28 de Septiembre

Jueves XXV Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 28 septiembre 2023

a) Ag 1, 1-8

         Durante el cautiverio en Babilonia, Ezequiel había exhortado a los judíos a rendir a Dios un culto purificado en un nuevo templo. Era natural, pues, que una vez llegados a Jerusalén se pusiesen pronto manos a la obra y edificasen un altar (Esd 3, 1).

         Pero no era suficiente la mera ilusión y buena voluntad. Los problemas a resolver eran muchos y graves: la animosidad de los samaritanos, las malas cosechas, las rivalidades interiores... Y las obras de reconstrucción del templo fueron abandonadas apenas se iniciaron. Esperando tiempos mejores el pueblo pensaba: "Todavía no ha llegado el momento de reedificar el templo de Dios" (v.2).

         En el año 522 a.C. Cambises I de Persia se suicidaba al tener conocimiento de una sublevación contra él. Y Darío I de Persia, su sucesor, tardó 2 años en reprimir las revueltas que surgen en todo el Imperio Persa. Se trata de un período de recelos y de represalias que dio ocasión al surgimiento de Ageo, profeta judío que invita a su pueblo a poner la confianza en Dios, señor de la historia.

         El libro de Ageo consta de 4 discursos, de los que hoy leemos 2. El 1º discurso (Ag 1, 1-15) está fechado en la 2ª mitad de agosto del 520 a.C, y es una descripción de los esfuerzos del profeta para conseguir la reconstrucción del templo: no es que no haya recursos, ya que existen para construir casas bastante lujosas. Lo que hay es pereza y poca voluntad. Los hombres de todos los tiempos somos los mismos: y cuando aducimos muchas razones para justificar algo quiere decir, normalmente, que no tenemos ninguna y sí, en cambio, muchas excusas.

         El discurso apela luego a la experiencia: una tarea no bendecida por Dios no puede ser fructífera. Una afirmación con valor especial para nuestros tiempos en que la eficacia y la productividad tienen tan gran aprecio. El éxito de su misión fue inmediato: veintitrés días después empiezan las obras. Es un caso único en la historia del profetismo. Tengamos en cuenta, sin embargo, que Ageo no pedía una gran reforma interior, sino tan sólo la reconstrucción de un edificio.

         En el 2º discurso (Ag 2, 1-9) el profeta anuncia que, a pesar de las apariencias, el nuevo templo será superior al antiguo. En el reino mesiánico cabrán las riquezas, es decir, los valores de todos los pueblos. También los gentiles contribuirán a la salvación del mundo. Esto es válido para todos los pueblos y para todos los tiempos.

Josep Aragonés

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         El año 2º del reinado de Darío I de Persia, el 1º día del 6º mes fue dirigida la palabra del Señor por medio del profeta Ageo. La palabra del Señor no es intemporal, sino que se inscribe en una fecha determinada, en una realidad concreta. Ageo comienza su ministerio el 1 agosto 520 a.C.

         Durante 5 meses, y hasta el fin de diciembre, hablará en una plaza de Jerusalén, pues Dios tenía algo que decir: "La palabra de Dios va dirigida a Zorababel, gobernador de Judá y a Josué, sumo sacerdote".

         Zorobabel no era más que un sencillo funcionario, uno sobre 250 en el conjunto de la inmensa administración persa. Josué es un humilde servidor de un templo ruinoso. Desde el retorno del cautiverio han pasado dieciocho años que se han empleado en instalarse materialmente: Dios es el gran olvidado, y si Dios toma la palabra, lo hace a través de las situaciones o de los acontecimientos.

         Y así habló el Señor del universo, por medio del profeta Ageo: "Todavía no ha llegado el momento de reedificar la Casa del Señor". ¿No es esta también la actitud del mundo moderno y la mía? ¡Vivir, trabajar, ganar dinero... y luego orar! No se tiene tiempo de ir a misa, usted lo comprende. ¡Hay tantas cosas que preparar los fines de semana! ¿Cómo puedo rezar todos los días si no tengo un minuto?

         Mirad lo que contestó el Señor, continuó diciendo Ageo: "¿Es acaso para vosotros el momento de instalaros en vuestras casas lujosas, mientras mi casa está en ruinas?". Pues sí, los judíos que regresaron del exilio comenzaron por construirse hermosas casas confortables. Y durante esos años el Templo de Jerusalén es un montón de piedras calcinadas. ¡Dios es el último en ser servido!

         "Reflexionad sobre vuestra situación", continúa diciendo el profeta, pues "habéis sembrado mucho, pero la cosecha es poca; habéis comido, pero sin quitaros el hambre; habéis bebido, pero sin quitaros la sed; os habéis vestido, mas sin calentaros. Y el obrero que ha ganado su salario, lo mete en bolsa rota".

         Realmente, se trata de imágenes que interrogan, pues vienen a decir algo así como: Trabajáis y os matáis trabajando, pero ¿para qué? Porque ese estilo de vida no tiene sentido. Trabajar, consumir, ¿para qué? ¡si no hay una finalidad más esencial en todo ello! Comer, beber, ganar dinero. Esto no basta al hombre. Le deja con su hambre y su sed.

         Y por 2ª vez, proclama el profeta la palabra reflexionad. Sí, se trata de superar lo inmediato, hay que ir más lejos. Hay que pensar, reflexionar. Tras lo cual, ya puede decir el profeta: "Subid a la montaña, traed madera para reedificar la Casa de Dios; y Yo la aceptaré gustoso y me sentiré honrado".

         Es decir, tras la reflexión, viene la puesta por obra. ¡Despertaos! Manos a la obra. Disponed un lugar para Dios en vuestra vida, y que sea el centro. Reconstruid una presencia de Dios en el corazón de vuestra ciudad, en el corazón de vuestra vida. Se trata, en efecto, de rehacer, sin cesar, la unidad entre vida y ritos.

Noel Quesson

*  *  *

         Ageo fue profeta de la vuelta del destierro, junto con otros personajes clave como Zorobabel o Josué. Un profeta que levantó su voz porque los recién vueltos no parecían tener mucha prisa en reconstruir el templo. El profeta les anima a que todos colaboren en la tarea, que es urgente, para que sirva como punto de referencia para todas las demás dimensiones de la reconstrucción nacional.

         Estamos en el año 520 a.C. Ya habían transcurrido dieciocho años de la vuelta del destierro. Se ve que las casas propias sí las habían reconstruido, y bien. Pero el templo, no. Pasaba lo contrario que con David, que tomó la decisión de construir el templo porque le sabía mal vivir en una casa lujosa, sin haber edificado antes un templo en honor de Dios.

         Aunque el profeta le disuadió de la idea, que llevaría a cabo su hijo Salomón. Ageo dice a sus contemporáneos que el templo (símbolo de los valores religiosos) debe tener prioridad en esta tarea de la nueva instalación en Judá. Lo que le sucedió a Israel se debió, en gran parte, a su infidelidad a la Alianza. Ageo quiere que no se repita la historia, descuidando la vida de fe. ¡Manos a la obra!

         Los valores éticos y religiosos son, también hoy, sintomáticos para saber cómo entendemos la historia y el futuro de la sociedad. Aunque lo cierto es que nos atrae más lo aparente y lo material, y sentimos pereza por lo espiritual.

         No se trata sólo (como tampoco era el caso en tiempos de Ageo) de levantar materialmente las paredes de un edificio. Sino de renovar la actitud de Alianza con Dios y las costumbres coherentes con ella. De no dejarse llevar sólo por intereses materialistas, sino de cuidar también los valores humanos y religiosos, según el proyecto de Dios. La prosperidad económica es importante, pero no es lo principal en la vida de una persona o de una comunidad.

         Todos estamos empeñados en alguna clase de construcción o reconstrucción, en el nivel personal o el comunitario: no descuidemos los aspectos religiosos, porque son básicos. Jesús nos dijo que el que construye sobre su Palabra es el que construye sobre roca. Si no, estamos edificando sobre arena. Y entonces nuestra casa está destinada a la ruina.

José Aldazábal

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         El sentido del texto presente lo captamos a partir de las lecturas de Esdras de los días anteriores. El Templo de Jerusalén ha de edificarse como centro espiritual, cultural, religioso, del pueblo. Eso es grato a Dios, y simboliza su "tienda entre nosotros". Con Dios entre nosotros, en su templo, cambia el horizonte de nuestra existencia.

         El profeta Ageo aparece y desaparece en la historia por el año 520 a.C, cuando el Templo de Jerusalén estaba todavía en ruinas, y las gentes se disponían  a reconstruirlo en medio de notable oposición.

         Este profeta estaba muy impregnado por el aroma espiritual de la más tradicional visión de Jerusalén,  muy dispuesto a avivar la necesidad de restaurar el templo, y muy interesado en reimplantar el más riguroso culto en él. La gloria y popularidad de Dios tenían que llenar de felicidad a su pueblo.

         En su defensa del templo puede olvidarse de otras consideraciones. No importa. Para él la salvación de Israel  se simboliza en la vuelta del Señor a su templo.

         Entendamos al profeta. El Dios de Israel está en medio de su pueblo por la fe, pero es muy conveniente que haya un signo externo (el templo) que sea como morada o tienda en la que a todos nos acoge y espera.

         Volviendo a nuestra época, a nosotros no sólo nos toca preocuparnos de que el lugar de culto sea digno, sino que nos hemos de preocupar de ser nosotros mismos una digna morada del Señor, ya que él habita en nosotros como en un templo. Cuando uno mismo busca sólo sus propios intereses, está provocando la pobreza y miseria de los demás.

         Si en verdad dejamos que el Señor tome posesión de nuestra vida, él se convertirá en luz que ilumine, desde nosotros, el caminar de quienes nos rodean. Tratemos, por eso, de darle cabida a Dios en nosotros, pues él mismo, nos envió a su propio Hijo para que nuestras viejas ruinas de maldad y de muerte desaparecieran y surgiera una humanidad nueva, capaz de vivir y caminar en el amor.

         Ojalá no nos aferremos a todo aquello que en lugar de renovarnos nos destruye y nos hace vivir encerrados en nuestro egoísmo, incapaces de contemplar a nuestro prójimo en su dolor para tenderle la mano y generar, así, una vida más justa y más digna. Que la Iglesia sea signo de unidad, de paz y de amor fraterno. Esa es nuestra misión; vivámosla con gran responsabilidad.

Dominicos de Madrid

b) Lc 9, 7-9