27 de Octubre

Viernes XXIX Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 27 octubre 2023

a) Rom 7, 18-24

         En las palabras de hoy de Pablo a los romanos hallamos la más dramática descripción de la condición humana: el hombre es un ser dividido, que aspira al bien y que hace el mal. O en sus propias palabras: "Bien sé yo que nada bueno habita en mí, es decir, en mi naturaleza carnal. En efecto, soy capaz de querer el bien, pero no soy capaz de cumplirlo".

         En efecto, el mal está pegado a nuestro ser, y habita en nosotros. Así, incluso antes de que el hombre tome una decisión, el mal está ya en él. Y más que una simple solicitación exterior, la tentación es interior y está "en el corazón" de mí mismo. Es siempre un error y es superficial, acusar a los demás, al mundo, para justificar o excusar las propias caídas: el mal es mucho más radical que todo esto, habita en lo hondo de nuestra conciencia (que está falseada).

         Se trata, pues, de un mal original anterior a nuestra decisión, pues "no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero". ¡Cuán verdadero es este análisis de la debilidad humana! ¿Quién de nosotros no ha hecho esta experiencia?

         Es la impotencia radical de toda voluntad sin la ayuda de la gracia. Sé muy bien lo que "tendría que hacer", y bien quisiera hacerlo, pero no lo logro. O como dice Pablo: "Simpatizo con la ley de Dios, en tanto que hombre razonable, pero advierto otra ley en mis miembros, que lucha contra la ley de mi inteligencia y me encadena a la ley del pecado".

         El pecado es la verdadera alienación del hombre, comprometiendo al hombre a un destino que contradice sus aspiraciones profundas y la vocación a la que Dios le llama. El pecado es destructor del hombre. Y lo más sorprendente es que nos damos perfecta cuenta de ello.

         Nuestra inteligencia y nuestra razón están de acuerdo con Dios. Y esto es lo mejor de nosotros mismos, y nuestro verdadero ser. Pero hay otro lado de mi ser que está encadenado al pecado, dice Pablo, que alude a que "yo simpatizo, pero advierto algo que me encadena". ¡Qué confesión personal más conmovedora! ¿Por qué hemos sido hechos así, Señor? ¿Por qué esa lucha en el fondo de nuestro ser? ¿Por que hay en nosotros lo mejor y lo peor?

         De ahí que Pablo diga: "Desgraciado de mí. ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?". Hay que repetir esta oración. Porque es en verdad una oración. Podemos repetirla con Pablo. Y darle todo el contenido de nuestras debilidades y de nuestra indigencia: "Por esta liberación, gracias sean dadas a Dios por Jesucristo, nuestro Señor". Acción de gracias y alegría. Que nuestra debilidad termine siempre con ese grito de confianza.

         El optimismo fundamental de Pablo no es ingenuo o irreal, sino que es la conclusión de un análisis riguroso de la impotencia del hombre para salvarse. Pues en el momento mismo en que corremos peligro de salvarnos, "la mano de Dios viene a asirnos y nos salva".

Noel Quesson

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         Por pura gracia de Dios hemos sido perdonados por la muerte de Cristo, y justificados por su gloriosa resurrección. Así hemos sido liberados de la esclavitud del pecado y de la muerte. Sin embargo no podemos negar que el pecado y la muerte siguen presentes en nuestro mundo. ¿Acaso nosotros mismos no tenemos la experiencia del pecado? ¿Acaso no hemos sufrido las consecuencias del pecado en una múltiple manifestación de signos de muerte?

         Ya el AT había manifestado que el corazón del hombre está inclinado al mal desde muy temprana edad. Y que nuestro cuerpo, dominado muchas veces por la ley del pecado, hace que realicemos el mal que no queremos y evitemos el mal que deseamos. Puesto que el cuerpo no es algo distinto a nosotros, y por eso somos responsables de nuestros pecados y maldades. ¿Acaso podremos nosotros liberarnos de nuestras malas inclinaciones y dejar de pecar?

         Gracias a Dios, y no a nosotros mismos, la redención de Cristo alcanza a nuestro cuerpo, esclavo de la muerte, y lo libera de esa esclavitud. Así, más que volver a aquella inocencia del paraíso terrenal, entramos en la perfección del mismo Hijo de Dios con el corazón inclinado al bien, dispuestos en todo a obedecer y a hacer la voluntad de Dios.

         Creamos realmente en Dios y dejemos que su vida invada todo nuestro ser, y que su Espíritu nos guíe, libres de todo mal y de toda inclinación al pecado, hasta la posesión definitiva de la vida eterna.

José A. Martínez

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         La teoría es muy hermosa, y Pablo la había expuesto con entusiasmo: por el bautismo hemos sido introducidos en la esfera de Cristo, lo cual supone ser libres del pecado. Pero la práctica es distinta, la lucha continúa, y Pablo la describe dramáticamente en sí mismo: "El bien que quiero hacer no lo hago, y el mal que no quiero hacer, eso es lo que hago". Es como un análisis psiquiátrico de su propia existencia.

         Al final, y a modo de grito muy sincero, exclama el apóstol: "¿Quién me librará de este ser mío presa de la muerte?". La respuesta viene tajante: "Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, y le doy gracias". La tesis que ha repetido en toda la Carta a los Romanos (y en la de Gálatas) aparece ahora aplicada a sí mismo: no podrá liberarse del pecado por sus solas fuerzas, sino por la gracia de Dios.

         Esta es nuestra historia. Todos sabemos lo que nos cuesta hacer, a lo largo del día, el bien que la cabeza y el corazón nos dicen que tenemos que hacer: situar a Dios en el centro de la vida, amar a los enemigos, vivir en esperanza, dominar nuestros bajos instintos...

         Solemos saber muy bien qué tenemos que hacer. Pero, cuando nos encontramos en la encrucijada, tendemos a elegir el camino más fácil, no necesariamente el más conforme a la voluntad de Dios. Sentimos en nosotros esa doble fuerza de que habla Pablo: la ley del pecado, que contrarresta la atracción de la ley de la gracia.

         Hagamos nuestro el grito de confianza: nosotros somos débiles y el "mal habita en nosotros", pero Dios nos concede su gracia por medio de Cristo Jesús. La eucaristía, entre otros medios de su gracia, nos ofrece en comunión al que "quita el pecado del mundo".

José Aldazábal

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         El realismo de las palabras de hoy nos hace a Pablo muy próximo a nuestros problemas y debilidades. Él, como nosotros, pensaba una cosa y la deseaba, pero la carne exigía su parte, y le frenaba sus impulsos de bondad. Gracias, Pablo, por mostrarnos que es en la debilidad donde se hace presente y actuante el poder de Dios misericordioso y fiel.

         El pensamiento paulino, en el texto que hemos copiado, es tan hermoso, tan sugestivo, tan propio de nuestra condición humana, que no conviene desvirtuarlo con comentarios. Leámoslo muchas veces y pongámonos en la piel del apóstol.

         El santo verdadero es siempre de carne y hueso, y si eso no se nota en la biografía de cada uno es que la hemos tergiversado. Pablo se nos presenta, ante todo espiritualmente, tal cual es: discípulo de Cristo, incondicional en su seguimiento, dispuesto a cualquier sacrificio por el evangelio que se le ha confiado.

         Pero, afortunadamente, es hombre, y siente su propia debilidad en el reclamo de la carne, de las pasiones y de los honores (que pide satisfacciones). Eso no es innoble, sino más bien signo de nobleza, porque hay que saber y querer triunfar desde la debilidad. ¿Y cómo se alcanza esa meta? Contando con la propia voluntad positiva y con el río de gracia que el señor nos envía. No hay más caminos de éxito.

Dominicos de Madrid

b) Lc 12, 54-59