25 de Octubre

Miércoles XXIX Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 25 octubre 2023

a) Rom 6, 12-18

         Dice hoy Pablo a los romanos que "es preciso que no reine el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que obedezcáis a sus apetencias. Ni pongáis vuestros miembros al servicio del pecado". En efecto, habiendo sido el cristiano justificado por Cristo (por gracia), éste es ya un hombre nuevo, que tiene que poner todo su ser al servicio de esta justicia que Dios ha concedido gratuitamente.

         San Pablo pivota esa equivalencia vital en torno a un principio: "Pasad a ser ahora lo que ya sois en lo sucesivo", porque el pecado es una monstruosidad porque contradice el ser profundo del cristiano. Pero ojo, porque Pablo no dice "haced obras buenas para ser justos" (lo que sería doctrina farisaica judía), sino que dice "sois justos, luego vivid esta justicia". Así, lo que rige la vida del cristiano, no es un moralismo abstracto, sino el dinamismo interior de la fe misma.

         Por eso, repite el apóstol una vez más: "No obedezcáis a las apetencias de la carne, ni os sometáis a los deseos del cuerpo". Tales podrían ser las traducciones literales de la primera frase.

         Lo que Pablo llama aquí "los deseos del cuerpo" tendría que traducirse en lenguaje moderno por el término egoísmo, que es lo contrario del amor desinteresado: "No dejéis que reine en vosotros el egoísmo, no busquéis la satisfacción de vuestros deseos egoístas", porque habéis sido hechos amor, por Aquel que es amor.

         Tras lo cual, amonesta Pablo a "poneos al servicio de Dios, y ofreced a Dios vuestros miembros para el combate de la justicia". He ahí lo esencial de la nueva condición del cristiano. El cristiano tiene, en adelante, la posibilidad y el deber de "ofrecerse a sí mismo" a Dios. De ahí que el culto nuevo, y la moral nueva, sean en adelante lo mismo.

         Más adelante, en la misma Carta a los Romanos, exhortará Pablo a "ofrecer vuestra existencia como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, y que éste sea vuestro culto espiritual" (Rm 12, 1). Que mi vida de cada día te glorifique, Señor. Te ofrezco todo lo que voy a hacer.

         El mismo Cristo fue el 1º en ofrecerse: "He ahí mi cuerpo entregado por vosotros". Cada misa es el memorial y la renovación de ello para que nos ofrezcamos también nosotros con él, por él y en él. Ofreced vuestras vidas, trabajo y responsabilidades, porque "el pecado no dominará ya sobre vosotros, al no estar ya sujetos a la ley sino a la gracia".

         San Pablo vuelve a presentar aquí una oposición que nos repite a menudo, respecto a 2 concepciones de la religión:

-aquella en que el hombre cree que llega a ser justo, observando una ley,
-aquella en que el hombre cree que llega a ser justo, en virtud de una "actividad de Dios" en él (que el hombre ha de acoger por la fe.

         Entonces ¿qué? ¿Pecaremos porque no estamos bajo la ley sino bajo la gracia? De ningún modo, responde Pablo, pues "después de haber sido liberados del pecado, os hacéis esclavos al servicio de la justicia".

         El cristiano no tiene ya, pues, ley que se le imponga desde el exterior. Sino que es libre, y libremente se hace "dócil a la actividad íntima del Espíritu que trabaja su ser desde el interior". Así, la condición humana se expresa en un dilema: o bien nos hacemos esclavos del pecado o bien nos hacemos esclavos de Dios. Toda la vida cristiana consiste en esta elección. Someterse a Dios es la única verdadera libertad. El que ama se ajusta espontáneamente a la voluntad de aquel a quien ama.

Noel Quesson

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         Continúa la paradoja entre una realidad que ya existe (la vida nueva, infundida por el bautismo), pero que al mismo tiempo hemos de ir forjando con nuestra entrega y nuestra obediencia de cada día.

         La fuerza del pecado podría quedar anulada por la fuerza superior de Cristo en nosotros. Pero no ha muerto del todo: si nosotros la dejamos, volverá a reinar y a esclavizarnos como (según los primeros capítulos) esclavizó a los paganos y a los judíos antes de Cristo.

         Porque uno puede entregarse a otro como esclavo; pero, si lo hace, dejará de ser dueño de sus actos. El árbol del pecado irá produciendo frutos, de los que el mismo hombre se avergonzará, hasta que madure ese fruto definitivo que es la muerte, con mayúscula.

         El cristiano, en cambio, presta sus propios brazos como armas para el bien: el guerrero que maneja estas armas es invencible. Lo librará de la fuerza del pecado y lo conducirá con mano fuerte por el camino del bien. El cristiano se sentirá llevado por otro, aquel a quien él se ha entregado; pero poco a poco irá sintiendo el gusto de los frutos que produce su entrega: la justicia (el bien) la santidad (la proximidad a Dios) y, con esperanza cierta, la vida eterna. El hombre comprenderá que ésta es la única razón por la que vale la pena vivir en este mundo.

         Este pasaje no habla explícitamente de la fe ni del bautismo, sino de la entrega a Dios y de la obediencia "a la doctrina básica que os transmitieron" (v.17). Se entiende que la eficacia sacramental del bautismo debe ir acompañada de una buena catequesis que, a la luz de la palabra de Dios y bajo la guía del Espíritu Santo, ayude a formar la nueva mentalidad de los hijos de Dios.

Jordi Sánchez

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         Hay muchas formas de vivir personalmente y en sociedad, y hay muchos marcos de referencia entre cuyos límites uno puede colocarse de grado o por fuerza.

         Algunos israelitas hicieron su historia en el marco de guerras de dominio, o de defensa frente a los adversarios. Y su ley era "vencer al otro y sujetarlo", e incluso aniquilarlo. Otros israelitas encontraron en la "fuerza de la ley", impuesta como mal menor para poseer un mínimo de seguridad, un instrumento ineludible. Como es obvio, la humanidad no puede prescindir de marcos legales para sobrevivir, pues las actitudes pecaminosas y destructoras rasgan las entrañas de la humanidad (como vemos cada día) y la degradan.

         Pero el hallazgo, promulgación y cumplimiento de la ley, que salva los mínimos de justicia interpersonal y de relación entre personas y estados, por sí misma no hace santos. El buen cumplidor de la ley tiene que revestir la ley con traje de caridad, amor y gracia.

         La ley necesita un perfeccionamiento, para constituirse no sólo en "ley de mínima justicia" sino de desbordante generosidad, solicitud y caridad. Así es la ley de Cristo: ley de amor y vida, de respeto y apoyo, de generosidad para con los otros.

José A. Martínez

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         ¿A quién serviremos: a Cristo o al pecado? La obediencia a Cristo nos lleva a la vida. La obediencia al pecado nos lleva a la muerte. No podemos servir, al mismo tiempo, a Dios y al demonio. No podemos decir que permanecemos en la gracia y que, al mismo tiempo, vivimos pecando.

         Si por el bautismo hemos sido unidos a Cristo en su muerte, que clavó en la cruz el cuerpo marcado por el pecado, no podemos, resucitados con él y haciendo, así, nuestra la justificación que nos ofrece, continuar siendo esclavos de aquello que ya ha sido destruido. No podemos negar la realidad del pecado que continúa en el mundo.

         Quienes viven pecando no conocen ni tienen con ellos a Dios. Nosotros, en cambio, que tenemos a Dios por Padre, nos hemos de comportar a la altura de nuestro ser de hijos de Dios, llevando una vida intachable y justa a los ojos del Señor.

Nelson Medina

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         En el cap. 6 de Romanos acaba de explicar Pablo (justo antes de este pasaje) que "por el bautismo hemos sido incorporados a Cristo, y hemos vivido sacramentalmente su muerte y su resurrección", pasaje que se leerá en la Vigilia Pascual.

         Ahora bien, el haber sido bautizados en Cristo, para Pablo, tiene como consecuencia una triple liberación: del pecado, de la muerte y de la ley. Hoy nos describe por qué hemos de liberarnos del pecado, comparando al pecado a un dueño tiránico que nos domina.

         En efecto, antes de convertirnos a Cristo éramos esclavos del pecado, y "poníamos a su servicio nuestros miembros como instrumentos del mal". Pero tras convertirnos a Cristo, y ser bautizados en él, ya no somos esclavos de ese dueño maligno sino sólo de Dios, "ofreciéndole nuestros miembros como instrumentos del bien".

         Leyendo estas palabras, uno se queda pensando y concluye que eso debería ser lo ideal: que ya nos sintiéramos libres interiormente, que no fuéramos ya esclavos del mal, que ya no fuéramos "súbditos de los deseos del cuerpo", que "el pecado no siguiera dominando ya en nuestro cuerpo mortal", que viviéramos ya como quien "de la muerte ha vuelto a la vida".

         Pero por desgracia experimentamos, dramáticamente, que eso se va consiguiendo muy poco a poco, y que de alguna manera seguimos sintiendo en nosotros la atracción del mal. No obstante, contamos con un motor inagotable: el amor de Dios, que nos quiere con grandeza y que da eficacia a nuestros esfuerzos a través de Cristo Jesús.

         El bautismo no es más que el nacimiento. Y tras él, toda la vida del cristiano debe ser un proceso trabajoso de crecimiento en esa gracia recibida. Ya tenemos vida en nosotros, ya somos miembros de Cristo, pero el pecado no ha desaparecido de nuestro horizonte, y hemos de luchar día a día para vivir conforme a eso que somos. No tenemos que volver atrás ni dejarnos esclavizar por el pecado. 

         El salmo responsorial de hoy nos da la motivación para que sigamos confiando, a pesar de todo: "Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, nos habrían tragado vivos y nos habrían arrollado las aguas. Nuestro auxilio es el nombre del Señor". A pesar de que cada día nos acechan mil tentaciones, ojalá podamos decir: "Hemos salvado la vida, como un pájaro de la trampa del cazador".

José Aldazábal

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         En el contexto del pasaje de hoy de Pablo, subrayemos el interrogante que puede servir de prueba a la calidad de nuestro espíritu, en la novedad de nuestra vida en Cristo, en la gracia: "¿Pecaremos porque estamos bajo la gracia, y no bajo la ley?". Quien abusa del amor tiene muy poco futuro ante Dios. Dada la debilidad que por naturaleza nos corresponde, siempre vivimos y viviremos en tensión.

         Efectivamente, por una parte la carne nos tira hacia abajo, hacia la vida de pasiones y sentimientos que pueden resultar torcidos. Mientras por otra, la conciencia y el espíritu nos incitan a levantar el vuelo para trabajar en perspectivas más halagadoras, conforme a la imagen de Dios que llevamos en la memoria, libertad y pensamiento.

         Quien cede a una de las partes, y mata la naturaleza pecadora, se destruye a sí mismo, se desequilibra y arruina; y quien mata al espíritu, bondad, lealtad, espontaneidad en el bien, queda rebajado a esclavo del pecado o de la ley. En cambio, quien mantiene las riendas o dominio, y modera ambas, equilibrándolas (sin fusionarlas), sabe estar en la vida con dignidad. Santo es quien todo lo hace bajo el impulso del espíritu, en la carne.

         Pablo exhorta a eso con acentos encendidos: "Que no reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal obedeciendo a sus concupiscencias". El apóstol es un entusiasta del cuerpo humano, llegándolo a considerar como el templo del Espíritu Santo (1Cor 6, 19), miembro de Cristo (1Cor 6, 15), símbolo de la Iglesia (1Cor 12, 12). Y aunque caduco y mortal, como algo que se marchita, dicho cuerpo está destinado a la incorrupción y a la inmortalidad (1Cor 15, 12-49).

         Un cuerpo humano que ha de luchar contra el pecado, santificándose "hasta constituir una ofrenda sagrada digna del Altísimo" (Rm 12, 1), y convertir en valor espiritual lo más material que hay en el hombre (su cuerpo). Por eso Pablo llegará a decir que "ya comamos, ya bebamos, todo hay que hacerlo en Dios" (1Cor 10, 31). La vida entera queda así convertida en una liturgia, en "un culto grato a Dios".

Dominicos de Madrid

b) Lc 12, 39-48