26 de Octubre

Jueves XXIX Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 26 octubre 2023

a) Rom 6, 19-23

         El apóstol Pablo siente no saber expresar totalmente lo que lleva dentro, y de ahí que hoy nos diga: "Os hablo un lenguaje muy humano, en atención a vuestra debilidad". En efecto, acaba de emplear la imagen de la esclavitud para hablar de la sumisión a Dios, y de la docilidad a las inspiraciones del Espíritu.

         Pablo sabe muy bien que no es éste el lenguaje conveniente. Pero también sabe que ningún lenguaje humano puede traducir perfectamente las cosas de Dios. En la página que meditamos hoy, Pablo juega con la oposición entre esclavo y libre, concluyendo que el cristiano es un hombre libre.

         En otros tiempos, nos dice Pablo, "ofrecisteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y llegasteis al desorden". Y cuando erais esclavos del pecado, continúa, "¿qué frutos cosechasteis?". La respuesta está clara: "Aquellas cosas que ahora os avergüenzan".

         Antes de su bautismo, los romanos habían vivido como paganos. Y Pablo apela a esos recuerdos: "Acordaos de vuestros pecados. ¿Y erais dichosos? ¿O bien os avergonzáis de vuestros pecados?". La invitación de Pablo es válida también para nosotros, incluso si fuimos bautizados al nacer. Porque todos tenemos la experiencia de esa esclavitud. Debemos detenernos a reflexionar sobre nuestros pecados, a sentirlos como límites de nuestra libertad. No por morosidad, sino para desear tanto más la liberación que Cristo propone.

         Ahora pues, añade el apóstol, "haced de vuestros miembros esclavos de la justicia para llegar a la santidad". La experiencia del pecado no lleva a Pablo hasta el pesimismo, sino que es el medio pedagógico de conducir al pecador a la santidad. Nadie puede salir del pecado si se complace en él, y por eso hay que sentir la náusea de esta mala vida (para desear salir de ella).

         Detengámonos en una expresión: "Someterse a la justicia". A menudo podría traducirse ese término por el de precisión, viniendo a expresar lo justo lo que conviene exactamente, lo que es verdadero, lo que corresponde al ser (una puerta que cierra exactamente, ni demasiado grande, ni demasiado pequeña; o un reloj que da la hora exacta, sin adelantar ni retrasar).

         Esta precisión (justesse, en francés) es cualidad esencial del ser. Y para un hombre, ser justo es ser "verdaderamente un hombre" (filosóficamente) o corresponder exactamente a "la imagen que Dios tiene de él" (religiosamente), siendo así que es Dios el que lo ha creado. Así, pues, "someterse a la justicia" vendría a significar "llegar a la santidad", a través de una especie de silogismos: justicia = precisión = perfección = santidad.

         Pero notemos la equivalencia establecida por Pablo: esclavos de la justicia = esclavos de Dios. Dios es el Justo por excelencia, el Ser perfecto. Y el único que realizaría esa perfección del hombre sería Jesús: la perfecta realización del hombre, según Dios.

         Someterse a Dios, pues, es algo libre, y vendría a suponer someterse a la perfección. De ahí la invitación de Jesús: "Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto". Señor, tú lo sabes, la santidad da miedo a muchos hombres, porque al ver las vidas de santos la imaginan como excepcional. Y sin embargo, tú quieres que seamos santos, como tú eres santo.

         Concédenos, Señor, realizar modesta y cotidianamente, el máximo de perfección. Tratar de hacer lo mejor posible las cosas más pequeñas. Porque el salario del pecado es la muerte, pero "el don de Dios es la vida eterna, en Cristo Jesús". Pero ojo, porque Pablo evita hablar de salario para la vida eterna, y viene a decir que la vida eterna es un don.

Noel Quesson

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         Sigue Pablo hoy explicando el tema de ayer: "Por el bautismo hemos sido liberados del pecado". Y lo hace a través de la comparación con la esclavitud, para estimularnos a cambiar nuestra vida. A grandes rasgos, antes toda nuestra persona (incluido el cuerpo) era esclava "de la impureza y de la maldad". Y ahora, liberados del pecado, pasamos a ser "esclavos de Dios", que "nos regala vida eterna por medio de Cristo Jesús".

         Antes "hacíamos el mal", y los frutos de esa esclavitud nos llevaban a la muerte (porque el pecado paga con la muerte). Y ahora, entregados a Dios, "producimos frutos que llevan a la santidad y acaban en vida eterna".

         Nosotros hemos creído y pertenecemos "al Dios libertador". Nuestra fe cristiana es libertad interior, victoria sobre el mal y sus instintos. Y a eso conduce nuestra unión con Cristo, que es el que ha vencido al mal y al pecado con su entrega de la cruz. Una de las actitudes que más hemos de aprender de Cristo es su libertad. Cuando él estaba delante de Pilato, él era mucho más libre que Pilato, a pesar de que sus manos estuvieran atadas.

         Podemos detenernos a pensar un momento si en verdad somos libres: en los gustos, en las costumbres, en las modas y en las tendencias. O si bien somos esclavos: de las pasiones, de los defectos, de los sentimientos, de los odios, de los afectos excesivos.

         A veces nos rodean tentaciones de fuera. Y otras veces no hace falta que nos tiente nadie, porque nosotros mismos nos las arreglamos para hacernos el camino difícil. Es adulto aquél que es libre, y es maduro aquél que no se deja llevar como una veleta o como un niño por el último que habla, sino que ha robustecido sus convicciones y las sigue libremente.

         Una vez más, el salmo responsorial de hoy nos sirve de pauta para evaluar nuestra conducta: "El camino del justo conduce a la vida, y el del impío, a la perdición". Por eso, "dichoso el que no sigue el consejo de los impíos, sino que su gozo es la ley del Señor" (Sal 1).

José Aldazábal

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         Nuestra vocación no es la del pecado, con servidumbre que nos atenaza, sino la de hijos libres que se atienen a la ley de Cristo, verdad y amor. La vida en pecado tiene un final lastimoso: la muerte. En cambio, la vida en gracia, con Cristo, tiene otro final: la vida eterna. Así concluye hoy el texto de Pablo. Y entre esos 2 polos (vida o muerte, gracia o pecado) se encuentra todo el proceso de abandono del mal, conversión a Dios y fidelidad a sus designios amorosos.

         Quienes hemos tenido la fortuna de conocer el rostro de Dios en Cristo no podemos permanecer en la maldad, y hemos de avanzar hacia la perfección en la fidelidad, contemplando al Señor que se dignó morir por nosotros. Ya no somos esclavos sino hijos, no somos marginados sino atraídos a la casa del Padre, no somos condenados por nuestros pecados, sino que en esa situación (sea cual fuere) recae sobre nosotros la mirada del corazón del Padre.

         Quien acepta a Jesucristo como Señor en su vida recibe como un don gratuito la vida eterna. Si en verdad hemos aceptado que el Señor nos libere de nuestra esclavitud al pecado, no podemos continuar siendo esclavos de la maldad. Quien continúe sujetando su vida al pecado, por su servicio a él recibirá como paga la muerte, y esa paga le llegará en una diversidad de manifestaciones de muerte, ya en vida.

         Quienes dicen creer en Cristo y son causantes de las directrices del pecado (fratricidios, ilicitudes, vicios...) no pueden hablar realmente de que han hecho suya la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte.

         Cristo nos quiere libres del pecado y consagrados a él, para que la obra de Dios se manifieste en nosotros. Estemos por ello atentos a las inspiraciones de su Espíritu Santo en nosotros, y dejémonos conducir por él.

Dominicos de Madrid

b) Lc 12, 49-53