28 de Octubre

Sábado XXIX Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 28 octubre 2023

a) Rom 8, 1-11

         Explica hoy Pablo a los romanos que la antigua condena era la maldición de Adán, por la que todos éramos esclavos del pecado, incapaces de hacer el bien que entreveíamos. Pero que Cristo, solidarizándose con los hombres y ofreciendo su sacrificio expiatorio, pasó al ataque: maldijo el pecado y le arrebató su poder sobre el hombre.

         A partir de ese momento, el hombre tiene la posibilidad de cumplir la intención profunda de la ley, ya que muchas de las prescripciones (en plural) han quedado abolidas en la era de Cristo.

         La antigua situación del hombre recibía el nombre de carne (a forma de limitación, estrechez, egoísmo y pasiones), y comportaba enemistad con Dios e incapacidad de cumplir su ley. Pero sobre esta carne ha descendido el Espíritu de Dios, que es vida y fuerza liberadora. El Espíritu, que acompañó a Cristo desde su concepción virginal hasta su glorificación, realizará una obra semejante en nosotros hasta destruir todo residuo de mortalidad.

         Se afirma que el Espíritu "nos conduce". Pero por otra parte, el Espíritu es puesto en nuestras manos como una especie de instrumento, pues "con el Espíritu" damos muerte a las obras de pecado. No indica falta de fuerza o de grandeza del Espíritu, sino una manera de expresar el sumo respeto de Dios por nuestra libertad.

         Además de capacitarnos para cumplir la voluntad de Dios (que Moisés consignó y que la humanidad ya entreveía), el Espíritu nos permite penetrar más adentro: en el fondo del alma de Cristo y de la vida íntima de Dios. El significado del Abba (lit. Padre) que Cristo pronunció y enseñó a sus discípulos es algo que sólo comprenden los que han recibido el Espíritu de Cristo.

Jordi Sánchez

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         Nos dice hoy Pablo que "para los que están con Cristo Jesús no hay ninguna condenación". En efecto, una vez pasadas las sombrías descripciones del combate espiritual de cada día, de las tiranteces internas, o de la atracción del mal, es cuando tiene lugar el canto de victoria. Pero para eso hay una condición: "estar en Cristo", estar unido a ti, Señor.

         Hasta 10 veces repite hoy Pablo la palabra Espíritu (el Espíritu, el Espíritu de Dios, el Espíritu de Cristo...). Evidentemente, que dejarse impregnar por esta palabra y esta realidad misteriosa, pues "el Espíritu es vuestra vida", "el Espíritu de Dios habita en vosotros" y "el Espíritu que da la vida, en Cristo Jesús me ha liberado".

         Ahora han sido posibles todas las exigencias de la ley de Dios, porque el Espíritu de Dios mismo está aquí, presente en nosotros para impulsarnos a ella. No pienso a menudo ni suficientemente en esto: "el Espíritu de Dios en mí".

         Tras lo cual, nos dice Pablo que "no estáis bajo el dominio de la carne, sino bajo el dominio del Espíritu". Estoy decidido a dejarme convencer de ello, Señor, puesto que tú nos lo dices. Yo lo creo, pero continúa en mí esa acción profunda, Señor. Transfórmanos, y danos un corazón nuevo.

         Esta transformación espiritual, este dominio del Espíritu, no suprime nuestros otros aspectos mortales. Se continúa yendo hacia la muerte. Y al mismo tiempo, se va "hacia la vida". Gracias, Señor. En medio de nuestros días efímeros, es finalmente ésta la única certeza: "Si Cristo está en vosotros, aunque vuestro cuerpo sea para la muerte, el Espíritu es vuestra vida a causa de la justicia".

         Frente a nuestros duelos, junto a nuestros difuntos, creemos que están en la vida, pues "el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos, habita en nosotros".

         Se trata de una fórmula trinitaria, de la que Pablo tiene el secreto. Las 3 personas divinas son aquí evocadas, en una misma acción: "El Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús". Lo cual no es poco, pues ¡habita en mí! Hay que detenerse ante esta revelación extraordinaria, hay que saborearla. Contemplar a este huésped y dirigirse a él, que está aquí, tan cerca.

         Pero no se trata de un huésped muerto o inactivo, sino que está dentro de mí como una fuerza de resurrección y difundiendo la vida. Una vida que repercutirá incluso sobre este pobre cuerpo que me empuja al pecado: "Aquel que resucitó a Jesús dará también la vida a vuestros cuerpos mortales, por su Espíritu que habita en vosotros".

         Se trata, pues, de un Espíritu Santo que actúa, vivifica, eleva, anima, da vida y santifica. Desde hoy y en el día de la resurrección final. Toda la obra de Dios está destinada al éxito, y su Espíritu trabaja ya en el fondo de mí mismo, como en el fondo de todo hombre.

Noel Quesson

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         Demos amplitud de acción al Espíritu Santo en nosotros. Él se nos ha comunicado el día en que fuimos bautizados para incorporarnos a Cristo. No basta el bautismo para decir que ya somos perfectos ante Dios. Mientras rechacemos a Cristo, mientras no depositemos en él nuestra fe, de nada nos aprovecharía el estar bautizados. Unidos a Cristo, participamos de su mismo Espíritu, que guía nuestros pasos por el camino del bien, hasta que alcancemos la perfección de la vida eterna.

         Si ya hemos sido liberados por Cristo de nuestra esclavitud al pecado, o si se nos ha comunicado su vida y su Espíritu, no permitamos que vuelva a nosotros el desorden y el egoísmo. Actuemos conforme a las aspiraciones del Espíritu que "nos conduce a la vida y a la paz".

         Cristo dio su vida para que, liberados del pecado, vivamos para siempre junto a él, en la gloria del Padre. Si hacemos nuestra su victoria sobre el pecado y la muerte, y sobre nuestras inclinaciones pecaminosas, entonces, aun cuando nuestro cuerpo tenga que padecer la muerte, el Señor le dará nuevamente vida por obra de su Espíritu, que habita en nosotros.

         Manifestemos signos de vida y no de muerte. El Señor quiere a su Iglesia guiada por el Espíritu Santo, y no guiada por la maldad. Dejemos que el Señor haga su obra de salvación en nosotros. Y por medio nuestro, haga brillar su luz para todos los pueblos.

José A. Martínez

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         El cap. 8 de la Carta a los Romanos, que leeremos durante 5 días, es muy importante. Se puede titular "la vida del cristiano en el Espíritu". Es el Espíritu de Jesús, el que nos da la fuerza para liberarnos del pecado, de la muerte y de la ley, y para vivir conforme a la gracia.

         Pablo nos describe aquí un dinámico contraste entre la carne y el Espíritu. Cuando él habla de la carne, se refiere a las fuerzas humanas y a la mentalidad de aquí abajo. Mientras que el Espíritu es la fuerza de Dios y su plan salvador, muchas veces diferente a las apetencias humanas.

         Antes la ley era débil, no nos podía ni dar fuerzas ni salvar. Pero ahora Dios ha enviado a su Hijo, que con su muerte "condenó el pecado", y ahora vivimos según su Espíritu. Las obras de la carne llevan a la muerte, y las obras del Espíritu a la vida y a la paz.

         Deberíamos estar totalmente guiados por el Espíritu de Cristo, el que nos conduce a la vida y a la santidad. Ayer terminaba Pablo con una pregunta angustiosa ("¿quién me librará?") y con una respuesta eufórica ("la gracia de Dios"). Hoy lo explicita: Dios Padre nos ha enviado a su Hijo, y también a su Espíritu.

         Pablo hace aquí una afirmación valiente y densa: "Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos (o sea, el Espíritu del Padre) habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús (el Padre, de nuevo) vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros". Por tanto:

-estamos incorporados a Cristo, en su muerte y su resurrección, desde el día de nuestro bautismo,
-estamos destinados a la vida, porque él resucitó,
-estamos llenos de la vida del Espíritu, porque para eso lo envió el Padre:,
-con tal que le dejemos "habitar en nosotros".

         ¿Nos sentimos movidos por el Espíritu de Cristo? ¿Es él quien anima nuestra oración? ¿Nos sentimos motivados a decir "Abbá, Padre"? ¿Es él nuestra caridad, nuestra alegría, nuestra esperanza? ¿O más bien nos dejamos llevar todavía "por la carne" y los criterios de este mundo?

         Si padecemos anemia espiritual, o tendemos al pesimismo y al desaliento, es porque no le dejamos al Espíritu Santo que actúe en nosotros. Y en ese caso, ya nos avisa Pablo, por la debilidad humana nunca conseguiremos agradar a Dios con nuestras fuerzas. Sólo si "procedemos dirigidos por el Espíritu".

José Aldazábal

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         Comenzamos a leer en este día el cap. 8 de la Carta a los Romanos, una de las joyas salidas del taller de San Pablo. En él nos describe en forma primorosa lo que es la "vida en el Espíritu" por contraposición a lo que es la "vida según la carne". Quien se deja guiar por el Espíritu de Dios es hijo de Dios y vive como hijo. Quien se deja guiar por las tendencias de la carne es esclavo del pecado y vive como tal, en desgracia plena.

         Subrayemos algunas líneas de meditación: "Nosotros ya no procedemos según la carne sino según el Espíritu". Quienes se dejan guiar por el Espíritu tienden a lo espiritual. La tendencia de la carne es rebelarse contra Dios, mientras que la tendencia del Espíritu es agradar a Dios. Si estamos en el Espíritu, el Espíritu habitará en nosotros.

         Tanta fue la obra de amor salvífico de Cristo, y tanta su ofrenda de amor, que borró en nosotros con su sangre las lacras del pecado y nos devolvió la gracia, la amistad. Sólo él podía hacerlo, y lo hizo. ¿Cómo vamos a seguir en adelante las atracciones del pecado vencido?

Dominicos de Madrid

b) Lc 13, 1-9