30 de Septiembre

Sábado XXV Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 30 septiembre 2023

a) Zac 2, 5-9.14-15

         Escuchamos hoy la 3ª visión de Zacarías, que dice que la Jerusalén mesiánica será una ciudad abierta, en la que todos cabrán. Será inútil intentar medirla. Por otra parte, no necesitará murallas, ya que Dios mismo será su defensor. El profeta quiere dar confianza a los repatriados.

         A la ilusión del retorno de Babilonia había sucedido el desaliento ante la dura realidad. Los profetas anteriores al exilio habían anunciado la época mesiánica para después del cautiverio, pero la situación histórica de este tiempo no dejaba prever la realización próxima de esta promesa divina, la perspectiva de una inmediata inauguración de los tiempos mesiánicos se hacía cada día más oscura. ¿Qué debían pensar los contemporáneos del profeta de sus palabras?

         De hecho, poco después Nehemías (Neh 2, 17) emprende la reconstrucción de las murallas de Jerusalén como una de las tareas más importantes y urgentes. Esta aparente contradicción entre la promesa de Dios y la realidad es una consecuencia del carácter escatológico del reino mesiánico: su plena realización no se hará aquí y ahora, pero ya estamos en él (para Israel ya llegaba). Los judíos necesitaron profetas que les recordasen constantemente la proximidad de Dios. No para dejar de ver la realidad presente ni menos aún para no responder a sus exigencias. Pero sí para no perder la esperanza.

         A la 3ª de las visiones le sigue una ampliación (Zac 62, 10-17) constituida por unas reflexiones del profeta, que, situándose en el pasado, hace una llamada a los desterrados para salir de Babilonia. De este modo puede anunciar como próximos los acontecimientos ya pasados. Se trata de un procedimiento literario que llegará a ser común en el género apocalíptico.

         Israel, niña de los ojos de Dios, se convertirá en lugar de encuentro de numerosos pueblos, porque muchos de ellos le seguirán en el culto a Dios. Toda Israel es llamada Tierra Santa por 1ª vez en la historia, ya que participará de la santidad del templo, casa de Dios. Es el anuncio del universalismo del reino mesiánico, frecuente entre los profetas.

Josep Aragonés

*  *  *

         La liturgia omite hoy la 1ª parte del libro de Zacarías (Zac 1, 7-8,23), que por su relación con el texto de hoy yo me dispongo a comentar. Se trata de una 1ª parte de contenido visionario-apocalíptico, que va precedida de un prólogo (Zac 1, 1-6) o exhortación a la conversión, fechada 2 meses después de la 1ª profecía de Ageo.

         La conversión se presenta como un cambio, un retorno del hombre a Dios, siguiendo la tradición profética. Tiene una doble vertiente: la fe y el amor del hombre (precediendo al perdón de Dios). Pero no es posible si antes el hombre no ha sido movido por él, y de ahí que no se pueda despreciar la gracia que pasa.

         La 1ª visión de Zacarías (Zac 1, 7-17) es un anuncio de que, a pesar de las apariencias, se cumplirán las promesas mesiánicas. Unos caballos, que representan a los mensajeros del ángel tutelar de Israel (el caballero entre los mirtos) comunican que la tierra vuelve a estar en paz.

         Probablemente es una referencia al término de las perturbaciones producidas durante los 2 primeros años del reinado de Darío I de Persia, que debían de ser vistos por los judíos como precursores de la era mesiánica. Por eso el ángel se lamenta de la duración de la cólera divina: los 70 años son una expresión simbólica que manifiesta un período muy largo y hacen alusión a Jeremías (Jer 25,12; 29,10).

         La respuesta es consoladora (pues la ira de Dios es pasajera) y realista (pues las naciones se han excedido en el castigo infligido a Israel). Vendrá un tiempo, pues, en que «"obre Jerusalén se tenderá el cordel" (es decir, será reedificada).

         La 2ª visión de Zacarías (Zac 2, 1-4) manifiesta que nada podrá impedir el reino mesiánico, ya que Dios suscitará unos instrumentos (los 4 herreros) para castigar a todos los pueblos que han oprimido a Israel (los cuernos). Zacarías pone mucho cuidado en resaltar la trascendencia del papel de Dios.

         El profeta no se comunica directamente con Dios (como Amós, Isaías o Jeremías), sino que recibe las revelaciones por medio de un ángel. Es evidente que el concepto de trascendencia divina ha llevado al desarrollo de la angelología. De este modo, ni la trascendencia hace a Dios un Dios lejano e indiferente al hombre, ni la providencia divina le hace a imagen y semejanza nuestra. Dos peligros que en todas las épocas acechan al creyente.

Josep Aragonés

*  *  *

         Escuchamos hoy cómo Zacarías alzó los ojos y tuvo una visión: "Un hombre con una cuerda de medir en la mano". Zacarías le preguntó: "¿Dónde vas?". Y él le respondió: "Voy a medir Jerusalén, a ver cuánta es su anchura y cuánta su longitud".

         Se trata de una imagen admirable, en una época en que los judíos desanimados sentían la tentación de encerrarse en sí mismos. Una imagen en la que el profeta, en nombre de Dios, invita a los arquitectos de Jerusalén a "ampliar su mirada". Se precisa que los agrimensores midan sobradamente el trazado de la ciudad santa.

         A un pueblo de Dios siempre tentado de encerrarse en sí mismo, Dios le repite: "Mirad más allá, y proveed holgadamente". A mí, siempre tentado de concentrarme en mis preocupaciones personales Dios me repite: "Sal de ti mismo, ensancha tu corazón, adopta las preocupaciones de los demás".

         Un ángel le dijo: "Corre, habla a ese joven y dile: Jerusalén tiene que ser una ciudad abierta, debido a la cantidad de hombres y ganados que la poblarán", Se trata de la ciudad futura de Jerusalén, una ciudad abierta a todos los caminos, en la que todos puedan entrar. ¿Una imagen de la humanidad de mañana? ¿O imagen ya de la Iglesia de hoy? Es un interrogante.

         Señor, cuán lejos estamos de esta apertura universal. Hay mucho trabajo por delante para que la humanidad sea unánime, para que la Iglesia sea, de hecho, realmente universal. Allá donde me encuentre, en los grupos de los que formo parte, trabajaré para que progresen las aperturas, la "amplitud de miras". Fuera las pusilaminidades, los sectarismos, los proyectos raquíticos, los sistemas cerrados y estrechos.

         En cuanto al pueblo judío, sigue diciéndole Dios: "Yo seré para ella muralla de fuego al derredor y dentro de ella seré gloria". Más que todas las más sólidas murallas, la verdadera protección, la única seguridad definitiva, es el Señor mismo. Aplico esta profecía a mi vida actual, a la vida de la Iglesia. A pesar de todas las apariencias contrarias, Dios es la única muralla.

         Así, pues, "canta y regocíjate, hija de Sión, porque yo vengo a morar dentro de ti", declara el Señor. Dios da este consejo a los desanimados, y les anima a "¡cantad!". No hay que dejarse llevar por el pesimismo, sino por la alegría. Cuando nuestros labios cantan, el corazón también canta progresivamente. Y este optimismo no es un optimismo artificial, una felicidad fingida, sino una esperanza apoyada sobre un dato objetivo: ¡Dios viene! Y se espera su llegada.

         En aquel día, sigue profetizando Zacarías, "muchas naciones se unirán al Señor, serán para mí un pueblo y yo habitaré en medio de ti". No hay que cansarse de esas repeticiones, y es preciso dejarse sacudir por ese gran soplo universal. El único futuro de la humanidad va por aquí.

         A través de los crujidos de hoy, en medio de las fisuras y de los conflictos, la aspiración a lo universal sigue abriéndose camino. Llegará un día en que los hombres, tan diversos, se reconocerán, en el fondo, hermanos. Las xenofobias, los racismos, los ghettos o los clubs cerrados, van siendo cada vez más, unos testigos de antaño. Es evidente que un Dios único nos ha creado a todos y que nuestro destino es también uno. ¿Extiendo mi oración a la humanidad entera?

Noel Quesson

*  *  *

         Nos habla hoy en la 1ª lectura el profeta Zacarías, contemporáneo de Ageo y de los acontecimientos de la vuelta del destierro y la restauración de Jerusalén. Y nos presenta un gesto simbólico: una persona que quiere tomar, con un cordel, las medidas de Jerusalén.

         Pero un ángel le dice que no hace falta medir nada, porque Jerusalén va a ser una ciudad abierta y llena de riqueza, y que Dios será su única muralla y defensa: "Alégrate, hija de Sión, que yo vengo a habitar dentro de ti". Es la vuelta a los tiempos de las buenas relaciones entre Dios y su pueblo.

         Los que leemos esto después de la venida de Cristo, hace 2.000 años, entendemos mejor lo que significa la palabra del profeta: "Aquel día se unirán al Señor muchos pueblos, y serán pueblo mío y Yo habitaré en medio de ti".

         La salvación de Dios no sólo alcanza al pueblo judío, sino que va a ser universal. Se cumple lo que dice el salmo responsorial de hoy: "El que dispersó a Israel lo reunirá, lo guardará como pastor a su rebaño. Y vendrán con aclamaciones, y afluirán hacia los bienes del Señor".

         Esta página de Zacarías nos invita al optimismo. Pero a la vez nos recuerda que la Iglesia (la nueva comunidad de la Alianza) no puede ser medida con cordeles y cerrada en particularismos, sino que ha de ser abierta y universal, orgullosa de la variedad de sus culturas y procedencias.

         Una ciudad que sabe que su mejor riqueza es Dios mismo. Es la Jerusalén Celestial, de la que nos hablará el Apocalipsis, cumplimiento perfecto de la Jerusalén Terrena, y que nosotros sabemos que es la Iglesia (débil y pecadora, pero llena del Espíritu de Dios), camino de su realización última.

         El documento del Vaticano II sobre la relación de la Iglesia con el mundo, la Gaudium et Spes, nos invitó a abrir las ventanas y las puertas, a no usar esos cordeles de los que habla Zacarías, porque la Iglesia es espacio de esperanza para todos. Como pide la Plegaria Eucarística Vb: "Que tu Iglesia, Señor, sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando".

José Aldazábal

*  *  *

         Zacarías, contemporáneo del profeta Ageo, viene hoy a comunicarnos las mismas impresiones que ya conocemos, acentuando el gozo de que Jerusalén será definitivamente la morada del Dios de Israel, acogedora de innumerables pueblos en la unidad de fe. ¡Qué hermoso sería ver a todos los pueblos unidos en Dios!

         La Nueva Jerusalén, Ciudad Santa, Esposa del Cordero e Iglesia Santa, ya no tiene murallas, sino sólo al Señor que la custodia como muralla de fuego para que los poderes del infierno no prevalezcan sobre ella. A pertenecer a ella están convocadas todas las naciones.

         Quien se haga parte de esta comunidad de creyentes se hará huésped del mismo Dios. Más aún, Dios vendrá como huésped al corazón del creyente, habitando en él como en un templo. Por eso hemos de poner nuestro empeño en no destruir el templo santo de Dios que somos nosotros, sino en conservarlo santo e irreprochable hasta la venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo.

Dominicos de Madrid

b) Lc 9, 43-45