30 de Noviembre

Jueves XXXIV Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 30 noviembre 2023

a) Dan 6, 12-28

         Daniel está hoy en el foso de los leones, en una escena veterotestamentaria que ha sido muy repetida entre los espirituales negros. Daniel aparece como el símbolo de la "fidelidad a Dios, que triunfa sobre todos aquellos que conspiran contra él".

         Daniel, ese deportado de Judá, no hace caso al rey de Babilonia (pues 3 veces al día hace su oración), y ésta es la denuncia: un hombre que se atreve a hacer su oración. La plegaria que Daniel recitaba 3 veces al día era sin duda el Shema Israel, y era el signo de su fe y pertenencia al pueblo elegido.

         Jesús propondrá también una oración oficial, el Padrenuestro, que los primeros cristianos recitaban también 3 veces al día. ¿Cuál es mi fidelidad a la oración? ¿Oro con regularidad? Se critican a veces los hábitos de plegarias regulares, como los laudes, las vísperas o la bendición de la mesa. Y es verdad que las mejores cosas pueden pasar a ser rutinarias. Pero esto no quita el valor de las cosas, y de lo que se trata es de conservar y dar su valor a todas las cosas.

         Daniel es también el servidor de Dios, que adora a Dios con toda su fidelidad. La fidelidad no es hoy un valor en boga, pues todo cambia y evoluciona. Y sin embargo ¿por qué no ser fieles a la verdad o al amor? ¿Qué pensamos personalmente de aquellos que son infieles a sus compromisos? Haznos fieles, Señor, y concédenos perseverar y crecer en todos nuestros amores.

         El Dios de Daniel es el Dios vivo, que permanece siempre. Y esto se llama fidelidad alegre, que contagia a los demás aparte de revelar a Dios. Por esa actitud, Daniel abrió una brecha en el corazón de los que lo veían vivir y orar.

         La oración es signo existencial y experimental de Dios, y un acto de testimonio que revela la buena nueva. No con palabras o con discusiones, sino con un acto: cuando decimos Dios. Decimos que Dios es importante para nosotros, pero a condición de que la oración sea sincera, y no tan sólo una oleada de palabras o una charla formalista. En todo caso, la oración debe ser encuentro con Dios y diálogo con él.

         Pues bien, Daniel anuncia sin cortapisa al rey que "su reino no será destruido, y su imperio permanecerá hasta el fin". Y eso porque "Dios salva y libera, y obra señales y milagros en los cielos y en la tierra". Toda una lección de teología de la historia, de una historia sagrada que se desarrolla en el seno de la historia profana.

         Dios actúa, salva en el presente, y libera en este mismo momento. Todo el esfuerzo de la revisión de vida radica en tratar de descubrir humildemente "la obra que Dios está realizando" actualmente en cada acontecimiento. Ayúdanos, Señor, a leer e interpretar los acontecimientos.

         La oración así concebida no es una huida de la acción, sino el momento de una acción más concentrada y consciente, que gravita también sobre el mundo y sobre la historia. La oración nos remite a nuestras tareas, para trabajar con el Señor.

Noel Quesson

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         El autor del libro de Daniel conocía, sin duda, el Salmo 22, ya que en el texto que hoy leemos amplía el tema de la salvación en la boca de los leones, apuntado en el v. 22 del salmo (así como en Dn 8,9 desarrolla el tema de la salvación del unicornio, esbozado en el mismo versículo del salmo). Con ello se quiere demostrar que los fieles a Dios serán salvados de todas las calumnias que puedan caer sobre ellos.

         A modo de una larga paráfrasis sobre Job (Job 5, 19-20), el libro de Daniel representa plásticamente el auxilio de Dios en los momentos difíciles: Daniel ha sido salvado del hambre y del fuego, y ahora de la boca de los leones. Más adelante, lo será del unicornio, y ya no les quedará otra prueba.

         El autor del libro de Daniel conoce sobradamente el corazón del hombre, y sabe cómo actúan los llamados pecados capitales. En el caso de hoy se trata de la envidia, y de la manera como se buscan pretextos a fin de perder a quien, por su sola íntegra conducta, molesta a los demás: "No podremos acusar a Daniel de nada de eso. Tenemos que buscar un delito de carácter religioso" (Dn 6, 6). La perfidia, aunque sea astuta, no logra otra cosa que poner de relieve la virtud de Daniel, ya que él no irá contra Dios. Tenemos, pues, ya la falta (se dicen los envidiosos), y hay que acabar con Daniel.

         Reacción rara, si bien humana, de aquellos a quienes molesta la mera existencia del hombre piadoso, cuya sola conducta es una acusación contra ellos. Pero lo que los envidiosos ignoran es que Dios es sobradamente poderoso para salvar de todo. Quizás la doctrina de la resurrección fue un logro motivado por la lucha contra Antíoco IV de Siria, pero ¡bendita tensión que nos proporciona tamaña esperanza! Daniel será salvado de todo, ya que Dios salva a sus fieles y les da la vida eterna.

Josep Mas

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         El libro de Daniel hace de Darío I de Persia un rey meda, pues los medas (de Media) y los persas (de Persia) vienen a ser casi primos hermanos (como los castellanos viejos y castellanos nuevos). No obstante, la historia no conoce más que a Darío I el Persa, sucesor de Ciro II y de Cambises II (ambos de raza meda). Poco importa esta cuestión, ya que lo que trata el libro no es de hacer un relato histórico, sino una historia edificante.

         En todo caso, los cortesanos de Darío I, envidiosos de la ascensión de Daniel, le tienden una trampa. Y obtienen del inconsciente Darío I un decreto por el se que prohíbe a todo el mundo orar (durante un mes) a otro dios que no sea el rey divinizado.

         Esta divinización es anacrónica en tiempos de Darío I, pero muy de actualidad en la época de Antíoco IV de Siria. En efecto, éste había obligado a todos sus súbditos, incluidos los judíos, a rendir culto a Baal (identificado con Zeus). El soberano seléucida, se consideraba, por otra parte, como el Epífanes (lit. el Manifestador) del dios griego, y de ahí la expresión "dios manifestado" que acompañaba a su nombre en las monedas.

         Estas pretensiones suscitaron la resistencia de ciertos ambientes judíos que Antíoco IV de Siria se esforzó en eliminar mediante la persecución. El cap. 6 de Daniel constituye a la vez un panfleto político y una exhortación a preferir el martirio a la apostasía.

         Quien confía en el Señor jamás será defraudado por él. Y todo lo que el Señor realice a favor nuestro no es sólo para que nosotros sintamos su cercanía y su amor de Padre, sino que es para que todos conozcan el amor que Dios tiene a quienes han puesto en él toda su confianza, lo reconozcan como su Dios y Padre y experimenten su amor.

         La Iglesia de Cristo no sólo es depositaria del amor y de la salvación de Dios, sino que debe convertirse en el instrumento a través del cual todos lleguen al conocimiento de Dios. Y esto no sólo porque lo anuncia denodadamente a través de la proclamación constante del evangelio, sino porque, a pesar de verse perseguida y condenada a muerte, jamás da marcha atrás en su amor y confianza en Dios.

         Muchos hermanos nuestros, por esa confianza en Dios, fueron perseguidos y entregados a la muerte, y ahora viven para siempre como un ejemplo de santidad para toda la Iglesia. Con la mirada fija en Dios, luchemos constantemente por dar testimonio de nuestra fe sin jamás avergonzarnos del Señor, aun cuando seamos objeto de burla, de persecución y de muerte. Pues desde la resurrección de Cristo sabemos que, no la muerte sino la vida, tiene la última palabra.

José A. Martínez

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         Escuchamos hoy otra famosa página del AT (Daniel en el foso de los leones) con una clara intención edificante: los que permanecen fieles a la ley de Dios, en sus persecuciones y tentaciones del mundo nunca quedarán abandonados. Esta vez, la piedra de toque no es comer o no ciertos alimentos, sino la prohibición de orar al Dios de los judíos: "Daniel no te obedece a ti, majestad, sino que tres veces al día hace oración a su Dios".

         El episodio, escrito para animar a los judíos de la época de Antíoco IV de Siria, se ve en seguida que es una especie de apólogo o parábola. Sobre todo porque es impensable que de boca del rey pagano (en el pasaje de hoy, Darío I de Persia) pueda salir que "en mi Imperio, todos respeten y teman al Dios de Daniel, el Dios vivo que salva y libra, y hace prodigios y signos en cielo y tierra".

         Pero que dichas palabras sean históricas o no, no importa gran cosa. Pues lo que interesa es que los lectores del libro se sientan animados a perseverar en su identidad de creyentes, en medio de las circunstancias más adversas.

         Aunque nosotros no seamos arrojados al foso de unos leones, sí que a veces nos encontramos rodeados de fuerzas opuestas al evangelio de Cristo. Con nuestras propias fuerzas no podríamos vencer, pero la lección del libro de Daniel es que Dios protege a sus fieles, que les da fuerza para resistir, y que vale la pena mantener la fe. Porque es el único camino para la felicidad verdadera.

         Se trata de una lección para los tiempos difíciles. ¿Y cuáles no lo son? Si Antíoco IV de Siria, en tiempos de los macabeos, obligaba a los judíos a sacrificar en honor del dios Zeus, hoy el mundo nos invita a levantar altares y a ofrecer nuestras libaciones a mil dioses falsos, que nos prometen felicidad y salvación (egoísmo, placer, violencia, dinero, éxito social, poder...).

         Ojalá hagamos como Daniel, que "tres veces al día hacía oración a su Dios". Rezar en medio de un mundo pagano es la clave para que podamos mantener nuestra identidad.

José Aldazábal

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         Comenzamos hoy la jornada recitando un fragmento del Cántico de Daniel, que celebra la gloria de Dios y su providencia sobre todos los acontecimientos: "Ensalzad al Señor con himnos por los siglos. Témpanos y hielos, bendecid al Señor; escarchas y nieves, bendecid al Señor; noche y día, bendecid al Señor; luz y tinieblas, bendecid al Señor; rayos y nubes, bendecid al Señor. Bendiga la tierra al Señor" (Dn 3, 68-74).

         Digamos lo mismo con otras palabras y referencias: Aunque el elegido de Dios sea encadenado, triunfará; aunque sea guardado en mazmorras, los hierros no lo destruirán; aunque sienta cómo el hambre lo devora, no renegará del Señor; aunque no entienda el lenguaje divino y sus gestos, y proteste, confiará en quien es Creador y Padre, y celebrará su gloria.

         También nosotros, al final de nuestros días, celebraremos la gloria de Dios cuando lleguemos a entrar en su seno para siempre. Señor, Dios nuestro, duro es el camino de la vida que pasa por agua y fuego, por soledad y noches oscuras, por incomprensiones y ausencia de tus consuelos, por experiencias amargas y sed de justicia. No permitas que caigamos en la tentación de prescindir de ti, a pesar de todos los sinsabores de este mundo cruel e injusto.

         La descripción sorprendente del profeta Daniel tiene varios detalles que debemos ponderar, pues con ellos se intenta marcar la línea de fidelidad a Dios en los momentos más diversos de nuestra vida.

         En 1º lugar, Daniel fue sorprendido orando a su Dios. El buen israelita y buen cristiano pone el encuentro con Dios (por la oración) en uno de los momentos más importantes de su vida diría. Ser fiel y no orar no se compadecen.

         En 2º lugar, Daniel es acusado de no adorar al rey como único dios. El endiosamiento de los hombres poderosos es una de las calamidades a las que estamos sometidos los mortales con frecuencia. Pero ¿cómo puede un verdadero israelita ceder a los halagos humanos olvidando que Dios es Dios único e incompatible con otras divinidades?

         Daniel, lanzado al foso de los leones, es custodiado por un ángel de Dios. Y la providencia del Señor se encarga de apaciguar a las fieras, hasta que el rey Darío I de Persia tenga que confesar su error y reconocer la grandeza del Dios de Daniel, del Dios de Israel.

Dominicos de Madrid

b) Lc 21, 20-28