27 de Noviembre

Lunes XXXIV Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 27 noviembre 2023

a) Dan 1, 1-6.8-20

         Comenzamos hoy a escuchar el libro de Daniel, difícil de entender en lo que concierne a su historia, pero no tanto en su contenido teológico. Ciertamente, dicho libro inicia la teología apocalíptica, que habla por medio de símbolos y visiones espectaculares. Pero si sabemos leerlo bajo su debida perspectiva, se dilucidan muchas cosas más.

         Casi siempre el protagonista es Daniel, y a veces aparecen sus compañeros. Y siempre Daniel tiene razón, por el hecho de ser fiel servidor de Dios. Así, Daniel es el que da nombre a este libro, de los más conocidos del AT gracias a la iconografía y a las gestas heroicas de su protagonista. Su vida es fabulosa y está siempre protegida por Dios, incluso en medio de los grandes imperios paganos.

         El mismo nombre de Daniel (lit. Dios es mi juez) ya es un símbolo que indica que, en cada momento de la historia, en el fondo está Dios, como el gran protagonista que lleva el mundo donde quiere. Y que los hombres únicamente son sus instrumentos, si se mantienen en la fidelidad a sus preceptos.

         Nabucodonosor II de Babilonia hacía años que había muerto cuando fue escrito el libro, pero quedó a modo de un mito para el pueblo judío, ya que él había destruido Jerusalén. El autor tiene la osadía de presentarlo como opresor del pueblo judío, y de demostrar cómo un joven judío (Daniel), si confía en Dios, puede desafiarle con éxito. Se cumple así lo que dice el Salmo 119: "La ley de Dios hace más prudentes que los sabios".

         En el texto de hoy, un grupo de jóvenes judíos son invitados a desobedecer a Dios y a comer carnes impuras. Pero he aquí que 4 muchachos (judíos de Babilonia) se abstienen, y con ello su cuerpo y su espíritu alcanzan mayor hermosura. Si el autor es integrista, posee ciertamente una fe muy luminosa. El problema no tiene una solución única, pero la fidelidad a Dios no es negociable.

Josep Mas

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         En la última semana del año litúrgico, la Iglesia nos propone unos textos escatológicos que evocan el fin de los tiempos. La historia humana avanza hacia un final, y con Jesús ha llegado el gran giro de la historia. Nos encontramos ya en los últimos tiempos anunciados por los profetas, pero esperando la manifestación definitiva del reino de Dios.

         Esta semana leeremos algunas páginas del libro de Daniel. Vivía éste alrededor del 170 a.C, cuando Israel estaba ocupada y administrada por Antíoco IV de Siria, que trataba de imponer las costumbres griegas. Es una época de mártires (recordemos a los macabeos), y el Libro de Daniel se escribió para animar a los resistentes a guardar la integridad de su fe.

         El autor del libro cuenta una historia edificante que se sitúa en el momento heroico de la cautividad en Babilonia, en el período en el cual el pueblo judío se vio afrontado y perseguido por los paganos.

         El relato dice así: "Erase una vez tres jóvenes que habían sido llevados a la fuerza a la corte del rey Nabucodonosor, y que este rey pagano quería convertir a la manera pagana de vivir". Y la historia continúa. Aquellos jóvenes eran Daniel y sus 3 amigos (Ananías, Misael y Azarías).

         Yo también, Señor, he de vivir mi fe en un contexto pagano. Vivo en medio de gentes que no tienen fe, y para las cuales el evangelio no es la regla de vida. La falta de fe y el materialismo me rodean y me influyen, a pesar mío. Acepto, Señor, contemplar ese contexto de vida. No para juzgar y condenar a mis hermanos, sino para preguntarme si soy fiel a mi fe y al tipo de vida que ella exige.

         El paganismo se concreta en una serie de pequeños detalles, que tienen que ver con los modos de vivir. ¿Cuáles son esos detalles que me inclinan hacia la no-fe? Porque pueden ser detalles de vestuario, de compras, de organización de mis fines de semana, de elección de emisiones... En todo esto puede estar en juego mi fidelidad a Dios.

         Aquellos 3 jóvenes eligieron rechazar los alimentos paganos, y al cabo de 10 días tenían mejor aspecto y muy buena salud. La demostración que trata de hacer Daniel a través de este relato gráfico es la siguiente: los que siguen la ley de Dios no perjudican su salud ni su moral. Los 3 jóvenes, viviendo de legumbres, verduras y agua fresca, tienen buen aspecto y muy buena salud, a pesar de las renuncias aceptadas por su fe. Es un símbolo, y muy elocuente.

         A los paganos que nos ven vivir, no ha de parecerles la fe como restrictivo, rebajante, insana o triste. Es esencial que la "manera de vivir según Cristo" aparezca siempre alegre, contagiante, formadora de hombres y mujeres serenos, abiertos y más cabales que los demás.

Noel Quesson

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         El cap. 1 de Daniel expone el marco histórico en que se desarrollará la acción de Daniel (la actividad de los judíos en el ambiente pagano del exilio babilónico) y mantiene una tesis central: que podemos y debemos servir al mundo en que vivimos (vv.4.17-20), pero sin identificarnos con él ni llegar a un compromiso que nos haga perder nuestra peculiaridad (v.8).

         Esta peculiaridad la pone el relato concretamente en la negación de los 3 jóvenes hebreos a tomar de los manjares del palacio, sea porque hubieran sido sacrificados antes a los dioses de la ciudad, sea porque pertenecieran a animales vedados en la ley judía.

         Todo esto será superado en la Nueva Alianza (Hch 10, 9; 1Cor 10; Rm 14,1) pero no deja de ser aquí el modo de manifestar la confianza de que ese orden de la fe es superior al orden del poder y de las manifestaciones seculares (que nos pueden deslumbrar). De hecho, se resalta cómo Dios bendice con el éxito (vv.15.7.19-20), si bien Daniel es el 1º en admitir que no siempre Dios traducirá necesariamente su bendición en éxito mundano ("y si Dios no quisiere"; Dn 3,18).

         Dios es la sabiduría e inteligencia infinita y eterna. Y para nosotros es la fuente de la misma sabiduría e inteligencia. Quien beba de esa fuente estará muy por encima de cualquier persona. Si en verdad lo amamos y vivimos en comunión de vida con él, él velará por nosotros y nos librará de la mano de nuestros enemigos.

         Por eso, a pesar de todos los riesgos, hemos de ser fieles a sus enseñanzas y mandatos, tratando de no contaminar nuestra vida con el pecado. Que sólo el Señor sea el centro de nuestra vida, pues él siempre estará a nuestro lado velando por nosotros. Si le damos cabida a Dios en nuestra existencia, él hará brillar su luz, su verdad, su sabiduría y su inteligencia sobre nosotros (que somos su Iglesia) y sobre quienes ha hecho portadores de su evangelio hacia los demás.

José A. Martínez

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         El libro de Daniel, que leeremos en esta última semana del año litúrgico, sitúa sus relatos edificantes en tiempos del rey Nabucodonosor II de Babilonia, el que llevó al destierro al pueblo de Israel. Pero su intención va para los lectores de la época en que se escribió, cuando el pueblo estaba sufriendo el ataque paganizante del rey Antíoco IV de Siria hacia el 170 a.C. Por tanto, es contemporáneo de los libros de los Macabeos.

         Daniel no es el autor del libro, sino su protagonista. Además del ejemplo de unos jóvenes en la corte real, el libro presenta unas visiones escatológicas referentes al final de los tiempos o a la venida del Mesías. Su estilo es el llamado apocalíptico o "de revelación", con visiones llenas de simbolismo sobre los planes de salvación que Dios quiere llevar a cabo en el futuro mesiánico.

         Tiene mérito la postura de fidelidad a su fe de estos cuatro jóvenes, a pesar de los halagos y del ambiente pagano de la corte real. Pero Dios está con ellos y tanto en salud como en sabiduría son los mejores de entre todos los jóvenes al servicio del rey.

         La lección es clara para los judíos que estaban luchando por resistir a la tentación helenizante de Antíoco IV de Siria. Les anima a que sigan teniendo esperanza, y sean fieles a la Alianza en medio de esa persecución, como lo fueron Daniel y sus compañeros en circunstancias parecidas o peores.

         Pero también es estimulante para nosotros, los que sentimos la fuerza de atracción de los valores de este mundo, a veces muy diferentes de los que nos enseña la fe en Cristo. Lo de comer carne de cerdo (o beber vino) es lo de menos, y lo que importa es saber conservar el estilo de vida que comporta la Alianza con Dios, en contra de las costumbres de la sociedad pagana.

         Los cristianos nos damos cuenta, sobre todo cuando escuchamos la palabra de Dios, que no podemos seguir la mentalidad de la sociedad en que vivimos (aunque sea mayoritariamente aplaudida) si va en desacuerdo con el evangelio de Cristo. Tendremos que aprender la lección de valentía y perseverancia que nos dieron estos 4 jóvenes en la corte de un rey pagano.

         Cada vez que en laudes de los domingos cantamos el Cántico de Daniel y sus Compañeros (cántico que a lo largo de esta semana iremos desgranando como salmo responsorial), podríamos acordarnos de cómo ellos, envueltos en mil tentaciones más inmediatas y atrayentes, entonan una alabanza al Dios creador del universo, y tratar de imitar su fe y su capacidad de admiración de la obra de Dios.

José Aldazábal

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         En la liturgia de la palabra de hoy se da comienzo al libro de Daniel. Este libro, escrito probablemente en el s. II a.C, tiene rasgos de carácter profético, junto a otros de carácter hagiográfico. Pero predominan en él los que son peculiares del género de escritos que se enmarcan dentro de la literatura apocalíptica. Propio de esta literatura es hacer referencia a algunos hechos concretos (históricos, del pasado), tomándolos como anunciadores de un futuro incierto, futuro que después se va clarificando parcialmente.

         En su aspecto histórico, el libro de Daniel se refiere a los imperios que han dominado al pueblo elegido, desde el babilónico hasta el de los seléucidas. Y en su aspecto profético anuncia confusamente la inminencia de "tiempos mesiánicos". Y al hacer lo uno y lo otro, consuela e instruye a su pueblo para que sepa interpretar providencialmente el pasado como lucha entre la virtud y el vicio, la fidelidad y la infidelidad, y para que vislumbre el futuro como triunfo de un "reino de santidad".

         Este párrafo pertenece a la parte histórica que contiene el libro (Dn 1-6). En ella se hace referencia a la época del Imperio Babilónico e Imperio Persa, y se destaca la prestancia de los hijos de Israel (su ingenio, los dones con Dios los ha honrado) y la proximidad de los tiempos mesiánicos.

         Por el comienzo del relato de Daniel que hemos leído se adivina ya que el autor sagrado nos va a presentar las maravillas que Dios hace con sus siervos cuando estos le son fieles y son llamados a dar testimonio de le verdad. La imagen de los 4 jóvenes es perfecta: físicamente robustos, culturalmente selectos, religiosamente amigos de Dios, ascéticamente muy dueños de sí mismos.

         Con esas piezas Dios va a realizar gestos extraordinarios por los que quede claro cómo el Dios de Israel somete a los suyos a pruebas, pero permanece fiel y dispuesto a mostrar con ellos su amor y misericordia.

         Por su parte, y en medio de la compleja política del Imperio de Nabocodonosor II de Babilonia, los 4 jóvenes estarán siempre dispuestos a elevar su voz proclamando al Señor, la gloria y alabanza por los siglos, diciendo: "Bendito tu nombre santo y glorioso. Bendito eres en el templo de su santa gloria. Bendito eres en el trono de tu reino. Bendito eres tú, que, sentado sobre querubines, sondeas los abismos. A ti, Señor, gloria y alabanza por los siglos" (Dn 3, 52-56).

         En la reflexión de hoy, y unidos al mensaje de Daniel, aprendamos de los 3 jóvenes judíos en Babilonia el Cántico del Cordero, y cantémoslo en cualquier ocasión. Y teniendo como fondo esa divina alabanza, mientras realizamos nuestro trabajo, colmemos nuestras manos con obras de amor y misericordia. Ellas serán nuestra mejor preparación para las bodas eternas.

Dominicos de Madrid

b) Lc 21, 1-4