22 de Septiembre

Viernes XXIV Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 22 septiembre 2023

a) 1 Tim 6, 2-12

         Pablo ha hablado de la debida disciplina en el culto y de la conducta que Timoteo ha de inculcar a los miembros de la comunidad. Ahora finaliza este tema dirigiéndose a los esclavos. Lo que se dice aquí nos recuerda el texto de Pablo en la Carta a Tito: "Que sean sumisos a sus amos y que procuren dar satisfacción en todo, que no sean respondones, no roben, al contrario, muestren completa fidelidad y honradez" (Tit 2, 9-10). 

         En su Carta I a los Corintos, el apóstol había sido todavía más sorprendente: "Cada uno permanezca en el estado en que Dios lo llamó. ¿Te llamó Dios de esclavo? No te importe, porque si el Señor llama a un esclavo, el Señor le da la libertad" (1Cor 7, 20-21). El contexto y la mente general de Pablo indican que probablemente debemos entender: "aprovéchate más bien" de tu esclavitud. 

         Exegetas y traductores se preocupan por esta solemne indiferencia de Pablo a propósito de la liberación social. Por eso a menudo se traduce con frases como "si puedes obtener la libertad, aprovecha la ocasión". Pero estas traducciones tienen el peligro de ser apologías de Pablo.

         En realidad, el apóstol no necesitaba ninguna apología, porque lo que él pretendía no era solucionar todos los problemas propios de la teología de la liberación, sino los de sus comunidades cristianas, por otro lado muy alejadas de la redención socioeconómica de la teología de la liberación.

         Para Pablo, permanecer en el estado en que uno ha sido llamado ofrece una gran ventaja: demostrar que en todas partes se puede ser cristiano y no dejar ningún estamento sin este testimonio (vv.1-2). Es, pues, una cierta ventaja de la comunidad como tal, y no del esclavo, a quien no se aconseja la propia promoción. 

         Pero tampoco debemos olvidar el principio teológico de revolución social implicado en la doctrina de Pablo. Este principio se presupone en el v. 2: "Los que tengan amos fieles no los desprecien por ser hermanos". 

         Pablo insistirá en este principio de fraternidad entre amo y esclavo en la carta a Filemón. En ella Pablo pide con fórmulas diversas que el amo Filemón trate a Onésimo como hermano (Fil 16.17.21). Y surtió efecto, y fue el 1º eslabón que, desde la fraternidad, empezó a eliminar la esclavitud en el Imperio Romano y en la historia de la humanidad.

Enric Cortés

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         Interpela hoy Pablo a su discípulo Timoteo con un consejo salido del corazón, y también del echar cabeza: "Hijo muy querido, te he dicho lo que debes enseñar y recomendar. Y si alguno enseña otra cosa y no se atiene a las sólidas palabras de nuestro Señor Jesucristo y a la doctrina verdaderamente religiosa, éste tal está cegado por el orgullo y no sabe nada".

         Nuestra época se caracteriza por una confusión extraordinaria de opiniones. Se tiene la impresión de que no existe la verdad. ¡Casi se puede afirmar una cosa y su contrario! Los mayores valores, los principios más sagrados, y hasta la fe, son discutidos.

         Existían ya en tiempo de Pablo algunas desviaciones graves, y de ahí que encargara al episcopo (lit. supervisor) que supervisa y vigilase la recta expresión de la verdad, cuyo punto de referencia válido era sólo uno: "las palabras de Jesús". De igual manera, hoy vivimos en medio de intoxicaciones de todas clases, y también es preciso que los cristianos se atengan mas y más a la Palabra de Dios.

         La peor condenación de la "desviación doctrinal", de la contra-verdad, es, según Pablo, que el hombre que la profiere es "un orgulloso, lleno de sí mismo, y que no sabe nada". En el ámbito científico esto es evidente: si afirmo, por ejemplo, que el sol es un astro frío, ello no impide que el sol siga ardiendo, pero soy yo simplemente el que me equivoco, me aíslo y caigo en el ridículo de mi absurda suficiencia.

         Como afirma el propio Pablo: "Ese es un hombre que padece la enfermedad de las "disputas y contiendas de palabras". Y de esa enfermedad es de donde proceden las envidias, las discordias, insultos, malentendidos, sospechas malignas, discusiones interminables propias de gente de mente corrompida".

         En efecto, la enfermedad de que la que Pablo, es ciertamente la de nuestra época y de nuestra Iglesia contemporánea: rivalidades, conflictos de grupos, sospechas. Señor, ayúdanos a ser hombres abiertos, comprensivos y no cerrados, porfiados, sectarios.

         Porque como sigue diciendo Pablo, "hay gente de inteligencia corrompida, que están privados de la verdad y que piensan que la religión es un negocio". Indirectamente, Pablo afirma con ello un principio moral extraordinariamente lúcido: es el interés propio, el "provecho personal", lo que falsea la inteligencia y hace que se tomen unas posiciones aberrantes.

         Efectivamente, el ansia de dinero o de placer, suele conducir a justificarlo todo. Y detrás de la droga suele estar el dinero, y detrás de la pornografía está el dinero, y detrás de las violencias o de la prensa escandalosa está el dinero... Pablo llega a decir que lo que distingue al verdadero sacerdote del malo es el desinterés del 1º y la codicia del 2º.

         Partiendo de aquí, Pablo nos dará un pequeño tratado sobre el dinero:

1° contentarse con lo que uno tiene. Es uno de los principios elementales de la sabiduría;
2° saber que "no hemos traído nada al mundo y nada nos llevaremos de él", pues la hucha no acompaña nuestro féretro;
3° contentarse con lo básico (alimento y vestido) y ser felices. Y eso es algo fácil de lograr, para los que saben vivir modestamente;
4° saber que los que quieren enriquecerse, acaban cayendo en el lazo de las codicias y deseos absurdos.

Noel Quesson

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         Entre las preocupaciones de un responsable de comunidad está también la defensa contra los falsos maestros que enseñan doctrinas desviadas o provocan divisiones. De ahí que diga hoy Pablo que "si alguno enseña otra cosa distinta, es un orgulloso y un ignorante". Efectivamente, en Efeso había algunos que "padecían la enfermedad de plantear cuestiones inútiles y discutir". Lo que provocaba "envidias, polémicas, difamaciones, controversias propias de personas tocadas de la cabeza".

         Pero hay otro tema que Pablo ataca con dureza: los que consideran que "la religión es una ganancia" y "buscan riquezas y se crean necesidades absurdas y nocivas". Para él, "la codicia es la raíz de todos los males". Por eso, la actitud de Timoteo debe ser dar ejemplo con su vida personal: "practica la justicia, el amor, la paciencia, combate el buen combate de la fe". Es un cuadro muy vivo el que Pablo presenta de una comunidad.

         Se ve que son viejas esas situaciones en la Iglesia, y también nosotros debemos dejarnos interpelar por los avisos del apóstol respecto a la sana doctrina y al peligro de la codicia del dinero. Las desviaciones en la doctrina se producen cuando no nos atenemos "a las sanas palabras de Jesucristo y a la doctrina que armoniza con la piedad".

         ¿Mereceríamos la acusación de Pablo, que habla de la enfermedad de los que se dedican a plantear cuestiones inútiles, propias de "personas tocadas de la cabeza", los adictos a las discusiones, que no sirven más que para perder el tiempo y provocar divisiones?

         El otro peligro, el de la codicia, viene cuando alguien siente la tentación de aprovecharse de la religión o de algún cargo que pueda tener en la comunidad, cuando "los que buscan riquezas se crean necesidades absurdas y nocivas", que les llevan "a la perdición y a la ruina". Y, claro está, por esa apetencia insaciable, "se enredan en mil tentaciones". ¡Cuántas veces habla Pablo del peligro de la avaricia!

         Según él, nos deberíamos "contentar con poco: teniendo qué comer y qué vestir nos basta". El salmo responsorial de hoy también nos invita a esta misma actitud: "No te preocupes si se enriquece un hombre y aumenta el fasto de su casa: cuando muera, no se llevará nada". La antífona del salmo nos ha hecho repetir la bienaventuranza de Jesús: "Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos".

         Entre los buenos ejemplos que tenemos que dar a los demás, hoy se nos recuerda nuestra firmeza en la sana doctrina, sin dejarnos llevar por ideologías peregrinas, y el autocontrol en cuestión de dinero. Dos difíciles campos en que deberíamos ir madurando.

José Aldazábal

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         Casi toda realidad buena es susceptible de desfiguración, y "las discusiones y los juegos de palabras" van deformando lo que empezó siendo bueno, como nos explica el apóstol Pablo en la primera lectura de hoy.

         Porque si bien es verdad que la predicación es por excelencia el ejercicio de la palabra, ese instrumento precioso puede desgastarse cuando el hablar se convierte como en un objetivo en sí mismo: algo que no va hacia la transformación de la vida en Cristo sino hacia la afirmación del propio yo por el gusto de ganarle a otro en combate verbal.

         Además, esa pasión por ganar suele ir unida al gusto de hacer negocios. Es natural. Así resulta que la palabrería a menudo es la herramienta preferida de quien quiere hacer ganancias terrenales con términos celestiales. De ahí la denuncia que hace Pablo.

         Pero la denuncia no se queda ahí, pues Pablo ofrece un remedio: "Tú evita todo eso, y lleva una vida de rectitud". La Iglesia Católica, especialmente a partir del Concilio Vaticano II, ha insistido mucho en la palabra diálogo. Los cristianos estamos llamados a abrirnos al diálogo entre nosotros mismos, con Dios y con el mundo también.

Nelson Medina

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         Nos anima hoy Pablo a ser leales al Señor en todo; de tal forma que el mensaje de salvación no sufra acomodos según nuestros interese o criterios; tampoco es válido hacer una relectura de la palabra de Dios para hacerla decir lo que yo quiero conforme a mi ideología. Eso sería tanto como caer en el orgullo que me impide caminar con la Iglesia, para hacer mi propio camino, mi propia iglesia, paralela a la fundada por y en Cristo y sus apóstoles.

         Llevar a cabo la obra de Dios, proclamar su evangelio, no puede verse como ocasión para que nosotros saquemos partido económico o de prestigio, pues esto en lugar de llevarnos a la salvación nos llevaría a la ruina y a la perdición.

         Si en verdad somos hombres de fe en Cristo, seamos leales a él y a su evangelio viviendo con rectitud, piedad, fe, amor, paciencia y mansedumbre. Que nuestra única recompensa sea vivir unidos a Cristo, aún cuando despreciados por todos y sin apoyos económicos.

         El Señor, que vela por nosotros, estará siempre a nuestro lado para que, convertidos en fieles testigos suyos, seamos también un testimonio del cuidado que Dios tiene de sus hijos, cuando, al buscar primero el Reino de Dios y su justicia, saben que Dios velará por ellos como un Padre amoroso que cuida de sus hijos.

José A. Martínez

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         Conviene tomar en consideración las dos partes en que Pablo adoctrina hoy a sus discípulo y hermano Timoteo, obispo de Efeso.

         Por un lado está la seriedad, profundidad y utilidad de la doctrina que ha de enseñar un maestro en la fe. El verdadero maestro ha de ser y sentirse discípulo, pues su magisterio no crea doctrina sino que la recibe, clarifica, asume y trasmite.

         Nadie puede sustituir a Cristo en las verdades que hemos de creer: misterio de Dios uno y trino, misterio de Dios encarnado, misterio de salvación, misterio de la gracia y del amor... Nuestro afán debe consistir en captar bien y asumir la doctrina revelada; aplicarla a nuestro contexto vital; comprometerse con sus exigencias; buscar su utilidad.

         Por otro lado está el género o calidad de vida en que hemos de movernos: apertura, paciencia, generosidad, fe, caridad, esperanza, solidaridad, oración, fraternidad... Viviendo como hijos de Dios, entenderemos de algún modo la grandeza de los mensajes salvíficos de Cristo. Si no vivimos esa condición filial, malentenderemos sus consecuencias.

         Pablo no tiene dudas: quien es fiel a Cristo dice la verdad de él, y no la suya. Quien cuestiona la verdad de Cristo y aprecia la suya, es, teológicamente, un ignorante, aunque discuta como si supiera mucho. Lo recto es vivir virtuosamente y asumir la verdad de Cristo.

Dominicos de Madrid

b) Lc 8, 1-3