24 de Octubre

Martes XXIX Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 24 octubre 2023

a) Rom 5, 12.15-21

         En el pasaje de hoy a los romanos, Pablo reemprende su idea favorita: una humanidad totalmente pecadora, a la que se ofrece una justificación totalmente gratuita, por la fe en Cristo Jesús. Pablo aplica esta gran visión a los 2 caudillos de la humanidad: Adán y Cristo. Por Adán vino el pecado, la desobediencia, la condenación y la muerte. Y por Cristo vino el don gratuito, la obediencia, la justificación y la vida.

         Pero vayamos por partes, porque "por un solo hombre, Adán, entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte". Todos pecaron, pues el pecado tiene un poder maléfico, y es contagioso. Y así, de un solo pecado, de un solo hombre, vino el germen de otros pecados. Es como una epidemia, como un vértigo colectivo o como una solidaridad.

         Pero con el don gratuito de Dios no sucede como con el delito. Y "si por el delito de uno solo, Adán, murieron todos, ¡cuánto más la gracia de Dios se ha desbordado sobre todos los hombres por medio de uno solo, Jesucristo". Porque "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia".

         En efecto, entre Adán y Jesús, nos dice Pablo, no hay medida común. No hay similitud entre ambos, sino oposición. Y la gracia sobrepasa al pecado, una gracia que Dios da profusamente.

         La solidaridad en el mal no es nada frente a la superabundancia de solidaridad en el bien! Así, Pablo, no nos revela los estragos del pecado original más que como el reverso de otro misterio, que es la salvación original en Jesús. No se puede comprender el pecado original si no se comprende la maravilla de la solidaridad de salvación en Jesús. En el plan de los designios divinos, el mal es incomprensible si no está destinado a ser salvado en Jesús. Sí, creo que Jesús gana a Adán en eficacia.

         Sí, creo que el bien gana al mal en eficacia. Sí, Señor, creo que la gracia gana al pecado. Porque "el cumplimiento de la justicia por uno solo condujo a todos los hombres a la justificación que da la vida". Uno solo que es Jesús, y todos que somos nosotros. Pues "así como por la desobediencia de un solo hombre (Adán) todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo (Jesús) todos serán constituidos justos".

         La Escritura no habla nunca del pecado original, sin evocar el remedio previsto por Dios: la maravilla del perdón. Al crear a Adán, Dios veía ya a Jesús, el perfecto obediente, el perfecto hijo. Es la vida, es el bien el que triunfa. Pues "lo mismo que el pecado estableció su reino de muerte, así también la gracia, fuente de justicia, establecerá su reino para dar la vida eterna, a través de Jesucristo".

Noel Quesson

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         En su cap. 5 de la Carta a los Romanos, del que hoy leemos un resumen, Pablo establece la célebre comparación entre Adán (el primer hombre) y Jesús (el definitivo hombre). Así desarrolla su afirmación inicial de que el evangelio es "fuerza de salvación de Dios".

         Por Adán "entró el pecado en el mundo", y "por el pecado, la muerte". Personificado en él, entra en acción el poder del mal y se extiende a toda la humanidad. Pero ahora ha sucedido otra cosa más importante: "gracias a Jesucristo vivirán y reinarán todos los que han recibido un derroche de gracia y el don de la salvación". La vida de Dios, también es comunicada por un hombre a toda la humanidad.

         Pablo habla mucho del pecado, pero nunca dejándose llevar por el pesimismo. Siempre, para compararlo con la gracia de Dios, que lo supera con creces. Las antítesis se suceden: por Adán-por Cristo, entró el pecado-entró la benevolencia, la muerte-la vida, la desobediencia-la obediencia, la condena-la salvación. En definitivas cuentas, "si creció el pecado, más desbordante fue la gracia".

         Cada uno de nosotros es hijo del 1º Adán y también hermano e imagen del 2º Adán. Sentimos la debilidad y a la vez experimentamos la fuerza de Jesús. ¿Qué aspecto triunfa más en mi vida: el pecado o la gracia, el hombre viejo o el nuevo, la desobediencia o la obediencia, la muerte o la vida, Adán o Cristo?

         Al rezar hoy el Salmo 39 responsorial, ponemos estas palabras en boca de Cristo (como hace la Carta a los Hebreos) en actitud de obediencia a Dios: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad". Lo contrario de lo que hizo Adán. Al final de una jornada, ¿podemos resumir nuestra actuación diciendo que hemos obedecido gozosamente a Dios? ¿O tenemos que reconocer que hemos buscado nuestros propios caminos?

         No tenemos que perder nuestra confianza: también en nuestra propia historia, aunque exista el pecado, sobreabunda más la gracia y el amor de Dios. Por muchos fracasos que tengamos que contar, son más los signos de que Dios nos ama. La solidaridad con Adán es grande, pero mayor todavía la solidaridad que Dios nos ofrece en su Hijo.

         En varios momentos de nuestra oración decimos: "Tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros". Pero hemos de sentirlo desde dentro, cuando lo decimos, y pedirle a Dios que nos ayude a vencer las herencias del viejo Adán en nuestra vida y nos haga pasar, con el nuevo Adán, a la plenitud de su vida. Si con ocasión de esta página de Pablo, queremos ampliar más lo que la Iglesia piensa del pecado original y sus consecuencias para la humanidad, podemos leer los num. 396-409 del Catecismo de la Iglesia.

José Aldazábal

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         El texto tomado hoy de la Carta a los Romanos pone en contraste nuestra anterior vida de pecado, bajo el imperio del mal que nos domina a todos, y nuestra vida de redimidos por la sangre de Cristo.

         Pero observemos que la fuerza del discurso paulino no recae tanto sobre la etapa de pecado (todos somos deudores del pecado) sino sobre la etapa feliz, la etapa de nuestra reconciliación y vida en Cristo y por Cristo, en el cual renacemos como felices hijos de Dios por el amor.

         Al inicio de la creación, hubo un amor desbordado de Dios que nos hizo a su imagen y semejanza. Por el pecado se eclipsó esa semejanza al introducir la desemejanza o vida al margen de Dios.

         Y en los misterios de la encarnación y redención, la bondad de Dios no tuvo límites en su don, y nos entregó a su Hijo, para que nos enseñara a amar al modo divino. ¿Podemos aspirar a más, de parte de Dios, y no responder con fidelidad de nuestra parte?

         La actitud de pecado, y del pecador, se da únicamente en seres libres y responsables, aptos para dar gloria, alabanza, amor y justicia. Y la desgracia del pecado personal suele redundar en perjuicio de los demás. Así, desde el principio, la humanidad vive afectada por la infidelidad cometida contra Dios. Ante él somos pecadores. Sólo la misericordia del Señor y la encarnación del Hijo de Dios nos ofrecen vía segura de retorno al corazón del Padre.

         En efecto, el hombre, esclavizado por el pecado, ha sido liberado por Cristo. Adán, al pecar, desobedeció un mandato de Dios; por eso es considerado pecador. Quien nace y vive en la rebeldía a Dios, vive esclavo del pecado. Creer en Cristo es hacer nuestra la gracia que nos viene de Aquel que fue obediente y fiel en todo a la voluntad divina, convirtiéndose así, para nosotros, en fuente de salvación. Por eso el hombre no se justifica por cumplir la ley, sino por creer en Cristo Jesús.

         Efectivamente, la salvación no es consecuencia de nuestras obras, sino un don gratuito de Dios, ofrecido a nosotros por medio de su Hijo, hecho uno de nosotros. Vivamos, no en la rebeldía de Adán, sino en la obediencia de Cristo. Alejémonos, así, de la muerte, y disfrutemos de la vida. Y digamos con el salmista de hoy: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad".

Dominicos de Madrid

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         Los versículos de hoy de la Carta a los Romanos son de difícil explicación y constituyen la principal fuente bíblica para la teología del pecado original. En Pablo, como en el AT, las expresiones pecado y muerte no corresponden al contenido semántico con que se han ido cargando en el decurso del tiempo.

         El pecado no es siempre ni primariamente un puro acto moral, realizado libremente e imputable exclusivamente a cada persona. Hay un pecado objetivo, estructural, una situación extrínseca a la voluntad de cada uno, a modo de atmósfera contaminada y contaminante.

         Tampoco muerte se refiere sólo al plano biológico del ser humano, sino que corresponde a un contexto signado por el misterio o diseño divino sobre la existencia humana. El hecho puramente empírico del morir no tiene nada que ver con el pecado, pero la posibilidad de un sentido positivo de la muerte, que no se reduzca al puro fracaso, depende del don de Dios, de su gracia, que le ofrece a través de Jesucristo resucitado.

         La 1ª lectura de hoy puede considerarse un midrash (narración parabólica) construida sobre la narración del pecado de Adán. Pablo intenta hacer un contraste con la afirmación positiva de Cristo, como único portador de la verdadera salvación humana. Hay necesidad, eso sí, de diferenciar 2 niveles: el cultural y el religioso.

         La discusión sobre si Pablo creía que Adán fuese el 1º de todos los seres humanos pertenece al campo cultural. En cambio, el mensaje religioso es más claro: en la historia humana hay de hecho un clima contaminado en el orden moral: nacemos en un mundo entretejido de pecado, no por fuerzas superiores al ser humano sino como sumatoria de pecados individuales contaminantes.

         Cristo ha venido para borrar esta contaminación de la humanidad. En el v. 19 es clara esta antítesis: por la obediencia (Flp 2, 5-11) de Cristo "todos fueron justificados". No es un automatismo paulino de la gracia que pueda prescindir de la aceptación voluntaria del ser humano en la fe y con la consecuente conducta moral.

         Al mismo tiempo la desobediencia (insubordinación del 1º ser humano) no hace pecadora en el acto a la masa humana sino en potencia y virtualidad. El pecado adquiere aquí aquel carácter objetivo del clima proclive a una atmósfera pecaminosa. Una moral puramente individualista y personalista es realmente inconcebible en el cristianismo. Es necesario llegar, entonces, a una moral comunitaria y estructural.

Confederación Internacional Claretiana

b) Lc 12, 35-38