un mensaje que tienen que saber leer los poderosos de la tierra: en concreto, Antíoco IV de Siria, que en el tiempo en que se escribe este libro de Daniel está haciendo lo mismo que el libro atribuye (con una proyección hacia siglos pasados) al rey Baltasar I de Babilonia.

         Pero también va para cada uno de nosotros, que también deberíamos escarmentar, en cabeza ajena y propia, de las consecuencias que traen nuestros fallos y desviaciones. Cuando nos olvidamos de Dios, no nos pueden ir bien las cosas en nuestra vida. ¿Podemos sentirnos seguros de que no va para nosotros la tremenda acusación: "Has adorado a dioses falsos", "te falta peso en la balanza de Dios"? ¿Nos extrañará luego que "nuestro reino se divida", o que la Iglesia se deteriore?

José Aldazábal

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         En la misma perspectiva de días precedentes, la liturgia sigue amonestándonos hoy a través de símbolos, figuras, acontecimientos. Quiere que no seamos víctimas de engaños que nos pueden costar la vida eterna.

         Entendámoslo así al escuchar de labios del profeta Daniel la explicación que da al rey Baltasar I de Babilonia sobre el significado de algunos signos misteriosos que una mano oscura va trazando sobre el muro del palacio real: tus días están contados, en la balanza no das el peso que necesitas, y tu reino dividido será entregado a nuevos conquistadores.

         Y recordemos la moraleja espiritual: o rectificamos nuestra conducta desordenada, para ser fieles, o seremos presa de nuestras mismas miserias. Cuando menos se espera, salta la sorpresa: un signo que nos desvela, una reacción que nos perturba, un acontecimiento que nos hiere, una gracia que nos levanta el ánimo. Y en todo está la voz y el amor de Dios que nos convoca y atrae hacia si, para perfeccionar nuestra vida.

         Apliquémonos cada uno la lección moral del profeta, dejándonos sorprender por el Señor que escribe en la pantalla de nuestra conciencia las palabras claves: nuestros días están contados. Para hacer el bien (o no hacerlo) no disponemos de otro campo de operaciones, de otra historia personal, de otro contexto, que el que nos ha correspondido vivir. O nos santificamos por ser fieles a Dios y a los hombres hoy mismo, o no tendremos otra oportunidad. La historia se nos acaba.

         Nuestro peso en la balanza no es suficiente. El reino de Dios exige violencia, audacia, generosidad; y andamos medio enfermos. Estamos pretendiendo servir a dos señores: a Dios y a la carne, a la gracia y al pecado. Y todo reino dividido será destruido. Busquemos, pues, la unidad, en Dios y con Dios.

Dominicos de Madrid

b) Lc 21, 12-19