23 de Octubre

Lunes XXIX Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 23 octubre 2023

a) Rom 4, 20-25

         Pablo acaba hoy el análisis de los días anteriores, sobre los lazos de unión entre la fe y la justificación (Rm 4, 1-8) a partir del ejemplo de Abraham (Rm 4, 13-17). Hasta ahora, ha demostrado ya que Abraham era pecador en el momento de su justificación, que fue llamado a ser padre de una multitud antes de ser circuncidado (y de haber observado las obras de la ley), y que fue la sola fe sola la que le justificó. Pero entonces, ¿en qué consiste esa fe?

         En 1º lugar, la fe es una esperanza más allá de toda esperanza (v.18). La fe del patriarca se mantiene en la seguridad de que Dios es capaz de suspender los determinismos de la naturaleza que engendran automáticamente el futuro a partir del pasado, para crear un futuro verdaderamente nuevo e inesperado.

         De esta manera, Abraham no se ha confiado en sí mismo encerrándose en su pasado, sino que se ha fiado de Dios como aquel que puede renovar todo. Como creyente, Abraham no ha dirigido los ojos sobre su estado físico que contradecía su esperanza; sino que ha superado esta contradicción confiando a Dios el cuidado de sobrepasarla.

         Hay que advertir que Pablo se sitúa en un plano teológico mucho más que en un plano histórico: no se puede olvidar que Abraham será aún capaz de dar 1 hijo a Agar y 6 a Quetura (Gn 25).

         En 2º lugar, la fe de Abraham remite a la persona del mismo Dios, y no al contenido de la promesa (cambiar las leyes de la naturaleza). Esta fe es eminentemente personal. Supone la conciencia de la incapacidad del hombre para definir por sí mismo su futuro (v.19), tomando así la actitud contraria a la de los ateos o idólatras (Rm 1, 21).

         Todo esto manifiesta bien claramente que Abraham está ligado a Aquel que había prometido más que a lo que había prometido. Y el patriarca podrá, más tarde, liberarse del objeto de la promesa (su propio hijo), sin poner en tela de juicio su ligadura a Aquel que había prometido.

         En 3º lugar, Pablo ve en la historia de la fe de Abraham un 3º componente: la fe en la resurrección (vv.19.24), o más exactamente, la fe en Aquel que ha resucitado a Jesús. Imposible creer en el milagro o en la resurrección sin el acto previo de confianza en el que opera estos milagros.

         Dando vida al cuerpo apagado de Abraham, Dios anticipa algo sobre la resurrección de Cristo, y el Isaac que nace siendo estéril Abraham puede ser comparado a Jesús resucitado de la muerte. En su materialidad, los 2 hechos no son comparables más que al precio de una alegorización. Pero ambos se relacionan por la fe idéntica que suponen.

         Cristo resucitado es el de la promesa de Dios, y en él Dios se da al hombre, y el hombre se puede unir a Dios en una apertura y una confianza perfectas. El orden de la promesa y de la fe es entonces el de la reciprocidad en Jesucristo, y un don así no lo merece nadie.

Maertens-Frisque

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         Recuerda hoy Pablo en su Carta a los Romanos la promesa de Dios a Abraham, y que éste "no cedió a la duda con incredulidad".

         La fe se presenta a menudo como una esperanza aparentemente contraria a toda esperanza. Humanamente hablando, Abraham tenía todas las razones para desesperar y para dudar de su porvenir (pues era demasiado viejo para tener hijos). Pero en esta situación bloqueada y sin salida Abraham se remitió a Dios, confiándole la forma de superarla y de crearle un porvenir nuevo.

         Sin tensiones excesivas, evoco en mi memoria las situaciones sin aparente salida humana, las mías o las del mundo que me rodea, las preocupaciones aplastantes o las cargas pesadas. Algo que podría "hacer caer en la duda", y que fue por lo que pasó Abraham.

         Efectivamente, Abraham "halló su fuerza en la fe, y dio gloria a Dios". En griego se encuentra el término dynamis, en el sentido de que fue dinamizado por su fe. Pablo nos dijo ya que el evangelio era "una fuerza de Dios". La fe no es una cosa, y menos estática o inerte, sino que es una fuerza motriz, una palanca, una levadura, una potencia de vida, que empuja a la acción, que da un sentido a la acción.

         "Y Abraham dio gloria a Dios". Se trata de una expresión bíblica frecuente que significa "la actitud del hombre que reconoce a Dios y no se apoya más que en él". La incapacidad del hombre para resolver sus problemas más fundamentales no lleva a la desesperación ni a la náusea, sino a la acción de gracias y a la confianza ilimitada en Dios.

         Tras esa alabanza de Abraham a Dios, suelta a los vientos Pablo la apoteosis divina: "Por esta fe de Abraham, Dios le declaró justo". Se trata del estribillo de la Carta a los Romanos, y la frase que más repite Pablo en esta carta (hasta 3 veces hoy). De hecho, hablándose de Dios, "declarar a alguien justo" es justificar o "crear en el hombre esta justicia". Señor, crea en mí un corazón puro, crea en mí la santidad.

         Y no sólo eso, sino que "Dios nos declarará justos también a nosotros, porque creemos en Aquel que resucitó de entre los muertos, en Jesús, Señor nuestro, quien fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación".

         El objeto central de nuestra fe es la "fe en Cristo resucitado". Pablo señala un vínculo muy fuerte entre Cristo y nosotros: fue entregado por nosotros, y resucitó por nosotros. Es casi inverosímil, pero cierto: Dios entregado por el hombre, y por mí, pobre e insignificante pecador. Me aferro a ti, oh Cristo, entregado y resucitado.

Noel Quesson

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         Sigue por 3º día hablando Pablo del ejemplo de Abraham, como muy válido a la hora de reafirmar su doctrina de la salvación por la fe.

         La fe del gran patriarca no fue precisamente fácil. Tuvo un gran mérito, porque las dos promesas de Dios (la paternidad a su edad y la posesión de la tierra) se hacían esperar mucho. Como decía Pablo el sábado pasado, Abraham "creyó contra toda esperanza" y contra toda apariencia. Y es esa fe la que se alaba en él, la que se "le computa como justicia" (o sea, como agradable a Dios). Igual nos pasa a nosotros cuando creemos "en el que resucitó de entre los muertos, nuestro Señor Jesús".

         Cuando Pablo habla de justificación, no se refiere a lo que ahora podríamos llamar "buscar excusas" ante una absolución judicial, sino que justicia equivale a santidad, y a convertirse en agradable a Dios.

         Abraham es llamado "padre de los creyentes" y le miramos como modelo de hombre de fe los cristianos, los judíos y los musulmanes. Abraham nos enseña a ponernos en manos de Dios, a apoyarnos, no en nuestros propios méritos y fuerzas, sino en ese Cristo Jesús que ha muerto y ha resucitado para nuestra salvación. Y al igual que la Virgen María es el modelo de creyente para el NT, así lo es Abraham para el AT. Ambos personajes a los que bien podría decirles Jesús: "Dichosos vosotros, porque has creído".

         Se trata de que nos descentralicemos de nosotros mismos, y que orientemos la vida según el plan de Dios, fiándonos de él. Hoy, en vez de un salmo responsorial, como meditación después de la 1ª lectura, rezamos el Benedictus evangélico, que, en continuidad con Abraham, nos hace ser más conscientes de lo mucho que hace Dios y de lo poco que somos capaces de hacer nosotros por nuestra cuenta:

"El Señor Dios ha visitado a su pueblo, realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando el juramento que juró a nuestro padre Abraham para concedernos que le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días".

         Jesús nos concede vivir esta jornada "con santidad y justicia". No pongamos obras nuestras por delante, como exigiendo el jornal al que tenemos derecho. Pero no paremos de hacer obras buenas, multiplicando los frutos del Reino.

José Aldazábal

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         Pablo alude en este párrafo a uno de los grandes temas del mensaje bíblico: la adhesión incondicional a Dios por la fe; adhesión que supone plena confianza en él y dejarse guiar por su Espíritu. La doctrina paulina de la justificación por la fe, y no por la ley (u "obras de la ley"), no fue un privilegio concedido sólo a Abraham, sino que se extiende a cuantos se adhieren al Señor sinceramente. Todos podemos ser justificados, si seguimos el ejemplo de Abraham.

         Si reconozco mis pecados, y si me humillo ante mi Padre del cielo y le suplico perdón, teniendo ante mis ojos el rostro de Cristo sufriente y el rostro de Cristo resucitado, al que me adhiero, agradecido, entonces estoy salvado. Si lo rechazo, me condeno. La fe y entrega a Jesús me devuelve la amistad con Dios y me hace santo, que es como ser amigo de Dios. Todo lo demás me vendrá por añadidura.

         Los israelitas, liberados de la esclavitud en Egipto, sólo vieron cumplida la promesa hecha por Dios a Abraham cuando tomaron posesión de la tierra prometida. Así, quienes mediante la muerte de Cristo hemos sido liberados de la esclavitud al pecado, sólo vemos plenamente realizada nuestra salvación, nuestra justificación, cuando participamos de la glorificación de Cristo resucitado.

         Entonces llega a su plenitud la promesa de justificación, de salvación para nosotros, pues ésta no se realiza sólo al ser perdonados, sino al ser glorificados junto con Cristo, pues precisamente este es el plan final que Dios tiene sobre la humanidad.

         Aceptar en la fe a Jesús, haciendo nuestro su misterio pascual, nos acreditará como justos ante Dios, el cual nos levantará de la muerte de nuestros pecados y nos hará vivir como criaturas nuevas en su presencia. No perdamos esta oportunidad que hoy nos ofrece el Señor.

Dominicos de Madrid

b) Lc 12, 13-21