27 de Septiembre

Miércoles XXV Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 27 septiembre 2023

a) Esd 9, 5-9

         Para poder comprender la página que leemos, debemos situarla en su contexto. Porque cuando toda una corriente bíblica (libros de Rut y de Jonás) parecía favorecer los matrimonios mixtos (con miras universalistas), el sacerdote Esdras, en cambio, prohibió severamente a los judíos que se casasen con extranjeras.

         Ese nacionalismo estrecho, ese racismo, diríamos hoy nosotros, era un reflejo defensivo: la pequeña minoría de judíos que regresan a Israel corría el riesgo de perder su identidad, adoptando las costumbres paganas. Y Esdras se coloca a ese nivel religioso.

         Para sorpresa nuestra, el texto de hoy nos dice que Esdras, a la hora de la oblación de la tarde, "salió de su postración y, con las vestiduras y el manto rasgados, cayó de rodillas, con las manos extendidas hacia el Señor". Lo cual me lleva a exclamar: ¿Y dónde queda la alegría y los festines de ayer y antesdeayer? ¿Qué ha pasado aquí?

         La causa de la postración de Esdras es su profundo dolor ante el abandono que había hecho su pueblo de la ley que él mismo, y ellos mismos, habían profesado ayer y antesdeayer, consintiendo y casándose (incluyendo a las autoridades) con mujeres paganas.

         Debemos ser respetuosos con las religiones de los demás, pero resulta con frecuencia dramático ver como algunos creyentes abandonan su fe. Es un problema de todas las épocas. El texto presente debe movernos a rogar por todas esas familias que se encuentran hoy en situaciones semejantes: "Dios mío, siento harta vergüenza y confusión, para levantar mi rostro hacia ti".

         La conciencia del pecado es una gracia que hoy deberíamos pedir, sobre todo cuando tantos de nuestros contemporáneos parecen haberse borrado, casi completamente, el sentido del mal. La psicología moderna, y esto es un bien, nos ha revelado los resortes escondidos y complejos del alma humana. Es verdad que nuestras culpabilidades son a menudo atenuadas por todo un conjunto de condicionamientos que pesan sobre nosotros.

         Sin embargo, con relación a nosotros mismos, en 1º lugar es indispensable que agudicemos nuestra lucidez para no deslizarnos hacia la irresponsabilidad. Y en 2º lugar, con relación a los demás, es catastrófico dañarlos sin que nos demos cuenta de ello. En fin, con relación a Dios, es capital situarse ante él con la verdad: Dios es perfectamente santo y trascendente, y yo soy pobre y frágil.

         Esdras no se sitúa al nivel de una conciencia individual del pecado, sino que habla de nuestros pecados, sintiéndose solidario de todo el mal que pueda haber cometido el conjunto del pueblo: "Nuestras faltas se han multiplicado, nuestros pecados han crecido hasta el cielo".

         Hoy todavía estamos sumergidos en un mal colectivo, que gangrena nuestros ambientes y la sociedad. Basta con mirar a nuestro alrededor, o escuchar las informaciones de cada día para tener conciencia de esa marea negra, de esa polución moral que destruye a la humanidad.

         La fórmula de Esdras a ese nivel colectivo no es excesiva: "El mal nos sumerge y crece". Hasta el punto que todos nosotros corremos el riesgo de cruzarnos de brazos diciendo: ¿Qué podemos hacer?.

         Sin llegar a establecer una relación absoluta entre la desgracia y el mal, Esdras reconoce que muchos sufrimientos provienen del pecado de los hombres: "A causa de nuestras faltas fuimos entregados a la espada, a la deportación, al saqueo y al oprobio".

         Mas ahora, concluye Esdras, "el Señor nuestro Dios, con su misericordia nos ha permitido escapar dándonos una liberación". El sentimiento de postración da lugar a la acción de gracias.

Noel Quesson

*  *  *

         No todo fue fácil en la reconstrucción de la sociedad y de la vida religiosa, a la vuelta del destierro. Una generación entera que ha nacido y vivido en tierra pagana no cambia así como así de sensibilidad y costumbres sociales y religiosas. Por ejemplo, había bastantes matrimonios mixtos entre israelitas y paganos, lo que parecía poner en peligro la pureza de la fe yahvista.

         Esdras, uno de los sacerdotes artífices de esta vuelta, se expresa ante Dios con esta oración tan sentida: reconoce las culpas del pueblo y la contaminación que han sufrido de las costumbres paganas, agradece a Dios el don de la vuelta ("nuestro Dios no nos abandonó en nuestra esclavitud"), y le pide su ayuda en la tarea de reconstrucción también moral de la sociedad.

         En vez de salmo, hace Esdras eco a la lectura de hoy la oración de Tobías, que también sabe lo que es la culpa y el castigo y la ayuda de Dios para la conversión: "Él nos dispersó entre los gentiles. Pero veréis lo que hará con vosotros, pues le daréis gracias a boca llena. Convertíos, pecadores, y obrad rectamente en su presencia".

         Las situaciones de decadencia y desgracia suelen tener muchas veces sus causas en el abandono de los valores humanos y cristianos. Es bueno que, si nos toca experimentar algún período de estos, nos reconozcamos también nosotros culpables.

         Juan Pablo II nos invitaba en su Tertio Millennio Adveniente a hacer examen de conciencia y a reconocer la parte de culpa que todos tenemos "por los pecados que han dañado la unidad querida por Dios para su pueblo", o por haber permitido "métodos de intolerancia e incluso de violencia en el servicio a la verdad", y la responsabilidad que podemos tener en "la indiferencia religiosa que lleva a muchos a vivir como si Dios no existiera" (TMA, 33-36).

         En dicha carta, afirmaba el papa que la Iglesia "no puede atravesar el umbral del nuevo milenio sin animar a sus hijos a purificarse, en el arrepentimiento, de errores, infidelidades, incoherencias y lentitudes". Y que a las puertas del nuevo milenio "los cristianos deben ponerse humildemente ante el Señor para interrogarse sobre las responsabilidades que ellos tienen también en relación a los males de nuestro tiempo".

         Son palabras que nos ayudan a aplicar a nuestro tiempo lo que Esdras pedía para el suyo, invitando a sus contemporáneos a levantar paredes materiales (del templo o de sus casas) pero sobre todo, a levantar los valores que habían descuidado.

José Aldazábal

*  *  *

         Escuchamos hoy la confesión que hace el sacerdote Esdras, por un pecado que él no ha cometido (casarse con una mujer extrajera). Un pecado que sí habían cometido otros (incluidos sacerdotes, levitas y jefes), desobedeciendo la orden de Dios en ese aspecto. De ahí que Esdras confiese ese pecado ante Dios, como si fuera suyo aunque no lo fuera.

         En 1º lugar, reconoce Esdras el gran amor de Dios y su misericordia y se acoge a Aquel que se compadece de todos. Pide su perdón y agradece el permitirles encontrar protección y refugio en su templo, e incluso el que Judá y Jerusalén se conviertan en lugar y ciudad de refugio, donde no les alcance la ira de Dios por su pecado.

         Apreciemos, pues, el choque fortísimo que se da hoy en la mente y corazón de Esdras: soñaba con vida nueva y limpia en tierra de Israel, y se encuentra con la miseria que impregna las conductas humanas. ¿Cómo no acudir a Dios para decírselo con lágrimas? Sería duro salir de una esclavitud para entrar en otra.

         La contaminación de los israelitas, al unirse con mujeres extranjeras en matrimonio, produce vergüenza a Esdras (Esd 9) y Nehemías (Neh 13, 23-27).

         De esa actitud puede colegirse cuán arraigada estaba, en el destierro, y tras el retorno a Jerusalén, la singularidad e identidad del pueblo judío como único pueblo amado y privilegiado por Dios. Debido a su singularidad, solamente entre las familias de las tribus de Israel cabía establecer lazos de fidelidad matrimonial, porque así era como descendía sobre ellos la bendición de Dios.

         Esa exageración, unida a otras relacionadas con la ley y los rituales de purificación, mantendrá al judaísmo en tensión constante para aislarse de otros pueblos. ¡Qué drama supone para un pueblo sentirse tan amado de Dios, en exclusiva, que ni la carne, ni la sangre, ni la cultura, ni la vida, ni la religión puedan acercar a ellos otros pueblos!

Dominicos de Madrid

b) Lc 9, 1-6